30 de junio de 2021

SEVILLA 2021

El pasado 21 de junio a las 5'32 horas comenzó el verano de 2021. El inicio de esta estación es siempre una buena noticia para mí, porque viene acompañada de planes viajeros. Pese a esto, los próximos no serán unos meses de locura a ese respecto, dado que, de nuevo, se han vuelto a juntar una serie de circunstancias, sociales y personales, que imposibilitan la elaboración de grandes proyectos. Sin embargo, a la espera de que vengan tiempos mejores, vamos a exprimir la época estival recién comenzada en la medida de nuestras posibilidades, como hacemos cada año. De hecho, en julio ya tenemos previsto movernos un poco por Andalucía y por España, pero a la espera de que llegue el momento de hacer la maleta por primera vez, voy a inaugurar este verano con uno de mis tradicionales artículos dedicados a Sevilla, aprovechando que el fin de semana recibimos la visita de Ruth y que, como es costumbre en esos casos, utilizamos su presencia como excusa para pegarnos dos días a pleno rendimiento por la ciudad hispalense.

De todas formas, antes de meterme de lleno con el finde voy a escribir unas líneas sobre un edificio que es una referencia en Sevilla para los visitantes, pero que, además, es mi lugar actual de trabajo. Se trata de la Antigua Real Fábrica de Tabacos. De ella ya hablé cuando aún no me ganaba el pan allí, pero en el post del pasado mes de diciembre sí hice referencia a la misma como el sitio adonde voy a currar cada día. Por aquel entonces dije que la próxima vez que le dedicara unas letras a la capital andaluza iba a hacer mención a las entrañas de este inmueble, que no están abiertas al gran público. En efecto, la Fábrica de Tabacos alberga en la actualidad el Rectorado de la Universidad de Sevilla y, también, la Facultad de Geografía e Historia y la Facultad de Filología. A estas dos le da servicio la Biblioteca de Humanidades, que es donde yo realmente desempeño mi labor profesional. De esta biblioteca hablé en 2020, pero en aquella ocasión no dije nada de sus depósitos, que es a lo que me quiero referir ahora. Por poner un símil gráfico, la Biblioteca de Humanidades es como el sistema cardiovascular de las facultades a las que sirve, y sus depósitos ejercen de corazón dentro de ese sistema. Son enormes y albergan más de 400.000 documentos.


La Biblioteca de Humanidades tiene cuatro puntos de servicios repartidos por la mitad oeste de la Antigua Real Fábrica de Tabacos. En diciembre de 2020 hablé de la Sala Bécquer, pero la pasada semana estuve en la Sala Central, que es la que gestiona la mayoría de los depósitos. Los mismos están conformados por siete plantas, que son como un laberinto atestado de estanterías repletas. En esos siete niveles hay partes que parecen más un trastero que una biblioteca, y entre las sombras abundan, aquí y allá, los rincones llenos de cachivaches arrumbados, de libros pendientes de integrar o de expurgar, así como de estanterías vacías. Todo, en general, está muy antiguo, pero los fondos son excelsos, en cantidad y calidad. En el piso primero está el fondo antiguo, que está muy bien dispuesto y conservado. Ahí hay ejemplares de un valor desorbitado.


Trabajar entre tanto libro es una gozada, aunque acabe cada día fundido de tanto subir y bajar. Por otro lado, con respecto a lo del estado de los depósitos, en otoño se va a iniciar una remodelación total de estos, de manera que cuando finalice la obra los mismos serán modernos y funcionales. La modernización es algo necesario, aunque las instalaciones perderán gran parte de su sabor. Yo me alegro de haberlas conocido con detalle tal y como están ahora.

De cualquier modo, queda claro que conozco con bastante profundidad la Antigua Real Fábrica de Tabacos. El edificio con frecuencia está lleno de turistas, pero para mí la tarde del viernes fue escasamente ociosa. Realmente, el fin de semana empezó cuando salí de trabajar. Este ha sido muy intenso y ha tenido dos vertientes: la turística y la culinaria. Con respecto a la primera, siempre que viene Ruth intentamos profundizar un poco más en los elementos destacados de la ciudad, por ella y por nosotros. Los atractivos de Sevilla son casi infinitos, por lo que aún no nos hemos quedado sin sitios por descubrir. En este caso programé una visita a la Casa Palacio de la Condesa de Lebrija, que es un lugar del que había oído hablar a menudo, pero en el que nunca había estado (en parte porque abrió al público en 1999). Me pareció impresionante.


