31 de agosto de 2018

COPENHAGUE 2018

Todo el mundo asocia Copenhague con la escultura de La Sirenita, que fue inaugurada en 1913. Pese a esto, es muy normal leer que este monumento resulta decepcionante, por lo que se da la circunstancia de que el icono principal de la capital de Dinamarca acaba siendo un chasco para la mayoría. Este hecho hace que Copenhague sea un enigma, ya que no sabe uno si es que no vale nada (si su principal atracción es un churro, como será el resto...), si realmente La Sirenita y la ciudad no están tan mal o si lo que sucede es que la estatua hace de cortina de humo y no deja ver que detrás hay una población que merece la pena. Mi principal idea, cuando visité Copenhague la semana pasada, era comprobar cual de esas tres posibilidades es la más acertada.


Nosotros llegamos a Copenhague en tren, dispuestos a dedicar un día a conocer la ciudad lo mejor posible. Nuestro objetivo principal, como no, era ver La Sirenita, pero la estatua se encuentra en el extremo noreste del centro, y la Estación Central de Copenhague está en el extremo suroeste, por lo que convertimos la jornada en un periplo, en el que atravesamos andando el meollo de Copenhague, jalonando el largo paseo de varias paradas en los sitios que nos llamaron la atención, y convirtiendo La Sirenita en nuestro destino final. Luego, tras el pertinente rato viendo bien la mítica escultura, nos volvimos a la Estación en autobús.

La caminata nos sirvió para comprobar que Copenhague es una urbe con mayúsculas. Nosotros conocíamos ya otras poblaciones danesas, algunas más turísticas y otras menos, pero el centro de Copenhague no se parece al de ninguna otra ciudad de Dinamarca que yo haya visto. Sus calles están llenas de vida, en ellas hay cientos de turistas, pero los mismos se diluyen en el bullicio de una metrópoli en la que hay decenas de tiendas, bares y restaurantes por doquier, monumentos destacados, mucho mestizaje cultural, y también miles de daneses que vienen y van. En ese sentido, Copenhague, que formalmente no llega a los 600.000 habitantes, es una capital con todas las de la ley (su área metropolitana cuenta con unos dos millones de vecinos y engloba a otros municipios, cuyos límites están completamente diluidos, por lo que parece que Copenhague es más grande de lo que realmente es).

En nuestro caso, al llegar a Copenhague nos dirigimos en primer lugar a la Rådhuspladsen, el epicentro de la ciudad. Allí está el Ayuntamiento, un edificio de 1905 que resalta mucho gracias a lo grande y abierta que es la plaza.


Para mi sorpresa, la sede del Ayuntamiento estaba abierta y pudimos entrar a verla. En su interior la principal atracción es un complejo reloj astronómico que dicen que es una obra maestra de la relojería. También merece la pena subir a la torre, pero, por desgracia, tanto para hacerlo como para ver el reloj hay que realizar una visita guiada y nosotros no llegamos a tiempo de unirnos a ninguna. A cambio, pudimos deambular sin ningún tipo de traba por el interior del edificio, lo cual me resultó curioso, ya que poco menos que puede uno asomar la cabeza a los despachos donde están trabajando los funcionarios municipales. Lo que se ve, por otro lado, es muy bonito.


Como colofón a la visita nos paseamos por el patio interior, que estaba muy tranquilo, aunque vimos incluso a una pareja que se acababa de casar, rodeada de sus familiares.


Después de visitar el Rådhus y de atravesar la Rådhuspladsen tiramos por Strøget, una vía que se merece unas palabras, pese a que a simple vista no es diferente a una calle de tiendas del centro de cualquier gran ciudad.


Sin embargo, Strøget ostenta el título de calle peatonal más larga de Europa. Originalmente estaba abierta a los coches, pero en noviembre de 1962 el Ayuntamiento decidió cerrarla al tráfico durante las Navidades para facilitar el tránsito de peatones y al acabarse estas ya no la abrió más a los vehículos. Siempre que una calle se peatonaliza, sea donde sea, los comerciantes se echan a temblar y piensan que se van a arruinar, pero al final el mundo no se hunde: la actividad comercial en las vías peatonales es mayor y todos acaban alabando el cese del caos rodado. Yo lo he vivido en varios puntos de Sevilla, y por lo visto en Copenhague pasó igual, la idea fue controvertida al principio, pero en la actualidad la red peatonal del centro abarca ya unos 100.000 metros cuadrados y todos parecen estar encantados con ello. En cualquier caso, en lo que al título de calle peatonal más larga de Europa se refiere, en honor a la verdad hay que decir que Strøget son varias calles empalmadas (así cualquiera, ¿no?), es decir, que es un nombre común que se le da a cinco calles que unen, más o menos en línea recta, varias plazas importantes. La primera parte de Strøget se denomina realmente Frederiksberggade.

Nosotros, además, no recorrimos Strøget del tirón, sino que pronto tiramos por una bocacalle llamada Larsbjørnsstræde para ir a buscar la Vor Frue Kirke, la Catedral de Copenhague. Al separarnos de la arteria principal del centro en seguida notamos una notable disminución de la cantidad de gente.


Finalmente, recorriendo Studiestræde, que es paralela a Strøget, llegamos directos a la Vor Frue Kirke (o Iglesia de Nuestra Señora, si lo traducimos).


