28 de julio de 2016

LLANES 2016

El concejo de Llanes es uno de los más turísticos de Asturias, porque está plagado de atractivos: sus playas son una maravilla, tiene acantilados de vértigo, en el interior no falta la montaña, y su capital municipal tiene un casco histórico precioso y una vida veraniega inigualable.

Quitando 2004, desde 1997 a 2006 todos los veranos fui unos días, con mis padres y con mi hermana, a una casa rural llanisca llamada La Montaña Mágica, que se encuentra en un lugar idílico, en medio del monte, un poco más arriba de la aldea de El Allende. Durante esos años, ya tuve ocasión de conocer este y otros núcleos de población del concejo, incluida, por supuesto, la villa de Llanes, que cuenta con unos 5.000 habitantes (el concejo supera los 13.000).


De tanto ir para allá cada año, mis padres se acabaron enamorando de la zona, hasta el punto de que compraron una parcela en 2006, y se hicieron una casa en La Galguera, una pequeña aldea residencial que está a cinco minutos de Llanes capital. Desde entonces, salvo en 2008, he ido allí todos los años, en algunos casos más de una vez. A estas alturas, he visitado la mayoría de las principales atracciones del concejo. No obstante, siempre hay cosas nuevas por explorar, y nunca disgusta volver a los lugares preferidos.

De todos los pueblos del concejo, como es lógico es La Galguera el que mejor conozco. Allí no hay pisos, ni pareados, ni adosados. Es una localidad formada por casas levantadas en parcelas independientes. Lo que sí hay son cuatro pequeños alojamientos rurales, y también se conserva el Lavadero y una pequeña casita, que se utilizaba para las reuniones vecinales. Al principio, ambas construcciones estaban bastante abandonadas, pero los vecinos han trabajado duro para rehabilitar y mantener el patrimonio común que tienen.



Los primeros años, también estaba muy degradado el edificio que, en el pasado, hizo las veces de escuela. Casi daba miedo verlo.



Desde hace un par de años, ya está arreglado, y ahora se ha habilitado como vivienda. En la explanada de hierba que tiene delante, incluso se ha instalado una zona de juegos infantiles, en la que Ana y Julia disfrutan bastante a menudo.

En la actualidad, al parar en casa de mis padres, en La Galguera, las visitas al pueblo de Llanes son, en muchos casos, eminentemente funcionales. Cierto es que el turismo nunca falta en nuestros veraneos, pero, en el día a día, es habitual que vayamos a Llanes a hacer simples mandaos. En esta ocasión, por ejemplo, hemos ido a recoger una tarta, a la zapatería, al supermercado, al médico y a la farmacia. No obstante, también hemos dado un par de paseos por la localidad, que se podrían considerar como turísticos. De hecho, he visto por dentro, por primera vez, la Capilla de la Magdalena, una iglesia románica, pequeña y muy simple (tiene una sola nave), que está situada en la plaza del mismo nombre, en pleno centro histórico llanisco. El templo original que había en ese emplazamiento, era la parroquia primitiva de la población, en el siglo XII o XIII. El que ahora observamos, es fruto de profundas remodelaciones, pero conserva la estructura de planta rectangular de la ermita primigenia, así como la cabecera recta y la puerta de arco apuntado.


A la espalda de la iglesia, hay una escalerita, que baja a la Calle El Muelle, donde, en verano, siempre hay puestecillos y mucha animación.

La Plaza de la Magdalena no solo alberga la Capilla, sino que también es un epicentro de bares. En ella, está la Sidrería El Bodegón, el primero de nuestros mesones de referencia en el casco histórico de Llanes. Este año, el último día, antes de volvernos, fuimos allí a cenar, para poner el broche de oro a esta parte de las vacaciones, y nos tomamos unas rabas supertiernas, pixin (como llaman en Asturias al rape), y, por supuesto, una botella de sidra compartida (yo soy más de cerveza, pero una sidra es preceptiva en momentos así).


La otra taberna que nos gusta en Llanes, a la cual también fuimos María y yo este año, a tomar una caña rápida, el día que fuimos a la farmacia, es la Sidrería La Casona, que hace esquina entre la Plaza de la Magdalena y la Calle Mayor. Sentarse un ratito en esta calle, en la puerta de alguno de sus muchos bares, es todo un espectáculo, porque el tránsito de gente es incesante.


A La Casona y a El Bodegón no vamos siempre, pero el sitio adonde no he faltado ni una sola de las veces que he ido a Llanes, ha sido al Restaurante El Sucón, que está dentro de los límites del concejo, pero tirando para el interior, metido ya en plena Sierra del Cuera. Allí, junto a la carretera y entre prados, se come la mejor fabada y el mejor cabritu con patatas que yo he probado jamás. El lugar nos lo recomendó un autóctono, el primer año, y, desde entonces, nunca hemos faltado a la cita (también está deliciosa la tarta de queso).


