26 de agosto de 2019

MANILVA 2019

Planificar viajes es algo que me encanta, pero he de reconocer que las escapadas improvisadas que caen del cielo me gustan casi más.

A falta del fin de semana que tengo previsto pasar en Córdoba, yo este verano ya lo daba por finiquitado en lo que a excursiones se refiere, había gastado del todo mis vacaciones y me había incorporado diligentemente a mi trabajo, relativamente satisfecho por haber exprimido las escasas posibilidades viajeras que ha tenido el presente mes de agosto. Es por esto que me alegró el doble la inesperada posibilidad de pasar dos días en la localidad costasoleña de Manilva.


La célebre Costa del Sol es para mí un territorio bastante desconocido, no me atrae en exceso y supongo que por esa razón no han sido muchas las ocasiones en las que he acabado tirando para allá. Las comparaciones son odiosas, pero en mi opinión las playas de la provincia de Málaga no pueden ni de lejos competir con las de Cádiz y Huelva. Eso ha hecho que, en Andalucía, me haya bañado con mucha más frecuencia en el Atlántico que en el Mediterráneo. Aún así, el litoral malagueño tiene un atractivo que no puede ser desdeñado: allí no hay kilométricos arenales casi vírgenes ni áreas protegidas que llegan hasta el mar, pero en cambio alcanza el más alto grado de refinamiento el modelo opuesto, en el que la costa está puesta al servicio del ser humano hasta el extremo. A mí en abstracto ese arquetipo me gusta menos que el semisalvaje, pero no por ello minusvaloro el interés que tiene, de hecho me llama mucho la atención y siempre que he ido a sitios así he observado con bastante curiosidad los mil detalles que ofrecen esas zonas tan humanamente abigarradas.

La Costa del Sol abarca todo el litoral de la provincia de Málaga, pero tradicionalmente se divide en dos partes, la occidental y la oriental. En medio queda la ciudad de Málaga, que ejerce de eje. De las dos partes, es la primera la más famosa y desarrollada, de hecho sus municipios conforman una comarca formalmente establecida llamada Costa del Sol Occidental. Los del lado oriental, por el contrario, no tienen tanta fuerza como para unirse en solitario y están integrados en la comarca de la Axarquía, que incluye también a otros 26 entes locales del interior. El factor diferenciador entre la parte del oriente y la del occidente es, por supuesto, el turismo, que ha convertido a los ocho municipios con playa que van desde el límite de la provincia de Cádiz hasta Málaga capital en unos auténticos gigantes. De hecho, siete de ellos están incluidos entre los diez con más oferta de plazas de alojamiento en la provincia de Málaga (solo se intercalan en el ranking correspondiente a 2018 la capital en la segunda posición, y Nerja y Vélez-Málaga en la octava y la novena, respectivamente). El resultado de ese desarrollo turístico se traduce en que está todo un poco masificado. La sensación de abarrotamiento, además, se ve agravada por el hecho de que la franja que forma la Costa del Sol, que corre paralela al mar, es muy estrecha, ya que por el norte está encerrada por una serie de sierras cercanas que llegan a superar los 1.000 metros de altura. Lo positivo de esto es que la provincia de Málaga en cuanto se separa un poco del Mediterráneo empieza a escarparse, volviéndose el entorno más rural y sosegado. La parte negativa es que todas las infraestructuras turísticas se comprimen en una estrecha faja costera en la que el cemento es la nota predominante, salvo en las playas propiamente dichas, que no suelen ser demasiado anchas.

Manilva es uno de los ocho municipios que están incluidos en el selecto club de la Costa del Sol Occidental, aunque es el que colinda con la provincia de Cádiz. Además, en el ranking de municipios malagueños con más oferta de plazas de alojamiento ocupa el décimo puesto, es decir, está en el top ten, pero de las nueve entidades locales de la Costa del Sol Occidental solo Casares y Benahavis están menos desarrolladas turísticamente. Yo, como dije antes, no he ido demasiado a la costa malacitana, pero es que Manilva no sabía bien ni donde estaba (todo lo que acabo de escribir lo he descubierto después). Por eso la inesperada posibilidad de ir a pasar allí un par de noches a una casa me hizo tanta ilusión.


La casa en cuestión está enclavada en un lugar magnífico. Manilva, pese a estar a la cola de los municipios de la Costa del Sol Occidental, en lo que a desarrollo turístico se refiere, es toda una potencia en ese sentido (sus 897 establecimientos y sus más de 8.500 plazas de alojamiento lo atestiguan, teniendo en cuenta que tiene una población fija que no llega a los 15.000 habitantes). Por ello, lo que encontré allí es lo habitual en la provincia de Málaga: la carretera que recorre el litoral, que legalmente es una nacional, pero que realmente es un desdoblamiento de la A7 y tiene hechuras de autovía, corre muy pegada a la costa y deja apenas una estrecha franja de terreno entre ella y el agua. En esa parte que queda en medio se amontonan las construcciones más privilegiadas, que son las que se abren directamente al Mediterráneo. Al otro lado de la carretera quedan otro buen número de edificaciones que no están mal situadas, pero que tienen por medio ese caótico obstáculo. En Manilva el litoral es así también, aunque hay que decir que en la parte de su término más cercana a Cádiz tiene tramos pegados al mar incluso sin construir, los últimos en muchos kilómetros. En una casa de primera línea de playa que está junto a una de estas últimas zonas vírgenes es donde estuve la semana pasada, todo un privilegio.


