17 de junio de 2020

BARRIO DE TRIANA DE SEVILLA 2020

El sevillano barrio de Triana es uno de los 16 entes andaluces que se encuentran en mi lista de monumentos o conjuntos monumentales españoles que son de visita obligatoria. Yo en este blog ya he hecho alguna referencia a Triana, pero aún no le había dedicado ningún post monográfico y hacerlo es preceptivo, dado que voy a redactar al menos uno sobre cada una de las 100 maravillas que están incluidas en esa citada lista. Hasta la fecha, de ella he visitado 42 y he escrito acerca de nueve. Triana será la décima con artículo.


Triana es un barrio cuya fama ha traspasado fronteras. De hecho, la revista de viajes Traveler publicó en 2014 un reportaje sobre los 19 barrios españoles más bonitos y Triana estaba en él. También lo he visto citado en otros listados, porque tiene un atractivo innegable. Forma parte de Sevilla, pero tiene una idiosincrasia propia, debido a que siempre estuvo separado por una de las fronteras más claras que puedan existir: un río. En efecto, durante siglos Triana fue un asentamiento extramuros que se erigía en solitario en la orilla oeste del Río Guadalquivir. El resto de la ciudad quedaba en la orilla opuesta. Hoy día ya comparte su margen del río con la barriada de Los Remedios, con la de Tablada y con los terrenos en los que se montó la Expo'92, pero sus límites siguen estando bien definidos. Triana es como una ciudad dentro de la ciudad, lo que hace que no sea raro escuchar a los trianeros de pura cepa decir que van a Sevilla cuando, en realidad, simplemente van a cruzar el Puente de Isabel II.


Yo no soy trianero ni de lejos. Sin embargo, viví durante casi doce años en Los Remedios, el mencionado barrio vecino. Eso no significa gran cosa, porque los dos son como el agua y el aceite, pero al menos puedo decir que nunca he estado muy lejos de Triana. Previamente, durante tres años fui integrante de un grupo scout, el Híspalis 136, que tenía su sede en la Calle Betis, adonde iba cada semana. También, como conté de manera profusa en el post dedicado a Sevilla que escribí en marzo de 2018, en Semana Santa salgo de nazareno desde 1994 en La Estrella, una de las hermandes trianeras por excelencia. Además, mi suegra sí creció en Triana, la abuela paterna de María vivió allí cerca de 30 años, una prima hermana suya vive en López de Gomara, otra tiene un bar en la Calle Procurador llamado Sala El Cachorro, adonde he ido mil veces, y, para rematar, mis dos hijas nacieron en una clínica que está en plena Calle San Jacinto. Su toma de contacto con el mundo, por tanto, tuvo lugar en el corazón del barrio.

Lo cierto es que cualquier sevillano acaba teniendo mil historias que contar relacionadas con Triana, puesto que atrae como un imán. Yo, aparte de lo comentado, he tapeado allí, he ido a restaurantes, he paseado, he salido de fiesta, he corrido carreras, he ido al dentista, he impartido clase particulares, he ido al fisioterapeuta, he asistido a una boda, he jugado al fútbol, he ido a casa de amigos que vivían en el barrio,... Los trianeros llevan a gala su origen y lo proclaman a los cuatro vientos, lo que hace que sepa, sin ningún género de dudas, que he conocido a decenas de ellos en mi vida.

En definitiva, podría decir mil cosas sobre Triana, pero se me había metido en la cabeza que fuera una actividad de Ispavilia lo que me diera pie a escribir este post, por lo que voy a centrar el mismo en lo que he visto del barrio en el marco de la ruta turística que hice el viernes por la noche con esa empresa sevillana, de la que ya he hablado otras veces y que se dedica a enseñar la ciudad desde los más variados enfoques.


El turismo ha sido uno de los sectores más golpeados por la pandemia que estamos viviendo e Ispavilia no ha sido ajena a ese hecho. No obstante, el negocio de Jesús Pozuelo se nutre de sevillanos que están deseosos de profundizar en el conocimiento de su ciudad, más que de foráneos. Por esto, Jesús, tras haber tenido la empresa parada tres meses, la ha reactivado en cuanto ha sido legalmente posible. Durante la fase 1 y 2 de la desescalada no se podían organizar rutas turísticas, pero en la tercera, con grupos reducidos para que la gente se pueda mantener alejada, sí.


Yo no pensaba hacer ahora una las rutas de Ispavilia, pero cuando vi por casualidad que la del viernes era por Triana no me pude resistir: se lo dije a mi madre, que ha sufrido mucho a causa del aislamiento provocado por la COVID-19 y está necesitada de salir, y nos fuimos juntos para el mítico barrio, dispuestos a echar un buen rato.


Como se puede ver en el plano, Triana tiene unas lindes claras, pero es un barrio muy grande (el mapa coloca mal el nombre de Los Remedios, que es el trozo de ciudad que está entre Triana y Tablada). Por el oeste, el límite trianero es el actual verdadero trazado del Río Guadalquivir, mientras que por el este la separación con el resto de Sevilla la marca el antiguo cauce de este río, que desde 1951 es una dársena. En la imagen inferior se aprecia perfectamente como ha sido la evolución del lecho del Guadalquivir a lo largo de la historia.


