24 de febrero de 2023

VILLANUEVA DEL ARISCAL 2023

En 2017 y en 2018 le dediqué a Villanueva del Ariscal sendos posts, a raíz de la celebración en el pueblo de las segundas y de las terceras Jornadas Enoturísticas. El mosto es la principal seña de identidad ariscaleña, y, por ello, me pareció muy lógico hablar de las bondades de la localidad, en un fin de semana que estaba centrado en ensalzar las excelencias de ese vino joven. En los años siguientes, las Jornadas se siguieron organizando, pero no me mereció la pena escribir más sobre la población en la que vivo. Este 2023, no obstante, he decidido volver a dedicarle otro artículo, aprovechando que hemos podido vivir la séptima edición de un evento gastronómico, que parece que se ha asentado.


Las Jornadas Enoturísticas de Villanueva del Ariscal se celebraron por primera vez en diciembre de 2015. En aquella ocasión, el evento aún no se había definido bien y fue algo distinto. Sin embargo, para la segunda edición, que tuvo lugar en 2017, el mismo ya se pasó a febrero, y la forma en la que se organizó es la que ha cristalizado. Así, desde ese año, junto a las visitas a las bodegas de la localidad, lo que más destaca del acontecimiento es una ruta gastronómica por los bares del pueblo. En esta, una serie de establecimientos se comprometen a ofrecer una tapa específica y un vasito de mosto, o equivalente, a un módico precio, durante el fin de semana. Los clientes, lo que hacemos es comer y beber en todos los sitios posibles, para ir poniendo sellos en una especie de pasaporte. Al acabar el finde, si se han logrado un mínimo de sellitos, se entra en un sorteo. Aparte, en ese pasaporte se puede elegir la mejor tapa que se haya probado, y también el mosto más rico. Los negocios y los vinos ganadores reciben una mención honorífica, por parte de los responsables municipales.

Yo solo había ido a muerte a rellenar el pasaporte en 2018. En esa tercera edición, pasé revista a 7 de los 19 bares y restaurantes participantes. Con eso, ya entré en el sorteo, que no me tocó. Luego, otros años, entre ellos 2017, me he tomado una o dos tapitas, pero sin pretender realizar ninguna ruta. En 2021, las Jornadas Enoturísticas no se celebraron, debido a la pandemia, y en 2022 las obvié. En consecuencia, el presente mes de febrero el evento me ha pillado con ganas, y la verdad es que lo he dado todo en él, principalmente desde el punto de vista culinario. No obstante, comer no ha sido lo único que he hecho. En efecto, tal y como hice en 2017 y en 2018, también he aprovechado el acontecimiento para hacer alguna visita. Este 2023, además, me he montado en el Tren Turístico.


Lo de darme una vuelta en el tren lo tenía pendiente, y pensé que se me había pasado la oportunidad, porque ya no puedo usar a las niñas de coartada... en teoría. Lo cierto es que, finalmente, me monté con Ana, que se apunta a un bombardeo. Listo. Hice el viajecito, al son de El Chacachá del Tren, por las calles que recorro miles de veces cada día, y la experiencia tuvo su gracia. Por lo demás, la otra cosa que hice fue volver a Bodegas Silva.


Como he dicho, Villanueva del Ariscal es un pueblo vinícola. Otros lugares destacan por alguna especialidad culinaria, o por algún elemento artesanal que producen, o por algún monumento famoso que tienen, pero Villanueva descolla por sus bodegas, y, por extensión, por su mosto. Es muy fuerte, que la segunda bodega más antigua de España, de las que continúan en funcionamiento, sea ariscaleña. Efectivamente, la actividad de Bodegas Góngora se remonta a 1682. Tras siete generaciones, la hacienda donde opera Góngora sigue teniendo 11.400 m² de superficie, dedicados al almacenamiento de vino. En antigüedad, solo es superada por Bodegas Codorniú, que está en Sant Sadurní D’Anoia (Barcelona), y que remonta su nacimiento a 1551. En 2017 ya hablé de Bodegas Góngora, por lo que, dado que esta vez no realizamos esa visita, no me voy a repetir. En cambio, sí me voy a referir a las mencionadas Bodegas Silva.


Yo ya entré en las instalaciones de Bodegas Silva en 2018, y hablé de ellas. Por aquel entonces, las estaban rehabilitando. Ahora, las obras han concluido, y me apetecía ver como ha quedado aquello. En consecuencia, el domingo, antes de empezar nuestra ruta gastronómica, María y yo fuimos a la bodega, y allí tuvimos la suerte de poder charlar, durante un rato, con su actual alma mater. Eso le dio un valor añadido a la visita, en la que pudimos ver la pequeña prensa donde hacen el vino.


Resulta que Bodegas Silva puede presumir de una larga trayectoria como factoría de caldos. Sin embargo, su producción cesó hace años, pero, recientemente, una nueva generación de bodegueros la ha reanudado. Así, cuando entramos a verla, nos encontramos allí con Francisco Bohórquez, que, casualmente, fue el electricista que nos cambió la instalación eléctrica de nuestro piso en 2008. Él, en su día, tenía una empresa de electrificaciones, no se si sigue con esa actividad, pero, desde luego, lo que sí ha hecho ha sido insuflarle aire a la bodega, que creo que le ha llegado por herencia a su mujer. El caso es que Francisco nos recibió y nos estuvo contando cosas muy interesantes. Él no produce vino a lo grande, sino en plan artesanal, pero sí tiene suficientes barricas, como para suministrar a unos cuantos bares de la localidad. Normalmente, suele vender a granel. No obstante, de cara a las Jornadas, sí había embotellado un poco de mosto. Como es lógico, nosotros nos llevamos a casa una botellita.


María y yo vimos solos Bodegas Silva. Al rato de estar allí, entró otra pareja, por lo que aprovechamos para pasarle el testigo y nos marchamos. Cuando salíamos, nos cruzamos con Martín Torres, el alcalde, y con María del Mar García, la primera teniente de alcalde, que estaban encabezando un nutrido grupo de visitantes, provenientes de algún lugar de la provincia. Lo cierto es que las autoridades municipales lo suelen dar todo, para que las Jornadas Enoturísticas sean un éxito. Una de las cosas que logran es que se monten auténticas excursiones, con gente que viene a ver las bodegas y a comer. 

Por lo que a nosotros respecta, nada más abandonar Bodegas Silva nos dirigimos a nuestro primer destino culinario del día... y es en este punto donde voy a empezar con el verdadero objeto del presente post, que no es otro que reflejar un estudio exhaustivo que he hecho, del conjunto de negocios de restauración que operan en Villanueva del Ariscal en la actualidad. Desde hace tiempo, tenía ganas de realizar un censo y escribir sobre todos ellos. Dado que, a lo largo del fin de semana, en el que se ha desarrollado la séptima edición de las Jornadas, he visitado 8 de los 12 establecimientos que tomaban parte en la ruta de la tapa, pues me ha parecido que no había mejor ocasión.

El caso es que en Villanueva del Ariscal, dejando a un lado los 2 bares de copas que existen, a día de hoy están abiertas 2 cafeterías, 3 bares de desayunos y cañas, 12 bares-restaurante, 6 restaurantes de diferentes niveles, un fast food y un chiringuito de carácter estacional, además de otro bar que está ubicado en el campo de fútbol. En total, la localidad cuenta con 26 negocios de restauración, es decir, 1 por cada 257 habitantes. Aparte, en el pueblo resisten las huellas de 7 bares-restaurante y de 3 restaurantes más, que cerraron, sin que sus locales se hayan reconvertido. No voy a nombrar a los establecimientos que existieron, pero de los que no queda ni rastro, pero sí voy a hacer referencia a algunos de esos 10 negocios, que vivieron momentos de gloria antes de desaparecer, y que todavía mantienen los carteles en sus puertas. Algunos llegaron a estar incluidos en antiguas ediciones de las Jornadas, y, dado que la ruta de la tapa la voy a usar para vertebrar la explicación, es inevitable que salgan a la palestra.

Aparte, antes de entrar en detalles, quiero señalar que, desde 2017 a 2023, han tomado parte en las jornadas, sucesivamente, 20, 19, 13, 14, 15 y 12 establecimientos. Este año, curiosamente, ha sido el que menos repercusión ha tenido el evento, entre los negocios de restauración. Ojalá en 2024 el número vuelva a subir. 

Por mi parte, como he dicho, este fin de semana he visitado 8 de los 12 negocios que participaban en la ruta de la tapa en 2023. De todos ellos voy a hablar ahora, narrando nuestra experiencia alimenticia, desde el viernes al domingo. Después, mencionaré, con más brevedad, a los otros 18 bares, restaurantes y cafeterías que existen en Villanueva.

