31 de agosto de 2021

ZAMORA 2021

La primera vez que estuve en Zamora tenía nueve años. De aquella breve visita solo recuerdo la Plaza de Viriato. En ella, una señora abordó a mis padres, no recuerdo con qué pretexto, y se pegó un buen rato dándoles la chapa, con una historia relacionada con Viriato. La mujer se encendió, hablando del caudillo lusitano, y la anécdota quedó para la historia. No regresé a la ciudad hasta catorce años más tarde. En esta ocasión me alojé en el Parador de Zamora, que se encuentra ubicado en el Palacio de los Condes de Alba y Aliste, y se asoma, precisamente, a la Plaza de Viriato


En la segunda visita mis padres también estuvieron presentes y con ellos fui a ver Las Edades del Hombre. Esta exposición estuvo (y está) organizada por la fundación homónima, que se dedica a difundir y promocionar el arte sacro de Castilla y León. Realmente, Las Edades del Hombre no es una muestra concreta, sino un conjunto de ellas, que se han venido organizando anualmente desde 1988. Lo que sucede es que las mismas no tienen sede fija, sino que se han montado, hasta un total de 25, en diversos lugares, la gran mayoría de Castilla y León. La novena edición de Las Edades del Hombre se celebró en Zamora, en la Catedral del Salvador, y fue la que yo vi. Por desgracia, tengo que decir que me resultó decepcionante, aunque la responsabilidad del chasco fue casi toda mía, que no tenía ni idea de lo que iba a ver y no me había preocupado por averiguarlo. A mí, lo de las edades del hombre me sonaba a exposición sobre la evolución humana, por lo que esperaba ver desde útiles líticos de la prehistoria a incunables del siglo XV, pasando por sarcófagos egipcios y estatuas romanas. Dado que estudiaba historia, aquello me apetecía. Sin embargo, me encontré viendo un sucesión de salas llenas de arte sacro, que no me llama nada. Aquello me pareció un tostón. En cualquier caso, estaba pernoctando en el Parador y, evidentemente, tardé tres minutos en superar la decepción.

Una década después, en 2011, volví a Zamora y al Parador. Esta vez ya iba con María y con las niñas. Ana tenía tres años recién cumplidos, y Julia no llegaba a los doce meses de vida. La visita estuvo, por tanto, mediatizada por ese hecho. Nos la tomamos con mucha calma y, en realidad, nos limitamos a dar un paseo por la sucesión de calles que ejercen de auténtica espina dorsal del centro de Zamora. A través de ellas fuimos de un extremo al otro del casco histórico, porque, por un lado llegamos al entorno de la Plaza del Maestro, y por el otro a la Plaza de la Catedral.


Una de las cosas que mejor recuerdo de la visita de 2011 fue la cena. A Ana y a Julia ya les habíamos dado de comer antes y se las veía cansadas. Estaban más o menos tranquilas. Además, era pronto y teníamos margen, así que a María y a mí se nos ocurrió meternos a cenar con las dos pitufas en un restaurante italiano que vimos, llamado La Bravata. Tenía muy buena pinta y, a aquella hora, estaba vacío. Todo pintaba bien, pero las niñas, en cuanto se vieron en aquel sitio, se vinieron arriba, cada una a su modo, puesto que una era un bebé y la otra estaba en edad de hablar como el Pato Donald. En principio dio igual, pero al rato el local empezó a llenarse de parejas y de jóvenes en grupo, hasta que acabó petado, cuando nosotros aún no habíamos acabado. En ese momento, me di cuenta de que aquel no era un lugar para ir con niños un sábado por la noche. Realmente, cuando se llenó vi que no había mucha separación entre los comensales y que nosotros la estábamos liando un poco. En un contexto de cita romántica, en un restaurante italiano arregladito, no mola tener en la mesa de al lado a una niña de once meses que se dedica a aporrear los platos con los cubiertos y a dar grititos, y a otra de tres años que no para de parlotear a voces y que se empeña en bajarse de la trona, sí o sí, para irse de excursión por entre la gente. No obstante, no fue grave, de hecho lo recuerdo como una anécdota simpática, pero me dije que cuando volviera a Zamora intentaría regresar a ese restaurante de una manera más pausada.

Han transcurrido diez años desde aquel día, y este verano el destino nos ha llevado justo al mismo local...
 

