14 de octubre de 2018

MADRID 2018 (VISITA DE OCTUBRE)

Después de un par de visitas a Madrid un tanto agridulces, que tuvieron lugar en agosto de 2017 y en el pasado mes de julio, este otoño he podido disfrutar de nuevo de tres días en la capital de España verdaderamente agradables. Al final, cualquier rato en Madrid me acaba dejando gratos recuerdos, pero no todas las estancias pueden ser verdaderamente plenas. La de la semana pasada, por suerte, ha sido de las buenas de verdad.

He comentado en otros posts que tengo familia que vive en los alrededores de Madrid y eso me ha llevado al centro peninsular en muchas ocasiones por motivos que no son turísticos. Lo que creo que no había dicho es que, realmente, tengo familia repartida por todo el territorio nacional. No son, en la gran mayoría de los casos, familiares cercanos, esos se concentran en Andalucía y en el oeste de la Comunidad de Madrid, pero sí descendemos del mismo tronco común. En honor a la verdad, he de decir que durante varias décadas las relaciones a gran escala en mi familia estuvieron un poco en stand by, pero si algo tiene de bueno el progreso de las telecomunicaciones es que hoy día resulta muy fácil poner en contacto, incluso instantáneo, a gente que vive a cientos de kilómetros y con la que no es fácil coincidir físicamente. Hasta hace no mucho la distancia impedía el trato diario y eso enfriaba las relaciones, salvo con los muy allegados, pero en la actualidad con las redes sociales es más sencillo mantener la conexión. Por otro lado, es otra realidad que gracias a ellas se pueden montar grandes saraos sin tantos problemas como antaño. Esos dos factores son los que favorecieron que en 2012 se volvieran a estrechar lazos y mi familia organizara una macrofiesta a la que acudimos más de un centenar de personas de cuatro generaciones diferentes, que teníamos un ascendiente común y que en la actualidad estamos desperdigadas por toda España y por parte del extranjero. El encuentro fue un éxito de tal calibre que se volvió a repetir en 2013, y después de unos años de descanso el pasado sábado vivimos la tercera edición, que fue el motivo que esta vez me condujo a Madrid en compañía de María, de las niñas y de mi madre (mi padre, en pleno proceso de recuperación de la enfermedad que le ha tenido en vilo este verano, no pudo ir).

Con independencia de los detalles de la fiesta, que no pega contar aquí, lo más interesante de la celebración es que nos llevó a un sitio de Madrid que no conocía ni por asomo, ubicado en el lugar donde la ciudad deja de serlo. Es un hecho que la mayoría de las megapolis no suelen tener unos límites bien definidos, porque lo más habitual es que en su proceso de formación los núcleos originales crezcan hasta alcanzar a las localidades de los alrededores, que en muchos casos conservan su independencia administrativa, pero que quedan incluidas en enormes áreas metropolitanas que a ojos vista no tienen solución de continuidad. La Villa, sin embargo, al ir creciendo no solo alcanzó a los pueblos de los alrededores, sino que los absorbió, de manera que hay barrios de su periferia que no hace tanto eran entidades independientes. Quizás eso es lo que hace que Madrid sí tenga límites más claros: por varios de sus lados ha ido fagocitando poblaciones, por lo que llega un momento en el que, sin haber abandonado administrativamente la ciudad, las casas se acaban y empieza el campo. Aún así, no es normal explorar esos confines y por eso me hizo gracia acabar el pasado sábado en el mismo extremo suroeste de Madrid. Resulta que por ese lado la Capital acaba en un barrio llamado Campamento, que está al oeste del Paseo de Extremadura. Más allá solo hay campo hasta llegar a Boadilla del Monte y Villaviciosa de Odón en dirección este o a Alcorcón en dirección sur. Campamento es un suburbio aún poco urbanizado, sus terrenos eran del Ejercito y aunque se han recalificado muchos, solo hay en ellos algunas barriadas concretas. Nuestra fiesta era en el Centro Deportivo Militar La Dehesa, un club de esparcimiento para militares ubicado junto a Dehesa del Príncipe, el conjunto residencial que conforma el final de Campamento por el suroeste.


El Centro Deportivo Militar La Dehesa está muy bien, es el típico club social con piscinas y con instalaciones deportivas de todo tipo, pero lo que más me gustó fue recorrer las últimas calles de Madrid, entrar en el club y ver que más allá ya no hay más ciudad.




