28 de octubre de 2018

QUIXOTE MARATÓN 2018

El 24 de septiembre de 2017 viví la experiencia única de acabar el Maratón de Berlín. Aquel día, corrí rodeado de muchos miles de personas (pasamos por meta 39.234 maratonianos), y disfruté de la sensación de fundirme en esa impresionante muchedumbre humana, que estuvo animada por varios miles de espectadores, repartidos por todo el circuito. El Maratón de Berlín es un evento mastodóntico, en el que uno siente que está dentro de algo muy grande. Yo quería ser parte de eso, al menos una vez, y cumplí mi sueño.

Aún me quedaba, no obstante, un deseo pendiente, opuesto al de terminar un Major, y este año decidí cumplirlo, sin esperar más, por si acaso. Se trataba de correr un maratón minoritario. Yo, hasta ahora, había emulado al gran Filípides en Sevilla, en Madrid, en Valencia, en Helsinki, en Lisboa y en Berlín, pero nunca había disputado un maratón en el que tuviera que enfrentarme, en serio, a la soledad del corredor de fondo, y eso también quería vivirlo. Por otro lado, es un hecho que no me gustan las carreras mal medidas, ni tampoco tengo especial apego por los eventos montados en plan compadre. Por estas razones, para cumplir mi objetivo, necesitaba participar en un maratón que fuera modesto, pero que, a la vez, contara con una buena organización. Tenía entendido que el Quixote Maratón cumplía a la perfección ambas condiciones, y no me ha defraudado en absoluto, hasta el punto de que volvería a Ciudad Real a correrlo de nuevo, sin dudar.


Antes de escribir acerca de lo bueno que tiene el Quixote Maratón, y de hacer una breve crónica de como fue mi participación en él, quiero mencionar los dos puntos negros que tiene. Aparte, al margen de estos, me sorprendió que, en un momento dado, corriéramos por una calle que estaba en pleno proceso de reasfaltado (como el maratón da dos vueltas al mismo circuito, pasamos por ella un par de veces, como es lógico). Este otro pequeño lunar, considero que es un fallo de previsión de los responsables del Ayuntamiento. No es grave, porque cualquier corredor ha pisado, en múltiples ocasiones, terrenos bastante más irregulares que una calle sin pavimento, pero quedó cutre, y pienso que era algo evitable: en asfaltar un tramo de vía se tarda apenas un par de días, y no tiene sentido que, conociéndose el itinerario desde hace años (no ha cambiado desde 2014, y, además, está homologado), se levante una calle que pertenece al recorrido, justo el fin de semana en el que va a circular por allí la gran competición atlética de la ciudad. De todas formas, ese detalle no es ninguno de los dos puntos negros que tiene la cita, y que son difíciles de solucionar en mayor medida. El primero es responsabilidad de la organización, ya que es la que ha diseñado el trazado, y la que ha decidido que la carrera evite los lugares atractivos del centro de Ciudad Real. Cierto es, no obstante, que se bordea la Puerta de Toledo, que es uno de los emblemas de la población.


Sin embargo, la ciudad no es tan pródiga en sitios fascinantes, como para que se pueda desperdiciar el paso por los Jardines del Prado o por la Plaza Mayor. Ahora que ya conozco Ciudad Real, no entiendo, tampoco, que no se hayan aprovechado las pocas calles peatonales que tiene el centro, que son las más vistosas, para meter por ahí el circuito. Las mismas no son estrechas en exceso, pero, aunque lo fueran, la carrera no tiene tantos participantes, como para que pudiera ser un problema correr por esas vías.

Aparte, el otro gran lunar de la prueba, que no es achacable a la organización, por lo que pude ver, es el limitado público que moviliza el evento. La verdad es que había tramos del recorrido en los que era imposible que hubiera gente en las aceras, y, además, bien es sabido que la gran mayoría de los que jalean a los atletas son sus allegados, lo que implica que, si escasean aquellos, lo probable es que no haya demasiados familiares apoyando a pie de calle. Por otro lado, un circuito de 21 kilómetros tampoco es fácil de petar, y, por último, Ciudad Real no es Berlín. Realmente, es difícil que se note igual el aliento en una gran capital, que en una ciudad que cuenta con 75.000 habitantes, simplemente por el volumen de población que vive en torno al trazado de la carrera. Aun así, no esperaba tan poquísima afluencia de espectadores, sobre todo en las zonas más urbanizadas. Yo quería vivir una experiencia maratoniana solitaria, y lo conseguí por partida doble: no solo participaron pocos corredores en la cita, sino que casi pude contar con los dedos de una mano los aplausos que recibí durante los 42 kilómetros.


Cierto es que lo de tirarse a la calle a animar no es una obligación para nadie (faltaría más, cada uno echa la mañana del domingo como le da la gana), pero me chocó el contraste, entre el interés por la carrera que percibí el sábado, y la poca repercusión que tuvo, finalmente, el domingo. Dado el ambiente que se respiraba el día antes, me pareció que el acontecimiento contaba con un mayor apoyo entre los ciudadanos, del que luego resultó tener.

Dicho todo esto, ahora toca hablar de lo bueno del Quixote Maratón, que es tanto, que el balance alcanza el notable.

Para empezar, el único maratón manchego es una cita humilde, que no oculta su estatus, pero cuya organización se esfuerza por transmitir seriedad y entusiasmo. Por esto, yo tenía claro, desde hace casi una década, que era el primer maratón pequeño en el que quería participar. Este año, dado que no me había pegado ninguna paliza en primavera, ni en verano, pero había mantenido un buen estado de forma, decidí que era el momento de cuadrar mi presencia en la prueba. Para ello, me fui con María a pasar el fin de semana a Ciudad Real, con la idea de disfrutar de la ciudad y de vivir la carrera.

Los dorsales y las bolsas de regalo se repartieron el sábado por la tarde en el Antiguo Gran Casino, que es uno de los lugares destacados del centro de la ciudad. Me encantó que le dieran lustre a la carrera desde el principio, utilizando un sitio emblemático para ese trámite. La cosa, sin embargo, no quedó ahí, ya que en la bolsa venía una invitación para asistir, a las 20'30, a una recepción oficial a todos los participantes y a sus acompañantes, en la que se nos iba a agasajar con un vino. El detalle me agradó, y, dado que nos alojábamos a escasos diez minutos del Casino, nos acercamos a la hora convenida. Gracias a esto, asistimos a un evento que superó mis expectativas. Para empezar, nos dieron paso al Salón de Baile del edificio, donde se celebró el acto institucional de bienvenida a los corredores. En él, comenzó hablando Mateo Gómez Aparicio, máximo responsable de la organización. Que su discurso fuera el primero era lo lógico, pero, más allá de eso, me gustó lo apasionada que resultó su intervención. Posteriormente, tomaron la palabra otras autoridades que estaban presentes, y, al final, le llegó el turno a Pilar Zamora, la alcaldesa de Ciudad Real.


Lo que me llamó más la atención, no fue el hecho de que la máxima autoridad municipal se acercara, la noche del sábado, a dar la bienvenida a los mindundis que íbamos a correr el Quixote Maratón, sino que lo hizo, al igual que todos, sin prisas, relajada, y sin dar la sensación de que aquello fuera para ella un paripé institucional. Quedó claro, gracias al acto, que el maratón es un evento importante para la ciudad, algo que no siempre pasa con las carreras. Por otro lado, se materializó, como nunca, lo que tantas veces se pregona de que una competición está centrada en los populares. En Ciudad Real, nos pusieron la alfombra roja a los corredores, sin distinción alguna, y eso me encantó. Por último, las sorpresas no pararon ahí, ya que, tras los discursos, nos condujeron a una sala contigua, y nos agasajaron con una comilona, que bien podría haber sido la de un bautizo.