Como se puede observar en la foto, la Vor Frue Kirke no es especialmente atractiva por fuera, y por dentro, al ser una iglesia luterana, es también muy sobria.


Sin embargo, en ese templo quería entrar especialmente, porque en él se conservan dos estatuas originales de Bertel Thorvaldsen, uno de los más grandes escultores de los últimos cuatro siglos. Thorvaldsen era natural de Copenhague, y aunque vivió más de 30 años en Roma, creó su obra más aclamada para la Iglesia de Nuestra Señora. Esta fue levantada en 1829 en sustitución de la anterior Catedral de Copenhague, que había sido destruida en 1807. Thorvaldsen planificó un conjunto decorativo compuesto por trece estatuas de mármol que debían representar a Jesucristo y a los doce apóstoles. De ellas, fueron cinceladas por el propio escultor la de San Pablo y la de Jesucristo (llamada Christus Consolator), que es la que ha alcanzado más fama (las demás se deben a las manos de miembros de su taller, a partir de modelos suyos). Todas las imágenes estuvieron terminadas en 1838.



Al salir de la Vor Frue Kirke llegó el momento de ir a comer, para lo cual seguimos avanzando hasta desembocar en la Gammeltorv, la plaza más antigua de Copenhague.


Allí nos metimos en un Max, ya habíamos decidido con antelación que íbamos a comer en un fast food y no hubo escapatoria para mí, aunque yo me resistía a acabar en alguna de las hamburgueserías americanas de siempre. Por fortuna, encontramos un término medio en Max, que es similar a McDonald's, pero que es una cadena que no existe en España (es sueca).


Después de comer nos pusimos de nuevo en marcha con el objetivo de ir ya directos a ver La Sirenita. Para ello volvimos a enfilar Strøget y ya no la abandonamos hasta el final. El tramo de Strøget que parte de Gammeltorv se denomina Nygade y sigue estando repleto de tiendas.


Después, Strøget se llama sucesivamente Vimmelskaftet, Amagertorv y Østergade, nombre con el que desemboca en Kongens Nytorv, que estaba en obras. Esta plaza destaca por dos razones principales: en primer lugar porque es la más grande de la ciudad y, en segundo, porque de ella parte Nyhavn, una calle que es atravesada por un canal y que es protagonista de una de las estampas más clásicas de la capital de Dinamarca.


Nosotros recorrimos Nyhavn de principio a fin, bordeando el citado canal hasta su desembocadura. Antes, hicimos un pequeño alto para tomar un espectacular helado en Gelato Rajissimo.



Una vez que vimos el mar ya sabíamos que La Sirenita no debía andar lejos, pero aún nos quedaban algunos lugares interesantes por ver antes de llegar a ella. El primero fue Ofelia Plads, un espacio de reciente creación en el Puerto, que es realmente un muelle reconvertido en una explanada en la que hay varios chiringuitos con hamacas y food trucks. El sitio es agradable y sirve fundamentalmente para tomar el sol, es como un solarium colectivo, pero al llegar nosotros estaba cumpliendo una función extra, ya que en el tejado de la Ópera de Copenhague, que está enfrente, al otro lado del canal, estaba desarrollándose una prueba de las Red Bull Cliff Diving World Series. Esta prueba de saltos extremos la había visto en la tele, pero ni por asomo esperaba llegar nunca a presenciarla en vivo. Por lo visto, la competición está compuesta de siete pruebas y la de Copenhague era la antepenúltima de este 2018. Ver un buen número de saltos en directo fue realmente impresionante.





Nosotros vimos una parte de la prueba masculina, en la que participaron 14 saltadores. Por desgracia, no tenía ninguna información relativa a ellos y no pude distinguir quien saltaba en cada ocasión.

Pasado un rato, continuamos nuestro camino, bordeando los muelles hasta que llegamos y atravesamos Amaliehaven, un pequeño parque que hace de frontera entre el mar y el Palacio de Amalienborg, la residencia de la familia real danesa. La misma está compuesta por cuatro edificios independientes entre sí que dan a la Amalienborg Slotsplads, una plaza que permite percibir los palacetes como un conjunto unitario.


Gracias al Palacio de Amalienborg aprendí que en Dinamarca también existe una guardia real que tiene un aspecto similar a la británica (los daneses van de oscuro, pero se visten de rojo para las ocasiones especiales).


Tras dejar atrás Amalienborg Slotsplads enfilamos la larga Amaliegade, que nos dejó por fin en Langelinie, un sector del Puerto de Copenhague que está compuesto, entre otras cosas, por un parque y por un paseo, el cual bordea primero ese parque y luego el mar.


Una vez que el paseo de Langelinie ya se ha convertido en marítimo, junto a él, en la orilla, vimos por fin a La Sirenita.


Después de todo el día, a media tarde llegó el momento de comprobar si La Sirenita es un chasco o se merece la categoría de principal atracción de Copenhague.

En primer lugar, si hacemos un pequeño esfuerzo por aislar a la estatua de su entorno general y reducir el contexto al sitio en el que se encuentra emplazada, en mi opinión la obra de Edvard Eriksen es muy bonita.


Cierto es, no obstante, que si queremos cortar de raíz su poética solo tenemos que ampliar el zoom y eso nos hará ver que detrás no tiene un bello horizonte, ni un infinito fondo marino, sino un montón de fábricas.



