25 de julio de 2017

GIJÓN 2017

Una semana antes de empezar realmente las vacaciones pasé un día en Gijón, una de mis ciudades favoritas. Ana y Julia van a estar una semana con sus abuelos en la casa de Llanes, previa al periodo que pasaremos todos allí a partir del 29 de julio, y por ello las acompañé hasta Asturias el pasado viernes. El viaje lo hicimos los tres en avión por la mañana, en Gijón almorzamos y pasamos la tarde, y, tras dejar a las niñas en buenas manos, me volví yo al sur en un autobús que cogí a las 21'30 horas. Hasta las 19'00 estuvimos todos juntos y las dos últimas horas ya me quedé solo, lo que no fue óbice para que aprovechara el rato a tope.

Gijón es una de las ciudades más atractivas que conozco. Desde el punto de vista monumental no destaca demasiado, pero me parece una población amable y vital que tiene un tamaño perfecto, y que, además, se abre al mar de una manera maravillosa. La visité por primera vez en 1997 y desde entonces he disfrutado de un paseo por ella siempre que he podido, aunque no iba por allí desde 2012. En 2007 estuve dos veces y en una de las ocasiones pasé en la ciudad un fin de semana completo, ya que, por casualidad, en Gijón vive desde hace unos años un primo mío y en junio de ese año fuimos a su boda, lo que me permitió, entre otras cosas, dormir en el Hotel Abba Playa Gijón. Esa visita la disfruté una barbaridad.


El resto de las veces, sin embargo, he ido a Gijón solamente a pasar el día. No he tenido oportunidad, por ejemplo, de conocer su vida nocturna, que dicen que es muy animada. El otro día, de hecho, me di un paseo al caer la tarde por el Barrio de Cimadevilla (Cimavilla en asturiano), que es famoso por su ambiente, y, en efecto, vi que la zona suroeste del barrio está llena de sidrerías y de bares en los que la animación era enorme (la calle estaba llena de gente echando un buen rato, me hubiera quedado de buena gana si hubiera ido con compañía y si no hubiera tenido que coger el bus de vuelta a Sevilla).

Como digo, el ambiente gijonés de los baretos no lo conozco (aún), pero sí he tenido la oportunidad de profundizar bastante en algunos de los demás encantos que ofrece la ciudad. Pese a esto, lo de visitar el Barrio de Cimadevilla era una cuenta pendiente que tenía. Esa zona, al estar en esa especie de saliente que tiene Gijón (realmente es un promontorio llamado Cerro de Santa Catalina), no es lugar de paso y solo la había pisado en 1999 cuando fui a ver el Elogio del Horizonte, el monumento de Eduardo Chillida que está en la cima del promontorio desde 1990.


En aquella ocasión, sin embargo, subimos y bajamos el Cerro bordeando su lado este, por lo que el meollo de Cimadevilla no lo pisé. El otro día para remediarlo subí atravesando el centro del barrio y bajé por su parte oeste, que además de ser la más pintoresca es donde se concentran los bares y la animación, por lo que pude ver. La parte folixera de la visita quedó pendiente hasta otra vez, pero en lo alto de Cimadevilla sí volví a ver el precioso Elogio del Horizonte y disfruté de las vistas de la Playa de San Lorenzo que se ven desde sus alrededores.


Cimadevilla se puede considerar el casco histórico de Gijón. Sus empinadas calles fueron refugio de pescadores y artesanos durante mucho tiempo, pero el barrio, además de evocar al pasado marinero de la villa, también es la parte más antigua de la ciudad. Hoy día sus edificios están bastante reformados, pero me pareció que la parte central y la oeste del barrio conserva bien su carácter popular. Sin embargo, como he dicho, lo que más me gustó fue ver el ambiente, ordenado por mesas y sillas en la Plaza de Arturo Arias, conocida como El Lavaderu (es el corazón del barrio), y totalmente desordenado en la Cuesta del Cholo, donde había decenas de personas repartidas por la calle a las puertas de los bares, charlando y bebiendo. Volveré para hacer lo propio...

