30 de abril de 2022

MARATÓN DE MADRID 2022

Este post lo voy a empezar con una foto que es todo un spoiler.


Efectivamente. Acabé por quinta vez el Maratón de Madrid y el resultado de esta última participación no me pudo dejar más satisfecho. No voy a desvelar todavía el resultado final de la carrera. Antes, me voy a enrollar un poco, que es lo que me divierte.

Como digo, cinco han sido las veces que he cruzado la meta del Maratón de Madrid. En las dos primeras ocasiones, acaecidas en 2003 y en 2005, todavía se le podía llamar MAPOMA. Por aquel entonces, la prueba reina de la capital de España se denominaba oficialmente Maratón Popular de Madrid, por lo que era común designarla con el acrónimo comentado.


Después, regresé a Madrid a correr su maratón en 2007 y en 2010. En esos años, la prueba ya era denominada Maratón de Madrid, a secas. El adjetivo popular lo habían quitado del nombre, intentando, supongo, darle a la carrera una cierto aire de profesionalidad y de elitismo.


Desde entonces, yo no había vuelto. No obstante, en 2012 me enteré de que la cita había empezado a llamarse Rock 'n' Roll Madrid Maratón. La misma siempre había estado organizada por la Asociación Deportiva Mapoma, pero, desde ese 2012, la empresa estadounidense World Triathlon Corporation pasó a tener algo que decir en la puesta en marcha de la carrera. Esa sociedad, aparte de organizar los triatlones Ironman, había creado otra marca, denominada Rock 'n' Roll Marathon, con la que se dedicaba a participar en el desarrollo de maratones por todo el mundo, los cuales eran bautizados con el apelativo rockero. Por tanto, la implicación de World Triathlon Corporation en el Maratón de Madrid trajo consigo el cambio de nombre de este. Más recientemente, esta compañía ha variado un poco la mencionada marca, y ahora llama a sus eventos Rock 'n' Roll Running Series.


Para acabar de complicar el tema de la denominación de la carrera, en 2015 EDP empezó a patrocinarla, por lo que también empezó a formar parte del nombre, que fue hasta 2020 EDP Rock 'n' Roll Madrid Maratón, y desde 2021 EDP Rock 'n' Roll Running Series Madrid distancia Maratón (ahí es nada). Este 2022 se ha llamado casi igual. La diferencia ha sido que la aseguradora Zurich ha sustituido a EDP como principal patrocinador del evento, por lo que el galimatías de la designación ha sido definitivo (EDP es una empresa de producción de energía eléctrica y Zurich es una compañía aseguradora, pero además es una ciudad, por lo que lo de Zurich Rock 'n' Roll Running Series Madrid distancia Maratón ya no hay por donde cogerlo. Menos mal que, para entendernos, el común de los mortales denominamos a la prueba Maratón de Madrid o, todo lo más, Rock 'n' roll Madrid Maratón).

El caso es que mi idilio con la cita maratoniana madrileña, se llame como se llame, viene de lejos. Como he dicho, la acabé en 2003, 2005, 2007 y 2010. Además, me retiré en el kilómetro 5 de la edición de 2004. Desde hace doce años no había vuelto. Nunca dije que no fuera a regresar más, aunque no hay duda de que las probabilidades eran escasas, en primer lugar porque es un maratón muy duro, y en segundo porque las circunstancias han cambiado para mí, desde 2010. Ahora me cuesta, tanto o más, ir al Maratón de Madrid, que ir a muchos otros. Lo cierto es que, durante un tiempo, lo tuve fácil para organizar escapadas a la capital, dado que, entre verano de 2003 y finales de 2006, mi hermana Inés vivió allí. Por consiguiente, para disputar el MAPOMA en 2004 y 2005 apenas tuve que preocuparme por la logística, ni por el presupuesto. Esas dos veces me metí en su casa casi sin preguntar. Con respecto a 2003, ese año, el que era su novio en aquella época vivía en Villaviciosa de Odón, por lo que tampoco tuve que comerme el coco. Yo lo conocía bien y la confianza da asco, por lo que me instalé en su salón dos noches y santas pascuas. Cuatro años después, en 2007, mi hermana estaba de vuelta en Sevilla, pero conservaba frescas muchas amistades madrileñas. No recuerdo como surgió el tema, pero en aquella ocasión dormí en casa de su amigo Carmelo. Por último, en 2010 era yo el que tenía a un amigo de confianza viviendo a dos pasos del Parque del Retiro. Él iba a participar también en la carrera y me encalomé en su casa, sin que pasara nada. Desde entonces, no obstante, las facilidades para plantarme en Madrid para correr han desparecido. En parte, por eso, desde 2010 no había tenido demasiadas intenciones de volver al maratón del oso y el madroño... hasta ahora. Está claro que no había cerrado la puerta por completo. Este 2022, tras el bache de la pandemia, no andaba muy motivado con la idea de pelear mi maratón número 21. Sin embargo, tras las Navidades se me encendió la llamita, y en vez de intentar apagarla, decidí echarle gasolina. Para el Maratón de Sevilla no llegaba, pero ¿y volver a Madrid? Mecachis. Se me vino la idea a la mente, como un fogonazo, y ya no logré sacármela de la cabeza. Parecía el momento de quitarme el sabor agridulce que me habían dejado las ediciones de 2007 y 2010. El de 2007 fue uno de los peores maratones de mi vida (paré el crono en 4h02:51), y el de 2010 lo culminé en 3h43:09, mecho mejor, pero me golpeé más fuerte que nunca contra el muro, y terminé totalmente desfondado. Esas dos eran mis ultimas experiencias en el Maratón de Madrid, y me había quedado con el regustillo amargo de ese infernal maratón de 2007, y de los últimos kilómetros de la cita de 2010. Por ello, cuando decidí regresar, este 2022, lo hice tras haberme comprometido a darlo todo para correr en condiciones. Finalmente, he acabado en 3h39:07. Ni siquiera ha sido mi mejor marca en Madrid, pero, aun así, he corrido de maravilla. Ha sido uno de los maratones mejor competidos de mi vida, como ahora desgranaré. 


Antes de entrar en detalles, voy a hablar con brevedad de mis anteriores maratones en Madrid. He estado tentado de contar más extensamente como fueron. La verdad es que todos tienen sus historias y sus anécdotas. Sin embargo, no quiero extenderme demasiado. Cada una de las cuatro participaciones que llegaron a buen puerto, y la que no lo hizo, darían para un largo post cada una. No puede ser. Por ello, solo voy a escribir un resumen sobre mis experiencias pasadas, sin extenderme más. 

El primer Maratón de Madrid que corrí, en 2003, ya dio que hablar, porque perdí un cuarto de hora en un wáter. Años después, me pasó lo mismo en Berlín, pero en Madrid la situación fue mucho más extrema. Para empezar, descansé menos de la cuenta los dos días antes, pero es que, además, iba estreñido, me alimenté de pena... y hasta ahí puedo contar, sin ponerme escatológico (fue mi segundo maratón y acabé, finalmente, en 4h12:53. Esa marca sigue siendo la peor de mi historial). 

En la cita de 2004 me tuve que retirar por una lesión de rodilla en el kilómetro 5. Nunca sabré lo que me pasó, porque no había tenido ningún tipo de problema, entrenando en las semanas anteriores. En la carrera tampoco eché a correr como un caballo desbocado. Más bien al contrario, en esa ocasión me puse mal en la salida y empecé al trote cochinero. En el kilómetro 2 noté molestias en la rodilla izquierda, en el 3 se habían convertido en fuertes punzadas, en el 4 ya no podía con el dolor que sentía, y, aun así, llegué hasta el 5, forzando en plan salvaje, con la esperanza de que el fisio que había allí pudiera hacer algo. El chico lo intentó, pero no era mago, y mi dolor al trotar era insoportable. Esa mañana creo que fui el primer atleta que abandonó. No obstante, al año siguiente regresé. Lo hice después de la citada retirada de 2004, en Madrid, y de la que sufrí en Sevilla en febrero de 2005. En maratones, solo me he quedado por el camino dos veces, pero fueron seguidas, y tuvieron lugar cuando todavía no tenía demasiada experiencia. Tras esos dos fracasos, llegué a pensar que no volvería a poder culminar con éxito una prueba de 42 kilómetros. Aun así, me tiré al ruedo de nuevo, en Madrid en 2005, pasando por encima de mis miedos, y completé el que, hasta ese momento, era el mejor maratón de mi vida. Acabé en 3h38:19. Ese día lo recuerdo con mucha emoción.