Y digo que ha sido el destino el responsable de que hayamos vuelto al mismo sitio, porque al llegar a Zamora intenté recordar la ubicación de La Bravata y no pude ponerla en pie. Por ello desistí. Sin embargo, acabamos exactamente allí. Por casualidad, pasamos por delante y entramos. Ahora, Ana tiene 13 años, Julia casi 11, y el negocio se llama La Bocca di Baco. De todas formas, yo no he sabido que cenamos en el mismo emplazamiento hasta unos días después. Como hago siempre, me quedé con la dirección y al ir a apuntarlo en mi cuaderno-chuleta de recuerdos viajeros me di cuenta de que La Bravata y La Bocca di Baco estaban los dos en la Calle Aire, número 5. El local es el mismo, aunque el negocio haya cambiado de nombre. En ambos casos eran restaurantes italianos, pero La Bravata en su día me pareció un lugar más selecto que La Bocca di Baco, aunque puede que mi memoria me juegue una mala pasada en ese sentido. Aparte, ya no la vamos liando por ahí en igual medida. En la actualidad, el problema de ir con Ana y con Julia a los bares es que se comen a su padre por los pies, como está mandado, dada la edad que tienen. Cosas de la vida.

Con todo, en la presente visita de 2021 lo del restaurante sucedió a última hora. Antes, nos habíamos pegado un largo paseo, que superó con mucho al de 2001 y al de 2011. Esta vez no dormimos en el Parador. De hecho, nos alojamos en un apartamento, por lo que nos fuimos al otro extremo. El piso se encontraba en la Calle Divina Pastora, que está muy céntrica, pero que parece sacada de un barrio del extrarradio.


Lo que pasa es que, a la vuelta de la esquina ya está la Calle San Torcuato, que es una de las denominaciones que tiene la espina dorsal del centro a la que antes hacía referencia. 


Al igual que en 2011, nosotros volvimos a recorrerla entera, pero esta vez por el lado de la Catedral no nos quedamos en la Plaza de la Catedral, sino que accedimos a los Jardines de Baltasar Lobo



Los Jardines de Baltasar Lobo rodean el Castillo de Zamora. Nosotros no entramos en él, pero en el parque que lo circunda estuvimos un buen rato y nos asomamos a la Muralla en varios puntos.


Después, en lugar de desandar nuestros pasos, salimos del casco histórico por la Puerta del Obispo, que es la que da al sur, al Río Duero. Data del siglo X y es de las más antiguas de la ciudad.


Tras salir por la Puerta del Obispo cogimos la Avenida de Vigo. Esta calle bordea la Muralla por el exterior, ejerciendo de ronda de circunvalación del centro. A un costado lleva al Río Duero y por el lado amurallado permite contemplar las Peñas de Santa Marta.



Peñas de Santa Marta es la denominación que se le da a la roca sobre la que se asienta la zona sur del centro de Zamora. Dada la morfología de la gran afloración rocosa en ese punto, la misma se usó como base de la muralla.

Nosotros recorrimos la Avenida de Vigo hasta alcanzar la Calle del Puente. Por ella accedimos otra vez al centro. Apoyándonos en nuestro sentido de la orientación fuimos callejeando hasta llegar a la calle principal que ya conocíamos. Durante el callejeo pasamos por la Calle de los Herreros, que me dejó sin habla. Se trata de una vía bastante angosta, que está llena de bares a ambos lados. Los mismos no son negocios solo para comer, sino que son auténticos baretos, de los de beber calimocho y cerveza, y escuchar buena música rock. No era el día para un plan así, pero la existencia de semejante enclave queda anotado en mi memoria. Curiosamente, ese Hell's Corridor va a dar directamente a la Plaza Mayor zamorana.


En la Plaza Mayor enlazamos con el recorrido estándar que atraviesa el casco histórico, y desde allí nos dirigimos a la zona en la que cenamos. 

Aparte, al día siguiente por la mañana salí a correr, antes de que todo el mundo se despertara y reanudáramos el camino de vuelta a Sevilla, que habíamos empezado en Llanes 24 horas antes. Tras la tiradilla de 50 minutos, me detuve en la Plaza de la Marina Española.


Nunca había salido del centro de Zamora, por lo que esa fue mi primera toma de contacto con la zona moderna de la ciudad. Realmente, me queda pendiente una visita más exhaustiva a la misma, en la que pueda explorar a fondo sus principales monumentos, en la que me pierda por las calles del casco histórico, y en la que salga de sus límites con un margen mayor de movimientos. Otro aliciente extra será, sin duda, echar un rato en la Calle de los Herreros...