En Cimadevilla no paré en los bares, pero la tarde dio para mucho más que para la visita al barrio gijonés por excelencia. De hecho, antes de subir al Elogio tuve oportunidad de entrar, por fin, en el Palacio de Revillagigedo. El mismo se ubica frente a la Plaza del Marqués, que está, precisamente a los pies de Cimadevilla.


Por esa plaza había pasado muchas veces y siempre me había llamado la atención, además del Monumento a Pelayo que la preside, el mencionado Palacio barroco, que tiene desde fuera una pinta imponente. Por esta razón siempre había querido entrar, pero nunca había tenido la oportunidad hasta el pasado viernes.


El Palacio de Revillagigedo se construyó a principios del sigo XVIII a partir de una torre medieval y su interior está muy reformado, ya que en la actualidad es un centro cultural propiedad de la Fundación Cajastur-Liberbank y se usa para montar exposiciones. A mí, la exposición de turno en principio me interesaba menos que conocer el interior del edificio en sí, pero tuve suerte y lo que pude ver resultó muy entretenido (era una exposición dedicada a la Feria Internacional de Muestras de Asturias, que celebra este mes de agosto su 61ª edición. La exposición tenía como eje principal la colección de carteles y catálogos generados por la feria a lo largo de sus historia y mostraba también una selección de fotografías históricas, así como otros elementos representativos de la FIDMA).



Todo lo narrado hasta ahora tuvo lugar una vez que me quedé solo en Gijón, pero hasta las 19'00 estuve acompañado de las niñas y de mis padres, de manera que en el rato que transcurrió entre la comida y esa hora pudimos ir con tranquilidad a ver el Acuario, que fue, realmente, la visita estrella del día. Yo en él ya había estado en 2006, cuando no llevaba abierto ni dos meses, pero aquella vez fui solo (estaba también haciendo tiempo para coger el autobús a Sevilla) y tenía muchas ganas de visitarlo de nuevo acompañado de las niñas.


Evidentemente, mi paso por el Acuario en esta ocasión ha sido muy diferente al de 2006. En efecto, ese año el mismo me resultó interesante, pero esta vez me lo he pasado mucho mejor, ya que además de disfrutar del lado divulgativo del recinto he podido contemplar la excitación que el mismo ha despertado en Ana y en Julia: a ellas les encantó la visita y yo me lo pasé genial viendo sus reacciones.


En lo que a tamaño se refiere, el Acuario de Gijón, con sus 9.000 animales de 420 especies, es del estilo del de Sevilla (que tiene casi 8.000 peces de 400 especies). Ambos son más pequeños que los dos más grandes de Europa, que son L'Oceanogràfic de Valencia (45.000 individuos de 500 especies) y el Acquario di Genova (15.000 animales de 400 especies). Esos cuatro los conozco y en 2004 también vi el New England Aquarium de Boston, que es el que más variedad faunística tiene (unas 600 clases de animales), aunque no tiene tantos bichos como el de Valencia (solo cuenta con 20.000). El Acuario de Gijón es más modesto, pero creo que merece la pena verlo por dos razones: en primer lugar porque te muestra una panorámica única de la fauna de los ríos de la vertiente cantábrica y del propio Mar Cantábrico.


Y en segundo lugar porque ofrece una selección clara de las especies más llamativas del mundo animal acuático. No hay en él tanta variedad de especímenes como en otros acuarios, pero están los animales más importantes, por lo que uno se siente menos apabullado y mantiene la capacidad para sacarle el jugo a lo más llamativo. Personalmente, me encantaron los tiburones, las enormes tortugas, los caballitos de mar, los peces escorpión, los rodaballos y las rayas.



También fue chulo ver a la nutria, que es un mamífero, pero que es un inquilino más del lugar, y aproveché incluso para aprender que hay un pez que se llama julia y que habita en las aguas costeras del Mar Mediterráneo.


Por otro lado, hubo otras especies que también me llamaron la atención, pero no por algo positivo, sino más bien por el repelús que me dieron (no soy Frank de la Jungla, es cierto). La palma se la llevó la lamprea, que me dio tanto asco que no la pude ni fotografiar. Tampoco me hizo mucha gracia la morena...