En concreto, la casa es propiedad de unos conocidos de Villanueva que tienen mucha amistad con Rosalba, una amiga y vecina nuestra. Esta pareja tiene una hija y, en origen, Rosalba, su propia hija y dos amigas de esta eran las invitadas a esa casa, pero a todo el mundo le pareció buena idea que María, Ana y Julia se fueran para allá un par de días y se sumaran a la reunión, aprovechando que yo estaba fuera de juego por motivos laborales. En realidad, todas las niñas que se juntaron son amigas, por lo que tanto Ana como Julia estuvieron encantadas del plan, y María también vio con buenos ojos lo de irse con Rosalba a rematar el verano con un par de jornadas de playa. Yo no iba a ir, pero por unos imprevistos en el trabajo me dieron sobre la marcha justo esos dos días libres, así que tampoco me lo pensé dos veces, María me echó el bañador y dos camisetas en la maleta, pasaron a buscarme y tiramos para Manilva encantados de la vida.

La estancia allí por mi parte tampoco ha tenido mucho misterio. La casa resultó estar en una urbanización llamada Aldea Beach que da a la Playa de Los Toros, un largo arenal que por sus dimensiones parece más propio de otras partes de la costa. Al principio del post le he dado un poco de caña a las playas de esta zona y las he tachado, incluso, de estrechas. Es de justicia reconocer que no todas son así.


Como he dicho, a ambos lados de esta urbanización, que está formada por dos ristras paralelas de casas, están las dos últimos tramos de litoral de la Costa del Sol Occidental que, teniendo un mínimo de amplitud, se conservan vírgenes. Uno medirá unos 300 metros y el otro tendrá 700, aproximadamente. Lo que sucede es que Aldea Beach está además unos 50 metros apartada de la playa y no tiene paseo marítimo, por lo que aquello da una sensación de amplitud inusitada para estar al borde del mar en la Costa del Sol.


Realmente, salvo para hacer la pequeña excursión a Manilva pueblo de la que hablaré a continuación, de esa urbanización con piscina y de ese trozo de playa no salimos en los dos días, pero una vez más yo me aproveché de mi condición de corredor aficionado y pude explorar corriendo un tramo de unos cuatro kilómetros en total. Gracias a eso vi que no muy lejos de donde estábamos el litoral se ajusta más a lo que uno tiene en mente cuando habla de la Costa del Sol, pero no se puede negar que ese kilómetro y medio en el que está enclavado Aldea Beach es muy agradable.

Por otro lado, para no quedarme a medias, para mí era preceptivo conocer el pueblo de Manilva. En la Costa del Sol hay municipios cuyas principales poblaciones están al borde del Mediterráneo (Estepona, Fuengirola o Marbella, por ejemplo) y hay otros que tienen la capital varios kilómetros tierra adentro. En los primeros el casco histórico ha quedado rodeado por completo por los alojamientos vacacionales, pero en los segundos, en cambio, los asentamientos conservan un cierto aire rústico al estar alejados de las infraestructuras turísticas, con la cosa de que la Costa del Sol, como he dicho, se escarpa a pocos kilómetros del mar, por lo que estas poblaciones mantienen un aire típicamente andaluz gracias a sus casas encaladas que suben por las laderas. Manilva es así.


Desde el mar hasta el pueblo de Manilva hay apenas tres kilómetros, pero una vez que se aleja uno de las primeras líneas de playa el entorno cambia radicalmente.


Lo cierto es que Manilva es un pueblo muy bonito en el que además se nota que hay dinero para invertir en su mantenimiento, ya que es el típico lugar en el que todo está limpio, repintado, reparado y homogéneo. Ni siquiera los adosados modernos que rodean la zona más antigua rompen la armonía. Nosotros dejamos el coche en la Calle Pedreta, que es la que se abre, en dirección noreste, al maravilloso paisaje que se ve en la foto inmediatamente superior. Después recorrimos gran parte de la principal calle manilveña, que recibe varios nombres (Calle Jimena, Calle Mar y Calle Dóctor Álvarez Leiva) y que en realidad no está céntrica, sino que corre paralela a Pedreta, en ese sector noroeste del conjunto urbano. Mirando el mapa se comprende que esa arteria ejercía de travesía en el pasado, ya que da directamente a la A-377 por el sureste y enfila la salida del pueblo por el otro lado. Ahora se ha hecho una circunvalación y la travesía ha pasado a ser una agradable calle.



En esa vía está el edificio del Ayuntamiento y en ella se ven detalles como la Fuente de la Plaza de Manilva, que se inauguró en 1961 (no es muy antigua, por tanto), pero que ejerce de centro neurálgico del pueblo.



Al resto de la población, que se extiende hacia el sureste, solo me asomé. Su aspecto, en general, es atractivo, ya que todo es blanco y está cuidado. Con un rápido vistazo comprobé que la capital municipal de Manilva, que cuenta apenas con 2.600 habitantes, parece vivir ajena al bullicio de la costa, es decir, se beneficia del dinero que deja el turismo, pero no sufre su parte negativa.


En definitiva, Manilva me gustó más de lo que hubiera esperado. Gracias a esta visita mi percepción de lo que es la Costa del Sol ahora es más certera.



Reto Viajero MUNICIPIOS DE ANDALUCÍA
Visitado MANILVA.
% de Municipios ya visitados en la Provincia de Málaga: 16'5%.
% de Municipios de Andalucía ya visitados: 20'4%.


21 de agosto de 2019

JARANDILLA DE LA VERA 2019 (VISITA DE AGOSTO)

Este año por mi cumpleaños María me regaló una noche de hotel. En concreto, reservó una habitación cuadruple para toda la familia y me dijo que la íbamos a disfrutar en el viaje de vuelta de Llanes a Sevilla, pero en principio no me contó ni siquiera en que población estaba el alojamiento. Luego ya sí me tuvo que decir el lugar donde se encontraba el mismo, pero no supe nada más hasta que no llegué allí. Al final, el elegido para la sorpresa resultó ser el Hotel Ruta Imperial, que está en Jarandilla de la Vera.


