15 de septiembre de 2018

TRIATLÓN CROS LA PUEBLA DEL RÍO 2018

Con la llegada del calorcito, el pasado mes de mayo volví a apuntarme a la piscina para intentar retomar mi modesta faceta como triatleta, que llevaba aparcada un año. Durante los dos primeros meses la cosa fue bien y logré compaginar sin un estrés excesivo la natación, la carrera y todo lo que no es deporte, que en mi vida es mucho (por suerte). Eso hizo que en ese tiempo pudiera empezar a sentirme de nuevo medio bien como nadador. Sin embargo, con el mes de julio llegaron una serie de circunstancias que provocaron que me resultara casi imposible ir a la piscina. En vista de eso y de que no había logrado sacar apenas tiempo para montar en bicicleta, decidí que iba a intentar aprovechar mi estado de forma en alguna prueba que incluyera natación y que luego iba a aparcar durante un tiempo indefinido mi actividad como triatleta. Asumo que en esta etapa de mi vida ni puedo ni quiero dedicarle a la preparación de deportes combinados la cantidad de tiempo que requieren. Tengo familia, tengo trabajo y encima he empezado a estudiar oposiciones, por lo que no puedo destinar a la puesta a punto tanto tiempo como otras veces. Dentro de pocos meses me examinaré y cuando lo haga seguro que mis circunstancias cambiarán, pero hasta entonces me voy a conformar con salir a correr 10 o 12 kilómetros, cinco días en semana, como hago desde siempre. Para correr puedo madrugar, entreno a las seis de la mañana y ya me enfrento al día con los deberes hechos, pero es imposible nadar y montar en bici a esas horas, por lo que he decidido colgar el mono de triatleta, ya habrá tiempo de cogerlo de nuevo. 

A pesar de todo esto, como he dicho, en junio había conseguido sentirme bien en el agua y me pareció buena idea apuntarme a alguna competición corta de triatlón o de acuatlón. Sin embargo, los fines de semana de julio fueron un caos, me llegué a apuntar a dos triatlones a los que no pude ir finalmente por imprevistos, renuncié a otro acuatlón antes de inscribirme, pese a que en inicio había sido el objetivo que había tenido en mente, volví a apuntarme a otra prueba en agosto en la que tampoco pude participar, y me planté a principios de septiembre ya solo con una bala en la recámara.


En efecto, en septiembre estaba apuntado al Triatlón Cros La Puebla del Río "Puerta de Doñana", mi último cartucho triatlético antes de volver a convertirme en exclusiva en corredor. Por fortuna, en esta ocasión todo cuadró y el pasado domingo me pude ver por fin con los pies metidos en el Río Guadalquivir, dispuesto a nadar, pedalear y correr sin parar.


Participar en triatlones implica que he de salir de mi zona de confort, esa es la razón de que me diviertan tanto, pero también es lo que hace que me ponga tan nervioso. En este caso, además, no ayudó el hecho de ver un par de días antes que las personas apuntadas a la cita no llegaban a 150. A estas alturas ya se que cuando una prueba tiene poca participación eso suele implicar que el nivel de los competidores es alto. Además, el perfil del sector ciclista era más duro de lo esperado, yo tenía la idea de que la zona de La Puebla del Río es llana, y objetivamente lo es, pero resulta que a unos 5 o 6 kilómetros de la cuenca del Guadalquivir, en dirección a Doñana, el terreno, sin que haya grandes montañas, se quiebra mucho, lo que hace que no sea fácil circular por él en bicicleta de montaña. Para colmo, los dos primeros tramos tenían establecidos cada uno un tiempo tope bastante ajustado y superarlo implicaba ser descalificado, por lo que no era una opción olvidarse del cronómetro si la cosa se ponía mal. La prueba tenía, en consecuencia, un nivelazo inesperado.

