31 de enero de 2023

MADRID 2023 (VISITA DE ENERO)

Este es el décimo post que escribo sobre Madrid en este blog. En el futuro, vendrán muchos más, porque intento ir a la capital siempre que surge la oportunidad, pero, de momento, estoy en disposición de hacer ya un cierto balance. Así pues, puedo decir que, en cuatro de las nueve visitas que he reflejado en En Ole Väsynyt estuve en verano. En otras dos ocasiones fui en primavera, y en otoño también he realizado un par de escapadas. La novena estancia tuvo lugar en enero. Por tanto, desde 2016 he estado en todas las estaciones del año. Sin embargo, en el último lustro y pico los viajes en invierno estaban a la cola, y había que ponerle solución a ese hecho, porque me apasionan los días fríos y claros de Madrid.



Como conté en el post anterior, hace unas cuantas semanas decidí liarme la manta a la cabeza y acabar con una cuenta pendiente que tenía, que era correr la Media Maratón Ciudad de Getafe. Al final no pude hacerlo, porque me lesioné el día antes, estando ya en Getafe. Pese a esto, el plan del fin de semana incluía echar el sábado en Madrid, y eso no cambió. Además, como el domingo me levanté muy dolorido y tuve que olvidarme de disputar la carrera, sobre la marcha nos encontramos con una mañana extra en la capital. No estaba para correr 21.097 metros, pero sí para ir al Museo Nacional del Prado, así que aproveché que no hay mal que por bien no venga, para volver a mi pinacoteca favorita.


Mi anterior visita al gran museo español databa de 2017, y ya quedó reflejada en este blog. Desde entonces no había regresado, y me moría de ganas de hacerlo. No había vuelto, porque los encantos de la ciudad de Madrid son numerosos, y últimamente siempre han surgido planes diferentes cuando he estado allí. En realidad, al Prado he ido varias veces, y tampoco es lógico darle preferencia por sistema, frente a otros lugares de la capital que también merecen ser conocidos. No obstante, tenía en la recamara la opción de ir de nuevo, y, dadas las circunstancias, este fin de semana apareció el hueco perfecto para gastar esa bala.

La nómina de cuadros famosos del Museo del Prado es brutal. Dentro no se pueden sacar fotos, pero basta con hacer una instantánea de la escalera del edificio, para comprender el nivel de excelencia de los pintores que tienen obras allí.


En la lista de la pared no salen Sorolla, del que vi Chicos en la Playa, ni el gran Durero, del que contemplé Autorretrato, Eva, Adán y Retrato de Hombre. Tampoco Fra Angelico, ni El Bosco. Del primero vi La Anunciación, y del segundo Tríptico del Jardín de las Delicias. Cuando voy a las pinacotecas, me centro en unos cuantos cuadros, y me fijo muy bien en ellos. No soy de los que van recorriendo salas, echándole un rápido vistazo a las obras. Yo me detengo en unas pocas y observo los detalles con todo el cuidado que puedo. En esta ocasión, como estuvimos en el Museo del Prado un buen rato, tuve tiempo de recrearme bastante. De los artistas que aparecen en el listado de la escalera, vi un par de lienzos de El Greco (El Caballero de la Mano en el Pecho y Adoración de los Pastores), cuatro de Goya (El 2 de Mayo de 1808 en Madrid o "La Lucha con los Mamelucos'', El 3 de Mayo en Madrid o ''Los Fusilamientos'', Fernando VII con Manto Real y Fernando VII en un Campamento) y dos de Velázquez (La Fragua de Vulcano y Las Meninas). Lo cierto es que estos tres últimos pintores me encantan, por lo que siempre suelo ir a tiro hecho a disfrutar de algunas telas suyas, y, de paso, me paro en otras que llaman mi atención. Debido a eso, en este caso al repertorio hay que sumar El Pintor Francisco de Goya de Vicente López, Retrato de un Humanista de Jan Van Scorel y Fusilamiento de Torrijos y sus Compañeros en las Playas de Málaga de Antonio Gisbert. También nos detuvimos a ver la Ermita de la Vera Cruz de Maderuelo, que es flipante. Los frescos del siglo XII de esa pequeña iglesia, que estaba en el pueblo segoviano de Maderuelo, se trasladaron a lienzo en 1947, y se reconstruyeron en el Prado, manteniendo su disposición original, por lo que la sala 51C del edificio museístico tiene forma de ermita por dentro.