Pese a esto, a mí no me decepcionó en absoluto, la estatua está al borde de un agradable paseo marítimo y no me resultó difícil obviar el paisaje que tiene a su espalda, por lo que me pareció un precioso colofón al día que pasamos en Copenhague.


En consecuencia, mi veredicto es que si uno es el típico turista que pretende conocer una ciudad a base de ir a tiro hecho a ver de un vistazo sus dos principales highlights, sin meterlos en contexto, la escultura no merece la pena, en sí misma no es el David de Miguel Ángel y, además, es cierto que el fondo no permite sacarle fotos espectaculares. Sin embargo, si uno se para a observarla con calma y de cerca (cosa que se puede hacer, lo cual es de agradecer), no es difícil percibir su templada melancolía, que no contrasta tanto con el entorno danés. Incluso Copenhague, cuando uno la recorre con los ojos bien abiertos, por debajo del bullicio propio de una gran capital tiene ese aire de expresividad contenida que en otros lugares de Dinamarca es incluso más patente. En ese contexto más amplio, la nostálgica sirena, que parece asumir sin dramas que como estatua no alcanzará nunca la perfección, es un símbolo de Dinamarca que me parece perfecto.


Reto Viajero PRINCIPALES CIUDADES DEL MUNDO
Visitado: COPENHAGUE.
% de las Principales Ciudades del Mundo que están en Europa que ya están visitadas: 45'9%.
% de las Principales Ciudades del Mundo ya visitadas: 19%.


30 de agosto de 2018

DINAMARCA 2018

Según mi amiga Ruth, Dinamarca es el país bonito más soso del mundo... ¿o era el país soso más bonito del mundo? No recuerdo con exactitud como lo dijo, pero sea como fuere, ahora que lo conozco ya puedo decir que para mí no es un muermo de sitio, ni tampoco diría que es el país más bonito que hay... aunque es verdad que sus atractivos son evidentes y que es un lugar tan tranquilo que para algunos puede resultar aburrido.


En lo que sí estoy de acuerdo es en que es uno de los países más seguros que existen. Cada año el Instituto de Economía y Paz (IEP) clasifica mediante un índice global a 163 estados y territorios según su nivel de seguridad. En este 2018 Dinamarca está en el puesto 5 (España en el 30) y doy fe de que lo que he visto allí en una semana hace justicia a esa posición en el ranking: lo de los niños de 6 o 7 años yendo solos en bici al colegio puede sonar a tópico y posiblemente sea un ejemplo que ya ni sorprenda, pero lo de tener una bicicleta Giant Terrago 1, que vale 2.000 euros, aparcada día tras día y noche tras noche delante del adosado de nuestro vecino, suelta y sin el bloqueo de la rueda echado, a mí me dejó impactado (huelga decir lo que hubiera durado en esas circunstancias en España...). También vi una impresionante Specialized nuevecita y reluciente apoyada sin ningún tipo de vigilancia en los arbustos de un parque durante una hora sin que le pasara nada. Sucede, no obstante, que en Dinamarca hay bicicletas por todos lados, se podría pensar que allí no se mangan bicis porque no hay nadie que no tenga una y no es un bien por el que se pueda sacar una gran cosa. En cualquier caso, lo que me flipó más, y a esto sí que no hay forma de quitarle importancia, fue que estuvimos una semana durmiendo en una casa que no tenía cerraduras, ni en la puerta de la calle, ni en la que daba al patio de atrás. En esa casa vive normalmente una chica danesa, que fue la que nos alquiló el alojamiento y que tenía sus cosas por las habitaciones, incluida una tele de plasma de tamaño monumental que se veía, a través de la ventana del salón, desde la acera de la calle. Ella se marchó, y sin conocernos de nada nos dejó allí sus pertenencias como yo se las dejaría a mi hermana o a mi mejor amigo, lo cual me sorprendió, pero lo que de verdad me dio hasta miedo fue que la casa no se podía cerrar, ni cuando nos íbamos, ni cuando estábamos arriba durmiendo a pierna suelta en mitad de la noche. Visto el panorama, mi primera intención fue dejarme contagiar por el espíritu del norte, "allá adonde fueres haz lo que vieres", pero tras la primera noche de acojone decidí que soy latino y que esa mochila no se queda en Sevilla cuando vuelo al norte, por desgracia la mosca detrás de la oreja se la lleva uno adonde sea, en el sur de Europa la sociedad nos ha criado un poco como piratas y aunque la inmensa mayoría hemos renunciado al parche y a la pata de palo, tendemos a no jugar con fuego más de la cuenta, por si acaso. En consecuencia, a partir de la segunda noche convertí en una costumbre el hecho de atrancar las puertas por dentro con sillas justo antes de acostarme.

Todo esto, hay que decirlo, son anécdotas acaecidas en un lugar de Dinamarca que está fuera de las rutas turísticas, supongo que en Copenhague el tema de la envidiable candidez danesa variará algo.