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado ZAMORA.
En 1987 (primera visita incompleta), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en la provincia de Zamora: 66'7% (hoy día 66'7%).
En 1987 (primera visita incompleta), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 2'7% (hoy día 35'7%).


30 de agosto de 2021

LLANES 2021 (VISITA DE AGOSTO)

En todos los post que he escrito en los últimos días, dedicados a nuestra estancia de este mes de agosto en el Principado de Asturias, he dicho que la misma ha sido diferente a las habituales. En esta ocasión hemos estado, como siempre, en la casa que mis padres tienen en Llanes, pero, por primera vez, ellos no estaban allí. Tampoco hemos coincidido con mi hermana y su marido. A cambio, durante una semana, además de con mi sobrina Lucía, hemos estado conviviendo con mi amigo Dani y con su familia. Las vacaciones las hemos pasado juntos, lo cual ha sido una novedad. Ellos no conocían Asturias, por lo que hemos hecho cosas que son típicas en las primeras visitas a esa región. Unas han sido en Llanes y otras no.

De algunas de esas cosas que hemos hecho fuera de los límites del concejo llanisco ya he hablado. En concreto, he escrito sobre lo que hicimos en Colunga, en Cangas de Onís y, también, en el Parque Nacional de los Picos de Europa. No he mencionado todavía, sin embargo, que visitamos el cántabro Parque de la Naturaleza de Cabárceno y que bajamos por el Río Sella en piragua.

Sobre esto último, no puedo dejar de comentar, aunque no es el objeto de este post, que la de este verano ha sido la tercera ocasión que he hecho completo el Descenso del Sella en canoa, comenzando en las inmediaciones de Arriondas y acabando en el postrero punto adonde se puede llegar, que se halla quince kilómetros río abajo. Hubo otro año me quedé a medio camino.


La primera vez que completé los quince kilómetros fue en 1998 y fui con mi hermana Inés. Repetí en 2009. Ese año remé con María, pero con nosotros vino, de nuevo, mi hermana, en esa ocasión con la pareja que tenía en aquellos tiempos. Luego, en 2016 llevé, literalmente, a mi madre, que tenía una ilusión enorme por vivir la experiencia. Ella no remó. Ese día, María fue en otra piragua con Ana y con Julia, que tampoco tenía edad de emular a Saúl Craviotto. Por eso, nos quedamos en el primera de las llegadas intermedias, que está a siete kilómetros de la salida. Este 2021, Dani y Ángela querían vivir ellos su propia experiencia piragüista y, por esa razón, me decidí a bajar remando por el Río Sella por cuarta y, seguramente, última vez en mi vida. Lo de la última vez lo digo porque este mes de agosto he visto un espectáculo bochornoso en las aguas de ese precioso río asturiano, y no tengo necesidad de volver a presenciarlo. En 2016 la cosa ya estaba chunga, pero de nuevo he vuelto a comprobar que, a veces, aunque parezca que algo no puede ir a peor, todavía puede llegar a empeorar más. Realmente, no es necesario que en la actualidad el Rio Sella esté como yo lo vi en 1998. La verdad es que entonces bajamos casi solos. En 2009 el tema había empezado a desmadrarse un poco, pero el ambiente era bueno y la cantidad de gente no era tan molesta. Siete años después me encontré conque la masificación estaba empezando a arruinar la diversión. Había canoas por doquier y en muchos puntos ya era difícil remar en condiciones. Pese a esto, no quise cargar las tintas sobre lo poco que me había gustado ver el Sella petado, porque mi madre se lo pasó de miedo y no quería ir de aguafiestas, pero yo recordaba como había sido nuestro descenso en 1998 y lo cierto es que me dio un poco de pena la evolución. No obstante, todos tienen derecho a hacer lo que les plazca, si no molestan al prójimo. Yo estaba en el río ese día, llevando a una señora de 66 años, e, igualmente, los demás también estaban allí a lo suyo. Sin más. Este 2021 iba preparado para algo similar, pero, como digo, hay veces que la decadencia de las cosas parece no tener fin, y, en este caso, el pasado miércoles vi que el Río Sella en verano se ha convertido en un circo... de los horrores. En efecto, la masificación ya es el menor de los inconvenientes. Lo peor, ahora, es la patulea de jóvenes que llenan las aguas. Muchos van borrachos y los hay que bajan, haciendo como que reman, claramente colocados. A menudo es imposible escuchar los sonidos de la naturaleza, porque el río está lleno de individuos que gritan tonterías o que, directamente, llevan en la barca reproductores de música a toda voz. El problema no es ya la calidad de la música que oyen, que evidentemente es paupérrima. Es que, aunque fuera de la que a mí me gusta, la actitud no me parecería lógica. A lo largo de la primera parte del recorrido hay que aguantar los botellones itinerantes del personal. Del mismo modo, toca soportar las pamplinas de los que van bebidos o drogados, y necesitan que todo el mundo lo sepa. También hay que sufrir el postureo más ridículo de la peña, que esa es otra. Por último, vi hasta una despedida de soltera, en la que las pavas iban disfrazadas de forma grotesca... En fin, que durante los primeros siete kilómetros me resultó harto difícil avanzar entre aquella turba de gente, que se mezclaba con las personas normales. Por suerte, esta vez no nos quedamos en la primera parada y eso cambió mi percepción final de la experiencia. Como era de esperar, la chusma no pasó del kilómetro siete. Quieras que no, el hecho de remar cansa, aunque vayas a dos por hora, y como ese tipo de personajes no están en el Sella para hacer deporte, ni para disfrutar de la naturaleza, sino para hacer el vaina, pues al final lo dejan a las primeras de cambio. En consecuencia, más allá la cosa varía radicalmente.