Una mención especial se merece, igualmente, un cuadro de Picasso que vimos. El genial artista malagueño no tiene obras en el Prado, por lo que me sorprendió encontrarme con una en la sala 9B. Allí está, desde 2021, Busto de Mujer, que ha sido prestada a la pinacoteca por cinco años. Se ha colocado junto a pinturas de El Greco y de Velázquez, que, por lo visto, fueron fuente de inspiración para Picasso en su etapa de formación como pintor.

Aparte, hay que decir que, antes de pasar a recorrer las salas del museo, nos tomamos un café y una magdalena en el Café Prado. Fue un placer echar en el Prado una mañana tan relajada.

Por lo demás, la visita al museo del domingo fue improvisada, como he comentado, pero lo que hicimos el sábado sí estaba planeado. La jornada sabatina la dividimos en dos. Por la mañana, nos buscamos algo que ver, para seguir profundizando en los encantos menos obvios de Madrid, y, desde el mediodía en adelante, no nos separamos de nuestra amiga Ruth, ya que pasar un buen rato con ella era uno de los objetivos del fin de semana. De hecho, dormimos en su casa.

Con respecto a la visita, siempre que voy a Madrid intento conocer alguna cosa, de las muchas que ofrece. Unas son más famosas, como el Museo del Prado, pero también me gusta ir viendo sitios menos populares. En este caso, por consejo de Ruth fuimos a ver un lugar que está muy a la vista en la ciudad, pero en el que nunca me había fijado. Se trata del Palacio de Linares (es el de la izquierda en la fotografía que sigue).


Este palacio está justo enfrente de la Fuente de Cibeles, con la cosa de que no hay ninguna imagen tan icónica en Madrid, como la de la estatua de esa diosa. En la Plaza de Cibeles, la monumental fuente se halla escoltada por tres grandes edificios (en la cuarta esquina hay unos jardines de otro, que se encuentra un poco retranqueado). Son el Banco de España, el Palacio de Cibeles, conocido como Palacio de Telecomunicaciones hasta que se convirtió en sede del Ayuntamiento de Madrid en 2007 (es el de la derecha, en la foto superior), y el mencionado Palacio de Linares. Este último pasa más desapercibido que su tremendo vecino, pero ha resultado tener una gran personalidad.

La visita al Palacio de Linares duró una hora y fue guiada. Nosotros llegamos diez minutos tarde, después de una desatada carrera en pelo desde Getafe, pero, afortunadamente, nos dejaron entrar y no nos perdimos gran cosa. La historia del edificio es muy llamativa, y parece propia de una telenovela, puesto que tiene amor, envidias, despilfarro, misterio, decadencia y resurrección. El palacio se construyó en un enorme solar, que compró, en 1874, José de Murga y Reolid. Un año antes, el rey Amadeo I había nombrado Marqués de Linares a este señor, que era un insigne economista y senador. El aristócrata, que ya era rico de cuna, se ve que supo gestionar bien su patrimonio, porque acabó siendo uno de los hombres más acaudalados de España, a pesar de que gastó cuantiosas sumas de dinero en obras benéficas, y en caprichos como el de su mansión. Cuando la edificó, la misma estaba en una zona de expansión que se estaba empezando a urbanizar, en la periferia del centro de Madrid. Hoy día, al mirar por su ventana uno siente que se encuentra en el meollo de la ciudad. 


A finales del siglo XIX, sin embargo, el Palacio de Linares estaba entre el centro de Madrid y el distinguido Distrito de Salamanca, que se había empezado a edificar, desde la nada, en 1864, apenas diez años antes de que José de Murga y Reolid comprara la parcela para erigir su lujosa vivienda. Esta se terminó de construir en 1900, si bien el Marqués de Linares y su esposa, Raimunda de Osorio y Ortega, se mudaron allí en 1884. El palacio tiene cinco niveles, aunque nosotros solamente vimos dos, el del entresuelo, o planta privada, y la planta noble, que era la pública. No nos mostraron ni el sótano, ni el subsótano, ni el tercer piso. Sí recorrimos, en el entresuelo, la entrada, la escalera principal, el despacho, la biblioteca, la sala de fumadores, la sala de billar, el salón de música, el comedor de diario, la oficina, el dormitorio, el baño y el tocador de la Marquesa, así como el dormitorio del Marqués. Después, ascendimos por la fastuosa escalinata.