El de la edición de 2007 he dicho que fue de los peores maratones de mi vida. No fue el peor, porque el de 2012 de Sevilla lo corrí tres semanas después de haber padecido una gripe, y ese día las pasé más putas, pero el Maratón de Madrid de 2007 se lleva la medalla de plata, en la categoría de calvarios de 42.195 metros. No obstante, en este caso me lo merecí, dado que me fui a Madrid a correr, después de llevar tres días dando vueltas por España en plan alocado. En ese viaje intenté cuidarme, pero llegué a la capital el sábado, a última hora, me pasó mi amiga Ruth el dorsal, que ella me había recogido, y me acabé acostando hecho puré, bastante pasada la medianoche. A la mañana siguiente tenía cuerpo de turista, no de maratoniano. Todo mi organismo era un galimatías, desde los pies al estómago. No tenía resaca, pero la cabeza era lo único que no me dolía. En circunstancias normales, trotar un rato en esa condiciones ya hubiera tenido mérito, y yo corrí 42 kilómetros. Lo que más me jode es que terminé en 4h02:41, que no está muy mal, la verdad, para como estaba de hecho mierda. Eso significa que no me hallaba en mala forma, realmente había entrenado, y habría podido lograr una buena marca, pero no supe decir que no, junté dos planes que no son compatibles, y eso me hizo desperdiciar una buena oportunidad de hacer un buen papel en Madrid. Eso sí, ese día, y el del maratón de la gripe, comprobé hasta donde soy capaz de llegar por amor propio, tirando de cabeza y de fuerza de voluntad. 

Con respecto a la mala experiencia de 2010, la cosa fue totalmente distinta. Ese año ya había corrido el Maratón de Valencia en febrero, en 3h32, pero mi amigo Peña se apuntó al de Madrid, y dado que estaba viviendo a tres pasos de la salida, y a dos de la meta, me comió el coco para que me fuera a correrlo yo también, utilizando su casa de piso franco. Ese día, durante mucho rato fui bien, de hecho pasé la media en 1h45:32, yendo muy cómodo. Pese a esto, salió una jornada muy calurosa, y se ve que no me había recuperado del todo de la paliza que me había pegado en Valencia, por lo que el tío del mazo me terminó golpeando salvajemente, con el agravante de que, en Madrid, el final del recorrido es asesino, como detallaré luego. En consecuencia, apretando los dientes me vi haciendo kilómetros, desde el 36, a 6:01, 6:06, 6:48,... El problema para mí no fue tanto la marca, como la sensación de acabar arrastrándome.

Por todo lo comentado, cuando se me pasó por la cabeza, en enero, la posibilidad de ir a Madrid, a su maratón, tuve que reconocer que nunca había desaparecido de mi interior el deseo de volver, para borrar el regusto amargo de mis dos últimas participaciones en él. Sin embargo, si me echaba de nuevo al ruedo en ese maratón, tenía que asegurarme de cumplir, para no acabar con tres experiencias negativas, en vez de con dos. Nunca me había decidido a aceptar ese compromiso, por lo que no había vuelto.... hasta este año. En 2022, se alinearon los astros y sentí que era el momento. Por suerte, puedo decir que he conseguido el objetivo. Por ello, ya sí que dudo que vaya a regresar a Madrid a correr su prueba de 42 kilómetros. Ahora mismo, mi recuerdo ha pasado a ser plenamente cojonudo, y mi mejor marca madrileña es muy difícil que la supere. Quiero conocer otros maratones, y creo que el capitalino lo he dejado en el lugar que se merece.

Aparte, tengo que decir que este maratón, con independencia de lo entrañable que ha sido, debido al entorno, me ha hecho vivir el mayor baño de masas de mi vida. Ese premio se lo debo al Real Betis Balompié y a su camiseta, aunque parezca mentira. Lo cierto es que soy bético, y tuve la mala suerte de que mi equipo se clasificó para la final de la Copa del Rey, 17 años después, y el partido lo programaron el día antes del maratón. Yo, la noche de la finalísima ya tenía que estar en Madrid, y eso me fastidió, como conté en el post anterior. No me voy a repetir sobre eso. Ahora solo voy a añadir que, antes del encuentro, prometí que si el Betis ganaba el título de campeón de España, yo correría vestido de verdiblanco, con el 17 de Rosa Márquez a la espalda. No soy mucho de esos folclores, una vez corrí un maratón con una camiseta heavy de Children of Bodom, pero en todos los demás he usado siempre indumentarias de lo más discreto. La duda ahora es si volver a correr sin la elástica del Betis... porque nunca en mi vida me habían animado tanto.


Por lo que pude comprobar, el Betis es un equipo que cae muy bien en Madrid. Además, tiene en sus filas a Joaquín, que es toda una figura mediática. Aparte, está haciendo una temporada sensacional y, por último, la final la habíamos ganado, de manera agónica, unas pocas horas antes. Por todo eso, o por la razón que sea, lo cierto es que me pudieron animar, a mí en concreto, a lo largo de la carrera, unas 200 veces. Me dieron la enhorabuena compis que me adelantaron y gente a la que yo pasé, también me jalearon muchos voluntarios, me gritaron desde la primera fila, me animaron desde lejos, en grupo, con un megáfono, tocando las palmas,... Hasta un policía local me dijo algo relacionado con el Betis, cuando pasé a su lado. Fue tremendo. El momento de la salida y de la entrada a la Casa de Campo, donde había un pasillo humano enorme, así como el tramo anterior al de la recta de meta, que igualmente estaba muy lleno de personas, fueron sencillamente espectaculares para mí. 

Desde un punto de vista puramente deportivo, la carrera también me fue genial. En Madrid, llegar a la salida no plantea los mismos problemas que en otros lugares, como Sevilla o San Sebastián, gracias al metro. En los dos maratones que corrí en 2019, en esos dos sitios, lo de conseguir llegar a tiempo fue un poco estresante. En cambio, en Madrid todo cuadró a la perfección, de manera que me vi accediendo a mi cajón media hora antes del pistoletazo inicial. Eso hizo que me pudiera colocar casi en primera fila, ya que, aunque no estaba en el cajón de los pros, estos salieron con cinco minutos de antelación, y, para cuando nos llegó el turno a los mortales, los del segundo cajón habíamos podido avanzar. Yo me había quedado prácticamente debajo del arco de salida.

Antes de hablar de cómo me fue la carrera, es menester dedicarle unas palabras al perfil del Maratón de Madrid. La principal cita atlética de la capital de España carga con el lastre de su sinuoso trazado. Eso ha hecho que la hayan superado, en cuanto a cantidad de participantes, Barcelona, Valencia y Sevilla. Además, ni por asomo puede competir en ese aspecto con los grandes maratones de otras ciudades europeas. La razón es que su recorrido es demoledor. No obstante, visto sobre el plano, el de esta edición moló mucho.


Otra cosa es ver su perfil altimétrico. El mismo siempre ha sido bastante jodido, y en esta ocasión, pese a que el circuito ya no acabó en el Parque del Retiro, no lo fue menos.