En cualquier caso, a lo largo del fin de semana hicimos algo más que patearnos la periferia de Madrid, hubiera sido un poco triste ir hasta allí para limitarnos a pasear por Campamento y a echar la jornada del sábado en un club militar. Por ello, me fui para la Capital un día antes, y también aprovechamos bastante el domingo. El viernes lo utilicé para visitar la sede del Congreso de los Diputados por la mañana y el Museo de la Biblioteca Nacional por la tarde, y el domingo, ya con María y con las niñas, di un paseo por el Parque del Retiro y comí en Lavapiés. Los tres días, por tanto, tuvieron de todo.

Lo de la sede del Congreso fue, con seguridad, lo más destacado de todo el fin de semana. Para mí fue la segunda visita al interior del Palacio de las Cortes, que es el edificio que alberga la Cámara Baja. Mi amiga Ruth trabaja allí desde hace años y las dos veces he podido entrar gracias a ella (la otra fue en 2014). La primera vez me lo enseñó solo a mí y en esta ocasión volví a entrar para que lo pudiera ver mi madre. La edificación, diseñada por Narciso Pascual y Colomer, nació para albergar las Cortes en 1850 y su fachada, que da a la Carrera de San Jerónimo, es muy familiar para la mayoría de los españoles.


Entrar en Palacio de las Cortes no es difícil, lo hacen habitualmente grupos de escolares y también se organizan visitas guiadas, pero es menos normal pasearse por el hemiciclo y por el resto de sus estancias con total libertad de movimientos. La otra vez Ruth y yo acabamos el tour en la Cafetería, que solo está abierta al personal del Congreso y a los políticos. Esta vez no fue así, pero sí hicimos el recorrido completo por el interior del Palacio de las Cortes y luego pasamos, como en 2014, por la pasarela cubierta, construida en 1980, que une el mismo con el edificio que tiene al lado, erigido en su día para albergar las dependencias del Congreso que ya no cabían en el inmueble primigenio. Al atravesar el puente todo cambia y pasa uno de respirar suntuosidad a estar rodeado de un ambiente de oficina.

La parte de la ampliación también es interesante, no tanto por su historia, pero sí por las curiosidades que ofrece. En primer lugar, están en ella muchos de los despachos de los diputados (todos tienen uno, algunos en este edificio y otros en el de enfrente, que igualmente forma parte del conjunto, aunque esté separado).

Aparte, en este área más funcional del Congreso hay multitud de salas de reuniones y de conferencias, como la Sala Constitucional, un gran recinto donde se celebran actos institucionales relacionados con las visitas de jefes de estado o de gobierno.


También está en esta parte la Sala Ernest Lluch, donde tienen lugar desde reuniones de grupos parlamentarios a presentaciones de libros, jornadas, etc.


Una de las novedades de este año fue ver la Sala Sagasta, en la cual se celebran reuniones de comisiones.


Lo más llamativo, no obstante, lo vi lógicamente en el Palacio de las Cortes. Al mismo no se entra por la puerta principal, que da a la Carrera de San Jerónimo, ya que esa puerta solo se abre para que entre por ella el rey cuando inaugura solemnemente las sesiones del Congreso al principio de cada legislatura. En realidad, la entrada de uso habitual se encuentra en un lateral del edificio y queda mucho más cerca del plato fuerte de la visita: el Salón de Sesiones.


El Salón de Sesiones lo hemos visto todos por la tele y en fotos mil veces. Pese a esa familiaridad, mi reacción la primera vez que entré en él fue de sorpresa, ya que en vivo parece mucho más pequeño y compacto. Al margen de esto, repartidos por toda la estancia hay decenas de detalles interesantes. Destacan, por ejemplo, los agujeros de bala que dejaron por doquier el Teniente Coronel Tejero y compañía durante el intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981.



Como se puede comprobar a simple vista, la mayoría de los agujeros que se hicieron el 23-F siguen ahí. Por lo visto, esa tarde se efectuaron 38 disparos en el Salón de Sesiones, uno de los cuales no dejó huellas, porque dio en la vidriera que corona la bóveda y la atravesó (la misma sí fue cambiada). Sin embargo, los otros 37 boquetes estaban intactos hasta que se hicieron unas reformas en verano de 2013 y en la tribuna de prensa se colocó una rejilla de climatización que hizo desaparecer cinco agujeros. Ahora quedan 32.