En la planta noble, nos mostraron el salón de baile con su antesala, el salón de tapices, el saloncito chino, el comedor de gala, otra oficina, la capilla, la sacristía, otro dormitorio con baño y tocador, así como el salón de retratos. Hasta ahí, la cosa sería normal, si no fuera porque aquello no es un palacio propiedad del Estado, destinado a dar cobijo a reyes. Muy al contrario, es una casa totalmente privada. Visto desde esa perspectiva, la vivienda es una locura, en la que el lujo y la ostentación lo dominan todo, no solo en la parte más barroca y recargada, donde cada centímetro está recubierto de dorados hechos a base de pan de oro, maderas, tapices, pinturas, mármoles de Carrara, mosaicos y jeribeques, sino también en las habitaciones que pretenden ser sobrias, como la biblioteca.


En la planta de la casa destinada a recibir a las visitas y a organizar, tanto las fiestas, como los actos sociales, la ostentación ya alcanza niveles versallescos. 


Con respecto a ese apabullante lujo, no hay que olvidar que, en 1880, la tasa de pobreza en España casi llegaba al 70% (desde 1980, por trazar una comparativa, se mantiene por debajo del 5%, según los parámetros señalados por el profesor de la Universidad Carlos III, Leandro Prados). No obstante, más allá de la suntuosidad, son los detalles los que hablan de hasta que punto los marqueses eran asquerosamente ricos. En efecto, el Palacio de Linares fue una de las primeras viviendas de Madrid en contar con luz eléctrica. Lo de tener electricidad en la casa fue una novedad tal, que, por lo visto, el palacio pronto se convirtió en toda una atracción en la ciudad. Aparte, como se puede ver en la siguiente foto, en las estancias palaciegas no faltaban las chimeneas...


Lo de que haya chimeneas en un inmueble construido en el siglo XIX es natural. Lo que no es normal es que sean de pega, porque en la vivienda ya haya calefacción de gas, que es lo que pasó en el Palacio de Linares. Resulta que al Marqués le gustaba lo de tener chimeneas por la casa, pero en el sótano hizo instalar una caldera, que la calentaba sin necesidad de encender fogatas. Otra innovación de la lujosa residencia vino dada por el hecho de que el comedor de gala, el de los grandes banquetes, estaba en el primer piso, mientras que las cocinas se encontraban en el sótano. En vista de eso, para evitar que la comida llegara fría a la mesa, tras recorrer medio palacio, se instaló un montacargas hidráulico en el edificio, que permitía subir y bajar los alimentos en cuestión de segundos. Por si esto pareciera poco, en la capilla, que estaba también en la primera planta, pronto se dieron cuenta de que la pila bautismal estorbaba, y se les ocurrió crear un mecanismo, por medio del cual la misma se subía y se pegaba al techo, cuando no hacía falta, y se bajaba al centro de la habitación cuando era necesaria. Otro detalle, nada banal, es que las alfombras que recubrían el suelo estaban tejidas, personalizadamente, en la Real Fábrica de Tapices. Por ello, a la hora de encargar las alfombras, José de Murga y Reolid y su esposa pudieron darse el caprichazo de que reprodujeran, exactamente, el patrón que seguían los techos. Aparte, ambos eran unos adelantados a su tiempo, y acostumbraban a pedir comida a domicilio. Lo que pasa es que, por aquel entonces, ni había chinos, ni existía el Mc'Donalds, por lo que encargaban las viandas al Restaurante Lhardy. Degustaban alta cocina en su propia mesa, vamos. Para acabar, un último dato curioso, que demuestra que los marqueses estaban en todo, es que en la sala de baile, para que los músicos no estorbaran, se creó un sistema de sonido por medio del cual, la orquesta tocaba arriba del techo, en una especie de cubículo oculto, y luego el sonido se repartía convenientemente por la estancia. En la foto inferior, se puede apreciar un gran hueco oscuro semicircular, detrás del cual estaba el compartimento donde se situaba la orquesta.