Fue increíble. Incluso a esa parte del acto se acercó la alcaldesa, que se atrevió a lidiar, a pecho descubierto y sin filtro, con los dos centenares de personas que allí estábamos (vi, sin ir más lejos, como le daba la chapa un hombre, que, por sus hechuras, tenía pinta de buen corredor). Lo cierto es que en las mesas había comida y bebida para irse cenado, pero yo no olvidé que, en unas horas, me esperaba un maratón. Realmente, tenía mi cena casi preparada en el piso, y me controlé. No dejé de tomarme unos trozos de tortilla y un poco de jamón, acompañados de una cervecita, pero, después de un rato, enfilamos ya el camino del reposo, con la mente puesta en la carrera.


Al día siguiente, llegó para mí el momento de la verdad. En Ciudad Real, habían conseguido motivarme a tope, y tenía claro que el Quixote Maratón era una prueba con todas las homologaciones pertinentes, respaldada y bien montada. En ese sentido, cumplía a la perfección con lo máximo que se le puede pedir a una carrera. Ya solo quedaba correr.

Hay que decir que el Quixote Maratón se había disputado, hasta este 2018, en 22 ocasiones, y que, desde 2011, se celebra junto a una media. Además, en 2015 se empezó a organizar, también, de manera conjunta, una competición de 10.000 metros, por lo que el evento es la gran fiesta atlética del año en Ciudad Real. Todas las pruebas comienzan a la vez, y transcurren por el mismo recorrido (la carrera de 10 kilómetros se separa, en un momento dado, y toma un atajo, para alcanzar la meta, la media da una vuelta al circuito, y el maratón da dos. Las tres acaban en la pista de atletismo del Polideportivo Rey Juan Carlos).

Por lo que a mí respecta, en la salida disfruté de la sensación de juntar un ambiente de carrera popular, con el gusanillo de ir a enfrentarme a más de 42 kilómetros. En efecto, tras el arco inicial nos mezclábamos los corredores de las tres distancias, pero, entre todos, sumábamos solo unas 900 personas. La masificación a la que estoy acostumbrado, cuando me enfrento a un maratón, allí era inexistente, y fui consciente, desde esos primeros compases, de estar saboreando una experiencia nueva.

Dado que estábamos mezclados los corredores del diezmil, de la media y del maratón, me mentalicé para no dejarme arrastrar, al principio, por el ritmo más vivo que iban a llevar muchos. Por ello, al darse la salida, me ajusté a lo que tenía previsto, e intenté no comenzar demasiado rápido.


En los primeros metros, las sensaciones fueron las normales de cualquier maratón. La carrera tardó un poco en abrirse, y, al principio, me vi corriendo rodeado de gente. Faltaba un buen rato para que los que atacaban distancias más cortas empezaran a dejarnos solos a los maratonianos.


Cuando llevaba apenas 2.000 metros, se dirigió a mí un corredor al que no conocía, llamado Javier Lorente, que debió ver, por el dorsal rojo, que yo también iba a por los 42 kilómetros, y me dio un poco de charleta. A mí no me mola disputar las carreras acompañado. Siempre voy siguiendo mis propias sensaciones, y me muestro reticente a ir en pareja con otros participantes, incluso aunque sean amigos míos. Distinto es que se formen, transitoriamente, uniones circunstanciales, o que recorra algunos tramos en compañía de alguien que va a mi velocidad, pero no me gusta esperar, ni que me esperen, ni tampoco forzar, para ajustar mi paso al de un compañero. Por esta razón, al principio no me hizo tilín lo de ir corriendo con el chico que me había hablado, pero pronto vi que iba al ritmo al que yo me había propuesto ir, y, dado que lo llevaba al lado, decidí dejarme de pamplinas y avanzar junto a él, sin rayarme, disfrutando de la distracción que me brindaba.


Fuimos a la par hasta el kilómetro 10. Por este punto pasamos en 49:15. Había ido cómodo, pero ahí me di cuenta de que, por correr con Javier, iba más rápido de la cuenta. Él me iba sirviendo para mantener el ritmo por debajo de 5:00 minutos el kilómetro, pero me iba dejando llevar y no iba guardando las fuerzas necesarias. En ese momento, sentí que ya sí era lógico separarme de él. Poco antes me había contado, además, que venía de Menorca, y que estaba embarcado en un reto personal: completar, en un mismo año natural, todas las maratones de España. "¡Por Tutatis!", pensé, "este tío va rodando sobrado, como vaya con él mucho tiempo me revienta". Él finalizó en 3h25, y yo, efectivamente, acabé reventado, así que, quizás, fue un error hacer esos kilómetros iniciales en 49 minutos. En otras ocasiones me ha salido bien la estrategia, pero esta vez no. El caso es que, a la altura del kilómetro 10, le vi las orejas al lobo y le dije a Javier que iba a levantar el pie, me despedí de él, y lo vi alejarse para siempre. El chaval me cayó muy bien, y en Ciudad Real cumplió su objetivo. Luego, me he enterado de que, aparte de ser un máquina (también es triatleta de larga distancia, su capacidad física es impresionante), es el marido de María Vasco, la primera española que ganó una medalla olímpica en atletismo (ganó el bronce en Sidney 2000 en 20 kilómetros marcha, y su palmarés, con independencia de tamaño éxito, es tremendo). Para mí, es un honor haber rodado con Javier tres cuartos de hora, en el Quixote Maratón.

Aparte de esto, en el kilómetro 8 había visto a María por primera vez (un par de horas antes la había dejado aún en la cama), y, poco después, habían tomado su camino los corredores que estaban disputando el diezmil. Realmente, en la prueba corta apenas si entraron en meta, en menos de 50 minutos, unas 70 personas, por lo que las bajas no alteraron en demasía el volumen de la fila que yo llevaba delante.

Tras dejar la compañía de Javier Lorente, mi carrera continuó estable. De hecho, no llegué a bajar significativamente el ritmo, a pesar de que ya iba en soledad, y pasé el ecuador de la competición en 1h44:18. Sin embargo, llegado ese momento, hice balance de daños, y me di cuenta de que tenía, en el kilómetro 21, el cuerpo que otras veces he llevado en el 32. Aparte, había completado la primera de las dos vueltas al circuito, y ya sabía que los 21 kilómetros que me restaban eran muy solitarios y duros de pelar. En efecto, Ciudad Real no es una población montañosa, no hay allí rampas demoledoras, pero no es Sevilla, ni Valencia, ni Berlín. En Ciudad Real hay cuestecitas por doquier. La mayoría son tendidas, pero las hay largas, y tampoco faltan algunas pendientes curiosas. Con semejante panorama, dadas mis sensaciones, sabía que me quedaban apenas unos 10 kilómetros dignos (hubiera sido lo ideal ir por el kilómetro 32...). Luego, estaba avocado a un sálvese quien pueda. Por otro lado, había llegado la hora de cubrir media maratón, rodeado tan solo por 200 personas, y sin nadie en las aceras. Tenía, también, que avanzar por calles residenciales desiertas, atravesar polígonos industriales, y bordear descampados, y sabía que había un tramo en el que, sin dejar de pisar asfalto, iba a recorrer los confines de la ciudad con el aire pegándome de costado. En cualquier caso, eso es lo que había ido a buscar, no cabía ningún lamento, pero el esfuerzo había que hacerlo.