Cierto es que el Acuario puede parecer un poco caro (la entrada adulta son 15 euros, el de Valencia vale el doble, pero tiene cinco veces más animales, como dije antes). Sin embargo, es el típico lugar al que vas una vez en la vida (o dos, como mucho). Bajo esa perspectiva, no creo que sea tan descabellado el precio.


Antes de marcharnos nos tomamos un refresco en el Restaurante de la segunda planta, que merece la pena por las bonitas vistas que ofrece desde su terraza.


La jornada gijonesa no dio para mucho más. Fue una tarde muy aprovechada, pero a las 21'30 tenía que coger un autobús y eso hizo que no pudiera dormirme en los laureles. Para ir hasta la estación, sin embargo, tuve la oportunidad de pasar por la Calle Corrida, que es una de las más destacadas de Gijón (es peatonal y está llena de tiendas y de veladores).

Antes de coger el autobús me hubiera gustado tomarme un pincho en la Cafetería Victoria, que no tiene nada de particular salvo el hecho de que he desayunado en ella las dos veces que he hecho el trayecto de Sevilla a Gijón en bus. Por desgracia, esta vez llegué con el tiempo justo y no pude detenerme (por fortuna, sí disfruté a mediodía de la comida del Gepetto Centro, un restaurante de comida italiana que no está mal y adonde ya había ido en 2006).


Para acabar, no puedo dejar de comentar que Gijón tiene una Estación de Autobuses impropia de una ciudad de su categoría. Su nivel de cutrez es apabullante (dársenas al aire libre donde no se cabe, deficiente información relativa a las llegadas y salidas de los autobuses, suciedad por doquier, sensación de caos,...). Afortunadamente, no tengo que coger autobuses allí con frecuencia.


En cualquier caso, Gijón es Gijón. En unos días estaré de vuelta en Asturias, pero de momento me quité el mono de viajar pasando una estupenda jornada en esa magnífica ciudad (la foto de abajo es de 2007).



Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado GIJÓN.
En 1997 (primera visita), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en Asturias: 26'7% (hoy día 53'3%).
En 1997 (primera visita), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 12'4% (hoy día 32'2%).


2 de julio de 2017

CONSTANTINA 2017

Hay épocas del año en las que no paran de surgir planes para hacer escapadas o para ir a carreras. Son rachas en las cuales parece que uno no hace otra cosa en la vida que correr o viajar. Sin embargo, es evidente que esto no es así, por lo que son inevitables los periodos en los que la tortilla da la vuelta y el trabajo y las circunstancias del día a día pasan a copar toda la atención. En esas etapas se corren pocas carreras y se viaja aún menos. Por fortuna, esas rachas también pasan y las épocas de vacas gordas acaban volviendo.

Con respecto a los viajes, durante el verano suelo disfrutar de un par de meses de bastante jaleo viajero, ya que aprovecho a tope el mes de vacaciones y también suelo exprimir los fines de semana de finales de julio y de principios de septiembre. Esa es una las épocas de vacas gordas a las que me refería, pero está claro que la desconexión veraniega no sería posible si no me fuera con los deberes hechos, por lo que durante los meses de mayo y junio suelo atravesar una fase en la que mis aficiones viajeras están bajo mínimos debido a otras ocupaciones. Esa tendencia este año se ha visto especialmente remarcada y los dos meses comentados han sido un infierno laboral. Para colmo, durante el mes de julio tengo que despachar una obra en casa, por lo que me encuentro inmerso desde abril en un desierto de viajes y carreras que acabará el 28 de julio.

Pese a todo lo comentado, está claro que incluso en los peores momentos se sacan pequeños huecos para competir en alguna carrera o para organizar alguna escapada. Un ejemplo de esto tuvo lugar ayer sábado, cuando fuimos a echar el día a Constantina. El caso es que teníamos que llevar a Ana a un campamento de verano en el que va a pasar una semana y con esa excusa pasamos una agradable jornada en ese pueblo, que se encuentra enclavado en pleno Parque Natural Sierra Norte de Sevilla.