Por lo que respecta a las Jornadas, las mismas dieron comienzo el viernes, y María y yo no esperamos mucho para empezar nuestra ruta. Por eso, para cenar, lo primero que hicimos fue dirigirnos al Café Bar Alondra. No fue un mal inicio, porque, si hay en Villanueva del Ariscal un establecimiento que pueda considerarse Bar del Pueblo, ese es el Alondra.


El Café Bar Alondra está en la Plaza de España, la de la iglesia principal y el Ayuntamiento, y se abrió en 1910. Esos datos explican por qué es el bar de Villanueva por antonomasia. Por dentro, es un lugar muy poco lustroso, pero las mesas que ponen en la plaza son una delicia, y no se come mal. Nosotros vamos de vez en cuando, a sentarnos fuera. Sin embargo, el pasado viernes nos metimos en el interior. La tapa con la que participaron se llamaba Ensaladilla Alondra. Estaba muy buena, aunque hay que reconocer que jugaron a caballo ganador. Ofreciendo ensaladilla, no corrieron riesgos.


La segunda parada fue en la Peña Bética. Allí, ya se nos unió nuestra amiga Rosalba, que nos acompañó hasta el final de la noche. La Peña Bética Villanueva del Ariscal es otro de los bares ariscaleños que parecen resistir incólumes el paso del tiempo. Se fundó en 1959, por lo que ha tenido tiempo de coger solera. No obstante, es un lugar que da un poco de miedito. Yo soy bético a muerte, pero no puedo negar que la Peña Bética es la tasca más costras que uno puede encontrarse. Su ambiente es el prototípico de una peña futbolística. Tampoco hace falta que entre en más detalles. Pese a todo, en Villanueva, la Peña Bética tiene fuera un patio enorme, donde no se está mal. Nosotros, dejándonos llevar por las ganas de seguir la ruta, nos fuimos para allá, después de abandonar el Alondra, y nos pedimos la tapa, que era una pavía de bacalao.


Dentro, la Peña Bética estaba hasta los topes, pero en el patio no había nadie, por lo que estuvimos bien. La pavía, al igual que todas las tapas que nos tomamos, tuvo una relación cantidad-precio sobresaliente. Además, no estaba mala, aunque lo cierto es que, en un sitio así, las frituras tienden a ser fritangas. En este caso, la pavía no cruzaba la línea roja, se dejaba comer, pero, evidentemente, no superó a la ensaladilla del Alondra.

La tercera, y última parada de la noche, la hicimos en la Taberna El Mellizo. De este lugar hablé en el post de 2018, porque se trata la bodega más señera de Villanueva, y ya estuve allí en las Jornadas de ese año. Se abrió en 1954. Antes, dije que el Café Bar Alondra es el bar ariscaleño por antonomasia, pero el negocio conocido, más allá de los límites del pueblo, es la Taberna El Mellizo


Cuando los sevillanos urbanitas quieren pegarse un homenaje gastronómico, los fines de semana de buen tiempo, y buscan una bodeguilla buena, típica y barata, con frecuencia vienen a El Mellizo.

En la Taberna El Mellizo el suelo es de albero, por lo que las normas de sanidad no se cumplen, en aras de mantener la tradición. Allí, se come lo de siempre y se bebe buen vino, arrejuntado a la clientela en sillas de enea y en inestables mesas de madera, que están rodeadas de barriles. El Mellizo es como un escenario perfectamente montado, donde los foráneos sienten que están catando lo auténtico. Lo que pasa es que, en él, no solo hay gente de fuera. También hay muchos ariscaleños asiduos. Con respecto a las Jornadas Enoturísticas, en El Mellizo nos pusieron una tapa, muy bien servida, de espinacas con garbanzos.


Las espinacas estaban buenas, pero las he comido mejores, por lo que no superaron a la ensaladilla. Tras acabar con ellas, nos fuimos a dormir, con nuestras tres tapas ya tomadas. En el concurso, la propuesta del Café Bar Alondra marchaba a la cabeza. 

El sábado teníamos planes en Sevilla, por lo que nos fuimos por la mañana y regresamos al pueblo, cansados, al caer la tarde. Ni María ni yo teníamos ganas de mucho lío, pero, aun así, no le hicimos ascos a tomarnos un vinito y otra tapita, antes de cenar. Por ello, nos dejamos caer por Casa Roberto, que nos pilla muy cerca.


Yo paso por delante de Casa Roberto bastantes veces al día, y tengo que decir que su ambiente no me atrae. Abre a las 6'00 de la mañana, y, desde esa hora, ya tiene en las mesas de fuera a tres o cuatro incondicionales, bebiendo anís. A partir de ahí, da igual la hora a la que uno pase, que siempre verá a un puñado de personas, codo en barra, o en mesa, dándole al vino, a la cerveza o a las copas, a palo seco. Con esto quiero decir, que Casa Roberto aparenta ser el típico bareto de borrachines... Así lo pienso, y así lo digo. La verdad es que no es el único bar de Villanueva frecuentado por parroquianos de ese perfil, pero, en esos casos, se complementa semejante panorama con otro menos hardcore. En cambio, en Casa Roberto, a simple vista, no hay nada que desvíe un poco la atención sobre lo que no mola. 

Ya he vestido de limpio a Casa Roberto. Ahora, toca poner el contrapunto. Lo cierto es que, en el local donde está ese bar, ya hubo otros con anterioridad. Ninguno cuajó. Por ello, cuando Roberto Pérez subió de nuevo la cancela del establecimiento y lo bautizó con su nombre, yo no di un duro por él. Además, lo hizo en diciembre de 2020, en plena pandemia. Hay que tener valor. Sin embargo, es preceptivo decir que, aparte de ser valiente, el tío se lo ha currado tela. Yo lo he visto día a día. Gracias a eso, su negocio ha ido teniendo cada vez más incondicionales. Las razones han sido varias. Para empezar, cuenta con una amplia carta, aunque no lo parezca. En segundo lugar, los que cocinan lo hacen muy bien, eso es un hecho. Por último, tengo que reconocer que, siempre que he ido, me han atendido de lujo. En consecuencia, Casa Roberto tiene todo lo que se le puede pedir a un bar. Como prueba, el sábado por la noche nos acercamos a degustar su tapa, y nos llevamos una grata sorpresa. Tanto, que al final de las Jornadas, el Canelón de Espinacas, Gorgonzola, Pasas y Piñones con el que concursó, se llevó el voto de María a la mejor propuesta culinaria del certamen. 


Yo le di solo la medalla de bronce, pero, para mí, fue una tapa notable. Chapeau.

El sábado no había cuerpo para más. María y yo nos tomamos el rico canelón y nos fuimos a casa, a tirarnos en el sofá. Gracias a eso, el domingo estábamos totalmente recuperados, para rematar la ruta de la tapa. Llevábamos cuatro, y para optar al premio gordo, que era una cena pagada, en cualquiera de los establecimientos participantes, teníamos que duplicar ese número. Por ello, empezamos pronto, nada más salir de la visita a Bodegas Silva. En efecto, a las 13'00 horas del domingo, inaugurando la parte del día en la que ya puede uno beberse un vasito de mosto o una cerveza sin que resulte raro, nos sentamos en las mesas exteriores del Bar Avenida.


Al igual que Casa Roberto, el Bar Avenida está abierto en un emplazamiento por el que han pasado ya varios negocios. Cuando yo me mudé a Villanueva del Ariscal, ahí había una parafarmacia, que no tardó en cerrar. Después, le dieron una vuelta al local y montaron un bar, que estuvo abierto hasta que el dueño se jubiló. Al hacerlo, lo traspasó, pero, desde entonces, no ha acabado de tener éxito ningún otro establecimiento. Este último lleva abierto desde principios de 2022, que yo recuerde. Se come muy bien, y su velador es una magnífica opción en las calurosas noches de verano. En las Jornadas, su tapa fue la sugerente Tosta Explosiva de Pollo. La de Casa Roberto había subido el nivel de las que habíamos tomado el viernes, y la del Bar Avenida también alcanzó el notable. 


No me defraudó el Bar Avenida. Es un lugar que, siempre que he ido, me ha gustado mucho.

Tras matar el gusanillo, decidimos rematar la faena en los establecimientos que están al norte del pueblo. En esa zona septentrional del casco urbano ariscaleño hay cuatro bares-restaurante, que parece que han hecho piña, porque están separados del centro, pero, al estar juntos y al principio de una gran avenida, que desemboca en la carretera que lleva a Olivares, conforman uno de los epicentros de la localidad para comer y beber. De esos cuatro, tres participaban en las Jornadas, por lo que eran perfectos para nosotros, que ya solo necesitábamos tres sellos más para entrar en el sorteo. De ese último grupito de negocios de restauración, el primero en el que nos sentamos fue en El Cuervo Tapas. Se trata de un bar de tapeo de los de toda la vida. Ni es muy cutre, ni está demasiado puestito. A mí me gusta. Está bien para almorzar y el ambiente es llano, pero no traspasa la línea roja de la dejadez. Para tomar parte en la ruta de la tapa ofrecieron Saquito de Hojaldre Relleno de Brandada de Bacalao. El platito me resultó tan delicioso, que, para mí, se llevó la medalla de plata del certamen culinario.