A lo largo de los años, el recorrido del Maratón de Madrid lo han ido cambiando, con la idea de ir buscando trazados lo más llevaderos posibles. En este caso, la salida se dio en el Paseo de Recoletos, y los primeros 4 kilómetros nos lo pegamos corriendo cuesta arriba por el Paseo de la Castellana. Luego, es verdad que tendimos a bajar, yendo por la Calle Bravo Murillo, pero lo malo fue que todas esas pequeñas tachuelillas que se ven en el perfil, hasta el kilómetro 26, fueron rampas de las que desgastan, aunque la mayoría fueran tendidas. Toda esa parte, que discurrió por los distritos de Salamanca y de Chamberí, estuvo conformada por largas rectas, que tenían un cierto desnivel. Correr cuesta arriba obliga a exigirle más al corazón y a los pulmones, pero hacerlo cuesta abajo no es tan bueno como parece, dado que castiga las piernas más de lo normal. Por tanto, en los kilómetros entre el 10 y el 21 estuvo la clave del Maratón de Madrid. Si me hubiera dejado llevar en ese tramo, cuando aún tenía fuerzas, el final hubiera sido una escabechina, porque el tema de los repechos se vio acrecentado, si cabe, en los últimos 16 kilómetros, que fueron en los que marchaba más cascado. En efecto, tras abandonar Chamberí, entramos en la Casa de Campo en el kilómetro 27, y corrimos 3 kilómetros cuesta arriba, sin descanso. Luego, los siguientes 6 fueron cuesta abajo, los 4 hasta salir de la Casa de Campo y los 2 siguientes. En esos 9 kilómetros observé como la gente empezaba a caer de madura. No obstante, la puntilla vino después, porque, desde el kilómetro 36 a la meta, ya no paramos de subir. Fue tremendo. A mí se me ocurrió que podían cambiar el sentido del circuito, para empezar y acabar cuesta abajo, pero no se si eso arreglaría gran cosa. Madrid es así.

Dado ese panorama, yo iba muy mentalizado para no cometer errores. La clave era correr por sensaciones, no intentando seguir ritmos preestablecidos. Para ello, tapé mi cronómetro y no lo miré ni una vez, hasta que no pasé por el punto kilométrico 37. Hasta entonces, no tuve ni la más remota idea del tiempo que llevaba. Gracias a eso, me desentendí de piques conmigo mismo. Si miro el reloj, me cuesta no apretar cuando me veo bien. Sin echarle cuenta, todo dependió de como me fui sintiendo. Esa táctica hizo, por ejemplo, que los 4 kilómetros iniciales, que fueron cuesta arriba, como ya he comentado, los hiciera sucesivamente en 5:02, 5:10, 5:09 y 5:02. Al pasar por cada punto kilométrico le di al botón del crono, para que se quedara registrado el parcial, pero la pantalla la llevé tapada completamente por el manguito elástico. Se de buena tinta que, de haber ido mirando el reloj, hubiera apretado, lleno de motivación, para superar el punto 4 en menos de 20 minutos. A hacerlo en 20:23 fui guardando unas fuerzas, que después resultaron fundamentales. 

El caso es que los primeros kilómetros en ascenso se sucedieron sin percances. Como se puede comprobar en las siguientes fotos, estos fueron multitudinarios, pero yo fui muy cómodo, corriendo a mi ritmo y protegido por la muchedumbre.



Una vez que llegamos al final del Paseo de la Castellana y dimos la vuelta, los siguientes kilómetros fueron cuesta abajo. Ahí sí empecé a correr a menos de 5:00 minutos el mil. 


Sin saberlo, en el kilómetro 10 me planté en 49:58. Ahí empezaron mis peores minutos de toda la prueba, porque se me juntó todo. En primer lugar, me empezó a doler el pubis. Eso fue lo peor. Lo cierto es que la zona púbica a mí me da la lata, en ocasiones, cuando me paso entrenando o cuando hago sobreesfuerzos. Como ya tengo mucha experiencia, en los últimos tiempos he aprendido a entrenar lo suficiente, pero también a saber escuchar a mi cuerpo para no colarme. Sin embargo, cuando llega el momento de comerse el coco, las supuestas molestias en el pubis son las que me suelen quitar el sueño. Me sucede en ocasiones, las semanas antes de algunas carreras señaladas, y me pasó corriendo el Maratón de Madrid. Ahora sé que aquello no fue más que el típico miedo escénico, que tantas veces me ha dado, cuando la cosa ha empezado a ponerse seria en los maratones, pasado el kilómetro 10. No obstante, es innegable que, durante ese rato, sentí dolor, y mucho. Eso se unió a la entrada en el Distrito Salamanca y al comienzo de sus largas cuestas inmisericordes. 


Hubo un instante, en el kilómetro 12 o 13, en el que llegué a pensar que no podría seguir mucho tiempo con el dolor que llevaba en el pubis. De hecho, como íbamos junto a los participantes de la media maratón, y estos se tenían que separar de nosotros en el kilómetro 16, valoré la opción de retirarme de manera digna, siguiendo la estela de los mediomaratonianos cuando tomaran su camino, para poder llegar a la zona de meta antes de tiempo sin que se notara mucho. Evidentemente no lo hice. En algún punto, entre el kilómetro 13 y el 16, las molestias se estabilizaron, y después se acabaron diluyendo en la sensación de piernas trabajadas que uno empieza a llevar cuando ya ha corrido 1/3 de un maratón. No me volví a acordar del pubis, pero durante un rato me hizo sufrir momentos de auténtica zozobra.

Acabo de comentar, de pasada, que corrimos junto a los participantes de la media maratón de las Rock 'n' Roll Running Series. Lo de juntar las pruebas de 42 kilómetros con las de 21 se está generalizando, y creo que va en perjuicio de los maratones. En algunos casos, veo lógico ese matrimonio de conveniencia. En Ciudad Real, por ejemplo, hacen un esfuerzo encomiable por sacar adelante el Quixote Maratón, en una ciudad pequeña. Montar allí una media un día, y un maratón otro, es inasumible, y además, el maratón lo corren menos de 300 personas, por lo que veo casi necesario que se planifiquen, simultáneamente, varias carreras, para llegar a los 1.000 participantes en total, y que la cita no sea deficitaria. Poner en funcionamiento la infraestructura de un maratón, solo para 300 corredores, no es sostenible. En Madrid, sin embargo, el maratón lo disputan más de 5.000 runners y, si bien ese número es inferior al de los grandes eventos del calendario maratoniano, lo cierto es que no es necesario, para nada, organizar a la vez una media. Madrid ya es sede de una prueba de 21 kilómetros en marzo. Lo de celebrar otra en abril solo tiene el objetivo de juntar a mucha gente, para que queden bien las fotos de las multitudes, y para sacar más pasta, pero es negativo para los maratonianos.

Yo noté más el impacto de tener corredores adelantándome por todos lados, precisamente cuando peor andaba. En el kilómetro 16, las dos carreras se separaron, pero durante el rato anterior los mediomaratonianos iban ya oliendo la meta y apretando, y yo no marchaba bien y me quedaban más de 25 kilómetros por delante. En esas circunstancias, se hace un esfuerzo, para que la rápida inercia que te rodea no te afecte, pero considero que, en casos como el del Maratón de Madrid, es una jodienda obligar a los maratonianos a aislarse del entorno, cosa que, por otro lado, no es nada sencillo. Estoy seguro de que un buen número de las catástrofes que se dieron en la Casa de Campo, y después, tuvieron que ver con la sobrexcitación de los primeros kilómetros, debido al jaleo de correr a más velocidad de la cuenta, por ir entre personas que tienen su meta en el kilómetro 21. Al final, por sumar a toda costa, juntando las dos distancias, el maratón pierde prestigio, ya que se diluye el aura mítica de la prueba reina en un galimatias de gente, corriendo a diferentes ritmos. Y que conste que a mí las medias me encantan. He acabado más de 40, tomándomelas en serio al 100%, pero una media maratón y un maratón son dos desafíos que hay que afrontar con talantes distintos, y mezclarlos no es bueno.

Dicho esto, lo cierto es que los trazados de la media y del maratón se separaron en el kilómetro 16, por lo que, a partir de ahí, esa excusa ya no valía para justificar problemas con el ritmo. De todas formas, en ese punto yo dejé de penar. De repente, durante 3.000 metros empecé a rodar de nuevo por debajo de 5:00 minutos el mil, yendo muy cómodo. Pasé la media maratón en 1h46:53.