El viaje a Dinamarca de este verano lo planeamos porque unos amigos se trasladaron a vivir a Aarhus hace justo un año y pensamos que sería divertido hacerles una visita. Sin embargo, en junio hicieron el petate y se volvieron para España, lo que hizo que nos quedáramos sin alojamiento de la noche a la mañana. En realidad, me alegro mucho de que vuelvan a vivir a dos calles de mi casa y no a 3.000 kilómetros, pero para el tema de las vacaciones veraniegas nos vimos contra la espada y la pared, ya que teníamos los billetes de avión comprados desde enero. Dadas las circunstancias, en junio busqué a la desesperada un sitio bueno, bonito y barato donde pudiéramos pernoctar una semana. No discriminé ninguna zona, nosotros volábamos a Billund, así que desde allí podíamos movernos en todas las direcciones. Gracias a eso encontré un alojamiento perfecto: por 287 euros hemos estado los cuatro durante siete noches en una casa preciosa en la que no nos faltó de nada.



Lo que sucede es que la casa estaba en Svendborg, una población que, a priori, no es especialmente turística. Pese a esto, la misma no está mal situada, tiene su encanto y, sobre todo, nos ha permitido ver a la perfección como viven su día a día los daneses de una ciudad cualquiera.

En total, Svendborg cuenta con unos 27.000 habitantes y está al sur de la isla de Fionia, la tercera más grande del país. Nuestra casa estaba situada en una zona residencial ubicada sobre una colina, a unos 15 minutos a pie del centro.



Durante siete días nos movimos por la ciudad para ir y venir a la estación de trenes o al supermercado. Además, yo salí a correr a diario una hora por la mañana temprano, y gracias a todo eso me he hecho una idea bastante certera de como es la vida normal en Dinamarca, al menos en esta época del año. Realmente, en Svendborg se respira tranquilidad y seguridad por doquier. Quizás desde la perspectiva latina el ambiente pueda parecer aburrido, pero yo he llegado a la conclusión de que allí el que quiere también se divierte. Cierto es que no se ven muchos bares, pero al menos a finales de verano hay gente paseando por las calles, corriendo, remando, en los parques, comprando y arreglando sus jardines.

Como he dicho, Svendborg no es un lugar turístico, no se ven extranjeros apenas, pero tiene un Puerto bastante apañado en el que atracan muchos veleros, principalmente daneses, pero también alemanes y holandeses.


Nosotros, aparte de las vueltas que dimos en nuestra vida cotidiana, dedicamos una jornada entera a patearnos Svendborg. Fue un domingo y ese día el centro era un desierto, pero me gustó lo cuidado que estaba todo. El epicentro de Svendborg es Torvet, una diáfana plaza que se abre a Møllergade, la principal calle de la ciudad.



El centro de Svendborg es fácilmente paseable y no es muy extenso, pero no tiene grandes atractivos concretos. En sus calles lo que destaca es el conjunto, armónico e impoluto.



Por dentro, nosotros solo visitamos la Sankt Nicolai Kirke, una iglesia de ladrillo del siglo XIII que es la más antigua de la ciudad.


Entre ella y el mar está el Barrio Latino, donde surgieron las primeras casas de Svendborg hace unos mil años, aunque de aquellas no queda ni rastro. Por último, la zona del Puerto es también muy agradable.

Realmente, aparte de la Iglesia de San Nicolás, también vimos por dentro los dos museos de Svendborg. El primero, el Danmarks Museum for Lystsejlads, es un museo gratuito de yates que me entretuvo, pero poco más, porque no pasó de ser un hangar con un montón de barcos y artilugios relacionados con la navegación colocados por allí sin aparente orden, aunque algunos veleros habían sido protagonistas de hazañas interesantes.



El otro museo que vimos fue Naturama, un museo de animales disecados que resultó ser la principal atracción turística de Svendborg.


Naturama se creó en 2005 en un edificio de nueva construcción y absorbió al contiguo Svendborg Zoological Museum, que llevaba en funcionamiento desde 1935, pero que se había quedado un tanto obsoleto como museo de historia natural. El edificio antiguo y el moderno quedaron conectados, de manera que actualmente todo forma parte del mismo conjunto. En la parte antigua se siguen pudiendo observar vitrinas llenas de insectos, por ejemplo, pero el atractivo principal de la colección está en el innovador edificio que se construyó al lado, en el que se colocó la joya de la corona de la muestra, un esqueleto de 18 metros de largo perteneciente a una ballena que apareció varada en la cercana isla de Tåsinge en 1955.


Repartidos por el resto del espacio del nuevo edificio hay otro buen montón de animales ya muertos, y destacan por encima de las demás cosas unos curiosos juegos interactivos en los que nos lo pasamos muy bien.


Se trataba de remar y de pedalear compitiendo con una serie de animales virtuales, algunos de los cuales eran muy veloces. Todos jugamos con ganas, claro (en mi caso, en la prueba de la bicicleta, dejándome los higadillos peleé el segundo puesto con el oso blanco, que finalmente me venció en un apretado sprint).


Además de los museos, otra atracción que disfrutamos en Svendborg fue la del barquito.



Efectivamente, uno de los días bordeamos la costa en un barco llamado M/S Helge, que hacía un recorrido turístico muy agradable con varias paradas. En realidad, su destino era la antes mencionada isla de Tåsinge, donde hay un castillo bastante célebre para los daneses en el que no llegamos a entrar, pero antes de esa parada final el barco hacía otra en Troense, que fue donde nosotros nos bajamos.


