31 de julio de 2019

EL BOSQUE 2019 (VISITA DE JULIO)

Siempre he pensado que los lugares es bueno verlos en diferentes épocas del año, ya que el clima marca los ritmos en todos lados y provoca que los ambientes cambien. Yo normalmente no estoy en condiciones de ponerme exquisito con respecto a esto, voy a ver los sitios cuando puedo y casi nunca tengo la oportunidad de volver en otras fechas. En El Bosque, sin embargo, sin proponérmelo he estado en tres estaciones diferentes desde que escribo en este blog: en 2016 estuve en diciembre, este año regresé en abril y ahora he vuelto por tercera vez. Dado que se trata de un enclave serrano, es en apariencia el verano el peor momento del año para dejarse caer por él, pero la pasada semana estuve en la población dos veces y pude comprobar en ambas ocasiones que, pese a que en teoría lo que pega es pasear por sus calles en un día frío, en julio el pueblo está mucho más animado.

En efecto, la semana pasada estuve en El Bosque dos veces, ya que Ana ha estado allí de campamento. Como aún no estoy de vacaciones me pedí el día en el trabajo para poder ir con María a llevarla y gracias a eso echamos una magnífica jornada de domingo en el pueblo, en principio no iba a poder volver a recogerla al finalizar el campamento, pero por una serie de circunstancias el viernes me vi de nuevo en El Bosque, pese a que yo venía de viaje y a que, además, trabajaba el sábado a las 10 de la mañana en Sevilla y no iba a poder quedarme a la recogida de Ana a mediodía. En cualquier caso, al final todo se apretó incluso más y acabé madrugando, no para estar currando en Sevilla a las 10, sino para estar allí a las 7 cogiendo un AVE a Madrid. Por desgracia surgió sobre la marcha un problema grave y tuve que cambiar los planes de manera radical, pero al menos la noche del viernes sí la pasé en El Bosque y pude duplicar la visita estival de este 2019 a la villa gaditana.

El referido campamento de Ana tuvo lugar en el Albergue Inturjoven. Yo ya hablé de él en el post que escribí en 2016, debido a que fue donde pernoctamos en aquella ocasión. Entonces estuvimos dos noches, la segunda de ellas completamente solos. Sin embargo, en verano he visto la instalación rebosante de vida, el contraste ha sido total, puesto que el cupo de niños y niñas inscritos al campamento se ha cubierto y estaba a tope. Aún así, a los peques no los instalan en el edificio donde nosotros dormimos, sino en unas tiendas de campaña que montan en una explanada que hay más allá. Esa parte no la conocía y ahora he podido verla.


El domingo después de dejar a Ana a buen recaudo llegó el momento de aprovechar el viaje para disfrutar de un día de relax. Finalmente no comimos en El Bosque, pero sí pasamos allí lo que quedaba de mañana. Gracias a eso pude ver por primera vez la Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe por dentro. Esa fue la principal novedad de esta visita, tras haber entrado en ese templo creo que he conocido ya todos los enclaves interesantes que ofrece la población.



Gracias a que echamos en El Bosque un largo rato muy relajado pude también volver a recorrer las principales calles del centro, que son bastante atractivas.



Muy bonita estaba la Calle Huelva con su recodo, así como las calles que tiene hacia el norte, que son las más pintorescas. Destaca por encima de todas el Callejón de la Fragua, con su fuente de agua, en la cual nos refrescamos.


La citada Calle Huelva va a dar por el sur a la Plaza de la Constitución, que en gran parte estaba en obras, aunque la atravesamos para llegar a la Iglesia. La zona peatonal de esta plaza, a la que da el edificio del Ayuntamiento, estaba en cambio intacta.


Era domingo y, como dije al principio, había bastante animación en varios puntos del centro. Nosotros nos detuvimos a tomar unas cañas en el Bar El Cañino, la tasca con menos ínfulas que uno pueda encontrase, tan pocas que cuando pides cerveza te dan directamente litronas y vasos. Fue curioso. Con independencia de esto, el bar tiene muchas mesas repartidas por la encantadora Plaza de San Antonio, por lo que fue el lugar perfecto para echar un rato agradable.



Nosotros a primera hora, antes de dejar a Ana, habíamos desayunado en el Bar Majaceite, que está junto al Albergue y que era un viejo conocido, ya que en 2016 almorzamos allí.



Su terraza para comer está bien, y desayunar en ella es igualmente un lujo.

Cuando me fui de El Bosque el domingo lo hice pensando que el fin de semana siguiente no iba a regresar, pero es bien sabido que el hombre propone, pero que es Dios el que dispone (según el dicho), por lo que el viernes me vi volviendo al pueblo por la tarde, como he comentado más arriba, esta vez para pernoctar allí. Ningún problema, yo trabajaba al día siguiente, pero surgió un plan atractivo y reservamos a través de Airbnb un alojamiento para dormir. Poco después el plan atractivo se chafó (nos quedamos María y yo solos con Julia, algo que no está ni mucho menos mal, pero que no era lo previsto) y, para colmo, me avisaron con urgencia de un problema grave de salud de mi padre, por lo que tuve que salir escopetado hacia Madrid en la madrugada del sábado.

Han pasado unos cuantos días de eso y el momento crítico se salvó, por lo que ahora lo que recuerdo de esas horas que pasé en El Bosque, con el corazón en un puño, es que la población, con su delicioso ambiente de noche de verano, me ayudó a aguantar el envite con serenidad. De nuevo dimos un paseo por las calles más céntricas, ya sin sol, y en esta ocasión nos sentamos en la terraza del Mesón El Duque, donde disfrutamos de una cena que para mí fue un bálsamo.


La vistas desde la ventana del pequeño apartamento que alquilamos también me ensancharon los pulmones al máximo.


Al día siguiente pude llegar a tiempo a coger el tren a Sevilla y antes de las 10 de la mañana ya estaba en Madrid. La jornada fue larga, en general lo fueron todas las que siguieron, pero ello no empaña los dos buenos ratos que eché en El Bosque disfrutando de su versión veraniega.


Reto Viajero MUNICIPIOS DE ANDALUCÍA
Visitado EL BOSQUE.
En 2008 (primera visita real), % de Municipios ya visitados en la Provincia de Cádiz: 38'6% (hoy día 54'6%).
En 2008 (primera visita real), % de Municipios de Andalucía ya visitados: 14% (hoy día 20'2%).


19 de julio de 2019

PALACIO REAL DE LA GRANJA DE SAN ILDEFONSO Y SUS JARDINES 2019

En España, Patrimonio Nacional es un organismo público que es responsable de los bienes del Estado que proceden del legado de la Corona. Hace unos siglos la línea que separaba el patrimonio real y el estatal era difusa, pero hoy día está más claro cuales son las posesiones del rey y cuales pertenecen a España. Así, todo lo que gestiona Patrimonio Nacional ya es claramente propiedad del Estado español, no de la Casa Real, pero la principal función de ese acervo es servir de apoyo al monarca en el desempeño de sus labores, por lo que son bienes singulares que se tienen que gestionar por un organismo con personalidad jurídica propia. Por decirlo de otra forma, los edificios considerados Patrimonio Nacional se usan por el rey en sus actos oficiales, aunque su dueño sea el Estado. Otra cosa es que se utilicen poco y que el resto del tiempo, dado su carácter histórico, estén puestos a disposición de los ciudadanos para que estos puedan visitarlos.