Para la penúltima tapa del día nos movimos un poco, y nos instalamos en la explanada de albero de la Bodega La Perdiz


La Bodega de la Perdiz es un restaurante de los de mesa y mantel, pero no es excesivamente refinado. Como es una bodega, en su salón no faltan los pintorescos barriles, pero, en este caso, el aspecto del local es menos folklórico que el de otros similares. En realidad, es el típico mesón donde sirven comida tradicional muy buena, sin más. Allí, nos tomamos una tapa de Cabeza de Lomo con Tomate.


De cara a las Jornadas, en La Perdiz hicieron como en el Alondra, es decir, fueron a lo seguro. Así, la carne con tomate estaba de muerte, pero es que la misma es una especialidad en ese restaurante, por lo que se aseguraron de acertar el tiro. Para mí, de los ocho platos que probé, a lo largo del fin de semana, el mejor de todos fue el de La Perdiz. En un primer momento, dudé si darle mi voto, porque los responsables de esta bodega no arriesgaron nada, mientras que en otros bares afinaron un poco con las recetas, y también con las presentaciones. No obstante, al final me dejé llevar por el maravilloso mundo del sabor, y tuve que reconocer que el plato de carne con tomate de La Perdiz quitaba el sentido. Esa tapa fue la que más me gustó, y, por eso, se llevó mi medalla de oro.

Aparte, en La Perdiz nosotros nos sentamos en la agradable terraza que tiene. Allí estuvimos muy a gusto, pero dentro, el salón estaba hasta arriba de gente comiendo, por lo que corrimos el riesgo de quedarnos al margen. Sin embargo, nos atendieron con una diligencia que me dejó maravillado, teniendo en cuenta la que tenían liada en el interior.

Para cerrar nuestra ruta, no nos fuimos muy lejos. De hecho, nos movimos al restaurante que está pared con pared con La Perdiz. El mismo tiene un carácter completamente diferente, por lo que yo creo que no rivalizan.


Bar Cafetería Casa Eulogio e Hijos es una institución en Villanueva del Ariscal, porque rellena un nicho en el que no tenía competencia hasta el pasado verano. Ahora, desde septiembre, en el otro extremo del casco urbano han abierto un kebab, que me da que ha empezado a hacerle sombra, pero, aun así, sigue sin haber en el pueblo algo parecido al Eulogio. Hablando en plata, si hay un restaurante de batalla en la localidad, ese es el Eulogio. Allí, por poco dinero, lo mismo te comes una pizza, que un plato de patatas bravas, que una tapa de chipirones plancha, que una de menudo, que unos macarrones, que una hamburguesa o que un bocadillo de calamares. También te puedes tomar una simple caña viendo el fútbol. Da igual. Hay de todo, y todo te lo despachan sin protocolos ni historias. Por eso, es el lugar de reunión de los adolescentes que aspiran a llenar el estómago, de los padres que quieren que sus niños coman sin rechistar, de los currantes que han terminado la faena, y de los que no tienen ganas de líos para quitarse el hambre. En definitiva, Casa Eulogio es el sitio perfecto para los que, a la hora de zampar, no le temen a nada. Su tapa, por tanto, tenía que honrar esa fama.


Efectivamente, el nombre de la tapa de Casa Eulogio fue Montadito Pulled Pork con Barbacoa y Emmental, es decir, era pan con carnaca, salsa barbacoa por un tubo y queso rebosante. Lo necesario para acabar saciado de saborazo y de pringacha... Tampoco quiero ofender a nadie. A mí también me gusta llenar el buche por dos duros, de vez en cuando, y la propuesta del Eulogio para el concurso representó fielmente lo que es ese restaurante. En ese sentido, estuvo bien y no engañó a nadie. 

Después de haber trasegado el montadito del Eulogio, me pusieron el octavo sello y pude dar por terminada la ruta. Fui a muerte y salí vencedor. No obstante, reconozco que no fue fácil alcanzar el objetivo, pero, sin duda, me lo pasé de miedo.

No he dicho nada del mosto que tomé, en los ocho sitios que visité, y eso que el vino era la columna vertebral de las Jornadas Enoturísticas. No lo he hecho, porque quiero hacer especial mención a la competición vinícola, que corre paralela a la de las tapas. Esto no siempre fue así. En 2015, 2017 y 2018, a pesar del carácter que tenía el evento, lo cierto es que no se especificó el mosto que servía cada establecimiento. Fue en la cuarta edición, cuando los fabricantes de vino bajaron a la arena para competir entre ellos. De ese modo, en las Jornadas de 2019, 2020 y 2022 ya se pudo elegir el mejor vino, y en 2023 yo me he enfrentado, por primera vez, a la difícil prueba de decidir cuáles son los matices de esa bebida que más me atraen. La única salvedad, al respecto, es que no hay tantos proveedores de mosto como bares. Realmente, este año han participado en el concurso solo siete bodegas, y, curiosamente, ninguna ha sido Bodegas Góngora, que se harta de vender vino embotellado, pero que no suministra a la hostelería, según parece. Por lo que a mí se refiere, probé 6 de las 7 variedades de mosto que competían. Mi preferido fue el que tomé en la Peña Bética, que pertenece a un bodeguero llamado Manuel Silva Barba. El mismo no se dedica a comercializar sus caldos para hacer negocio, simplemente es propietario de unos viñedos, recoge las uvas, produce su vino y lo distribuye a granel, pero se ocupa de esa actividad por hobby. El mosto favorito de María, por su parte, fue el de la Taberna El Mellizo. Ahí nos asaltó un interrogante, porque teníamos la idea de que en El Mellizo despachan su propio mosto, tal y como ponía en el folleto de las Jornadas.


Sin embargo, en Bodegas Silva nos dijeron que ellos le dan salida a su producción, vendiéndole sus caldos a bares como... El Mellizo. Me entra la duda de si, en Bodegas Silva, sin querer (o queriendo) dejaron en evidencia a su cliente. Yo supongo que en El Mellizo no tienen capacidad para elaborar tantísimo mosto como el que logran despachar, de manera que es posible que compren también a terceros, lo introduzcan en sus bocoyes, y lo sirvan, sin decir que no es el suyo. Todo parece indicar que su vino es, en ocasiones, un poco de marca blanca, sin que eso signifique que empeora su calidad. De hecho, el que tomamos allí, a María fue el que más le gustó, así que, enhorabuena a quien corresponda.

Como curiosidad, en 2019 y 2020 el mosto que ganó el concurso fue el de Bodegas Loreto, todo un clásico que vende vino a lo grande, en supermercados y similares. Es, por tanto, menos artesanal. En 2022, en cambio, ganó el de Los Niños de la Casera, que es lo contrario. Los Niños de la Casera es un restaurante del pueblo, del que hablaré luego, que produce su propio mosto, pero, en este caso, lo hace a una escala considerable, por lo que se bebe en su establecimiento y también en otros. 

En relación al palmarés de la ruta de la tapa, los ganadores, en años pretéritos, han sido Casa Eulogio (en 2017), Bodega La Perdiz (2018), Bar Restaurante Pepe León (2019 y 2020) y Bar Centro de Mayores (2022). Desde 2019, también se otorga una distinción a la tapa más innovadora, elegida por un comité de expertos. En 2019, la galardonada fue la de La Bodeguita de Javi, en 2020 la del Bar Centro de Mayores y en 2022 la de Casa Roberto. Destaca que, después de la caña que le he dado a lo que se come en el Bar Cafetería Casa Eulogio e Hijos, en 2017 se llevaran el premio grande, con sus Canelones Rellenos de Carrillada, Acompañados de Crujiente de Verduras y Mostaza de Miel. La verdad es que el Eulogio siempre ha valido lo mismo, para un roto, que para un descosido, como se suele decir. Antes, comenté que allí despachan de todo, para todos, y no mentía. Si algo tiene de bueno, es que es un restaurante crossover de libro. Aparte, ya puedo decir que la tapa vencedora, en 2023, ha sido la del Bar Avenida. No se llevó mi voto, pero le di un notable. Por otro lado, el reconocimiento a la tapa más innovadora fue para el Bar Restaurante Pepe León y su Tosta de Morcilla de Burgos al Parmesano y Pedro Ximénez. No la probé, pero es evidente que estuvo a la altura de lo que voy a decir, más abajo, de ese sitio. Por último, el premio al mosto volvió a ser para el de Bodegas Loreto, que ya tiene su hat trick particular, aunque es verdad que jugó con ventaja, porque estaba presente en cuatro establecimientos. Yo solo lo tomé en Casa Roberto. Estaba rico, no me cabe duda. 