Jarandilla de la Vera es un municipio de la provincia de Cáceres que tiene unos 3.100 habitantes y que pertenece a La Vera, una comarca famosa, en primer lugar por el pimentón que se produce allí, que es quizás el más afamado que existe, pero también porque en ella está el monasterio al que Carlos I se retiró tras abdicar en 1556 y en el que murió dos años después. En realidad, yo también sabía que la zona tiene rincones naturales que están eclipsados por los del Valle del Jerte, con el que colinda por el norte, pero que son igualmente atractivos. Esto no lo he podido confirmar, porque no tuvimos tiempo de explorar el entorno, pero al menos sí vi bien Jarandilla, que es uno de los pueblos que está en mi lista de imprescindibles (esta vez no planeé yo el viaje, por lo que el hecho de acabar allí fue pura chiripa).

Llegados a este punto, tengo que decir que a pesar de la entrañable jornada que pasé, Jarandilla de la Vera me decepcionó un poco. En parte es culpa mía, porque me confundí y tenía unas expectativas demasiado altas. En efecto, como he dicho Jarandilla se encuentra en la lista de pueblos que quiero visitar sin falta en España, pero en realidad está porque en la fuente que yo usé para confeccionar el listado se generaliza con la comarca de La Vera, de manera que aparecen muchas de sus poblaciones destacadas de manera individual, pero solo por pequeños detalles. Juntando todos los rincones de todos los pueblos se puede decir que realmente la zona merece ser visitada, pero los mismos de manera independiente parece que no tienen más que un par de sitios concretos de interés cada uno. Cuando conozca los demás podré decir si esta impresión es verdadera o no. De momento, lo que sí se ya seguro es que Jarandilla solo tiene dos lugares destacados, el Castillo de los Condes de Oropesa, el cual no vi, y la Plaza de la Constitución y sus alrededores más inmediatos, que sin ser nada del otro mundo sí ofrecen algunas perspectivas bonitas.


En la Plaza de la Constitución se encuentra la Iglesia de Nuestra Señora de la Torre, que está un poco en alto y se puede bordear por detrás. Desde su parte trasera se observa una bella panorámica del campo y desde su lateral se verían bonitas vistas del pueblo si no fuera por el horroroso edificio de tres plantas que le han construido al lado y que se carga el panorama.


De igual modo, la visión desde lo lejos de la propia Iglesia y de los tejados de las casas es pintoresca, o lo sería, mejor dicho, si en medio no volviera a haber un feo edificio, en este caso abandonado a medio terminar.


El hecho de que en Jarandilla de la Vera haya un Parador de Turismo, ubicado en el Castillo que he mencionado, también me despistó y me hizo pensar que la población valía más. Con respecto a todo el resto del casco histórico que rodea la Plaza de la Constitución, la verdad es que está en gran parte reformado sin gracia o en un estado bastante descuidado.


Así, todas las callejuelas que destacan por su sinuoso trazado y que deberían ofrecer bonitas panorámicas están llenas de casas en mal estado, solares, fachadas que necesitan una mano de pintura desde hace lustros, rejas y puertas desgastadas, cables por doquier sin disimular... También hay otras edificaciones que están en buen estado, pero la mayoría de ellas no cuidan la homogeneidad estética (ni la estética a secas) y tampoco ayudan precisamente a que destaque la población. En ese contexto, es imposible que brillen las pocas construcciones que conservan un aire histórico, a pesar de que se ve que se intentó mejorar la cosa empedrando el suelo.


Esto que comento sucede, por ejemplo, con la llamada Casa de Muñecas, un inmueble que albergaba un burdel que se creó a raíz de la llegada de Carlos I a La Vera para que su séquito pudiera aliviar las calenturas. El mismo no se puede ver por dentro, lo que ya de por sí es una pena, pero por fuera sí está bien conservado y mantiene la fachada de color añil que le distinguía intencionadamente del resto de las edificaciones.


Por desgracia, las construcciones que la rodean impiden que la casa pueda ser puesta en contexto y pierde así parte de su atractivo.

En definitiva, es una lástima que no se haya mantenido la armonía general, porque Jarandilla tuvo su momento de gloria en el siglo XVI cuando Carlos I, cansado ya de dirigir el que, en aquella época, era el imperio más importante del mundo occidental, abdicó y decidió retirarse a la comarca de La Vera, un lugar que le habían dicho que era lo que iba buscando. Lo que sucede es que, pese a lo que pueda parecer cuando se dice que se estableció en el Monasterio de Yuste, la realidad es que el emperador no se instaló en una fría celda cualquiera del cenobio, sino que se hizo construir una casa-palacio anexa. El caso es que cuando él llegó a La Vera aún no estaba la residencia a punto, por lo que tuvo que estar dos meses y medio alojado en el Castillo de los Condes de Oropesa. Eso da muestras de que el pueblo tiene un pasado reseñable que se remonta al menos a los inicios de la Edad Moderna. De hecho, como vestigios de aquella época hay varias casonas destacadas repartidas por sus calles, aunque cueste aislarlas del gastado entorno, y también el trazado urbano recuerda al de una población de origen moderno.

Aparte de la Plaza de la Constitución, el rincón más hermoso del pueblo está en la Calle Machín, en la que hay una casona que hace esquina con la Calle Santa Ana y que tiene un bonito arco.


Al final de la Calle Machín, justo en el punto donde confluye con la Calle Ancha, también es interesante la Picota, la columna de piedra donde se cumplía la justicia en la Edad Media. Allí se azotaba a los delincuentes, se exponía a vergüenza pública a los reos y se exhibían los restos de los ajusticiados.


Y poco más. Si en las calles del centro del pueblo no se ha cuidado demasiado la estética, en la parte periférica, la de la travesía, no es de esperar algo diferente, aunque esto es más normal.


También tuve la oportunidad de conocer la parte que está al este de la población, ya que nuestro alojamiento estaba enclavado precisamente en el extremo del casco urbano por ese lado. Gracias a su ubicación, la zona de la piscina del hotel se abría al precioso paisaje de La Vera, mientras que la entrada del mismo daba a una urbanización residencial de aspecto amable.