Tras atravesar ese pequeño pueblo, famoso por conservar casas de arquitectura tradicional danesa, recorrimos una pequeña parte del Archipelago Trail, una larga ruta que cuenta con siete etapas, una de las cuales sale de Svendborg y atraviesa Tåsinge.



Esa etapa mide 20 kilómetros y nosotros cubrimos un par de ellos, a partir de Troense, antes de abandonar el sendero para dirigirnos hasta la última parada del barco, donde lo cogimos de vuelta.

Tåsinge es una isla llana que alterna las partes boscosas con otras más abiertas (así es toda Dinamarca, realmente). En el breve trecho del sendero balizado que recorrimos pudimos ver una de las principales atracciones de la ruta, un roble de cuatro siglos de antigüedad llamado Ambrosius-Egen.


Por otro lado, en Tåsinge, al ir a comernos los bocatas del almuerzo sufrimos nuestro primer encontronazo con unos insectos que resultaron ser un auténtica plaga en Dinamarca, las avispas. En principio pensamos que había sido mala suerte, pero los bocadillos abundaron en la dieta familiar a lo largo de las vacaciones, por lo que acabamos comprobando que las avispas no estaban solo en Tåsinge, porque también nos dieron el coñazo en Odense y Roskilde. Para colmo, una mañana a mí me picó una mientras iba corriendo, algo que en 20 años no me ha pasado en España ni de lejos.

De todas formas, no fue esta la única plaga animal que nos encontramos en tierras danesas, aunque la otra nos resultó más curiosa que molesta.


En efecto, no se como será el resto del litoral danés, pero en los alrededores de Svendborg el mar estaba literalmente infestado de medusas. Yo vi, incluso, un par de pequeñas playas, las dos con banderas azules que indicaban que ambas contaban con todos los servicios pertinentes, pero no se como se bañará la gente en ellas, porque en el mar se contaban decenas de medusas de múltiples tamaños.


En cualquier caso, para mí el día más divertido en Svendborg fue el que pasamos montando en bicicleta. Para alquilar las bicis nos fuimos hasta Frederiksø, un sector del Puerto en el que han convertido los hangares en negocios de diversos tipos (también está allí el museo de yates). Uno de ellos es Svendborg Cykeludlejninj, un establecimiento en él que tenían disponibles cientos de bicis para alquilar (yo nunca había visto tantas juntas). El caso es que echamos una jornada genial con nuestras cuatro bicicletas, por la mañana no nos alejamos del casco urbano, pero por la tarde cogimos un carril bici que nace cerca del centro y que bordea la costa alejándose de él. En todo ese tramo las casas apenas se ven y es el bosque el que llega hasta el mar, por lo que el recorrido es precioso. Por ese carril bici fuimos hasta la isla de Thurø, que está unida a Fionia por un puente. El trayecto costeando fue una delicia, pero lo más bonito lo vimos en Thurø.


En esa isla al principio nos fuimos directos a Thurø By, su principal población. La misma no tiene demasiado atractivo, porque es básicamente residencial, por lo que nos pareció que lo mejor hubiera sido ir en otra dirección, pero al regresar encontramos otro camino, peatonal en su mayor parte, que acabó siendo una maravilla.


No exagero si digo que la belleza del atardecer cayendo sobre el estrecho que separa Thurø de Fionia, el Skårupøre Sund, es difícil de superar.



Todo lo comentado hasta ahora es lo que dieron de sí los días en que nos quedamos en Svendborg.


En esta ciudad hicimos muchas cosas, como ya ha quedado reflejado, pero teníamos ganas de conocer también otros lugares de Dinamarca, así que planeamos varias excursiones de ida y vuelta. Una de ellas nos llevó a Copenhague, de la que hablaré en otro post, y también estuvimos en Odense y en Roskilde. El día antes de volvernos, por último, lo pasamos en Billund, pueblo al que habíamos llegado y en el que cogimos también el avión de regreso.

Para movernos por Dinamarca en tren adquirimos cuatro bonos de Interrail. He tenido que esperar 41 años para disfrutar de una de las experiencias mochileras por excelencia, la del Interrail, lo normal es vivirla siendo un veinteañero, pero en mi caso no lo hice y siempre me había quedado esa espinita clavada. Cierto es que en esta ocasión seleccionamos un pase de tren válido para un solo país, no utilizamos el bono para cruzar Europa en plan nómada, pero al menos pude comprobar por mí mismo como funciona el sistema, aparte de que los desplazamientos nos salieron mucho más baratos.


Tengo que decir, llegados a este punto, que la información en las estaciones de trenes danesas, quitando quizás la de Copenhague, brilla por su ausencia. Parece que se han propuesto ponerle las cosas difíciles a los neófitos. En consecuencia, nuestra toma de contacto con los trenes en Dinamarca fue de todo menos fluida, pero el ferrocarril fue sin más remedio el medio de transporte que más usamos y al final, a duras penas, conseguimos aclararnos.

Con respecto a los sitios que vimos, Roskilde fue el que más me gustó, no en vano es uno de los lugares de Dinamarca que no puede uno perderse. Fuimos porque no queríamos irnos sin ver alguno de los highlights del país.


