27 de junio de 2017

CARRERA NOCTURNA DE DOS HERMANAS 2017

Haciendo un alto en el intenso periodo laboral en el que estoy inmerso desde hace casi dos meses me fui el pasado sábado hasta Dos Hermanas para correr una de mis carreras favoritas. La misma se llamaba originalmente Carrera Nocturna Ciudad de Dos Hermanas y ahora se denomina Carrera Nocturna Antonio Guzmán Tacón, para honrar al que fuera fundador y presidente del Orippo, que es el club de atletismo que organiza la competición. Antonio Guzmán falleció en 2015 y desde ese año la prueba lleva su nombre (aunque popularmente sigue siendo la Carrera Nocturna de Dos Hermanas).


Como digo, esta carrera es una de mis preferidas y por eso he disputado casi todas las ediciones que se llevan celebradas desde que se creó la prueba en 2007. Falté a la tercera edición porque me quedé sin dorsal, a la séptima por una boda y a la décima, que se disputó el año pasado, porque coincidió con la fiesta de fin de curso de Ana y Julia, pero las otras siete veces no había faltado a la cita y este año he vuelto a ponerme en la línea de salida por octava vez.

Las carreras nocturnas normalmente no son santo de mi devoción, porque a la noche suelo llegar bastante cascado y, por ello, no disfruto tanto de las competiciones como por las mañanas. Sin embargo, hay que reconocer que las carreras vespertinas tienen cosas positivas que no tienen las matutinas, principalmente relacionadas con el ambiente,  y que pueden llegar a compensar lo del cansancio.

En efecto, si una carrera urbana se celebra un sábado de verano a última hora de la tarde, su recorrido se diseña de manera que atraviese un determinado pueblo varias veces y tanto la línea de salida como la de meta se colocan en el meollo de la población, casi con toda seguridad esa prueba será una gozada para los atletas, ya que en esas circunstancias todos los habitantes del pueblo acaban saliendo a la calle y se termina formando un ambientazo que los corredores disfrutamos al máximo. Por las mañanas el ambiente suele ser más frío y, de vez en cuando, compensa correr más cansado si a cambio sientes que formas parte de un evento en el que el pueblo se vuelca de una manera tan patente.

Todas las carreras nocturnas no son así, pero en Dos Hermanas han sabido convertir su evento en una fiesta que no me gusta perderme. Además, la organización de la nocturna nazarena ralla la perfección, no solo porque la bolsa de avituallamiento que te dan tras la prueba es la mejor que yo he visto en mi vida, sino porque se cuida al corredor de verdad (dan líquido en varios puntos del circuito pese a ser una carrera corta, colocan en dos lugares del recorrido mangueras de agua difuminada para refrescar a los participantes, la recogida de dorsales funciona a la perfección, la salida se da siempre con puntualidad,...). Además, respetan la misma fecha y mantienen el circuito año tras año. Esto es algo que para algunos no es importante, pero yo lo valoro mucho.

El caso es que cada temporada intento no perderme la cita en Dos Hermanas, cosa que no es sencilla, porque los 600 dorsales disponibles vuelan en apenas 10 minutos (hay que estar al loro para apuntarse, es evidente que no soy el único que siente predilección por esta carrera). En cualquier caso, salvo en 2009, que me pilló por sorpresa la avalancha de corredores interesados en inscribirse, siempre que he querido he podido correr. En estos años he tenido días mejores y días peores, pero ya descubrí hace tiempo que el azar juega un importante papel en el devenir de esta carrera, ya que una noche de finales de junio en Dos Hermanas puede hacer calor o puede hacer mucho calor. Por fortuna, ha habido años en los que el termómetro no ha subido de los 25º o 26º, pero este 2017 me he encontrado con las circunstancias climatológicas más extremas de las ocho ediciones que he disputado: a la hora del comienzo (22'30 horas) el termómetro marcaba 34º, una pasada. Hace dos años, sin embargo, la temperatura no fue mucho más baja y encima el bochorno era mayor, por lo que fue peor. En esta ocasión, al menos, corría el aire y eso aliviaba un poco la sensación térmica.

En cualquier caso, en esas condiciones es evidente que el ritmo de carrera tiene que ser más bajo de lo normal: por mucho que uno se deje los higadillos es imposible rodar al mismo ritmo con ese calorazo que en una carrera matutina que se dispute con 18º. Por ello, acabé los 10.170 metros en 44:36, corriendo a un ritmo medio por kilómetro de 4:23 (puesto 112 de 572 participantes). Las sensaciones fueron buenas todo el rato, la carrera tiene un trozo de adoquines y dos puentes que pasan por encima de las vías del tren y que son como sendos muros, pero, pese a esto y al calor brutal, me mantuve estable y disfruté, un año más, de los espectaculares últimos 500 metros por la céntrica Calle Nuestra Señora de Valme y del pasillo humano que se forma en los 100 metros finales, ya en la Plaza de Arenal, donde se ubica la meta.


Igualmente emocionante es, cada año, el paso por la Plaza de la Constitución, la principal de pueblo. De allí sale la carrera y por allí se pasa de nuevo poco antes del kilómetro 3. En ese punto se congrega mucha gente, que luego se traslada a la recta de meta. Es un tramito en el que se le ponen a uno los vellos de punta.


En definitiva, un año más corrí la Nocturna de Dos Hermanas. A otras carreras nunca se sabe, pero a esta es seguro que volveré.


Reto Atlético 1.002 CARRERAS
Carreras completadas: 202.
% del Total de Carreras a completar: 20'1%.

Reto Atlético PROVINCIA DE SEVILLA 105 CARRERAS
Completada Carrera en DOS HERMANAS.
En 2002 (año de la primera carrera corrida en Dos Hermanas), % de Municipios de la Provincia de Sevilla en los que había corrido una Carrera: 3'8% (hoy día 34'2%).