Como se puede apreciar en las fotos que siguen, la estancia en el hotel fue un perfecto regalo de cumpleaños. Para empezar, los jardines y la piscina eran una maravilla (tanto que en ellos se celebran bodas de vez en cuando).


Aparte, el interior del hotel también me gustó mucho, este fue inaugurado en 2003 y en él han logrado un buen equilibrio entre lo rústico y lo actual. Nosotros dormimos en un duplex en cuyo baño empezó a oler un poco a tabaco cuando usamos la ducha y se llenó la estancia de vapor caliente, ese tufillo hubiera enturbiado nuestra experiencia de haber persistido, pero la verdad es que no perdimos la calma ni dijimos nada en ese momento, nos fuimos a la piscina y al volver ya no había ni rastro del olor. Esta fue la única pega del alojamiento.

Hay que decir que en esta ocasión el hotel lo vivimos con intensidad, porque llegamos justo después de comer, a eso de las 16 horas, y no salimos de allí hasta las 21'15. Yo, que soy culo de mal asiento, no suelo llevar bien lo de estar tanto tiempo metido en un recinto hotelero, pero en este caso tocaba echar una buena siesta y disfrutar de la habitación, de su terraza y de la piscina. Se dio además la circunstancia de que María se empezó a encontrar regular tras el almuerzo y eso hizo que fuera pertinente no movernos demasiado. Gracias a la tranquilidad de la tarde sus molestias se mantuvieron bastante a raya.

En cualquier caso, no teníamos más remedio que salir a cenar y eso hizo que empezáramos nuestro rato outdoors en el pueblo ya casi de noche, dado que hasta entonces solo habíamos estado comiendo en un restaurante en el que aparcamos en la puerta y en el hotel. A la hora de la cena sí fuimos andando hasta el centro y tomé contacto con la zona histórica, pero oscureció pronto y, además, María no estaba para muchas fiestas, por lo que exploramos poco. Yo no quería irme solo con ese somero barniz, por lo que me levanté temprano al día siguiente y, ya de día, me fui a dar una buena caminata antes del desayuno. Gracias a eso vi como Jarandilla iba despertando del sueño nocturno y me hice una idea algo más ajustada de lo que ofrece. Mereció la pena.

Con respecto a las comidas, almorzamos en un restaurante y cenamos en otro. El primero, la Casa de Comidas El Labrador, me sorprendió gratamente y fue una toma de contacto sensacional con Jarandilla de la Vera. Dada el hambre que teníamos fuimos directamente a comer cuando llegamos al pueblo, y elegimos este restaurante por su situación, ya que se encuentra en la travesía. Esto hace que su lado de fuera no sea especialmente llamativo, pero luego resultó que el comedor tenía un amplio ventanal abierto al campo que nos gustó mucho.


El restaurante, además, mezcla de manera bastante armoniosa la buena comida sin especiales florituras con un cierto aire de modernidad en la decoración, la verdad es que todo estaba puesto con mucho detalle y eso se agradece. Ana, María y yo nos tomamos cada uno un menú por doce euros y todos coincidimos en que la calidad-precio del mismo estuvo muy bien (Julia se pidió un plato de salmorejo y también se quedó satisfecha).

Por la noche, sin embargo, no tuvimos tanta suerte, ya que acabamos en el Restaurante Puta Parió II, atraídos más por su preciosa terraza que por su extraño nombre. En efecto, este restaurante, sito en la Calle Francisco Pizarro, está en una de las casonas históricas que salpican las calles de Jarandilla, en concreto en una del siglo XV en la que se alojó Luis de Quijada, mayordomo de Carlos I, durante las semanas en las que el rey estuvo instalado en el Castillo.


Esta casa está junto a otra donde hace décadas estuvo La Cueva de Puta Parió, el restaurante antecesor del que nosotros conocimos. Hoy día el nombre del antiguo negocio sigue estando escrito con piedras sobre las cerradas puertas y ventanas de ese inmueble, pero los hijos del dueño original del restaurante decidieron trasladarlo a la casa contigua y por eso este ahora se llama Puta Parió II. Aparte, enfrente hay otra edificación más humilde, pero también bien conservada, que tiene a su espalda un amplio patio que pertenece también al restaurante, al que llaman El Parralejo de Puta Parió (la foto de abajo la hice por la mañana y el portón de madera que da acceso al patio y que está bajo el cartel estaba cerrado).


Al asomarnos a esta terraza observamos que había gente en casi todas las mesas, que no eran pocas, pero aún así vimos que había una libre al fondo y nos indicaron que podíamos sentarnos en ella. Fue una pena, porque el lugar era muy agradable, pero fueron extremadamente lentos en todo, nosotros no teníamos prisa, pero cuando empiezas a ver que cada pequeño avance se convierte en una odisea de diez minutos (pedir la carta, que te tomen la comanda, que te traigan las bebidas, que empiecen a salir los platos a trancas y barrancas,...) al final uno se desespera un poco. La comida, por otro lado, no estuvo a la altura de la del mediodía, por lo que no fue una cena para recordar.

En definitiva, desde el punto de vista familiar la experiencia fue bonita, todos juntos disfrutamos del hotel y del resto de la jornada. Además, me encantó el paseo matutino que me di por Jarandilla. Sin embargo, el pueblo me desilusionó un poco, la visita vespertina se nos quedó un poco corta y la cena no salió del todo bien. Por fortuna a La Vera volveré seguro, por lo que espero tener la ocasión de darle a Jarandilla de la Vera otra oportunidad.



Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado JARANDILLA DE LA VERA.
% de Poblaciones Esenciales ya visitadas en Cáceres: 37'5%.
% de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 34'7%.