Como se puede comprobar, al hacer alusión a los ganadores de los sucesivos concursos de tapas han salido a la palestra nuevos nombres. Lo cierto es que la ruta es un pelotazo, pero no participan en ella el 100% de los establecimientos de la población. Algunos lo hicieron en ediciones anteriores, pero ya no se arrancan, y otros no han concurrido nunca. De momento, he hablado de 8 de los 26 negocios de restauración que hay en Villanueva. Ahora, para completar mi censo, voy a referirme a los demás, con pretendida brevedad. La verdad es que me he dado cuenta de que los conozco casi todos. Es evidente que me gusta comer fuera de casa...

A la hora de relatar como son los bares y restaurantes que me quedan, voy a empezar por los que han ganado premios en las Jornadas Enoturísticas en alguna ocasión. Son el Bar Centro de Mayores, el Bar Restaurante Pepe León y La Bodeguita de Javi. Estos dos últimos han participado este año, pero han sido de los que no he visitado. Con respecto al Bar Restaurante Pepe León, el mismo abrió en marzo de 2018, y está entre mis tres lugares favoritos de Villanueva para comer, tanto si se hace dentro, en un plan más formal, como si se tapea en la terraza.


En total, yo he ido 10 veces. Me hubiera gustado ir el pasado fin de semana, en el contexto de la ruta de la tapa, pero al final no pudo ser. No obstante, en la de 2017, el único negocio en el que estuve fue en su antecesor. Aquel cerró tras las Jornadas de ese año (las segundas), luego hubo otro restaurante, que no llegó vivo a las de 2018 (las terceras), y, unos días después de que se celebraran esas, José María León abrió su establecimiento, que sigue en buena forma. Lo que se come allí es de primera, en todos los sentidos, y el patio es uno de mis rincones predilectos en mi pueblo.

No muy lejos, abre sus puertas La Bodeguita de Javi, a la que le pasa lo mismo que a Casa Roberto. En efecto, se trata de un establecimiento que, en el exterior, apenas si puede poner unas pocas mesas en medio de la calle, que es feote y oscuro por dentro, y que siempre tiene en la puerta, como haciendo pantalla, a un puñado de bebedores empedernidos. Sin embargo, tengo entendido que la cocinera es muy buena, lo que cuadra con el hecho de que se llevara un premio en las Jornadas de 2019. Yo no he comido nunca allí, solo me tomé una caña una vez, pero a mi hija Julia le encanta. Ella, en lugar de ir con sus amigas a Casa Eulogio, a llenar el estómago por la vía rápida, va a disfrutar de las lagrimitas de pollo de La Bodeguita de Javi. Anteriormente, en ese local había otro bar, en el que desayuné una mañana, y que no me gustó nada. No obstante, como digo, ahora parece que es un sitio de buen yantar.

El Bar Centro de Mayores, por su parte, es un establecimiento muy particular. De hecho, se trata del típico bar que cambia cada cierto tiempo de dueños. En realidad, sus instalaciones están ligadas al Centro de Día de Villanueva, por lo que las personas que llevan la cantina van y vienen. En ocasiones, el negocio se ve que está cerrado, pero tarde o temprano aparece alguien que lo abre, para dar servicio a los mayores que paran allí, y también para sacarle partido a su terraza, que vale un potosí, puesto que está vallada, es amplia y tiene columpios. Para familias con niños, el sitio es magnífico.


Sin embargo, por la razón que sea, el Bar Centro de Mayores nunca ha acabado de despegar. En 2020 y en 2022 lo debía llevar alguien con buenas dotes para la cocina, pero este año no ha participado en las Jornadas. Yo creo que es porque los que lo regentaban entonces no son los que están ahora.

Dejando a un lado las Jornadas de 2015, que, como he comentado, fueron un algo distintas, son 8 los negocios que han participado en las seis ediciones restantes. Han sido el Alondra, El Mellizo, la Peña Bética, Casa Eulogio, La Perdiz, La Bodeguita de Javi, El Melao y Casa López. Por tanto, de los clásicos, me queda por mencionar a estos dos últimos. No obstante, los dos los visité en la ruta de la tapa de 2018, por lo que ya hablé de ellos en el post que le dediqué. Ahora solo añadiré un par de cosas. Por lo que respecta a la Taberna El Melao, este establecimiento es otro histórico. Se parece a El Mellizo, aunque es más antiguo. De hecho, es el bar más veterano de Villanueva, dado que se fundó en 1873. Su dueño actual, Antonio González, cogió el traspaso hace pocos años, y, sin cambiar la esencia, introdujo modificaciones, dándole más vuelo a la tasca. Junto con Casa Roberto, que está enfrente, es el bar que está más cerca de mi casa. Para María y para mí, su velador es perfecto para tomar una caña reposada con los amigos del pueblo, los viernes por la noche, para rematar la semana que acaba, o los domingos a mediodía, para encarar con buen ánimo la que empieza.


Casa López, por su parte, se parece mucho al Bar Restaurante Pepe León. Para mí, es otra referencia en Villanueva del Ariscal, a la que he ido 13 veces, en estos años. Se trata de un negocio sencillo, pero que mantiene bastante las formas, tanto por lo cuidado que está, como por lo que se come.


Me hubiera agradado meter en el grupito de negocios que han hecho pleno en las Jornadas Enoturísticas a la Taberna Memento, porque es otro bar que siempre me ha resultado simpático.


He ido 14 veces desde que abrió. Su oferta culinaria es simple, pero gusta, y su patio es muy acogedor. Sin embargo, este año ha hecho pellas en la ruta de la tapa, por lo que se queda con 5 participaciones.

4 participaciones en las Jornadas tienen El Cuervo Tapas y el Bar Restaurante Pepe León, aunque en el local de este último estaba la Bodega Marinera Bajo Guía, que en 2017 concurrió al concurso de tapeo a pocos días de su cierre. 3 intervenciones acumularon, antes de echar también la cancela, de manera definitiva, tanto la Taberna El Coco, como la Bodega Viya 9. La primera, que era otro clásico del pueblo, pero que no acabó de resistir el fallecimiento prematuro de su dueño, tuvo tapa en 2018, 2019 y 2020. La segunda, participó en la ruta en 2019, 2020 y 2022, y solo hace un año que ha cerrado. En 2018, en ese recinto estaba Bodega 4, que igualmente tomó parte en las Jornadas.

2 veces concurrieron un par de negocios que dejaron de existir (Bar La Paz Bar Cafetería De la Cava). También otros 4, que sí siguen en la brecha. Son el Café Bar Las Niñas del Parra, el Bar Centro de Mayores, la Venta Cuatro Caminos y el Bar Avenida. En el local donde está este último, el bar que se fundó, justo después de que cerrara la parafarmacia de la que hablé antes, se llamaba, igualmente, Bar Avenida, aunque no tenía nada que ver con su versión actual. En esa primera etapa, ese Bar Avenida participó en la ruta, allá por 2017. Con respecto al Café Bar Las Niñas del Parra, el mismo estuvo incluido en las Jornadas en 2017 y 2018, pero luego se ha especializado en servir desayunos, meriendas y cañas, por las buenas. Allí ya no se come. Por su parte, la Venta Cuatro Caminos, que despachó su tapa en 2017 y 2018, es la típica venta que estaba en los confines del pueblo, pero que ha quedado rodeada de casas con los años. Así, perdió su carácter de sitio de parada para gente de paso, quedó relegada a tasca cutre, y ahora le han lavado la cara un tanto, sin hacerle perder su aire de lugar para todos los públicos. No obstante, en su versión más reciente, no ha vuelto a bajar al ruedo de las Jornadas Enoturísticas.


Por último, 3 establecimientos, que ya no existen, participaron en una edición de las Jornadas. Fueron la Peña Sevillista Santiago (en 2018), que lleva años tan alicaída como lo está el Sevilla FC esta temporada, el Bar Lolo y Lola (en 2017), un negocio de efímera vida, que estuvo situado en un local de esos en los que ningún bar cuaja, así como Casa Eloy. Este presentó tapa en 2017, pero cerró después. En la actualidad, en ese lugar, un tanto destartalado, está el Café Bar Canela y Clavo, que tomó parte en la ruta en 2018, pero que ha hecho mutis desde entonces. 


En 2017, también participó en las Jornadas el Restaurante Los Niños de la Casera, que es una de mis referencias en Villanueva para comer, por lo que se merece un poco más de atención.