Como he dicho, el Salón de Sesiones parece pequeño, pero eso hace que sea bastante recogido y menos frío de lo que esperaba. Realmente, los diputados están todos pegados e incluso el púlpito desde el que se habla está bien cerca de los asientos de los que escuchan. La sensación, en ese sentido, fue positiva, ya que la cercanía implica que todos los políticos de ideologías de los más diverso conviven de manera más o menos pacífica en un espacio no muy grande, donde el roce está casi asegurado.


También me resultó curioso que los pupitres que todos los diputados tienen delante son una auténtica birria en la que está claro que mucho no escriben. En esas mesitas todos tienen una pantalla para votar (por lo visto no sirve para ver Netflix) y los ministros cuentan, además, con un teléfono.


Por mi parte, volví a acomodarme unos instantes en el asiento donde hasta hace poco se sentaba Mariano Rajoy (actualmente es el de Pedro Duque). El presidente y los ministros se sientan en los asientos azules de la primera fila, en un sentido u en otro dependiendo del partido, y todos los demás diputados, aunque sean del partido que gobierna, se sientan codo con codo en las bancadas de asientos rojos que están detrás.



Tras ver la panorámica del Salón desde la perspectiva de un ministro subí al estrado por la escalerita que queda a la izquierda del mismo.


Dando mi simulacro de discurso me reafirmé en el hecho de que los diputados están todos muy cerca. Frases como el famoso "¡Váyase Señor González!" se dijeron realmente a la cara, por no hablar del "¡Quieto todo el mundo!", tras el cual no me extraña que casi todos acabaran por los suelos, dado lo cerca que estuvieron de Tejero y de su pistola.


El Salón es muy elegante y suntuoso, y en su cabecera no faltan los símbolos más típicos de nuestro país: destacan el escudo nacional en un tapiz y las estatuas de los Reyes Católicos, uno a cada lado del mismo. También destaca el cuadro dedicado a las Cortes de Cádiz, probablemente las más emblemáticas de nuestra historia, pero quizás la pintura más curiosa sea la que está justo arriba, en el centro de la bóveda. La misma representa a un buen número de españoles célebres que rodean a Isabel II (está Colón y está Velázquez, por ejemplo, aunque resulta bastante complicado reconocer al resto. La obra es de 1850, así que lo que es seguro es que no está Rafa Nadal).


Al igual que en la otra ocasión, esta vez también tuve la suerte de poder estar en el Salón de Sesiones todo el tiempo que quise. Por allí di muchas vueltas y estuvo bien ver el hemiciclo desde diferentes perspectivas.


Aquello, sin embargo, no era todo, ya que el Palacio de las Cortes es enorme y esconde un montón de sitios muy interesantes. Para empezar, las dos veces acabé echándole un vistazo al hemiciclo desde la tribuna que hay arriba, a la que puede acceder el público.



Aparte del Salón de Sesiones, en el edificio destaca el Salón de Conferencias, llamado normalmente Salón de los Pasos Perdidos, que está al otro lado del pasillo.


Se trata de un salón usado para recepciones, muy elegante y diáfano. Dado que es una estancia muy amplia y que se encuentra a escasos metros de lugar donde se celebran los plenos, la misma se usa para el encuentro entre todos los diputados, así como entre estos y los periodistas.


La habitación está repleta de detalles: bustos, bajorelieves, cuadros alegóricos, retratos de políticos,... Sin embargo, pese a que todo está muy decorado, en el centro de la sala solo hay una lujosa mesa, lo que hace que la sensación sea de amplitud. De entre las imágenes alegóricas del techo resaltan las de los reinos que componen España y las de los continentes. Para alguien que no esté muy versado en arte es dificultoso saber que representa cada una, para que engañar.


Contiguos al Salón de los Pasos Perdidos hay otros espacios, llamados genéricamente escritorios, en los que se disponen mesas de diferentes tamaños, preparadas para ser usadas en reuniones informales. Estas estancias están separadas por puertas que permiten, llegado el caso, aislar un poco las habitaciones si se tienen que producir pequeños encuentros y reuniones de trabajo más reducidas.


Al igual que ocurre en el Salón de los Pasos Perdidos, en estas estancias no faltan valiosos detalles artísticos. De todos, el que más me llamó la atención fue el precioso reloj construido en 1857 y ubicado en el llamado Escritorio del Reloj.


Lo mejor de todo es que pude deambular por todas esas estancias con libertad, ya que casi todas las puertas estaban abiertas. Sí estaba cerrado a cal y canto el despacho de la presidenta del Congreso, que es el único que está por aquel sector y que tenía un ujier sentado fuera. 

