13 de noviembre de 2017

SANTUARIO DE NTRA. SRA. DEL ROCÍO 2017

Lo primero que me sorprendió del Santuario de Nuestra Señora del Rocío cuando entré en él fue su reducido tamaño. He visto varias veces las imágenes del Salto de la Reja y siempre me había dado la impresión de que la multitud que lo protagoniza se agolpaba en un espacio bastante más grande de lo que es realmente (cada año, el Lunes de Pentecostés, cuando el simpecado de la Hermandad Matriz del Rocío de Almonte entra en la ermita y llega al presbiterio de la misma, los almonteños sacan a la Virgen en procesión. Todos quieren hacerlo y, por tanto, se apiñan junto a la reja que protege la imagen, esperando al momento en que esté permitido llegar hasta esta y coger sitio para sacarla a realizar su recorrido. Cuando, por fin, el simpecado entra en la ermita, todos los que han estado esperando se lanzan a saltar la reja para intentar llegar los primeros hasta el paso de la Virgen y se produce el Salto de la Reja, que es todo un espectáculo. Desde 2012 parece que se está regulando un poco el proceso, porque la cosa se estaba desmadrando). Como digo, al ver las imágenes en la televisión y en Internet me había parecido que el espacio donde se amontona la gente dentro del Santuario de Nuestra Señora del Rocío es más amplio, pero en 2010, cuando fui por primera vez a verlo a El Rocío ya me llevé la sorpresa de que no lo es tanto. El pasado domingo, al entrar por segunda vez, me volvió a pasar lo mismo.


Aparte del tamaño, en esta ocasión también sorprendió que el interior de la ermita, a excepción del altar mayor, destaca por ser un lugar bastante sobrio. Me esperaba un templo más recargado, pero sus paredes y techos están pintados de blanco y apenas tienen ornamentos.



El altar mayor, por contra, es tremendamente barroco y sí está recubierto de oro de arriba a abajo. En su centro se conserva la pequeña talla de la Virgen del Rocío, que cuenta la leyenda que fue encontrada por un cazador en la Edad Media.


El edificio no es tan antiguo como pudiera parecer, ya que data de 1969. La ermita original se levantó en el siglo XIII y fue destruida por el terremoto de Lisboa de 1755. Tras ese hecho se construyó otra, pero a mediados del siglo XX, por la dimensión que estaba alcanzando la romería que acaba en el Santuario, se decidió tirarlo abajo y construir uno nuevo que fue proyectado por los arquitectos Antonio Delgado Roig y Pedro Balbontín Orta, y que fue bendecido el 12 de abril de 1969.


El nuevo Santuario es de estilo regionalista, tiene tres naves y planta de cruz latina, aunque por el norte tiene otros edificios adosados que hacen que por ese lado no se distinga bien el templo. Desde el sur, por contra, se ve muy bonito (por ese lado el espacio es mucho más abierto, por lo que el Santuario se puede contemplar a la perfección).


En cualquier caso, por delante es por donde más destaca, gracias a su original portada con forma de concha (la concha del peregrino).



Cuando se observa la portada desde el lado norte se puede ver una bonita panorámica del templo y de la marisma al fondo.
  

Tampoco el aspecto actual del interior de la ermita es demasiado antiguo: tras la construcción del nuevo edificio quedó pendiente la colocación del retablo, que no estuvo terminado del todo hasta 2006. Hoy día, sin embargo, el Santuario ya está finiquitado, tanto por dentro como por fuera, y es visitado por cientos de miles de personas todos los años. Por lo que a mí respecta, tenía que verlo por la relevancia que tiene en toda la zona de Huelva y el occidente de Sevilla. Las dos veces que he entrado ya me han permitido hacerme una idea general de como es. La próxima vez me fijaré bien en los detalles.



Reto Viajero MARAVILLAS DE ANDALUCÍA
Visitado SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE EL ROCÍO.
En 2010 (primera visita), % de Maravillas de Andalucía visitadas en la Provincia de Huelva: 23'5% (hoy día 29'4%).
En 2010 (primera visita), % de Maravillas de Andalucía visitadas: 26'4% (hoy día 34'7%).