17 de junio de 2017

SEVILLA 2017 (JUNIO)

Por lo visto, más de dos millones y medio de personas visitaron Sevilla en 2016. Es mucha gente, y eso que las estadísticas solo tienen en cuenta a los que se quedaron a dormir en establecimientos reglados de la capital. Realmente, ya sabía que Sevilla es un referente mundial desde el punto de vista turístico, pero ese dato que he buscado en Internet confirma que su atractivo sigue intacto. De hecho, ha habido un incremento de turistas del 9%, con respecto a 2015.


Yo he vivido muchos años en Sevilla, que es donde nací, y el resto del tiempo no he andado muy lejos, salvo en etapas muy puntuales. Ahora vivo en un pueblo que está a 10 kilómetros de la capital, pero, aún así, mi contacto con ella es diario, por familia y por trabajo.

De todos modos, uno puede llevarse años viviendo en un lugar y no conocer apenas nada de él. En mi caso, siempre he intentado que eso no me pase con Sevilla, las personas vienen desde muy lejos para conocerla y sería una pena que yo, que soy de aquí, hubiera visto menos cosas de la ciudad que muchas de ellas. Por esta razón, muy de vez en cuando me transformo en guiri y organizo algún tipo de visita, que me permita ir profundizando, poco a poco, en las maravillas de la antigua Hispalis. Para hacerlo, se tienen que dar una serie de circunstancias. A veces cuesta sacar el hueco, pero este pasado fin de semana tenía la excusa perfecta para convertirme en turista en mi propia ciudad: gastar un bono de Ispavilia, que tenía desde el último día de Reyes (Ispavilia es una pequeña empresa local, que se dedica a organizar originales rutas temáticas guiadas por Sevilla. Las pasadas Navidades me regalaron un bono, para que buscara, a lo largo de 2017, el momento más oportuno para hacer alguna de esas rutas).


En efecto, aprovechando que tenía que gastar el bono, el pasado sábado María y yo organizamos una jornada de auténtico turismo sevillano en pareja. Es cierto que ambos somos autóctonos, pero el plan que realizamos podría haberlo hecho igual cualquier foráneo que quisiera conocer la capital de Andalucía, porque, además de realizar la ruta de Ispavilia, también gastamos otro bono que me habían regalado, igualmente en Navidades, para realizar un circuito termal en Aire de Sevilla, que es el hammam más famoso de la ciudad. Si tenemos en cuenta que no perdimos la oportunidad de tapear y que, incluso, echamos más de una hora en el Starbucks de la Avenida de la Constitución, rodeados de japoneses, pues se puede decir que el sábado fue el primer día, desde que escribo este blog, en el que me convertí en guiri en mi propia tierra.

Sin embargo, el fin de semana también incluyó dos actividades que estuvieron enmarcadas dentro de la cotidianidad, pero que me pusieron en contacto con otros dos lugares de Sevilla que, aunque son menos turísticos, son toda una referencia en la ciudad: el Auditorio Rocío Jurado y el Parque del Alamillo.

El año pasado hablé, en uno de los primeros post de este blog, del Proyecto LUNA. En aquella ocasión fuimos a Sanlúcar la Mayor, a ver un espectáculo organizado en el marco de ese proyecto. Por ello, me referí a él y a ese pueblo. Este año, no solo he asistido a la gran representación del Proyecto LUNA, sino que he vivido mucho más de cerca su puesta en marcha, porque Ana y Julia han participado como integrantes del coro (el Proyecto LUNA, que es un acrónimo de Lenguaje Universal para Niños Artistas, es un proyecto educativo que incluye la música cantada, la práctica instrumental, la expresión corporal y las artes plásticas. Los niños y niñas que participan en él, a lo largo del curso ensayan el espectáculo, divididos por centros escolares, y luego lo representan todos juntos, uniendo las partes en un increíble puzle final).


Como digo, en 2016 asistimos a una representación parcial del espectáculo, que se hizo en Sanlúcar, un mes después de su estreno, y este año, dado que el colegio de Villanueva del Ariscal volvía a participar en el tema, Ana y Julia se apuntaron y han actuado, formando parte del coro de niños y niñas, que canta de manera coordinada con la música, la danza y las imágenes que se proyectan en una pantalla gigante (las imágenes son dibujos de los peques, relacionados con la historia que va contando la letra).


El caso es que la gran función fue el viernes por la noche, en el Auditorio Rocío Jurado, lo que me permitió entrar, una vez más, en este edificio, inaugurado en 1991 (está en el recinto de lo que fue la Expo'92).


Yo en él he asistido a bastantes conciertos, aunque el último data ya de 2012 (fue uno de Blind Guardian y de Judas Priest). También fui allí en 1995 a un cotillón de fin de año, de esos que son una auténtica porquería, pero que te encantan porque tienes 17 años y te lo pasas bien con tus amigos casi en cualquier sitio. Sin embargo, no había estado nunca sentado en las gradas, por lo que esta ha sido la primera vez que he estado allí cómodamente ubicado.


El espectáculo fue grandioso y muy emocionante (en esta edición se interpretó la obra Tiempo de Paz, compuesta por Francisco Rosado Castillo), pero lo que no me gustó fue volver a comprobar que el Auditorio, que está muy bien como recinto, sigue siendo un edificio situado en un lugar aislado, que no tiene aparcamiento, ni un acceso lógico. El pateo que nos dimos con las niñas, casi al filo de la medianoche, hasta que conseguimos, con problemas, coger un taxi en la Calle Torneo, fue de traca.

La otra actividad del fin de semana sevillano, que estuvo dentro de la cotidianidad, fue el domingo, y no salió bien del todo, pero nos permitió ir un rato al Parque del Alamillo, que es un espacio que, a pesar de lo que parece, se merece una visita. Este parque se inauguró en 1993, al norte de lo que fue el recinto de la Expo'92, y, dada su ubicación, se puede decir que es el límite noroeste de la ciudad de Sevilla.