La segunda población en importancia, en el concejo de Llanes, es Posada. Es un pueblo mucho más funcional que la capital, y no tiene demasiado atractivo. Cuenta con unos 850 habitantes. Originalmente, el asentamiento se formó en torno a la casa solariega de la familia Posada. Luego, en el siglo XIX se creó allí un mercado, que contribuyó a la consolidación de la localidad, y, ya en el siglo XX, con la llegada del tren, la expansión de esta alcanzó su cenit.


Actualmente, es un pueblo normal y corriente, pero tiene todos los servicios, y, en ocasiones, resulta más cómodo parar allí, para las cosas prácticas, que meterse en el meollo de Llanes, aunque Posada quede menos cerca de casa de mis padres que la capital del concejo. Este año fuimos a la zapatería (de nuevo), y las circunstancias quisieron que, ese día, María y yo tuviéramos que hacer tiempo, esperando a las niñas y a los abuelos, de manera que decidimos tomarnos una relajada cerveza en el Café Moderno (que ya tiene poco de moderno). Lo mejor que tiene este bar es que da a la Plaza de Parres Piñera, la principal de la población, que, sin ser nada del otro mundo, está muy agradable para sentarse en ella. En Posada, también me resulta entrañable pasar por delante de La Corredoria, el campo del Urraca Club de Fútbol. A pesar de tener este nombre tan curioso, el Urraca es el equipo de fútbol de Posada. En las últimas temporadas ha jugado en Tercera División, por lo que ha prosperado, desde la época en la que yo me hice estas fotos de aquí abajo, cuando aún militaba en Primera Regional y se podía uno asomar al terreno de juego sin problemas. Ahora, se ha dejado de ver lo que sucede dentro.



Realmente, como turista, el núcleo que merece más la pena en el concejo de Llanes es la propia capital. Su casco antiguo es Conjunto Histórico-Artístico desde 1971, ya que ha conservado, en buenas condiciones, su fisonomía medieval, pese a los incendios y a las vicisitudes que ha sufrido. En efecto, el centro de Llanes es un entramado de callejuelas empedradas, llenas de casitas bajas, muy cuidadas.

Aparte, en Llanes está uno de nuestros lugares preferidos en Asturias: el Paseo de San Pedro. Raro es el año que no nos asomamos a él, aunque sea un rato corto. Se trata de un maravilloso paseo, con el piso de hierba verde, que sale prácticamente de la Playa del Sablón, y que no tiene fin (en un momento dado, cuando el pueblo se acaba, se convierte en una ruta senderista).



La costa llanisca es famosa por sus impresionantes acantilados, y por las playitas casi paradisiacas que se abren en los mismos. El Paseo de San Pedro, construido en 1847, va todo el rato asomándose a la parte de esos acantilados que están en el lado occidental de la villa de Llanes.



Además, desde el Paseo hay unas impresionantes vistas de la Sierra del Cuera, de la villa y de Los Cubos de la Memoria. Los Cubos son un original diseño que hizo Agustín Ibarrola, en los bloques de hormigón del espigón del Puerto, en 2001.
 

Ha habido años que hemos recorrido el Paseo hasta el punto en que el mismo pasa a convertirse en un sendero sobre rompientes. Este 2016 no anduvimos tanto, pero nos fuimos contentos por haber cumplido con la tradición.


Aparte, la última noche, tras cenar en El Bodegón, nos dimos una vuelta por algunas de las calles más emblemáticas del centro. Nuestro objetivo no era otro que ir a por un helado, pero esto nos hizo andar por parte del meollo llanisco: recorrimos la Calle Mayor, con sus imponentes casonas, y la Calle Manuel Cué, que está llena de restaurantes, pasamos por el final de la Calle El Muelle, y atravesamos el Puente de las Barqueras, que cruza la ría que forma el Río Carrocedo al desembocar en el mar.

En época medieval no había puente en la ría, y esta se atravesaba gracias a unas barcas, que comunicaban el actual Barrio de las Barqueras, con lo que hoy consideramos el centro, que entonces estaba amurallado aún. Precisamente, junto al extremo del puente que da al Barrio de las Barqueras, en la Calle Marqués de Canillejas, hay un puesto de la mítica Heladería Revuelta. Allí fue donde todos nos pegamos nuestro pequeño homenaje helado (yo me tomé un delicioso corte de nata).


Luego, bordeamos la ría por su lado sur (a ella se asoman, en ambas orillas, un montón de casas con bonitas fachadas), y volvimos a cruzar a la parte del centro por la pasarela que inauguraron en diciembre de 2015. Hasta entonces, el Puente de Las Barqueras era un embudo, y resultaba bastante pesado que fuera la única vía de comunicación que salvaba la ría. Con este nuevo puente, se puede hacer un recorrido circular, que permite recorrer esta por ambos lados, regresando al punto de partida sin tener que desandar el camino.

Así pues, nosotros, gracias al nuevo paso habilitado, pudimos cruzar a la Calle Tomás Gutiérrez Herrero, pasando junto a los barcos del Puerto de Llanes, que llegan hasta el fondo de la ría. En esta zona, el graznido de las gaviotas y el olor marinero te sumergen en un ambiente muy pintoresco. Del siglo XV al XVIII, Llanes fue uno de los puertos más relevantes del norte de España. Hoy día, sigue habiendo movimiento real de pescadores cada jornada, pero el desarrollo turístico ha hecho que un importante sector del muelle esté al servicio de las embarcaciones de recreo.