En total, Patrimonio Nacional como institución gestiona 19 palacios, monasterios, conventos y edificaciones anexas, que se agrupan en ocho enclaves declarados como Real Sitio. Los mismos albergan más de 154.000 piezas de primordial importancia que también forman parte del patrimonio español, e incluyen 22.000 hectáreas de espacios naturales. De esos 19 inmuebles, cuando creé mis listas de imprescindibles entraron en alguna de estas el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, el Palacio Real de Aranjuez, el Palacio Real de Madrid y el Palacio Real de La Granja de San Ildefonso. Mi visita de esta semana a este último, que es el único de los cuatro que no está en la Comunidad de Madrid, fue la base para el primero de los post que dedicaré a esas grandes construcciones.


Resulta curioso como a veces intento repetidamente planear una visita y, al final, la misma se chafa una y otra vez. En otras ocasiones, por contra, aparece sobre la marcha, como caída del cielo, la inesperada oportunidad de conocer un enclave presente en mis listas que todavía no me había propuesto tachar. Ejemplos de estas dos circunstancias los encuentro, sin ir más lejos, en dos de los cuatro lugares declarados como Real Sitio a los que he hecho referencia en el párrafo anterior, ya que, en efecto, estuve en el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial en 1985, cuando era un crío, y desde hace unos años quiero volver a verlo con ojos de adulto, pero aún no he conseguido cuadrar una escapada, pese a que he valorado con frecuencia la posibilidad de ir. Frente a esto, el caso opuesto ha sido el de la visita de esta semana al Palacio Real de La Granja de San Ildefonso. Nunca aún me había planteado ir a conocerlo, pero el pasado lunes me vi viajando en coche, sin comerlo ni beberlo, dispuesto a pasar tres noches en el Parador de La Granja, un emplazamiento que no solo está muy cerca del Palacio, sino que además está íntimamente ligado a él.


He de decir, antes de seguir con el post, que el punto de partida de mi estancia en el municipio de Real Sitio de San Ildefonso no ha sido motivo de alegría. De hecho, la mejor noticia hubiera sido no haber viajado este mes de julio al centro de la Península Ibérica, o al menos haber cambiado el motivo, que ha estado relacionado con la enfermedad contra la que mi padre lleva luchando muchos meses. En efecto, el pasado verano ya la mencioné en algunos post, principalmente en el de Alcorcón, que es donde está siendo tratado. El año ha sido largo y duro. En enero, en el post dedicado a Oropesa volví a hacer mención al tratamiento, que terminó en teoría el pasado mes de marzo. Por desgracia, a finales de junio supimos que la enfermedad no había sido vencida aún y, en plan deja vu, este mes de julio mi padre ha tenido que regresar a Alcorcón. El viernes de la semana pasada le operaron de nuevo allí, con la cosa de que todo fue tan bien, que le dieron el alta este lunes con una celeridad sorprendente. Tanto, que yo había organizado mi semana para estar allí con él en la clínica y cuando llegué a Madrid ya estaba fuera de la misma. Lo que sucede es que tiene que volver a ella mañana viernes para la primera revisión, por lo que esto no ha acabado, pero el lunes pasado tras confirmarse su alta vimos que teníamos tres días libres por delante y eso implicaba que había que pasar tres jornadas en un hotel con mi padre convaleciente. Fue ese el momento en el que mis padres decidieron que querían salir de Alcorcón y buscar algún lugar donde estar en paz, sin irse muy lejos. Ellos ya conocían el Parador de la Granja de otras veces y como está a poco más de una hora de camino decidieron tirar para allá. Por lo que a mí respecta, apenas unos minutos después de llegar a Alcorcón estaba montado en su coche camino de Real Sitio de San Ildefonso. Allí he pasado tres días en los que la convalecencia de mi padre ha sido el eje, pero él a lo único que aspiraba era a reposar tranquilo en un entorno agradable, por lo que mi madre y yo hemos podido ir al Palacio una mañana dejándolo a buen recaudo en el hotel. También hemos dado unos buenos paseos por sus jardines anexos las tres tardes, como parte de la terapia que mi madre, como cuidadora, necesitaba sin duda.

En definitiva, se puede decir que he visto el Palacio Real de La Granja de San Ildefonso y sus jardines con un detenimiento extremo.


Por poner un poco en contexto el Palacio, diré que este se erigió por expreso deseo de Felipe V, que no había sido educado para ser rey de nada, pero que se encontró heredando la Corona española en 1700, un mes antes de cumplir los 17 años (era el tercero en la línea sucesoria francesa, por lo que no aspiraba a reinar en Francia, pero contaba aún menos con hacerlo en España. La compleja situación política internacional, sin embargo, se alió en su contra). Parece ser que a Felipe V su condición de jefe de Estado nunca le entusiasmó demasiado, lo que explica por qué en 1720 compró unos terrenos en lo que hoy es Real Sitio de San Ildefonso y mandó levantar allí, alejado de Madrid, un palacio que estuvo acabado en 1724. Fue entonces cuando ejecutó su plan, abdicó en su hijo de 17 años y se retiró a su mansión, desde la cual podía salir a cazar siempre que quisiese (le encantaba la caza y eligió ese lugar para poder practicar su hobby con facilidad). Parece ser que por aquel entonces Felipe V ya sufría una fuerte depresión que pretendió contrarrestar renunciando a la Corona. Por desgracia, su retiro dorado duró poco, ya que su hijo Luis I murió a los siete meses de heredar el título. El sucesor entonces hubiera debido ser el otro hijo varón de Felipe V, Fernando, pero este era solo un niño y su madrastra, Isabel de Farnesio, impidió su nombramiento, de manera que Felipe no tuvo más remedio que volver a la palestra. Ya no hubo más abdicaciones. Felipe V y su depresión se subieron de nuevo al trono y ya no se bajaron de él. Pese a esto, el monarca no renunció a su palacio y lo convirtió en su residencia estival. Resulta paradójico que Felipe V, que se encontró la Corona un poco de rebote y nunca la quiso, sea el monarca que más tiempo ha ejercido en España (45 años y tres días). Murió con 62 años y se cuenta que su estado psicológico durante la segunda etapa de su reinado fue una calamidad, siendo Isabel de Farnesio la que tiró del carro durante ese periodo. En todo ese tiempo, en cualquier caso, el Palacio Real de La Granja de San Ildefonso fue un bálsamo para Felipe V. Al pasear por sus bosques y jardines no resulta difícil imaginar por qué.