Finalmente, al otro lado de todos esos gabinetes está el vestíbulo, que es la sala elíptica que da a la escalinata principal del edificio. La puerta principal, como dije antes, solo se abre en momentos muy ceremoniosos, por lo que no se suele hacer el recorrido en el sentido que sería lógico (vestíbulo, salas de reuniones y hemiciclo), sino que se hace a la inversa y se accede al vestíbulo desde dentro. Preside la estancia una estatua de la reina Isabel II, que tiene a sus pies la mesa que fue utilizada para rubricar la firma de la Constitución de 1812.


En cualquier caso, pese a lo suntuosa que parece la sala hay que destacar que en ella se ubicó durante mucho tiempo un restaurante, que posteriormente se transformó en cafetería. Esta se mantuvo ahí hasta que, en 1982, se inauguró la primera ampliación del Congreso y se trasladó de lugar. Hoy día resulta difícil imaginarse el bar entre esas solemnes paredes, aunque ahí estuvo, por ejemplo, durante la TransiciónPor otro lado, en el vestíbulo también destacan los retratos circulares de 18 destacados políticos del siglo XIX y XX. Cierto es que en otras partes del edificio la simbología y la interpretación de las pinturas escapa a los profanos, pero estas están hechas para que los retratados sean reconocibles, en la medida de lo posible (cualquiera no le pone cara, hoy día, a Canovas, a Castelar o a Alcalá Zamora, aunque sí nos resultan más familiares los rostros de los dos últimos políticos sumados al grupo, Manuel AzañaAdolfo Suárez, cuyos cuadros se han colocado hace apenas una década).


En esta sala también merece la pena mirar al suelo para contemplar el mosaico que forma el pavimento, restaurado en 2009. En origen, el centro del mosaico estaba ocupado por el escudo real, pero éste fue sustituido durante la Segunda República por la fecha de inauguración del edificio (1850), número que aún puede verse. Por lo visto, antes de la restauración el mosaico se encontraba muy deteriorado, hasta el punto de que estaba oculto bajo una alfombra (no es de extrañar que estuviera estropeado, teniendo en cuenta que la estancia fue el lugar de las cañas y los cafés durante años).

En la sala que está contigua al vestíbulo está previsto un espacio para que los políticos hagan declaraciones improvisadas a la prensa tras los plenos del Congreso.


Por último, destaca en esta planta la preciosa Biblioteca, cuyo salón de lectura es muy recogido, pese a que tiene varios pisos. La misma parece pequeña, pero sus fondos son muy destacados, ya que cuenta con más de 100.000 monografías, las cuales pueden ser utilizadas (no se si todas) por cualquier ciudadano que se saque el carnet de investigador. Pese a esto, la principal función de la biblioteca es proporcionar ayuda bibliográfica a los diputados para el desempeño de su labor parlamentaria, aunque en ella también hay un fondo histórico en el que no faltan dos códices del siglo XV, ocho incunables y un buen número de libros raros de los siglos XVI y XVII. Todas las paredes de la sala están recubiertas de una brillante estantería de caoba y cedro repleta de ordenados libros. Para no romper la armonía, hasta el montacargas está integrado en el entorno y disimulado.


Una vez acabada nuestra visita a la planta baja del edificio, la más interesante desde el punto de vista histórico, continuamos nuestro recorrido por la segunda planta, que también es atractiva por otras razones. Para empezar, lo primero que se ve al subir es la galería de cuadros de todos los presidentes de la Cámara a lo largo de la historia (a algunos los pintó Sorolla, nada menos). A mí me llamaron la atención los de los políticos que más conozco, por ejemplo el de Luisa Fernanda Rudi, primera mujer que fue nombrada presidenta del Congreso en 2000. Su sucesor, Manuel Marín, decidió, no sin polémica, hacerse una foto en vez de una pintura, y José Bono, el siguiente presidente, volvió a la tradición del lienzo, creando una polémica aún mayor a la de Marín, ya que su retrato costó más de 84.000 euros (tampoco es que Marín se hiciera una foto con el móvil, pero su imagen costó 60.000 euros menos). En la foto de abajo están el cuadro de Manuel Marín, a la izquierda, y a su lado el de Jesús Posada, el antepenúltimo presidente.


Por la galería de retratos se accede a la Sala Mariana Pineda, usada para reuniones, y a las tribunas del hemiciclo de las que hablé antes, que serían llamadas gallinero en un teatro.