Para mí, el Restaurante Los Niños de la Casera es el lugar perfecto para almorzar en plan bullanguero. Yo diría que el sitio es una mezcla entre la Bodega La Perdiz y El Mellizo. Digamos que se come como en la primera, pero carece de ningún tipo de refinamiento, por lo que su ambiente se parece más al del segundo, aunque no tenga el suelo de albero. Abrió en 2011, y, al principio, yo creo que era un restaurante semiclandestino, porque la puerta de entrada parece un garaje, y hasta hace seis o siete años no tenía cartel. En consecuencia, cuando estaba cerrado pasaba totalmente desapercibido, y cuando estaba abierto tampoco llamaba demasiado la atención. Ahora, ya sí tiene un cartel que indica donde está. 

Para acabar, voy a hacer mención a los negocios ariscaleños que compiten en otras ligas, por lo que siempre han permanecido ajenos a las Jornadas. Por un lado, a nivel de grandes lugares para pegarse un buen homenaje, tengo que citar a la Bodega El Potro y al Restaurante La Pescadería. Se trata de los establecimientos más selectos de Villanueva. En el primero he estado 17 veces, y en el segundo, que es un sitio donde se come un pescado y un arroz de clase supreme, otras 2. El Potro tiene aire de bodega, pero sus hechuras son de restaurante de categoría. Abrió en 2006. La Pescadería, por su parte, se inauguró en 2016, y, por su aspecto y por su calidad, podría tener una Estrella Michelín, sin problema.


Por otro lado, tampoco sirven tapas, y, por tanto, nunca han formado parte de las Jornadas, las dos cafeterías del pueblo (Cafetería Aire Nuevo y Cafetería Go & Bar), un bar que solo sirve cañas y cafés (Cervecería La Excusa), el nuevo fast food de Villanueva (Moon Kebab) y dos establecimientos especiales que hay, que son el chiringuito veraniego de la piscina y el bar del campo de fútbol.

Y al hilo de nombrar al bar del campo de fútbol, no quiero acabar sin decir que el pasado sábado, por primera vez, fui al Campo de Fútbol Padre Miguel Caballero, a ver un partido, o un trozo de él, al menos.



Lo cierto es que yo ya había entrado en el campo de fútbol de Villanueva del Ariscal, sobre todo porque en su interior están las oficinas de la Delegación de Deportes del Ayuntamiento. También había estado un par de veces en el bar, y en una ocasión estuve jugando al tenis en las pistas anexas que tiene. No obstante, nunca había ido allí a ver un partido de fútbol, pese a que el Atlético Club Villanueva es una institución en la localidad. De hecho, en el pueblo, hasta hay una vía llamada Calle A. C. Villanueva


El club se fundó en 1962, y su equipo senior, en la actualidad, tras alguna temporada más boyante, milita en la división más baja que hay en el futbol español. Sin embargo, moviliza a mucha gente. Creo que no hay niño en Villanueva, que no haya pasado por su cantera. A mí me da un poco de coraje, porque el fútbol monopoliza las actividades deportivas en el pueblo. El sesgo es brutal, y cuenta con la complicidad de las autoridades municipales. Yo lo he sufrido en primera persona, pero esa es otra historia. Ahora, lo relevante es que fui a ver un rato del partido de cadetes del sábado (es la categoría de los adolescentes de catorce y quince años). El rival era la Unión Deportiva Pilas. Como he dicho, son multitud los niños ariscaleños que juegan en el Atlético Club Villanueva, y, por supuesto, algunos son amigos de mis hijas, que van a verlos de vez en cuando. Yo lo tenía pendiente, y decidí acercarme, al regresar de Sevilla, dado que vivo a dos minutos del campo. No vi el partido entero. Llegué en el minuto 30, vi hasta el descanso, y después me quedé hasta el minuto 5 de la reanudación. 


Al minuto de llegar yo marcó la Unión Deportiva Pilas. Tuve suerte de ver el gol, porque el partido acabó 0-1. En ese momento, no sabía que estaba viendo un choque entre los dos gallitos del Grupo 11 de la 4ª División de cadetes. En realidad, ni siquiera tenía idea de como se estructuraba el fútbol a esos niveles. Me he informado después. Resulta que no existen competiciones de ámbito nacional para los chavales de menos de 15 años. Para que las haya, hay que esperar a que los futbolistas sean juveniles. En cadete, por cada comunidad autónoma, en lo alto de la jerarquía se encuentra la División de Honor, y luego hay categorías inferiores, organizadas por provincias. En Andalucía, por debajo de esa División de Honor hay varias categorías. El Atlético Club Villanueva, en cadetes, está en la más baja de a provincia de Sevilla, que es la 4ª. Esta, a su vez se divide en 12 grupos, nada menos. Es una locura, porque el del AC Villanueva tiene 16 equipos. Si en 4ª División hay 12 grupos de 16 equipos cada uno, más o menos, y hay, por encima, 3 divisiones más... ¿qué porcentaje de chavales juegan al fútbol en Sevilla y su provincia? Es apabullante. No me extraña que las canteras del Real Betis y del Sevilla FC sean tan prolíficas, porque es imposible que, en su entorno, el talento futbolístico pase desapercibido.

En cualquier caso, por lo visto, esta temporada la UD Pilas marcha líder de su grupo, mientras que el AC Villanueva va segundo. El partido del otro día correspondía a la jornada 19. Habrá 30. Si el AC Villanueva ganaba, se ponía a dos puntos de la UD Pilas. No obstante, perdió. La distancia ahora es mayor. A final de temporada me enteraré de como termina la cosa.

En fin, acabo ya. El fin de semana de la edición de 2023 de las Jornadas Enoturísticas fue una gozada, de principio a fin.


Me lo pasé de miedo. En el presente post he hablado de los 26 negocios de restauración que están activos en la localidad, a día de hoy, así como de otros que existieron en el pasado. El tema de los bares ha quedado ya peinado en Villanueva del Ariscal. En el futuro, sin perjuicio de que vuelva a nombrar a alguno, me centraré en los lugares destacados del pueblo que aún no han salido en este blog, que son la Iglesia de Santa María de las Nieves, la Nave de la Cabalgata, la Hacienda Doña Caridad, la Hacienda Santa María, el Ayuntamiento, y la Casa de la Cultura.


Reto Viajero MUNICIPIOS DE ANDALUCÍA
Visitado VILLANUEVA DEL ARISCAL.
En 2006 (primera visita), % de Municipios ya visitados en la Provincia de Sevilla: 27'6% (hoy día 65'7%).
En 2006 (primera visita), % de Municipios de Andalucía ya visitados: 9'8% (hoy día 21'3%).


16 de febrero de 2023

CORIA DEL RÍO 2023

En julio del año 2006 se inauguró, entre Coria del Río y La Puebla de Río, el Museo de la Autonomía de Andalucía


A mí, su emplazamiento siempre me pareció muy raro. No acaba de entender por qué se habían llevado el Museo a un lugar como ese. De hecho, yo, que siempre he estado interesado en ir, he tardado más de tres lustros en hacerlo. Así, hasta el pasado viernes, 16 años y pico después de su apertura, no lo he pisado por primera vez. No obstante, la espera ha merecido la pena, porque me gustó mucho y me dio que pensar. Por ello, en este post me voy a ir algo por las ramas. No es que no vaya a hablar de Coria del Río, y de todo lo que hice allí el último fin de semana. Sin embargo, con la excusa de explicar qué ofrece el Museo de la Autonomía de Andalucía, me voy a enrollar un poco, refiriéndome a lo que he aprendido del andalucismo y de la figura de Blas Infante, a raíz de visitar su casa y el resto de la instalación museística anexa. El otro día me di cuenta de que no sabía casi nada acerca de las raíces de la comunidad autónoma andaluza, a pesar de ser de Sevilla. Viendo el Museo de la Autonomía de Andalucía me enteré de bastantes cosas, por lo que creo que su razón de existir quedó justificada.

Lo cierto es que, lo primero, al hablar del Museo de la Autonomía de Andalucía, es hacer referencia a su extraña ubicación. En realidad, es más lógica de lo que parece, pero de eso escribiré abajo. De momento, solo voy a mencionar otro dato curioso, que es que el recinto expositivo está a caballo entre dos municipios. Yo nunca había visto nada igual. 