La infografía está extraída de una página web que mantienen los integrantes de una caseta de la Feria de Abril llamada El Sitio, y que está dedicada a la propia Feria y a Sevilla en general. En los croquis se ve como en 1926 se eliminaron los grandes meandros que tenía el río de manera natural y que, por favorecer la deposición de sedimentos, dificultaban cada vez más la navegación. Luego, en 1951 se creó la Corta de la Vega de Triana y se cegó un trozo del Guadalquivir, al crearse un gran tapón en la zona conocida como Chapina, que hoy ya no existe. Paralelamente se creó una esclusa al sur de la ciudad, de manera que el río a la altura del casco histórico hispalense se convirtió en una especie de lago cerrado. De esa forma, sin vaciar el lecho dejaron de producirse las inundaciones que anualmente tenían efectos devastadores. Años después, de cara a la celebración de la exposición universal de 1992, el tapón se llevó hasta San Jerónimo y el cauce del Guadalquivir se modificó de nuevo para que no quedara ni un meandro. Así es como está hoy día. El resultado de todos esos cambios para Triana ha sido que ha pasado de tener agua por delante a tenerla por delante y también por detrás. Su parte mítica, sin embargo, sigue siendo la que se asoma al antiguo trazado del río. En ese sentido, la Calle Betis, que ejerce de fachada del barrio, no ha perdido ni un ápice de su encanto. Nosotros el viernes nos adentramos en Triana caminando por ella, dado que el punto de partida de la ruta estaba fijado en la Plaza del Altozano, que se encuentra en uno de sus extremos.


El Altozano es la plaza que ejerce de punto neurálgico de la Triana más clásica. Era, por tanto, el lugar perfecto para comenzar la ruta de Ispavilia. Allí, a los pies del Monumento Triana al Arte Flamenco, nos vimos con Jesús Pozuelo y con otras 16 personas.


Es imposible reproducir en un solo post todo lo que nos contó Jesús sobre Triana. Él es una enciclopedia andante especializada en Sevilla, pero encima resulta que es trianero de cuna y la relación de su familia con el barrio se pierde en la noche de los tiempos. Quedó patente que estaba en su patria chica, porque en dos horas y media de recorrido saludó familiarmente a cuatro personas con las que nos cruzamos. También pasamos junto al lugar donde, por lo visto, vive su madre, y nos enteramos de cual es su casa actual, entre otros datos personales que fue contando. Era, sin duda, la persona perfecta para ilustrarnos en esta ruta. 

Como dije al principio, Triana es una ciudad dentro de la ciudad. Al estar separada del resto de Sevilla, siempre fue un arrabal que estaba al margen de los controles más férreos. En él se bebió alcohol incluso en época de los musulmanes, era el barrio de los marineros, que suelen desembarcar con ganas de jarana, allí es donde se juntaron los alfareros y los ceramistas, dos gremios incómodos en las ciudades, puesto que usaban hornos y generaban humo (de ello nos habló Jesús frente a la puerta del Centro de Cerámica Triana, sito en la Calle Callao), y también era el territorio de los cantaores y los bailaores flamencos, que están muy ligados al pueblo gitano (de cante, toque y baile nos contó cosas junto al Monumento a los Alfareros, Ceramistas y al Cante por Soleá, que está en el otro extremo de la Calle Callao, junto a la desembocadura del pintoresco Callejón de la Inquisición). 


Ese carácter popular, tradicional pero algo outsider, y un poco dado a la parranda, Triana no lo ha perdido del todo. 

Por lo que se refiere al citado Callejón de la Inquisición, el mismo se llama así porque se encuentra junto al Castillo de San Jorge, una pequeña fortaleza que fue sede de la Inquisición durante 145 años. Por el callejón bajamos al Paseo de Nuestra Señora de la O, que bordea el río a su nivel como una especie de paseo marítimo.


Andando por él llegamos hasta los pies del Puente de Isabel II, conocido como Puente de Triana. Hasta 1171, Triana y Sevilla solo estuvieron unidos por barcazas. Ese año se construyó un puente de barcas que ya permitió pasar a pie de una orilla a otra, pero hasta 1852, cuando se acabó de construir el Puente de Isabel II, no existía ninguna estructura estable que uniera ambos lados.



Una de las cosas que aprendí durante la ruta fue que el puente trianero, el primero firme que tuvo Sevilla, estuvo a punto de desaparecer en los años 60 del siglo XX, dado que en su día no se había proyectado para soportar tráfico rodado y estaba muy deteriorado. Finalmente se salvó de milagro, gracias a un proyecto mediante el cual se le colocó encima un tablero que no se sujeta sobre los arcos y los aros que conforman su inconfundible estética y que lo sustentaban hasta entonces, sino que está aguantado por una serie de elementos más resistentes al peso. En otras palabras, se colocó un puente invisible encima del ya existente. Nunca me había percatado de eso, pero desde nuestra posición lo vi con total claridad.


Tras abandonar el borde del río y sus mosquitos nuestro recorrido continuó por la Calle Pureza, que discurre paralela a la Calle Betis y que es otra de las imprescindibles del barrio. En ella está la Capilla de los Marineros, delante de la cual escuchamos más historias interesantes, y también la Antigua Universidad de Mareantes, en cuya puerta hicimos una nueva parada. 