Durante los ocho kilómetros restantes aún vi bastante gente, pero su talante era diferente. Los había que hacían tonterías, los había más o menos flipadillos, los había que bromeaban, porque aquello no era un funeral, pero el ambiente cambió. Las personas normales viven y dejan vivir, y no se dedican a incordiar a los que van al lado.

En definitiva, como decía, en la semana que hemos estado en Asturias hemos hecho muchas cosas y no todas han sido en Llanes. Sin embargo, en total, en este concejo es donde hemos pasado más tiempo. Dado que Dani y Ángela no habían estado nunca por allí, no faltó el paseo por La Galguera, la aldea en la que mis padres tienen la casa.

También nos dimos una vuelta por Llanes el primer día, como es preceptivo. En este sentido, Dani y Ángela no son de los que quieren conocer cada rincón de los sitios a los que van, por lo que solo fuimos a Llanes capital un día, y despachamos la visita con un paseo largo, pero estándar. Como es lógico, les enseñamos el Paseo de San Pedro. Luego, tras bajar de él, fuimos bordeando la línea de costa hasta el Fuerte de La Moría. Después de asomarnos al mar desde ese punto, nos internamos en el Puerto, por la Calle Tomás Gutiérrez Herrero, y cruzamos la ría por la pasarela que construyeron en 2015. Ya en el otro lado, fuimos por la Calle Marqués de Canillejas hasta el Puente de las Barqueras, por donde volvimos a cruzar al margen opuesto de la ría. Tras una breve parada en la Plaza de Parres Sobrino, bordeamos el meollo llanisco sin penetrar en él y nos dirigimos de nuevo hacia el entorno del Paseo de San Pedro, concluyendo allí nuestra ruta circular. Fue un recorrido más amplio que el que hicimos cuando mi cuñada estuvo en Llanes, hace unos años, pero aún así yo no me hubiera dado por satisfecho, si el que hubiera estado conociendo la población por primera vez hubiera sido yo. No obstante, este pueblo lo conozco al dedillo y cuando hago de cicerone me adapto a los deseos de las personas a las que voy guiando. En este caso, Dani y Ángela se quedaron contentos con el tour, por lo que no tengo nada más que decir.