12 de noviembre de 2017

ALMONTE 2017

De las tres poblaciones que conforman el municipio de Almonte ya hablé en un post de Matalascañas en agosto de 2016, la última vez que estuve allí, y me queda por conocer el pueblo de Almonte. En El Rocío, que es la tercera de esas poblaciones, había estado tres veces, la última en septiembre del año pasado (en aquella época ya escribía este blog, pero no hablé de esa excursión porque acabó de una manera un tanto abrupta y pensé que no merecía la pena). El pasado sábado, con motivo del Doñana Trail Marathon, fui por cuarta vez y borré por completo el mal recuerdo de la visita del pasado año, en la que, pese a todo, llegué a estar un buen rato en la Casa Hermandad de la Hermandad del Rocío de Olivares, que da a la Plaza Mayor. Anteriormente, había estado en El Rocío el 1 de enero de 2002, en una fiesta de nochevieja, y en noviembre de 2010, dando un paseo y conociendo la aldea. En la primera ocasión solo la vi de noche y en unas circunstancias muy particulares, así que fue la segunda vez cuando pude hacerme una idea más exacta de lo que es aquello. El pasado sábado, después de la carrera, volví de nuevo a darme una vuelta por las calles de El Rocío, que se parecen muy poco a cualquier otra cosa que yo haya visto.


El Rocío tiene una idiosincrasia única que se refleja en el ambiente que allí se respira, pero también en la particular configuración de sus calles y casas. Para comprender bien por qué es así es necesario echar la vista atrás y hacer un breve repaso de como se ha llegado a formar un lugar tan peculiar.


El origen de la aldea está ligado totalmente al Santuario de Nuestra Señora del Rocío, conocido popularmente como Ermita del Rocío, que tiene un origen medieval. Hasta la segunda mitad del siglo XX, sin embargo, el enclave no destacó especialmente y, pese a que la ermita se volvió a levantar tras ser destruida por el terremoto de Lisboa de 1755, durante varios siglos la misma estuvo aislada en un lugar un tanto inhóspito al borde de las marismas.


A finales del siglo XVIII, no obstante, ya hay noticias de que la romería al Santuario era bastante multitudinaria para la época y de que había generado un núcleo primitivo llamado El Real, que, en principio, solo cumplía funciones festivo-religiosas y también comerciales durante los días de romería. Dicho núcleo estaba compuesto por unas 30 o 40 chozas, muchas deshabitadas la mayor parte del tiempo, cuyos moradores vivían un tanto abandonados y se dedicaban al pastoreo, la caza y la recolección.

La expansión de la aldea fue muy lenta, y aunque a principios del siglo XX las construcciones ya se habían extendido un poco desde la ermita hacia la marisma, a finales de los años 20 El Rocío seguía siendo un pequeño poblado en el que unas cuantas familias vivían de una economía de subsistencia y con los niños sin escolarizar. Sin embargo, en ese momento comenzaron los primeros tímidos intentos por organizar el espacio aldeano: se separó la marisma de la zona habitable y el Ayuntamiento de Almonte concedió 92 solares para levantar viviendas. Poco después, en los años 30, se fomentó y ordenó definitivamente el crecimiento urbano y se dotó al enclave de unos mínimos servicios (una escuela, por ejemplo), pero hasta los años 60 seguía siendo un lugar marginal, salvo en el momento de la romería, que ya reunía a unas 30.000 personas, nada menos.

En esa década, precisamente, el inmovilismo secular de la zona se quebró de manera drástica y todo el territorio al sur de Almonte salió del ostracismo cuando se empezaron a construir urbanizaciones en la costa (en Matalascañas) y en el momento en el que se empezó a valorar el Parque Nacional de Doñana. En ese contexto fue clave la construcción de infraestructuras para acabar con el aislamiento del paraje casi marismeño donde estaba El Rocío. Así, en 1958 se construyó un carril de tierra que iba de Almonte hacia el sur y llegaba hasta el Santuario (en 1965 ya llegaba a la costa), y automáticamente el número de romeros en los días señalados pasó de 30.000 a 60.000. En 1964, además, el suministro eléctrico llegó a la población, se rotularon las calles y se decidió la construcción de una nueva ermita, ya que la popularidad de la romería contrastaba con el tamaño de la pequeña iglesia existente. Las bases para el auténtico despegue de la zona ya estaban puestas (los romeros llegaron al millón en 1980).