Caminando por Pureza llegamos hasta la Iglesia de Santa Ana y tras bordearla arribamos a la Plazuela de Santa Ana. Esta es una de las partes más bonitas del barrio. La mencionada iglesia es digna de ser vista, a tenor de lo que nos contó Jesús.


La ruta acabó en la Calle Betis. Como he dicho, Triana es muy grande y nosotros solo nos movimos por el sector cercano al cauce del antiguo Guadalquivir (y solo por la mitad sur). Hay aún mil cosas pendientes de ver, pero no estuvo mal como toma de contacto con el barrio, ya que, aunque ha conservado su idiosincrasia, esa es la parte más selecta.


Adelanté antes que en Triana gusta bastante la farra. En efecto, en Sevilla cualquier excusa es buena para darse un homenaje, pero en Triana ese carácter está reconcentrado. En consecuencia, sus bares son muy afamados por su ambiente popular y por su animación. El gusto por el cerveceo, el tapeo, y lo que surja, ha hecho que en Triana no solo haya tascas y baretos. También se pueden tomar tapas selectas e incluso hay buenos restaurantes. 

Con este post estoy rompiendo el hielo con el barrio de Triana, en el futuro elegiré momentos especiales para ir desgranando cuales son sus enclaves más señalados, lo mismo que vengo haciendo desde 2016 con la propia ciudad de Sevilla. Ya tendré, por tanto, ocasión de hablar de muchos otros lugares, pero no quería cerrar este artículo sin hacer referencia a algún negocio de restauración, precisamente por el hecho comentado de que Triana no puede ser entendida sin sus bares. Por ello, le propuse a María y a las niñas que fuéramos, al día siguiente de realizar la ruta, a cenar a algún sitio trianero chulo. 

La pandemia ha complicado lo del tapeo, pero aún así pude reservar en el Restaurante Bicho Malo para el sábado por la noche. Para llegar a él recorrimos la Calle Castilla, una de las principales arterias de la parte norte de Triana. Desde el Altozano hacia el sur, las columnas vertebrales de la Triana que está cerca del río son Betis y Pureza, mientras que del Altozano al norte ese papel lo juegan Alfarería y Castilla. La Calle Castilla en ese sentido es como la Calle Betis, pero no se asoma al Guadalquivir, porque en su lado este tiene una hilera de casas.


Más allá de esa hilera de casas, al nivel del agua, está el Paseo de Nuestra Señora de la O del que hablé arriba. La Calle Castilla acaba en el extremo norte de Triana, pero curiosamente, pese a lo que acabo de decir en el párrafo anterior, por el sur no llega hasta el Altozano, sino que poco antes hace una pequeña revuelta que tiene dos denominaciones diferentes: Callao y San Jorge. En el pequeño trocito llamado Callao está Bicho Malo y también la salida trasera del Mercado de Triana.


El Mercado de Triana se levanta sobre una parte de los restos del antiguo Castillo de San Jorge (la otra parte de estos se muestran como un museo). Nosotros, como íbamos con tiempo entramos en el Mercado para echarle un vistazo. No cabe duda de que se merece una visita más detallada, ya que no solo tiene puestos de verduras, frutas, carnes y pescados, sino que también tiene en su interior un montón de sitios originales para comer.


Con respecto al Restaurante Bicho Malo, con independencia de su simpático nombre tengo que decir que hacía mucho tiempo que un sitio no me gustaba tanto. Para empezar, el trato fue exquisito y, aparte, el emplazamiento me pareció una delicia, porque nos sentaron fuera y esa acera de la Calle Callao resultó ser muy agradable para cenar.



Sin embargo, en un restaurante lo que cuenta es la comida y en la carta de Bicho Malo me encontré con un montón de tapas deliciosas, algunas eran tradicionales y otras más modernas, pero en cualquier caso eran variadas y destacaron por su relación calidad-cantidad-precio. Las patatas bravas que pedimos, sin ir más lejos, están el el podio de las mejores que he tomado en mi vida.


También me encantó la tapa de arroz negro de sepia.


En definitiva, a lo largo de mi vida son muchos los bares a los que he ido en Triana. Algunos ya no existen, pero otros sí. Entre estos últimos, los hay que son más nuevos (Bicho Malo abrió sus puertas en 2016) y los hay que destilan solera por cada rincón. En el futuro los iré desgranando todos.



Reto Viajero MONUMENTOS DESTACADOS DE ESPAÑA
Visitado BARRIO DE TRIANA DE SEVILLA.
En 1988 (primera visita consciente), % de Monumentos Destacados de España visitados en Andalucía: 6'2% (hoy día 75%).
En 1988 (primera visita consciente), % de Monumentos Destacados de España visitados: 7% (hoy día 42%).


12 de junio de 2020

PUNTA UMBRÍA 2020

La parte dura del periodo de cuarentena, declarado el pasado 15 de marzo para luchar contra la epidemia de COVID-19 que aún nos está azotando, se extendió hasta el 11 de mayo. Un día después empezó en la provincia de Sevilla el desconfinamiento progresivo, que ha sido dividido en fases. En ellas, las restricciones están siendo eliminadas progresivamente. La fase 1 duró hasta el 24 de mayo y el 25 empezó la 2, que ha acabado el domingo 7 de junio. El lunes 8 de junio hemos entrado en Andalucía en la fase 3 de la desescalada, que es la que todavía se mantiene.