Roskilde es una ciudad de 50.000 habitantes que está a pocos kilómetros de Copenhague y que, no solo es uno de núcleos habitados más antiguos de Dinamarca, sino que también fue la capital del estado hasta el siglo XV. Hoy día se beneficia de su cercanía a la actual capital y de su historia, pero destaca igualmente por ser la sede de una universidad, que si bien es joven (se fundó en 1972), se ha convertido es una de las instituciones educativas danesas más punteras.

Aparte de esto, en Dinamarca decir "historia" es decir "vikingos", y por ello en Roskilde es condición sine qua non visitar el Museo de Barcos Vikingos, pero realmente destaca más por su importancia la Catedral de Roskilde, uno de los seis monumentos Patrimonio de la Humanidad que hay en Dinamarca.


Nosotros fuimos a ver la Catedral poco después de llegar a Roskilde, y tuvimos buena y mala suerte. La mala suerte fue que quedaba menos de una hora para que la cerraran, a una hora inusual, porque iban a rodar en ella parte de un episodio de The Rain, una serie danesa estrenada en Netflix en mayo de 2018, de la que se estaba filmando la segunda temporada. La buena suerte fue que gracias a eso no nos cobraron entrada. Además, podríamos haber tenido menos tiempo, incluso, para ver la iglesia, y eso sí hubiera sido un chasco, pero los tres cuartos de hora que estuvimos en el interior de la Roskilde Domkirke fueron suficientes para recorrerla bien.


La principal particularidad de la Catedral de Roskilde es que contiene 40 tumbas pertenecientes a reyes y reinas de Dinamarca, y también yacen allí otros miembros fallecidos de la familia real danesa. La sepultura más antigua es la de Sven II, que murió en el 1076, y desde que los restos de Margarita I fueron depositados en ese emplazamiento en 1413, enterrar a los monarcas daneses en la Catedral se ha convertido en una costumbre. La tumba de Margarita I está situada justo detrás del altar mayor, que en esta iglesia es una estructura que no está acoplada al edificio, sino que parece como un tríptico gigante.



Otras muchas tumbas están repartidas por diferentes criptas y capillas, algunas más suntuosas y otras menos (no todos los enterrados fueron reyes o reinas).



Federico IX, muerto en 1972, fue el último rey en ser enterrado en Roskilde, y su hija Margarita, la actual reina, ya tiene allí su mausoleo preparado en una capilla que da a la nave norte (el sepulcro está tapado, eso sí).

Todas las tumbas tienen sus particularidades, por lo que pega hacer el recorrido completo, nosotros no hicimos pleno, pero casi (la de abajo, por ejemplo, es la sepultura de Cristián IX, rey desde 1863 hasta 1906).


Una de las capillas más impresionantes es la de Cristián IV, que reinó durante 59 años y fue contemporáneo de Felipe II, Felipe III y Felipe IV.


Especialmente impactante también fue la cripta dedicada a los niños muertos.


Antes de irnos tuvimos ocasión de subir, apurando ya el tiempo, a la segunda planta, lo que nos permitió asomarnos a la balaustrada y ver bonitas vistas del interior de la Catedral desde arriba.


Por otro lado, lo del rodaje de The Rain tuvo su puntillo simpático, no vimos a los actores ni nada del proceso de rodaje, pero sí el lugar donde habían montado el catering en el que estaban comiendo los técnicos, así como parte de la escenografía.


Después de comer ya sí nos metimos de lleno en el universo vikingo y fuimos caminando hasta el Vikingeskibsmuseet, que está junto al mar. Roskilde era un asentamiento que estaba en una elevación, como a un kilómetro de la costa. En la actualidad todo está unido por casas y por una preciosa zona verde llamada Byparken, que se atraviesa dando un agradable paseo camino de la zona portuaria.


En el extremo este del Puerto está el Museo de Barcos Vikingos, que me encantó. Por lo visto, Roskilde está en la parte final de un fiordo que es como un alargado y estrecho fondo de saco. Aprovechando esa estratégica situación los vikingos del año 1000 hundieron cinco barcos de diversos tamaños en mitad de la principal zona navegable del fiordo para obstruirla y proteger de esa manera la ciudad de los ataques por mar. Los barcos no fueron sacados del agua hasta 1962 y desde 1969 se exhiben en un museo, junto a los paneles explicativos pertinentes.


En el Vikingeskibsmuseet los cinco barcos son el epicentro de la exposición, pero a la misma se le han añadido otros atractivos que complementan la visita. Como buen museo histórico del norte de Europa que es, no falta, por ejemplo, la parte en la que uno puede disfrazarse y ponerse en situación.


Aparte, en el exterior del edificio museístico uno puede ver muchas réplicas de barcos vikingos, e incluso es posible montarse en algunos.


De todos ellos nos montamos en la versión moderna del Skuldelev 2, un barco originalmente construido en 1042 del que se hizo una réplica en 2004. La misma en 2007 fue de Roskilde a Dublín, volviendo sana y salva.


También hay una amplia y preparada zona para talleres, en los que pueden participar niños y mayores, pero nosotros no llegamos a tiempo de realizar ninguno.


Roskilde, aparte de las visitas, resultó ser una agradable ciudad con un centro muy bien conservado y con un ambiente universitario muy marcado, que diluía un poco el turístico y que ayudaba a potenciar el buen rollo en sus principales calles.