Nuestro paseo acabó en La Moría, que nada tiene que ver con las Minas de Moria de El Señor de los Anillos. La Moría de Llanes es un fuerte, que protegía, desde el siglo XVI, la entrada al Puerto, con unos imponentes cañones, los cuales aún siguen allí.


La Moría es otro buen lugar para ver Los Cubos de la Memoria con perspectiva. Este año, precisamente, escuché allí a un señor despotricar contra ellos. Respeto todas las opiniones, pero a mí me encantan. De hecho, una foto de los mismos adorna el salón de mi casa.


Me gusta mucho Llanes. En verano es un auténtico hervidero a todas horas. El marco de ese ambiente es una preciosa villa de origen medieval, muy cuidada y con edificios bien conservados. El entorno de la Playa del Sablón también merece la pena. Otrora, fue la zona extramuros de la ciudad, y allí se conservan unos 300 metros de su Muralla de origen medieval. En esa parte, está la Torreón de Llanes, una torre románica en la cual se ubicaba, hasta hace poco, la Oficina de Turismo.


Al tener mis padres una casa en La Galguera, seguiremos yendo a Llanes con frecuencia. Sin duda, en el futuro volveremos a sitios ya conocidos, pero también es seguro que conoceremos lugares, que aún nos quedan por visitar.



Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado LLANES.
En 1997 (primera visita), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en Asturias: 13'3% (hoy día 53'3%).
En 1997 (primera visita), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 11'8% (hoy día 31'7%).


27 de julio de 2016

RIBADESELLA 2016

Entre el día que hicimos la Ruta del Cares y el día que visitamos los Lagos de Covadonga pasamos una noche en Ribadesella, uno de los pueblos más emblemáticos del oriente asturiano. Las niñas dormían con los abuelos, así que teníamos una buena oportunidad para inventar algún plan nocturno, pero lo cierto es que, tras haber andado 28 kilómetros a lo largo del día, no nos quedaban demasiadas fuerzas a María y a mi para hacer grandes alardes. 

Pese a esto, desde las seis de la tarde que llegamos al pueblo hasta las ocho de la mañana del día siguiente, momento en el que nos fuimos, tuvimos ocasión de ver unos cuantos lugares interesantes de la población.

En los veinte años que llevo pasando unos días de verano en Asturias he estado en el concejo de Ribadesella varias veces. En el mismo conozco dos bonitas aldeas, tan pequeñas que tienen menos de 100 habitantes. Son Vega (en el pueblo estuve en 2009, pero por esa zona lo que más he visitado es la Playa de Vega/Berbes, una de las mejores del este de Asturias) y Cuevas, un pueblito cuyo único acceso para vehículos es un túnel natural de 250 metros llamado La Cuevona.


Aparte, en la propia villa de Ribadesella (3.100 habitantes) antes de este año había recorrido ya parte del centro histórico un par de veces, había subido a la Ermita de la Virgen de la Guía por el Paseo de la Grúa y había entrado en 1997 en la Cueva de Tito Bustillo.

También recorrí las calles del pueblo al amanecer del día del Descenso Internacional del Sella del año 1997 (nos movilizamos muy temprano para ir a ver la salida de la prueba piragüista a Arriondas). Tenía, en aquella ocasión, veinte años, por lo que ya había visto y vivido unos cuantos desparrames, pero la imagen de Ribadesella tomada por cientos de jóvenes que dormían por todos los rincones del pueblo me impresionó bastante (algunos no dormían, solo lo intentaban, y había muchos que se esforzaban en continuar la fiesta como fuera). Ribadesella la noche previa al primer sábado de agosto, día en el que se disputa la célebre competición en el Río Sella, es una auténtica locura. Hace años tuve la tentación de experimentar en mis carnes esa fiesta, pero no lo hice y, hoy por hoy, ya prefiero disfrutar de Ribadesella de una manera menos hardcore. Ahora me dan un poco de pereza ciertos excesos, tengo ganas de marcha, pero de un tipo menos juvenil.

Sí nos acercó, sin embargo, al espíritu juvenil nuestro alojamiento de esta ocasión en el pueblo, una habitación de alquiler que encontramos por un módico precio en Airbnb. Nuestro anfitrión resultó ser un joven de veintipocos años, recién trasladado a Ribadesella por motivos laborales, que había decidido realquilar una de las habitaciones del piso que se había buscado para vivir él. El chico resultó ser buena gente, un tío tranquilo, pero por momentos me vi teletrasportado a mis dos años de estudiante en Granada. Su piso no era un desmadre, el mío en Granada tampoco lo fue, pero en los detalles se notaba que allí vivía, sin compañía, un joven despreocupado de la vida. Reconozco que por momentos me sentí un poco cutre, con casi 39 años durmiendo en una habitación pelada alquilada a un casi-adolescente y usando su cuarto de baño. Afortunadamente, no siempre es así, María y yo también hemos tenido nuestros momentos Parador de Turismo, pero en esta ocasión primaba el objetivo marcado, que era aprovechar dos días en plan senderista. Para llegar hecho polvo, echarse a dormir, pegarse el madrugón y marcharse al amanecer tampoco merece la pena gastarse una pasta en un super hotel romántico. Me quedé con ese consuelo.