La Condesa de Lebrija era una de esas mujeres de finales del siglo XIX y principios del XX, que tenían, a la vez, dinero e inteligencia. En una sociedad cerrada y patriarcal como la española de esos tiempos, solo la riqueza podía lograr que una mujer se desarrollara plenamente. María Regla Manjón y Mergelina era rica y lista, por lo que pudo comprar el palacio en 1901. Para ese entonces ya contaba con medio siglo de vida y se había quedado viuda tres años antes, tras otros tantos de matrimonio. No tenía hijos. Apasionada de la historia y de la arqueología, en su nuevo inmueble le encontró acomodo a todo el patrimonio que poseía, el cual siguió incrementando. Los mosaicos, traídos directamente desde Itálica y colocados para pavimentar la casi totalidad de la planta baja de la mansión, son, sin duda, lo más destacado de su colección.


En realidad, en Sevilla cuando los entendidos nombran a la Condesa lo suelen hacer con una cierta sorna. Lo se porque he estudiado historia y me hablaron de ella en clase, pero también he visto esa reacción en ámbitos no universitarios. Esto sucede porque, estrictamente hablando, la Condesa de Lebrija expolió Itálica, como hicieron la mayoría de los arqueólogos en los más variados yacimientos del mundo en aquella época. Sin embargo, la imagen que se da de Regla Manjón en su casa-museo no es esta y, siendo justos, su reputación está a salvo por un par de razones: en primer lugar, porque Itálica, a principios del siglo XX, era un desmonte, pasto de los expolios más vandálicos. Ella también se hizo con parte del botín, pero sus motivaciones fueron más elevadas que las de otras muchas personas. Gracias a su labor se conserva mucho patrimonio. Por otro lado, la verdad es que no nos choca ver los restos de los yacimiento en los museos, por lo que tampoco ha de resultarnos raro verlos en ese palacio, dado que es en eso, precisamente, en lo que se ha convertido desde que se abrió al público en 1999. El mismo no es gratis, pero no está más a desmano que el Arqueológico de Sevilla, por ejemplo, donde también se conservan muchos vestigios italicenses con total naturalidad. En definitiva, en la Casa Palacio de la Condesa de Lebrija los restos arqueológicos se muestran en todo su esplendor, aunque choca un poco lo de andar pisando mosaicos romanos. Han puesto cordones para que no se pise la zona central de estos, pero los laterales sí se pisotean.


La Casa Palacio, más allá de por los mosaicos, destaca también por otras cosas que están expuestas. La Condesa no solo se trajo restos de Itálica, sino que también forró de valiosos azulejos partes de su mansión, por ejemplo. Su biblioteca es, de igual modo, muy destacada, y tiene hasta un incunable.


Por otra parte, el palacio es una casa, así que en la visita a la segunda planta, que es guiada, se pueden ver las habitaciones donde la Condesa hacía su vida. En general, todo me resultó muy interesante.


Realmente, nuestro momento cultural del fin de semana fue este, pero Sevilla es una ciudad para pasearla mucho, y nosotros, tanto el sábado como el domingo por la mañana, anduvimos sin parar. Para empezar, a Ruth fuimos a buscarla a su hotel, que estaba en pleno Barrio de Santa Cruz. Gracias a eso recorrimos algunas de sus callejuelas más bonitas, incluida la Calle Lope de Rueda.

Tras abandonar el Barrio de Santa Cruz fue cuando nos encaminamos a la Casa Palacio de la Condesa de Lebrija, sita en la Calle Cuna. Gracias al paseo vi como Sevilla va recuperando su vida turística. Nos guste o no, es evidente que los guiris son sinónimo de salud para la ciudad. Podríamos hablar acerca del hecho de que habría que diversificar la economía, pero mientras no se haga, la ausencia de visitantes es una tragedia para mucha gente, por lo que es una buena noticia que la normalidad se vaya recuperando. 

Después de ver el palacio continuamos avanzando hacia el norte, atravesando lugares pintorescos como la Plaza de San Andrés, la Calle Cervantes o la Calle Divina Enfermera. Este recorrido alternativo a los habituales, para llegar a la Alameda de Hércules desde el meollo del centro de Sevilla, es muy recomendable. En nuestro caso, el destino no era la Alameda en sí misma, aunque pasamos por allí, sino la Calle Feria, junto a la que comimos. En concreto, almorzamos en el Pitacasso, que es un minúsculo bar que se abre y pone sus mesas en la Plaza Calderón de la Barca. Esta plaza está a la espalda del Mercado de la Calle Feria. En el Pitacasso se comen unas pitas deliciosas, pero también se sirven otros suculentos platos.