16 de agosto de 2019

LLANES 2019

Tres posts le he dedicado a Llanes antes de este y empiezo a tener ya peinada del todo la capital del concejo. En ellos he hablado también de otras poblaciones que están dispersas por su término municipal. Con respecto al casco urbano llanisco, no obstante, aún me quedaban por visitar algunos lugares y este año me propuse liquidar al 100% lo que me restaba por hacer, cosa que prácticamente he hecho. Sin embargo, la mayor de todas las cuentas pendientes, que era coronar el Picu Castiellu, no estaba relacionada con el pueblo de Llanes, sino con La Galguera, la aldea donde mis padres tienen la casa. Poder saldar esa cuenta es lo que más ilusión me ha hecho de mi estancia asturiana de este verano.

En agosto de 2017 en el post sobre Llanes ya conté como María y yo habíamos intentado por dos veces alcanzar la cúspide del Picu Castiellu, un impresionante macizo de roca que emerge con claridad del extremo este de la Sierra del Cuera. Este picacho queda justo delante de la casa de mis padres, de hecho La Galguera al completo está a los pies de la montaña, siempre había querido llegar a su cima y por ello año tras año ha repiqueteado en mi mente el famoso "porque está ahí" que George Mallory esgrimió como razón para querer escalar el Everest cuando le preguntaron por qué se empeñaba en hacerlo. El sentimiento que se esconde detrás de la simpleza de esa respuesta lo he sentido yo desde hace tiempo, a mi ínfima escala, al ver cada día asomar el Picu entre las brumas de la mañana.


Cada día veía que la mole de roca seguía ahí y cada día me entraban ganas de subir nada más que por eso. Hace dos años María y yo nos quedamos muy cerca, pero no llegamos arriba y sentía que no iba a ser fácil para mí volver a encontrar el momento de aventurarme, entre otras cosas porque me daba la impresión de que en nuestros dos intentos fallidos no habíamos ascendido por el mejor camino, sino por uno bastante arduo, y yo no tenía ni idea de por donde estaba la verdadera ruta de subida. 

En esas estaba cuando este año, charlando con Ángel, un vecino de mis padres con el que me llevo muy bien, este me contó de pasada que un par de días después iba a subir al Picu con dos huéspedes de su hermano, que tiene una casa rural allí en La Galguera. Ángel nació y ha vivido toda su vida en la aldea, por lo que se conoce de sobra todos y cada uno de los caminos que la rodean. Además, pese a tener más de 50 tacos está en una forma física alucinante. Era mi oportunidad de coronar el Picu, por lo que me uní a la expedición sin dudarlo.


Ni que decir tiene que esta vez hollé la cima. Las diferencias con los intentos anteriores fueron grandes: para empezar, salimos a las 8 de la mañana, bien temprano. Además, caminamos primero hasta San Roque del Acebal, la aldea vecina, y desde allí empezamos la ascensión. Eso supuso dar un rodeo, pero también implicó que fuimos para arriba por un camino mucho más tendido y progresivo que el que empleamos María y yo en 2017. Nosotros recorrimos una ruta mucho más directa y acabamos subiendo campo a través por una zona indudablemente más empinada y dura (seguimos la línea que está a la izquierda en la foto inferior. Por contra, este año ascendimos por donde está la flecha, y seguimos la línea de la derecha, por un camino de cabras mucho menos agreste).




La tercera diferencia fue que ninguno de los cuatro que íbamos dimos muestras de debilidad a pesar del ritmo vivo. María en 2017 subió muy bien, pero a la hora de encarar el último tramo estaba ya bastante cansada y había perdido reflejos, circunstancia que nos convenció de que era mejor regresar (también se nos hizo tarde y además estaba a punto de ponerse a llover, todo hay que decirlo). Nada de esto ocurrió esta vez, por lo que logramos nuestro objetivo y pisamos la cumbre del Picu, que está a 385 metros.


En esta ocasión también pasamos antes por lo alto de la montaña que tiene al lado, que realmente está más alta (se encuentra a 417 metros, hasta allí llegamos hace dos años) e incluso por otra anterior que está a 454. Desde esta última fuimos cruzando los collados entre los picos hasta llegar al objetivo.


La parte final resultó ser la más complicadilla, ya que el Picu Castiellu por el lado sur tiene su propio Escalón de Hillary.


Por fortuna, pese a que me estoy yendo un poco de flipado, la pequeña pared de roca que antecede a la cima del Picu se puede bordear (no como el mítico escalón del Everest), y aunque para hacerlo hay que recorrer una tramo donde la pendiente es apañada, en ningún momento hizo falta sacar arneses, cuerdas ni mosquetones, precisamente.

En la cumbre estuvimos unos minutos buscando abajo puntos de referencia. Yo llamé a casa y hablé con Ana, que me dijo que veía unos puntitos de colores moverse en lo alto de la montaña.


Éramos nosotros. La bajada sí la hicimos por una zona mucho más salvaje y empinada, pero bastante más directa (habíamos llegado al pico desde el este y bajamos por el oeste).


En definitiva, la excursión fue una gozada, ir con Ángel fue una garantía de que recorrimos la ruta más cómoda y segura posible, y aparte, la compañía de Julio y de Javi, los dos madrileños que estaban en la casa rural del hermano de Ángel, resultó ser muy grata.

A todo esto, este año hemos estado en La Galguera doce días y, como dije al principio, en ellos me había propuesta saldar las cuentas pendientes que tenía en el casco urbano de Llanes. Estas eran ver por dentro, tanto el Casino, como la Iglesia de Santa María del Conceyu, dos de las edificaciones más importantes del pueblo. Para hacerlo tuve que seguir tácticas bien distintas.

La más normal fue la de la iglesia. Para averiguar la forma de entrar fui a la Oficina de Turismo de Llanes, que por cierto ahora está en la Antigua Lonja de Pescado, un coqueto edificio que al ser restaurado para su nuevo uso ha quedado precioso.