El kilómetro 21 aún lo hice en 4:49, contagiado por el hecho de pasar por lo que había sido la línea de salida, la cual se había colocado a las puertas del Polideportivo Rey Juan Carlos, donde estaba la meta. Era el único sitio donde se congregaba tanta gente, como para formar un pequeño pasillo humano. Ahí vi a María de nuevo. Tras disfrutar del subidón, me enfrenté a mi dura realidad. Los siguientes 3.000 metros todavía mantuve el tipo, notando ya la ausencia de los corredores de la media maratón, pero, de repente, el kilómetro 25 se me fue a 5:17, y los siguientes siete se convirtieron en una pelea por lograr rondar el 5:20 de ritmo medio. A diferencia de lo que había sucedido en la primera vuelta, ya sí iba notando los desniveles (en el kilómetro 26, por ejemplo, corrimos por una larga calle recta, que picaba arriba sin descanso. Anteriormente, la habíamos ascendido en el 5, pero entonces casi no me había percatado).

En el kilómetro 32 pegué un nuevo bajón, y, de ahí al final, me tuve que conformar con avanzar haciendo footing. El peor parcial fue el del 36. Ya no faltaba mucho, pero, en un momento dado, tuve que parar a caminar unos segundos, y me temí lo peor. Yo no voy a ninguna carrera para completarla andando, vale que, en algunas maratones he tenido que aprovechar los últimos avituallamientos para caminar mientras bebía, para bajar las pulsaciones y para tomar aliento, pero nunca he terminado andando. Prefiero retirarme, yo soy así. Sin embargo, también es verdad que no estoy en condiciones de ir a competir a lugares como Ciudad Real, para luego ponerme tiquismiquis y borrarme cuando algo se tuerce. Una cosa es hacerlo en una media en Sevilla, y otra muy diferente es liar la de Dios para ir a una prueba a 300 kilómetros de casa, y acabar abandonándola por la puerta de atrás. En consecuencia, cuando, en el kilómetro 36, me vi desfallecido, se planteó en mí una dura disyuntiva: podía arrastrarme, para llegar en más de 4 horas, o podía echarme a un lado y claudicar, moralmente hundido, pese a estar en Ciudad Real. No obstante, había una tercera salida, que era lograr aguantar al trote hasta la meta, pero, para poder optar por esta opción, necesitaba un poco de suerte. En aquel instante, no hubiera apostado un céntimo por mí, pero la fortuna estuvo de mi parte, y vi que el que había sido el punto de avituallamiento del kilómetro 15 aún seguía montado, despachando agua y Aquarius (restaban unos 50 metros para el cartel del kilómetro 36). Ese puesto de abastecimiento extra, en el que, además, estaban poniendo buena música a toda voz, fue una de las ventajas de cubrir dos veces el mismo trazado. Allí, no solo me bebí dos vasos de Aquarius, sino que le pedí a un chico que se encontraba detrás de la mesa, una ampolla de glucosa que vi que tenía. Yo no se si era para dársela a cualquiera, o si la tenía para alguien en especial, pero yo le rogué que me la diera y lo hizo. Tampoco se si fue tan milagrosa como a mí me pareció, porque era la segunda vez en mi vida que me tragaba un mejunje de esos, y apenas si tengo experimentados los efectos que produce, pero el caso es que fui capaz de aguantar lo que me quedaba, trotando suavemente. Fui fundido, y, como no, volví a parar en los avituallamientos para beber, pero pude correr lo demás. Acabé en 3h49:22 (posición 152, de 249 finishers).


Queda en mi memoria la experiencia. Como he dicho, el maratón no es muy salvaje, pero tiene continuos desniveles y alguna cuesta empinada (hubo una, por ejemplo, en un tramo del kilómetro 12 y 13, que luego fue el 33 y 34. Fue duro, también, el kilómetro 17, y, como no, el 38. Ahí había una larga pendiente, en la que pegaba bastante el viento). Sin embargo, lo que hizo más despiadado el recorrido, sobre todo la segunda vuelta, fue la poquísima gente que había en las calles, incluso en la parte céntrica de Ciudad Real. Fue, no obstante, algo auténtico. Viví, de manera radical, la soledad de corredor de fondo, y, por tanto, encontré lo que iba buscando. Me encantaría volver.



Reto Atlético 1.002 CARRERAS
Carreras completadas: 217.
% del Total de Carreras a completar: 21'6%.

Reto Atlético 51 MARATONES
Maratones completados: 18.
% del Total de Maratones a completar: 35'2%.

Reto MARATONES DE ESPAÑA Y PORTUGAL
Completado Maratón en CASTILLA-LA MANCHA.
% de Comunidades en las que he corrido un Maratón: 27'7%.

Reto PRINCIPALES CARRERAS DE ESPAÑA
Completado QUIXOTE MARATÓN.
% de Principales Carreras de España que he corrido: 25'5%.

Reto 7 MARATONES 7 CONTINENTES
Completado Maratón en EUROPA.
En 2002 (año del primer Maratón corrido en Europa), % de Continentes en los que había corrido un Maratón: 14'2% (hoy día 14'2%).

Reto MARATONES DE LA UE
Completado Maratón en ESPAÑA.
En 2002 (año del primer Maratón corrido en España), % de Países de la UE en los que había corrido un Maratón: 3'5% (hoy día 14'2%).


26 de octubre de 2018

CIUDAD REAL 2018

Ciudad Real es uno de esos sitios a los que la gente no suele ir si no es para hacer algo concreto. Yo mismo, que no había estado nunca allí hasta el pasado fin de semana, he acabado yendo para correr un maratón, también tenía ganas de conocer la población, pero sin la excusa de la carrera probablemente no hubiera ido hasta no se sabe cuando. La razón es que Ciudad Real, a priori, no parece tener grandes atractivos ni destaca por nada en particular. De hecho, en Castilla-La Mancha es la cuarta capital de provincia menos poblada (no llega a 75.000 habitantes) y no tiene una historia demasiado llamativa, ya que la villa nació en el siglo XIII y su único periodo de esplendor duró solo unos veinte años, en tiempos de los Reyes Católicos, cuando fue sede del Tribunal de la Santa Inquisición (1483-1485) y luego de la Real Chancillería (1494-1500). Con la expulsión de los judíos y de los moriscos, y tras el traslado de las dependencias de las citadas instituciones a Toledo y a Granada, respectivamente, comenzó un periodo de decadencia para la población que se extendió hasta el siglo XIX. Con la llegada del ferrocarril y la mejora de las comunicaciones la ciudad pudo empezar a crecer poco a poco a lo largo del siglo XX, pero siguió estando en una especie de limbo hasta los años noventa. En esa década dos fueron las circunstancias que la dinamizaron un poco: en primer lugar, la Universidad de Castilla-La Mancha, que tiene allí la sede central y uno de sus campus, y que se había fundado en 1985, se asentó definitivamente y empezó a crecer. Además, en 1992 Ciudad Real se vio beneficiada por la inauguración de la primera línea de alta velocidad ferroviaria de España, que cubría el trayecto Sevilla-Madrid, ya que se estableció en su estación una de las pocas paradas del recorrido. Esos dos hechos no provocaron una revolución, pero motivaron que Ciudad Real se revitalizara un poco, siendo precisamente ese dinamismo el que pone en muchos casos a la ciudad manchega en el mapa, a falta de lugares históricos llamativos. Cierto es que los eventos que acoge son modestos, pero me da la impresión de que en ellos se echa toda la carne en el asador y eso es, al final, lo que cuenta. Yo viví en persona uno de ellos, el Quixote Maratón, y puedo decir que me sorprendió el nivel de entusiasmo con el que se organizó la cita: a nivel institucional la implicación fue máxima, las autoridades pusieron las calles y edificios a disposición del evento, y gracias a eso me fui con la sensación de que Ciudad Real es una población pequeña pero segura de si misma. La manera de sus gentes de promocionar el limitado patrimonio que tienen reforzó para mí esa imagen, allí hay poco que ver, pero se vuelcan sin ningún tipo de complejo para que el visitante lo disfrute. Por el centro, además, vi un montón de movimiento diurno, lo que acabó de causarme una buena impresión.