Yo estuve por primera y única vez en el Pitacasso en 2008. Ya ha llovido desde entonces. El sábado fue la segunda ocasión en la que iba. Hacía mucho calor y lo de sentarnos en la calle fue osado, pero no nos arrepentimos, por lo bien que comimos y por lo agradable que fue el trato. En efecto, en el Pitacasso la comida nos pareció muy buena, pero, por si quedaban dudas, la camarera y propietaria del negocio nos contó de una manera tan cercana, natural y apasionada, lo que podíamos comer, que al final disfrutamos el doble.

Esta fue la cara de nuestras consumiciones del sábado. La cruz fue la experiencia en el Universal People Bar, que no fue buena.


Es una pena, porque cuando este establecimiento se llamaba simplemente Café Universal era uno de mis sitios preferidos en Sevilla. Sin embargo, me parece que se lo han cargado un poco. Hacía años que no lo visitaba y todo apunta a que el negocio, que lleva ahí mucho tiempo, ha sufrido la parte negativa de la turistificación de Sevilla. Antes decía que en la ciudad es indispensable el turismo, pero tampoco son necesarias transformaciones como la del Universal. Cierto es que nunca ha sido una tasquilla típica, ni mucho menos. Era, desde siempre, un bar para gente de paso, situado en el corazón de la Sevilla guiri, pero yo lo conocí siendo un lugar auténtico, en el que también paraba cualquier local que pasara por allí. Antaño, no se ahora, los sevillanos salíamos de marcha por el centro, sin miedo a mezclarnos con los foráneos, y el Universal para mí fue, a menudo, un refugio donde se podía llenar el estómago con unas tapas bien servidas, con una aceptable relación calidad-precio. Por desgracia, el local lo han cambiado entero y ahora tiene pinta de franquicia típica y tópica. Lo de las fotos de actores de Hollywood colgadas por las paredes y la decoración retro de serie lo acerca a la clientela extranjera, supongo, pero a mí me hace sospechar. No obstante, lo peor de nuestra experiencia fue la actitud de los camareros, que estaban claramente adiestrados para arañarle los bolsillos a los incautos visitantes. Nosotros teníamos pinta de turistas y, por ello, con un descaro bastante cutre, nos intentaron encasquetar un zumo de naranja natural (lo pusieron en la mesa vacía por error, antes que lo que habíamos pedido, y se fueron. Tenía buena pinta, sí, pero a mí no me la dan). Luego, nos pusieron un té con la taza medio vacía, en plan chapucero, y, por último, una de las tostadas vino con jamón serrano, en vez de con el jamón york solicitado. Fue otro errorAna se comió el jamón serrano y yo lo pagué, pero me dio coraje. Quizás ni me hubiera dado cuenta de la mala fe de los errores, si no hubiera sido por la actitud de los jóvenes camareros, que, en general, se comportaron con una actitud sospechosamente taimada y ladina. En fin...

La realidad es que es bien sabido que, incluso en un ambiente turístico, se pueden hacer las cosas de otra manera. El domingo, sin ir más lejos, antes de comer nos tomamos una caña en Bendita Bodeguita, que es un pequeño bar sin más ínfulas que las de servir lo básico, en un entorno tan lleno de guiris como el de la Calle Cano y Cueto. Sin embargo, allí, partiendo de esa base, todo fue correcto.


El domingo, tras empezar la jornada, al igual que el sábado, en el Paseo de Catalina de Ribera, nos tomamos ese piscolabis y después nos alejamos del centro para comer. Al final, acabamos en La Buhaira. Este barrio está entre el Casco Antiguo y Nervión, y es muy agradable. A pesar de ser una zona moderna y residencial, llena de bloques de pisos, también tiene sus enclaves de interés, aunque nosotros no vimos ninguno de ellos. Realmente, fuimos allí solo para almorzar en alguno de los muchos negocios de hostelería que están abiertos en los bajos de los bloques. En concreto, nos tomamos unas ricas tapas en las mesas que tiene en la acera un bar llamado Zarandaja.


Luego anduvimos un poco en dirección a la Estación de Tren Sevilla-Santa Justa, que era el destino de Ruth, pero en la Calle Luis Montoto, junto a uno de los trozos de los Caños de Carmona, nos despedimos por esta vez. En el post de diciembre de 2020 ya hablé de este acueducto, del que se conservan tres tramos. En aquella ocasión mostré uno y ahora pasamos por delante de otro. 