En definitiva, el Palacio de las Cortes es uno de esos edificios cuya visita no suele ser recomendada en las guías de turismo, pero que nadie debería perderse. Es un sitio mítico, la llamada "casa de todos", el lugar donde, en teoría, la democracia se pone en práctica cada día (los ciudadanos votamos cada cuatro años y damos poderes a la clase política para que tome decisiones en nuestro nombre durante el tiempo que dura la legislatura). El Congreso es historia pura de este país, pero a mí me transmitió vitalidad, tanto la primera vez que entré, como esta segunda. La política debe ser vehículo del progreso y no sería recomendable que el meollo donde se deciden tantas cosas que afectan a nuestra vida oliera a alcanfor. Mi sensación es que no es así y el pasado viernes acabé de nuevo con la impresión de que, si bien la solemnidad está presente por todos lados, también lo está el trabajo terrenal.

Ya dije al principio que al Palacio de las Cortes fui el viernes por la mañana, pero quedaba por delante mucho finde por aprovechar. En primer lugar quería sacarle partido a la tarde, antes de ir a recoger a la Estación de Atocha a María y a las niñas. En principio dudé entre ir a ver el Museo Arqueológico Nacional o ir a ver la Biblioteca Nacional, dos instituciones que no conocía. Al final me decanté por la segunda, por aquello de que estoy estudiando oposiciones a bibliotecas.

Las visitas a la Biblioteca Nacional están divididas en dos partes, por decirlo así: por un lado se puede entrar en el Museo, por libre o junto a un guía, y por otro, gracias a otra modalidad de visitas guiadas, se puede acceder a varias de las estancias de la Biblioteca. Dado que yo estaba improvisando me conformé con ver el Museo por mi cuenta. La próxima vez espero tener tiempo para subir por la escalinata y echarle un ojo al resto del edificio, esta vez no pudo ser.


La entrada al Museo de la Biblioteca Nacional de España, que se inauguró en 1995, es independiente a la del resto de la Biblioteca. Para acceder a él no es necesario subir al zaguán principal del edificio, sino que se puede hacer desde el nivel de la calle.


Lo más positivo que hay que decir del Museo es que es gratis. Aparte, es el típico museo que hay que ver con paciencia, ya que resulta indispensable leerse los carteles. Si se hace así, uno se entera de algunas cosas curiosas sobre la historia de la Biblioteca, sobre su día a día o sobre la escritura y sus soportes.


Sin embargo, el Museo me pareció un poco decepcionante, para empezar está en un sótano que no pude encontrar sin preguntar (al entrar por la puerta todo dirigía a la tienda y a una exposición temporal sobre beatos que estaba montada al lado). Una vez que logré dar con el camino correcto lo que me encontré fue una serie de salas desiertas y que estaban casi en penumbra. Eso no me disgustó, porque un clima de calma absoluta es bueno para ver una muestra así, pero luego la exposición en sí me pareció que estaba un poco deslabazada, vi cosas interesantes, pero otras muchas no valían gran cosa, me dio la sensación de que las vitrinas alternaban explicaciones curradas con otras casi inexistentes, había salas cerradas, y, en general, esperaba ver algunas joyas de la colección de la Biblioteca, que son muchas, pero allí no se exponía ninguna. Es un buen sitio, eso sí, para ver un boli Bic convertido en pieza de museo.


También se puede uno poner tierno viendo una cinta VHS de Regreso al Futuro (aunque yo tengo una exactamente igual en casa).


Personalmente, me gustó ver una edición original de un cuento de Calleja, porque Saturnino Calleja, además de ser el fundador de la editorial española más importante de finales del siglo XIX y principios del XX, fue mi bisabuelo.


Y poco más. Me enteré de algunas cosas y se acabó. Esperaba más del museo de una institución tan señera como la Biblioteca Nacional. Pese a esto, volveré, a ver que más puede ofrecer esta.

Aparte de todo lo ya comentado, el viernes también aproveché para pasear por Madrid, que es algo que me encanta hacer. El sábado estaba mediatizado por la fiesta y el domingo, al estar ya con las niñas, tuve menos libertad de movimientos, pero el viernes todos los desplazamientos los hice andando, lo que implicó que acabé bastante cansado, pero muy contento, porque vi a lo largo del día un montón de sitios interesantes. La principal caminata fue la que me llevó, a media mañana, desde el hotel donde nos alojamos, que fue Hotel VP El Madroño, como casi siempre, hasta el Palacio de las Cortes.

El citado hotel, como ya he comentado en otros posts, está en el Distrito de Salamanca, por lo que empecé por recorrer algunas de las calles de este cuadriculado barrio, entre ellas la Calle Claudio Coello. Al pasar por delante de su número 104 vi el lugar donde fue asesinado Luis Carrero Blanco el 20 de diciembre de 1973.