De todos modos, este año no volvimos más a Llanes capital, pero sí nos movimos un poco por el concejo. Ahí tengo que reconocer que manejé un poco la situación, de acuerdo con mis intereses. Quería ver alguna entidad poblacional nueva, como siempre, y también alguna playa en la que nunca hubiera estado. Asimismo, tenía una cuenta pendiente en el Complejo de Cobijeru y pensé que podía ser el momento de saldarla. En definitiva, rebusqué qué planes podíamos hacer, que fueran atractivos para Dani y para Ángela, y que me sirvieran a mí para profundizar en el conocimiento que ya tengo del concejo llanisco. Aparte de la tarde que estuvimos en el casco urbano de Llanes, tenía que organizar otra jornada por los alrededores, tal y como habíamos hablado. Todos se habían puesto en mis manos para hacer algo interesante ese día y yo tenía libertad de elección, por lo que maquiné un plan que fuera del gusto general. Tenía a mi favor que el Complejo de Cobijeru es suficientemente llamativo como para ir a verlo con alguien que no conoce nada del entorno. Era, por tanto, un lugar al que quería volver, pero además ir con Dani y con Ángela estaba totalmente justificado. He dicho que tenía un par de cuentas pendientes con ese sitio desde 2018, y estas eran entrar en la Cueva de Cobijeru y pasar por encima del Salto del Caballo. Sin embargo, antes de meterme en faena con ellos decidí darme un chapuzón en la gélida Playa de Cobijeru, para asomarme a la cueva que tiene al fondo.


La Playa de Cobijeru es una playa interior que yo creo que es tan espectacular como la de Gulpiyuri, pero que no tiene la misma fama. Se trata de un agujero lleno de agua de mar, la cual pasa a través del acantilado



Esta playa constituye el eje del Complejo de Cobijeru, pero la Cueva de Cobijeru, subiendo por los acantilados, realmente se lleva la palma en cuanto a espectacularidad. Tiene 120 metros de profundidad y desciende hasta el mar por debajo de los acantilados. 



En 2018 no me atreví a meterme por la boca de la cueva, pero esta vez dos circunstancias jugaron a mi favor. En primer lugar, estaba con Dani, que no sufre de claustrofobia, como le pasa a María. Tenía, por tanto, un acompañante que estaba dispuesto a entrar conmigo. Además, tuve suerte, y al llegar a la entrada de la cueva una chica me dijo que sus acompañantes habían entrado. Ella estaba algo intranquila, porque llevaban un buen rato dentro, pero yo pensé que, si otros habían accedido por las buenas, no podía ser tan difícil asomarse. No me equivoqué. No obstante, la cueva acojona al principio, porque no se ve un pimiento y es muy baja en su primera parte. 



Luego el techo se hace más alto y, además, se empieza a ver luz al final. Da un poco de yuyu, porque sin la linterna uno no se vería ni la mano, y tampoco está claro que no haya posibilidades de perderse ahí dentro. Sin embargo, nos ayudó el hecho de cruzarnos con la otra familia, que salía cuando nosotros entrabamos. Al final de la cueva, la misma se abre al mar y se llega a la parte más espectacular.




En nuestro caso, la marea estaba baja y eso nos dio la posibilidad acercarnos bastante a la boca de la cueva por el lado del mar.



No obstante, tampoco era plan de echar raíces en ese lugar, no fuera a subir la marea más de la cuenta. Todos conocemos historias recientes de gente que se ha quedado atrapada en cuevas. Por ello, echamos allí cinco minutos y luego nos volvimos.


El otro sitio que quería ver bien en el Complejo de Cobijeru era el Salto del Caballo. En realidad, lo que me apetecía era pasar por encima del mismo, porque verlo desde la perspectiva de la foto inferior ya lo había hecho.


Sin embargo, no había subido al lugar donde está el que sale en la imagen. Esta vez, sí trisqué las rocas hasta arriba. Desde allí se ve a la perfección como el agua pasa por el gran boquete, denominado Salto del Caballo, y ha horadado más aún la piedra, hasta el punto de que ha hecho otro agujero que ha creado la Playa de Cobijeru.



Desde el Salto del Caballo se ve un panorama alucinante de la costa llanisca. En estos años ya he hecho fotos de muchos puntos en los que los acantilados son espectaculares. Este es otro más.


Hay que decir que para llegar a la Playa de Cobijeru hay que darse un paseito. Yo creo que eso ha protegido hasta ahora ese enclave, que, sin estar vacío, no se encuentra masificado. El camino que hay que recorrer empieza en Buelna y no es muy largo, pero hay que hacerlo.



En el trayecto se encuentra uno con otra cueva, la tercera y última de la que voy a hablar en este post. Se trata de la Cueva de las Raíces.


En esta cueva también penetramos un poco, pero no tanto como en la de Cobijeru. En cualquier caso, el camino que hay que hacer hasta la zona de los acantilados para mí es un aliciente, más que un problema. Como he dicho, a diferencia de lo que pasó en 2018, que pudimos aparcar junto a la valla que he fotografiado arriba, esta vez el coche tuvimos que dejarlo en Buelna, y eso me sirvió para recorrer entera esta aldea y poder tachar una nueva población de la lista de localidades de Llanes que ya conozco. Con Buelna, ya son 22, de las 71 que tiene el concejo. En En Ole Väsynyt he mencionado 14.