A mí, durante bastante tiempo este parque no me gustó demasiado, pero tengo que decir que me ha ido conquistando poco a poco y ahora me encanta. Parte de la responsabilidad de ese cambio la tienen los que lo gestionan, ya que, además de mantener el recinto muy cuidado, han sabido poner en valor lo que hay allí, y no han dejado que aquello acabe siendo pasto de los canis, que es lo que pareció durante un tiempo que iba a suceder. Dentro de lo que cabe, la crisis, que tanto daño ha hecho en múltiples ámbitos, al Parque le vino bien, porque durante los años en los que todos vivíamos un poco por encima de nuestras posibilidades, no eran muchos los que, pudiendo ir a echar el domingo a la playa, a la sierra o al Aljarafe, iban a tirarse en una manta al Alamillo. En esos años, el ambiente allí era un pelín choni (los canis, por muchas razones, no se van muy lejos, y fueron los únicos que permanecieron fieles al Parque). Sin embargo, con la crisis todos tuvimos que cortarnos a la hora de gastar dinero los fines de semana, pero no por ello dejamos de necesitar aire, los sábados y los domingos. En esa contexto, no fuimos pocos los que descubrimos en el Parque del Alamillo un magnífico espacio donde, sin alejarte apenas de casa, puedes disfrutar de un día de campo muy cómodo y agradable (es un sitio bien organizado, con mucha vegetación autóctona, que no es demasiado agreste, pero que tampoco está prefabricado en exceso).


El caso es que el Parque se ha llenado de gente normal y los canis han dado un paso atrás. Eso es lo que subyace del cambio de ambiente que se ha vivido allí, pero eso no hubiera sido posible, realmente, si los que gestionan aquello no hubieran potenciado el carácter multidisciplinar del recinto: ahora, en el Alamillo hay una magnífica zona para pasear a los perros, se organizan cursos de patinaje, se celebran pruebas deportivas y acampadas, se ha potenciado que se celebren cumpleaños (el parque aporta mesas y sillas), es un lugar donde puedes hacer reuniones familiares enormes sin molestar y sin ser molestado, se ha favorecido que toda clase de organizaciones sin ánimo de lucro celebren allí sus quedadas, se puede hacer esquí náutico, carreras de barcos teledirigidos, hay conciertos ocasionales, bicicletas de alquiler, a veces se organizan talleres para niños, se proyectan películas infantiles, se montan exposiciones,... Y todo gratis. Además, el parque tiene varias entradas con buenos aparcamientos, dos bares, amplias zonas de juegos para peques, praderas, sombra abundante,... En definitiva, vayas cuando vayas, aquello es un hervidero de gente motivada con lo que está haciendo. El ambiente me resulta muy agradable.

Por desgracia, pese a todo lo dicho, el domingo no era el día para ir al Parque del Alamillo. Nosotros fuimos, porque el grupo scout de Ana organizó allí una reunión de cierre de ronda, a la que estábamos invitados niños y padres (pero... ¿no nos reunimos ya a comer todos en Mairena, hace tres semanas, precisamente para terminar la temporada scout?). A nosotros, el asunto nos pilló un poco a trasmano, porque nos avisaron tres días antes y ya teníamos el fin de semana bastante apretado, pero, aún así, decidimos hacer un esfuerzo de integración e ir, pese a que María y yo nos acostamos el sábado a las dos de la mañana (sin pretenderlo, luego explicaré por qué), y a que las niñas estaban durmiendo con sus abuelos. Lo que pasó fue que, a pesar de que nos levantamos a tiempo, tuvimos que ir a por las niñas y nos presentamos en el Alamillo a las doce del mediodía, 30 minutos tarde. A esa hora, el calor ya era excesivo, y nos dimos cuenta de que aquello se iba a convertir en un infierno, el parque estaba casi desierto, porque, sinceramente, a poca gente se le ocurre ir a un sitio así, a pasar el domingo a 40º debajo de un árbol. Como la idea era que los niños y los padres hicieran cosas juntos, como patinar o montar en bici, las niñas y María se llevaron sus patines, pero, antes de conseguir llegar al lugar donde se había colocado el grupo scout, ya estábamos todos pensando que no teníamos ninguna gana de echar allí el día. En consecuencia, nos dimos media vuelta y nos fuimos. Otra vez será.


No obstante, a estas alturas he ido ya tantas veces al Alamillo, que puedo decir que lo conozco más que bien.


En cualquier caso, el día en el que se concentró la actividad verdaderamente turística fue el sábado. El viernes por la noche y el domingo por la mañana estuvimos en dos lugares de Sevilla de un cierto interés, pero fue el sábado por la tarde cuando María y yo nos exprimimos como si fuéramos dos turistas, que quieren hacer todas las cosas posibles en el poco tiempo que tienen.

La jornada sevillana, no obstante, la comenzamos con las niñas, comiendo en el Restaurante Japonés Sushi Chaki, uno de nuestros sitios de referencia. La comida japonesa está viviendo un boom, se encuentra inmersa en una burbuja que acabará explotando, lo que se llevará por delante a muchos de los negocios que han proliferado por doquier. El Sushi Chaki, sin embargo, tiene bastantes papeletas para sobrevivir, porque se come muy bien en él. Nosotros vamos de vez en cuando, ya que está a dos pasos de casa de mis padres, y más cerca aún de donde vive mi hermana, pero además lo frecuentamos porque nos gusta mucho.


Este restaurante no tiene nada de turístico, porque está en Los Remedios, que es un barrio eminentemente residencial, pero el sábado María y yo queríamos empezar nuestra jornada compartiendo un rato con las niñas, y, por eso, antes de dejarlas a buen recaudo con la familia, decidimos darnos una vez más un homenaje en forma de sushi.