Con respecto al Palacio en sí, el mismo está conformado realmente por varios edificios anejos que están unidos en un conjunto con forma de U. El frontal lo ocupa el palacio propiamente dicho y justo en su mitad sobresale la Real Colegiata de la Santísima Trinidad. Si nos ponemos de frente a esas dos edificaciones quedarán a nuestros lados los dos brazos que configuran la U. En el de la izquierda está la dependencia conocida como Antigua Casa de las Damas, que actualmente acoge el Museo de Tapices. Es este el brazo más corto. En el de la derecha, por su parte, hay otra ala que conecta con el edificio principal, conocida como Casa de los Oficios. Esta no la vimos en la visita y aparece cortada en la maqueta de la foto inferior.


Yo he visitado ya en mi vida, afortunadamente, varios edificios del estilo del Palacio Real de La Granja, y se por ello que este tipo de inmuebles se ven mejor con un guía. Si se va por libre los detalles se escapan, no son museos en los que haya carteles y, por tanto, si uno va a su aire no acaba de entender lo que ve ni lo pone en contexto... y en estos palacios conocer el contexto es básico, si no todo se termina reduciendo a una sucesión de salas llenas de estucos, esculturas y muebles, que se van atravesando sin entender nada. Las audioguías, por otro lado, siempre me han parecido un poco soporíferas, a veces son útiles si no son demasiado prolijas, y en este caso, además, las han cambiado por una app y una tablet, pero yo sigo opinando que donde esté el trato humano que se quiten todos los cacharros del mundo. Es por esto que me preocupé de que mi madre y yo nos pudiéramos unir a un tour guiado. Tuvimos que pagar un pequeño suplemento, pero sin duda mereció la pena.

El recorrido turístico comenzó en la parte del Museo de Tapices, que parece ser un espacio diferenciado, pero que desde dentro se ve sin que parezca que es algo aparte del resto del Palacio. Nunca he sido yo demasiado aficionado a los tapices como obras de arte. Sin menospreciar en absoluto su valía, nunca me han transmitido gran cosa... hasta ahora. Quizás es que no había visto los adecuados, ya que lo cierto es que los de La Granja son una pasada, algunos miden más de 60 metros cuadrados y parecen la versión de la Edad Moderna de ¿Dónde está Wally?, aunque en este caso lo que se representa tiene un significado muy concreto. En el Museo de Tapices la labor de la guía (en nuestro caso era una chica muy amena) fue especialmente útil, ya que en aquel soberbio galimatías de figuras bordadas nos desentrañó el significado de algunas escenas.

Por desgracia, en el interior del Palacio no se pueden sacar fotos, por lo que no puedo ilustrar mis explicaciones con imágenes. De hecho, solo pude hacerme este testimonial selfie, con el sol de cara, en el Patio de Coches, el que está abierto al norte, justo antes de adentrarnos en el edificio para comenzar la visita.


El recorrido, además del Museo de Tapices incluyó un repaso completo a otras 24 dependencias del Palacio. En ellas me llamaron la atención varias cosas: la primera fue que los reyes compartían dormitorio en el piso superior, aunque tenían antecámaras diferentes (digamos que salían a la alcoba donde dormían desde habitaciones distintas). La cama estaba (y está) situada justo en el eje central del Palacio, delante de un gran ventanal que da a la parte principal del enorme jardín de estilo francés que Felipe V también mandó diseñar delante de la mansión. No debía estar mal abrir los ojos en ese sitio.



En ese mismo piso también estaban las demás estancias que eran usadas en la vida diaria: el comedor de gala, el que utilizaban para comer normalmente, los vestidores, el oratorio, un aposento con una cama de repuesto,... La segunda cosa que me llamó la atención en la visita fue que las puertas de todas las habitaciones están alineadas, de manera que se puede ir de la primera a la última sala de la parte frontal del Palacio sin abandonar una imaginaria línea recta (si las puertas están abiertas, claro). Esto es así hasta el punto de que en la planta baja se creó un largo corredor, que igualmente puede subdividirse mediante puertas, diseñado para dar paseos por él cuando la climatología no permitiera salir al jardín (hay que tener en cuenta que en principio Felipe V pensaba pasar los inviernos en el Palacio).


Las dependencias están en general muy decoradas, en las de la planta baja la suntuosidad es máxima y en una de las salas hay incluso una gran fuente con agua corriente. Por lo demás, no hay muchos muebles en las estancias, en aquella época tenían un gusto bastante abigarrado, pero no lo demostraban amontonando muebles como hacemos hoy día, sino llenándolo todo de adornos, jeribeques, frescos y espejos. También hay muchas lámparas, relojes y estatuas, pero ya digo que los chismes en proporción no sobrecargan tanto las habitaciones como en la actualidad.

Esta parte noble del Palacio es la que se ve en la visita. Este es muy grande y es de suponer que había cocinas y otros lugares donde se alojaba el servicio, pero eso no se muestra.

Sí se recorren, en cambio, ya que son de capital importancia en el conjunto, tanto la Real Colegiata de la Santísima Trinidad, como los Jardines. Nosotros a la iglesia volvimos por la tarde, después de haber visitado por la mañana el Palacio, para poder verla con más calma. La misma no es muy grande, pero es importante porque en ella está enterrado Felipe V. Este hecho es llamativo, ya que todos los reyes de España desde Carlos I hasta Alfonso XIII (salvo Fernando VI) yacen en el Monasterio de El Escorial, pero Felipe V pidió expresamente ser enterrado en su querido Palacio de La Granja. Desde fuera la Colegiata, pese a que se ve que es un edificio religioso, no destaca demasiado y también está llena de ventanas.


Por otro lado, los Jardines son tan espectaculares que incluso le restan protagonismo al propio Palacio. Miden 146 hectáreas (el Retiro mide 118, por ejemplo) y tienen de todo: un amplio sector diseñado al estilo francés, zonas de bosque, palacetes, un enorme lago y hasta un laberinto hecho con setos.

No obstante, su principal particularidad es que en su planteamiento se aprovecharon las pendientes naturales del terreno para conseguir que de las fuentes monumentales que decoran el parque brote el agua con una fuerza que eleva algunos chorros hasta los 40 metros. Las fuentes son, precisamente, la mayor atracción de los Jardines. Por desgracia, la cantidad de agua que gastan hace que no funcionen todos los días del año y sus horarios cambian según la época. Normalmente se ponen en marcha en abril, a unas horas y unos días de la semana determinados, y se dejan de encender a finales de agosto, aunque en ocasiones se alarga el periodo si el invierno y la primavera han sido estaciones lluviosas. Por contra, otras veces los grifos se cierran definitivamente bastante antes. Además, el agua brota de todos los surtidores al mismo tiempo solo tres días al año, los demás se alternan. 2019, en cualquier caso, ha venido seco y las fuentes se dejaron de poner en funcionamiento en junio. Es por esto que yo ya asumí, desde que puse un pie en Real Sitio de San Ildefonso, que no las iba a ver en todo su esplendor. Fue una pena, aunque como entrar en los Jardines no cuesta dinero cuando las fuentes están apagadas, nosotros fuimos a pasear por ellos las tres tardes que estuvimos en La Granja. Gracias a eso los vimos de maravilla.