Total, que el Palacio de Linares era un prodigio de modernidad y de vanguardia tecnológica, único en el mundo. Yo me imagino que José de Murga y Reolid no debía ser un hombre demasiado modesto. Seguramente, era una especie de Cristiano Ronaldo del siglo XIX. Hoy día, a alguien tan ostentoso lo hubieran machacado en las redes sociales, pero entonces esa posibilidad no existía, por lo que los envidiosillos tenían que recurrir a los medios de la época para desprestigiar a los vanidosos. No obstante, me da a mí que lo que no ha cambiado es lo de difundir bulos para incordiar a los petulantes. Yo no digo que el Marqués lo fuera, pero la verdad es que, en esos tiempos, empezó a correr una historia sobre él, por Madrid, que ha llegado a nosotros en forma de relato de terror, y que me hace pensar que lo de organizar fiestas entre la alta alcurnia madrileña, en las que todos podían ver como se las gastaba el anfitrión, quizás levantó alguna soterrada ampolla. El caso es que hemos alcanzado la parte de nuestra telenovela dedicada a los amores prohibidos y a los misterios made in Cuarto Milenio. Se cuenta que José de Murga y Reolid, siendo muy jovencito, le habría confesado a su padre, que era un rico comercial llamado Mateo Murga y Michelena, que se había enamorado de Raimunda Osorio. Supuestamente, la muchacha era hija de una cigarrera de Lavapiés, Benita Ortega. El padre de José, para evitar jaleos, habría mandado a su vástago a estudiar al extranjero. Esto último sí está constatado, ya que el futuro Marqués de Linares pasó su juventud en Europa. Por otro lado, lo de que un joven cachorro de la burguesía madrileña se corriera juergas en los bajos fondos de la ciudad y acabara arrejuntándose con cualquiera, seguro que no era raro, por lo que tampoco suena a invención. Sin embargo, a partir de aquí es cuando la cosa se desboca, porque se dice que, lo que realmente horrorizó a Mateo Murga no fue que su hijo se hubiera liado con una proletaria, sino que lo hubiera hecho con... su hermana. Efectivamente, se contaba que Mateo Murga, en su juventud, también había sido pródigo en correrías por Lavapiés, y que, fruto de ellas, habría engendrado a una niña con una cigarrera. Años después, su hijo, sin saber nada, habría tenido la mala fortuna de enamorarse de esa joven, llamada Raimunda, que era, por desgracia, su medio hermana. Al darse cuenta, y sin decir esta boca es mía, Mateo Murga habría enviado a José fuera de España, con la esperanza de que olvidara su amor de juventud. Hasta ahí, el primer capítulo del culebrón.

El segundo capítulo comienza con la muerte de Mateo Murga, en 1857, y con la boda, un año después, de José de Murga y de Raimunda, haciendo caso omiso a la prohibición paterna, sin tener ni idea de que compartían progenitor. La fechas de la muerte del patriarca y la de la boda de su hijo también están constatadas. Raimunda, por su parte, parece que no tenía padre reconocido, por lo que es plausible que no fuera bien vista en la alta sociedad. No obstante, más allá de eso, todo lo que sigue tiene pinta de ser ya un cuento chino, porque se dice que, al poco de casarse, José de Murga encontró una carta de su padre, en la que le confesaba que Raimunda era su hermana. En esas circunstancias, José y Raimunda, conscientes de estar protagonizando una relación incestuosa, se habrían dirigido al papa, Pío IX, para solicitarle una bula. El sumo pontífice, informado de la situación y con la intención de evitar un escándalo, les habría concedido una bula que les permitiría vivir juntos, pero en castidad. A partir de ahí, las versiones de la narración empiezan a diferir. Según algunas, la pareja no habría logrado reprimir sus deseos carnales y habría acabado engendrando una hija. Según otras, esa niña ya debía existir cuando se enteraron de que eran hermanos. Sea como fuere, es seguro que la supuesta niña, conocida como Raimundita, era fruto de un incesto, por lo que cuentan que la mataron. En ese punto, de nuevo las versiones divergen, dado que los hay que la dan por emparedada, los hay que creen que está sepultada en el jardín, y los hay que afirman que fue enterrada en la capilla.

Lo cierto es que no hay testimonios de que Raimunda Osorio se quedara jamás embarazada. Aparte, no se han encontrado pruebas fehacientes de que los marqueses fueran hermanos, ni ha aparecido la carta del padre, ni hay constancia de ninguna bula papal, ni se han encontrado rastros, en la mansión, de restos humanos. Pese a esto, de la leyenda negra a la leyenda fantasmagórica solo hay un paso, y algunos dicen, llevando el relato al terreno de lo paranormal, que el espíritu de la niña asesinada vaga por el Palacio de Linares, penando y sufriendo. Incluso, a principios de los años 90 del siglo XX, unas psicofonías parecieron evidenciar que había un espectro en el edificio palaciego. Luego, se demostró que las grabaciones eran falsas, pero, como siempre, en un galimatías así llega un momento en el que cada uno cree lo que le viene en gana. Es más, para añadirle otra vía paralela al misterio, y enrevesarlo en mayor medida, es seguro que sí hubo una Raimundita en esta historia. La misma era la hija de Francisco Avecilla Delgado, el administrador del Marqués. Ahí, una variante de la leyenda negra opta por considerar que esa niña era, realmente, descendiente de la pareja, y que la hicieron pasar por hija de un empleado de confianza. Es creíble y factible. Además, la Raimundita constatada fue la que heredó el Palacio de Linares.