El caso es que me presenté en La Puebla del Río con esas circunstancias en mente, pero dispuesto a hacerlo lo mejor posible pese a todo. Al llegar allí lo primero que hice fue dejar el material en los boxes, momento en el que me reafirmé en mi idea de que no voy a volver a participar en otra prueba así hasta que mi coyuntura cambie, ya que no solo necesito tiempo para entrenar, sino también para prestar atención a un detalle tan fundamental en triatlón como es la bici: no se puede ir a una competición de este tipo con una bicicleta de tres al cuarto, lo mínimo es llevar una buena y bien cuidada. Mis bicicletas, tanto la de carretera como la de montaña, son del montón, y así no se puede. En cuanto mis circunstancias cambien y recupere parte del espacio mental que he perdido en los últimos dos años, me preocuparé por hacerme con una burra decente, hasta entonces la bici es otra razón extra para no participar más en pruebas de deportes combinados.

De cualquier modo, a pesar de sentirme un poco intimidado por las bicicletas de los demás, ya estaba allí, dispuesto a darlo todo con lo que tenía.

La salida se dio a unos 700 metros de la zona de boxes, por lo que recorrimos andando ese trecho, yendo paralelos al río (anduvimos por la margen lo que después íbamos a nadar en sentido inverso y 200 metros más). El camino fue muy agradable, algún día volveré para completarlo, ya que esta vez nos paramos en el lugar donde estaba ubicada la salida.

Una atractiva novedad de esta prueba, con respecto a otras que he disputado en el Guadalquivir, es que se disputó en la parte del mismo que está abierta a la corriente. Sevilla tiene un solo río, como bien es sabido, pero el mismo a su paso por la ciudad tiene dos cauces, uno vivo y otro muerto. El vivo, que pasaba a los pies de la Torre del Oro, se desvió en 1950 hacia un nuevo lecho artificial que bordea la ciudad por el oeste. Sin embargo, se conservó, de una manera un tanto testimonial, el cauce original, ya muerto, que quedó lleno de agua y taponado, por un lado por una lengua de tierra, que está más allá de la parte más emblemática de la ribera del río, y por el otro por una esclusa, ubicada antes de llegar a Sevilla. Desde entonces lo que queda en medio permanece lleno y la estética del milenario Río Betis se ha mantenido intacta. Precisamente, en ese brazo muerto del lecho del Guadalquivir, que es como un alargado pantano, es donde se celebran todos los triatlones en Sevilla, pero La Puebla está más allá de la esclusa y lo que discurre por allí es el río normal, que ya tiene un solo cauce y marcha sin trabas hacia su desembocadura.


Meterme en el río cerca de La Puebla fue, por tanto, toda una experiencia, teniendo en cuenta, además, que no me tranquilizó el hecho de ver por allí troncos flotando y estacas de madera sobresaliendo de la superficie, por no hablar de la fauna silvestre que seguro que andaba por las orillas y que no veíamos por debajo de las aguas revueltas...


De todas formas, llegado a ese punto siempre me pongo tiquismiquis, pero forma parte de mi ritual, ya que al fijarme en el agreste entorno rebajo los nervios competitivos, la sensación de repelús me distrae, pero no me bloquea, y hace que una vez que he tocado el agua ya solo quiera nadar y salir de allí. Esta vez fue igual, el recorrido constaba de 500 metros en línea recta, no había que hacer giros y eso es bueno, por lo que dejé que salieran delante mía los verdaderos triatletas y me puse a dar brazadas. Iba confiado y no lo pasé tan mal como otras veces, aunque ayudó el hecho de que, al ir de los últimos, nadé solo un buen rato.



Salir del agua fue un alivio, como siempre. El tramo de natación lo había hecho en tiempo y era el momento de ir a por la bicicleta. Los boxes estaban a unos 200 metros, por lo que era inevitable correr un poco, lo cual siempre es como un bálsamo para mí.




En cualquier caso, mi transición fue tan torpe que me adelantaron en ella varios contrincantes. Así, al salir de boxes iba el 106 de 112 participantes masculinos (las chicas habían tomado la salida unos minutos más tarde). 