Inmediatamente después nos internamos en la Ciudad Universitaria. Por allí, mi avance se enlenteció un poco, y pasé otra vez a hacer los kilómetros a un ritmo superior a 5:00, pero la verdad es que me notaba comodísimo. Esa zona es la más llana de la carrera. Acto seguido, cogimos dirección sur y nos dirigimos hacia la Casa de Campo. Las siguientes fotos están tomadas en los instantes antes de entrar en esa enorme zona boscosa. En la primera, iba recorriendo los últimos metros del Paseo de la Florida, en la segunda había accedido ya a la Glorieta de San Vicente, y en la tercera había cogido el corto caminito enlosado, que lleva directamente al Puente del Rey y a la Puerta del Río de la Casa de Campo.




El hecho de plantarme en la entrada de la Casa de Campo, en el kilómetro 27, tras haber pasado 10 kilómetros buenos, fue fundamental. Llegué con confianza. La Casa de Campo es el gran pulmón de Madrid. Es un lugar muy agradable, pero es una trampa mortal para los maratonianos, como dije antes. Si no te mata la cuesta arriba constante que se sube, desde su entrada, hasta el sitio donde está el kilómetro 30, te liquida la que pica hacia abajo, y eso si uno tiene suerte y no hace mucho calor. Lo de correr entre árboles puede estar muy bien, y supongo que refresca, pero a mí, en la edición de 2010, la humedad que sufrí en ese tramo me dejó listo. Esta vez, por suerte, el termómetro no subió tanto, y en los 7 kilómetros de la Casa de Campo fui genial. Entré bien, me vi con fuerzas y arriesgué. No forcé, pero tampoco me corté a la hora de tirar para arriba en la rampa de 3 kilómetros.




Al llegar al kilómetro 30 no había sufrido demasiado, y me lancé para abajo sin pensármelo dos veces. No hay que engañarse. Fui todo el rato a un ritmo que osciló entre los 5:15 y los 5:28. No me iba marcando un Kipchoge, precisamente. Sin embargo, llevaba ya una paliza considerable, fui corriendo cuesta arriba mucho rato, y me mantuve tremendamente estable. Por eso me muestro tan optimista. Es significativo que marchaba en el puesto 2150, en la clasificación masculina, en el kilómetro 25 (en los puntos de referencia parciales solo se han publicado las posiciones por sexo), y en el 35 había adelantado a más de 200 hombres, dado que iba el 1944. No obstante, mi verdadero avance en la clasificación se dio a partir de ahí. A mí, en 2010, donde me dio la pájara fue al salir de la Casa de Campo. En este 2022 no me pasó, pero la escabechina a mi alrededor sí la percibí. El tío del mazo esperaba agazapado en el Paseo de la Virgen del Puerto, y fue duro con mucha gente. Es significativo que, a mitad de esa calle, poco antes de llegar al kilómetro 37, estábamos a 574 metros sobre el nivel del mar. La meta, 5.300 metros después, se encontraba a 647 metros. La diferencia son 73 metros, que es lo que mide un edificio de 20 o 21 pisos. Evidentemente, nosotros no los subimos en horizontal, pero tampoco dejamos de ascender por una rampa continua, que, a esas alturas, me pareció el Angliru.  




Como he comentado, salí de la Casa de Campo en el puesto masculino 1944. En meta, entré en el 1696. Adelanté a 248 hombres en esos 8 kilómetros (y a 464 desde el kilómetro 25). En la general, quedé el 1768 de 5784 personas. La clave fue que seguí yendo al mismo ritmo, siempre entre 5:16 y 5:27. No obstante, a mi lado cada vez más gente se echaba a andar, desfondada. El final del Maratón de Madrid es tremendo, aunque, en esta ocasión, yo no mordí el polvo. Es más, el kilómetro 41 lo hice en 5:17, y el último en 5:13. A pesar del esfuerzo que llevaba dibujado en el rostro, corriendo cuesta arriba por el Paseo del Prado disfruté como un cochino en un charco. Pasé la Fuente de Neptuno, pasé la Fuente de Cibeles...


... y en el Paseo de Recoletos saboreé las mieles del triunfo (del triunfo personal, como es lógico). Acabé en 3h39:07. Ni gané nada, ni tan siquiera me acerqué a las marcas que hacen otros atletas muy populares, que logran rondar las 3h15, o menos. Para mí, eso es una quimera. Sin embargo, ser capaz de correr todo ese tiempo, sin parar, a un ritmo medio de 5:12, en un maratón tan duro como el de Madrid, me sabe a victoria.



Los maratones de 2007 y 2010 acabaron en el Parque del Retiro. Eso hizo que la recta de meta, en esas ediciones, fuera una gozosa cuesta abajo. A cambio, coincidiendo con los kilómetros 41 y 42, se hacia subir a los corredores, casi rozando el sadismo, por una última rampa de 45 metros de desnivel. Este año, la meta volvió a estar donde yo la atravesé en 2003 y 2005, en pleno Paseo de Recoletos.



En definitiva, como se puede comprobar, el regusto amargo que me producía el Maratón de Madrid ha desaparecido. Es lo que buscaba. En 2005 terminé muy contento, en 3h38:19. Luego regresé dos veces más, y la alegría se disipó, pero ahora la he recuperado. Creo que es la que conservaré siempre. Me quedé a menos de 50 segundos de mi MMP en Madrid, pero ni siquiera eso empaña el recuerdo. Lo cierto es que, hasta el kilómetro 37, no consulté el crono. Hacerlo me sirvió para asegurarme de que iba a bajar de 3h40, pero recortarle 50 segundos más a la marca que hice fue imposible. No hubo de donde rascar. A pesar de la euforia, que quizás he transmitido, hice un esfuerzo brutal, y acabé extenuado. Por otro lado, mirar el reloj antes, e intentar forzar el ritmo, con tiempo de limar esos segundos, hubiera sido un error. Corrí por sensaciones, hasta que ya vi que quedaba suficientemente poco, como para echar el resto sin miedo. En mi opinión, la táctica me salió bien.

No he dicho nada, a modo de introducción, de la feria del corredor, que fue en IFEMA. Esta vez no me entretuve mucho allí, pero me di una vuelta y me gustó. 


Hoy día, las ferias previas de todos los grandes maratones se parecen. La del Maratón de Sevilla ya es igual a la del de Madrid, pero todavía recuerdo la emoción que sentí en la feria del corredor de la primera edición del MAPOMA en la que participé, en abril de 2003. Vi a Abel Antón, y, aunque luego la tinta se corrió por culpa del sudor y del agua derramada, me firmó el dorsal Alberto García, que en aquel momento estaba en la cima, tras haber ganado el oro en los 5.000 metros del europeo de Múnich, en verano de 2002. 


Unos meses después lo pillaron con el carrito del helado, lo sancionaron dos años y nunca volvió a hacer nada relevante. Curiosamente, el día que yo lo vi e intercambié con él dos frases, ya estaba en serios problemas, puesto que había dado positivo tan solo tres semanas antes. Él lo debía saber, pero no lo hizo público hasta poco después. En cualquier caso, verlo allí me flipó, y no olvidaré nunca la excitación que me produjo aquella feria de corredor del Maratón Popular de Madrid de 2003. Han pasado casi dos décadas, y, para mí, el círculo se ha cerrado en este maratón de 2022. Lo he conseguido.



Reto Atlético 1.002 CARRERAS
Carreras completadas: 234.
% del Total de Carreras a completar: 23'3%.

Reto Atlético 51 MARATONES
Maratones completados: 21.
% del Total de Maratones a completar: 41'7%.

Reto Atlético PROVINCIA DE SEVILLA 105 CARRERAS
Completada Carrera en SEVILLA.
En 2000 (año de la primera carrera corrida en Sevilla), % de Municipios de la Provincia de Sevilla en los que había corrido una Carrera: 0'9% (hoy día 37'1%).

Reto MARATONES DE ESPAÑA Y PORTUGAL
Completado Maratón en la COMUNIDAD DE MADRID.
En 2003 (año del primer Maratón corrido en la Comunidad de Madrid), % de Comunidades en las que había corrido un Maratón: 11'1% (hoy día 33'3%).