Las fuentes son espectaculares, pero resulta difícil decir con exactitud cuantas son, ya que algunas forman conjuntos, pero en ocasiones se enumeran por separado (en algunos sitios se dice que son 21, en otros 26,...). Su depósito, conocido como El Mar, es el lago al que antes hacía referencia. Está en lo más alto de los Jardines, por lo que hace falta darse un buen paseo para llegar hasta él. El estanque es grande, pero se vaciaría en trece horas si se encendieran todos los surtidores a la vez (originalmente el truco era poner a funcionar cada fuente solo cuando el rey se acercaba). Más allá, hacia el este el bosque continúa sin que, en apariencia, el recinto tenga un final, aunque me imagino que en algún lugar habrá una valla. Nosotros no pasamos de la ribera más cercana al Palacio.


Desde allí, si se va en dirección al extremo norte de los Jardines, tras atravesar una zona boscosa se llega al Laberinto, que es enorme, pero que está un poco descuidado y en muchas partes muestra la valla que separa las calles, así como las puertas de escape. Quizás en otra época del año la vegetación esté más frondosa e impacte más.


De todas formas, yo no quería perderme, así que me adentré con cuidado y pude volver a salir sin mayores problemas.


Con respecto a las fuentes, el primer día vimos dos de las que están mejor definidas. Son la Fuente de la Fama y Los Baños de Diana. Según se acerca uno al Palacio desde el pueblo ese par es el que queda a su derecha. Esa parte del los Jardines es llana.


El segundo día nos pusimos bajo el eje del Palacio, justo debajo de la habitación real, y comenzamos a ascender por la ladera. Abajo vimos la Fuente de Anfítrite, mientras subíamos bordeamos la Cascada Nueva y arriba contemplamos la Fuente de las Tres Gracias. Este conjunto es el que veían los reyes desde la cama.



Luego continuamos subiendo y vimos la Fuente de Andrómeda, que está en la parte superior de otra cascada, llamada Cascada Vieja, más grande aún que la considerada nueva y que acaba bajando paralela a esta, convertida ya en La Ría, una lengua de agua que llega hasta un lateral del mismo Palacio.


Ese día no subimos más, sino que me fui en dirección al extremo lateral de los Jardines para ver el Laberinto. Luego volví hacia la parte central y bajamos bordeando la Cascada Vieja, vimos la Fuente de los Dragones de Media Luna que pertenece a esta y, a continuación, llegamos a la Carrera de Caballos, un conjunto de tres fontanas que son diferentes, pero que funcionan a la vez. Son, de arriba a abajo, la Fuente de Apolo, la Fuente del Mascarón y la Fuente de Neptuno (en la foto inferior). Las tres quedan entre la Cascada Nueva y La Ría.


Más abajo, frente al ala norte del Palacio observamos la Fuente del Abanico y a su izquierda, en el lado opuesto a las del primer día, vimos la Fuente de la Selva. Más allá, entre los árboles, se presumía la esquina noroeste de los Jardines.


El tercer día sí llegamos hasta El Mar, pero no subimos hasta él bordeando las cascadas, sino que ascendimos por el lado sur de los Jardines, que era el que nos faltaba. Gracias a eso vi la Fuente de las Ocho Calles, que son realmente ocho surtidores distintos que están dispuestos alrededor de una gran plaza circular que tiene una Estatua de Mercurio en el centro.


Por ultimo, al volver a bajar casi por el mismo sitio vi la Fuente de los Dragones Altos, antes de desembocar otra vez a la parte plana de los Jardines.


Aunque parezca mentira, no fui capaz de ver todas las fuentes, los Jardines tienen el tamaño de unos 200 campos de fútbol y a la cinco que estaban más al sur no tuve cojones de llegar. También hay otros cuantos elementos que están ubicados en lugares algo remotos. De ellos tampoco he hablado, porque no llegué a echarles un ojo. Si hay próxima visita iré a tiro hecho a hacerlo.


No quiero dejar de hablar, antes de acabar, del hecho de que el origen de Real Sitio de San Ildefonso como población está íntimamente ligado a la construcción del Palacio. En ella hay, por tanto, otros edificios que nacieron a la vez que la residencia real, o bien que surgieron en épocas posteriores como complemento a la misma. De todos ellos destaca el que Carlos III hizo levantar para sus hijos y para la servidumbre de estos (por eso se llama Palacio de los Infantes). Carlos III fue el tercer hijo de Felipe V que llegó a vida adulta. Sus dos hermanos mayores llegaron a reinar, pero Luis I, como ya he dicho, no duró ni ocho meses, y Fernando VI, pese a que fue rey trece años, murió sin descendencia. Carlos III le sucedió y, dado que también le cogió gustillo a pasar los veranos donde su padre, mandó construir el inmueble que hoy día alberga el Parador de La Granja en el que nos alojamos.


El Parador, por tanto, no forma parte del Palacio Real de La Granja, pero dado que estuvimos en él alojados tres noches no está de más ponerlo en contexto con respecto al gran edificio.

Para terminar, quiero destacar, aunque ya no esté ni siquiera relacionado con el Palacio, que en el pueblo almorzamos en Casa Zaca, uno de los mejores restaurantes en los que he estado, no solo por la comida, sino también por su historia y por lo amables que fueron. Fuimos un primer día y nos gustó tanto que repetimos al siguiente.

En general, esta visita tuvo un trasfondo agridulce, como he explicado al principio, pero todos pusimos empeño en ponerle buena cara al mal tiempo y espero que eso es lo que haya quedado reflejado en el presente post.


Reto Viajero MONUMENTOS DESTACADOS DE ESPAÑA
Visitado PALACIO REAL DE LA GRANJA DE SAN ILDEFONSO Y SUS JARDINES.
% de Monumentos Destacados de España ya visitados en Castilla y León: 58'8%.
% de Monumentos Destacados de España ya visitados: 41%.


14 de julio de 2019

CARRERA NOCTURNA GINES 2019

La Carrera Nocturna de Gines se celebró por primera vez en julio de 2014 y desde entonces había tenido la intención de correrla cada verano. Sin embargo, julio suele ser un mes muy movido para mí y las carreras siempre habían coincidido con planes ineludibles, por lo que había ido postergando mi participación año tras año. Este verano por primera vez he visto que la prueba no coincidía con nada y por fin he podido tacharla de la lista de cuentas pendientes.