En los triatlones por asfalto en el tramo ciclista siempre he logrado dar la talla, en él no soy ningún máquina, pero, partiendo de que salgo del agua muy atrás, tengo fondo de sobra para remontar puestos y mantener un ritmo decente. Con la bici de montaña el tema es diferente, me faltan piernas y pericia, fue un error subestimar (otra vez) lo que supone pedalear 17 kilómetros por un montón de caminos bastante irregulares. Para colmo, en este caso éramos tan pocos participantes que el recorrido se hizo más duro aún. Al principio salí escopetado, pero el tramo inicial por La Puebla del Río, salvo los primeros metros, fue ya leñero, cuesta arriba y por adoquines, por lo que decidí no cebarme inútilmente.


A la salida de La Puebla hubo unos 4 kilómetros llanos, estaban llenos de baches, pero ahí sí pude darle caña y llegué a adelantar a un par de ciclistas. Lo malo llegó en el kilómetro 6, que fue donde empezaron las cuestas y, sobre todo, la arena. Para un terreno orográficamente complejo estaba preparado, pero lo de la arena me sorprendió negativamente, los 5 siguientes kilómetros fueron una sucesión de empinados toboganes en los que había que sortear continuamente copiosos bancos de arena de playa. Me adelantaron las primeras chicas, que a esas alturas me habían recortado ya un montón de minutos, y me pasaron también otros hombres que habían salido del agua después que yo. Gracias a eso pude comprobar in situ la diferencia que había entre afrontar los bancos de arena con unas ruedas parecidas a las de un bulldozer y afrontarlos con mis neumáticos de mierda, me dio la sensación de que la mayoría de las bicicletas a mi alrededor tenían ruedas de 29 pulgadas y las mías son de 26, por lo que era el único que en vez de pasar por encima de la arena seca se incrustaba en ella. En consecuencia, ralenticé el ritmo a tope para no matarme, estuve a punto de acabar dando con mis huesos en el suelo varias veces, y solo cuando completé los 5 kilómetros de sube y baja, y salí de nuevo al bacheado terreno llano, pude volver a rodar fuerte, respirando al darme cuenta de que en el segundo tramo iba a esquivar también, pese a todo, el fuera de control. En ese momento, fue una pírrica victoria recortar espacio progresivamente y volver a adelantar a dos triatletas, antes de llegar a boxes marcando en el tramo de ciclismo el tiempo 105 de 112.


El tramo de carrera era, en principio, urbano, en ese sentido no parecía ajustarse a la categoría de cros, pero pronto me di cuenta de que los 5 kilómetros iban a ser tan duros como si fueran por caminos, principalmente porque el 65% eran por adoquines, pero también porque había que subir dos veces un criminal tramo de escaleras de unos 100 metros. Correr es lo mío y no estaba dispuesto a andar ni un metro, después de haber penado en los dos tramos precedentes, por lo que subí las escaleras sin parar ambas veces, pero aquello me dejó listo y no favorecieron mi recuperación ni los adoquines ni el hecho de ir muy rezagado.


Adelanté, a otros cuantos compis, pero al final me tuve que conformar con hacer los 5.000 metros a 4:56 de media (tiempo 76 de 112) y con acabar la prueba en 1h40:28 en el puesto 101.


Acabé fundido, la verdad es que se subestima el esfuerzo que supone acabar un triatlón, incluso uno corto: las distancias parecen llevaderas y uno tiende a pensar que no son para tanto, pero al final acaba siendo más de una hora y media sin parar, yendo al límite en tres disciplinas diferentes. De todas formas, me encantan las pruebas que combinan varios deportes, en ellas me lo paso genial. Aún así, como ya he dicho, no volveré a participar en ninguna hasta que pueda disponer de tiempo, en primer lugar para pensar en comprarme una bici que esté a la altura de envites como este, y en segundo lugar hasta que logre, no solo estar en buena forma, ya que comprobé el otro día que aún puedo acabar con dignidad pruebas como esta, sino entrenar lo suficiente como para sentir que no las afrontó en plan sálvese quien pueda


Reto 102 TRIATLONES Y SIMILARES
Pruebas de Deportes Combinados completadas: 8.
% del Total de Pruebas de Deportes Combinados a completar: 7'8%.