Muy importante para ese despegue fue el primer plan urbanístico de la aldea, que hizo que en 1972 se subastaran 665 parcelas distribuidas en 21 nuevas calles, organizadas de manera cuadriculada.


Las casas se proyectaron de acuerdo a las necesidades existentes, lo que hizo que se creara un poblado muy funcional que en ningún momento perdió su sentido como centro de peregrinación, en el cual se sucedían las casas familiares de almonteños que habían comprado parcelas y las casas de las hermandades. Ese carácter es el que se mantiene (en la foto de abajo, la casa de la Hermandad de Nuestra Señora del Rocío de Madrid).


En 1978 se hizo otro nuevo plan y se amplió el casco urbano con otras 21 calles, subastándose otra vez un montón de solares (los almonteños tuvieron preferencia en la subasta, algo que volvió a ser importante para el mantenimiento de la esencia en El Rocío).

A pesar del crecimiento de la aldea, la misma seguía contando con una población fija de apenas unos cientos de personas y estaba medio vacía casi todo el año. Hoy día, sin embargo, los habitantes asentados allí de manera perenne son más de 1.600. Por fortuna, todos los cambios operados en el poblado en las dos últimas décadas del siglo XX no han acabado con su peculiar estilo, caracterizado por las calles arenadas, las plazas muy abiertas, la continuidad paisajística con la naturaleza circundante (no hay casas de más de dos pisos), así como por la baja densidad comercial y hotelera. Es muy llamativo que el rápido crecimiento del pueblo no han modificado su sentido como centro que gira entorno a un santuario y a una romería.

Por ello, El Rocío sigue manteniendo su pintoresca imagen, que parece sacada de una película del Far West: abundan las hileras de casas alineadas en calles arenosas en las que se suceden los elementos para atar caballos y en las que son raros los elementos que regulen el tráfico y el transito de los peatones. Dichas calles están en medio de la naturaleza y, a pesar del aumento poblacional estable, la cantidad de gente que vive en ellas es pequeña en proporción con el número de edificaciones que hay, por lo que aquello debe parecer un desierto humano los días normales (los fines de semana no se nota, pero el ambiente entre semana debe ser raro, porque de las 1750 viviendas de la aldea solo 1/4 están ocupadas todo el año).


El Rocío es, en definitiva, un lugar paradójico, ya que además de esa contraposición entre la tranquilidad habitual y la masificación que experimenta en momentos puntuales, es sede de un tradicionalismo radical que se mezcla a menudo con un ambiente relajado en el que abunda la fiesta y el alcohol. Estas paradojas serán las que acaben definiendo la aldea como un híbrido donde lo local convive con la fama universal, donde lo natural (el espíritu campero y el entorno rural) se funde con la modernidad, donde la devoción casi pagana se codea con la religiosidad más sincera.

En cualquier caso, El Rocío es un destino de peregrinación religiosa, pero también es el lugar donde se articulan e integran algunos de los mas emblemáticos elementos de la tradición cultural andaluza. Por lo visto, eso diferencia a la aldea de otros lugares de peregrinación mariana en Europa, en los que la Iglesia ha modelado la devoción y ha controlado su evolución hacia una masificación diversificada culturalmente. En El Rocío es la comunidad local la que ha mantenido su primacía, por lo que las señas de identidad de la cultura previa y el localismo no han sucumbido al espíritu anónimo de las masas. Los rocieros, hoy día, ya no son una entidad social homogénea y simple, pero mantienen unos rasgos comunes que los identifican de manera inequívoca. El Rocío es, a fin de cuentas, un lugar muy original que merece ser conocido a fondo.