En Gines, sin embargo, corrí hace años dos ediciones de la Carrera del Aljarafe, por lo que allí ya había cumplido con la parte proporcional de mi propósito de participar al menos en un evento atlético en cada pueblo de la provincia de Sevilla. Mi deseo de disputar la nocturna de Gines, por tanto, no estaba relacionado con ese reto, la realidad es que me apetecía correrla sin más, aunque para disfrutar de ciertas carreras parece que esto no basta y he tardado un lustro en verme en la línea de salida.

Con respecto a la mencionada Carrera del Aljarafe, sería un pecado hablar de competiciones en Gines y no dedicarle unas palabras a este gran clásico de la provincia de Sevilla, que se viene celebrando sin interrupción desde 1983. Está organizado por el Grupo de Empresa Renault de Sevilla, la asociación de empleados de la marca Renault en la provincia sevillana, que cuenta en Gines con unas instalaciones deportivas envidiables para sus socios. En ellas es donde termina desde siempre la carrera, que ha mantenido casi intacto el recorrido desde sus inicios, a pesar de que los 15 kilómetros que lo componen atraviesan otros tres pueblos del Aljarafe (son Castilleja de la Cuesta, Castilleja de Guzmán y Valencina de la Concepción). Yo participé en esta prueba en 2007 y en 2009, y recuerdo que fue muy dura, por lo que nunca he encontrado el momento de volver a correrla. Discurre toda por asfalto, pero está plagada de cuestas, algunas largas y muy empinadas, por lo que es un buen leñazo.


Las dos veces que participé la carrera salió del centro de Gines, aunque creo que ahora se inicia en la puerta del citado recinto deportivo de la asociación de empleados de Renault. Yo seguramente volveré a correrla algún año, por lo que ya hablaré de ella con más detenimiento en el futuro.

Con respecto a la Carrera Nocturna Gines, que es la protagonista del presente post, como he dicho ha celebrado este año su sexta edición y yo por fin he podido participar en ella. Solo ha sido mi novena carrera desde el pasado mes de septiembre, y casi con toda seguridad será la última de una temporada en la que he tenido muchas dificultades para poder competir. Pese a esto, había corrido una prueba en junio y no he dejado de entrenar, por lo que acudí a la cita gineña con mono y en un estado de forma aceptable (para lo que hoy día soy capaz de alcanzar).


El recorrido de 7.500 metros discurrió al completo por las calles de Gines (correr una carrera que transcurriera enteramente por ellas era el principal motivo por el que quería acudir a esta cita) y estuvo compuesto por dos vueltas idénticas al mismo circuito. Pese a que, por lo visto, otros años la temperatura el día de la prueba ha sido muy alta, este año me encontré con que la noche era relativamente fresca, el termómetro rondaba los 23º y eso en julio en Sevilla puede ser considerado un lujo.

Por otro lado, el trazado fue duro, como no podía ser de otra manera en Gines (conozco el pueblo de sobra, sabía a lo que iba). En efecto, la carrera estuvo plagada de subidas y bajadas, innumerables giros y revueltas, así como muchos adoquines, tanto cuesta arriba como cuesta abajo. Con tantas trampas mi ritmo medio fue de 4:22, y gracias (quedé el 61 de 373 participantes). Salí conservador, precisamente porque era consciente de que un arranque excesivamente fogoso podía costarme caro con tanto desnivel y tanta curva, en este caso lo de mantener una velocidad estable era muy difícil y había que ser muy cuidadoso con la estrategia para ir siempre a tope sin acabar desfondado. Pasados los primeros 1.000 metros me vi bien, apreté, ya más confiado, y adelanté a bastante gente hasta que se estabilizó mi posición. Terminé fuerte, por lo que me fui a satisfecho, ya que supe jugar a la perfección en cada momento con las variables del ritmo y la dureza.

Pese a todo, lo que más me reconfortó de la noche fue el tercer tiempo (en este caso, como no disputé un partido de fútbol sería el segundo, pero bueno). Resulta que por la tarde me encontré, casi sobre la marcha, conque María necesitaba el coche, de no haber podido arreglarlo me lo hubiera dejado a tiempo de que yo hubiera llegado a la salida, pero para ella iba a ser un poco estresante el hecho de lograr estar en casa antes de que yo me tuviera que ir, por lo que tiré de contactos y, con la idea de que estuviera más relajada, me enganché en el coche de Carlos López, un compi que vive cerca mía y que sabía que estaba apuntado a la cita. Yo siempre prefiero ir en mi propio vehículo a las carreras, por aquello de no perder la libertad de movimientos, pero he de reconocer que ser tan independiente a veces hace que me vaya con más rapidez de la cuenta tras terminar de correr, me puede el nervio y eso hace que me pierda buenos ratos. En esta ocasión, sin embargo, acabé yendo a Gines en el coche del atleta que entró undécimo en meta.


En efecto, el carrerón de Carlos fue espectacular y le permitió subir al podio como tercer clasificado de la categoría Veteranos A. Eso hizo que no pudiera irme hasta mucho después, por lo que me relajé y aproveché para echar el buen rato del que otras veces me privo. A lo largo del mismo charlé con bastante gente, me hice fotos y hasta me tomé una cerveza con Carlos y con otros compañeros en la Cafetería La Dolorosa, que estaba cerca de la línea de meta. Los últimos meses están siendo complicadillos y agradecí más que nunca ese improvisado rato de relax.


Fue un colofón perfecto a una temporada atlética que ha sido atípica, pero que me ha vuelto a deparar buenos momentos. En septiembre volveremos con las pilas cargadas y con nuevos objetivos.


Reto Atlético 1.002 CARRERAS
Carreras completadas: 223.
% del Total de Carreras a completar: 22'2%.

Reto Atlético PROVINCIA DE SEVILLA 105 CARRERAS
Completada Carrera en GINES.
En 2007 (año de la primera carrera corrida en Gines), % de Municipios de la Provincia de Sevilla en los que había corrido una Carrera: 13'3% (hoy día 35'2%).


12 de julio de 2019

CONIL DE LA FRONTERA 2019

Cádiz, con sus 252 kilómetros, es la séptima provincia española con más longitud de costa, según el Instituto Nacional de Estadística. Por su parte, la Diputación de Cádiz en su Catálogo de Playas de la Provincia de Cádiz cifra en 285 los kilómetros que mide el litoral gaditano. Parece que el criterio a la hora de hacer el recuento no ha sido el mismo en ambos casos, ya que se puede optar por contar islotes, estuarios de ríos y algunas zonas de marisma que están limítrofes con el Océano Atlántico, o bien no hacerlo. Sea como fuere, lo que es seguro es que en la provincia gaditana dan al mar 17 de sus 45 municipios y, de ellos, 16 se reparten las playas y calas que se han contado. En relación con esto, la controversia con el número de playas vuelve a ser grande, ya que la Diputación de Cádiz identifica 83, pero la Junta de Andalucía, en su Catálogo General de Playas de Andalucía, lista 98. Cotejando ambos listados, a mi me salen 101 playas. Para acabar de complicar la cosa, es un hecho que, a nivel popular, el número se amplia, cuando se subdividen algunas, atendiendo a las maneras en las que la gente denomina ciertas partes de la costa. Yo voy a dar por mezcla de las dos divisiones oficiales. De esa forma, puedo decir que he estado en 23 de las 101 playas que he fijado. Me falta, por tanto, bastante por explorar.