Gracias a ese compendio de cosas me he quedado con ganas de volver a Ciudad Real, la verdad. Lo que me resta por conocer allí es de una importancia relativa, pero da igual, cuando siento que en un lugar me están poniendo la alfombra roja se ganan mi simpatía para siempre, y en los dos días que pasé en Ciudad Real tuve todo el rato la sensación de que el objetivo de todos era ponerme las cosas fáciles para que estuviera a gusto, pese a que no dejé de ser un visitante anónimo más.


Como he dicho, Ciudad Real no es una referencia a nivel turístico, pero conserva algunos elementos de un cierto interés. A nivel histórico, dado su nombre es evidente que en el pasado estuvo ligada a la realeza de manera explícita. En concreto, fue Alfonso X el que, en 1255, amuralló y renombró como Villa Real un pequeño asentamiento preexistente, marcando así el destino del pueblo. En 1420 Juan II aumentó el estatus de este y Villa Real adoptó su actual denominación. 

El corazón de la ciudad es la Plaza Mayor. En uno de sus extremos está el Ayuntamiento, un curioso edificio de inspiración neogótica que me pareció muy original, aunque estoy seguro de que fue muy polémico cuando se construyó en 1976.


En el otro extremo de la Plaza está la Estatua de Alfonso X, que homenajea al padre de la ciudad y a cuya derecha se alza la Casa del Arco, originaria del siglo XV y que fue el consistorio hasta 1864. En ella hay un Reloj con Carillón que suena cuatro veces al día y que acompaña a un breve espectáculo de muñecos animados protagonizado por las figuras de Don Quijote y Sancho, la pareja manchega por excelencia, y la del propio Miguel de Cervantes. En la actualidad el conjunto es toda una atracción, pero es bastante moderno, ya que se instaló en 2005 con motivo del 750 aniversario de la fundación de Ciudad Real. Nosotros lo vimos en funcionamiento en el pase de las 20'00 horas (de milagro, porque inexplicablemente el jolgorio empezó antes de tiempo, como se puede ver en la foto).


La Plaza Mayor es el punto por el que uno pasa una y otra vez cuando pasea por el centro de Ciudad Real. En sus soportales hay multitud de bares y nosotros a mediodía no nos fuimos de allí sin tomarnos una caña, que vino acompañada de su correspondiente tapita (este es otro sitio donde se estila esta buena costumbre, al final va a ser Sevilla el único lugar de España donde uno se toma las cervezas a cara de perro). El bar donde hicimos nuestra parada, elegido al azar, fue el Mesón El Ventero. Lo de servirnos la jarra helada fue un detalle que me enamoró.



Tras degustar la tapa llegó el momento de comer de verdad. Para ello busqué en TripAdvisor un restaurante italiano céntrico donde poder comerme un buen plato de pasta, no en vano me esperaba al día siguiente todo un señor maratón y no quería romper con las tradiciones. Ciertamente, no encontré muchos restaurantes donde elegir, pero solo necesitaba uno que estuviera bien y por suerte apareció sin demasiada dificultad el lugar perfecto: en la Taberna Napoletana, ubicada en la Calle Lanza, me tomé unos tagliatelle zucchini perfectos para la ocasión.


Con independencia de los paseos, y más allá de los sitios donde comimos y bebimos, cuatro fueron los enclaves de Ciudad Real que visitamos en profundidad y en los que entramos. El primero fue el Antiguo Gran Casino, un inmueble inaugurado el 7 de junio de 1887 para ejercer de lugar de reunión de la burguesía ciudadrealeña, que hoy día alberga un conservatorio y también se usa para actos culturales (allí se dieron los dorsales del Maratón y en sus dependencias nos agasajaron de lo lindo, tanto a nosotros los corredores como a nuestros acompañantes, aunque de esto hablaré en el post dedicado a la carrera). En el Antiguo Gran Casino destacan los detalles, es el típico edificio que hay que ver con calma, pero que no tiene nada que sobresalga especialmente, por lo que es bueno tener una excusa para entrar y pasar en él un rato (si no, lo más normal será entrar por una puerta y salir por la del otro lado en un par de minutos). Nosotros echamos en sus salones más de una hora, entre unas cosas y otras, lo que hizo que me fijara bien en sus molduras, en los radiadores art decó con decoración vegetal y en las bellas lámparas de araña.


También estuvimos visitando con relajación el Museo Municipal Manuel López-Villaseñor, sito en la Casa Natal de Hernán Pérez del Pulgar, un noble que se ganó el favor de los Reyes Católicos por su valentía y su buen hacer guerrero durante la última fase de la reconquista, hasta el punto de que está enterrado en la Catedral de Granada no muy lejos de ellos. La casa donde nació Pérez del Pulgar es la más antigua que se conserva en Ciudad Real, está en la Calle Reyes y es interesante en sí misma, en ella no se pueden sacar fotos, pero los patios merecen la pena.


Con respecto al Museo, el mismo alberga la obra de Manuel López-Villaseñor, uno de los máximos exponentes de la pintura española de la segunda mitad del siglo XX. Yo la verdad es que no lo conocía, pero la exposición me impresionó, no solo pintaba muy bien, sino que además muchos de sus cuadros realistas me parecieron impactantes.

Me llamó mucho la atención también la exposición temporal que vimos allí, que ocupaba otra dependencia de la casa y que estaba dedicada a Darkphoto, el certamen internacional de fotografía de terror y ciencia ficción que se celebra en el marco de Hemoglozine, el festival internacional de cine de terror y cine fantástico de Ciudad Real, que ha celebrado su undécima edición este 2018 .


El caso es que en una de las salas del museo estaba expuestas las mejores 40 fotografías del concurso de este año, el cine de terror no me gusta nada, pero el lado siniestro y gótico del arte me atrae, sobre todo desde el punto de vista musical, pero también en lo que se refiere a la fotografía. Por ello disfruté de la exposición, había fotos realmente tétricas.



Al fondo estaban expuestas las ganadoras de la presente edición, con la cosa de que coincidimos en la sala con Miriam Martínez Sánchez, la fotógrafa ganadora de este año, que se estaba inmortalizando con su propia foto. En el próximo certamen será esta la que aparezca en el cartel.


Las otras dos visitas que hicimos fueron a iglesias. En primer lugar entramos en la Catedral de Ciudad Real. La misma es del siglo XV, salvo la puerta de la cabecera, que pertenecía a una iglesia que estaba en el mismo emplazamiento desde el siglo XIII.


La Catedral de Ciudad Real es de una sola nave y, por lo visto, es la segunda más ancha de España con esa característica, tras la de Girona.


En el templo estaba a punto de celebrarse una boda, lo que hizo que nuestra visita tuviera que ser un tanto exprés.