Allí, esta vez dimos por terminado el fin de semana. No obstante, para finiquitar el post voy a irme de nuevo al principio, porque el viernes estuvimos en otra zona totalmente diferente de Sevilla, que va a poner el colofón a este artículo, no por nada en especial, sino porque eché en ella un ratillo entrañable y por eso me pega meterlo aquí. En efecto, el viernes, tras salir del trabajo a última hora de la tarde, no me fui a casa, sino que acabé en Santa Clara, tomando unas tapas en un bar llamado Abril... Mon Amour. El mismo está situado en una calle peatonal que delimita el Parque Gran Vía. Santa Clara es un barrio residencial que se encuentra en el noreste de Sevilla. En él vive mi cuñada y en Abril... Mon Amour ella para con cierta frecuencia. En ese bar y en los colindantes, un viernes por la noche, lo que hay son vecinos en plan relajado. Me gustó el ambiente y comí muy bien.


Para rematar la noche, antes de tirar para casa hicimos un breve alto en la Heladería Villar, que resulta que lleva abierta desde 1970 y es un referente en la zona de La Macarena. Yo no paré por ese hecho, sino porque tenía que recoger allí un libro sobre fútbol femenino que me compré y que la autora, a la que conozco y que hace horas extra currando en esa heladería, me quería dar en persona. Debido a eso nos desviamos un poco de nuestro camino a casa y, de paso, nos tomamos un rico helado, con el que me despido por esta vez.


He de decir, antes de acabar del todo, que el presente ha sido el post número doscientos que he escrito en mi blog. La efeméride casi me emociona, puesto que demuestra que he conseguido dar continuidad a este modesto diario personal de mis andanzas. Espero seguir escribiendo en él muchos años más. Para empezar, como decía al principio, se nos ha echado encima el verano y eso es sinónimo de jaleo. En consecuencia, creo que no tardaré en volver a escribir sobre algunos planes inminentes que ya tengo en mente.


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado SEVILLA.
En 1977, % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en la Provincia de Sevilla: 14'2% (hoy día 100%).
En 1977, % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 0'2% (hoy día 35'7%).

Reto Viajero TESOROS DEL MUNDO
Visitado SEVILLA.
En 1977 (aún incompleta esta visita), % de Tesoros ya visitados de la España Musulmana: 10% (hoy día, completada ya esta visita, 50%).
En 1977 (aún incompleta esta visita), % de Tesoros del Mundo ya visitados: 0'1% (hoy día, completada ya esta visita, 4%).

Reto Viajero MUNICIPIOS DE ANDALUCÍA
Visitado SEVILLA.
En 1977, % de Municipios ya visitados en la Provincia de Sevilla: 0'9% (hoy día 63'8%).
En 1977, % de Municipios de Andalucía ya visitados: 0'1% (hoy día 20'7%).


19 de junio de 2021

VALLADOLID 2021 (VISITA DE JUNIO)

Pues sí que tuve la oportunidad de regresar a Valladolid. En mayo escribí un post en el que hablaba de la visita que hice a la ciudad pucelana, con el fin de hacer la primera de las pruebas selectivas para el ingreso como auxiliar de bibliotecas en la Universidad de Valladolid. Ese examen era eliminatorio y había que colarse entre las 140 mejores notas para poder hacer el segundo. Yo quedé el 84, de manera que he vuelto a la capital de Castilla y León para intentar rematar la faena. No se si lo habré conseguido. Lo sabré en unos días, aunque me da en la nariz que no. Mi objetivo es entrar en la bolsa de interinos y en ella solo habrá 35 personas. Para lograr estar entre los elegidos, partiendo de la nota 84 del primer ejercicio, tendría que haber clavado el segundo, y no fue así. No obstante, hasta el rabo todo es toro, como se suele decir. Yo lo di todo y ahora toca esperar un poco, para saber como lo he hecho en relación con los demás opositores. Eso será lo que marque el resultado. De momento tengo mi trabajo en Sevilla, por lo que estoy tranquilo.