La crisis sanitaria que estamos sufriendo no está dejando a nadie indiferente. Pocas cosas recuerdo que hayan afectado a tanta gente. Nadie en el mundo se ha podido mantener ajeno a la pandemia. A nivel mundial, no obstante, está habiendo diferencias a la hora de encarar el bache. En España no, toda la población del país está en el mismo saco, cosa que no ocurría desde hace décadas. Casi todos nos hemos pegado 57 días metidos en casa y eso ha provocado un torrente de sensaciones que, dado el desarrollo actual de las comunicaciones, ha sido retransmitido a través de múltiples vías. Hemos vivido, y estamos aún viviendo, un acontecimiento que entrará en los libros de historia igual que las guerras o las epidemias medievales.

Desde el punto de vista personal, nosotros no hemos estado mal. María y yo encaramos la cuarentena con cuatro trabajos y hemos salido de ella con uno, pero lo cierto es que dos de los que se han quedado por el camino eran temporales. La COVID-19 solo adelantó unas semanas su final. Lo del otro trabajo de María sí ha sido más jodido, pero tampoco va a llegar la sangre al río. En cuanto a mí, ha quedado reflejado en este blog que, tras quedarme a finales de diciembre de 2018 sin mi ocupación de los últimos siete años, en febrero de 2019 empecé a trabajar tres o cuatro días semanales en un negocio turístico. Ese ha sido mi único curro durante 2019. Desde 2018, además, estaba estudiando para presentarme a un examen de oposición que me permitiera entrar en la Universidad de Sevilla. En noviembre me examiné por fin y desde entonces hasta el 2 de enero de 2020 me dediqué tan solo a trabajar en la tienda mientras esperaba las notas. Ese 2 de enero, sin embargo, recibí una providencial llamada de la Universidad que no estaba directamente relacionada con el examen que había hecho: resulta que en 2010 ya me había examinado para el mismo puesto que el de la prueba de noviembre, aprobé y entré en bolsa, pero quedé en el penúltimo lugar. La vida continuó y casi había olvidado esa situación. El día 2 llegó mi turno en esa bolsa y de forma totalmente inesperada me llamaron para una sustitución en una de las bibliotecas de la US. Cuando comenzó el estado de alarma todavía no había dejado el trabajo en el negocio de bicis, iba allí los fines de semana y trabajaba en la biblioteca de lunes a viernes. Con el confinamiento hubo que cerrar la tienda y en ese momento pasé a ser ex-trabajador de Bici4city. Por fortuna, sigo en la biblioteca universitaria... y que dure. 

Todo esto en principio no viene a cuento, pero me apetecía recalcar que la cuarentena lapasar  hemos llevado bien. A pesar de los vaivenes, hemos estado los cuatro en casa aprovechando para tiempo juntos tras un año de mucho trajín, y eso al final ha sido positivo. Pese a esto, hemos permanecido en stand by y teníamos muchas ganas de hacer planes que fueran divertidos. Por ello, yo me he pegado el confinamiento diciendo que en cuanto nos dejaran nos íbamos a ir a pasar el día a la playa. Durante las fases 1 y 2 eso no ha sido posible, pero en la 3 ya está permitido, de manera que al poco de estrenar la nueva etapa hemos cogido el coche y hemos atravesado por primera vez en medio año el limite de la provincia de Sevilla, camino de la costa de Huelva. Nuestro destino ha sido Punta Umbría.


Punta Umbría es un municipio de la provincia de Huelva que se asoma al Océano Atlántico y que consta de tres núcleos de población. El más importante, con diferencia, es la capital municipal. La ubicación de la misma explica por qué lleva la palabra punta en su nombre.


Como se puede ver en la imagen, la ubicación de Punta Umbría hace que esté rodeada de bonitos parajes. Es verdad que en la parte que da a la ría lo que se ve a lo lejos es el Polo Químico de Huelva, pero está suficientemente alejado como para que no se rompa el encanto.


Por el otro lado, la playa que da al Atlántico es sensacional y por el este, más allá del pueblo, solo hay pinos. En general, la costa onubense es una maravilla natural que ha sido respetada en un alto grado. En todos los municipios que dan al mar se han desarrollado, hasta cierto punto, las infraestructuras turísticas, pero por suerte los parajes naturales se han respetado bastante desde la desembocadura del Guadalquivir hasta la frontera con Portugal.

Yo ya había estado en Punta Umbría dos veces. En mi segunda visita eché con María una bonita jornada en la primavera de 2007. Más intensa fue, de todas formas, mi estancia de 1996, ya que fui con 18 años a disfrutar de un fin de semana veraniego con cuatro amigos. 


De esta visita recuerdo que lo pasamos muy bien (en la foto superior yo soy el de la izquierda). Para mí sorpresa, el lugar donde nos alojamos de manera increiblemente improvisada (eran otros tiempos, supongo), sigue casi igual de aspecto después de 24 años.