Allí pregunté por los horarios de apertura del templo, me los dijeron, fui una mañana y lo vi por dentro. Todo muy normal.


Menos ortodoxa fue la manera de entrar en el Casino de Llanes. Este edificio es todo un referente en el pueblo y sigue en uso con el mismo fin para el que fue erigido en 1912, es decir, servir de club social. Esto es bueno, pero en realidad complica bastante la visita, porque la entrada solo está permitida a los socios. Los demás no pueden acceder sin colarse, salvo que se celebre algún tipo de acto de entrada libre. Mi plan era ir a alguno de estos, ya que allí se programan algunos conciertos cada verano, la cosa parecía fácil, porque pedí un programa de las actuaciones en la Oficina de Turismo, busqué las que coincidían con los días en los que íbamos a estar en Llanes y encontré dos. La primera quizás hubiera estado mejor, porque era un recital de guitarra clásica, pero no pudimos ir y hubo que echar toda la carne en el asador para la segunda, que resultó ser un concierto lírico.


Dejando a un lado nuestras dudas, al final María y yo decidimos lanzarnos e ir al concierto. Ni que decir tiene que a nivel artístico no le puedo poner ningún pero al recital de Lourdes Martínez y Carlos de Maqua (los dos tenían unas voces impresionantes). Igualmente, Rosa Goitia al piano demostró un talento tremendo. En problema en este caso era yo, lo reconozco, me encanta la música, a diario necesito mi dosis, pero lo que escucho es Heavy y Rock, cierto es que a mi edad me he abierto ya a todas las vertientes que ofrecen estos géneros (puedo escuchar a Pantera, pero no le hago ascos a estas alturas a The Beatles, por ejemplo, como cuando era un adolescente e iba de duro). Pese a esto, lo de la música operística me supera, en directo me resulta agradable un rato, lo mismo que me gusta mirar un buen cuadro, pero no sirvo para estar más de una hora escuchando ópera en una habitación cerrada y sin escenificación (fui a la Arena de Verona hace años, pero eso es otra cosa). María está más o menos en el mismo punto que yo.


A pesar de todo, a mí me mereció la pena ir al concierto, el edificio indiano de inspiración modernista es espectacular y verlo en uso realzó su interés (su belleza es un poco decadente, también hay que decirlo, pese a que está muy mantenido flota en el ambiente un ligero aroma a humedad y su recargada decoración invita a ver música de otros siglos, todo tiene allí un aire muy antiguo).


Además, para acabar de meternos en faena al sentarnos pude comprobar que allí la edad media del público sobrepasaba los 60 años. María y yo éramos claramente la nota discordante, pero aún así, allí estábamos. La primera mitad del concierto la vimos sin pestañear, luego hubo un descanso y ahí tengo que reconocer que fuimos débiles y nos fuimos. Lo de pirarse antes del final de un espectáculo no mola nada, me sentí un poco macarra, pero es verdad que lo que habíamos ido a hacer allí ya estaba hecho. Ver más ópera tampoco pegaba y, gracias a que el aforo se había cubierto (lo cual fue para mí una alegría, dicho sea de paso), nos pudimos ir a la francesa aprovechando el revuelo del intermedio sin que mi conciencia sufriera más de lo permisible. Fue todo un poco surrealista y por eso me divertí tanto.

Más allá de las visitas, durante los días vacacionales fueron varios los paseos que nos dimos por el pueblo. Muchos fueron para hacer mandaos, cuando veraneamos en Llanes siempre estamos relajados y eso provoca que hacer cosas como ir a la farmacia o al supermercado no resulte pesado, sino que sea la excusa perfecta para dar una vuelta.


Sin embargo, con independencia de esos paseos hubo dos que estuvieron destinados específicamente a disfrutar de los encantos de Llanes. En el primero recorrimos parte del Paseo de San Pedro, desde donde era impresionante la visión del Picu Castiellu a lo lejos, bajo la capa de nubes que habitualmente se le pone encima.


Tras bajar del Paseo de San Pedro y alcanzar la Muralla Medieval fuimos bordeando la línea de costa hasta que llegamos al Puerto, donde recorrimos el espigón hasta el fondo. No hacía esto desde 1997. Gracias a eso vimos Los Cubos de la Memoria desde cerca (algunos están bastante desgastados ya), en 1997 no estaban (la obra es de 2001), por lo que esta ha sido la primera vez que los he visto a un metro.



El segundo día de paseo, una semana después, vimos la Iglesia y después disfrutamos de un mercadillo que ponen a su alrededor, en el que se puede comprar desde bisutería y marroquinería a productos alimenticios de la tierra, pasando por camisetas y juguetes. De allí salimos con dos riñoneras, una para Ana y otra para Julia, y con unos pendientes para María, así como con un par de quesos. Estaba asumido, los mercadillos en mi familia tienen bastante éxito.


En cualquier caso, lo del mercadillo nos llevó a la zona más pintoresca de Llanes, que queda al sur de la Iglesia de Santa María del Conceyu y de la contigua Plaza de Cristo Rey.

El día del primer paseo me pareció que Llanes estaba más tranquila que otros años en las mismas fechas, realmente vimos algunos lugares con menos gente de lo normal, como por ejemplo la Plaza de Santa Ana.


Sin embargo, esa sensación fue un espejismo, como pude comprobar en los días sucesivos. La realidad es que por las calles del pueblo había gente a cascoporro, y la zona más céntrica estaba tan transitada como de costumbre en verano, sobre todo la Calle Mayor.


No obstante, hubo jornadas lluviosas y en ellas la gente suele esconderse un poco, por lo que se pueden sacar fotos como la de la Plaza de Parres Sobrino que pongo a continuación.


Si uno pasa una semana en agosto en el oriente asturiano no es raro que le caiga algún chaparrón de los buenos.