La Puerta de los Reyes, que es la de la foto de arriba, da a los Jardines del Prado, que son sin duda el otro corazón de la ciudad, ya que no solo tienen a la Catedral por un de sus lados, sino que tienen por otro al Museo Manuel López-Villaseñor y por el tercero al Antiguo Casino.

El otro templo que vimos por dentro fue la Iglesia de San Pedro, que es de la segunda mitad del siglo XIV. En su interior destaca la Capilla de los Coca.


Fernando de Coca fue confesor de Isabel la Católica y se hizo enterrar en un sepulcro de alabastro que tiene encima una estatua suya que se asemeja mucho al Doncel de Sigüenza. Por respeto no hice más que una foto furtiva, ya que dentro había gente rezando.

Aparte de todo, las vías peatonales del centro de Ciudad Real, donde se encuentran la gran mayoría de los lugares de los que he hablado, son agradables y sus edificios más destacados están cuidados con esmero, pero ese meollo es realmente pequeño, no es necesario caminar mucho para encontrar, sin salir del centro, calles funcionales mucho menos vistosas. En una de ellas, llamada Calle de Pedrera Baja, nos alojamos nosotros.


En definitiva, Ciudad Real me pareció una población que ha sabido cuidar y dar lustre a lo poco que conserva del pasado, a la vez que afronta el presente sin complejos. Por ello, pese a no ser un lugar al que se suela ir por el simple hecho de hacer turismo, sí ofrece suficientes atractivos como para pasar en sus calles un par de días amables si las circunstancias lo llevan a uno allí.


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado CIUDAD REAL.
% de Poblaciones Esenciales ya visitadas en la Provincia de Ciudad Real: 50%.
% de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 33'9%.


14 de octubre de 2018

MADRID 2018 (VISITA DE OCTUBRE)

Después de un par de visitas a Madrid un tanto agridulces, que tuvieron lugar en agosto de 2017 y en el pasado mes de julio, este otoño he podido disfrutar de nuevo de tres días en la capital de España verdaderamente agradables. Al final, cualquier rato en Madrid me acaba dejando gratos recuerdos, pero no todas las estancias pueden ser verdaderamente plenas. La de la semana pasada, por suerte, ha sido de las buenas de verdad.

He comentado en otros posts que tengo familia que vive en los alrededores de Madrid y eso me ha llevado al centro peninsular en muchas ocasiones por motivos que no son turísticos. Lo que creo que no había dicho es que, realmente, tengo familia repartida por todo el territorio nacional. No son, en la gran mayoría de los casos, familiares cercanos, esos se concentran en Andalucía y en el oeste de la Comunidad de Madrid, pero sí descendemos del mismo tronco común. En honor a la verdad, he de decir que durante varias décadas las relaciones a gran escala en mi familia estuvieron un poco en stand by, pero si algo tiene de bueno el progreso de las telecomunicaciones es que hoy día resulta muy fácil poner en contacto, incluso instantáneo, a gente que vive a cientos de kilómetros y con la que no es fácil coincidir físicamente. Hasta hace no mucho la distancia impedía el trato diario y eso enfriaba las relaciones, salvo con los muy allegados, pero en la actualidad con las redes sociales es más sencillo mantener la conexión. Por otro lado, es otra realidad que gracias a ellas se pueden montar grandes saraos sin tantos problemas como antaño. Esos dos factores son los que favorecieron que en 2012 se volvieran a estrechar lazos y mi familia organizara una macrofiesta a la que acudimos más de un centenar de personas de cuatro generaciones diferentes, que teníamos un ascendiente común y que en la actualidad estamos desperdigadas por toda España y por parte del extranjero. El encuentro fue un éxito de tal calibre que se volvió a repetir en 2013, y después de unos años de descanso el pasado sábado vivimos la tercera edición, que fue el motivo que esta vez me condujo a Madrid en compañía de María, de las niñas y de mi madre (mi padre, en pleno proceso de recuperación de la enfermedad que le ha tenido en vilo este verano, no pudo ir).

Con independencia de los detalles de la fiesta, que no pega contar aquí, lo más interesante de la celebración es que nos llevó a un sitio de Madrid que no conocía ni por asomo, ubicado en el lugar donde la ciudad deja de serlo. Es un hecho que la mayoría de las megapolis no suelen tener unos límites bien definidos, porque lo más habitual es que en su proceso de formación los núcleos originales crezcan hasta alcanzar a las localidades de los alrededores, que en muchos casos conservan su independencia administrativa, pero que quedan incluidas en enormes áreas metropolitanas que a ojos vista no tienen solución de continuidad. La Villa, sin embargo, al ir creciendo no solo alcanzó a los pueblos de los alrededores, sino que los absorbió, de manera que hay barrios de su periferia que no hace tanto eran entidades independientes. Quizás eso es lo que hace que Madrid sí tenga límites más claros: por varios de sus lados ha ido fagocitando poblaciones, por lo que llega un momento en el que, sin haber abandonado administrativamente la ciudad, las casas se acaban y empieza el campo. Aún así, no es normal explorar esos confines y por eso me hizo gracia acabar el pasado sábado en el mismo extremo suroeste de Madrid. Resulta que por ese lado la Capital acaba en un barrio llamado Campamento, que está al oeste del Paseo de Extremadura. Más allá solo hay campo hasta llegar a Boadilla del Monte y Villaviciosa de Odón en dirección este o a Alcorcón en dirección sur. Campamento es un suburbio aún poco urbanizado, sus terrenos eran del Ejercito y aunque se han recalificado muchos, solo hay en ellos algunas barriadas concretas. Nuestra fiesta era en el Centro Deportivo Militar La Dehesa, un club de esparcimiento para militares ubicado junto a Dehesa del Príncipe, el conjunto residencial que conforma el final de Campamento por el suroeste.


El Centro Deportivo Militar La Dehesa está muy bien, es el típico club social con piscinas y con instalaciones deportivas de todo tipo, pero lo que más me gustó fue recorrer las últimas calles de Madrid, entrar en el club y ver que más allá ya no hay más ciudad.




En cualquier caso, a lo largo del fin de semana hicimos algo más que patearnos la periferia de Madrid, hubiera sido un poco triste ir hasta allí para limitarnos a pasear por Campamento y a echar la jornada del sábado en un club militar. Por ello, me fui para la Capital un día antes, y también aprovechamos bastante el domingo. El viernes lo utilicé para visitar la sede del Congreso de los Diputados por la mañana y el Museo de la Biblioteca Nacional por la tarde, y el domingo, ya con María y con las niñas, di un paseo por el Parque del Retiro y comí en Lavapiés. Los tres días, por tanto, tuvieron de todo.

Lo de la sede del Congreso fue, con seguridad, lo más destacado de todo el fin de semana. Para mí fue la segunda visita al interior del Palacio de las Cortes, que es el edificio que alberga la Cámara Baja. Mi amiga Ruth trabaja allí desde hace años y las dos veces he podido entrar gracias a ella (la otra fue en 2014). La primera vez me lo enseñó solo a mí y en esta ocasión volví a entrar para que lo pudiera ver mi madre. La edificación, diseñada por Narciso Pascual y Colomer, nació para albergar las Cortes en 1850 y su fachada, que da a la Carrera de San Jerónimo, es muy familiar para la mayoría de los españoles.