El caso es que hay un libro, publicado en 2009, que supuestamente aporta pruebas fehacientes de que la parte truculenta de historia de José y Raimunda es verdadera. Sin embargo, nuestra guía durante la visita dejó entrever que eran habladurías, y, ciertamente, hay sobrados puntos en contra de la teoría escabrosa, como para no darle crédito. Yo voy a intentar encontrar el libro al que he hecho referencia, y cuando me lo lea veremos.

No obstante, es verdad que, tras la muerte de los marqueses sin descendencia acreditada, en 1901 y 1902, el palacio pasó a manos de su ahijada Raimundita. Luego, en la Guerra Civil se usó como hospital de campaña, y después, a pesar de que cambió de propietario varias veces, fue cerrado a cal y canto durante décadas. Eso, como es lógico, ayudó a que el inmueble adoptara un aire tétrico, que alimentó las fábulas espiritistas, pero también tuvo de bueno que hizo que la decoración y el mobiliario se mantuvieran intactos. Ya en 1992, por fin se le encontró un uso, dado que se convirtió en sede de la Casa de América, que es un centro destinado al intercambio cultural entre España y América. Desde entonces, se muestra, igualmente, como atracción turística, al nada despreciable precio de 8 euros por persona.

En fin, como se puede comprobar, la visita que hicimos en Madrid, en esta ocasión, dio bastante de sí. Por lo demás, al salir del Palacio de Linares ya era mediodía, por lo que empezamos, sobre la marcha, la segunda mitad del sábado, que estuvo centrada en disfrutar de unos cuantos negocios de restauración.

Para empezar, habíamos quedado con Ruth para comer, pero íbamos pronto, por lo que, antes de verla, María yo nos detuvimos en el Khloē Gourmet Bar. Esta es una especie de cervecería muy acogedora, que está situada en la Calle de la Cruz. Allí nos tomamos una buena cerveza, escuchando música más rockera de lo que suele ser normal en esos sitios. Había muchos tipos de birra para elegir, pero yo opté por una Mahou, por aquello de ir a por lo típico del lugar.

La Calle de la Cruz es la que hace de frontera entre el Barrio de las Letras y el barrio de Sol. Tras la paradita y el avituallamiento, continuamos andando por ella hasta la Plaza de Jacinto Benavente, y desde allí ya nos metimos de lleno en Lavapiés, que es donde estaba el Restaurante La Minoterie. El mismo resultó ser una crêperie, que nos trasladó a nuestras vacaciones de verano en Bretaña. En agosto, probé varias crepes de las auténticas, y las de La Minoterie puedo decir que eran una reproducción fiel al 100%.


Comer con Ruth en Madrid siempre es un acierto, y esta vez no lo fue menos. Tras el relajado almuerzo, en el que tuvimos tiempo de explayarnos (chapó por el restaurante), fuimos a su casa un momento (vive muy cerca), y continuamos con la parte dulce de la tarde.


En efecto, lo siguiente era el café y el pastel, así que nos dirigimos a L'Origine Specialty Coffee. Lo menos bueno de esa cafetería fue el nombre, demasiado gentrificado para mi gusto. No soy muy demagogo en ese sentido, pero tampoco me resulta agradable que los lugares sean pasto de los turistas instagramers. No obstante, con L'Origine Specialty Coffee hay que perder los prejuicios, porque el café estuvo delicioso, y el pedazo de tarta Triple Chocolate que me zampé, quitaba el hipo, hasta a una persona tan poco dulcera como yo.

El caso es que a Ruth, a María y a mí se nos fue la tarde charlando y poniéndonos al día. Es increíble como se puede pasar el tiempo cuando uno está a gusto, simplemente hablando. Nosotros, tras el pastelazo, nos dimos un paseo, pero antes de recogernos aún hicimos otra parada, esta vez en un sitio al azar, llamado Taberna Dónde da la Vuelta el Viento. Este era un bar con una pinta exterior engañosa, ya que por fuera parecía un garito con ínfulas artísticas, pero, realmente, era una taberna con un aspecto interior muy tradicional. Un par de cañas en vaso normal, sentado en una mesa alta, en un bareto con buen ambiente, era lo que quería para rematar la jornada.