En otro orden de cosas, la primavera ha sido muy poco pródiga en viajes para mí, pero ya llegó el verano y aunque el grueso de mis vacaciones tendrá lugar en la primera quincena de agosto, la pasada semana aprovechando que tuve cuatro días libres decidí que ya era hora de cambiar la dinámica y de volver a salir un poco de casa. María aún trabajaba, pero las niñas ya acabaron el colegio, por lo que programé una escapada playera con ellas. Como he dicho, en la costa gaditana tengo bastantes cuentas pendientes, por lo que dirigí la mirada a uno de los sectores del litoral que no conocía, el que pertenece al municipio de Conil de la Frontera. Allí hemos pasado Ana, Julia y yo cuatro jornadas que han sido verdaderamente entrañables.


Con respecto a las playas de Conil, el municipio cuenta oficialmente con ocho. Nosotros estuvimos tres noches alojados en una apartamento en el centro de la población y uno de mis objetivos desde el primer momento fue conocer bien el mayor número de aquellas. Sin embargo, finalmente solo estuvimos en las más urbanas, la Playa de los Bateles y la Playa de la Fontanilla, visitar las otras implicaba más parafernalia y en esta ocasión me di por satisfecho visitando únicamente estas dos, entre otras cosas porque son magníficas.


La mayoría del litoral de Cádiz que da al Océano Atlántico está conformado por una amplia lengua de arena que ha sido respetada por el ser humano hasta unos niveles bastante sorprendentes hoy día. Hay puntos más edificados, sobre todo en la parte noroeste, pero desde la gaditana Playa de Cortadura hasta la Punta de Tarifa la sensación es que hay kilómetros y kilómetros de costa en los que se ha conseguido mantener el equilibrio entre las necesidades playeras de la población y la obligación moral de preservar la belleza natural del paisaje costero. La zona ribereña a la que da el casco urbano de Conil es un ejemplo de ello.


Ese sector lo tenía injustamente olvidado, la verdad es que en el tramo de que va desde el final de la playa chiclanera de La Barrosa hasta el principio de la Playa de El Palmar, que pertenece al término de Vejer de la Frontera, hay casi 11.500 metros de costa que estaban totalmente eclipsadas para mí por la belleza de los parajes contiguos. Esos once kilómetros y medio de litoral del municipio de Conil los había marginado involuntariamente hasta ahora, en parte porque todo el intervalo que va desde la citada Playa del Palmar hasta Tarifa es uno de los lugares más bonitos que han visto mis ojos y se ha llevado con frecuencia el protagonismo.

Como decía, la zona del litoral a la que da el casco urbano de Conil, que es la que he visitado la semana pasada para ir saldando mis cuentas pendientes, es un ejemplo claro de como se ha mantenido el equilibrio entre el instinto invasivo del ser humano y la necesidad de no dañar la frágil belleza que suele caracterizar a las costas. En efecto, Conil es un pueblo de 22.000 habitantes que incluso tiene paseo marítimo, pero el mismo está bastante lejos del mar, ya que no solo se ha conservado intacta una amplia franja de arena, sino que incluso hay una trozo de vegetación entre esta y el Paseo que hace que se pueda disfrutar de la playa sin que le atosigue a uno la civilización, que en realidad está a dos pasos.



Por mi parte, el hecho de haber estado en dos playas que, siendo urbanas, se han respetado al máximo, ha hecho que finalmente no haya sentido la necesidad de buscar arenales más agrestes. Debido a ello tendré que volver por la zona para explorar tramos de la costa que realmente alcanzan un nivel de virginidad real.

Con respecto a la Playa de los Bateles, la tarde del martes estuvimos en su lado este, pero tanto la mañana de ese día como la del miércoles nos fuimos al otro extremo. Allí, en su límite oeste, la playa acaba de manera abrupta en el punto donde desemboca el Río Salado, que no se llama así por casualidad (en su desembocadura el agua salada se funde con la dulce y la mezcla se introduce un trecho hacia el interior, dando la sensación de que el agua que fluye por el río tiene sal).



Realmente este río limita por el este el casco urbano de Conil. Más allá la playa es casi virgen hasta el Cabo de Trafalgar y la ausencia de construcciones en la costa durante varios kilómetros convierten ese extremo este de la Playa de los Bateles en una maravilla de lugar.

La Playa de la Fontanilla, por su parte, está contigua a la de los Bateles por el oeste. Empieza donde finaliza el Paseo Marítimo de Conil y da servicio a una amplia zona de urbanizaciones y hoteles que no están tan cerca del mar como para que resulten molestos. De todas formas, la verdad es que el jueves por la mañana, que es cuando nosotros fuimos, estaba un poco abarrotada.


Además de por sus playas, Conil es un pueblo que me ha sorprendido gratamente desde el punto de vista urbano. Por alguna razón me imaginaba que era llano, pero pronto vi que está en la ladera de un promontorio que cae con suavidad al mar.


Nosotros nos alojamos en la Calle Jesús Nazareno, que está casi en el límite norte de la población, y desde allí hasta el extremo sur, donde está el mar, todo es bajada. Eso hizo que normalmente fuéramos andando a la playa, pero a la vuelta no dejamos de usar el servicio de minibuses urbanos que hay en Conil, que funciona de maravilla.

Conil de la Frontera fue fundada en época fenicia y pese a su posición elevada cercana al mar parece que su historia está más ligada al sector pesquero que a la guerra. En efecto, el pueblo estuvo amurallado, como medida de protección, y quedan algunos vestigios que evidencian ese hecho, pero desde siempre su principal actividad estuvo ligada a la captura de los atunes rojos gigantes que pasan anualmente por delante de sus costas dos veces en su migración estacional (pasan el invierno alimentándose en el Atlántico Norte, van a desovar al Mar Mediterráneo en marzo y luego vuelven). Es por esto que en Conil todo evoca a la pesca. En la actualidad su almadraba es una de las cuatro que aún se calan en el litoral de Cádiz, aunque el atún rojo es una especie en peligro de extinción y por tanto hay una cuota de capturas, lo que hace que estas, hechas aún al modo tradicional, no sean las que sustentan económicamente al municipio, que vive fundamentalmente del turismo. Precisamente por el turismo, no obstante, la relación de Conil con el atún se pone en valor por doquier.

Como he dicho al principio, mi idea al planear unos días en Conil era sacarle el jugo a sus playas, pero aún así me las ingenié para sacar tiempo para irme con una idea más o menos clara de lo que puede ofrecer la población desde el punto de vista patrimonial. Viendo un dibujo de la parte de Conil que estuvo amurallada se comprende con facilidad qué es lo más antiguo y qué es la más moderno en el pueblo (aunque esto último no aparezca en su mayoría en la imagen inferior, está al norte de la muralla).