Tras el almuerzo, y una vez que hubimos dejado a las niñas en casa de mi hermana, llegó el momento de sumergirnos de lleno en el corazón guiri de la ciudad. Nuestro primer destino fue Aire de Sevilla, un hammam que abrió en 2004, y que se ha asentado como un destino para turistas al que también vamos los sevillanos.


Aire de Sevilla son unos baños de estilo griego y romano, que se construyeron en una céntrica casa palacio del siglo XV. Están muy bien hechos, y en ellos se une el gustazo que supone disfrutar de un spa, con el atractivo de hacerlo en un ambiente de lo más pintoresco.


Yo soy muy friolero, y en alguna ocasión he ido a algún spa donde no lo he pasado bien, porque no estoy a gusto si el agua templada está demasiado fría. Por suerte, en Aire de Sevilla comprobé que el agua de la piscina templada (el Tepidarium), de la piscina de burbujas (el Baño de Mil Chorros) y del Flotarium, está a una temperatura perfecta (36º, por lo visto). Junto a la piscina templada, que es la más grande, está la caliente (que arde) y la fría (en la que hay que ser muy duro para meterse más allá de los muslos, ya que está a 16º). Tras realizar el circuito completo, la circulación se queda más que activa. Aparte, la piscina de burbujas te da un buen meneo, y en el Flotarium da gusto hacer el muerto durante un buen rato. Para acabar, puede uno darse una vuelta por la sauna húmeda (el Laconicum o Baño de Vapor), donde es difícil aguantar más de dos minutos (hay tanto vapor, que al principio es complicado incluso verse la mano). A mí me gustan más las saunas secas (las finlandesas), pero en un sitio así lo que pega es una húmeda. En definitiva, la hora y media que se pega uno de piscina en piscina pasa volando. Nosotros tuvimos el acierto de ir a las 4 de la tarde, una hora a la que había menos gente. Luego, a las 5, entró el siguiente turno, que coincidió con nosotros 30 minutos (entra gente cada hora, pero se puede estar allí una hora y media). En ese último rato la cantidad de bañistas que había estuvo un poco al límite, pero, entre que nosotros ya llevábamos allí bastante tiempo, y que la gente, realmente, se comportó de un modo muy respetuoso, pues no se desvirtuó en absoluto la experiencia. No obstante, la misma no fue comparable a la de la otra vez que yo estuve allí, que fue en 2006: en aquella ocasión fui un jueves por la mañana (fue el día antes de mi boda), y entre que era laborable, y que el hammam llevaba abierto solo dos años, estuvimos en el agua más solos que la una. Desde entonces, este ha cambiado un poco, porque en 2006 la piscina templada era casi de tamaño olímpico, pero en cambio no había piscina de burbujas. Ahora han levantado un muro y han achicado la piscina templada, pero a cambio han ganado otra piscina de un tamaño considerable. Lo que sí que no ha cambiado es lo arreglado que está todo, el sitio tiene mucho éxito entre los autóctonos y entre los foráneos porque están muy cuidados los detalles. Después de más de una hora y media, de allí sale uno de lo más relajado.

En nuestro caso, salimos a las 6 de la tarde, y hasta dos horas después no empezaba la ruta de Ispavilia, así que, para pasar ese rato, nos metimos, primero en el Starbucks (es una americanada, es cierto, pero en ningún otro sitio puede uno tirarse en un sofá a charlar durante una hora con un simple café), y luego en la Fnac que está enfrente. Finalmente, el inicio de la ruta se retrasó hasta las 9 de la noche por el calor, por lo que nos sentamos en la Cervecería Puerto Plata para hacer tiempo.


Allí cometimos el error de pedir para picar, sin mirar los precios de la carta, un plato de tomate con melva. En consecuencia, nos pusieron una ración de tomate, que si hubiera costado 7 u 8 euros me habría dejado satisfecho, pero que costó 12 (más 1'50 euros por el pan y los picos que venían de serie), precio por el cual uno ya exige una calidad que, evidentemente, no tenía el plato. Asumí que nos habíamos sentado en una terraza, en un lugar muy turístico, está claro que errores como el de pedir, en sitios así, sin consultar antes los precios, no los cometen solo los guiris. Pese a todo, el servicio fue muy bueno (no nos metieron prisa, ni nos despacharon), y en la terraza, hay que decirlo, estuvimos muy a gusto.

Mucho más ajustado, aunque parezca mentira, estuvieron los precios en el bar donde cenamos después de la ruta de Ispavilia. A esa hora ya era tarde, y no nos complicamos mucho, por lo que acabamos sentados en una mesa, en plena Calle Mateos Gago. El sitio era arriesgado, dado que, como se puede comprobar en la foto de abajo, no andábamos muy lejos del epicentro turístico de Sevilla.


Sin embargo, en el bar donde nos sentamos (La Sacristía de Mateos Gago) nos costaron lo mismo dos cervezas y tres tapas, que el plato de tomate de la tarde (y esta vez el pan y los picos fueron gratis). En un principio, tenía pensado que fuéramos a cenar a la mítica Bodega Santa Cruz - Las Columnas, que está en la esquina de Mateos Gago con la Calle Rodrigo Caro, y que es un sitio genial adonde hace tiempo que no voy, pero estaba hasta arriba y no era factible sentarse, por lo que, tras tres horas de pateo, decidimos dejarlo para otra ocasión.

Porque, en efecto, tres horas duró la actividad de Ispavilia (de 9 a 12 de la noche), aunque se me pasó el tiempo volado. El recorrido lo guio Jesús Pozuelo, que es el alma mater de la empresa y que, por lo que vi, es toda una enciclopedia andante sobre Sevilla. De hecho, la ruta dura oficialmente dos horas, pero se alargó una hora más, por las mil explicaciones que nos dio sobre todo.