Lo que sí hicimos, venciendo a la pereza, fue salir a eso de las siete a dar un buen paseo por Ribadesella. Para empezar, aparcamos en la Calle del Coronel Bravo y bordeamos el Puerto de Ribadesella.


Luego cruzamos el Puente de Ribadesella, que atraviesa el Río Sella uniendo las dos partes de la población, y nos dimos una vuelta por el Paseo Marítimo Princesa Letizia, que hace de separación entre la desembocadura de ese río y el centro.


El centro de Ribadesella es una especie de cuadrícula, de manera que una vez que nos introdujimos en él nos movimos por amplias calles que son rectas y por plazas que son cuadradas: anduvimos la Calle del Comercio, la Plaza Nueva, la Calle Gran Vía de Agustín Argüelles y la Plaza de la Reina María Cristina, donde está el Ayuntamiento (ubicado en el Palacio Prieto-Cutre).


Todo el centro tenía muchísima vida a esa hora, entre otras cosas porque es, en gran parte, peatonal y porque es una zona llena de bares y comercios.

De la Plaza de la Reina María Cristina sale la Calle López Muñiz.  Allí cenamos, en la Vinatería La Mar Salada, frente a la Iglesia de Santa María Magdalena.


La cena estuvo rica, nos tomamos unas tostas, una ensalada y un par de cervezas cada uno, sentados en una mesa que daba a la calle peatonal, en una zona que está llena de bares y que estaba en plena efervescencia. La cena tuvo su pequeña anécdota: al pedir la cuenta la camarera se olvidó de cobrarnos la ensalada, que era lo más caro (sin ella pasábamos de 22'30 euros a 13'30, nada más y nada menos). Nuestros diablillos y nuestros angelitos tuvieron una breve discusión encima de nuestras cabezas, pero, al final, decidimos ser honrados y le dijimos a la chica que la cuenta no estaba bien, 9 euros es bastante para nosotros, pero también lo es para los del bar. Lo que hizo que María y yo nos echáramos unas risas fue que la camarera, que sirvió bien, pero que tenía un aire un tanto pasota, lejos de darnos las gracias, nos pidió disculpas por la equivocación ("que no te he cobrado la ensalada... ummm, pos vale, si tú quieres yo te la cobro, perdona...". Realmente, lo único que dijo fue "perdona", lo demás fue comunicación no verbal, pero María y yo no pudimos evitar reírnos un poco). Yo te perdono, no te preocupes, no te guardo rencor por querer invitarme a una ensalada.

Historias aparte, el centro de Ribadesella ya lo conocíamos de otros años, pero esta visita tuvo una novedad que es digna de reseñarse: nos alojamos en la parte de la población que da a la Playa de Santa Marina y por esa parte apenas había estado.


Por el Paseo Agustín de Argüelles Marina, que da a la playa, caminamos un rato. Desde allí las vistas del Monte Corberu, que está coronado por la Ermita de la Virgen de la Guía, son preciosas.


La playa, con sus más de mil metros de longitud, es, para mi, con permiso de la Playa de San Lorenzo de Gijón, la mejor playa urbana de Asturias. Hasta el siglo XIX, cuando esa zona no estaba comunicada mediante un puente con lo que, por aquel entonces, era Ribadesella, la Playa de Santa Marina era un arenal virgen. El Puente de Ribadesella se inauguró en 1898 e hizo que se empezaran a construir villas, palacetes y chalets modernistas en los alrededores de la playa, que ahora es una agradable zona residencial. Con ese paseo final dimos por terminados los pateos del día y nos fuimos a dormir.

Al día siguiente madrugamos y nos fuimos a desayunar. Decidimos parar en el Café José, que estaba cerrado aún, pero que tenía movimiento en el interior y gente esperando fuera. Craso error. El bar tardó en abrir y su cafetera tardó en calentarse, de manera que para cuando nos fuimos ya íbamos tarde para subir a los Lagos con nuestro coche. Después vimos que en la parte más cercana al centro había más bares, abiertos y bien abiertos a esa hora. En cualquier caso, no se puede aprovechar más media tarde en Ribadesella. Habrá más visitas, seguro.



Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado RIBADESELLA.
En 1997 (primera visita), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en Asturias: 6'7% (hoy día, confirmada ya esta visita en 2009, 53'3%).
En 1997 (primera visita), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 11'6% (hoy día, confirmada ya esta visita en 2009, 31'7%).


26 de julio de 2016

PARQUE NACIONAL PICOS DE EUROPA 2016

Llevo 20 años pasando unos días veraniegos en Asturias y dos de los planes preferidos por casi todos los que visitan el Principado no los había hecho aún: hasta hace unos días ni había subido a los Lagos de Covadonga ni conocía la Ruta del Cares.