Entrar en Palacio de las Cortes no es difícil, lo hacen habitualmente grupos de escolares y también se organizan visitas guiadas, pero es menos normal pasearse por el hemiciclo y por el resto de sus estancias con total libertad de movimientos. La otra vez Ruth y yo acabamos el tour en la Cafetería, que solo está abierta al personal del Congreso y a los políticos. Esta vez no fue así, pero sí hicimos el recorrido completo por el interior del Palacio de las Cortes y luego pasamos, como en 2014, por la pasarela cubierta, construida en 1980, que une el mismo con el edificio que tiene al lado, erigido en su día para albergar las dependencias del Congreso que ya no cabían en el inmueble primigenio. Al atravesar el puente todo cambia y pasa uno de respirar suntuosidad a estar rodeado de un ambiente de oficina.

La parte de la ampliación también es interesante, no tanto por su historia, pero sí por las curiosidades que ofrece. En primer lugar, están en ella muchos de los despachos de los diputados (todos tienen uno, algunos en este edificio y otros en el de enfrente, que igualmente forma parte del conjunto, aunque esté separado).

Aparte, en este área más funcional del Congreso hay multitud de salas de reuniones y de conferencias, como la Sala Constitucional, un gran recinto donde se celebran actos institucionales relacionados con las visitas de jefes de estado o de gobierno.


También está en esta parte la Sala Ernest Lluch, donde tienen lugar desde reuniones de grupos parlamentarios a presentaciones de libros, jornadas, etc.


Una de las novedades de este año fue ver la Sala Sagasta, en la cual se celebran reuniones de comisiones.


Lo más llamativo, no obstante, lo vi lógicamente en el Palacio de las Cortes. Al mismo no se entra por la puerta principal, que da a la Carrera de San Jerónimo, ya que esa puerta solo se abre para que entre por ella el rey cuando inaugura solemnemente las sesiones del Congreso al principio de cada legislatura. En realidad, la entrada de uso habitual se encuentra en un lateral del edificio y queda mucho más cerca del plato fuerte de la visita: el Salón de Sesiones.


El Salón de Sesiones lo hemos visto todos por la tele y en fotos mil veces. Pese a esa familiaridad, mi reacción la primera vez que entré en él fue de sorpresa, ya que en vivo parece mucho más pequeño y compacto. Al margen de esto, repartidos por toda la estancia hay decenas de detalles interesantes. Destacan, por ejemplo, los agujeros de bala que dejaron por doquier el Teniente Coronel Tejero y compañía durante el intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981.



Como se puede comprobar a simple vista, la mayoría de los agujeros que se hicieron el 23-F siguen ahí. Por lo visto, esa tarde se efectuaron 38 disparos en el Salón de Sesiones, uno de los cuales no dejó huellas, porque dio en la vidriera que corona la bóveda y la atravesó (la misma sí fue cambiada). Sin embargo, los otros 37 boquetes estaban intactos hasta que se hicieron unas reformas en verano de 2013 y en la tribuna de prensa se colocó una rejilla de climatización que hizo desaparecer cinco agujeros. Ahora quedan 32.

Como he dicho, el Salón de Sesiones parece pequeño, pero eso hace que sea bastante recogido y menos frío de lo que esperaba. Realmente, los diputados están todos pegados e incluso el púlpito desde el que se habla está bien cerca de los asientos de los que escuchan. La sensación, en ese sentido, fue positiva, ya que la cercanía implica que todos los políticos de ideologías de los más diverso conviven de manera más o menos pacífica en un espacio no muy grande, donde el roce está casi asegurado.


También me resultó curioso que los pupitres que todos los diputados tienen delante son una auténtica birria en la que está claro que mucho no escriben. En esas mesitas todos tienen una pantalla para votar (por lo visto no sirve para ver Netflix) y los ministros cuentan, además, con un teléfono.


Por mi parte, volví a acomodarme unos instantes en el asiento donde hasta hace poco se sentaba Mariano Rajoy (actualmente es el de Pedro Duque). El presidente y los ministros se sientan en los asientos azules de la primera fila, en un sentido u en otro dependiendo del partido, y todos los demás diputados, aunque sean del partido que gobierna, se sientan codo con codo en las bancadas de asientos rojos que están detrás.



Tras ver la panorámica del Salón desde la perspectiva de un ministro subí al estrado por la escalerita que queda a la izquierda del mismo.


Dando mi simulacro de discurso me reafirmé en el hecho de que los diputados están todos muy cerca. Frases como el famoso "¡Váyase Señor González!" se dijeron realmente a la cara, por no hablar del "¡Quieto todo el mundo!", tras el cual no me extraña que casi todos acabaran por los suelos, dado lo cerca que estuvieron de Tejero y de su pistola.


El Salón es muy elegante y suntuoso, y en su cabecera no faltan los símbolos más típicos de nuestro país: destacan el escudo nacional en un tapiz y las estatuas de los Reyes Católicos, uno a cada lado del mismo. También destaca el cuadro dedicado a las Cortes de Cádiz, probablemente las más emblemáticas de nuestra historia, pero quizás la pintura más curiosa sea la que está justo arriba, en el centro de la bóveda. La misma representa a un buen número de españoles célebres que rodean a Isabel II (está Colón y está Velázquez, por ejemplo, aunque resulta bastante complicado reconocer al resto. La obra es de 1850, así que lo que es seguro es que no está Rafa Nadal).


Al igual que en la otra ocasión, esta vez también tuve la suerte de poder estar en el Salón de Sesiones todo el tiempo que quise. Por allí di muchas vueltas y estuvo bien ver el hemiciclo desde diferentes perspectivas.


Aquello, sin embargo, no era todo, ya que el Palacio de las Cortes es enorme y esconde un montón de sitios muy interesantes. Para empezar, las dos veces acabé echándole un vistazo al hemiciclo desde la tribuna que hay arriba, a la que puede acceder el público.



Aparte del Salón de Sesiones, en el edificio destaca el Salón de Conferencias, llamado normalmente Salón de los Pasos Perdidos, que está al otro lado del pasillo.


Se trata de un salón usado para recepciones, muy elegante y diáfano. Dado que es una estancia muy amplia y que se encuentra a escasos metros de lugar donde se celebran los plenos, la misma se usa para el encuentro entre todos los diputados, así como entre estos y los periodistas.


La habitación está repleta de detalles: bustos, bajorelieves, cuadros alegóricos, retratos de políticos,... Sin embargo, pese a que todo está muy decorado, en el centro de la sala solo hay una lujosa mesa, lo que hace que la sensación sea de amplitud. De entre las imágenes alegóricas del techo resaltan las de los reinos que componen España y las de los continentes. Para alguien que no esté muy versado en arte es dificultoso saber que representa cada una, para que engañar.


Contiguos al Salón de los Pasos Perdidos hay otros espacios, llamados genéricamente escritorios, en los que se disponen mesas de diferentes tamaños, preparadas para ser usadas en reuniones informales. Estas estancias están separadas por puertas que permiten, llegado el caso, aislar un poco las habitaciones si se tienen que producir pequeños encuentros y reuniones de trabajo más reducidas.


Al igual que ocurre en el Salón de los Pasos Perdidos, en estas estancias no faltan valiosos detalles artísticos. De todos, el que más me llamó la atención fue el precioso reloj construido en 1857 y ubicado en el llamado Escritorio del Reloj.


Lo mejor de todo es que pude deambular por todas esas estancias con libertad, ya que casi todas las puertas estaban abiertas. Sí estaba cerrado a cal y canto el despacho de la presidenta del Congreso, que es el único que está por aquel sector y que tenía un ujier sentado fuera. 