Un día antes de ir a Roskilde estuvimos Odense, que es un sitio bastante distinto. Después de pasar en Svendborg la primera parte de la semana, Odense fue nuestra toma de contacto con el resto de Dinamarca. No se trata tampoco una ciudad puramente turística, pero es la tercera urbe más grande del país (tiene unos 166.000 habitantes) y el contraste con Svendborg me chocó, ya que había en sus calles mucha más gente, por no hablar de que en Svendborg apenas nos habíamos cruzado con turistas y en Odense, por contra, ya vimos hasta japoneses. Hay que decir, sin embargo, que en Odense han sabido sacarle partido muy bien a lo poco que tienen, aprovechando que allí nació Hans Christian Andersen, el genio danés por excelencia (el del cuadro de abajo es él, no Howard Wolowitz, aunque lo parezca).


El caso es que en Odense han montado una completa ruta que recuerda la figura de Andersen, que nació en un ambiente extremadamente pobre. De su ciudad natal se marchó con tan solo 14 años y fue toda su vida un viajero empedernido, pero su figura se ensalza a lo grande en su patria chica, gracias a la presencia de multitud de elementos que le recuerdan, aunque algunos de esos homenajes, como el Barco de Papel del Eventyrhaven, exijan tener un conocimiento algo más profundo de la obra del escritor para relacionarlos con él (el barquito de papel, en concreto, aparece en el cuento El Soldadito de Plomo).


En mi opinión, la manera con la que las autoridades locales ensalzan a Andersen es muy acertada, ya que han creado un recorrido urbano jalonado por una serie de hitos y se puede comprar un bono para verlos de manera conjunta por menos dinero, con la cosa de que si se realizan un mínimo de tres visitas te regalan un pequeño soldadito de plomo de recuerdo. Para Ana y Julia fue divertido ir recolectando los sellos, y gracias al bono pudimos entrar en los tres principales lugares de la ciudad dedicados al célebre literato.

Primero vimos el Hans Christian Andersen Museum, que me resultó entretenido, sobre todo por la gran cantidad de objetos pertenecientes al escritor que pude ver (había un gran número de manuscritos suyos y me llamó la atención, por ejemplo, el documento con las notas de su Examen Artium, que era la versión danesa, en su época, de la actual Selectividad. El documento muestra que el futuro autor de La Sirenita aprobó el examen en 1828 y pudo matricularse en la Universidad de Copenhague).



Muy cerca del Museo está la casa donde nació en 1805. En aquella época era miserable, tanto la vivienda en sí, como el barrio donde se encontraba, pero hoy día la calle es una de las más bonitas de Odense.


La casa, por su parte, también se ha adecentado, de manera que ya no tiene el suelo de tierra apelmazada, ni las paredes de ladrillo visto, ni parte del tejado hecho de tablones y de lona. Pese a esto, el entorno no ha sufrido grandes alteraciones en el último siglo y medio.



En realidad, la vivienda no era propiedad de sus padres, sino que pertenecía a su tía abuela, que les dio cobijo poco antes de nacer el futuro escritor. En el hogar donde nació, el pequeño Hans y su familia vivían bastante apretados.



El tercer lugar que visitamos fue la casa donde Andersen pasó su infancia (vivió allí entre los 2 y los 14 años), que está en otro punto de la ciudad y no es mucho más grande que aquella en la que nació, aunque tiene un bonito patio trasero.




La reconstrucción interior de la vivienda que le vio nacer se parece mucho a la de su niñez, pero esta segunda me gustó menos, porque de puertas para afuera el sitio donde se encuentra, a diferencia del otro, ha sido remodelado por completo, por lo que la casa está un poco fuera de contexto.


En cualquier caso, ese fue el sitio donde las niñas consiguieron sus soldaditos de plomo.

Como he dicho, en Odense hay otros múltiples lugares que rememoran el paso de Andersen y también su posterior faceta como literato. De todos ellos, el más destacado es el Eventyrhaven, un precioso parque cercano al centro en el que vimos una función teatral gratuita que atrajo a un montón de locals con sus hijos e hijas.


De la actuación nosotros no entendimos nada, porque la obra se representó en danés, pero dio igual, porque tenía muchas partes musicales y fue divertida de todas formas.

A mediodía la temperatura era estupenda y eso se notó en la cantidad de gente que había en el parque gozando del sol. En los países del norte de Europa se celebra el buen tiempo de una manera especial, es verdad que en muchos momentos quizás se divierten de una manera diferente a como lo hacemos en el sur, pero también es cierto que en cuanto sale el sol la calle se llena de gente que hace un montón de cosas al aire libre.


Nosotros almorzamos en el parque, disfrutando del ambiente a la vez que nos preguntábamos por qué las avispas se venían a nuestros bocatas y no iban, en cambio, a los de los daneses que teníamos alrededor. Luego, al terminar el teatro fuimos a ver la Estatua de Hans Christian Andersen que preside los jardines desde 1949.


En definitiva, Odense es un lugar poco brillante, pero la figura de Hans Christian Andersen le da empaque a la ciudad, con la cosa de que han planteado muy bien como aprovechar el poder de atracción que fue capaz de generar este. Por otro lado, su centro está muy cuidado, como todo en Dinamarca, y pasear por él fue un buen remate a nuestra jornada. En él destaca Flakhaven, la plaza del Ayuntamiento, así como Vestergade, una infinita calle peatonal que estaba muy animada a primera hora de la tarde.