Por todo lo que he tratado de explicar, incluso muchos de los que no tenemos devoción mariana ni tradición cultural rociera vemos El Rocío como un lugar bastante fascinante. Por eso, el sábado pasado, pese a que me había pegado una buena paliza, al acabar el Doñana Trail Marathon me di un agradable paseo por allí con María y las niñas.

En un principio nos movimos por los alrededores de donde estaba colocada la meta de la carrera.


Luego, nos asomamos al Mirador de la Marisma, fuimos hasta la Plaza Doñana y volvimos por la Calle La Romería hasta el entorno del Santuario de Nuestra Señora del Rocío.


En esta ocasión solo nos dimos una breve vuelta y no pudimos vivir desde dentro el ambiente rociero. Ese ambiente no me atrae demasiado de por sí, pero soy consciente de que conocerlo debe ser una experiencia interesante. Quizás la próxima vez...



Reto Viajero MUNICIPIOS DE ANDALUCÍA
Visitado ALMONTE.
En 1994 (primera visita incompleta), % de Municipios ya visitados en la Provincia de Huelva: 2'5% (hoy día 27'8%).
En 1994 (primera visita incompleta), % de Municipios de Andalucía ya visitados: 1'5% (hoy día 19'5%).


9 de noviembre de 2017

DOÑANA TRAIL MARATHON 2017

En 2013, poco después de la celebración de su primera edición, tuve conocimiento de que existía una prueba llamada Doñana Trail Marathon, que iba desde el centro de la ciudad de Sevilla hasta la aldea de El Rocío (Huelva), siguiendo gran parte del camino que hacen las carretas durante la Romería de El Rocío.


El recorrido me pareció una pasada, y, aunque no tengo en absoluto alma de ultrafondista, decidí que yo tenía que vivir esa cita desde dentro algún día. Sin embargo, desde entonces han ido transcurriendo los años, y no había visto el momento de meterme semejante paliza: para hacer frente con garantías a una prueba de ese calibre, hay que estar bien preparado, y es necesario haber acumulado una buena cantidad de kilómetros de entrenamiento en los meses anteriores. Además, yo tardo en recuperarme al 100% de esos excesos, por lo que se que, tras un trallazo así, no me puedo fijar grandes objetivos en los meses siguientes. En definitiva, hasta este 2017 siempre había encontrado una amplia gama de excusas para no participar en el Doñana Trail: pocos kilómetros hechos en los meses veraniegos, ganas de correr a tope tres meses después el Maratón de Sevilla, miedo a lesionarme,... La realidad es que afrontar carreras tan largas me da algo de pereza, porque agradezco un montón mi ratito diario de running, y las ultras me dejan muy cascado, lo cual implica que tardo semanas en poder volver a rodar como a mi me gusta, es decir, desenganchado y cómodo. También me ocurre con los maratones, pero menos.

Pese a todo, vivo inmerso, un poco por casualidad, en un contexto muy rociero. En efecto, en Villanueva del Ariscal, tal y como sucede en muchos pueblos del Aljarafe, se percibe, por doquier, una atmósfera de especial emoción cuando se aproxima el momento de hacer el camino. En mi caso, además, comparto despacho, desde hace ocho años, con un compañero que no se pierde la romería por nada del mundo. En definitiva, cuando se acerca el Lunes de Pentecostés, cada primavera me veo rodeado de un ambiente que, sin tener que ver conmigo, me toca de múltiples maneras. A pesar de esto, es altamente improbable que yo vaya en romería a El Rocío nunca en mi vida, por varias razones, pero la idea de experimentar mi propia versión rociera, saliendo del meollo de Sevilla, y llegando, por mis propios medios, a la puerta del Santuario de Nuestra Señora del Rocío, me resultó llamativa desde el principio. Por ello, siempre he sabido que terminaría participando en el Doñana Trail Marathon, que tiene el aliciente extra de que atraviesa un entorno natural que me fascina. Aparte, las sensaciones que uno disfruta en una ultra no se viven en ninguna otra carrera, y ese hecho acaba por hacer que, muy de vez en cuando, haya que enterrar las excusas, olvidar los inconvenientes, y lanzarse a alguna de esas aventuras.