Recuerdo a la perfección que nosotros dormimos en la habitación cuya reja azul está más cerca en la foto. Entrábamos en el edificio por la puerta que se ve en el centro. El ventanuco que está a su izquierda era el de nuestro baño. Sin embargo, ahora por ningún lado pone que Oliver sea una pensión, en la actualidad es un chiringuito, aunque su nombre no ha cambiado. Ignoro si se sigue pudiendo dormir ahí (yo no vi ninguna indicación) y tampoco puedo recordar si en 1996 ya era un bar restaurante. Lo que sí recuerdo es que aquel viernes del mes de julio mis cuatro amigos y yo llegamos allí preguntando por un sitio donde pernoctar y accedieron a darnos cobijo, sin formalismos de ningún tipo, en la comentada habitación, donde solo había tres camas (yo me acosté en el suelo junto a la puerta del baño). La ubicación del alojamiento, como se puede ver en la foto, era inmejorable. El otro día me topé con el lugar por casualidad y me hizo ilusión.

Volviendo a la realidad actual, hay que decir que, dado su carácter y su ubicación, Punta Umbría se ha convertido en el destino veraniego de miles de personas. Al estar más lejos de Sevilla que otras playas el número de sevillanos se reduce, pero en cambio para los onubenses es un destino primordial. Sin embargo, la Playa de Punta Umbría en muy extensa y eso hace que la sensación de masificación se mitigue. El crecimiento del casco urbano, además, ha sido controlado, porque los bloques de diez pisos que hay en la localidad son monstruosos, pero no están junto al mar y se encuentran ordenados y separados los unos de los otros, por lo que no resultan atosigantes.



En Punta Umbría cerca de la costa predominan las casas unifamiliares con jardines independientes. Por otro lado, en el centro no hay apenas rastro de edificaciones antiguas, pero no han caído en el error de construir pisos. En lineas generales se ha guardado una cierta armonía con la naturaleza.


En cualquier caso, podría parecer que dejarse caer por Punta Umbría en los albores del verano es como meterse en la boca del lobo, pero pese a esto yo me empeñé en ir, porque sabía que dos días después de que empezara la fase 3 y siendo miércoles no iba a encontrarme con grandes multitudes. Acerté. 

Tengo que decir que la pandemia que estamos padeciendo ha sido una catástrofe para mucha gente. Yo tampoco me he librado de sus efectos, como ha quedado explicado arriba, pero eso no significa que la situación no haya traído cosas buenas. Incluso la más oscura de las sombras nocturnas puede a veces ser iluminada por la luz de la luna. Poder ver Punta Umbría en total calma con clima veraniego ha sido uno de esos rayos de luz. De no ser por las excepcionales circunstancias en las que estamos inmersos yo no habría podido estar allí un día entre semana de junio (ya me he reincorporado al trabajo, pero no tengo que ir todos los días).

En efecto, lo que vi en Punta Umbría fue muy reconfortante. Para empezar, dado que estamos hablando de una población de 15.000 habitantes, no nos encontramos allí con el típico ambiente decadente que pueden llegar a tener algunos núcleos turísticos cuando vas fuera de temporada. Además, se veían por todas partes detalles que demostraban que el sector turístico estaba saliendo del letargo, de cara a intentar aprovechar la temporada de verano, aunque fuera empezando tarde: los parkímetros estaban listos de cara a ser activados el 21 de junio, vi alojamientos que estaban siendo adecentados, y la mayoría de los negocios de restauración ya estaban funcionando y preparados para dar servicio a más clientes. Aún así, era evidente que el pueblo apenas estaba arrancando la temporada estival, dado que junto a la playa había aparcamientos por doquier, que la tranquilidad era la nota predominante, que se veía que la mayoría de las viviendas estaban vacías y, por último, que fue posible comer y cenar en plan relajado en lugares que estoy seguro que otros años en junio han estado a tope.

Tanto nos gustó el ambiente al llegar que, a pesar de que íbamos con la idea de regresar por la noche, decidimos buscar sobre la marcha un sitio donde pernoctar. Realmente fue María la promotora de la idea. Íbamos con lo puesto y, además, solo teníamos las mudas de playa, pero tanto Julia y Ana, como yo, nos dejamos convencer rápido. Necesitábamos, eso sí, un alojamiento barato donde instalarnos, pero por suerte apareció rápido lo que buscábamos: en el Hostal Patio Andaluz encontramos una habitación para los cuatro por 80 euros. El hostal estaba céntrico y luego resultó que estaba muy limpio y reformado. No se puede pedir más.


Una vez solucionado el tema del alojamiento nos dispusimos a disfrutar de la playa a tope. El miércoles nos comimos un bocata en la arena y estuvimos allí desde el final de la mañana hasta media tarde. Al día siguiente nos fuimos para el mismo lugar a mitad de mañana y no nos movimos hasta la hora de comer. Hacía viento y eso hizo que no me bañara, porque el aire redujo la sensación de calor, pero eso también tuvo su lado positivo. Yo estuve en la gloria.


El miércoles por la tarde tras abandonar la playa nos fuimos al hostal, y después de ducharnos (y de ponernos la ropa de la mañana, lo reconozco), nos fuimos a dar un paseo. El Hostal Patio Andaluz está en la Calle Falucho, que es una bocacalle de la Calle Ancha, la más emblemática de Punta Umbría.