De todos los tours que oferta Ispavilia, el de la noche del sábado se tituló Sevilla Oculta 3. Misterios de Santa Cruz. El nombre era sugerente, desde luego.


La ruta, que comenzó en la Puerta de Jerez y acabó en la Plaza de Santa Marta, estaba destinada a mostrar leyendas, misterios y curiosidades relacionadas con lo que fue la antigua judería sevillana, que estaba ubicada en el actual Barrio de Santa Cruz. Realmente, es imposible reflejar aquí todas las cosas que se dijeron a lo largo de la actividad. La misma estuvo jalonada de muchas paradas, y en todas Jesús nos contó historias de lo más interesante. Quizás, yo me quedo con las explicaciones que estuvieron relacionadas con los lugares que llegamos a pisar, por decirlo así (salieron a relucir cosas curiosas del edificio de la actual Diputación de Sevilla, que está ubicada en el antiguo Cuartel de la Puerta de la Carne, o del Hotel Alfonso XIII, por ejemplo, pero no entramos en ellos. Por contra, me resultó muy interesante escuchar, in situ, las explicaciones relativas a la Plaza de Santa Cruz o a la Plaza de Santa Marta). En general, toda la parte de la visita que estuvo centrada en el Barrio de Santa Cruz fue muy evocadora (a pesar del nombre de la ruta, durante la primera parte del recorrido, lo que hicimos fue bordear ese barrio, al que accedimos por la parte de los frondosos Jardines de Murillo).


En el Barrio de Santa Cruz tuvo su asiento, en la Edad Media, la abundante comunidad hebrea sevillana, y actualmente es uno de los pedazos más pintorescos de la ciudad, ya que está formado por un laberinto de estrechas calles, donde no hay apenas monumentos ni museos que visitar, pero sí un montón de rincones en los que detenerse. Nosotros solo recorrimos una parte, Ispavilia tiene otra ruta que se centra con más detenimiento en todas las calles de la judería, pero nuestro objetivo era ver lugares relacionados con alguna historia curiosa. Uno de los que más me gustó, como he dicho, fue la Plaza de Santa Cruz, donde hubo una iglesia, que antes había sido sinagoga, y que fue derruida por las tropas napoleónicas en 1810. Ahora, en su lugar está esa sugestiva plaza, presidida por la Cruz de la Cerrajería, que data del siglo XVII. Me encantó hacer esta ruta por la noche, ya que el barrio destila un encanto especial en penumbra. 


Antes, me habían resultado también especialmente interesante las explicaciones relativas a la Antigua Real Fábrica de Tabacos. En este edificio tampoco entramos, pero sí lo hicimos en sus jardines. En este caso, no entrar dentro del inmueble me dio igual, porque lo tengo visto hasta la saciedad. En la actualidad, el mismo es la sede central de la Universidad de Sevilla, y es el lugar donde yo estudié a lo largo de cinco años. Durante ese tiempo, fue mi segunda casa y tuve la oportunidad de explorarlo bien por dentro. Gracias a las explicaciones, me he enterado ahora de un montón de cosas que no sabía.


Como dije antes, la ruta acabó en la Plaza de Santa Marta, un lugar mágico en el que, curiosamente, solo había estado una vez (es una plaza a la que solo se puede acceder a través de un estrecho callejón que, además, da unas cuantas revueltas).


La visita fue una gozada, al principio me sorprendió ver que el 99% de los asistentes eran sevillanos, pero luego he comprendido que, si bien un tour guiado se disfruta sea donde sea, el hecho de que te cuenten cosas sobre lugares que ya conoces hace que la experiencia sea más apasionante, si cabe. Por ello, es normal que Ispavilia atraiga a tantos autóctonos (había gente de todo tipo, además).


En definitiva, mi fin de semana de turismo sevillano fue fantástico. La mejor noticia es que tengo otro bono de Ispavilia (el regalo era para hacer dos visitas en pareja, no una), y también otro de Aire de Sevilla, ya que el que gastamos el pasado sábado era, realmente, un regalo de Reyes de ¡2016! Las pasadas Navidades me regalaron uno nuevo, y no vamos a tardar tanto en hacer uso de él, eso seguro...


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado SEVILLA.
En 1977, % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en la Provincia de Sevilla: 14'2% (hoy día 100%).
En 1977, % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 0'2% (hoy día 32'2%).

Reto Viajero TESOROS DEL MUNDO
Visitado SEVILLA.
En 1977 (aún incompleto esta visita), % de Tesoros ya visitados de la España Musulmana: 10% (hoy día, estando aún esta visita incompleta, 50%).
En 1977 (aún incompleto esta visita), % de Tesoros del Mundo ya visitados: 0'1% (hoy día, estando aún esta visita incompleta, 4%).

Reto Viajero MUNICIPIOS DE ANDALUCÍA
Visitado SEVILLA.
En 1977, % de Municipios ya visitados en la Provincia de Sevilla: 0'9% (hoy día 61%).
En 1977, % de Municipios de Andalucía ya visitados: 0'1% (hoy día 19'3%).


7 de junio de 2017

CARRERA POPULAR PARQUE DE MIRAFLORES 2017

Hoy día hay mil sitios donde se pueden leer consejos que te ayudan a tenerlo todo controlado a la hora de ir a correr una carrera, de manera que entre eso y la experiencia adquirida uno debería tener siempre una cierta idea de por donde van a ir los tiros a la hora de competir. Sin embargo, lo cierto es que a veces, cuando llega el momento de la verdad, se juntan una serie de circunstancias que, o son incontrolables, o directamente se desconocen, y que hacen que la idea previa que uno tenía en la cabeza no se cumpla en absoluto. Lo más normal es que las cosas salgan peor de lo esperado, pero también hay ocasiones en las que, por sorpresa, uno va mejor de lo que había previsto. Esto último es lo que me pasó el pasado domingo en la cuarta carrera de este año del circuito de carreras populares del IMD (van cuatro de cuatro, todo apunta a que en octubre podré completar el circuito por segunda vez).