Efectivamente, en la imagen que acabo de poner, extraída del Sistema de Información Multiterritorial de Andalucía (SIMA), que es un banco de datos mantenido por el Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía, se ve como la línea que separa el término municipal de Coria del Río y el de La Puebla del Río, corta la parcela en la que se asienta el Museo. De hecho, divide por la mitad el inmueble, hasta el punto de que la raya roja, que no la he trazado yo, sino que aparece en el mapa oficial, lo atraviesa justo por donde se abre su puerta principal. Ello implica que la Sala 28F del Museo está en La Puebla del Río, y que este término municipal llega hasta el hall de entrada. En consecuencia, el mostrador en el que se realiza el control de acceso, actúa como auténtica barrera física entre los dos municipios. A continuación, todo el resto de la edificación pertenece a Coria del Río. En el exterior, la gran mayoría de los jardines y la Casa de Blas Infante se encuentran también en Coria. No está claro, por tanto, qué pueblo tiene competencias en el emplazamiento del Museo de la Autonomía de Andalucía. Hay que decir que, en su página web, sus responsables son muy salomónicos, de manera que, al indicar su dirección, ponen "Avenida de Blas Infante, s/n. Coria del Río-La Puebla del Río". Que no se diga. Sin embargo, yo quería ir más allá, y me he metido en la parte de la web en la que se detalla la política de privacidad y se exponen los pertinentes avisos legales. Ahí no se pueden andar con medias tintas, por lo que explicitan que el domicilio social de la Fundación Pública Andaluza Centro de Estudios Andaluces, que es la que gestiona la institución museística, está en la "Avenida de Blas Infante, s/n, Coria del Río". Eso significa que la fundación tiene su sede en el edificio del Museo, y que el mismo está en Coria, desde el punto de vista fiscal. Ante la duda de si hablar de él en un post dedicado a Coria del Río, o hacerlo en otro dedicado a La Puebla del Río, pues ya tengo la respuesta.

Pero a lo que yo iba no era a dar la chapa, acerca de si la alfombra del vestíbulo del Museo de la Autonomía de Andalucía se extiende sobre el término municipal coriano o sobre el cigarrero. En realidad, yo quería hablar de por qué se eligió ese sitio para ubicar la institución.


La verdad es que el Museo está en esa parcela, porque los terrenos eran de Blas Infante, el "padre de la patria andaluza". Ahora ya sé por que se abrió en ese recóndito lugar. Cierto es que Coria del Río es una ciudad de 30.000 habitantes, que tiene una entidad considerable. Se encuentra tan solo a 12 kilómetros de Sevilla. Además, su casco urbano y el de La Puebla del Río se hallan pegados, por lo que ambos suman un conjunto unificado, que está poblado por 42.000 personas. Son muchas. Lo que sucede es que esa gran área metropolitana cuenta con unas comunicaciones penosas con la capital, y, para más inri, no está en un emplazamiento por el que haya que pasar para nada. De hecho, está en un fondo de saco. En efecto, más al sur del foco formado por Coria del Río y La Puebla del Río, solo hay marismas hasta el mar (obviando la existencia de Isla Mayor, que es un pequeño pueblo que está aislado entre los arrozales). Para ir ese núcleo hay que proponérselo, vamos, y, como digo, no está muy bien comunicado con Sevilla capital, ni con ningún sitio importante. En ese sentido, el Museo de la Autonomía de Andalucía queda muy a trasmano, y tampoco es fácil meter su visita en el contexto de un plan más amplio, dado que Coria no deja de ser una población normal y corriente. Para verlo, hay que ir ex profeso a hacerlo.

Sin embargo, el otro día comprobé que el Museo de la Autonomía de Andalucía está donde tiene que estar. Como dije antes, yo no sabía por qué se hallaba en esa ubicación tan rara, pero ya sí lo se. En primer lugar, como acabo de comentar, se debe a que la finca en la que se asienta perteneció a Blas Infante. Su hija mayor, Luisa Infante, residió en la casa hasta los 73 años. Por lo visto, la vivienda nunca dejó de ser propiedad de la familia del intelectual andaluz, hasta que, en 2001, fue adquirida por la Junta de Andalucía, junto al terreno circundante, y se empezó a rehabilitar. Luisa la había conservado igual, pero en sus habitaciones se notaba el desgaste del tiempo, porque no parece un sitio fácil de mantener.

Voy a ir en orden, tratando de no extenderme demasiado en los preliminares que quiero narrar, para llegar al final y poder hablar, brevemente, de la Casa de Blas Infante y del propio Museo de la Autonomía de Andalucía. Resulta que Blas Infante, que es la figura capital en esta historia, nació en Casares (Málaga) y se convirtió en notario a la edad de 24 años. Baste ese dato para poner de manifiesto, que era un superdotado, lo que explica que fuera capaz de mantener el ritmo de vida intelectual que llevó. Durante 13 años, ejerció en la notaría de Cantillana, y también como abogado en Sevilla capital. Durante esos casi tres lustros, perfiló sus ideales, que estaban basados en dos líneas. Por un lado, opinaba que había que darle herramientas al pueblo para que peleara por su progreso y se levantara ante las injusticias, que eran muchas en la Andalucía latifundista de principios del siglo XX. Sin embargo, para alcanzar el desarrollo, los instrumentos que creía necesarios no eran las armas, sino la educación y el trabajo, aunque para evolucionar era fundamental que los trabajadores tomaran las riendas de la economía, adquiriendo la propiedad de las tierras de cultivo. Por otro lado, Infante adoptó los rasgos que definen al pueblo andaluz, como el elemento aglutinador del movimiento desarrollista que planteaba. Para él, la prosperidad en Andalucía estaba ligada a la unión de los andaluces, en torno a unas señas de identidad compartidas, que tenían que servir para hermanarlos y para que sintieran que había una única raíz, que justificaba el hecho de luchar por un bien común de manera conjunta. Esas señas de identidad eran de todos y para todos. Por ello, Infante fue el primero que habló de una Andalucía libre y solidaria. No obstante, no hay que olvidar que Blas Infante, ni era comunista, ni era independentista. Era, realmente, regeneracionista y regionalista. Él imaginó una Andalucía fuerte, anclada en el marco irrenunciable de la unidad de los pueblos de España

El caso es que, durante los 13 años que fue notario en Cantillana, Blas Infante puso en orden sus ideas y se mostró como un activo militante del andalucismo, tanto a nivel político, como a nivel cultural. Sin embargo, en 1923 comenzó la dictadura de Miguel Primo de Rivera, que cercenó de raíz el sistema por el que él venía trabajando. No obstante, a diferencia de lo que sucedió en 1936, en esta ocasión Infante pudo retirarse de la vida pública, sin que nadie le molestase. Así, permutó su plaza de notario de Cantillana, por la de Isla Cristina, y se marchó a vivir a la costa de Huelva. Casi en el límite occidental de Andalucía residía, dedicado a sus escritos, cuando la dictadura colapsó y se instauró la Segunda República. Ante esa coyuntura, Blas Infante vio que era el momento de volver a la primera línea. De hecho, el nuevo régimen era la base perfecta para intentar hacer realidad sus planteamientos. Por ello, logró regresar a Sevilla, al conseguir la notaría de Coria del Río y un puesto en un bufete de abogados de la capital. A continuación, retomó su faceta política. Su actividad, entre 1931 y 1936, fue incesante, lo cual sirvió de excusa para que lo fusilaran. En efecto, el 18 de julio de 1936, Francisco Franco dio un golpe de estado. En Sevilla, el general Gonzalo Queipo de Llano apoyó el levantamiento y se hizo con el control absoluto de la ciudad, después de cuatro jornadas de combates. Coria del Río fue tomada el 24 de julio. Uno de los hombres de confianza de Queipo de Llano era Pedro Parias González, que fue nombrado gobernador civil de Sevilla, el mismo 18 de julio. En consecuencia, tras la toma del poder por los sublevados, Parias fue el encargado de dirigir la represión. En semejante contexto, Blas Infante tuvo mala suerte, porque, pocos meses antes, ejerciendo de abogado, había ganado un juicio, en el que defendió a un almacenista de harinas frente al propio Pedro Parias, debido a una deuda que este tenía con el empresario harinero. Parias, por otro lado, era tío carnal de Angustias García Parias, la mujer de Blas Infante. Resulta difícil separar todo eso de la detención de Infante, el 2 de agosto, en su casa de Coria del Río. El arresto fue un ajuste de cuentas, hasta el punto de que, el sargento que lo detuvo, dado el caos que triunfaba por doquier en los compases iniciales de la Guerra Civil, tenía orden de liquidar al notario y abogado en la carretera de Coria a Sevilla, aplicándole la Ley de Fugas. El sargento, apellidado Crespo, no solo no lo ejecutó, sino que dio tiempo a Angustias García para que llegara con antelación a Sevilla, e intentara convencer a su tío de que no se le hiciera nada a su marido. Pedro Parias no se retractó, por lo que Blas Infante fue llevado al Cine Jauregui, donde estaban presos un buen número de personas. En ese lugar lo tuvieron hasta la madrugada del 11 de agosto, cuando fue sacado con nocturnidad, y fue conducido a las afueras de Sevilla, junto con otros tres desgraciados. En un descampado los fusilaron a los cuatro, sin juicio ni defensa posible. Acabada ya la guerra, las autoridades franquistas apañaron una especie de juicio póstumo, en el que se le declaró culpable (que sorpresa...) de oposición y de desobediencia, por haber formado parte de una candidatura de tendencia revolucionaria en las elecciones de 1931 (en la que iba, por cierto, con Ramón Franco, hermano del dictador, que no es que no fuera juzgado, es que fue recibido con los brazos abiertos en el bando sublevado). A Infante también se le acusó de haberse significado como propagandista de un partido andalucista y regionalista. Total, que lo asesinaron por resentimiento, aprovechando que sus pensamientos no eran del agrado de los golpistas que se habían alzado con el mando en Sevilla.