Este verano, tras acabar con la cuenta pendiente del Castillo de los Templarios de Ponferrada, he decidido sacarme también esta otra espinita. Conocía ya el Parque Nacional Picos de Europa, de hecho en mi reto Tesoros de España ese lugar lo daba ya por visitado desde 1997 porque, en efecto, ese año visité la Santa Cueva de Covadonga Fuente Dé.



Después, además de volver a esos dos lugares, he atravesado los límites del Parque varias veces más. Sin embargo, no podía decir a boca llena que lo conocía, puesto que no había estado en sus dos lugares estrella. Por eso, este año he visto la oportunidad y nos hemos desquitado María y yo. Siempre me había asustado la posibilidad de que estos lugares estuvieran masificados, no me dan miedo las multitudes si decido ir un domingo de julio a Chipiona, pongamos por caso, pero ir a disfrutar de un enclave natural y encontrármelo atiborrado de personas me corta absolutamente el punto. Durante años no he querido subir a los Lagos ni recorrer el Cares porque temía encontrarme allí un circo. Además, no era fácil para nosotros ir de senderismo, porque las niñas, desde que nació Ana en 2008, han venido siendo pequeñas. Ahora ya estamos haciendo con ellas las primeras rutitas, pero la Ruta del Cares (PR-PNPE 3) está desaconsejada para menores de 12 años y en los Lagos pensaba que si uno se salía del recorrido montado para los turistas ir con niños demasiado chicos también podía ser complicado. Por esas razones hasta ahora había venido retrasando la visita a los dos enclaves más célebres de los Picos de Europa. Este año, no obstante, decidimos que ya íbamos a verlos fuera como fuera, masificados o no. Los abuelos se ofrecieron gustosos a quedarse con Ana y con Julia una noche y nosotros el día 22 de julio pusimos rumbo a los Picos de Europa.


Tras dudar bastante como organizarnos al final decidimos atacar primero la Ruta del Cares, yendo desde Poncebos a Caín de Valdeón por la mañana y volviendo por la tarde. En 2005 ya estuvimos un día en el entorno de Poncebos, en el que fue nuestro primer contacto con el Parque por esa parte norte. Aquel día desde Poncebos, núcleo que no es más que un par de hoteles, una central hidroeléctrica, las instalaciones para subir en funicular a Bulnes y poco más, subimos al cercano pueblo de Camarmeña (hicimos la ruta PR-PNPE 31 Poncebos-Camarmeña-Poncebos. Es una ruta de dificultad baja que sube al Mirador de Camarmeña).


En aquella ocasión llegamos a tocar el Cares, pero no hicimos ni un metro de la famosa ruta, que al principio discurre por las alturas, sino que fuimos bordeando el río a nivel de las aguas hasta que ya no se podía seguir más.


En esta ocasión solo nos valía hacer la ruta oficial, así que madrugamos bastante y, tras tomar un café y unas tostadas en el Restaurante Cafetería Santelmo de Las Arenas, fuimos hasta Poncebos, dejamos el coche en el aparcamiento del funicular que sube a Bulnes y echamos a andar. El primer kilómetro no forma parte de la ruta propiamente dicha, pero las piernas también lo notan. La ruta en si empieza junto a una caseta de información que está al pie de la primera gran cuesta de la senda. Los primeros 2 kilómetros son los más duros, ya que se sube desde Poncebos hasta Los Collaos.





Afortunadamente, esa parte nos pilló frescos, porque hacerla de vuelta hubiera sido peor. Me agradó ver desde el principio que la ruta no estaba demasiado masificada. En los primeros kilómetros coincidimos con más gente, pero nunca tuve la sensación de que aquello fuera un circo.

Luego comprobé que hay diversas maneras de acercarse a la Ruta del Cares, incluida una manera más turística, pero, en cualquier caso, no me pareció que la subida a Los Collaos fuera un paseo. Lo que sí me pareció es que la ruta es preciosa desde el principio. Se va en todo momento por un camino de un metro o metro y medio de anchura que discurre junto a un auténtico cortado.


En algunos momentos el camino permite ver lo que se va dejando atrás y se comprueba la espeluznante caída que hay. El Cares se va viendo siempre, pero muy abajo.


Tras bajar de Los Collaos vinieron los kilómetros más llanos. En todo momento seguimos caminando junto al precipicio, pero ya ni subimos ni bajamos tanto.


Conforme avanzábamos, fuimos viendo los lugares más atractivos de la ruta. Quizás los puntos de inflexión del recorrido son los elementos introducidos por el hombre en él. Lo que se va a ver, al hacer la ruta, es sin duda el paisaje: el espectacular desfiladero, las cristalinas aguas del Cares que discurren abajo y el Murallón de Amuesa, que, al otro lado del río, nos recuerda a cada paso lo insignificantes que somos.


Sin embargo, la ruta también llama la atención porque permite ver la fabulosa obra de ingeniería que se realizó para abrir el canal de agua que discurre paralelo al sendero y, como no, permite hacerse una idea del desafío que supuso, también, adecuar el camino al paso de las personas normales.