El caso es que la progresión que he seguido en 2017 en el circuito no invitaba al optimismo: la primera carrera la corrí en 42:17 y en las dos siguientes, en vez de mejorar, fui a peor (42:27 y 42:53, respectivamente). Otras carreras intercaladas me han ido saliendo mejor, pero en las pruebas de distrito no he acabado de encontrarme este año al 100% (tampoco he andado mal, pero aspiraba a que la progresión de tiempos fuera a la inversa, para acabar rondando los 40 minutos como en 2014 y 2015). Para colmo, estoy inmerso en un periodo en el que el trabajo me tiene exprimido. El Triatlón de Sevilla del 28 de mayo me pilló ya en medio de la vorágine, pero aún tenía margen. Esta semana pasada, sin embargo, ha vuelto a ser demoledora y las pocas reservas que me quedaba a estas alturas del año han volado definitivamente, tras encadenar otra vez un buen número de días durmiendo solo 4 o 5 horas por noche y sin parar. 

Por ello, el domingo me fui hasta La Macarena con nulas esperanzas de mejorar los tiempos de las otras citas. En realidad, ni siquiera debería haber ido, pero me habría sentado mal perderme la cuarta carrera del circuito y, en concreto, no quería faltar a esta prueba, que de todas la de distrito es la que más veces he disputado en mi vida (van ocho, tras correrla, además de este año, en 2001, 2007, 2009, 2010, 2011, 2013 y 2014). Por esto, me lié la manta a la cabeza y, a pesar de la semana de locura que llevaba, el domingo, tras madrugar mucho para trabajar otro rato, decidí ir a correr. Lo malo fue que, como no podía ser de otra forma, al llegar al entorno de la salida ya estaba cansado y aún no había ni calentado. De hecho, como esta vez estuve allí a buena hora, lo que hice fue sentarme en un bordillo y pegarme diez minutos disfrutando del sol matutino, muy a gusto. Pese a esto, pasado un rato ya no quedó más remedio que coger el toro por los cuernos y calentar, no me había ido hasta La Macarena para echar la mañana sentado en una acera. 

El calentamiento me sentó bien y tras el mismo me puse en la salida dispuesto a ir a tope, pero escuchando en todo momento al cuerpo. Para mi sorpresa, el primer kilómetro lo hice en 4:04 y el segundo en 4:05, con buenas sensaciones. A partir de ahí, la carrera me salió bastante bien, dadas las circunstancias: corrí en progresión piramidal, haciendo los siguientes kilómetros en 4:08, 4:09, 4:10, 4:12, 4:15, 4:14, 4:11 y 4:05, es decir, fui levemente a menos hasta el kilómetro 7, pero guardando fuerzas para apretar al final y acabar con punch.



La meta estaba colocada dentro del Parque de Miraflores, como siempre. En los primeros años en los que participé en esta carrera la misma se llamaba Carrera Popular Macarena y ahora se llama Carrera Popular Parque de Miraflores, pero la ubicación de la meta no ha variado ni un metro. Es lo único, porque todo lo demás ha cambiado al máximo: hubo años en los que se salió desde dentro del parque, pero eso lo han modificado, porque ahora por la puerta no cabe tanta gente de golpe al inicio de la prueba. Hubo otro año en que la salida estuvo en una calle colindante y ahora ya se sale directamente de la Carretera Carmona, que está como a unos 200 metros del parque, ya que esta es una calle amplia y larga (para cuando se hace el primer giro brusco la marabunta ya se ha abierto un poco). Aparte de esto, el circuito ha cambiado muchísimo. Hubo ediciones en las que incluso se corrieron los últimos kilómetros por el interior del parque, en el que hay muchos caminos, pero que son demasiado estrechos para la cantidad actual de corredores. Aparte, en 2010 y 2013 la carrera tiró en dirección a la Muralla de la Macarena y tuvo un tramo muy bonito (tanto que el otro día, en el post de la carrera de Triana y Los Remedios, la metí en el saco de las pruebas de Sevilla que tienen un circuito vistoso). Sin embargo, el pasado domingo me encontré con que el trazado ahora se dirige hacia Pino Montano, en vez de hacia la parte del distrito más cercana al centro, por lo que cualquier atisbo de belleza ha desaparecido. Pese a esto, la prueba es rapidísima y eso me encanta.


Por otro lado, el calor que se anunciaba tampoco me mermó, hace dos semanas en la anterior carrera la mañana salió bochornosa, no pegaba el sol, pero el ambiente se cortaba con un cuchillo y eso puso las cosas difíciles. El pasado domingo, por contra, pese a que a las 9:30 ya hacía calor, el mismo era más seco (el sol sobre la piel castiga menos que el bochorno respirado). En definitiva, pude correr sin problemas y disfruté mucho de la competición. Yo había corrido ya esta carrera un par de veces a 4:07 de media y finalmente resultó que este año, que venía convencido de que iba a arrastrarme, acabé en 41:38 y no anduve lejos de esa media (fui a 4:09, finalizando el 247 de 2148 participantes). Los últimos metros por el Parque de Miraflores, que tiene una larga recta arbolada cerca de su puerta principal, fueron el colofón perfecto.


A lo largo del próximo mes se van a contar con los dedos de una mano las carreras que voy a correr (y van a sobrar 4 dedos), y julio y agosto tampoco van ser muy prolíficos, así que quedarme con buen sabor de boca justo antes del verano es siempre algo muy positivo.


Reto Atlético 1.002 CARRERAS
Carreras completadas: 201.
% del Total de Carreras a completar: 20%.

