1 de junio de 2017

TRIATLÓN DE SEVILLA 2017

Hace unos años, cuando el triatlón comenzó a hacerse popular, empecé a escuchar que se utilizaba en el mundillo triatlético el barbarismo finisher para hacer referencia a las personas que acaban las pruebas. Finisher es una palabra que suena bien y que en español no tiene una traducción fácil, por lo que no me extrañó mucho que se usara tal cual, pero en realidad consideraba que finishers hay también en atletismo, aunque en ese contexto ese vocablo no sea habitual. 

Realmente, fue en 2010, al debutar en triatlón, cuando descubrí el verdadero calado que tiene el término finisher y el auténtico sentido que adquiere el mismo en este deporte. Las personas que corren una carrera y la acaban son personas que corren una carrera y la acaban, pero los que participan en un triatlón y lo acaban no son personas participan en un triatlón y lo acaban, sino que son finishers, así, con todas las letras. Un triatlón, incluso uno de modalidad sprint, es como una prueba de obstáculos en la que hay que ir superando o esquivando problemas que van apareciendo y que acaban poniendo en serio peligro el simple hecho de llegar al final. Cuando uno, después de dejarse el alma nadando, pedaleando y corriendo, atraviesa la línea de meta habiendo superado todos los contratiempos que rondan o que ocurren, se siente realmente como un superviviente, como un finisher. Ser un finisher en triatlón es algo que se lleva con un gran orgullo interno.


El pasado domingo pude comprobar, una vez más, cual es la verdadera dimensión del termino finisher, al participar en la edición de este año del Triatlón de Sevilla, porque en cada uno de los tramos de la competición me surgió un problema diferente que puso en serio peligro el hecho de que pudiera acabarla. Para empezar, nada más iniciarse el tramo de natación me di cuenta de que me entraba bastante agua en las gafas, no se por qué, porque nunca me habían dado problemas y me las había ajustado a conciencia. Sin embargo, en cuanto daba dos brazadas el lado izquierdo de las gafas se me inundaba y hasta que no me lo ajusté por cuarta vez no conseguí solucionar el incidente. Avanzar con las gafas llenas de agua es imposible, así que, por un momento, me pregunté si iba a tener que recorrer los 750 metros nadando como mi abuela (nadaba a braza y no metía la cabeza más allá de la barbilla). Hubiera sido el colmo, ya quedo de los últimos sin necesidad de nadar en plan balneario, haber tenido que hacer tantos metros usando mi estilo de braza cutre hubiera significado mi fin prematuro, sin duda.

Afortunadamente, solucioné el problema y pude completar el sector, pero en el tramo ciclista, que es donde más probabilidades hay de que ocurran calamidades (pinchazos, averías, caídas,...), tuve que poner pie a tierra dos veces para arreglar con los dedos el mecanismo del cambio de mi vieja bicicleta. Así no se puede, con esa carraca ya he acabado con problemas tres triatlones, pero cualquier día me va a dejar tirado del todo. Para colmo, las dos veces que tuve que parar fueron muy seguidas, por lo que hubo un momento en el que pensé que la bici se me había jodido definitivamente. Por fortuna, tras el segundo apaño el cambio ya no volvió a fallar, en parte porque no volví a subir ni a bajar el piñón, tiré con el que tenía metido hasta el final, pese a que en los desniveles positivos tenía que dejarme los cuadriceps y en los negativos me faltaba algo de desarrollo. El año pasado me sucedió algo parecido...

Para acabar, en el tramo de carrera me sobrevino el tercer percance: a falta tan solo de 500 metros para la meta mis dos biceps femorales hicieron el amago de agarrotarse, noté el latigazo primero en uno y luego en otro. Como quedaba tan poco, fui consciente enseguida de que por el camino no me quedaba, pero se me vino a la cabeza por un instante el recuerdo del Triatlón Puerto de Sevilla del pasado mes de septiembre, en el que el sóleo de la pierna izquierda dijo "hasta aquí hemos llegado" a falta de 2 kilómetros. Ese mal sabor de boca es, precisamente, el que quería desterrar participando en este triatlón, y, por un momento, creí que la liaba de nuevo, pero con las gafas y con la bici había sido capaz de salir del atolladero, y con las piernas esta vez también pude firmar una tregua: reduje el ritmo en ese último kilómetro, en el que iba a apretar al máximo, solventé el ultimo amago de desastre y acabé en 1h26:55 (no hay que echar cuenta al reloj de la foto de abajo, evidentemente).


Después de una competición así, es evidente por qué al atravesar la línea de meta me convertí en un finisher (y eso que yo participé en la distancia sprint, la sensación de terminar una prueba de triatlón en distancias superiores debe ser la leche...)


Pese a todo lo comentado, la verdad es que la competición me fue bastante bien, aunque en triatlón es bien sabido que más vale compartimentar y hablar de la experiencia por sectores.

En mi caso, el tramo de natación volvió a ser un desastre. Cualquiera que se haya leído otros post de este blog, dedicados a mis triatlones, pensará que me repito más que el ajo, porque siempre digo lo mismo, y pensará también que ya que me va tan mal en el agua, más me valdría hacer algo por mejorar mi técnica de nado. Pues bien, algo ya he hecho, he estado tres meses yendo a clase de natación dos días a la semana para intentar pulir mi deficiente estilo (vale, en realidad las circunstancias han hecho que realmente solo haya ido a clase los dos días un par de semanas, pero las otras diez he ido siempre un día). Pese a esto, no solo no he mejorado, sino que el domingo hice el peor tiempo en natación de los tres triatlones sprint que llevo.