En definitiva, sobre las 21'00 pusimos fin a la tarde, después de que se nos hubieran pasado siete horas en un suspiro.

Fue al llegar a casa de Ruth cuando confesé que mi pierna, que se había levantado quejosa, ya estaba directamente dolorida. Me acosté esperando un milagro, pero al despertar la cosa no había mejorado, por lo que tuve que renunciar a la Media Maratón Ciudad de Getafe, como conté al principio. Pese a eso, no amanece uno en Madrid y se pone en modo funeral, por mucho que se le haya chafado un plan ilusionante. Muy al contario, "a rey muerto, rey puesto", en el momento en el que quedó claro que no habría carrera, lo que hicimos fue maquinar la alternativa del Museo del Prado. Antes de ir para allá, sin embargo, tuvimos ocasión de darnos una rápida vuelta por el mítico Rastro, dado que Ruth vive a dos pasos. Podía hacer 25 años que no ponía un pie en él.


Yo recordaba el Rastro, más como un mercado de antigüedades y de venta de artículos de segunda mano, que como un mercadillo de los que hay en todos los pueblos y ciudades de España, algún día de la semana, pero me encantó, aunque solo fuera por el aura mítica que tiene. Es enorme. No obstante, no nos detuvimos en él, así que profundizaré en sus encantos cuando pueda echar allí un buen rato.

En conclusión, pasé otro maravilloso fin de semana en la capital. No me canso de Madrid, lo reconozco. Cada vez que voy, veo cosas nuevas y disfruto con las que ya conozco. De momento, no tengo planes para regresar en los próximos meses, pero, tras abandonar el Museo del Prado y recorrer con sumo gusto el Paseo del Prado, María y yo nos sumergimos en el subsuelo madrileño por la boca de la Estación de Metro de Atocha, sabiendo que no pasará mucho tiempo, antes de que volvamos a asomar la cabeza por ella o por alguna parecida.


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado MADRID.
En 1988 (primera visita consciente), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en la Comunidad de Madrid: 7'7% (hoy día 26'9%).
En 1988 (primera visita consciente), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 4'4% (hoy día 36%).

Reto Viajero PRINCIPALES CIUDADES DEL MUNDO
Visitado MADRID.
En 1988 (primera visita consciente), % de Principales Ciudades del Mundo que están en Europa que ya estaban visitadas: 2'7% (hoy día 45'9%).
En 1988 (primera visita consciente), % de Principales Ciudades del Mundo que ya estaban visitadas: 1% (hoy día 19%).


30 de enero de 2023

GETAFE 2023

Fui a Getafe para participar en la Media Maratón Ciudad de Getafe. Esta prueba tiene bastante buen nombre, dentro del mundillo del atletismo popular, y, por fin, este 2023 me decidí a ir a la localidad madrileña a disputarla. Sin embargo, en el último momento no pude tomar parte en ella. En efecto, después de haber montado el plan y de haberme desplazado, la mañana antes de la cita, la del sábado, me levanté con unas inexplicables molestias en la cara interna del muslo de mi pierna izquierda, que se fueron convirtiendo en dolor con el paso de las horas. Tras todo el día, me acosté muy cascado, y el domingo de la carrera me levanté peor. En consecuencia, no pude correr. La aventura se me chafó cuando menos lo esperaba, y eso me jodió tremendamente. No obstante, me queda el consuelo de que aproveché a tope el finde. Para empezar, la excusa de la media maratón me dio la oportunidad de visitar Getafe, que es un lugar que no conocía.


Tengo que reconocer que el sábado me levanté con molestias, como he dicho, y aun así no paré quieto hasta la noche. Esto implica que fui responsable, en cierto sentido, del desastre de ir a Getafe para correr su media maratón, y finalmente no poder hacerlo. Sin embargo, ni se me cruzó por la mente la idea de pasarme la jornada sentado, reposando. Parte de la gracia del fin de semana era disfrutar de Madrid y visitar Getafe, y eso hice. De hecho, la diversión en la 35ª ciudad más poblada de España empezó el viernes a última hora, dado que pernoctamos en ella.