Reto Atlético PROVINCIA DE SEVILLA 105 CARRERAS
Completada Carrera en SEVILLA.
En 2000 (año de la primera carrera corrida en Sevilla), % de Municipios de la Provincia de Sevilla en los que había corrido una Carrera: 0'9% (hoy día 34'2%).


1 de junio de 2017

TRIATLÓN DE SEVILLA 2017

Hace unos años, cuando el triatlón comenzó a hacerse popular, empecé a escuchar que se utilizaba en el mundillo triatlético el barbarismo finisher para hacer referencia a las personas que acaban las pruebas. Finisher es una palabra que suena bien y que en español no tiene una traducción fácil, por lo que no me extrañó mucho que se usara tal cual, pero en realidad consideraba que finishers hay también en atletismo, aunque en ese contexto ese vocablo no sea habitual. 

Realmente, fue en 2010, al debutar en triatlón, cuando descubrí el verdadero calado que tiene el término finisher y el auténtico sentido que adquiere el mismo en este deporte. Las personas que corren una carrera y la acaban son personas que corren una carrera y la acaban, pero los que participan en un triatlón y lo acaban no son personas participan en un triatlón y lo acaban, sino que son finishers, así, con todas las letras. Un triatlón, incluso uno de modalidad sprint, es como una prueba de obstáculos en la que hay que ir superando o esquivando problemas que van apareciendo y que acaban poniendo en serio peligro el simple hecho de llegar al final. Cuando uno, después de dejarse el alma nadando, pedaleando y corriendo, atraviesa la línea de meta habiendo superado todos los contratiempos que rondan o que ocurren, se siente realmente como un superviviente, como un finisher. Ser un finisher en triatlón es algo que se lleva con un gran orgullo interno.


El pasado domingo pude comprobar, una vez más, cual es la verdadera dimensión del termino finisher, al participar en la edición de este año del Triatlón de Sevilla, porque en cada uno de los tramos de la competición me surgió un problema diferente que puso en serio peligro el hecho de que pudiera acabarla. Para empezar, nada más iniciarse el tramo de natación me di cuenta de que me entraba bastante agua en las gafas, no se por qué, porque nunca me habían dado problemas y me las había ajustado a conciencia. Sin embargo, en cuanto daba dos brazadas el lado izquierdo de las gafas se me inundaba y hasta que no me lo ajusté por cuarta vez no conseguí solucionar el incidente. Avanzar con las gafas llenas de agua es imposible, así que, por un momento, me pregunté si iba a tener que recorrer los 750 metros nadando como mi abuela (nadaba a braza y no metía la cabeza más allá de la barbilla). Hubiera sido el colmo, ya quedo de los últimos sin necesidad de nadar en plan balneario, haber tenido que hacer tantos metros usando mi estilo de braza cutre hubiera significado mi fin prematuro, sin duda.

Afortunadamente, solucioné el problema y pude completar el sector, pero en el tramo ciclista, que es donde más probabilidades hay de que ocurran calamidades (pinchazos, averías, caídas,...), tuve que poner pie a tierra dos veces para arreglar con los dedos el mecanismo del cambio de mi vieja bicicleta. Así no se puede, con esa carraca ya he acabado con problemas tres triatlones, pero cualquier día me va a dejar tirado del todo. Para colmo, las dos veces que tuve que parar fueron muy seguidas, por lo que hubo un momento en el que pensé que la bici se me había jodido definitivamente. Por fortuna, tras el segundo apaño el cambio ya no volvió a fallar, en parte porque no volví a subir ni a bajar el piñón, tiré con el que tenía metido hasta el final, pese a que en los desniveles positivos tenía que dejarme los cuadriceps y en los negativos me faltaba algo de desarrollo. El año pasado me sucedió algo parecido...

Para acabar, en el tramo de carrera me sobrevino el tercer percance: a falta tan solo de 500 metros para la meta mis dos biceps femorales hicieron el amago de agarrotarse, noté el latigazo primero en uno y luego en otro. Como quedaba tan poco, fui consciente enseguida de que por el camino no me quedaba, pero se me vino a la cabeza por un instante el recuerdo del Triatlón Puerto de Sevilla del pasado mes de septiembre, en el que el sóleo de la pierna izquierda dijo "hasta aquí hemos llegado" a falta de 2 kilómetros. Ese mal sabor de boca es, precisamente, el que quería desterrar participando en este triatlón, y, por un momento, creí que la liaba de nuevo, pero con las gafas y con la bici había sido capaz de salir del atolladero, y con las piernas esta vez también pude firmar una tregua: reduje el ritmo en ese último kilómetro, en el que iba a apretar al máximo, solventé el ultimo amago de desastre y acabé en 1h26:55 (no hay que echar cuenta al reloj de la foto de abajo, evidentemente).


Después de una competición así, es evidente por qué al atravesar la línea de meta me convertí en un finisher (y eso que yo participé en la distancia sprint, la sensación de terminar una prueba de triatlón en distancias superiores debe ser la leche...)


Pese a todo lo comentado, la verdad es que la competición me fue bastante bien, aunque en triatlón es bien sabido que más vale compartimentar y hablar de la experiencia por sectores.

En mi caso, el tramo de natación volvió a ser un desastre. Cualquiera que se haya leído otros post de este blog, dedicados a mis triatlones, pensará que me repito más que el ajo, porque siempre digo lo mismo, y pensará también que ya que me va tan mal en el agua, más me valdría hacer algo por mejorar mi técnica de nado. Pues bien, algo ya he hecho, he estado tres meses yendo a clase de natación dos días a la semana para intentar pulir mi deficiente estilo (vale, en realidad las circunstancias han hecho que realmente solo haya ido a clase los dos días un par de semanas, pero las otras diez he ido siempre un día). Pese a esto, no solo no he mejorado, sino que el domingo hice el peor tiempo en natación de los tres triatlones sprint que llevo.