5 de septiembre de 2018

CAZALLA DE LA SIERRA 2018

Poco después de regresar de Dinamarca volví a hacer el petate para pasar los últimos días de vacaciones en compañía de mi familia política, al igual que ocurrió en 2016 y en 2017. Hace dos años fuimos a pasar esos días a la costa, pero el pasado verano recalamos en Cazalla de la Sierra y estuvimos tan a gusto que hemos vuelto a repetir ubicación. Pese a esto, nos hemos alojado en un sitio diferente, no fui yo el que decidió que en esta ocasión no íbamos a reservar el alojamiento de 2017, a mí el mismo me gustó, pero no todo el mundo quedó satisfecho al 100%, por lo que se valoraron otras posibilidades y al final acabamos alquilando una casa que ha estado mejor que la otra, por lo que el cambio ha sido un éxito.

La nueva casa ha distado apenas 500 metros de la del año pasado, que tenía de bueno que estaba aislada, pero a escasos 100 metros del casco urbano de Cazalla. La de este ha estado a 600 metros de sus primeras viviendas, por lo que su ubicación tampoco ha sido un inconveniente para poder caminar hasta el pueblo con comodidad, pero parte de ese trayecto era en cuesta, lo que hizo que hubiera que asumir que cada salida iba a ir acompañada de un pequeño esfuerzo final para poder regresar a la casa. En contrapartida, hemos disfrutado durante cuatro días de unas vistas maravillosas desde el jardín.


En cualquier caso, de manera inesperada este año he encontrado mucha más facilidad que en los dos pasados para salir del entorno de nuestra piscina. Yendo con mi familia política cabe la posibilidad de que uno se acabe moviendo menos que los ojos de Espinete, pero esta vez parte de ella se ha mostrado algo más activa y yo he aprovechado ese impulso todo lo que he podido. Eso ha hecho que pueda empezar a decir, después de tres visitas, que conozco bien Cazalla de la Sierra.

Más allá de los datos genéricos sobre la población, que ya he comentado en otros post, creo que nunca había contado que Cazalla se especializó a principios de la Edad Moderna en la producción de aguardiente, sobre todo de anís seco, hasta el punto de que convivieron quince fábricas en el pueblo. Hace años el mismo llegó a estar tan mimetizado con la bebida que producía que en muchos lugares al anís seco se le denomina cazalla. Por, desgracia, hoy día solo sobreviven dos de las quince empresas (Miura y El Clavel), y lo hacen gracias a la elaboración de bebidas de muy alta calidad y a la diversificación de su oferta (es muy afamado el licor de guindas de estas marcas, por ejemplo). Por lo visto, ambas siguen fabricando sus productos con técnicas tradicionales y sus instalaciones siguen siendo las de antaño.


De todas formas, yo no soy muy de licores, pero en cambio sí me encanta probar la gastronomía autóctona, con la cosa de que este año he tenido la oportunidad de salir a cenar un par de días. En el primero de ellos volvimos al único sitio que conocía del verano pasado, el Restaurante Manolo. Entonces el servicio allí dejó un poco que desear, pero la comida estuvo muy buena y la terraza del establecimiento nos gustó, por lo que decidimos repetir. En esta ocasión el servicio fue normal y la comida siguió estando buena, por lo que fue un acierto volver. Pedimos tomate y cerdo ibérico, dos de las especialidades de la zona.


El tomate aliñado del Restaurante Manolo estuvo de nuevo a la altura de los mejores que he probado, aunque ahora ya se que las bondades del producto cazallero tienen mucho que ver en eso. De hecho, paseando por el pueblo pudimos comprar en una tienda tomates autóctonos en bruto y comprobamos por nosotros mismos que, a pesar de su feo aspecto, su sabor es igualmente espectacular cuando se preparan en casa.