Este año sabía que era el momento de participar en el Doñana Trail Marathon, porque, por primera vez, he corrido un maratón en septiembre, y, por tanto, estaba con más kilómetros en las piernas que nunca. A los pocos días de acabar el Maratón de Berlín, vi que me encontraba bien, y que un mes y pico podía ser suficiente para ir a una ultramaratón, ya recuperado, pero aprovechando aún los kilómetros acumulados. Por eso, sin dejar de dudarlo mucho, me apunté a la carrera, y el pasado 4 de noviembre me vi, por fin, en la Puerta de Jerez de Sevilla, dispuesto a ir a pie hasta la aldea de El Rocío.


El inicio, en la mencionada Puerta de Jerez, estuvo muy bien pensado, porque aprovecharon, para colocar la línea de salida, la pérgola que se instaló allí cuando se remodeló la zona en 2009. La estructura contribuyó a crear un comienzo espectacular.



Por lo que a mí respecta, vi pronto que el ambiente era más experimentado que el de los 101 Kilómetros en 24 Horas, que es mi referencia en el mundo del ultrafondo. En la prueba que organiza La Legión, dan 24 horas de límite para recorrer los 101 kilómetros, y ese margen tan amplio hace que, junto a los cracks, haya en la salida bastantes corredores populares. En el Doñana Trail enseguida vi un mayor porcentaje de machacas. De hecho, la confirmación de que el nivel era altito llegó en los 5 primeros kilómetros, que en teoría eran neutralizados. Eso significa que, en el reglamento ponía que el ritmo máximo al que se podía avanzar era de 8 kilómetros/hora (7:30 min/km). Ello implicaba trotar, muy suavemente, todo el trecho que discurría por la ciudad de Sevilla. Yo estaba tan mentalizado para ir así, que ni siquiera me había quitado la ropa de abrigo al empezar, pero, para mi sorpresa, yendo en la parte central del grupo, hice a 5 min/km los 5.000 metros iniciales. El pelotón no se rompió, pero se estiró una barbaridad (me tuve que quitar el cortafríos y meterlo en la mochila, como pude, sin dejar de correr). Cuando llegamos al punto donde acababa el tramo neutralizado, ubicado sobre el Puente de San Juan, que cruza el Río Guadalquivir y une Sevilla con San Juan de Aznalfarache, había hecho 5 kilómetros en 25:07 minutos (y viendo, ya al final, mucha más gente por delante, hasta donde se perdía la vista, que por detrás).


En los primeros kilómetros fui a 5:01. Resultó que el ritmo neutralizado fue el más alto que llevé en toda la carrera...

En cualquier caso, la parte sevillana de la prueba me encantó, porque a 5:00 iba extremadamente cómodo, y circulamos por una zona de Sevilla que me resulta muy familiar (pasamos por la Plaza de Cuba y recorrimos la Avenida de la República Argentina entera, por ejemplo).

Durante toda la noche, por otro lado, había llovido bastante. De hecho, en un momento dado temí que fuéramos a tener una jornada infernal, pero, al final, disfrutamos del mejor clima posible, fresco de temperatura, y con sol y nubes en el cielo (la lluvia no es deseable en una competición así, pero un día demasiado soleado puede acabar siendo, también, mortal).

San Juan de Aznalfarache fue el primer pueblo que atravesamos (en este caso, su Barrio Bajo). Era temprano (la carrera dio comienzo a las 8 de la mañana) y el ambiente estaba muy tranquilo aún.


Al poco de entrar en la localidad, empezaron los kilómetros con más cuestas de toda la carrera. Ese tramo, que atraviesa San Juan y va hasta Tomares, aún transcurre por asfalto, y es el menos bonito del recorrido: San Juan de Aznalfarache es un pueblo sin apenas atractivo, y la parte por la que circulamos ni siquiera destaca dentro de él. Luego, tras pasar por encima de la A-8058, cruzamos los aparcamientos del Carrefour y fuimos ascendiendo en dirección a Tomares.