Realmente desconozco por qué la Calle Ancha tiene ese nombre, porque es más larga que ancha, pero lo que sí se es que estaba muy animada. En la siguiente foto he tenido cuidado de no sacar a nadie en primer plano, pero lo cierto es que la artería principal puntaumbrieña estaba llena de gente autóctona paseando.


Tras recorrer gran parte de la Calle Ancha nos volvimos bordeando la ría y anduvimos tanto que llegamos hasta el lugar donde se acaba el pueblo, cerca de la punta de la península donde se asienta. En Punta Umbría el paseo marítimo no está por el lado de la gran playa que da al océano, donde lo que llegan hasta la arena son los jardines de las casas que están en primera línea.


En Punta Umbría el paseo marítimo bordea el pequeño arenal que da al puerto y a la ría. En efecto, por ese lado sí se puede andar en paralelo al mar, aunque el trayecto está dividido en varios tramos: al principio se camina por la acera de la Avenida de la Ría, luego esta se convierte en el Paseo de Pascasio, una vez que se deja atrás la zona del muelle pesquero y del puerto deportivo, y al llegar a la amplia Plaza Pérez Pastor ese paseo se convierte en la Calle Almirante Pérez de Guzman, que al ser peatonal sigue ejerciendo realmente de paseo marítimo.



Al igual que la Calle Ancha, la zona para pasear junto al mar y la estrecha lengua de arena que la separa del agua estaban llenos de personas que disfrutaban de la maravillosa tarde. Las medidas de distanciamiento social funcionaban solo a veces. Es verdad que la provincia de Huelva es la tercera menos castigada de España por la pandemia, es normal que allí la preocupación sea menor, pero vi algún caso flagrante (el peor, el de los jóvenes que se estaban dedicando a fumar en grupo de la misma cachimba). Es lo que hay.

Pese a todo, el ambiente era bueno. No había miedo en la gente, eso era evidente, pero por lo general se guardaban las formas. Nosotros tras estirar las piernas volvimos a la Calle Ancha y elegimos uno de los muchos sitios para cenar que vimos. Había numerosos veladores con mesas y elegimos el de la Pizzería Il Marinelo. No era tarde y fuimos los primeros en sentarnos. Sin embargo, al irnos el restaurante ya estaba hasta los topes. No me extraña, porque estuvimos muy a gusto y comimos de lujo. María y yo compartimos una pizza muy original (llevaba anchoas, gambas y atún) y el tomate con mozzarella que también pedimos estaba soberbio.

 

Las niñas optaron por unos ravioli con salsa boloñesa y ambas se fueron más que satisfechas. Los camareros fueron muy amables y escrupulosos a la hora de mantener las medidas de seguridad exigibles. Fue un buen rato en familia.


Después de cenar no faltó el pertinente helado. La oferta también era amplia en la Calle Ancha, pero por recomendación del camarero de Il Marinelo nos decidimos por la heladería que estaba enfrente, llamada Porto Bello.

No fue este el único homenaje culinario que nos dimos durante nuestra estancia en Punta Umbría, porque en mi lista de cosas que quería hacer para desquitarme de los días de confinamiento estaba incluida la comida en un chiringuito. En consecuencia, el domingo reservé en el Chiringuito El Loro y encargué una paella mixta.




Fue otro acierto. Para empezar pedimos una ración de gamba blanca autóctona que estuvo muy bien servida. También tomamos un tomate con melva. El chiringuito no se llenó, pero tampoco se quedó vacío. Eso hizo que la comida fuera una gozada.


En definitiva, me fui de Punta Umbría habiéndome quitado por completo el mal sabor de boca de las semanas de confinamiento. La escapada fue una bocanada de aire fresco, un pequeño recordatorio de que, pese al golpetazo del virus y a la precaución que habrá que tener aún durante bastante tiempo, todavía nos quedan por delante muchísimos buenos ratos.


Reto Viajero MUNICIPIOS DE ANDALUCÍA
Visitado PUNTA UMBRÍA.
En 1996 (primera visita), % de Municipios ya visitados en la Provincia de Huelva: 5% (hoy día, confirmada ya esta visita en 2007, 30'4%).
En 1996 (primera visita), % de Municipios de Andalucía ya visitados: 2'5% (hoy día, confirmada ya esta visita en 2007, 20'6%).


5 de junio de 2020

RIBERA DEL GUADAIRA 2020

Seguramente no hay nadie en España, ni tampoco en el mundo, que sea ajeno a las circunstancias en las que nos hemos visto envueltos en los últimos meses. En concreto, en nuestro país todo quedó en stand by el pasado 15 de marzo, cuando se declaró el estado de alarma para luchar contra la COVID-19, el virus que parece que surgió en China y que se ha extendido por el planeta. Ese 15 de marzo, con el estado de alarma comenzó un periodo de confinamiento obligatorio, que nos ha tenido casi sin salir un total de 57 días. No todos han estado tan encerrados, porque ciertos servicios han continuado funcionando (los sanitarios y los que se dedican a proveer de alimentos a la gente, por ejemplo), pero el grueso de la población se ha pegado semanas en casa. María y yo hemos sido de los que no podíamos cruzar la puerta de la calle para nada que no fuera esencial.