Finalmente, al otro lado de todos esos gabinetes está el vestíbulo, que es la sala elíptica que da a la escalinata principal del edificio. La puerta principal, como dije antes, solo se abre en momentos muy ceremoniosos, por lo que no se suele hacer el recorrido en el sentido que sería lógico (vestíbulo, salas de reuniones y hemiciclo), sino que se hace a la inversa y se accede al vestíbulo desde dentro. Preside la estancia una estatua de la reina Isabel II, que tiene a sus pies la mesa que fue utilizada para rubricar la firma de la Constitución de 1812.


En cualquier caso, pese a lo suntuosa que parece la sala hay que destacar que en ella se ubicó durante mucho tiempo un restaurante, que posteriormente se transformó en cafetería. Esta se mantuvo ahí hasta que, en 1982, se inauguró la primera ampliación del Congreso y se trasladó de lugar. Hoy día resulta difícil imaginarse el bar entre esas solemnes paredes, aunque ahí estuvo, por ejemplo, durante la TransiciónPor otro lado, en el vestíbulo también destacan los retratos circulares de 18 destacados políticos del siglo XIX y XX. Cierto es que en otras partes del edificio la simbología y la interpretación de las pinturas escapa a los profanos, pero estas están hechas para que los retratados sean reconocibles, en la medida de lo posible (cualquiera no le pone cara, hoy día, a Canovas, a Castelar o a Alcalá Zamora, aunque sí nos resultan más familiares los rostros de los dos últimos políticos sumados al grupo, Manuel AzañaAdolfo Suárez, cuyos cuadros se han colocado hace apenas una década).


En esta sala también merece la pena mirar al suelo para contemplar el mosaico que forma el pavimento, restaurado en 2009. En origen, el centro del mosaico estaba ocupado por el escudo real, pero éste fue sustituido durante la Segunda República por la fecha de inauguración del edificio (1850), número que aún puede verse. Por lo visto, antes de la restauración el mosaico se encontraba muy deteriorado, hasta el punto de que estaba oculto bajo una alfombra (no es de extrañar que estuviera estropeado, teniendo en cuenta que la estancia fue el lugar de las cañas y los cafés durante años).

En la sala que está contigua al vestíbulo está previsto un espacio para que los políticos hagan declaraciones improvisadas a la prensa tras los plenos del Congreso.


Por último, destaca en esta planta la preciosa Biblioteca, cuyo salón de lectura es muy recogido, pese a que tiene varios pisos. La misma parece pequeña, pero sus fondos son muy destacados, ya que cuenta con más de 100.000 monografías, las cuales pueden ser utilizadas (no se si todas) por cualquier ciudadano que se saque el carnet de investigador. Pese a esto, la principal función de la biblioteca es proporcionar ayuda bibliográfica a los diputados para el desempeño de su labor parlamentaria, aunque en ella también hay un fondo histórico en el que no faltan dos códices del siglo XV, ocho incunables y un buen número de libros raros de los siglos XVI y XVII. Todas las paredes de la sala están recubiertas de una brillante estantería de caoba y cedro repleta de ordenados libros. Para no romper la armonía, hasta el montacargas está integrado en el entorno y disimulado.


Una vez acabada nuestra visita a la planta baja del edificio, la más interesante desde el punto de vista histórico, continuamos nuestro recorrido por la segunda planta, que también es atractiva por otras razones. Para empezar, lo primero que se ve al subir es la galería de cuadros de todos los presidentes de la Cámara a lo largo de la historia (a algunos los pintó Sorolla, nada menos). A mí me llamaron la atención los de los políticos que más conozco, por ejemplo el de Luisa Fernanda Rudi, primera mujer que fue nombrada presidenta del Congreso en 2000. Su sucesor, Manuel Marín, decidió, no sin polémica, hacerse una foto en vez de una pintura, y José Bono, el siguiente presidente, volvió a la tradición del lienzo, creando una polémica aún mayor a la de Marín, ya que su retrato costó más de 84.000 euros (tampoco es que Marín se hiciera una foto con el móvil, pero su imagen costó 60.000 euros menos). En la foto de abajo están el cuadro de Manuel Marín, a la izquierda, y a su lado el de Jesús Posada, el antepenúltimo presidente.


Por la galería de retratos se accede a la Sala Mariana Pineda, usada para reuniones, y a las tribunas del hemiciclo de las que hablé antes, que serían llamadas gallinero en un teatro.

En definitiva, el Palacio de las Cortes es uno de esos edificios cuya visita no suele ser recomendada en las guías de turismo, pero que nadie debería perderse. Es un sitio mítico, la llamada "casa de todos", el lugar donde, en teoría, la democracia se pone en práctica cada día (los ciudadanos votamos cada cuatro años y damos poderes a la clase política para que tome decisiones en nuestro nombre durante el tiempo que dura la legislatura). El Congreso es historia pura de este país, pero a mí me transmitió vitalidad, tanto la primera vez que entré, como esta segunda. La política debe ser vehículo del progreso y no sería recomendable que el meollo donde se deciden tantas cosas que afectan a nuestra vida oliera a alcanfor. Mi sensación es que no es así y el pasado viernes acabé de nuevo con la impresión de que, si bien la solemnidad está presente por todos lados, también lo está el trabajo terrenal.

Ya dije al principio que al Palacio de las Cortes fui el viernes por la mañana, pero quedaba por delante mucho finde por aprovechar. En primer lugar quería sacarle partido a la tarde, antes de ir a recoger a la Estación de Atocha a María y a las niñas. En principio dudé entre ir a ver el Museo Arqueológico Nacional o ir a ver la Biblioteca Nacional, dos instituciones que no conocía. Al final me decanté por la segunda, por aquello de que estoy estudiando oposiciones a bibliotecas.

Las visitas a la Biblioteca Nacional están divididas en dos partes, por decirlo así: por un lado se puede entrar en el Museo, por libre o junto a un guía, y por otro, gracias a otra modalidad de visitas guiadas, se puede acceder a varias de las estancias de la Biblioteca. Dado que yo estaba improvisando me conformé con ver el Museo por mi cuenta. La próxima vez espero tener tiempo para subir por la escalinata y echarle un ojo al resto del edificio, esta vez no pudo ser.


La entrada al Museo de la Biblioteca Nacional de España, que se inauguró en 1995, es independiente a la del resto de la Biblioteca. Para acceder a él no es necesario subir al zaguán principal del edificio, sino que se puede hacer desde el nivel de la calle.


Lo más positivo que hay que decir del Museo es que es gratis. Aparte, es el típico museo que hay que ver con paciencia, ya que resulta indispensable leerse los carteles. Si se hace así, uno se entera de algunas cosas curiosas sobre la historia de la Biblioteca, sobre su día a día o sobre la escritura y sus soportes.


Sin embargo, el Museo me pareció un poco decepcionante, para empezar está en un sótano que no pude encontrar sin preguntar (al entrar por la puerta todo dirigía a la tienda y a una exposición temporal sobre beatos que estaba montada al lado). Una vez que logré dar con el camino correcto lo que me encontré fue una serie de salas desiertas y que estaban casi en penumbra. Eso no me disgustó, porque un clima de calma absoluta es bueno para ver una muestra así, pero luego la exposición en sí me pareció que estaba un poco deslabazada, vi cosas interesantes, pero otras muchas no valían gran cosa, me dio la sensación de que las vitrinas alternaban explicaciones curradas con otras casi inexistentes, había salas cerradas, y, en general, esperaba ver algunas joyas de la colección de la Biblioteca, que son muchas, pero allí no se exponía ninguna. Es un buen sitio, eso sí, para ver un boli Bic convertido en pieza de museo.