Como he dicho, en Llanes capital pocas son las cosas que me quedan por ver, pero el concejo está salpicado de multitud de pequeños pueblos, muchos de los cuales no conozco. Este año he ido por primera vez a dos de ellos: Celorio y Naves.

A Celorio fui dos días, se trata de una población eminentemente vacacional, lo que marca su fisonomía (hay bastantes pisos de dos, tres y hasta cuatro plantas). Cerca de la carretera LL-9 el asentamiento tiene su zona original (en la primera foto inferior), pero el mismo se ha extendido hacia las dos magníficas playas que tiene al fondo y en todo ese espacio sí se han construido bastantes casas que tienen más vida en verano.



Al final, junto a las playas hay un pequeño Paseo Marítimo que refuerza la sensación de que Celorio es un núcleo turístico veraniego, aunque en general no deja de ser un lugar espacioso y agradable.


Nosotros acabamos allí porque María, Ana y Julia han estado este año apuntadas a clases de surf. Yo soy de secano y opté por ir solo de acompañante (estar tres horas mojado en el Mar Cantábrico no es lo mio, ni siquiera con neopreno). La primera clase fue en la Playa de los Curas y la tercera en la de Palombina, y por eso fuimos a Celorio.


Entre la Playa de Palombina y la Playa de los Curas hay otra, denominada Playa de las Cámaras. Las tres quedan unidas cuando la marea está baja, pero se individualizan bastante cuando sube.

La segunda clase fue en la Playa de Portiellu, que es mucho más agreste (para enseñar surf las escuelas buscan las horas y los enclaves más idóneos cada día).

Lo de Naves fue diferente, porque no está en el lado de la costa, sino algo hacia el interior. Allí las playas no son lo importante, aunque muy cerca está la de Gulpiyuri, pero esa parte del litoral llanisco está llena de acantilados. En Naves, por tanto, lo que destaca es el propio pueblo, de hecho en la carretera de entrada ya te cuentan que fue elegido Pueblo más Bonito de Asturias en 1961 (es lo que pone en el cartel de la derecha en la foto inmediatamente inferior).



Nosotros a Naves fuimos a comer, esa es siempre la excusa perfecta para dar una vuelta por los pueblos y conocerlos bien. En concreto, comimos el día de mi cumpleaños en la Sidrería Cabañón, uno de los mejores restaurantes de la zona.

Lo bueno de este restaurante es que en él la comida está muy buena, además de que está montado en un edificio muy pintoresco. Por otro lado, al estar en el meollo de Naves dar un paseo tras la comilona de turno para ver la población es muy fácil.



Aparte, por circunstancias he estado también en Posada tomando café y he dado buenos paseos por Niembro, Barro y San Roque del Acebal. Esta última localidad está al lado de La Galguera, yo todos los años paso por ella corriendo varias veces, pero no siempre vamos allí en plan más calmado. Este verano, sin embargo, la atravesé cuando subimos al Picu Castiellu y vi que han seguido arreglándola, la verdad es que desde que fui por primera vez no han dejado de ponerla bonita. Por eso otro día volví con María. Destacan en San Roque, por ejemplo, sus dos lavaderos, el de Covielles (en la foto inferior) y el de L'Acebal (más abajo).



El primer lavadero es el que queda más cerca de La Galguera y he podido ver su evolución en la última década. En origen el núcleo en el que está se llamaba Covielles, mientras que el otro está en el antiguo L'Acebal. En 1891 entre ambos había desaparecido la separación física y desde entonces forman el pueblo de San Roque del Acebal, que en la actualidad cuenta incluso con una pequeña zona industrial con 21 empresas. Como he dicho, paso por él corriendo a menudo cada verano, por lo que le tengo un cariño especial.

Por Barro y por Niembro también dimos un buen paseo María y yo un día, ya que entre medias de estas dos poblaciones, que están cerca del mar, se extiende la Ría de Barro (o de Niembro, según la fuente que se consulte), formada por la desembocadura del Río Calabres.



El cementerio que da a esa ría es muy fotogénico visto desde las cercanías de Barro, y tras visitarlo merece la pena seguir bordeando la ensenada y llegar a la zona donde la misma va a dar al Cantábrico. Ese entrante del mar en la tierra es realmente una ría, porque en ella desemboca el mencionado Río Calabres, pero este es tan pequeño y el entrante de agua marina es tan grande, que también puede ser considerado una simple ensenada independiente del cauce de agua.



La zona de la salida al mar está más cerca de Niembro, un núcleo de casas residenciales sin demasiada historia, pero que es la puerta de acceso a dos de las playas más bonitas del concejo, la de Torimbia y la de Toranda o Niembro. A esta última iba bastante con mis padres en el pasado.



Hacía tiempo que no visitaba la Playa de Niembro, lo cierto es que su acceso sigue siendo un coñazo, pero el rincón no ha perdido su encanto y en ella sigue habiendo un chiringuito, el Bar La Arena, en el que esta vez no perdonamos un buen botellín.