Como ya escribí el mes pasado, cuando hago un examen, sea del tipo que sea, para mí son muy importantes las últimas horas. Por eso, en aquella visita de mayo, la tarde antes de examinarme no dio para mucho, y ahora ha sucedido algo parecido con el rato vespertino del viernes que pasé en Valladolid. En efecto, más allá de las calles cercanas al lugar donde me alojé y del campus universitario, ese día no vi mucho más, aunque es cierto que pernocté en otro sitio diferente al de la primera vez, lo que me permitió ampliar un poco mis miras desde el principio. Lo del alojamiento de mayo en el Barrio España fue pintoresco, pero en esta ocasión me busqué el apartamento en un emplazamiento más céntrico. Por ello, tuve la oportunidad de conocer el barrio de La Rondilla. El mismo está al suroeste del Barrio España, al otro lado del Río Esgueva, y se encuentra situado al norte del meollo de la ciudad. Al oeste está limitado por el Río Pisuerga.


La Rondilla nació en los años 60 del siglo XX, cuando se edificó en una zona en la que solo había huertas. A finales de esa década y principios de la siguiente se construyó allí a un ritmo muy elevado, debido a la expansión industrial de Valladolid. El nuevo enclave se llenó de lo que podríamos calificar como obreros, es decir, de personas venidas, en gran medida, del medio rural, con la idea de ganarse la vida en la capital en oficios de poca cualificación. Por ello, las calles del vecindario presentan un marcado aspecto de barrio obrero. En Sevilla me he movido mucho por una zona similar, en la que se respira un ambiente popular y, a la vez, amable. La Rondilla, lejos de ser un parte deprimida de la ciudad, es una barriada revalorizada por su relativa cercanía al centro, en la que se ha luchado por humanizar y desarrollar lo que en su día fue un agresivo barrio colmena, lleno de gente humilde con bajos recursos.


Yo llegué a mediodía del viernes y logré aparcar cerca del apartamento que tenía alquilado. Era un día laborable y a esa hora las calles rebosaban vida. Ese tipo de vecindarios suelen estar llenos de bares y tienen comercios de todo tipo. Por otro lado, a consecuencia de la manera en la que surgió el barrio, este es muy cuadriculado. Por lo visto, en La Rondilla se construyó alto y mucho, aprovechando el espacio de manera agresiva. No se dejó sitio para parques, pero sí quedaron entre los bloques las llamadas calles patio, que eran las únicas zonas abiertas que se mantuvieron libres de tráfico y sin edificar. Con el tiempo, las reivindicaciones vecinales han contribuido a acondicionar y a agrandar las aceras, se han abierto placitas donde se ha podido, y se han adecentado algunas calles patio.


Mi apartamento en el barrio de La Rondilla estuvo en la Calle Moradas y, desde allí, la tarde del viernes fui caminando hasta el Campus Universitario Miguel Delibes, que es donde tenía que hacer el examen el sábado. 


En el Campus encontré sin problemas el edificio que alberga la Escuela de Ingeniería Informática y la ETS de Ingeniería y Telecomunicaciones.


Al regresar, además de elegir otro camino para tener la oportunidad de volver a recorrer un tramo del agradable Paseo del Cauce, comprobé hasta que punto la Avenida de Palencia ejerce de límite este de La Rondilla.


Esa amplia avenida marca una clara cesura en la zona que rodea el centro de Valladolid. Viniendo desde el extrarradio ejerce de vía de acercamiento al meollo vallisoletano. Aún así, no llega hasta allí, otra vez me pareció que en la ciudad pucelana no hay avenidas que, viniendo desde las afueras, conduzcan de manera directa hasta el epicentro urbano. La Avenida de Palencia se prolonga hasta sus inmediaciones, pero antes de alcanzar núcleo se pierde en un entramado irregular, que hace que no pueda ser considerada tampoco una puerta de entrada a la parte histórica.

Realmente, en esta segunda visita he vuelto a comprobar que los principales edificios llamativos que tiene Valladolid están un tanto dispersos y se han quedado rodeados de construcciones más recientes. La ciudad no tiene un casco histórico homogéneo. Parece muy atractiva para ser vivida, es moderna y tiene vida, al menos en primavera, pero sus edificaciones emblemáticas, algunas de las cuales son notables, están dispersas y rodeadas, en su mayoría, de inmuebles más actuales. La verdad es que los highlights más destacados casi siempre tienen en el plano de visión otros que afean un poco las panorámicas. 