El tema es que los bienes de Blas Infante fueron incautados tras su muerte, pero en mayo de 1943 se permitió que Angustias y sus cuatro hijos regresaran a su casa de Coria. Y en este punto, es donde voy a pasar a hablar de la vivienda, que hoy día se visita junto al Museo de la Autonomía de Andalucía.


Cuando Blas Infante se mudó a Coria del Río desde Isla Cristina, en 1931, no tenía ninguna propiedad, según me dijo la guía que me enseño la Casa (esta vez no recuerdo el nombre, lo siento). Sin embargo, en ese momento decidió invertir en algo de patrimonio, y además se propuso dar rienda suelta a sus ilusiones constructivas. Así, compró 6 hectáreas de terreno baldío, que estaban situadas en un alto, a las afueras de Coria, y allí dejó que volara su imaginación. En primer lugar, en la parte de la parcela que no edificó, que fue casi toda, montó una especie de jardín botánico, que pretendía rememorar la riqueza vegetal andaluza, y que llegó a tener 500 árboles. Hoy ya no está igual, pero 2 de las hectáreas originales sí se han mantenido a la usanza de como debió ser el conjunto, respetando el espíritu primigenio de la zona verde. 


Por otro lado, desde el cerro donde está la parcela se llega a ver el Río Guadalquivir. Hoy día, las vistas son bonitas, y eso que se ha construido en medio, pero, en aquella época, la visión, desde la puerta de la casa que da al este, debía ser una maravilla.


En lo alto de esa parcela, Blas Infante se hizo su Casa, empezando de cero. Él la diseñó y él dirigió las obras, ejerciendo de arquitecto, de decorador y de contratista, de manera que fue él el que se ocupó de seleccionar a los operarios y a los artesanos que curraron en la construcción del inmueble. Nos contó la guía, que la acumulación de tareas le produjo no pocos quebraderos de cabeza, ya que él tenía, además, sus ocupaciones profesionales, por lo que el acopio de cometidos demoró el avance de los quehaceres, hasta el punto de que, en un determinado momento, su mujer, Angustias, que esperaba con paciencia a que su nuevo hogar estuviera acabado, para trasladarse a él con sus churumbeles, perdió la paciencia y decidió que se mudaban con la obra sin concluir, porque, al dirigirla desde la distancia, y pagando a los obreros por día trabajado, no por trabajo finalizado, a Blas le estaban tomando el pelo. Hay que decir, llegados a este punto, que la guía que me acompañó, a mí y a la otra pareja que estaba haciendo también la visita, conoció a las hijas de Blas Infante. Evidentemente, era más joven que ellas, pero me dijo que había estado en la vivienda cuando aún la habitaba Luisa, y me dio la sensación de que había tenido tiempo de hablar con ella, largo y tendido, de Blas Infante y de sus circunstancias. Gracias a eso, me refirió cosas que no están en ningún sitio, que yo sepa. Una fue esa historia, relacionada con el trance en el que Angustias se arremangó y dijo que se hacía la mudanza, sí o sí. Por lo visto, Blas Infante quiso contratar para las labores a jornaleros en paro de Coria, con la intención de echarles una mano. Les pagaba por jornada trabajada, y él no podía estar encima, por lo que los currantes parece que dilataron la faena en exceso. A pesar de todo, la obra se finiquitó y la casa quedó terminada, con sus mil detalles y simbolismos. Blas Infante la bautizó como Villa Alegría.


No voy a describir la Casa en profundidad. Solo voy a decir que tenía dos partes. En una, que es la que, por fuera, tiene almenas de estilo hispanomusulmán, Blas Infante se dejó llevar por su pasión, y llenó las habitaciones de yeserías, azulejos, pinturas, recuerdos y símbolos, que evocan a la arquitectura andalusí, y que son herederas, también, de la corriente historicista del regionalismo sevillano del siglo XX. No dejó un milímetro libre, y todo representa algo. Por lo que respecta al lado bajo del edificio, que se asemeja a una casa típica andaluza, en él hizo más estancias. No obstante, este último sector tenía otro adjunto, en dónde estaban el corral, la pileta y el almacén. Estos se encontraban en estado de ruina en 2001, por lo que hubo que tirarlos abajo y reconstruirlos. El módulo blanco de la vivienda, que se ve en la foto de arriba, y que en la de abajo aparece sobresaliendo, a la izquierda, se corresponde con ese anexo reformado.


A continuación de la parte almenada de la casa, y anexa, por dentro, a las habitaciones que sobresalen, está el otro sector de la vivienda que diseñó Blas Infante. Sus estancias también son pródigas en elementos decorativos, pero tienen un carácter menos abigarrado.


Actualmente, el interior del inmueble se ha montado como un museo. No está vivido, lo que implica que hay que hacer un pequeño esfuerzo para rememorar como era aquello cuando estaba habitado por dos adultos y cuatro niños. Sin embargo, la decoración y la estructura están intactas, por lo que no acaba siendo difícil imaginar allí a Blas Infante y a los suyos, hasta el punto de que me resultó impactante lo que contó nuestra guía, acerca del día de su detención. Ver la puerta por donde lo sacaron de su propia casa, una mañana de julio, estando su familia con él, me hizo estremecerme. Nunca regresó.


Me estremecí, porque en las guerras la línea entre la vida y la muerte es muy fina. En ese contexto, en el que la existencia de un ser humano vale tan poco, los paseillos, como el que sufrió Blas Infante, son la expresión máxima de la arbitrariedad, la impunidad y la barbarie. En España hubo muchos, entre julio y diciembre de 1936, tanto en un bando como en otro. Fueron ajustes de cuentas, ejercidos por criminales. La casa de Blas Infante está casi igual, y no me resultó difícil hacerme una idea de como debió ser aquel dramático episodio, aunque hoy, a los de mi generación, por fortuna esos trances nos parezcan ciencia ficción.

En resumen, no esperaba que la visita a la casa de Blas Infante fuera a gustarme de esa manera. La verdad es que salí de allí con el andalucismo a flor de piel. No soy nacionalista en absoluto, pero sí reivindico con orgullo mis raíces, y al recorrer el Museo de la Autonomía de Andalucía me invadió un cierto sentimiento de gratitud con respecto a Blas Infante. En ese momento, valoré, en su justa medida, que hiciera tanto por rescatar nuestra identidad del olvido. Evidentemente, no soy el primero que se siente agradecido por eso. Es más, durante la Transición, su obra fue la base sobre la que se asentó el desarrollo de Andalucía como autonomía. Me alegro, porque al final su trabajo, idealista y sentimental, pero muy coherente a la vez, no cayó en saco roto. De hecho, él fue el que cogió la melodía de un himno popular, compuso una letra sobre esa base, y le dio carta de naturaleza al Himno de AndalucíaInfante también diseñó la bandera y el escudo, con tal grado de acierto, a la hora de plasmar los ideales en la simbología, que ambos se convirtieron en oficiales, junto con el himno, en 1981, cuando se aprobó el Estatuto de Autonomía andaluz, pese a que el escudo, teniendo en cuenta lo precisa que es la heráldica como disciplina, parece ser algo heterodoxo.

El caso es que la Casa de Blas Infante es el vivo reflejo de la ideología del malagueño. Después, en el inmueble del Museo se muestra como esa identidad, armada por él, se materializó políticamente durante la Transición. El edificio es estilizado y moderno, y se construyó en uno de los lados de la parcela. 


Como dije antes, el terreno que adquirió Blas Infante tenía, en origen, 6 hectáreas, pero un extremo ya fue expropiado en el pasado, para construir la carretera que circunvala Coria del Río y La Puebla del Río. Las 4 hectáreas restantes son las que compró la Junta de Andalucía en 2001, y en ellas edificó el inmueble museístico, que se inauguró en 2006. Su interior está dividido en varias partes. La más importante es la Sala 28F. En ella no hay ánforas romanas, ni nada similar. En un museo dedicado al proceso de adquisición de la autonomía en Andalucía, lo que hay no puede ser muy antiguo, pero sí puede tener un gran valor simbólico... siempre que se muestren cosas verdaderas.

Me habría parecido un timo si lo expuesto en las vitrinas del Museo de la Autonomía de Andalucía hubieran sido copias o réplicas, pero no lo son. En la Sala 28F vi objetos de Blas Infante, así como elementos relacionados con el proceso de consecución de la autonomía andaluza, a finales de los años 70 y principios de los 80 del siglo XX. Todo era original.


Me gustó ver, por ejemplo, la bandera blanca y verde que cosió Angustias García, usando tela que Blas Infante había comprado en su viaje a Marruecos. Se puede decir que esa Bandera de Andalucía es la primera que se confeccionó. 