En efecto, el origen de la senda del Cares no es precisamente turístico. Hay senderos documentados en la zona desde el siglo XV, usados, en principio, como pasos para ganado y pastores y, más tarde, como vías de comercio. Cuando hacemos la ruta parece que estamos encajonados en un camino del que no hay escapatoria y, para la mayoría de los mortales, realmente no la hay, pero sí es cierto que a lo largo del trayecto se observan caminitos que van por las escarpadas laderas, hacia abajo o hacia arriba, serpenteando por lugares inverosímiles. Esas vías solo son aptas para montañeros expertos y para pastores avezados. Los demás nos partiríamos la crisma al rodar montaña abajo. La senda del Cares es mucho más segura, pero tampoco estuvo así siempre y su origen, tal y como lo conocemos hoy, está ligado al mencionado Canal del Cares, que se construyó entre 1915 y 1921 para captar las aguas del Río Cares y conducirlas desde Caín de Valdeón hasta la Central Hidroeléctrica de Poncebos.


La canalización sale a la superficie varias veces, pero también se oculta en 71 túneles, barrenados a mano, en su día, por más de 500 trabajadores (murieron once en diversos accidentes).

El Canal se hizo, pero mantenerlo sirviéndose de senderos de pastores no debía resultar fácil, así que en 1945 se emprendieron las tareas de adecuación de la antigua senda, que se prolongaron hasta 1950: se picó la roca para fijar cargas de dinamita que ensancharan el camino, se levantaron muros de piedra para construir la senda a nivel y se construyeron puentes de hasta de 60 metros de alto.


En esta ocasión fueron 45 obreros los artífices (murieron dos). Años después a este camino se le ha dado uso turístico.

El trazado es sencillo y poco técnico, aunque la ruta es larga y no tiene salida nada más que por el principio o por el final (su dificultad oficial es media). Es una de las rutas de senderismo más frecuentadas de España, pero hay que tener en cuenta que tiene piedras sueltas y que, como he dicho, no tiene escapatorias ni lugares para avituallarse o descansar fácilmente. Mucha gente lo que hace, como pude ver, es empezar la ruta en uno de los dos extremos, normalmente en Caín (esa parte es más fácil), andar lo que consideran oportuno y luego volverse por donde han venido. Está bien para hacerse una idea, pero se pierde uno partes interesantes de la ruta. La otra opción es pagar a alguna de las empresas de aventura que ofrecen servicios de recogida: te recogen al final del recorrido, una vez que se ha hecho en uno de los sentidos, y te llevan por carretera de vuelta al lugar donde se aparcó el vehículo propio. Esta opción me parece muy buena, aunque exige cierta planificación y cuesta dinero. Nosotros, que somos bastante dados a improvisar, optamos por ir de Poncebos a Caín y volver. En cada tramo se echan unas tres horas y media, en principio. La ruta es apta para cualquier persona que sea joven y/o activa, aunque ir y volver ya no es tan fácil (para eso, hay que tener un mínimo de forma física o ser una persona dura y resistente en el momento de la verdad, como lo es María, por ejemplo). Para los menores no es recomendable la experiencia, porque se circula durante horas junto a un cortado de medio centenar de metros.


Como dije antes, los puntos de inflexión del recorrido son elementos introducidos por el hombre. Destacan el Caserio de Culiembro (kilómetro 7, está abandonado, pero es la vivienda más entera que se puede ver en toda la ruta), la Pasarela de los Martínez y los puentes (Puente Bolín a los 9.800 metros y Puente de los Rebecos a los 10.500 metros), que cambian el sendero de lado del desfiladero.


Ir viendo todos esos elementos introducidos en el fabuloso paisaje es impresionante. La Pasarela de los Martínez, por ejemplo, se construyó en 2012 a raíz del hundimiento de un gran volumen de roca conocido como La Madama de la Huertona. Ese desprendimiento imposibilitó el paso, porque provocó la desaparición de un trozo de sendero, pero se actuó con prontitud y se construyó la pasarela, que se ha convertido en una nueva atracción gracias a la vista al vacío que ofrece.



También hay en el recorrido alguna otra pequeña construcción abandonada y se puede ir viendo a ratos el propio canal de conducción de agua, pero los elementos de factura humana más vistosos están llegando a Caín, donde hay una serie de túneles que están abiertos en la roca viva.


Durante kilómetros no se ve a demasiada gente (aunque nunca se va solo), pero llegando a Caín uno sí empieza a cruzarse con más personas, sobre todo si se llega sobre las doce del mediodía, como fue nuestro caso, ya que la gente, como he dicho, va a Caín, recorre ese principio del camino, llevadero y espectacular, antes de volverse. El río allí va más encajonado y se aprecia bien como el mismo ha cortado la roca durante el transcurso de miles de años.

Por mi parte, cuando vi la Presa de Caín deduje que habíamos llegado al final de nuestro trayecto de ida y, en efecto, el pueblo estaba ya unos centenares de metros más allá. En Caín, en el Hostal La Ruta, nos metimos entre pecho y espalda unos bocatas (de jamón yo y María de queso) y uno botellines de cerveza que supieron a gloria. María se echó a descansar en un pradillo un rato y yo atravesé el pueblo y fui a ver por donde seguía la ruta PR-PNPE 3, que en realidad termina en Posada de Valdeón. Esa continuación son 9 kilómetros más, parece que muy duros, así que estaban fuera de nuestras posibilidades teniendo que volver a Poncebos.