Yo, al igual que en mayo, el momento en el que pude pasear, más o menos tranquilo, fue el sábado por la mañana, tras terminar el examen. Las seis horas de coche que me quedaban hasta Sevilla provocaron, de nuevo, que no me detuviera en exceso, pero no se va uno hasta Valladolid para regresar sin haber paseado, al menos, un poco. En esta ocasión me puse como objetivo asomarme al Río Pisuerga (la otra vez no lo vi ni de lejos), y también quería acercarme a ver la Iglesia de San Pablo, que había visto en fotos que es muy impresionante. Por ello, tras dar por finiquitada la prueba de oposición me encaminé, aún con la cabeza a punto de explotar, desde el Campus Universitario Miguel Delibes hasta el centro. En concreto, volví a desandar el trayecto hasta la Avenida de Palencia, aunque no era el camino más directo, y la recorrí entera. Tras desechar, por falta de tiempo, varios sitios que me hubiera gustado ver mejor, llegué a la Plaza de San Pablo. La misma me gustó mucho.


Con respecto a la Iglesia de San Pablo, he de decir que llama más la atención por fuera que por dentro. Su fachada es espectacular.


Por dentro es mucho más sobria y me impresionó menos, aunque tiene un gran tamaño. A falta de grandes ornamentos, lo que sobresale en su interior son las esculturas de Gregorio Fernández


En efecto, en la capilla mayor la Escultura de Santo Domingo de Guzmán es obra suya (está a la derecha del crucificado), pero si por algo es conocido Gregorio Fernández, máximo exponente de la escuela castellana de escultura, tan pródiga en el reflejo de la expresividad, es por sus cristos yacentes. En la Iglesia de San Pablo hay dos. El de la izquierda, en la foto inferior, es menos destacado, pero el Cristo Yacente de la derecha es uno de los mejores y más impactantes de este artista. Fue encargado por el Duque de Lerma y data de 1615.


Las capillas que quedan a la izquierda de la entrada del templo están unidas de una forma muy curiosa. En ellas es donde están las urnas con las imágenes yacentes.


Aparte, esta iglesia es un ejemplo perfecto del poderío que llegó a tener Valladolid en la Edad Moderna, hecho que hoy día no está tan reflejado en sus calles, por aquello de que es una urbe renovada y sin un centro llamativo. Sin embargo, Pucela fue durante cinco años, entre 1601 y 1606, capital de España, nada menos. En Valladolid nació Felipe II, que era pucelano. También se casaron en la población en 1469 los Reyes Católicos, fueron jurados reyes de Castilla Juana La Loca y Felipe El Hermoso en 1504, y en ella murió Cristóbal Colón en 1506. Desde el punto de vista literario, mucho antes de que vieran la luz allí José Zorrilla, Jorge Guillén o Miguel Delibes, vivió en sus calles Miguel de Cervantes, que era vecino de la ciudad cuando se publicó Don Quijote de la Mancha en 1605. En consecuencia, queda claro que Valladolid fue, durante un tiempo, un imán de grandes personalidades españolas. Es más, tanto Felipe II, como su hijo Felipe III, fueron bautizados en la Iglesia de San Pablo. De hecho, la casa donde nació el primero también está en la Plaza de San Pablo (es la que se ve en primer plano en la foto inferior).


Acabada mi visita a la Iglesia de San Pablo me encaminé a ver el Rio Pisuerga, cosa que hice desde el Puente de Poniente. Desde el mismo vi, tanto a un lado como al otro, una imagen del skyline de la otra orilla de Valladolid, que me confirmó que la capital de Castilla y León es una señora ciudad.


Después, llegó el momento de regresar al coche. Tenía que comer algo y volver a Sevilla, pero la vuelta la hice tranquilo, e incluso di un pequeño rodeo para atravesar la Plaza Mayor. También recorrí las calles porticadas de los alrededores de esta y las pequeñas plazas que hay en ellas, como la Plaza de la Rinconada. Tras ese paseo me reafirmé en la idea de que esa es la parte más bonita de la ciudad.


En breve llegará el verano de este complicado curso. Hemos pasado medio año confinados en nuestra comunidad e, incluso, en nuestros municipios. Después, se nos ha quedado el cuerpo un poco cortado y, para cuando hemos reaccionado, hemos tenido que prestar atención a otras circunstancias que nos han impedido movernos mucho. Ahora, por fin, llega la época estival. Todavía no vamos a poder tirar la casa por la ventana, pero la situación va mejorando, con respecto al tema de la pandemia. El año pasado la cosa estaba mucho peor y le sacamos partido a las vacaciones. Este 2021, como reflejaré en el próximo post y en los sucesivos, no va a ser menos.



Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado VALLADOLID.
En 2001 (primera visita), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en la provincia de Valladolid: 50% (hoy día 50%).
En 2001 (primera visita), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 19'2% (hoy día 35'7%).