Reto PRINCIPALES CARRERAS DE ESPAÑA
Completado MARATÓN DE MADRID.
En 2003 (año del primer Maratón de Madrid), % de Principales Carreras de España que había corrido: 6'9% (hoy día 27'9%).

Reto 7 MARATONES 7 CONTINENTES
Completado Maratón en EUROPA.
En 2002 (año del primer Maratón corrido en Europa), % de Continentes en los que había corrido un Maratón: 14'2% (hoy día 14'2%).

Reto MARATONES DE LA UE
Completado Maratón en ESPAÑA.
En 2002 (año del primer Maratón corrido en España), % de Países de la UE en los que había corrido un Maratón: 3'5% (hoy día 14'2%).


27 de abril de 2022

MADRID 2022 (VISITA DE ABRIL)

Cuando puse mis pies en la Estación de Atocha el otro día, hacía casi tres años que no pisaba Madrid


Creo que nunca había estado tanto tiempo sin visitar esta ciudad, al menos desde que tengo uso de razón. La última vez que estuve allí, además, fue una estancia tan fugaz, que al final decidí no reflejarla en un post. Por tanto, hay que remontarse a la anterior, que fue en enero de 2019, para encontrar noticias de la capital de España en este blog.

Lo cierto es que tengo previsto volver a Madrid en julio. Ese plan está maquinado desde hace tiempo, por lo que sabía que 2022 no se me iba a ir sin echarle un ojo, una vez más, a la Fuente de Cibeles o a la Puerta de Alcalá. Sin embargo, he acabado yendo también en primavera, gracias a una escapada improvisada... más o menos. Realmente, la excusa para viajar al corazón del país este mes de abril ha tenido que ver con el Maratón de Madrid. Yo ya lo había acabado cuatro veces, la última en 2010, y no tenía previsto volver más a esa carrera, pero recuperé las ganas de meterme una paliza maratoniana en febrero, después de más de dos años sin hacerlo. Tras valorar otras posibilidades, vi que regresar a Madrid a correr su prueba reina era la mejor opción. Me apetecía mucho visitar la ciudad y, además, conservaba una sensación agridulce con respecto a mis dos últimas participaciones en los 42 kilómetros madrileños, por lo que, pese a que en enero ni por asomo pensaba en volver a disputarlos, la verdad es que en abril me he visto allí, reverdeciendo viejos laureles. 


En el próximo post hablaré de todo lo relativo a mi experiencia en el Maratón de Madrid. Ahora me voy a centrar en lo que dio de sí el resto del fin de semana que pasé en la capital. Me fui para allá el sábado por la mañana, pero no volví el domingo tras la carrera, sino que me quedé hasta el lunes, para liquidar de una vez una vieja cuenta pendiente que tenía, que era conocer la Biblioteca Nacional de España.

Voy a empezar el artículo hablando de la Biblioteca Nacional, es decir, voy a comenzar por el final, pero, dado que la visita al principal edificio de la institución bibliotecaria española por excelencia fue el otro eje de mi finde, junto con el maratón, creo que es buena cosa arrancar por ahí. El caso es que en octubre de 2018 yo estuve viendo el Museo de la Biblioteca Nacional de España, que tiene una entrada independiente y un horario más amplio que el resto de la biblioteca. Entonces, me quedé con las ganas de ver el inmueble en sí. Pasados unos meses, me enteré de que en la sede central de la Biblioteca Nacional se organizan tours guiados y pensé que iría a uno de ellos cuando pudiera. No obstante, los mismos hay que reservarlos con bastante antelación, y solo se hacen los días laborables. En consecuencia, durante mucho tiempo no he tenido muy claro en qué momento iba a poder estar en Madrid, entre semana, con posibilidad de hacer turismo, y, además, sabiéndolo con suficiente antelación como para reservar la actividad. Sin embargo, en febrero, cuando vi que la mejor opción para correr un maratón en primavera era disputar el madrileño, se me ocurrió que, en realidad, tenía días libres en el trabajo y podía pedirme el lunes, para ir a la Biblioteca Nacional por la mañana. Con ese plan también ganaba el no tener que viajar justo inmediatamente después de la paliza atlética. Dicho y hecho. Estuve pendiente, reservé mi plaza para el recorrido guiado, y me dispuse a explorar por dentro el edificio estrella de la biblioteca española por antonomasia (la institución tiene otro en Alcalá de Henares).

Antes de nada, tengo que recordar que el Museo de la Biblioteca Nacional de España no me gustó. Ahora añado que la visita al edificio de la biblioteca más importante de España también me ha parecido decepcionante. Solo quiero salvar de la quema a la guía, que se llamaba María del Carmen, y que hizo un estupendo trabajo. Por lo visto, era una voluntaria que, por tanto, nos guio por amor al arte. Tenía pinta de jubilada, pero sabía de lo que hablaba, fue muy agradable y se explicó bien. Por ese lado, no tengo nada que objetar, la mujer nos enseñó lo que le dejaron... que no fue mucho. Lo cierto es que la visita en sí misma fue un poco estafa. Realmente, no esperaba que un tour que se realiza a discreción, dos veces al día, cinco días a la semana, nos fuera a permitir acceder a los depósitos, por ejemplo, aunque tampoco hubiera pasado nada. No obstante, sí creía que íbamos a poder ver el inmueble con un mínimo de profundidad. No esperaba menos que poder asomarme al Salón General de Lectura, o a la Sala de Información Bibliográfica. Yo que sé. Algo. Sin embargo, lo que me encontré fue con un recorrido tan capado, que cualquier curioso, sin necesidad de complicarse la vida reservando visitas guiadas, puede verlo, simplemente con asomar la cabeza en el edificio. De todas formas, el tema empezó bien, con una presentación general de la edificación, hecha al pie de las escalinatas de la Biblioteca, delante de su impresionante fachada.


Lo siguiente fue subir al vestíbulo. La cosa seguía su curso normal. Sin embargo, la gran mayoría de las explicaciones que quedaban tuvieron lugar en varios puntos de ese vestíbulo y en las escalinatas de subida a la primera planta. En los sitios de paso de todos, vamos.



El tiempo pasó, María del Carmen nos contó gran cantidad de cosas, pero apenas si nos movimos. Ahí ya me di cuenta de que no podía esperar demasiado de la visita. No obstante, al final sí vimos algo un poco interesante. Fue la Sala del Patronato, que es el lugar de reunión del Real Patronato de la Biblioteca Nacional de España


El Real Patronato de la Biblioteca Nacional de España es el órgano superior consultivo de la biblioteca, y la sala en cuestión se ve que es la más señorial. Lo que sucede es que la misma se encuentra al final de la gran escalinata, es decir, que no hay que perderse mucho en el edificio para verla, y, además, parece estar siempre abierta, por lo que, como he dicho, no tiene uno la sensación de estar viendo con la visita guiada nada del otro mundo. Después de asomarnos a la Sala del Patronato, bajamos de nuevo a la primera planta y entramos en el Salón Italiano. Tras ver alguna cosa curiosa en las vitrinas, en ese sitio acabó nuestro recorrido.


El problema fue que no entendí con antelación en que consistía la visita. Comprendo que hay ciertos inmuebles que no deben estar abiertos por las buenas, ya que no se pueden llenar de curiosos descontrolados. Los lugares que tienen interés, pero que están en uso, no permiten que los turistas nos dediquemos a husmear por allí a nuestro aire, como es lógico. Por eso, entiendo que se enseñan con un guía, de manera que se controlan el aforo y el recorrido. Yo pensé que el tour por la Biblioteca Nacional iba a ser así, pero me equivoqué. En realidad, en él apenas se muestra nada, salvo en jornadas muy concretas. El resto de los días, solamente se ve lo que todo el mundo podría ver por su cuenta, pero con la compañía de una persona que te da información en plan Wikipedia, sin ánimo de ofender a María del Carmen, que fue muy amena y sabía mucho. Lo que pasa es que me esperaba otra cosa. Conseguir que los astros se alinearan para poder realizar la visita guiada me costó lo suyo, y al acabarla supe que me la podría haber ahorrado. En cualquier momento me podría haber asomado al interior de la biblioteca por mi cuenta, habría visto lo mismo, y me habría quedado igual. Es más, con un poco de suerte podría haber visto incluso más, porque en la Antesala del Salón de Lectura había una exposición de incunables que estaba abierta al público en general, pero no pude entrar, porque la estaba viendo no se qué grupo, en el que iba no se quién, y la habían cerrado. En resumen, no solo no vi bien el edificio, sino que vi menos de lo normal. Un desastre, vamos.