Realmente, de Tomares lo único que llegamos a ver fue el extremo de una de sus partes residenciales. A pesar de ello, todo ese tramo me pareció tan entrañable como el sevillano, porque soy tomareño de crianza, y el entorno del pueblo me resulta muy cercano desde niño (la de veces que habré ido yo al Carrefour sanjuanero...). Para mí, atravesar esa zona le sumó alicientes a la prueba, más que quitárselos.

En todo caso, sabía que, en ese intervalo, había que tener cuidado, porque hay buenas cuestas. En consecuencia, me lo tomé con mucha calma, lo que no fue fácil psicológicamente, porque llegó un momento en el que me dio la impresión de que me había adelantado ya hasta el del carrito de los helados...

Unos 300 metros antes del kilómetro 10, nos encontramos con el primer puesto de avituallamiento. Poco después, abandonamos por fin el asfalto y pasamos a pisar tierra. Yo llevaba ahí 57:28, e iba bastante a gusto, dado que había hecho la subida trotando a un ritmo muy suave. Al adentrarnos en el Camino de Villamanrique, el sol estaba saliendo y comenzaba a iluminarlo todo, no había nubes, el ambiente era de frescor, por la lluvia caída durante la noche, y el entorno empezó a ser campestre. La posibilidad de disfrutar, en ruta, de sitios así, es lo que hace que estas pruebas tengan tanto éxito.


El Doñana Trail Marathon, quitando esa subida inicial a la meseta del Aljarafe, como he dicho apenas tiene cuestas duras, por lo que es una carrera muy llevadera para los runners urbanitas como yo. A partir del kilómetro 10, el recorrido discurre, casi en su totalidad, por caminos, que hasta Aznalcázar bordean olivares y otros campos de cultivo. La lluvia caída en los días anteriores había sido copiosa, pero el terreno había logrado empapar bien la mayor parte del agua y se había quedado bastante compacto. Estaba perfecto para correr.



Durante este primer tercio de la carrera, me gustó atravesar el Arroyo Riopudio por un pequeño puentecito, ya que, por el camino que bordea ese afluente del Río Guadalquivir, he corrido bastantes veces (esa senda va de Salteras a Coria del Río, pegada al arroyo. Yo nunca la he hecho entera, pero me encanta comprobar que todo el territorio está unido por una red de pistas alternativas a las habituales).


A lo largo de todo ese rato, yo seguí avanzando a lo mío, intentando no apretar el ritmo más de la cuenta. Poco a poco, se estabilizó la cosa, y hacia la segunda hora de carrera ya fui consciente de ir adelantado a gente que me había pasado a mí al principio. La prueba se fue abriendo progresivamente, de manera que la fila de corredores se fue haciendo fina y discontinua. Al llegar al kilómetro 20, llevaba 2h07 de competición.


Acercándonos a Aznalcázar ya comencé a ver pinos, y el paisaje empezó a cambiar, aunque el piso seguía estando apelmazado y era muy corrible.


En el kilómetro 35 cruzamos el célebre Vado del Quema. Ahí quería llegar yo. Era el primer enclave del que había oído hablar mil veces, y me hizo ilusión aproximarme a él y atravesar el Río Guadiamar, siguiendo el camino de El Rocío. En ese punto llevaba 3h11 minutos, y me encontraba muy bien.


Desde el Vado del Quema hasta Villamanrique recorrí el único tramo de la carrera que conocía de antes (en julio de 2016 estuve entrenando por él una tarde, como ya conté en este blog, en el post dedicado a Villamanrique de la Condesa). Ese trozo fue, quizás, el primero que se me hizo largo, precisamente porque lo conocía, lo que provocó que estuviera pensando en llegar a Villamanrique desde el momento en el que pasé el Vado. En el centro de esa localidad estaba el avituallamiento más grande de la jornada, lo que lo convertía en una especie de punto de inflexión. Desde que atravesé el Río Guadiamar, quise verme allí, y los kilómetros no se hacen solos. Había que correrlos, y esos 4 se me hicieron larguillos. Por suerte, al final, la torre de la Iglesia de Santa María Magdalena apareció sobre los árboles, marcando el lugar exacto donde se hallaba el tenderete de abastecimiento, lo cual supuso un revulsivo enorme.