Ya de inicio, la cosa no pintaba bien, porque la mañana salió fresca, hasta el punto de que unos minutos antes de tirarme al agua tenía frío (esa temperatura suave luego la agradecimos mucho en los otros dos sectores, eso sí). Afortunadamente, el agua del Río Guadalquivir es como caldo y al tirarme casi noté alivio. En cualquier caso, el tramo de natación, por mi poca destreza, me sigue poniendo atacado, y lo de pasar frío el rato antes no acabó de darme confianza. Para colmo, me encontré, nada más darse la salida, con el problema de las gafas, que me colocó en una posición más que llamativa: la última. En efecto, tras luchar contra los manotazos y las patadas de los demás triatletas en los primeros segundos, y contra mis gafas en los siguientes, hubo un momento, pasado un rato, en el que miré a mi alrededor y vi que no llevaba a nadie detrás... era el último. Curiosamente, algo tan negativo acabó teniendo su lado bueno, porque pensé que peor ya no podía ir la cosa, y eso, lejos de ponerme más nervioso, me relajó. Además, gracias a la posición tan retrasada desde la que empecé, yo creo que por primera vez en mi vida triatlética adelanté a alguien nadando (por muy mal que yo lo haga, siempre hay alguien que va más despacio, por lo que vi). El caso es que, una vez que solventé el incidente de las gafas, me puse a nadar intentando recordar lo aprendido en las clases y llegué a pasar a gente. Eso me animó, como también lo hizo el hecho de que, realmente, nadé los 750 metros, el equivalente a 30 piscinas, más cómodo que nunca. Sin embargo, no solo no mejoré mi tiempo de otras veces, sino que lo empeoré, ya que eché 21:15 minutos, lo que supuso acabar en la posición 426 de 487 triatletas.

Al salir del agua estoy acostumbrado a encontrarme la zona de boxes casi vacía, y, en efecto, en esta ocasión también había recogido ya su bici casi el 90% de la gente. Eso tiene la cosa positiva de que nunca me cuesta trabajo encontrar la mía, porque está allí sola, colgada de la barra como se ve en la foto de abajo, pero sin todas las de alrededor.


Por lo demás, salvo el incidente con el cambio, las cosas empezaron a ir bien en el momento en el que me monté en la bicicleta. Estoy bastante satisfecho del resultado, porque el ciclismo es un sector que prácticamente no preparo y porque lo solvento con una bicicleta que tiene casi tantos años como yo. Pese a esto, desde que empecé a dar pedales comencé a adelantar gente y eso fue un revulsivo genial. A ratos pude engancharme en algunos grupos y, más allá de los problemas con el cambio, no sufrí más percances, de manera que entré en boxes de nuevo, tras los 20 kilómetros, con el tiempo 191 de los 487 participantes.


La parte más espectacular de todas, sin embargo, fue la de la carrera: las sensaciones de las primeras zancadas no fueron en absoluto agradables, no solo porque me sentía como un cowboy que se acabara de bajar del caballo después de atravesar Arizona al galope, sino porque llevaba entre la plantilla y la planta de mi pie una plasta de barro y hierba que se me había quedado ahí en la primera transición. En la bici no me había molestado, pero lo de echar a correr sin calcetines y con esa plantilla extra en el botín fue el remate. De todas formas, esas circunstancias forman parte del juego, así que, cuando nada más salir de boxes me adelantó un corredor y tiró para adelante, decidí que o le seguía o le seguía. Con él (o persiguiéndolo a él, mejor dicho), fui los 5 kilómetros, con la cosa de que los dos juntos seguimos adelantando a decenas de corredores. Finalmente, corriendo marqué el tiempo 126 de los 487 triatletas e hice los 5.150 metros reales en 23:19, un tiempo que hubiera considerado paupérrimo en una carrera normal (fui a 4:32 el kilómetro), pero que en un triatlón no es malo (solo bajaron de 20 minutos 16 corredores, que son muy pocos, lo que demuestra que correr tras darle caña a la bici realmente no es fácil).

Por otro lado, la marca final en este tipo de pruebas no es relevante al segundo, porque, por lo que he visto, las distancias, aunque están bien medidas, nunca están ajustadas con exactitud a las medidas estándar de las pruebas, de manera que a veces se corre y se pedalea de más, y a veces de menos, por lo que es imposible comparar con exactitud los registros de dos triatlones distintos. En cualquier caso, el tiempo logrado es, sin duda, una referencia, y bajar en un triatlón sprint de 1h30 yo considero que está muy bien (en mi caso van tres de tres, tras marcar 1h24 el año pasado en esta misma cita y 1h29, lesionado y todo, en el Triatlón Puerto de Sevilla de septiembre). Mi puesto global final fue el 233 de 487 finishers, no está mal teniendo en cuenta como empecé.

Para acabar, decir que el Triatlón de Sevilla volvió a estar impecablemente organizado, con la mejora añadida, con respecto al año pasado, de que muchas calles de la Isla de la Cartuja estaban reasfaltadas y de que se han aprovechado más las largas rectas que tiene la misma, evitando todas las curvas que hubo en 2016. Estas son las dos cosas que yo reclamé entonces y ambas han sido tenidas en cuenta, por lo que ya solo puedo decir cosas positivas de esta motivante prueba a la que espero volver en años venideros.



Reto de TODOS LOS DEPORTES COMBINADOS
Completado TRIATLÓN SPRINT.
En 2016 (primer Triatlón Sprint completado), % de Pruebas de Deportes Combinados ya completadas: 6'2% (hoy día 6'2%).

Reto 102 TRIATLONES Y SIMILARES
Pruebas de Deportes Combinados completadas: 7.
% del Total de Pruebas de Deportes Combinados a completar: 6'8%.


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