El citado campamento se está desarrollando en la Residencia Escolar Los Pinos, una instalación de titularidad pública que durante el curso acoge a niños que necesitan alojamiento para poder estudiar en Constantina. Durante las vacaciones escolares el centro queda vacío y se usa para organizar campamentos veraniegos. Nosotros apuntamos a Ana a uno la primera semana de julio y ayer, antes de dejarla allí, tuvimos la oportunidad de visitar con detenimiento todas las instalaciones de la residencia, que está en el extremo sur de la población.



La visita a la residencia fue la parte de la estancia en Constantina que venía dada por las circunstancias, por decirlo así, pero tras despedirnos de Ana vino la parte de la jornada en la que nos dimos el gustazo de quedarnos en el pueblo con otra pareja amiga, para verlo y para comer en él.

Constantina, que tiene 6.100 habitantes, es el pueblo más grande del Parque Natural Sierra Norte de Sevilla (solo se le acerca en población Cazalla de la Sierra, adonde volveremos en agosto). A pesar de que su nombre evoca a la época romana de la villa, los vestigios visibles de Constantina son de época musulmana. Yo ya había estado allí en diciembre de 2004, cuando pasamos dos noches en el Albergue Inturjoven Constantina, pero desde entonces no había vuelto. El monumento más destacado del pueblo, que es el Castillo de Constantina, sí lo visitamos en 2004 (subimos andando, está en ruinas, pero conserva aún en pie bastantes torres y murallas), pero no visitamos más edificios y, sobre todo, no recorrimos bien el Barrio de la Morería, que mantiene su trazado musulmán. Realmente, en aquella ocasión nos movimos un poco por la zona céntrica del pueblo, pero fue una estancia más enfocada a explorar el entorno campestre. Sí pudimos comprobar, no obstante, que el trazado urbano de Constantina es muy alargado, ya que aprovecha el terreno llano que forma el Valle de la Osa (el centro de la población está en la zona llana, mientras que el Barrio de la Morería sube un poco por la ladera de la montaña sobre la que se asienta el Castillo).



Como he dicho, en 2004 aprovechamos la estancia en Constantina para hacer senderismo, más que para explorar a fondo el pueblo (recorrimos, por ejemplo, el Sendero Los Castañares que comienza al final del Paseo de la Alameda, en el extremo norte de la población) y también visitamos el Centro de Visitantes el Robledo, que está fuera de núcleo urbano.


Ayer, sin embargo, nos movimos todo el rato por las calles del centro, pero tampoco llegamos a ir hacia la zona empinada, sino que aparcamos el coche y anduvimos por la Calle Mesones, la Plaza de la Carretería, la Calle Feria y el Paseo de la Alameda, es decir, por la zona más moderna de Constantina, donde lo que destacan son algunas blancas casas de carácter señorial de épocas recientes.

En esa zona está el largo Paseo de la Alameda, que llega casi hasta el final de la población por el norte y que es un lugar realmente agradable para comer.


Allí en 2004 comimos dos veces en un restaurante que ha desaparecido. En esta ocasión estuvimos en otro, llamado Bar La Tapita. Se trata de un negocio que probablemente ya no estará igual la próxima vez que vayamos a Constantina (me dio la impresión que era el típico bar ubicado en un local que va cambiando de dueño y nombre cada cierto tiempo), pero donde comimos una ensaladilla realmente soberbia.


Ayer nuestra estancia en Constantina no se alargó más allá de la media tarde, pero la visita me sirvió para refrescar la memoria y para recordar como está estructurado el pueblo. Me queda pendiente volver para recorrer el Barrio de la Morería.



Reto Viajero MUNICIPIOS DE ANDALUCÍA
Visitado CONSTANTINA.
En 2004 (primera visita), % de Municipios ya visitados en la Provincia de Sevilla: 20'9% (hoy día 61%).
En 2004 (primera visita), % de Municipios de Andalucía ya visitados: 7'8% (hoy día 19'3%).