Este año también cenamos otra noche en la Cervecería Las Banderas. Allí tuvimos la mala idea de pedir pescado frito (no entiendo la manía de ir pidiendo pescado frito por todos lados, incluso en bares que están en plena sierra...). Yo, personalmente, lo vi bueno, pero mi familia protestó y echó para atrás el plato. El camarero se molestó, quizás en exceso (aunque, en honor a la verdad, en secreto me tengo que poner un poco de su parte) y ya fue inevitable el innecesario momento de tensión, que llegó a su climax cuando un señor que estaba sentado a nuestro lado desde hacía un rato pidió el plato que nos acababan de quitar a nosotros y se lo zampó diciendo que estaba bueno... Supongo que era un habitual del lugar, un amigo del dueño, o vaya usted a saber. El caso es que yo evito por todos los medios liarla en los bares, sobre todo si el origen del problema es que estoy pretendiendo comer en plena Sierra Norte de Sevilla un pescado con la frescura de unos boquerones recién comprados en la lonja de Isla Cristina, pero esta vez hubo jaleo y me tuve que aguantar.

En cualquier caso, el resto de los platos que pedimos en Las Banderas sí obtuvieron el beneplácito de la totalidad de los presentes, por lo que no puedo realmente ponerle una mala nota al establecimiento.

Dejando a un lado la gastronomía, la estancia de este verano en Cazalla me permitió profundizar en el conocimiento del pueblo, como ya he dicho. Los primeros dos días pude pasear por la zona que ya conocía, que va desde su extremo sur hasta la Plaza Mayor. En toda esa parte ya se perciben a la perfección las virtudes de la población, que se caracteriza por la blancura de sus casas.


Al principio de la Calle de Cervantes colocaron en abril de 2017 un azulejo que no había visto, con una cita de la obra de Miguel de Cervantes El Licenciado Vidriera en la que se menciona a Cazalla, que en época cervantina tenía tanta población o más que hoy día.


Por otro lado, al igual que en las dos visitas precedentes, echamos unos cuantos ratos en el Parque del Moro, ya que es un lugar muy agradable, sobre todo si se va con niños.


También se dio la circunstancia de que el primer día salí a dar una pequeña vuelta en bici y me pegué un buen leñazo, con la cosa de que me golpeé la rodilla y no pude correr nada en los días siguientes. Pese al dolor, en plan cabezón decidí hacer una prueba el domingo a primera hora, pero tuve que parar pronto porque vi que iba a acabar jodido de verdad. Pese a esto, como ya estaba en la calle, hacía una mañana deliciosa y no notaba molestias al andar, decidí darme un paseo por el pueblo para ir a recorrer hasta el final la Calle La Plazuela, cuyo inicio fue el punto más septentrional de Cazalla en el que estuve en 2016 y 2017. Esta calle peatonal es el corazón comercial de la población, aunque yo la vi desierta.


Recorriendo la calle hasta el final desemboqué en la travesía, en el punto en el que se puede dar por terminada la parte más céntrica de Cazalla.


De todas formas, el día antes de este agradable paseo matutino ya había tenido la oportunidad de recorrer el pueblo de arriba a abajo, gracias a la ruta urbana que hicimos María y yo con mi cuñada, y que nos llevó a visitar la gran mayoría de las fuentes urbanas que hay en Cazalla.


La ruta está compuesta de diez fuentes, nosotros empezamos por la tres y acabamos en la décima, pero las dos primeras ya las conocía, en concreto las había fotografiado el día antes al pasar por delante. A continuación, voy a hablar con brevedad de todas las fuentes, en el orden en el que se han puesto en el itinerario recomendado.

La primera, la Fuente del Concejo, está en la Plaza del mismo nombre. La ruta da comienzo en ella por ser este el manantial más céntrico del pueblo.


Un poco más abajo está la Fuente del León, llamada antiguamente de San Benito, ya que está al comienzo de la Calle San Benito. En la actualidad lleva el nombre del animal por la pieza petrea con cara de león que embellece el caño.