En cualquier caso, sobre el terreno toda la zona que nunca estuvo intramuros no se distingue demasiado de la más céntrica, realmente me sorprendió el carácter amable de las calles modernas del pueblo, que están bastante integradas en el conjunto. Desde lejos Conil es un núcleo blanco muy homogéneo y desde dentro las casas no desentonan, todo está limpio, se ha tenido en consideración en general el color y no se han construido bloques de pisos. Nosotros, por ejemplo, recorrimos varias veces la Calle Canarias, que comienza en el extremo norte de la población y lo atraviesa hasta que se inserta en el casco histórico, convertida ya en Calle Laguna, y gracias a eso pudimos comprobar hasta que punto esto es así. En efecto, esta arteria en principio no tendría por qué ofrecer nada en especial, ya que no es más que una larga vía que atraviesa la parte nueva de un pueblo, pero la verdad es que me llamó la atención por lo agradable que estaba.


La Calle Laguna acaba en la Plaza de la Constitución, que tiene en sus inmediaciones la Iglesia de Santa Catalina y el edificio del Ayuntamiento, pero en este caso ese enclave no parece ser un lugar tan relevante en el pueblo como lo es en otros, ya que el protagonismo en Conil está más cerca del mar, en la Plaza Puerta de la Villa, en la Plaza de España, en la Plaza de Santa Catalina y en las calles que quedan entre todas ellas, que conforman el corazón de lo que fue en su día la zona amurallada conileña.


Es en esa zona donde están los highlights de Conil, que son la Puerta de la Villa, la Torre de Guzmán y La Chanca. También está cerca el Museo de Raíces Conileñas. Es allí donde más vida hay, las calles en ese área son peatonales, su trazado tiene evocaciones históricas y son un hervidero de personas, ya que hay infinidad de bares, restaurantes y heladerías.




No es de extrañar, por tanto, que en julio a algunas horas esa zona esté hasta los topes. Aún así, en ningún momento me resultó molesta la multitud, no se si es que estaba muy relajado o es que la cosa no se salio de madre, pero no me agobié por la cantidad de gente. Además, el tipo de turismo resultó ser del agradable, había muchos extranjeros, pero en general abundaban las familias y los jóvenes iban de buen rollo.

Nosotros atravesamos ese sector varias veces, en algunas ocasiones pasamos de largo en nuestro camino a la playa, pero hubo dos momentos en los que convencí a las niñas para que me dejaran curiosear un poco. Realmente hubo tiempo de explotar el plan playero a tope, pero la mañana del martes durante un rato y la tarde de miércoles al completo Ana y Julia me acompañaron de buena gana para que pudiera ver cómo es el patrimonio de Conil.

El primer día subimos a la Torre de Guzmán, que ofrece vistas espectaculares por todos sus lados.



El torreón es el principal superviviente de lo que fue el Castillo de Conil, que se erigió en el siglo XIV, en el periodo en el que Conil fue realmente parte de una frontera (en este caso la que separaba a los musulmanes de los cristianos). En el siglo XVI no perdió su función vigía y se usó para proteger las almadrabas de Conil y de Zahara, las más rentables del litoral.


Luego nos dimos una vuelta por el Museo de Raíces Conileñas, un pequeño y completo museo etnológico sobre Conil que se inauguró en 1979 y que se ubica desde 1982 en una de las dependencias restauradas que pertenecieron al Castillo.


A las niñas las cientos de cosas expuestas les llamaron la atención durante un buen rato, aunque lo que más les gustó sin duda fue la Máquina de Hacer Caramelos.


Por otro lado, el miércoles por la tarde visitamos La Chanca, un conjunto de edificios que se construyó a mediados del siglo XVI sobre una superficie de 7.500 metros cuadrados para dar soporte a los trabajos derivados de la pesca en almadraba. Su estructura se asemeja a la de una fortaleza, porque en su interior había una gran actividad económica que precisaba de protección.


Con los años La Chanca perdió su función primigenia y se usó para multitud de cosas, antes de ser abandonada. En 2014 tras un largo proceso de rehabilitación abrió de nuevo sus puertas para acoger una biblioteca pública y el Centro de Interpretación y Documentación del Mar, el Atún y las Almadrabas, el cual nosotros visitamos con bastante detenimiento.


En su gran patio central se desarrollan actividades culturales y a su espalda la Antigua Iglesia de Santa Catalina también se ha convertido en un recinto cultural que se usa para exposiciones, conferencias y conciertos.


Tras la visita nos dirigimos al extremo oeste del centro, que es donde está el tradicional Barrio de los Pescadores. Para llegar allí atravesamos la Calle Cádiz, la vía donde la aglomeración de tiendas de ropa y restaurantes alcanza el nivel máximo.


Al final está el citado barrio, en el que se suceden un buen número de estrechas calles con casas bajas encaladas con flores. Allí la tranquilidad es mucho más patente y la cantidad de personas mayores sentadas a las puertas de sus viviendas da fe de que el lugar ha conservado su carácter tradicional a pesar del turismo.


Bajando desde esa zona hasta el Paseo Marítimo vimos la Fuente Vieja, que antaño abastecía de agua al núcleo urbano, aunque lo que se ve hoy día es fruto de una obra de embellecimiento que data de 2009.


Hay que reconocer que para poder dar todas estas vueltas con las niñas tuve que poner sobre la mesa todo mi arsenal negociador. Ellas me acompañaron de buena gana, disfrutando de lo que fuimos viendo (me agradó el interés que demostraron en el Centro de Interpretación, por ejemplo), pero yo, a cambio, las invité a un helado.

Igualmente, el día anterior para poder recorrer la zona de la Plaza de España en un horario aún no masificado y poder subir luego a la Torre de Guzmán y ver el Museo de Raíces Conileñas me saqué de la manga una invitación a churros. Lo bueno es que tanto los churros como los helados yo también los disfruté.

Para recorrer el Paseo Marítimo no hizo alta, en cambio, ningún trato. En el mismo destacan los tenderetes y puestecillo de artesanía que hay, yo no soy muy aficionado a los mercadillos, pero he de reconocer que este tenía buena pinta.



Para acabar, voy a hacer mención con brevedad a los homenajes culinarios que nos dimos en nuestras vacaciones. Cierto es que esta vez no nos prodigamos tanto como otras veces en ese particular, estábamos en un apartamento y mi plan se basaba en hacer la mayoría de la comidas en él. Pese a esto, almorzamos en dos restaurantes, nos dimos un buen lote de churros, ya mencionado, y no faltó, como también he comentado, el momento helado. Con respecto a este último, es llamativa la cantidad de heladerías que hay en el meollo de Conil. Dada la abundancia de sitios dejé que Ana y Julia eligieran, por lo que fueron ellas las que decidieron que nos paráramos en la Heladería Marsalao. No son los suyos los mejores helados que he probado en mi vida, pero hay que decir que estuvieron ricos, que parece que el lugar es de los veteranos del pueblo (el establecimiento se inauguró en 1957, cuando el turismo ni existía) y que echamos un rato muy agradable en las mesas que dan a la Calle Castillo (la de la foto es la Avenida de la Playa, la Calle Castillo es la que está a la vuelta de la esquina).