Buelna es un pueblo pequeño, pero tiene mucho encanto. Está al borde de la N-634, que hasta hace poco era la carretera que unía San Sebastián con Santiago de Compostela, recorriendo, paralela al mar, toda la costa del Mar Cantábrico. En la actualidad, se ha construido una autovía, quedando destinados, algunos trozos de la N-634 que se han conservado, a dar servicio al tráfico local. Esto es, precisamente, lo que ha pasado en Buelna. La N-634 sigue pasando junto a la población y da acceso a ella, pero la autovía no está muy lejos.


Como dije antes, en estas vacaciones quería ver alguna entidad poblacional nueva, y eso lo logré al ir a Buelna, pero también quería conocer una playa en la que nunca hubiera estado. Por suerte, la tarde del día que visitamos la de Cobijeru teníamos previsto ir a otra más. Era mi oportunidad de estrenar alguna y no la desaproveché. En la cercana Playa de Vidiago nunca había estado, y era lógico ir a ella, porque estaba cerca del Complejo de Cobijeru, así que encaminé a la comitiva hacia allí. Corrí un cierto riesgo, porque no tenía ni idea de lo que me iba a encontrar. Cuando llegamos, descubrí que la Playa de Vidiago es un roquedal.



En efecto, cuando nosotros arribamos lo que nos encontramos fue una playa de roca. El lugar es precioso, pero no había ni un centímetro cuadrado en el que no hubiera cantos rodados. No era lo esperado, pero, por fortuna, el problema no fue grave. Nos colocamos en la base de los acantilados, en una zona de piedras más grandes, en las que pudimos sentarnos, merendamos cómodamente, los niños jugaron un rato por allí, disfrutamos de la tranquilidad y la belleza de ese paraje, y cuando nos quedamos a la sombra y empezó a hacer un poco de frío, nos fuimos.

Luego me he enterado de que la Playa de Vidiago es mucho más grande cuando la marea está baja, y sí tiene arena. Por lo visto, el mar desciende lo suficiente como para que se una a la Playa de Bretones, de la que está separada por un promontorio (en la foto que he puesto arriba, es el saliente que tiene la casa encima). Cuando la marea sube las dos playas se separan por completo, y toda la zona arenosa desaparece. 


En la Playa de Vidiago desemboca el Río Novales. Me gustaría volver, para verla con la marea baja, pero ya considero que la conozco lo suficiente. En consecuencia, puedo decir que, de las 53 playas que tiene el concejo de Llanes, a día de hoy he visitado 17 y he mencionado 14 en este blog. 

Lo que sí vi, en esta ocasión, es que la Playa de Vidiago es muy buena para la práctica del surf. Me pareció que no había principiantes entre los surferos, o al menos no había gente aprendiendo con monitores. En cualquier caso, una veintena de valientes se pegaron media tarde en el agua, a pesar de que estaba fría para reventar, y de que hacía bastante fresquete.


En definitiva, un verano más nos dejamos caer por Llanes unos días y, como siempre, fue muy positiva la experiencia. Realmente, no ha habido dos años iguales, y María, Ana, Julia y yo mismo, nunca hemos dejado de pasarlo bien. No obstante, la segunda estancia de este 2021 fue más novedosa que ninguna otra, y perdurará en mi memoria, sin duda.


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado LLANES.
En 1997 (primera visita), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en Asturias: 13'3% (hoy día 60%).
En 1997 (primera visita), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 11'8% (hoy día 35'7%).


29 de agosto de 2021

COLUNGA 2021

Otra de las excursiones que hemos hecho este verano, durante nuestra estancia en Llanes, ha sido a Lastres, aprovechando que han estado con nosotros Dani y Ángela, y que, por ello, era preceptivo hacer un recorrido por los lugares más destacados del oriente del Principado de Asturias. El día de Lastres también fuimos al Museo del Jurásico, que se halla muy cerca. Eran dos planes indispensables en nuestras circunstancias. Además, para redondear la jornada comimos en Colunga, que ejerce de capital del concejo del mismo nombre. Lastres está en él, al igual que el museo.