Villamanrique de la Condesa, tras San Juan de Aznalfarache, fue el segundo pueblo cuyo casco urbano cruzamos en carrera, pero, en este caso, ya era mediodía y había más gente animando, por lo que atravesar sus calles me pareció muy emocionante.


En la Plaza de España de Villamanrique se encontraba el comentado avituallamiento del kilómetro 39. Allí, había frutos secos, gominolas, sándwiches, dulces y fruta en abundancia. Yo, en los tres anteriores puestos de aprovisionamiento ya había comido plátano, y aquí hice lo mismo. No obstante, en estas circunstancias se me cierra el estómago, y a duras penas soy capaz de comer nada más. Pese a esto, me obligué a tragar, también, medio sándwich de jamón y queso, para que esponjara un poco todo el líquido que estaba bebiendo.

En este tipo de carreras tan largas, atravesar los pueblos me encanta. En esta, ir de lado a lado de Villamanrique no fue una excepción.


Una vez abandonado el pueblo, llegué rápido al kilómetro 40. Ya casi había completado un maratón, y mi crono marcaba justo 4h30, con las paraditas en los avituallamientos incluidas.


Ver el cartel del kilómetro 40 fue un acicate, pero después llegó el momento más cansino de la competición. Los 7.000 metros entre Villamanrique e Hinojos picaban arriba, casi todos, y, en concreto, recorrimos un tramo de unos 3 kilómetros, que no tuvo ni un descansillo (se va en paralelo a la carretera, entre los dos pueblos, pero, en vez de ir por asfalto, se va por un camino ubicado a su izquierda). La cuesta es muy tendida y corrible, pero es eterna. Al final, fueron casi 20 minutos ascendiendo, que me desgastaron un poco, y a los que tuve que echarles mucha paciencia.


En Hinojos, sin embargo, me esperaba mi momento familiar, y eso me hizo progresar con más ganas, una vez que hubo acabado el tramo de pendiente. Tras entrar en la provincia de Huelva, el terreno se suavizó, y pude avanzar firme durante un par de kilómetros, hasta el siguiente avituallamiento. La muchedumbre que llevaba delante y detrás, al principio, se había dispersado totalmente, había adelantado a mucha gente, y ya era consciente de que era improbable que surgieran problemas. El día había salido magnífico, y el sol se alternó con las nubes, lo que hizo que no tuviera que preocuparme del calor, ni del frío, ni de la lluvia.


Al llegar al avituallamiento de Hinojos (kilómetro 48), que está a las afueras del pueblo, entre pinos, fue cuando vi a María, a Ana y a Julia. Ellas, a media mañana se habían movilizado y se habían dirigido directamente hasta allí, para verme antes de comer y poder ir luego a la meta. Ni que decir tiene que verlas me produjo una alegría enorme.



En ese quinto avituallamiento me entretuve más que en los otros, pero, tras un ratito, nos despedimos: me quedaban 23 kilómetros, y en tres horas nos íbamos a ver en El Rocío. Al poco de dejar atrás el punto de abastecimiento, me interné en la parte más bella del trazado, que es la que recorre el Parque Natural de Doñana.


Ese tramo, a causa de la arena, estaba llamado a ser el de mayor dureza, pero el agua caída había apelmazado el suelo y no resultaba incómodo progresar. A pesar de esto, a estas alturas mi ritmo había decrecido al máximo. Efectivamente, ya no era capaz de ir corriendo todo el rato, y cada 300 metros me veía obligado a andar unos 50. Avanzaba más despacio, y, por ello, tuve que empezar a tirar de coco de verdad.