Igualmente, me llamó la atención la Pizarra que se usó para el seguimiento de los datos oficiales del referéndum para la aprobación de la vía de acceso de la comunidad andaluza a la autonomía. Se celebró el 28 de diciembre de 1980. El panel estaba instalado en el centro de recepción de datos, que se montó en el Casino de la Exposición de Sevilla, con la idea de que los medios de comunicación y los invitados estuvieran al tanto de como iba avanzando la consulta.


Como se puede ver en la foto, la Pizarra está aún llena de números. Estos, sin embargo, son de una votación posterior, que formó parte de otro referéndum, en el que se decidió si se aprobaba el Estatuto de Autonomía. Fue el 20 de octubre de 1981, y el encerado se colocó en la puerta del Hotel Macarena, también en Sevilla. Puede parecer una tontería, pero creo que tiene su valor que se muestren elementos originales, que fueron relevantes en un momento histórico clave, aunque yo tenga más años que ellos. Además, la Sala 28F me resultó muy instructiva, ya que en ella cuentan, de una manera sucinta y bien hilada, como fue el proceso de adquisición de la autonomía en la comunidad andaluza. El mismo no fue sencillo, tampoco me voy a seguir enrollando, pero es muy interesante el modo en el que se dieron los acontecimientos, y me entretuvo refrescar mi memoria al respecto.

Aparte de la Sala 28F, el Museo de la Autonomía de Andalucía tiene también otros espacios habilitados, todos muy cuidados. Uno de ellos es la Sala de Exposiciones Temporales.


Otro es el dedicado a albergar el Centro de Interpretación de Emigrantes y Retornados de Andalucía. En el primero había una exposición de fotografías históricas, y el segundo era un lugar dedicado a recordar a los andaluces que tuvieron que emigrar a diversos países europeos, en los años 50 y 60 del pasado siglo.

En definitiva, tras muchos años me quedó claro lo que es el Museo de la Autonomía de Andalucía. No es una lugar para turistas. Es un espacio destinado a enseñar a los andaluces como fue el proceso por medio del cual se unificaron los elementos dispersos de su propia identidad, y se les dio naturaleza política. Por ello, pienso que es un sitio que tendrían que ver todos los niños de Andalucía. A mis hijas nunca han tenido la intención de llevarlas en el colegio, quizás por desconocimiento. Sin embargo, me consta que el Museo vive de las visitas grupales. De hecho, al día siguiente de ir yo, estaba concertada la de unos scouts. Aparte, ni que decir tiene que los foráneos que estén interesados en profundizar en el carácter y en las raíces de los habitantes de las regiones que componen España, encontrarán muy atractivo el contenido de la Sala 28F, así como el de la Casa de Blas Infante.

En fin, que me encantó el Museo de la Autonomía de Andalucía. En cualquier caso, después de casi 17 años, que es el tiempo que lleva abierto, a mí no se me ocurrió ir el otro día por una revelación. Al contrario, se me vino a la cabeza esa posibilidad, porque el sábado iba a Coria del Río a comer, a una celebración de cumpleaños, y eso dio pie a que lo de realizar previamente la visita me pareciera una idea fantástica. Luego me enteré de que los sábados por la mañana el Museo no abre a los visitantes independientes, pero ya se me había metido en la mollera que era el momento de verlo, por lo que me empeciné y reservé el viernes por la tarde para hacerlo. En consecuencia, acabé yendo a Coria dos veces, en dos jornadas consecutivas. Esto tuvo de positivo, que el viernes, cuando terminé en el Museo, no tenía prisa y me pude dar una vuelta. Mi primera intención fue caminar hasta el centro urbano, pero, tras echarme a andar por la Avenida de Blas Infante, me di cuenta de que el meollo de Coria quedaba lejos, así como el paseo que bordea el Río Guadalquivir. Además, no solo tenía que pegarme un buen pateo, sino que también tenía que atravesar una zona que, a ratos se asemejaba a un polígono industrial, y a ratos bordeaba un descampado, sin más. Ante esa perspectiva, volví sobre mis pasos, cogí el coche y lo acerqué. Finalmente, lo dejé aparcado en un lugar que llamó mi atención. Resulta que el Arroyo Riopudio, junto al cual he corrido en tantas ocasiones, y que tengo que cruzar siempre que voy de Villanueva a Sevilla, desemboca en el Guadalquivir, a la altura de Coria del Río


En esa última parte va canalizado, y en esta época del año no es más que un hilillo de agua, por lo que pude ver. No obstante, me resultó curioso encontrarme allí con mi viejo conocido, cuando ya se dispone a morir.

Luego, desde el punto donde Coria del Río es atravesada por el Arroyo Riopudio, avancé hacia el centro, recorriendo el final de la mencionada Avenida de Blas Infante (es una calle larguísima), y continuando, cuando la misma, con su suelo ya adoquinado, pasa a denominarse Calle Cervantes


Con ese nombre cruza el centro de Coria del Río y llega hasta el edificio del Ayuntamiento.


Una vez que ya había alcanzado el epicentro coriano, desanduve mis pasos y busqué la principal iglesia de la ciudad, no para verla por dentro, sino más bien para recorrer sus alrededores, que son, realmente, el corazón de Coria del Río. Así, tomé la Calle Pinta y llegué hasta la Plaza de Nuestra Señora de la Estrella


Después, callejeé un poco, mientras retornaba adonde tenía el coche. Se puede decir que le eché un vistazo al sector sureste del centro de Coria. Desde allí, me hubiera gustado llegar hasta el río, que no andaba muy lejos, pero se me estaba haciendo tarde, y al día siguiente iba a volver, precisamente, a la zona que se asoma al Guadalquivir, por lo que decidí regresar. Al hacerlo, pasé por la Plaza de Nuestra Señora del Rocío.


El caso es que, como he dicho, el plan del sábado, que había desencadenado toda la aventura del viernes, consistía en ir a Coria del Río, a comer al Restaurante El Esturión, para celebrar el cumpleaños de mi cuñada Rocío.



Se trataba de un almuerzo sorpresa, que había organizado mi otra cuñada y los amigos de Rocío. Ella sabía que iba a Coria a comer, lógicamente, pero se creía que le esperaba un tapeo informal con sus dos mejores amigas. Fue al llegar, cuando se dio cuenta de que le habían montado un convite propio de un bautizo.


Lo pasamos muy bien. Además de todos los amigos, estábamos invitados los familiares más allegados, por lo que se montó una buena. De hecho, lo que nos comimos fue un menú de grupo, que nos costó tanto como el de una boda. No obstante, la ocasión lo merecía. 

Como he comentado, el almuerzo tuvo lugar en El Esturión, que resultó ser un restaurante enorme, en el que había otras dos celebraciones numerosas, y, también, más gente en un plan menos multitudinario. A nosotros, la comida se nos alargó bastante, por lo que acabamos en los jardines del restaurante, que dan al Río Guadalquivir, tomando los cafés y las copas, hasta que se nos hizo de noche. Realmente, el restaurante deja la parte del bar abierta, para que se explayen los que quieran, en la deliciosa explanada de césped que tiene.


Fue en ese rato cuando yo aproveché para salir del restaurante y recorrer el principio del Paseo Fluvial, que llega desde allí hasta la desembocadura del Arroyo Riopudio, precisamente.




Evidentemente, no era el momento de recorrer entero el paseo. Eso lo dejo para la próxima. Esta vez, lo que pegaba era pasar la tarde en el jardín del bar. Allí estuvimos hasta que lo cerraron. Yo no bebí, pero era el día de echar un largo y relajado rato, en buena compañía. Cuando nos fuimos, a las 20'00 horas, ya era noche cerrada. Rocío y sus amigos se trasladaron a Sevilla, para continuar la fiesta, pero María, yo, y las niñas, habíamos cumplido y nos fuimos para casa. Fue una jornada entrañable.

Coria del Rio es una ciudad que se asoma al Río Guadalquivir. Este, tras dejar atrás Sevilla, corre ya desbocado hacia su desembocadura. El Esturión se encuentra pegado al cauce de agua, en el límite norte coriano. El Museo de la Autonomía, en cambio, está en el sur, y en la esquina interior del núcleo urbano, por decirlo así. En dos días consecutivos estuve, por tanto, en los extremos más alejados de la localidad. En medio, me quedan cosas por ver. Algunas las conozco, pero de eso hablaré en otra ocasión. Por este post ya está bien.


Reto Viajero MUNICIPIOS DE ANDALUCÍA
Visitado CORIA DEL RÍO.
En 2005 (primera visita), % de Municipios ya visitados en la Provincia de Sevilla: 24'8% (hoy día 65'7%).
En 2005 (primera visita), % de Municipios de Andalucía ya visitados: 9'5% (hoy día 21'3%).