En fin, por ser comprensivo, quiero decir que si la biblioteca no se enseña, será porque no es pertinente. Más allá de eso, el problema real fue que yo esperaba hacer, al menos, un mini tour por el inmueble, no me informé bien y me quedé con dos palmos de narices. Lo cierto es que en la página web de la biblioteca detallan bien qué es lo que se ve en las visitas guiadas. El fallo, por tanto, fue mío, que no le eché cuenta a esa explicación. Por otro lado, no creo que tenga ocasión de estar en Madrid alguno de los pocos días en los que se muestran, de verdad, los intríngulis del edificio, pero nunca se sabe.

Afortunadamente, mi escapada no se quedó ahí, aunque el sábado también me llevé un cierto chasco, al intentar entrar en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Sin embargo, a diferencia de lo que me pasó en la Biblioteca Nacional, donde pequé de iluso, en el Reina Sofía me fui de pardillo, por lo que me dio, si cabe, más coraje. El caso es que ya tenía reservada la famosa visita guiada para el lunes a las 12'00, el domingo por la mañana era el maratón, y yo llegué a Madrid el sábado a las 11'00. Al desembarcar fui a por el dorsal, y luego al apartamento que tenía alquilado, donde hice el check-in a la hora de comer. Me quedaban libres, por tanto, las dos tardes del fin de semana, y quería aprovecharlas. El domingo, lo que hice fue quedar con mi amiga Ruth, lo cual siempre es una garantía de ir a sitios chulos. El sábado, no obstante, ella estaba ocupada y decidí buscarme la vida, cosa que hice regular. 

Es un hecho que Madrid es una ciudad alucinante, donde es difícil que un foráneo se quede sin nada que ver, por muchas veces que haya ido. Partiendo de esa base, barajé las opciones que tenía para la tarde del sábado, sin olvidar que a la mañana siguiente tenía que correr 42 kilómetros, es decir, que no era conveniente que me acostara reventado. Por esto, mi idea era comer en el apartamento, echarme una pequeña siesta y merendar tranquilo. Para después, pensé que un buen plan podía ser echar el rato en un museo. En Madrid hay unos cuantos que merecen la pena, pero la mayoría cierran a las 20'00 y, si quería descansar tras el almuerzo, no estaba en condiciones de llegar a ningún lado antes de las 19'00. Sin embargo, uno de las pinacotecas que tengo más ganas de visitar, aunque ya la conozca de otras veces, es el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, y resulta que cierra sus puertas a las 21'00. Era perfecto. Además, leí que los sábados es gratis entrar las dos últimas horas. Bombazo. Ya que estábamos, me iba a ahorrar unos euros. Muy convencido, me puse en funcionamiento con diligencia, y todo fue bien hasta que desemboqué en la Plaza de Juan Goytisolo. En ese momento, desde lo lejos, vi la hilera de gente que había en la puerta del museo, y ya me di cuenta de que no había sido el único panoli que había pensado en ir a ver el Guernica gratis. Tengo que decir que me coloqué en la fila, pero duré tres minutos. En ellos no avancé ni una baldosa. Yo no quería desperdiciar el poco tiempo que tenía quieto en una cola, por lo que abandoné mi sitio y eché a andar. Sobre la marcha, decidí darme un paseo por Lavapiés y por el Barrio de las Letras. En realidad, ese paseo ya había comenzado antes, ya que me había bajado del metro en la Calle Alcalá. Al hacerlo, contemplé esta bonita imagen.


Desde la Calle Alcalá, llegué hasta la plaza que está delante del Reina Sofía, callejeando por el Barrio de las Letras, pero yendo siempre cerca del Paseo de Recoletos y del Paseo del Prado. Tras el fallido intento por entrar en el museo, no volví sobre mis pasos, sino que me recorrí entera la Calle Santa Isabel, que me encanta. Esta vía pertenece a Lavapiés. Caminar tranquilamente hasta su desembocadura, en la Plazuela de Antón Martín, fue muy agradable. Esta plaza ejerce de frontera entre Lavapiés y el Barrio de las Letras. En este último me interné por la Calle León, y anduve por ella unos metros. Luego torcí por la Calle Huertas, que la cruza y que ejerce de espina dorsal del barrio de los literatos por excelencia.


A esa hora ya llovía, y hacía un viento considerable. Yo no llevaba paraguas, pero no estaba dispuesto a amilanarme. Paseando, llegué a mi primer destino improvisado, que no era otro que la Plaza de Santa Ana. En ella me senté un buen rato, en un banco que estaba debajo de un árbol y que se encontraba seco.


Tras dejar que mis pies se tomaran un respiro, continué andando, salí de nuevo a la Calle Huertas y seguí por ella. Esa larga artería acaba en la Plaza Mayor, aunque antes cambia de nombre varias veces, sin desviarse apenas. Desde que escribo este blog, no había pisado la plaza más importante de Madrid, por lo que aún no la había mencionado. Ya tocaba.


Como se puede comprobar, me pegué un buen pateo... y todavía tenía que volver al apartamento. Aún así, fui con cuidado. El resto del día lo había pasado tranquilo y no me notaba las piernas cansadas, pero ya era menester ir a ponerlas en alto. En consecuencia, atravesé la Plaza Mayor y salí por el extremo opuesto al que había usado para entrar. Mi idea era encontrar pronto una boca de metro, pero tuve escaso éxito. Tan poco, que acabé saliendo a la Calle Bailén. Me había recorrido el centro de Madrid de un extremo a otro. Lo cierto es que, hasta ese momento, había esperado encontrar la bajada al metro casi por casualidad, pero al llegar a la Plaza de Oriente ya me puse serio y tiré de móvil. Era evidente que lo necesitaba. Tras informarme, vi que la boca más cercana era la de la Plaza de Isabel II, que está delante del Teatro Real. Mi hermana tuvo su piso muy cerca durante varios meses. Ella vivió en tres sitios diferentes, en los tres años que fue vecina de la capital, y ese fue el segundo de ellos. No se si tiene un buen recuerdo de todos esos lugares, pero yo sí. Por esa razón, antes hundirme en el subsuelo, me acerqué a la Cuesta de Santo Domingo


Tras ver la calle y el portal donde vivió, volví sobre mis pasos a la Plaza de Isabel II y, ya sí, di por terminada mi tarde de paseo. 

Al día siguiente, la primera mitad de la mañana me la pasé a la carrera, literalmente. No obstante, la jornada dio para más. Después de los maratones estoy muy cansado, pero me siento activo. No suelo pegarme la tarde en el sofá. Por eso, aproveché la coyuntura para quedar con Ruth. Llegó el momento de conocer bares y restaurantes interesantes, como siempre hago con ella, que tiene una prodigiosa gama de recursos al respecto. Vive en Lavapiés, por lo que, tras comer y descansar un poco, me dirigí de vuelta al centro, a ritmo de persona que se ha pegado 3 horas y 39 minutos corriendo sin parar por la mañana.

Con Ruth, estuve en dos sitios de Lavapiés que no conocía. El primero está la calle donde ella vive. Se trata del Rebel Rebel Bar. Para empezar, un bar que tiene el nombre de una canción de David Bowie ya me atrae, de por sí. Aparte, es bien sabido que, a la hora de divertirme, uno de mis planes estrella es cervecear a la vez que charlo, o charlar mientras cerveceo, como se prefiera. En el Rebel Rebel pude hacer eso, en un ambiente de lo más auténtico. No sé. Yo allí vi a punkis y a góticos de manual. Sin embargo, el bar, en sí mismo, no tiene nada de extremo. Es de lo más normal. Esa dualidad me encantó.