Lo que sí pude ver es que Caín de Valdeón es un bonito pueblo donde se nota que la Ruta del Cares deja bastante dinero. Tiene varios restaurantes y hoteles, y está muy cuidado. Dada su ubicación y sus 69 habitantes oficiales por desgracia no estaría tan lustroso si no fuera porque es el principio o el final de una de las rutas senderistas más célebres de España.


En el Cementerio vi la tumba de Gregorio Pérez Demaría, El Cainejo, nacido en Caín, que fue junto con Pedro Pidal el primero en alcanzar la cima del célebre Naranjo de Bulnes, el 5 de agosto de 1904. Varias placas y monolitos honran su memoria en su pueblo natal.

Cuando podamos volveremos a Caín para ir desde allí hasta Posada de Valdeón. Mientras tanto, lo que hicimos fue emprender el camino de vuelta, sobre las dos de la tarde, sin apoltronarnos mucho más. De vuelta nos cruzamos de nuevo con gente a la que habíamos visto una hora y media antes saliendo de Caín. El regreso tuvo dos cosas positivas y una negativa. La primera positiva fue que pasada la primera hora se redujo considerablemente el número de personas a nuestro alrededor. Por la tarde vimos a muchas menos gente, nunca tuvimos la sensación de ir completamente solos, pero la separación entre los pocos caminantes que circulábamos era considerable. La segunda cosa positiva fue la perspectiva: por mucho que mires de vez en cuando hacia atrás cuando avanzas, si vas en una dirección lo que ves principalmente es la perspectiva de lo que llevas delante. Haciendo el camino de ida y vuelta vimos la perspectiva del camino en ambos sentidos. Por el contrario, lo negativo fueron los 2 últimos kilómetros. En efecto, en la vuelta subimos a Los Collaos por la vertiente que habíamos bajado por la mañana y eso no fue mal, pero la última bajada fue el peor momento de toda la travesía: para subir por esa pendiente, llena de rocas sueltas en muchos casos, el calzado que llevábamos no nos había dado problemas (eran simples botines de correr), pero para bajar la falta de agarre estuvo a punto de costarnos un disgusto. Con paciencia y mucho cuidado bajamos, de manera que la cosa no llegó a más, pero yo pegué dos resbalones que casi me hacen caer de espaldas y María dio también alguno que otro, uno de ellos en un lugar donde había sangre fresca en el suelo...



Ese final sirvió como colofón para hacernos recordar que la Ruta del Cares es apta para mucha gente, sobre todo si no se hace entera o no se pretende ir y volver en la misma jornada, pero nunca debe menospreciarse. De hecho, desde 2001 han muerto haciendo la ruta cinco personas, el porcentaje es bajísimo, teniendo en cuenta que recorren el sendero del orden de 250.000 personas al año, pero cada muerte es una tragedia de tal calibre que nunca hay que olvidar que a la naturaleza siempre hay que respetarla y que, aún así, nunca se está del todo seguro (por desgracia, la mayoría de las muertes, así como gran parte de los accidentes que hay, son consecuencia del desprendimiento de rocas, poco se puede hacer ante eso). Afortunadamente, para nosotros todo fue positivo.


Como anécdota final de la Ruta del Cares no está de más dedicarles unas palabras a las cabras que se ven en diversos puntos del trayecto, que tienen más tiros dados que La Potito, mucho ojo porque no tienen el más mínimo problema en quitarte el bocadillo si te ven despistado...


Tras los 28 kilómetros de senderismo picoeuropeista del primer día, nuestra idea era hacer otra ruta al día siguiente por el entorno de los Lagos de Covadonga, mi otra espinita clavada en Asturias. Por la noche, tras la jornada del Cares, María y yo estábamos fundidos, pero decidimos no cambiar los planes e intentar subir con nuestro coche a los Lagos (en verano dejan subir con vehículo privado solo hasta las 8'30 horas). En consecuencia, al día siguiente nos pegamos un buen madrugón, pero fuimos más lentos de la cuenta, nos entretuvo el desayuno (elegimos mal el lugar donde desayunar en Ribadesella) y cuando llegamos a Cangas de Onís vimos que, por poco, íbamos tarde y que no nos iban a dejar subir ya. En vista de eso, aparcamos cerca de la Estación de Autobuses de Cangas de Onís y allí cogimos el primer bus de subida. Nuestra obsesión era evitar las multitudes, no queríamos por nada del mundo ver los Lagos como una especie de Parque Temático de los Picos de Europa. Afortunadamente, si el día antes la Ruta del Cares había sido una positiva sorpresa en ese sentido, los Lagos tampoco fueron menos. El autobús iba con gente y arriba vimos que ya había unos cuantos coches, pero la sensación fue de que por aquella inmensidad de espacio estábamos cuatro gatos a aquella hora.