Lo de dormir la primera noche en Getafe tuvo que ver más con la logística del fin de semana, que con el hecho de que fuera a correr una carrera en esa localidad. En efecto, yo quería viajar en automóvil, porque, para dos personas que comen de la misma cuenta corriente, es más barato ese medio de transporte que desplazarse a Madrid en AVE. Sin embargo, no me apetecía entrar en la capital conduciendo, ni deseaba sufrir las consecuencias de no saber qué hacer con el coche, así que decidí que era buena idea aparcarlo en una calle de Getafe el viernes, movernos en metro el sábado y el domingo, y rescatar nuestro vehículo ya en el momento de regresar a casa. Tengo que decir que esa parte del plan fue un éxito. Aparte, en vista de la manera en la que estaba montado el programa, y de que, a la ida, no podíamos salir de Sevilla hasta la hora de comer, me pareció una buena idea llegar a Getafe y pernoctar allí directamente. Debido a eso, busqué un alojamiento y encontré uno, llamado Hostal Carlos III, en el que la habitación nos costó apenas 58 euros. Estuvo sensacional.


El hostal estaba totalmente reformado y tenía hechuras de hotel, por lo que fue un acierto dormir en él. Además, estaba muy bien ubicado. Gracias a su céntrico emplazamiento, tanto la noche del viernes, como la mañana del sábado, pudimos movernos por Getafe.


Getafe, en la actualidad, se divide en once barrios. Nosotros nos pateamos más en profundidad el Centro, y luego anduvimos por el extremo oeste de Las Margaritas, y por el este de Juan de la Cierva. También nos adentramos un poco en la parte sur de Getafe Norte. De esta última zona solo tuvimos ocasión de conocer el Complejo Deportivo Municipal Juan de la Cierva, adonde entramos por la puerta que da a la Avenida de las Ciudades. Dentro, dimos un pequeño rodeo para llegar al Pabellón Deportivo Juan de la Cierva, que fue el sitio en el que sábado por la mañana recogimos el dorsal de la fallida carrera.

Con respecto a los barrios de Las Margaritas y de Juan de la Cierva, que quedan al sur de ese gran complejo polideportivo, y que lo separan del Centro, ambos surgieron en la década de los 70 del siglo pasado, por lo que las calles limítrofes entre ellos, que son las que nosotros recorrimos al ir a por el dorsal y al regresar, son similares. Allí predominan los pisos de tres o cuatro plantas, así como el ambiente típico de barrio humilde, pero digno, que caracteriza a las zonas de expansión que nacieron, en muchas ciudades, en la segunda mitad del siglo XX. 


En todo caso, la mayoría del tiempo que estuvimos en Getafe lo pasamos en el Centro. Como he mencionado, nos alojamos allí, por lo que pudimos ver el ambiente de la zona el viernes. Ese día, cuando llegamos, al final de la tarde, las tiendas estaban aún abiertas, por lo que vimos mucha animación. Después, al salir a cenar los comercios ya habían cerrado, pero las calles se habían llenado de gente que parecía querer disfrutar de Getafe la nuit, a pesar del frío.

Al día siguiente, como en el hostal no teníamos desayuno, María y yo nos echamos a la calle al despertarnos, y buscamos un bar. Nos costó encontrar uno, pero, gracias a eso, llegamos caminando hasta la Plaza de la Constitución, siguiendo la torre del edificio del Ayuntamiento, que nos sirvió de referencia.


Desde la Plaza de la Constitución, llegamos a bajar un poco por la Calle Toledo, que también es peatonal y que tenía más tiendas. Hacía una mañana deliciosa, fría y clara, y disfrutamos mucho del paseo.

En líneas generales, tengo que decir que Getafe me sorprendió gratamente. De las localidades similares del extrarradio de Madrid no conocía más que Alcorcón y Leganés, y solamente de la primera había hablado en este blog. La percepción de Alcorcón, que quedó reflejada en el post que escribí en su día, no fue muy buena. Getafe, sin embargo, no tiene nada que ver. A lo mejor es una impresión mía sin fundamento, pero lo cierto es que Alcorcón no me gustó, y Getafe, en cambio, me ha parecido una ciudad cuidada, habitable y agradable. Tiene vida propia.

Pese a todo, en Getafe, la oferta turística propiamente dicha tiene pinta de ser inexistente. No obstante, en lo que a negocios de restauración se refiere, María y yo sí tuvimos la oportunidad de conocer cuatro, de muy diversa factura. Ninguno me defraudó.