En el extremo sur de Cazalla está el Pilar de los Burros, un manantial que da a un abrevadero en el que bebían los animales hace años. Esta es la primera fuente que vimos realmente al hacer la ruta, ya que es la que estaba más cerca de nuestra casa.


A continuación, junto al Parque del Moro, enfrente del Restaurante Manolo y cerca del Pilar de los Burros, vimos la Fuente del Moro, por cuyo lado ya habíamos pasado muchas veces, tanto el pasado año como este. La misma tiene un pedestal con columnas entre las que se han colocado unos azulejos con motivos religiosos.


Desde el sur del pueblo anduvimos hasta la esquina sureste para buscar la quinta fuente, que está junto a la puerta de la casa donde estuvimos alojados en junio de 2016, la primera vez que estuve en Cazalla (aquella visita dio lugar al tercer post de este blog). Se trata de la Fuente del Chorrillo, que está adosada a una alberca y que se encuentra ubicada en El Azahín, el antiguo barrio morisco de la población.


Curiosamente, no muy lejos de la anterior fuente hay otra, llamada Fuente de la Huerta del Chorrillo, que no forma parte de la ruta, pero que yo ya conocía de nuestra estancia de 2016.


La sexta es la Fuente de la Recacha y está en el extremo este del pueblo. Me llamó la atención el hecho de que las fuentes están situadas en los límites de Cazalla, junto a los caminos que salen en todas las direcciones (en este caso el manantial está ya a unos 100 metros de la últimas casas). Esta, en concreto, la estaban usando unos lugareños para llenar garrafas, por lo que no le hice la foto directamente al caño.


Siguiendo el contorno urbano hacia el norte está cerca la Fuente del Pocito, probablemente la menos atractiva de todas, ya que se ha quedado encajonada entre dos muros al final de una especie de callejón sin salida.


Para buscar la octava fuente nos adentramos de nuevo en el pueblo por la Calle Matadero y recorrimos la parte más interesante de la ruta, que nos llevó a la zona norte del centro. Allí, a la espalda del Convento Madre de Dios, cerca de la travesía de la población, está la Fuente de las Monjas.



A esas alturas el calor empezaba a apretar, la ruta completa mide unos 4 kilómetros y se hace en un par de horas, pero no habíamos madrugado demasiado y el mediodía nos cogió en la Fuente del Cañito, la novena del recorrido. Para llegar a ella atravesamos el Barrio Nuevo, que es el que está al oeste del pueblo. No muy lejos, en la Plaza de la Fuente Nueva, hay una bomba manual para la extracción del agua del pozo adonde va la sobrante de la Fuente del Cañito. La misma no es potable, pero sí es perfecta para refrescarse, que es lo que nosotros hicimos.


Nuestra rutilla tocaba a su fin, pero aún nos quedaba la visita al Parque del Judío para localizar la fuente que hay en él, que tiene dos salidas. La que está más arriba se llama Fuente del Judío a secas y la otra es la Fuente del Judío Bajo.



Como ha quedado patente, recorrimos el pueblo entero explorando todos sus confines, la ruta es una manera muy buena de conocer el entramado de calles de Cazalla.  

Para acabar, voy a cerrar el post con unas palabras similares a las que escribí justo hace un año. Entonces, tras mí segunda visita estival a Cazalla de la Sierra dije que mi objetivo era volver en otoño o invierno. Tras la tercera, que también ha sido en verano, me voy con una idea bastante más profunda de como es la población, pero mantengo el propósito de regresar en otras estaciones más apropiadas para ver un pueblo de sierra.


Reto Viajero MUNICIPIOS DE ANDALUCÍA
Visitado CAZALLA DE LA SIERRA.
En 2016 (primera visita), % de Municipios ya visitados en la Provincia de Sevilla: 60% (hoy día 62'9%).
En 2016 (primera visita), % de Municipios de Andalucía ya Visitados: 18'8% (hoy día 19'9%).