Lejos queda, por tanto, el día en el que escribí el último post en este blog. Dado que el mismo está dedicado a mis experiencias viajeras y a mi actividad atlética, desde el mismo momento en el que nos tuvimos que confinar dejé de poder plasmar algo en él, ya que han estado terminantemente prohibidos los desplazamientos y también hacer deporte fuera de casa (por supuesto, no ha habido carreras de ningún tipo). En la primera fase de la cuarentena, que en Sevilla duró desde el 15 de marzo hasta el 11 de mayo, estaba prohibido salir a la calle salvo para ir a comprar comida, ir a la farmacia, y cosas así. Mi blog, al igual que tantas cosas, durante ese periodo ha estado sin actividad alguna.

El 11 de mayo comenzó la desescalada. Gracias al confinamiento el número de contagios y la cantidad de fallecidos por COVID-19 empezó a descender y se comenzaron a levantar poco a poco las restricciones. Así pues, se decretaron unas fases de desconfinamiento, cuya periodización está siendo diferente según el lugar de España que sea, debido a que no todos los sitios han sufrido por igual el impacto del virus. A día de hoy, en Sevilla estamos a punto de acabar la fase 2, pero en Madrid, por ejemplo, aún están en la 1. En la primera fase ya se puede pisar la calle para algo más que para ir a por comida, pero con muchas limitaciones (ni siquiera está permitido atravesar la linde del propio municipio). En la segunda, que en Sevilla comenzó el 25 de mayo, se avanza otro pasito, por lo que pasa a ser posible salir a cualquier hora y se amplia a la provincia el límite de la movilidad.

Dadas esas circunstancias, yo estaba loco por volver a inventar planes, he sido muy escrupuloso y he mantenido el confinamiento a rajatabla, pero quiero aprovechar los permisos hasta donde se pueda. Aun así, en las primeras jornadas de la fase 2 no había podido hacer nada reflejable en este blog, no tanto por las restricciones, sino más bien por motivos de organización, puesto que volví, en parte, al trabajo presencial el mismo 25 de mayo, y durante mis días libres era menester hacer cosas pendientes. Ya tenía pensado, sin embargo, cual iba a ser el primer plan compatible con la situación. Solo tenía que aparecer el hueco. Este surgió el pasado miércoles 3 de junio.


El caso es que las limitaciones para idear planes son enormes. Aún no se puede cambiar de provincia, no están abiertos los museos y no tiene sentido darse paseos por ningún pueblo en el que permanezcan cerrados los monumentos o la mayoría de los bares, por lo que tuve que rebuscar en mis listas para ver qué podía hacer que estuviera en ellas. Por fortuna, hay un monumento natural en la provincia de Sevilla del que todavía no había hablado, y que es fácilmente accesible desde casa: la Ribera del Guadaira.


El Río Guadaira es un afluente de 110 kilómetros del Río Guadalquivir, que nace en la provincia de Cádiz y que pasa por Alcalá de Guadaira, antes de su desembocadura. Lo más característico del tramo alcalareño es la abundancia de molinos harineros que jalonan el curso del río. 


La importancia de ese patrimonio cultural, así como del patrimonio natural que lo circunda, hicieron que en el año 2011 el trecho que pasa junto a Alcalá de Guadaira fuera declarado Monumento Natural. Mi reto es conocer todas las maravillas que en Andalucía han recibido esa distinción, por lo que esta se encuentra, como es lógico, en la lista. 

Hay que decir, no obstante, que yo ya había estado dos veces en las orillas del Río Guadaira. La primera vez fue en 1986, gracias a una excursión que hice con el colegio, de la cual guardo pocas cosas en mi memoria. La segunda tuvo lugar en 2014. De esta ocasión sí tengo más recuerdos, pero aun así, lo que hice en aquella visita fue ir de pícnic con un grupo de amigos y darme luego un paseo por la ribera del río. No tuve, realmente, pretensiones de explorar el monumento natural. 


Esta vez, sin embargo, sí quería sacarle el jugo al sitio, por lo que empecé por estudiarme previamente como estaba organizado lo que iba a ver y lo que contenía: el Monumento Natural Ribera del Guadaira está conformado por una lengua de 10 kilómetros de longitud, que incluye el lecho del río y su ribera inmediata. 


En ella hay doce molinos harineros, además de una serie de senderos. La margen izquierda del río es transitable en toda su extensión, pero por la derecha hay tramos por los que no se puede pasar. 


Los molinos están a ambos lados, aunque a todos se puede acceder desde la orilla izquierda, que es realmente por donde se transita, si se pretende ir del principio al final del sector declarado Monumento Natural

Nosotros elegimos el miércoles para hacer la rutilla, porque no iba a hacer mucho calor y, además, porque, dadas las circunstancias actuales, los otros impedimentos normales de los días entre semana no se daban: yo esa tarde no curraba, las niñas están sin colegio presencial desde el inicio del confinamiento y las tareas que tienen que hacer en casa las llevan incluso adelantadas, y María tuvo que dejar su trabajo durante la cuarentena, por lo que, pese a que se halla inmersa en el planteamiento de nuevos proyectos, no tiene problema en tomarse libre una mañana cualquiera. En consecuencia, en cuanto amanecimos el miércoles, nos preparamos y tiramos para Alcalá de Guadaira, adonde llegamos a eso de las 10'30 horas.