Ya de inicio, la cosa no pintaba bien, porque la mañana salió fresca, hasta el punto de que unos minutos antes de tirarme al agua tenía frío (esa temperatura suave luego la agradecimos mucho en los otros dos sectores, eso sí). Afortunadamente, el agua del Río Guadalquivir es como caldo y al tirarme casi noté alivio. En cualquier caso, el tramo de natación, por mi poca destreza, me sigue poniendo atacado, y lo de pasar frío el rato antes no acabó de darme confianza. Para colmo, me encontré, nada más darse la salida, con el problema de las gafas, que me colocó en una posición más que llamativa: la última. En efecto, tras luchar contra los manotazos y las patadas de los demás triatletas en los primeros segundos, y contra mis gafas en los siguientes, hubo un momento, pasado un rato, en el que miré a mi alrededor y vi que no llevaba a nadie detrás... era el último. Curiosamente, algo tan negativo acabó teniendo su lado bueno, porque pensé que peor ya no podía ir la cosa, y eso, lejos de ponerme más nervioso, me relajó. Además, gracias a la posición tan retrasada desde la que empecé, yo creo que por primera vez en mi vida triatlética adelanté a alguien nadando (por muy mal que yo lo haga, siempre hay alguien que va más despacio, por lo que vi). El caso es que, una vez que solventé el incidente de las gafas, me puse a nadar intentando recordar lo aprendido en las clases y llegué a pasar a gente. Eso me animó, como también lo hizo el hecho de que, realmente, nadé los 750 metros, el equivalente a 30 piscinas, más cómodo que nunca. Sin embargo, no solo no mejoré mi tiempo de otras veces, sino que lo empeoré, ya que eché 21:15 minutos, lo que supuso acabar en la posición 426 de 487 triatletas.

Al salir del agua estoy acostumbrado a encontrarme la zona de boxes casi vacía, y, en efecto, en esta ocasión también había recogido ya su bici casi el 90% de la gente. Eso tiene la cosa positiva de que nunca me cuesta trabajo encontrar la mía, porque está allí sola, colgada de la barra como se ve en la foto de abajo, pero sin todas las de alrededor.


Por lo demás, salvo el incidente con el cambio, las cosas empezaron a ir bien en el momento en el que me monté en la bicicleta. Estoy bastante satisfecho del resultado, porque el ciclismo es un sector que prácticamente no preparo y porque lo solvento con una bicicleta que tiene casi tantos años como yo. Pese a esto, desde que empecé a dar pedales comencé a adelantar gente y eso fue un revulsivo genial. A ratos pude engancharme en algunos grupos y, más allá de los problemas con el cambio, no sufrí más percances, de manera que entré en boxes de nuevo, tras los 20 kilómetros, con el tiempo 191 de los 487 participantes.


La parte más espectacular de todas, sin embargo, fue la de la carrera: las sensaciones de las primeras zancadas no fueron en absoluto agradables, no solo porque me sentía como un cowboy que se acabara de bajar del caballo después de atravesar Arizona al galope, sino porque llevaba entre la plantilla y la planta de mi pie una plasta de barro y hierba que se me había quedado ahí en la primera transición. En la bici no me había molestado, pero lo de echar a correr sin calcetines y con esa plantilla extra en el botín fue el remate. De todas formas, esas circunstancias forman parte del juego, así que, cuando nada más salir de boxes me adelantó un corredor y tiró para adelante, decidí que o le seguía o le seguía. Con él (o persiguiéndolo a él, mejor dicho), fui los 5 kilómetros, con la cosa de que los dos juntos seguimos adelantando a decenas de corredores. Finalmente, corriendo marqué el tiempo 126 de los 487 triatletas e hice los 5.150 metros reales en 23:19, un tiempo que hubiera considerado paupérrimo en una carrera normal (fui a 4:32 el kilómetro), pero que en un triatlón no es malo (solo bajaron de 20 minutos 16 corredores, que son muy pocos, lo que demuestra que correr tras darle caña a la bici realmente no es fácil).

Por otro lado, la marca final en este tipo de pruebas no es relevante al segundo, porque, por lo que he visto, las distancias, aunque están bien medidas, nunca están ajustadas con exactitud a las medidas estándar de las pruebas, de manera que a veces se corre y se pedalea de más, y a veces de menos, por lo que es imposible comparar con exactitud los registros de dos triatlones distintos. En cualquier caso, el tiempo logrado es, sin duda, una referencia, y bajar en un triatlón sprint de 1h30 yo considero que está muy bien (en mi caso van tres de tres, tras marcar 1h24 el año pasado en esta misma cita y 1h29, lesionado y todo, en el Triatlón Puerto de Sevilla de septiembre). Mi puesto global final fue el 233 de 487 finishers, no está mal teniendo en cuenta como empecé.

Para acabar, decir que el Triatlón de Sevilla volvió a estar impecablemente organizado, con la mejora añadida, con respecto al año pasado, de que muchas calles de la Isla de la Cartuja estaban reasfaltadas y de que se han aprovechado más las largas rectas que tiene la misma, evitando todas las curvas que hubo en 2016. Estas son las dos cosas que yo reclamé entonces y ambas han sido tenidas en cuenta, por lo que ya solo puedo decir cosas positivas de esta motivante prueba a la que espero volver en años venideros.



Reto de TODOS LOS DEPORTES COMBINADOS
Completado TRIATLÓN SPRINT.
En 2016 (primer Triatlón Sprint completado), % de Pruebas de Deportes Combinados ya completadas: 6'2% (hoy día 6'2%).

Reto 102 TRIATLONES Y SIMILARES
Pruebas de Deportes Combinados completadas: 7.
% del Total de Pruebas de Deportes Combinados a completar: 6'8%.