Por lo que respecta a los churros, ahí fui yo el que tenía localizado el sitio y el que encabecé la expedición. La misma nos llevó a la Churrería La Chana. Yo había leído que los calentitos allí eran de primera y realmente estuvieron muy buenos. La Chana en realidad no es más que un puesto de churros que da a la Calle Pascual Junquera y que no tiene mesas. Para consumirlos in situ hay varios lugares en los alrededores que no ponen pegas a que te sientes con ellos en sus mesas. Nosotros nos fuimos a uno que está en la contigua Plaza Puerta de la Villa y que se llama La Delizia. Se trata de otra heladería de buen aspecto en el que también sirven desayunos y en la que abundan los detalles cuquis. Nosotros en ella solo nos pedimos las bebidas y nos zampamos, con el permiso del camarero, parte del montón de churros que llevábamos.


Justo a nuestro lado otra familia hizo lo mismo, pese a que en la cafetería se ofrecían tostadas, pastelería y bollería para desayunar. Esa amplia oferta me llevó a preguntarme como es que en La Delizia no ponen pegas a que se consuman productos de fuera, pero cuando pedí la cuenta y vi que me habían cobrado 5'20 por un café solo y dos Cola Caos comprendí como hacen allí el negocio. Por su parte, en La Chana también tiraron para arriba y nos pusieron una cantidad de churros claramente excesiva para los que éramos (un canijo y dos niñas). Yo le pedí un par de raciones, la mujer echó calentitos al tuntún sobre el papel, lo pesó y sin dar muchas más opciones nos cobró 4 euros. El desayuno de los tres me salió por 9'20 (solo nos pudimos comer la mitad de los churros), un precio que evidentemente solo es tolerable en circunstancias especiales como esa.

Las otras dos experiencias culinarias también tuvieron sus luces y sombras. La primera, el martes, la vivimos en el Mama Restaurante.


El sitio prometía, porque está muy bien montado, en plan moderno, y porque en Conil está el tercero de 218 restaurantes en la lista de Tripadvisor. Pese a esto, es evidente que esa web no es infalible, porque en mi opinión la posición es excesiva. Para empezar, lo primero que a mí me mata de un restaurante, y ya lo he dicho otras veces, es que pongan a un camarero en la calle a captar clientes. Esa actitud cazaguiris me parece de una cutrez supina y a mí me basta para no entrar en ese lugar. En el Mama Restaurante, no se si para equipararse al negocio que tiene enfrente, que estaba haciendo lo propio, nos lanzaron a un camarero a acecharnos en cuanto nos acercamos mínimamente a su radio de influencia, suerte tuvieron de que habíamos reservado con antelación, porque de otro modo hubiera pasado de largo. Aparte, la comida fue un poco decepcionante, aunque hay que reconocer que, para mi sorpresa, tenían un amplio menú para almorzar al que nos ceñimos. Quizás eso hizo que bajara el nivel de los platos, pero dado que cada menú valía solo 12 euros no se puede negar que la relación calidad-cantidad-precio fue aceptable. Yo pedí de primero paella (alcanzó el aprobado, sin más) y de segundo atún a la plancha. Este era de almadraba 100% certificado, es decir, que era de primera calidad, y ahí sí tengo que reconocer que no fallaron, el filete de atún era notable. Lo que no entiendo es por qué iba acompañado de unas patatas fritas de las precongeladas que no estaban al nivel de las del McDonald's, pero casi. En esa línea, Julia pidió huevos fritos con papas y jamón, y en seguida se percató de que este último era del que yo le pongo para los bocadillos del recreo (1 euro el paquete de 50 gramos, lo que viene siendo un jamón de batalla). Vale que lo de ofertar huevos con jamón es de bar de carretera, pero en el ambiente de teórica selecta modernidad con el que anuncian el restaurante chocó la dejadez con los detalles más fáciles de camuflar.

Otra historia fue lo del segundo almuerzo que hicimos en la calle, el del jueves a mediodía. Para el mismo quería comer cerca de la playa para evitar que se me hiciera tarde, ya que teníamos que dejar el apartamento pronto (quería llegar allí ya comido, descansar un poco y salir). Además, ese fue el día que fuimos a la Playa de la Fontanilla, que es la que está más alejada del centro. Sin embargo, junto a ella también hay varios chiringuitos en los que comer, por lo que había donde elegir. Nosotros nos decantamos por el Chiringuito Oasis, haciendo caso de una petición expresa de Ana, que tenía ganas de comer en un verdadero chiringuito y dijo que este en apariencia era el que se ajustaba más al prototipo.


Pese a esto, pienso que en un restaurante donde un plato de atún encebollado u otro de chocos fritos valen 12 euros cada uno, no estaría de más que obligaran a la gente a tapear en la barra (que está a un metro de las mesas y dentro del local) con la camiseta puesta. También me chocó que en otra mesa contigua, con el restaurante ya empezando a llenarse, un camarero uniformado se estuviera zampando a dos carrillos un bocadillo recién sacado de un envoltorio de papel de plata, a la vez que miraba el móvil medio echado sobre la mesa, poniendo el pan, entre bocado y bocado, sobre el mismo mantel (en la mesa no había ni un plato ni una servilleta, la imagen era propia de la cocina de un piso de estudiantes un sábado de madrugada, después de una buena juerga). A pesar de esto, la comida estuvo aceptablemente buena, el solomillo de cerdo de Ana no era de mala calidad y yo me pedí un plato de atún encebollado estilo conileño que me gustó (lo pedí porque había leído en el Centro de Interpretación que es el plato local típico, al probarlo me pareció que sabía a chorizo, pero lo que realmente llevaba era pimentón).


En definitiva, allí habíamos ido a comer y la comida no estuvo mala, por lo que me fui razonablemente satisfecho.

En resumen, las cuatro jornadas de playa con Ana y Julia fueron una gozada, el relax mental que me produjo pasar esos días de descanso con mis hijas fue máximo, ellas estuvieron muy a gusto y juntos comprobamos que Conil de la Frontera es un pueblo más que recomendable, gracias a su ambiente amable, a sus preciosas playas y a su homogénea fisonomía.



Reto Viajero MUNICIPIOS DE ANDALUCÍA
Visitado CONIL DE LA FRONTERA.
% de Municipios ya visitados en la Provincia de Cádiz: 54'6%.
% de Municipios de Andalucía ya visitados: 20'2%.