Después, llegó la hora de cenar. Para hacerlo, fuimos a un restaurante vegano llamado Taberna Viva Chapata. Una de las cosas que más me gusta de Madrid es la variedad de negocios de restauración que tiene. Es una gran ciudad, y se nota. Cuando voy, me encanta comer en sitios que tengan un puntillo novedoso y, para mí, una bocadillería vegana es algo original. Además, Viva Chapata es una bar realmente veterano. Abrió en 1998, y siempre ha apostado por la cocina sostenible, aunque creo que ha ido modificando su perfil: en sus primeros años era un bar donde se comían buenos bocatas de todo tipo, en 2012 empezó a meter recetas veganas, y tras el confinamiento, en 2020, dio el salto al veganismo total. A mí, el ambiente me pareció muy agradable. Ruth y yo estuvimos muy a gusto. Sin embargo, la comida no me gustó tanto. Le daré otra oportunidad, pero me tomé medio bocadillo de no calamares (literal) y medio de heura, y ninguno de los dos me dijo nada. Con respecto a los no calamares, que están hechos de la raíz de una planta llamada konjac, lo cierto es que su textura era la misma que la de los calamares de toda la vida. Estaban rebozados y a mí me hubieran dado gato por liebre, si me hubieran dicho que eran unas rabas corrientes. Los veganos siempre están intentando replicar alimentos de origen animal, usando solo vegetales, y suelen tener bastante éxito. Los no calamares son un ejemplo de esa capacidad para copiar comidas de lo más variopinto, haciéndolas al modo vegano. Lo que pasa es que los calamares no son especialmente sabrosos de por sí. Lo de los bocatas de calamares, que es algo tan madrileño, nunca lo he acabado de entender. No es culpa de los veganos. Por otro lado, me paso la vida pidiendo en los bares que a los sándwiches, a las baguetes y a los bocadillos no les pongan mayonesa, que no me gusta el pan pringoso, pero en Viva Chapata me dio palo, como si allí hubiera que respetar la receta a toda costa. También eso fue culpa mía, que me pedí el chapata de no calamares, con veganesa, por curiosidad, sin pensarlo más. En consecuencia, me lo acabé, porque yo no me dejo nada de lo que me ponen por delante, por principio, pero no me gustó demasiado. El bocata estaba increíblemente bien replicado, pero es que su equivalente animaliano tampoco lo hubiera disfrutado. En ese sentido, no tengo nada que objetar al bar. Distinto es lo de la heura, que es un alimento inventado por una empresa en 2021, aunque parezca mentira. Dicho así, parece que estamos hablando de la comida de Matrix, pero la verdad es que la heura es totalmente natural. Está compuesta de soja, agua, aceite de oliva, especias y vitamina B12. Todos esos ingredientes, juntados y sometidos a una especie de proceso de alquimia, en el que se somete a la mezcla a diversos cambios de temperatura, humedad y presión, dan lugar a una masa que, una vez cocinada, se asemeja al pollo. Yo volví a tener el problema de la maldita veganesa, porque la llevaba, pero, por añadidura, por mucho que en los foros veganos digan que la heura está sabrosísima, a mí no me supo a nada. Pudo ser un problema del cocinado, es innegable que un filete de pollo mal hecho también es como una suela de zapato, pero, en cualquier caso, lo que yo me comí fue un cacho de pan pringoso, con algo gomoso dentro. Siento ser tan brusco, pero estoy reflejando sinceramente mi impresión. Por otro lado, los alimentos que ingerí me produjeron una sensación rara, y a Ruth, que es vegetariana, también. Ninguno de los dos fuimos capaces de finiquitar nuestros chapatas con normalidad, y no eran grandes. Además, yo había corrido pocas horas antes un maratón. Juro que al sentarme a la mesa tenía un jodido agujero negro en el estómago, pero me costó Dios y ayuda dejar el plato vacío. Creo, sinceramente, que la heura y la pasta de konjac se expanden el estómago. Parece que unos pocos bocados ya proporcionan energía para varias horas. A lo mejor, para cruzar Siberia son los alimentos perfectos, o podrían haber sustituido al pan de lembas, con el que Frodo y Sam se alimentaron para llegar a Mordor. Bromas aparte, lo cierto es que salí de Viva Chapata empachado, sin haber comido en exceso, lo cual no me gustó.

Me he despachado a gusto con la Taberna Viva Chapata, quizás demasiado. Por eso, voy a recalcar, para acabar con ella, que estuvimos muy a gusto.

El día no dio para más. Yo estaba fundido, y Ruth trabajaba a la mañana siguiente, así que me acompañó a la Plaza de la Cebada y allí cogí el metro de vuelta a mi apartamento. 

El lunes a las 12'00 era mi visita a la Biblioteca Nacional, pero tenía que abandonar el alojamiento una hora antes, por lo que no apuré y aproveché para darme otro paseo por Madrid. En esta ocasión, decidí recorrer un buen trecho de la gran arteria que atraviesa la ciudad de norte a sur, viendo todas las fuentes y monumentos que me encontré por el camino. Tenía unas agujetas tremendas en las piernas, debido al esfuerzo del día anterior, por lo que necesitaba moverlas un poco. Además, hacía muy buena mañana y tenía tiempo. Por ello, cogí el metro, salí a la superficie en la Plaza Gregorio Marañón, y tiré en dirección sur por el Paseo de la Castellana. El Monumento a Emilio Castelar fue el primero que vi.


A continuación, vi el Monumento a Cristóbal Colón, justo antes de pasar a recorrer parte del Paseo de Recoletos.


En el Paseo de Recoletos es donde está la Biblioteca Nacional. Tras la visita, seguí hacia el sur, en dirección al Paseo del Prado. Eso me permitió ver la Fuente de Cibeles y la Fuente de Neptuno. La primera, yo la vi aún muy tranquila.


Dentro de tres días, el Real Madrid va a intentar ganar su trigésimo quinta liga de fútbol. Si lo logra, los hinchas blancos tomarán al asalto la Plaza de Cibeles y la propia la fuente de la diosa, a la que ya, por suerte, suelen proteger. 

Por lo que a mí respecta, gran parte del recorrido que hice el lunes por la mañana lo había hecho apenas 24 horas antes, con la diferencia de que el domingo había podido caminar por mitad de la calzada como si tal cosa. Lo de que corten Madrid con motivo de una prueba atlética seguro que fastidió a alguno, pero para mí tuvo el efecto positivo añadido de que pude ver desiertos el Paseo del Prado, el Paseo de Recoletos y el Paseo de la Castellana.


Mi plan, tras salir de la Biblioteca Nacional, era ir a comer con Ruth. Lo hice, y el colofón al fin de semana fue inmejorable, porque pude entrar en una de las sedes secundarias del Congreso de los Diputados. Actualmente, el Congreso de los Diputados, como institución, se emplaza en un complejo parlamentario distribuido en torno a la Plaza de las Cortes y a la Carrera de San Jerónimo. En total, ese complejo está formado por siete inmuebles. El principal es el Palacio de las Cortes. Comunicados por una pasarela, en esa misma manzana están el Edificio Ampliación I y el Edificio Ampliación II. Estas tres sedes las vi en 2014 y en 2018, gracias a Ruth. Esta última visita la conté en este blog. Ruth trabaja en el Edificio Ampliación III, que está enfrente, en la otra acera de la Carrera de San Jerónimo. Data de 1946 y en origen albergaba el Banco Exterior de España. Yo quedé con Ruth en acercarme andando y avisarla cuando estuviera en la puerta. En ella había un policía nacional con una metralleta, lo cual, ya de por sí, me hizo darme cuenta de que ese no era un sitio normal, por mucho que mi amiga vaya allí a diario con naturalidad. Luego, tuve que pasar por un arco de seguridad, metí los bártulos por un escáner y, por último, en un tercer control, tuve que enseñar mi documentación. Dos señores tomaron buena nota de quien era y me pusieron una pegatina... y eso a pesar de que iba con Ruth, que lleva currando allí más de quince años y conoce a todo quisqui. Desde su despacho, se ve el extremo del Edificio Ampliación I (es el cuadradito más bajo que está en primer plano, en la foto inferior), así como el del Edificio Ampliación II (es el que está justo detrás, pegado. Tiene unas ventanas con lamas). 