El primero en el que estuvimos se llamaba Café El Violín, y estaba en la calle de nuestro hostal. En principio, nuestra idea fue cenar allí, pero luego vimos que solo era un bar, por lo que apenas servían de comer. Sin embargo, era pronto y decidimos tomarnos una cerveza, a modo de aperitivo, dado que el sitio parecía acogedor, estaba animado y tenía una amplia variedad de bebidas. También nos sirvieron muy bien, por lo que nos gustó. Tras el piscolabis, ya sí fuimos a quitarnos el hambre. La oferta era amplia por los alrededores, y podríamos haber optado por una opción alimenticia algo más local, pero cedimos a lo que se nos metió por los ojos, que fue una buena hamburguesa gourmet de Goiko Grill. Ni María ni yo somos demasiado carnívoros. De hecho, para cenar nos acabamos pidiendo una Edamami, ella, y una Guaca-Chicken, yo, es decir, María se tomó una hamburguesa vegetariana y yo otra de pollo al grill con guacamole. No eran hamburguesas de verdad, por tanto. No obstante, el rollo de los burguers de calidad sí nos mola, por el ambiente y por todo lo que acompaña a la carne. Además, aunque Goiko es una franquicia, no es un Mc'Donalds, precisamente. Yo conocía uno de los tres que hay en Sevilla, y el de Getafe me encantó igualmente, por la atmósfera, por el trato y, por supuesto, por la comida.

El sábado por la mañana teníamos que desayunar en un bar, como he comentado, y al final acabamos en uno que tenía reminiscencias andaluzas. Se llamaba Bar La Puente. En él, las camareras eran sudamericanas, pero la dueña era, seguro, de Puente Genil. Lo supimos por la decoración, que estaba dedicada a este pueblo cordobés. Aparte, tras ver los carteles y los cuadros que había en las paredes del local, nos dimos cuenta de que el nombre del negocio también hacía referencia al origen de, supongo, la propietaria (entiendo que lo de La Puente está relacionado con la manera como se la conoce en Getafe). Con independencia de esto, yo pedí un café y una tostada con tomate triturado, y me pusieron lo que se ve en la foto inferior.


Lo del brick me pareció entrañable. Los zumos de naranja de bote están regulín, pero me gustó tanto el detalle, que ese me lo tomé con gusto. María, por su parte, fiel al estilo intrépido y curioso que la caracteriza, decidió aculturarse y pidió un pincho de tortilla con un café. Este último fue normal, pero el pincho resultó ser 1/4 de tortilla de papas de tres dedos de grosor, acompañado de una pieza entera de pan. Dadas las dimensiones de todo aquello, yo también pude probar el típico desayuno Madrid style.

El sábado a mitad de la mañana nos fuimos a Madrid y ya no retornamos a Getafe hasta el domingo a mediodía. El plan inicial implicaba volver temprano, para que yo corriera, pero como no lo hice, apuramos más en la capital. A pesar de esto, teníamos que regresar a Getafe a por el coche y decidimos almorzar allí. A María se le apeteció comer en un restaurante japonés que habíamos visto el día anterior, llamado Jusco Sushi, y yo accedí. A mí, los japos me encantan, pero este era del tipo buffet libre a la carta, y esa clase de negocios all you can eat no me gustan, porque me da la sensación de que están hechos para que te cebes, a base de comida de derrumbe. No obstante, optamos por el japonés, y no me arrepentí. Barato no era, pero pude devorar deliciosos sushis y sashimis a discreción, sin que el exceso me sentara mal. De nuevo, el ambiente, el servicio, las viandas y el emplazamiento fueron sobresalientes.


En definitiva, Getafe es un lugar un tanto extraño para ir a curiosear, pero yo voy a tener que volver. No es ningún secreto que es complicado ir allí, si uno no tiene una excusa concreta. Sin embargo, yo sí tengo una cosa específica que llevar a cabo, que es por la que he ido esta vez. En efecto, la razón de ser de la visita del pasado finde era participar en la Media Maratón Ciudad de Getafe, en circunstancias normales lo habría hecho y mis motivos para regresar se habrían agotado, pero, dado que finalmente no pude correr, no me va a quedar otra que maquinar un viaje de retorno. No se cuando será, eso sí, pero, cuando sea, podré profundizar en los atractivos de Getafe, una localidad que ha resultado ser agradable en todos los sentidos.


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado GETAFE.
% de Poblaciones Esenciales ya visitadas en la Comunidad de Madrid: 26'9%.
% de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 36%.