Hablando de playas, este año cuando estuve en Conil hice un recuento de todas las de la provincia de Cádiz que conozco y tenía en mente hacer lo propio con las playas del concejo de Llanes. En realidad, me gustaría hacer un cómputo de todos los arenales que tiene el Principado como hice con Cádiz. Sin embargo, llevar a cabo ese inventario en los 334 kilómetros de costa que tiene Asturias es una tarea titánica que habrá que ir haciendo poco a poco, dado que esta es la quinta provincia de España con más litoral (en la Península solo la supera La Coruña), y que además cuenta con infinidad de pequeñas calas que hacen que sea más recomendable dividir el trabajo por concejos (son 20 los que en Asturias tienen salida al mar). En el caso de Llanes, que es el que mejor conozco, en su término están 48 de los 334 kilómetros de costa asturiana, lo que lo convierten en el municipio con el litoral más extenso. Consultando diversas fuentes, en él he contado un total de 53 playas, aunque el Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente solo identifica 38 en su Guía de Playas. Es confuso, porque hay pequeñas calas que con la marea baja se unen a otras, o que incluso desaparecen con la marea alta. De hecho, entre esas 38 playas del listado del Ministerio hay una que me parece inverosímil que esté incluida, ya que la he visto desde arriba y es inaccesible, tanto por tierra, como casi por mar (está al pie de un acantilado), por no hablar de que no es más que un pequeño entrante lleno de rocas. En cualquier caso, yo voy a considerar que hay un total de 53 playas, lo que incluye a las 38 de la lista del Ministerio (incluida la del acantilado), más otras quince calas que el organismo oficial no ha tenido en consideración por su reducido tamaño, pero que son accesibles y se pueden usar para el baño. De esas 53 playas, yo conocía antes de estas vacaciones once, y en este blog ya había mencionado siete de ellas. Ahora en el presente post he nombrado también la de Toranda y, de pasada, la de Gulpiyuri, así como la de los Curas, la de Palombina, la de las Cámaras y la de Portiellu, que son las cuatro que se han sumado a la lista este mes de agosto. Además, también hemos estado en la Playa de San Antolín y en su chiringuito, como en años anteriores.

La foto inferior muestra la Playa de los Curas (igualmente llamada de los Frailes). La Playa de las Cámaras y la Playa de Palombina estarían al otro lado del saliente que se ve a la izquierda, sobre la misma arena. La de Palombina es la de la segunda foto.



Para cerrar este largo post voy a escribir sobre los bares y restaurantes donde hemos comido, que es algo que siempre he hecho en los post sobre Llanes.

Dejando a un lado los lugares adonde vamos cada año y que ya han sido mencionados en el pasado (la Sidrería La Casona, el Café Bitácora y el Restaurante El Sucón, por ejemplo), en 2019 hemos regresado también a la Heladería Revuelta, que es un sitio de referencia en el pueblo al que solo voy a veces. Este verano sí hemos logrado sacar el hueco para dejarnos caer por allí, aunque en esta heladería la especialidad son los helados artesanos y yo me pedí yogur helado, por lo que fui infiel a la tradición.


Aparte, bastantes párrafos más arriba he hablado del Casino de Llanes, pero no he contado que el mismo tiene un bar y que también estuvimos en él.


El Bar Casino es un sitio tan curioso como el propio edificio. Su patio delantero da a la Calle Castillo, por lo que está muy bien situado, pero la puerta propiamente dicha del bar no se ve desde la calle y yo nunca había traspasado la verja exterior. El día del concierto antes de su inicio nos tomamos allí una cerveza y pude ver que aquello se asemeja más un negocio clandestino que a otra cosa, dado que al entrar parece que tras la pequeña terraza con mesas no hay nada. Sin embargo, al ir hasta el fondo se pasa por una estrecha abertura entre el muro del Casino y la pared de la casa contigua, y desde allí ya se ve la puerta del local. Dentro el ambiente está lejos de ser siniestro, si en el recital de música la edad media era de 60 años, en el bar debía rondar los 80. Realmente aquello es una tasca en toda regla (también conecta por dentro con las dependencias del Casino). Era un lugar que quería conocer y ya lo he hecho.

Siguiendo con los descubrimientos, de la Sidrería Cabañon ya he hablado y el otro restaurante que hemos visitado por primera vez ha sido la Sidrería El Pescador, que está en pleno centro de Llanes.


Este restaurante prometía, está en la Calle Manuel Cué, que va del fondo del Puerto a la Calle Mayor y es una de las más pintorescas de Llanes. Aparte, en el callejón sin salida que tiene en su lateral (arriba, en la foto de la derecha) tiene unas mesas en las que se puede comer ajeno al bullicio. El caso es que decidimos buscar restaurante a la antigua usanza, sin tirar de la información de Internet, y lo elegimos por ese tipo de detalles. Quizás debió hacernos sospechar el hecho de que era el negocio, de todos los que estaban alrededor, que menos bulla tenía, estaba casi hasta los topes, pero los demás tenían cola y ese no. Nosotros vimos que no había gente esperando y que se había quedado una agradable mesa libre en el callejón, así que nos sentamos... y al final la experiencia no fue buena. Tampoco fue un desastre, la verdad es que si me hubieran dado de comer así en un bar de carretera me hubiera ido satisfecho, pero en Llanes y a ese precio me esperaba otra cosa. La camarera, además, fue de esas a las que en vez de darle las gracias dan ganas de pedirle perdón. Es indudable que no estaba a gusto en el trabajo y aunque intentaba no pagarlo con la clientela, daba la sensación de que tenía ganas de estrangular a alguien. En vista del éxito, por la noche me metí por curiosidad en Tripadvisor a ver como estaba valorado el restaurante y no di crédito: en Llanes hay registrados en esta web un total de 178 negocios de restauración y El Pescador está en el puesto... 177. Menuda puntería tuvimos. Solo tiene 2 puntos de 5 y cuenta con 188 valoraciones, por lo que no se trata de que la competencia le haya hecho un par de críticas malas para putear (90 personas lo han valorado como un lugar pésimo...). Por establecer una referencia, la Sidrería Cabañon está en el puesto 21 y El Sucón en el 22. Por otro lado, en Google le dan una media de 2'9 puntos sobre 5. Aquí al menos saca un aprobado raspado, que yo creo que es lo que se merece (tampoco está tan mal).

En definitiva, este año pasamos doce días en Llanes y no dejamos de aprovecharlos para ver cosas nuevas, pero tampoco nos privamos de volver a los sitios que más nos gustan. En 2020 más...


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado LLANES.
En 1997 (primera visita), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en Asturias: 13'3% (hoy día 60%).
En 1997 (primera visita), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 11'8% (hoy día 34'4%).