Con respecto al Museo del Jurásico, yo ya estuve en él en 2016, pero en aquella ocasión no comenté nada en este blog. Ahora sí pega hacerlo, porque exploramos el concejo de Colunga con más intensidad y la visita museística encaja en el contexto de este post.

El Museo del Jurásico (MUJA) se inauguró en 2004 y tiene varias cosas a su favor. Una de ellas es que está en un sitio precioso.


Aparte, realmente es un museo entretenido. No obstante, es un lugar al que solo es lógico ir si se tienen niños y, aunque yo he ido dos veces, no tiene mucho sentido hacer doblete en él, porque no aporta más que un rato de entretenimiento, similar al de ir al cine. Yo, cuando voy a un museo, lo que quiero es ver piezas originales. Poner tus ojos en ellas es lo que le da valor a la experiencia. Para mí, ver reproducciones detrás de una vitrina es como mirar fotos sentado en el sofá de casa. De hecho, a nadie se le ocurriría visitar el Museo del Prado si estuviera lleno de réplicas de los cuadros. Se va hasta allí y se paga la entrada para disfrutar las obras de arte que crearon los grandes pintores, las que tuvieron entre sus manos. Por eso, cuando voy a un museo, ya sea una pinacoteca, uno arqueológico o uno paleontológico como el MUJA, lo que no espero es encontrarme copias. Por desgracia, en el Museo del Jurásico casi todas las cosas expuestas son duplicados. Me parece que solo eran auténticos algunos fósiles.



Lo de que el museo sea muy divulgativo lo valoro positivamente, pero eso no está reñido con el hecho de mostrar piezas originales, que es lo que le da sentido al desplazamiento que uno hace. Ir y pagar una entrada para ver una réplica de unos huesos, modelados con láser hace quince años, no me motiva mucho. Ni siquiera aunque me reproduzcan los esqueletos de dos Tyrannosaurus rex copulando...



Sí, sí, uno de ellos le está dando fuerte y flojo al otro. No me podía creer que hubieran hecho ese montaje, pero es así.

En el museo hay bastantes esqueletos reconstruidos de dinosaurios, pero los demás no están tan jocosamente colocados como los de los tiranosaurios. Por ejemplo, en la imagen que sigue hay un Camarasaurus en una posición bastante menos chocante.


En cualquier caso, lo cierto es que cuando uno va al cine normalmente echa un buen rato, y en el MUJA, pues también se pasan un par de horas relajadas, la verdad. Además, si uno tiene suerte, como tuvimos nosotros, y sale una mañana climatológicamente deliciosa, pues acaba echando casi una hora extra de gozoso relax en la pradera exterior del edificio, en la que hay numerosas distracciones para los niños.


En definitiva, en el contexto de la semana asturiana que hemos pasado, en la que ha primado el hecho de pasar el tiempo entretenidos con la familia de Dani, por encima de nuestras habituales pretensiones de profundizar en el conocimiento del Principado de Asturias, la visita al Museo del Jurásico estuvo simpática.

Tras la misma, llegó el momento de comer. En la semana de vacaciones que nos hemos pegado con Dani, Ángela y Hugo, nuestros almuerzos se han basado, casi por completo, en los bocadillos. Sin embargo, el día de Colunga decidimos darnos un homenaje y reservé en Casa Laureano.

Casa Laureano es un restaurante del que había oído hablar bien, pero nunca había almorzado en él. Por ello, corrí un cierto riesgo a la hora de llevar allí a Dani y a Ángela, porque no tenía ninguna referencia real de primera mano. La apuesta no salió mal, aunque no es el mejor sitio donde he comido. Como primera cosa positiva que nos encontramos, estuvo el hecho de que resultó muy fácil aparcar cerca del restaurante. Además, la terraza que tiene me resultó muy agradable.


Por último, lo que comimos estuvo bien, yo volvería, aunque, como he dicho, a lo que tomamos no le pude dar un sobresaliente. Tuvimos la oportunidad de pedir un menú, pero aún así no fue barato. Además, me resultó raro que ni la cerveza ni el café estuvieran incluidos en dicho menú. Para beber, las opciones eran vino peleón con gaseosa o agua. En ese aspecto, el menú estaba al nivel de uno del comedor de la universidad. Tampoco pude cambiar el postre por un café, como ocurre casi siempre. En consecuencia, me pedí aparte, tanto la bebida como el café, y eso subió el precio de un menú que, ya de por sí, tenía un coste medio. Al final, lo que comprobamos es que en el Restaurante El Sucón, donde habíamos estado unos días antes, a la carta habíamos comido más y mejor, por menos dinero. Las comparaciones son odiosas, pero hay veces que las cosas caen por su propio peso. De todas formas, la comida estuvo buena y tampoco quiero que parezca que nos clavaron. El almuerzo en Casa Laureano fue correcto, sin más. No es poco.