Para empezar, accedimos al monumento natural por la mitad del mismo, ya que dejamos el coche en el Recinto Ferial de Alcalá de Guadaira, que se encuentra a esa altura en la margen derecha del río. 


Desde allí nos acercamos al Guadaira y lo alcanzamos justo donde está el Molino de Benarosa y la casa del molinero, que tiene no muy lejos. En ese punto el azud del molino permite vadear el río y acceder a la margen izquierda, que, como he comentado, es la que cuenta con la mayor parte de los senderos protegidos.


En esta ocasión, el citado azud estaba seco y pudimos pasarlo por encima sin aventuras, pero recuerdo que en 2014, dado que fuimos a principios de mayo, un poco de agua aún rebosaba la pequeña presa.


El otro día, una vez que llegamos a la orilla izquierda decidimos tirar hacia el norte. El principio por ese lado lo conocía, pero a partir de un recodo que hace el Guadaira ya no sabía qué había, por lo que preferimos ir en esa dirección. El extremo sur del área protegida, por tanto, lo dejamos para la próxima.

En la parte que recorrimos los senderos están perfectamente habilitados. Nosotros intentamos ir cerca del cauce, por lo que en ocasiones abandonamos el camino estándar, pero en ningún momento tuvimos que meternos por lugares complicados.


Como he dicho, la zona preservada a lo largo de los 10 kilómetros incluye solo el cauce del río y su terreno inmediatamente aledaño. Hay un tramo, no obstante, en el que el espacio incluido en el monumento natural sí se ensancha un poco, para dar cabida a los Pinares de Oromana, un bosque de pinos del que se ha querido salvaguardar su riqueza botánica típica. Allí es donde estuvimos en 2014, disfrutando de nuestro picnic, por lo que esta vez no nos internamos en el pinar.


Conforme avanzamos fuimos viendo los diferentes molinos que forman parte del monumento. Tras el de Benarosa, el siguiente con el que nos encontramos fue el Molino de San Juan, que está en la orilla derecha y al que solo nos acercamos al final, ya que por su azud fue por donde cruzamos el río, camino del coche, al acabar nuestra ruta.


A continuación, de nuevo en nuestra orilla pasamos por debajo del arco del Molino de Oromana, que no se alimenta del agua del cauce del Guadaira, sino de un manantial que va a dar a él (de ahí que tenga un canal bajo el que se pasa).


Más adelante vimos el Molino del Algarrobo, que está justo antes del llamado Camino del Bosque, un tramo de 600 metros con abundante vegetación.


En la actualidad, todos los molinos están sin uso y permanecen cerrados (uno incluso estaba cegado, los demás tienen rejas y están vacíos, aunque se ve perfectamente que por dentro están rehabilitados).


Nosotros fuimos siguiendo siempre el camino más pegado al río, ignorando las bifurcaciones. El siguiente que vimos fue el Molino de la Tapada, que también se alimenta de un manantial cercano.


Hacia el norte, yendo por tierra, el monumento se compone, en realidad, de dos sectores, ya que en un momento dado se llega a un punto en el que hay que salir de la zona protegida y subir a la parte urbana de Alcalá, para sortear un puente que no se puede cruzar por debajo. 


Luego, en seguida se retoma el sendero, por el otro lado de la embocadura del puente, y se vuelve a la zona considerada Monumento Natural. Ese segundo tramo está más preparado y tiene pinta de parque urbano.



En ese sector se acerca uno bastante a los pies del Castillo de Alcalá.


Nosotros continuamos caminando, hasta que llegamos al Puente del Dragón, que es famoso por la originalidad de su forma. Este sí se puede atravesar por debajo, allí hay una agradable zona de hierba en la que nos paramos a comernos nuestra media mañana. 




Después del ratito de descanso, seguimos un poco más y vimos el Molino de Vadalejos. Aún era posible continuar, pero nosotros ya nos volvimos.



La ida y la vuelta nos llevaron unas dos horas y media. En total, recorrimos un tramo de unos 4 kilómetros y vimos seis molinos. La zona central del monumento natural la doy por explorada, queda pendiente, para el futuro, visitar sus extremos sur y norte.




Decir, por último, que me gustó el ambiente que me encontré. Dadas las circunstancias, iba con un poco de respeto. La tesitura en la que estamos inmersos es histórica, es un golpetazo de dimensiones brutales, que ha tenido lugar a escala mundial. No es ninguna broma y no sabía con lo que me iba a topar. Por fortuna, vi bastante gente, incluso familias, lo cual me quitó el miedo de que hacer algo de senderismo, en medio este trance, sea una excentricidad, pero, por otro lado, no vi tantas personas como para que la situación me causara rechazo, ya que no había visos de masificación y se mantuvieron las medidas de distanciamiento que son pertinentes.


Reto Viajero MARAVILLAS DE ANDALUCÍA
Visitado RIBERA DEL GUADAIRA.
En 1986 (primera visita), % de Maravillas de Andalucía visitadas en la Provincia de Sevilla: 12'5% (hoy día 62'5%).
En 1986 (primera visita), % de Maravillas de Andalucía visitadas: 2'4% (hoy día 35'5%).