En la zona de los Lagos no solo están estos, sino que hay otros elementos de interés. Estos elementos y los propios Lagos los han unido en una rutilla a la que llaman Itinerario Corto. Es, sin ánimo de ofender, el itinerario para turistas. No nos encontramos masificaciones y eso nos gustó, pero María y yo tampoco quisimos quedarnos con el somero barniz que la gente se lleva de los Lagos. Aún así, nuestro primer impulso fue seguir ese Itinerario Corto, que es el que recomiendan a todo el mundo nada más llegar. El Centro de Visitantes, su punto de partida, aún estaba cerrado a las nueve, pero cruzamos el Arboreto (un recinto vallado con especies vegetales autóctonas), que tampoco ofrece otra posibilidad que la de echar un vistazo, y después vimos con interés la zona de las Minas de Buferrera, una antigua mina de hierro y manganeso habilitada para una breve visita.



Luego llegamos ya al extremo del Lago La Ercina.


Había por allí unos cuantos haciéndose fotos con las vacas y con ese cachillo de lago, y volviéndose, y María y yo decidimos sobre la marcha que no habíamos subido hasta allí sólo para eso. En el mapa que nos habían dado en la caseta de información estaba marcado el Itinerario Corto, pero también el PR-PNPE 2, llamado Ruta de los Lagos, un sendero que hace lo que veníamos haciendo nosotros, pero que en vez de volverse al llegar al Lago La Ercina continúa y une este lago con el Lago Enol siguiendo un caminito que bordea por detrás el Pico El Mosquital y el Pico Bricial, que están bastante juntos.

Estábamos cansadillos, pero ya más activos, de modo que al ver que esa ruta no ofrecía dificultad y que no teníamos prisa, decidimos seguirla.


La sorpresa fue mayúscula. El sendero es apto para todos (incluso para niños, nosotros volveremos, seguro, con Ana y con Julia) y es espectacular. Fueron apenas unos 5'5 kilómetros que hicimos con mucha calma en 1h45.


En el recorrido vimos zonas donde uno puede sacar una manta, un bocata y hacer un respetuoso pícnic con los niños. Sin dificultad, se recorren de extremo a extremo ambos lagos por sus orillas, se ve de manera mucho más clara que son charcos (no van a ellos corrientes de agua ni son el origen de ningún río, son acumulaciones de agua de origen glaciar) y se sumerge uno en el paisaje de los Picos de Europa con un mínimo de profundidad.

Incomprensiblemente nos cruzamos en toda la ruta solo con dos parejas, durante más de una hora solamente vimos vacas. Al final, ya sí vimos más gente (dos familias con dos niños cada una y otros dos chicos). En total, catorce personas en casi dos horas. Me sorprendió que la gente suba hasta los Lagos y no se de ese paseito, que no ofrece dificultad alguna, para irse con una visión algo más real de lo que es aquello.

Especialmente bonito es el paso por el Bosque Palomberu, un hayedo en el que, por lo visto, se refugian corzos, jabalíes, zorros y una gran cantidad de aves (nosotros, afortunadamente, no vimos más que pájaros). Antes de eso se pasa por el lago fantasma, el Lago Bricial. Este es considerado el tercer lago y es fantasma porque en verano no está, lo que se observa en su lugar es la Vega del Bricial. En origen, los Lagos eran siempre tres, pero el desarrollo geológico de la zona hizo que varios sumideros y fallas acabasen por vaciar el Lago Bricial, por lo que ahora este sólo se forma durante unas pocas semanas, en épocas de muchas lluvias o de deshielo. Este fenómenos ni siquiera se produce todos los años, por lo visto ocurre cada cinco años de media, aproximadamente. Nosotros bordeamos la Vega, evidentemente no había ni rastro del Lago, pero hubiera sido una pena dejar de lado el lugar donde se forma.

Al volver a la zona turística los autobuses que iban y venían, ya sin descanso, habían llevado allí a mucha más gente, pero ni aún así aquello parecía masificado. María y yo completamos el recorrido estándar con lo que nos faltaba: la visita al Centro de Visitantes Pedro Pidal, algo decepcionante, porque el mismo se centra en todos los Picos de Europa, pero de una manera muy superficial, y la subida al Mirador del Príncipe, este sí muy recomendable por las vistas que ofrece de los Llanos de Comeya (que son una cubeta glacial, se aprecia genial, desde arriba, como esa vega también fue un lago que se ha vaciado como si fuera un lavabo). No subimos al Mirador de Entrelagos, porque la niebla había caído a tope y porque siempre hay que dejarse algo para una próxima visita.

Los Lagos de Covadonga fueron un broche de oro a nuestros dos días de paseos por el Parque Nacional Picos de Europa.


Reto Viajero MONUMENTOS DESTACADOS DE ESPAÑA
Visitado PARQUE NACIONAL PICOS DE EUROPA.
En 1997 (primera visita), % de Monumentos Destacados de España visitados en el Principado de Asturias: 100% (hoy día 100%).
En 1997 (primera visita), % de Monumentos Destacados de España visitados: 20% (hoy día 39%).