Después de comer me di un pequeño paseo para ir a ver la Plaza del Monumento. Yo ya había estado una vez en Colunga capital y la recordaba. Lo gracioso es que, a pesar de su nombre, en esa plaza no hay ningún monumento. Por lo visto, el espacio fue remodelado en 2009 y se diseñó para que en su centro hubiera una fuente, pero la misma no está...



Me hubiera gustado ir también a la Plaza del Ayuntamiento, que la recuerdo de la visita de 2011, pero no tuve tiempo. No obstante, conservo esta foto de Anita en ella, cuando era un mico.


En esta ocasión, para rematar la excursión, tras la comida nos acercamos a Lastres, que realmente es el principal lugar del concejo en cuanto a capacidad de atracción. De hecho, Lastres es de esos pueblos que todo el mundo visita cuando va a Asturias. Sus casas se desparraman por una ladera y van a caer a la zona de la playa y del puerto. Es un sitio muy pintoresco, lleno de callecitas empedradas en cuesta. 



Entre 2009 y 2011 el pueblo se hizo especialmente famoso, porque se usó de escenario en la serie Doctor Mateo, que tuvo cierto éxito en la televisión. La misma tenía lugar en una localidad llamada, en teoría, San Martín del Sella. En realidad, era Lastres. Dicha serie tenía un montón de exteriores y la población multiplicó su notoriedad. Yo ya había estado allí en 1999. Luego regresé en abril de 2010, justo cuando se encontraba en la cresta de la ola y habían hecho, incluso, una ruta mostrando las localizaciones que aparecían en la tele.


En esta ocasión, nosotros aparcamos en la zona portuaria y, por un momento, me temí que la visita iba a ser un desastre, porque acabábamos de comer, llevábamos en danza desde la mañana, y el pueblo es una sucesión de calles en cuesta y escaleras.



Sin embargo, nos pusimos a pasear con calma, charlando, y cuando nos dimos cuenta habíamos subido hasta arriba, recorriendo la Calle Real. Llegamos hasta el Monumento a las Sardineras y hasta el Antiguo Lavadero. Más allá ya queda poco pueblo.



Luego bajamos por otro camino, disfrutando del entramado de pequeñas callejuelas y escalinatas. Eso nos permitió pasar por delante de la Torre del Reloj, ubicada en una especie de ensanchamiento que tiene la Calle Reloj. Es muy bonita.



Tirando hacia abajo por unas estrechas escaleras también vimos, en un pequeño callejón, la Capilla del Buen Suceso, que data del siglo XVI y estaba ligada a los mareantes, es decir, a las personas relacionadas con el mundo de la navegación. 


Al grupito de casas en el que está la capilla se le denomina Barrio del Buen Suceso. Por lo visto, el mismo era, antaño, el barrio de los balleneros. Desde allí, enlazamos con las Escaleras de la Fragua, construidas en el siglo XVII sobre el sendero que los pescadores de Lastres usaban cada madrugada, desde hacía 300 años, para ir desde sus casas hasta el puerto, para coger sus embarcaciones. En esa escalinata había comenzado nuestra subida y acabó, igualmente, la bajada.

En definitiva, ya he presentado el concejo de Colunga. Lastres es un referente en él y no descarto volver, con la idea de hablar de los puntos de la población que el otro día no pisamos. Aparte, en el término municipal también hay cositas aún por ver, así como en la capital del concejo. En esta, es posible que la próxima vez que vuelva hayan construido, por fin, el monumento en la plaza del ídem.


Mientras, el próximo post estará dedicado a Llanes, que, como de costumbre, fue donde más horas echamos a lo largo de nuestra semana de vacaciones.


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado COLUNGA.
En 1999 (primera visita incompleta), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en Asturias: 46'6% (hoy día, confirmada ya esta visita desde 2011, 60%).
En 1999 (primera visita incompleta), % de Poblaciones Esenciales de Asturias ya visitadas: 15'9% (hoy día, confirmada ya esta visita desde 2011, 35'7%).