La última población que vimos en Dinamarca fue Billund, que no se parece demasiado a lo que conocíamos. Billund cuenta con 6.000 habitantes y gira en torno la fábrica de juguetes LEGO y al parque temático que la misma tiene al lado. Billund fue un minúsculo núcleo rural hasta bien entrado el siglo XX, pero su destino cambió cuando en 1932 Ole Kirk Christiansen, un carpintero nacido en una aldea vecina, abrió allí una carpintería en la que comenzó a producir pequeños utensilios domésticos y también juguetes de madera. La cosa funcionó y un par de años después su negocio ya tenía seis empleados, que se habían convertido en 40 en 1943. No obstante, el pelotazo definitivo lo dio Christiansen cuando en 1946 compró una máquina de inyección de plástico para hacer piezas de este material, decisión que hizo que LEGO despegara definitivamente. Ole Kirk Christiansen murió en 1958, pero su hijo Godtfred ya trabajaba con él desde hacía años y logró que la compañía siguiera creciendo. Como no podía ser de otra forma, Billund en general se vio beneficiado por semejante éxito, porque además en 1968 junto a la fábrica se abrió Legoland Billund, un parque temático que acabó por convertir el pueblo en uno de los epicentros de Dinamarca. Curiosamente, a raíz de eso Billund no se convirtió en un sitio monstruoso, pero sí se nota que es un núcleo habitado eminentemente funcional, en el que viven gran parte de los 4.000 empleados de la empresa juguetera y también los del parque, y en el que se ve que el dinero no es un problema a la hora de mantenerlo todo arreglado y limpio.


Evidentemente, Billund no es un lugar que brille por su personalidad, realmente en ocasiones parece una especie de decorado, pero desde luego no se puede negar que allí la gente debe vivir muy bien.



En cualquier caso, Billund en sí mismo no interesa a casi nadie, ni siquiera sale en las guías de turismo, pero Legoland Billund, a pesar de que no fue objeto de nuestra atención, es uno de los lugares de referencia de Dinamarca, por lo que el pueblo cuenta con un buen número de hoteles cercanos al parque temático. En Billund también hay un Aeropuerto, que curiosamente tuvo su germen en un sencillo aeródromo privado que Godtfred Kirk Christiansen hizo construir en 1961 para LEGO, cerca de la propia fábrica. Tres años después el mismo pasó a ser de uso público y actualmente es el segundo aeropuerto más grande de Dinamarca. Nosotros es el que usamos, tanto a la ida como a la vuelta, con la cosa de que nuestros vuelos fueron a unas horas intempestivas. Ello hizo que fuera necesario hacer uso del Zleep Hotel Billund, que está a escasos 100 metros de la terminal.



La cercanía del hotel fue la que hizo que no fuera un problema tocar tierra en Dinamarca a las 00:30 horas, ni tener que coger el vuelo de vuelta a las 5:20. La razón de pernoctar allí tuvo que ver sobre todo con esos horarios, pero luego también nos encontramos conque el alojamiento estaba mejor que bien, el mismo tenía un cierto aire IKEA, tanto en las habitaciones como en las zonas comunes, por lo que era sencillo, pero también confortable y cómodo.



Para acabar, no he hablado en ningún momento en este largo post de gastronomía, a pesar de que siempre nos gusta probar las comidas allá adonde vamos. En este caso, sin embargo, se juntó la realidad de que la comida danesa no se puede decir que tenga demasiado prestigio internacional, con el hecho de que íbamos cortitos de presupuesto para alimentación. Por esto, solo comimos en restaurantes tres veces y en ninguna de ellas degustamos comida danesa: en Copenhague y en Odense nos conformamos con quitarnos el hambre a base de fast food internacional, y en nuestro último día comimos en un agradable establecimiento llamado Restaurant Billund, cuya principal seña de identidad era el mestizaje: estaba en Dinamarca (evidentemente), pero el amable propietario y el chef eran turcos (lo que se notaba en parte de los elementos decorativos) y la comida era mayoritariamente italiana, aunque había platos americanos y mexicanos, y en la carta no faltaba ni el tzatziki y ni el kebab. Finalmente yo opté por pedirme una pizza capricciosa, pero, eso sí, la cerveza fue danesa...


Se dio, por otro lado, la curiosa circunstancia de que entramos a comer en el restaurante casi a las 16:00 horas, al más puro estilo español, no por gusto, sino porque habíamos salido de Svendborg a primera hora y la mañana fue un auténtico periplo. Podríamos haber parado a comer antes, pero íbamos cargados de maletas y preferimos llegar al hotel, soltarlas y luego pensar en llenar el estómago estando ya relajados. Eso fue lo que hizo que nos viéramos almorzando a la vez que otras familias danesas se pedían la cena...

Este simpático contraste cultural sirvió de simbólico colofón a nuestras vacaciones en Dinamarca. Como siempre, tengo la firme intención de volver a este bonito país para ver cosas que me interesan y que se me han quedado pendientes, aunque en esta ocasión me voy con la sensación de haber aprovechado a tope las posibilidades que teníamos.


Reto Viajero TODOS LOS PAÍSES DEL MUNDO
Visitado DINAMARCA.
De los 44 Países del Mundo que están en Europa, % de visitados: 36'3%.
De los 196 Países del Mundo, % de visitados: 8'6%.