También se puede uno poner tierno viendo una cinta VHS de Regreso al Futuro (aunque yo tengo una exactamente igual en casa).


Personalmente, me gustó ver una edición original de un cuento de Calleja, porque Saturnino Calleja, además de ser el fundador de la editorial española más importante de finales del siglo XIX y principios del XX, fue mi bisabuelo.


Y poco más. Me enteré de algunas cosas y se acabó. Esperaba más del museo de una institución tan señera como la Biblioteca Nacional. Pese a esto, volveré, a ver que más puede ofrecer esta.

Aparte de todo lo ya comentado, el viernes también aproveché para pasear por Madrid, que es algo que me encanta hacer. El sábado estaba mediatizado por la fiesta y el domingo, al estar ya con las niñas, tuve menos libertad de movimientos, pero el viernes todos los desplazamientos los hice andando, lo que implicó que acabé bastante cansado, pero muy contento, porque vi a lo largo del día un montón de sitios interesantes. La principal caminata fue la que me llevó, a media mañana, desde el hotel donde nos alojamos, que fue Hotel VP El Madroño, como casi siempre, hasta el Palacio de las Cortes.

El citado hotel, como ya he comentado en otros posts, está en el Distrito de Salamanca, por lo que empecé por recorrer algunas de las calles de este cuadriculado barrio, entre ellas la Calle Claudio Coello. Al pasar por delante de su número 104 vi el lugar donde fue asesinado Luis Carrero Blanco el 20 de diciembre de 1973.


Una placa recuerda aún ese suceso.


Poco después decidí abandonar el Distrito de Salamanca y me dirigí al Paseo de la Castellana para continuar bajando en dirección sur.


Este bulevar me encanta y siempre es para mi un placer caminar por él, pero al llegar a la Plaza de Colón tomé la célebre Calle Génova, ya que había decidido que iba a acercarme al Palacio de las Cortes cruzando Chueca, un barrio que conozco muy poco. Por ello, tras recorrer el principio de Génova me desvié hacia la Plaza de la Villa de París y callejee un poco hasta que encontré la Calle Barquillo, una de las principales arterias del enclave gay friendly por excelencia. Esta larga vía atraviesa Chueca de arriba a abajo y me hubiera acercado de la manera más directa hasta mi destino, pero no quería marcharme del barrio sin visitar su corazón, la Plaza de Chueca, de manera que me acabé desviando.


Finalmente, seguí bajando en dirección a la Gran Vía por la Calle Barbieri.


Recorrer Chueca me gustó, aunque mi paso por allí fue un tanto fugaz. Volver con más calma es otro objetivo pendiente.

El domingo, como dije antes, ya estaba con María y con las niñas, y caminamos algo menos, aunque tampoco perdimos el tiempo. Por la mañana pasamos, para empezar, por la peatonal Calle Claudio Moyano, más conocida como Cuesta Moyano. La misma es famosa por sus casetas de ventas de libros. En ellas se encuentran curiosos ejemplares de segunda mano, en muchos casos, aunque en esta ocasión no nos detuvimos en exceso.


Nuestro primer destino del domingo fue el Parque del Retiro y sí es cierto que por allí dimos un buen paseo, que nos permitió ver, por ejemplo, la Fuente del Ángel Caído, la Fuente de la Alcachofa y el Estanque Grande del Retiro.


El parque estaba radiante y fue una gozada echar allí parte de la mañana.


A la hora de comer nos dirigimos a Lavapiés para almorzar con Ruth. El viernes, tras visitar el Congreso yo ya comí con ella en el Bar Benteveo, un establecimiento del que hablé en el post de julio de este año. El domingo, por su parte, comimos en una pizzería que también me encantó, llamada NAP Neapolitan Authentic Pizza. Está en la Calle Ave María, muy cerca de la Plaza de Lavapiés. La verdadera pizza napolitana es muy fina y tiene los bordes altos, y en este restaurante la hacen deliciosa. Hay que decir que las recetas más estrictas de auténtica pizza napolitana son la Marinera y la Margarita. En NAP, sin embargo, han abierto el rango de los ingredientes que le ponen a las bases (yo me tomé una Napoli), aunque su paso por el horno se ajusta perfectamente a los cánones establecidos.

 

Sin salir de Lavapiés tomamos café en La Libre, un café librería con un atractivo nombre que está ubicado en la Calle Argumosa.


Aprovechando que escribo sobre café, y dado que a través de los diferentes post dedicados a Madrid estoy haciendo un recorrido por los lugares capitalinos donde esta amarga bebida se disfruta de verdad, voy a nombrar ahora también otro sitio donde estuve el viernes tras comer en el Benteveo. Se trata del Plenti, que no está ya en Lavapiés, sino en el Barrio de las Letras. En TripAdvisor, de los 324 establecimientos madrileños incluidos en la categoría Café y TéPlenti está en la segunda posición, así que no necesita muchas más presentaciones.


Por último, voy a hablar de dos negocios de restauración mucho menos selectos, pero que no quiero dejar de nombrar, por motivos diferentes. El primero es la Taberna del Volapié de la Calle Diego de León, y el segundo es la cafetería donde desayuné nada más llegar a Madrid a primera hora el viernes. Del primero de esos establecimientos no hablaría en circunstancias normales, de hecho ya había estado en él y no había dicho nada, ya que se trata de una franquicia que tiene bares por toda España, por lo que carece de una personalidad especial y, además, yo no daba un duro por su supervivencia (en Sevilla fui a otra sucursal que ya no existe). Sin embargo, he de reconocer que el sitio no está mal, tras varias visitas a Madrid he comprobado que sigue existiendo, y dado que está al lado del hotel al que vamos a menudo, pues se ha convertido en un lugar muy frecuentado por nosotros, por lo que es de justicia nombrarlo en el blog.

Por otro lado, la cafetería en la que desayuné al llegar se llama Taberna Gastromargia, y no pasa de ser una simple tasca con un nombre bastante difícil de pronunciar, pero allí me pusieron mi desayuno perfecto: pan de calidad con tomate triturado a discreción.


No hace tanto degustar en un bar cualquiera de Madrid un desayuno así era imposible, en la Capital una tostada era sinónimo de pan de molde hundido en mantequilla. Luego se empezó a generalizar lo del desayuno andaluz, pero al pedirlo no era raro acabar tomando una baguette con salmorejo (o al menos esa es mi experiencia...). Sin embargo, en la Taberna Gastromargia pedí una tostada con tomate y me sirvieron un desayuno a la altura de los buenos de Sevilla, así que también tenía que reseñar ese hecho.

Esta visita a Madrid dio para mucho, como ha quedado patente, no todas son así, pero esta volvió a ser de las que depararon un montón de buenos momentos. La próxima, en pocos meses...


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado MADRID.
En 1988 (primera visita consciente), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en la Comunidad de Madrid: 7'7% (hoy día 23'1%).
En 1988 (primera visita consciente), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 4'4% (hoy día 33'6%).

Reto Viajero PRINCIPALES CIUDADES DEL MUNDO
Visitado MADRID.
En 1988 (primera visita consciente), % de Principales Ciudades del Mundo que están en Europa que ya estaban visitadas: 2'7% (hoy día 45'9%).
En 1988 (primera visita consciente), % de Principales Ciudades del Mundo que ya estaban visitadas: 1% (hoy día 19'%).