En el kilómetro 60'7 me detuve en el último avituallamiento, y, a partir de ahí, comencé a correr por entre los pinos, más solo que la una (la compañía se fue reduciendo de forma paulatina, hasta casi desaparecer del todo). Fueron kilómetros bonitos, en los que tuve que ir esquivando charcos continuamente. En apariencia, la lluvia había sido muy abundante en esa zona, y había muchos trozos en los que había que dejar el camino, para sortear las acumulaciones de agua por detrás de la primera línea de arbustos y matorrales (otras veces, se podían evitar pasando por el filo).



Esa es la parte que, en otras circunstancias, hubiera sido un calvario por la arena, pero el piso estaba bastante firme, y, como no se había formado un exceso de barro, los últimos kilómetros no resultaron incómodos. Aun así, se me hicieron muy largos, pero, en cualquier caso, fue emocionante el momento de llegar al célebre Puente del Ajolí, que me indicó que a aquello no le quedaba mucho. En él, empieza el término municipal de Almonte.


Faltaban aún, sin embargo, tres tramos muy fáciles de recordar: el primero fue la recta que une el Puente del Ajolí, con el pequeño puentecito que atraviesa el Arroyo de la Cañada Martín, y que ya da acceso al poblado de El Rocío. La misma tendrá unos 300 o 400 metros, y correr por allí, en circunstancias normales, tiene que ser como hacerlo por una duna, porque, incluso con el agua caída, la arena estaba suelta.


Pese a esto, no me resultó duro recorrer esa recta, porque, en un momento determinado, como si fuera la Tierra Prometida, vislumbré, en la lejanía, las casas de El Rocío. El subidón fue tremendo.


Por desgracia, aún me quedaba el segundo de los tres tramos a los que he hecho mención, que fue como un jarro de agua fría: al atravesar el Arroyo de la Cañada Martín, en vez de internarnos directamente en El Rocío, tuvimos que coger una especie de camino de circunvalación que tiene la aldea, por su parte este, que nos hizo alejarnos, de nuevo, de las casas, cuando ya casi las habíamos tocado.


Con 70 kilómetros en las piernas, esos 500 metros los hice como si llevara calcetines de plomo, maldiciendo al diseñador del recorrido. Por fortuna, una vez que, ya sí, por fin, nos adentramos en El Rocío por la Calle Sanlúcar, gocé de la sensación de haber superado el reto, mientras corría por el último tramo. La calle se encontraba repleta de peña. A El Rocío, en los fines de semana de esta época del año (y de todas la épocas, yo creo), el personal va de fiesta (rociera, sí, pero fiesta), y, a media tarde del sábado, lo que había era multitud de casas con gente achispada en las puertas (por decirlo finamente). Esas personas, en principio, estaban a lo suyo, pero fueron muy agradecidas, porque animaron con efusividad...

En el Maratón de Berlín no pude disfrutar demasiado de la recta final, pero aquí sí lo hice, y mucho: tras atravesar la Plaza Acebuchal, ya vi a lo lejos el arco de meta, colocado delante del Santuario de Nuestra Señora del Rocio, junto al cual estaban alineadas unas vallas, para que se formara un pasillito. En él, vi a María y a las niñas, animándome de nuevo a tope. La sensación fue indescriptible, y su recuerdo perdurará imborrable en mi memoria. Nada más que por experimentarla, merece la pena el esfuerzo. Acabé en 8h36:53, en el puesto 202 de 430 participantes. Ni en el mejor de mis sueños hubiera aspirado a tanto.



Tras la carrera, la recuperación fue de las rápidas. Estaba fundido, y tardé bastante rato en ser capaz de ingerir algo que no fuera agua, pero no tuve problema alguno en saludar afectuosamente a las niñas y a María, en charlar un rato con un conocido de Villanueva, que también había corrido, en pegarme un placentero masaje de piernas, y en darme un buen paseo por El Rocío, aunque esto último ya corresponde a otro post...


Reto Atlético 1.002 CARRERAS
Carreras completadas: 206.
% del Total de Carreras a completar: 20'5%.

Reto Atlético 21 ULTRAS
Ultras completadas: 7.
% del Total de Ultras a completar: 33'3%.