Realmente, no estuvimos demasiado rato en el edificio del Congreso. Yo tenía que coger el tren a las 16'00 y nos fuimos pronto a comer. En esta ocasión, almorzamos en un restaurante japonés llamado Donzoko. Comimos en una parte de tatami que tiene. He ido a bastantes restaurantes japoneses en los últimos años, pero nunca había comido en el suelo. Tenía las piernas agujetosas a muerte, pero aún así estuve muy cómodo y me divertí mucho. Además, comimos de lujo, a muy buen precio.


Después, fuimos a una de esas cafeterías selectas que hay en la capital, en las que te clavan, pero donde se degusta un verdadero y delicioso café. Su nombre era Gosto Café.

Antes de acabar, quiero hacer mención a la zona de Madrid donde me alojé. Hasta ahora no la conocía. Se trata del Barrio Concepción, que está más allá de la M-30. Acabé allí por una circunstancia que un poco más abajo contaré con brevedad, pero lo importante es que, gracias a eso, me llevé dos sorpresas. La primera fue que comprobé que en esa parte de la ciudad hay calles que están llenas de adosados. 


Nunca me hubiera esperado ver algo así en Madrid. Creo que no todo el Barrio Concepción es de casitas unifamiliares, pero, al menos los alrededores de la Calle Forment, que es donde estuvo mi apartamento, parecían la zona residencial de una ciudad dormitorio.


La otra sorpresa fue que tomé conciencia de la brutal longitud de la Calle Alcalá. A la misma yo la asociaba con el centro de Madrid. De hecho, nace en la Puerta del Sol. Pues bien, resulta que la Calle Alcalá, tras dejar atrás la el kilómetro 0 de España, cruza la Plaza de Cibeles, rodea a la Puerta de Alcalá, bordea el Parque del Retiro, atraviesa en diagonal el Distrito de Salamanca, pasa a los pies de la Plaza de Toros de Las Ventas, sobrevuela, literalmente, la M-30, y llega hasta el Barrio Quintana. Este colinda con el Barrio Concepción, y yo me interné en su parte norte varias veces, ya que usé casi siempre una boca de metro que está, precisamente, en la Calle Alcalá.


En el Barrio Quintana predominan los pisos construidos en los años 50. Es una zona residencial de clase media y media-baja. Sin embargo, a su paso por él, la Calle Alcalá sigue siendo una arteria comercial y se ve que conserva cierto estatus.

Lo fuerte es que la Calle Alcalá atraviesa el Barrio Quintana y continúa. No sabía que existían calles tan largas. Esta tiene más de 700 números, dado que llega hasta Canillejas, sigue, y pasa por debajo de la M-40. Finalmente, muere, después de 11 kilómetros, en una rotonda situada en un grupo de viviendas llamado Ciudad Pegaso, que no está muy lejos ya del Aeropuerto Adolfo Suarez Madrid-Barajas. Una pasada.

Con respecto a por qué acabé durmiendo en el Barrio Concepción, la verdad es que el motivo estuvo influido por una situación que se dio y con una idea que me surgió, relacionada con aquella. Resulta que yo decidí participar en el Maratón de Madrid allá por el mes de enero, y empecé a prepararme. En febrero me inscribí y pillé el AVE, para no tener problemas. Ya solo me quedaba buscar dónde dormir. A mí me gusta mucho fútbol, y soy del Real Betis. No soy socio del equipo masculino, sino del femenino, pero la trayectoria del primero la sigo, como es lógico, y esta temporada está siendo muy buena. Tanto, que en febrero el Betis disputó la ida de las semifinales de la Copa del Rey, y el 3 de marzo jugó la vuelta... y se clasificó para el encuentro decisivo. Bingo, íbamos a pelear por un título, después de 17 años y dos segundazos. Pensé que iba a gozar del partido a tope, con las niñas y con mis sobrinas... hasta que me di cuenta de que estaba programado para el 23 de abril, la noche antes del Maratón de Madrid. La coincidencia me jodió de lo lindo. A punto estuve, incluso, de renunciar a la carrera. No obstante, pronto dictaminé que el maratón era sagrado, pero correrlo implicaba vivir la final en Madrid, sin compañía ninguna. Era una putada. Sin embargo, se me ocurrió que allí tenía que haber alguna peña bética, seguro, en la que, al menos, podría ver el choque rodeado de un poco de ambiente. En efecto, en la capital de España hay una peña del Betis. Está en el Barrio Simancas. Yo intenté encontrar un alojamiento lo más cerca posible de ella. Finalmente, lo que encontré no estaba muy cerca, pero en una ciudad de más de tres millones de habitantes, tampoco se puede decir que estuviera lejos. Además, podía conectar el bar y el apartamento en metro, con muy pocas paradas y sin tener que transbordar. Por eso, durante semanas estuve convencido de que el partido lo iba a disfrutar en esa peña, y que luego ya me iba a ir a descansar, de cara al día siguiente. Pese a esto, llegado el momento no cumplí con ese plan.


Lo que pasó fue que la final la programaron para que empezara a las 22'00. Ahí ya me dieron el primer golpe, porque me iba a dar la medianoche metido en faena, en un bar, y eso con suerte. Además, una vez que llegué a Madrid, dejé de ver tan claro lo de montarme a semejantes horas en el metro, en un barrio que pertenece a uno de los distritos más peligrosos de la ciudad. Vale que Simancas, en concreto, no parece ser una zona demasiado chunga, pero no quería irme de ingenuo Por otro lado, a lo largo de la jornada me di cuenta de que, para correr un maratón decente, tenía que estar en mi alojamiento más o menos temprano. El tema de que me fueran a dar un palo, por andar con nocturnidad por donde no debía, también pesó, pero fue más importante el hecho de que, a media tarde, sentí que me tenía que ir a descansar, si no quería arrepentirme. No estaba dispuesto a perderme la final, pero no es igual cenar tranquilo y verla en el sofá, que hacerlo en un bar, en medio de un huracán. Luego, para colmo, la misma tuvo prórroga y penaltis, por lo que acabó a las 0'45 horas de la noche. Irme a la peña hubiera sido un suicidio. En el apartamento, acabé disfrutando a saco, y hablé a menudo con María y con las niñas, que estaban viendo el partido con mi cuñada y mis sobrinas. Yo no pude evitar ponerme como una pila eléctrica, pero estuve muy cómodo. Al día siguiente agradecí haberme quedado a buen recaudo.

En definitiva, esta vez fui a Madrid a correr y quise aprovechar el fin se semana. Al final, la parte turística se me quedó un poco corta, pero los dos días estuvieron repletos de momentos entrañables. Además, dentro de apenas dos meses volveré a la capital, para ir al Mad Cool a ver a Metallica y a Placebo. El cartel junto al que me senté en el Rebel Rebel fue premonitorio.


El caso es que el plan de julio será diametralmente opuesto al de la semana pasada. Este lo disfruté a tope, pero lo que me espera en mi próxima visita a Madrid va a ser épico.


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado MADRID.
En 1988 (primera visita consciente), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en la Comunidad de Madrid: 7'7% (hoy día 23'1%).
En 1988 (primera visita consciente), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 4'4% (hoy día 35'7%).

Reto Viajero PRINCIPALES CIUDADES DEL MUNDO
Visitado MADRID.
En 1988 (primera visita consciente), % de Principales Ciudades del Mundo que están en Europa que ya estaban visitadas: 2'7% (hoy día 45'9%).
En 1988 (primera visita consciente), % de Principales Ciudades del Mundo que ya estaban visitadas: 1% (hoy día 19%).