Una placa recuerda aún ese suceso.


Poco después decidí abandonar el Distrito de Salamanca y me dirigí al Paseo de la Castellana para continuar bajando en dirección sur.


Este bulevar me encanta y siempre es para mi un placer caminar por él, pero al llegar a la Plaza de Colón tomé la célebre Calle Génova, ya que había decidido que iba a acercarme al Palacio de las Cortes cruzando Chueca, un barrio que conozco muy poco. Por ello, tras recorrer el principio de Génova me desvié hacia la Plaza de la Villa de París y callejee un poco hasta que encontré la Calle Barquillo, una de las principales arterias del enclave gay friendly por excelencia. Esta larga vía atraviesa Chueca de arriba a abajo y me hubiera acercado de la manera más directa hasta mi destino, pero no quería marcharme del barrio sin visitar su corazón, la Plaza de Chueca, de manera que me acabé desviando.


Finalmente, seguí bajando en dirección a la Gran Vía por la Calle Barbieri.


Recorrer Chueca me gustó, aunque mi paso por allí fue un tanto fugaz. Volver con más calma es otro objetivo pendiente.

El domingo, como dije antes, ya estaba con María y con las niñas, y caminamos algo menos, aunque tampoco perdimos el tiempo. Por la mañana pasamos, para empezar, por la peatonal Calle Claudio Moyano, más conocida como Cuesta Moyano. La misma es famosa por sus casetas de ventas de libros. En ellas se encuentran curiosos ejemplares de segunda mano, en muchos casos, aunque en esta ocasión no nos detuvimos en exceso.


Nuestro primer destino del domingo fue el Parque del Retiro y sí es cierto que por allí dimos un buen paseo, que nos permitió ver, por ejemplo, la Fuente del Ángel Caído, la Fuente de la Alcachofa y el Estanque Grande del Retiro.


El parque estaba radiante y fue una gozada echar allí parte de la mañana.


A la hora de comer nos dirigimos a Lavapiés para almorzar con Ruth. El viernes, tras visitar el Congreso yo ya comí con ella en el Bar Benteveo, un establecimiento del que hablé en el post de julio de este año. El domingo, por su parte, comimos en una pizzería que también me encantó, llamada NAP Neapolitan Authentic Pizza. Está en la Calle Ave María, muy cerca de la Plaza de Lavapiés. La verdadera pizza napolitana es muy fina y tiene los bordes altos, y en este restaurante la hacen deliciosa. Hay que decir que las recetas más estrictas de auténtica pizza napolitana son la Marinera y la Margarita. En NAP, sin embargo, han abierto el rango de los ingredientes que le ponen a las bases (yo me tomé una Napoli), aunque su paso por el horno se ajusta perfectamente a los cánones establecidos.

 

Sin salir de Lavapiés tomamos café en La Libre, un café librería con un atractivo nombre que está ubicado en la Calle Argumosa.


Aprovechando que escribo sobre café, y dado que a través de los diferentes post dedicados a Madrid estoy haciendo un recorrido por los lugares capitalinos donde esta amarga bebida se disfruta de verdad, voy a nombrar ahora también otro sitio donde estuve el viernes tras comer en el Benteveo. Se trata del Plenti, que no está ya en Lavapiés, sino en el Barrio de las Letras. En TripAdvisor, de los 324 establecimientos madrileños incluidos en la categoría Café y TéPlenti está en la segunda posición, así que no necesita muchas más presentaciones.


Por último, voy a hablar de dos negocios de restauración mucho menos selectos, pero que no quiero dejar de nombrar, por motivos diferentes. El primero es la Taberna del Volapié de la Calle Diego de León, y el segundo es la cafetería donde desayuné nada más llegar a Madrid a primera hora el viernes. Del primero de esos establecimientos no hablaría en circunstancias normales, de hecho ya había estado en él y no había dicho nada, ya que se trata de una franquicia que tiene bares por toda España, por lo que carece de una personalidad especial y, además, yo no daba un duro por su supervivencia (en Sevilla fui a otra sucursal que ya no existe). Sin embargo, he de reconocer que el sitio no está mal, tras varias visitas a Madrid he comprobado que sigue existiendo, y dado que está al lado del hotel al que vamos a menudo, pues se ha convertido en un lugar muy frecuentado por nosotros, por lo que es de justicia nombrarlo en el blog.

Por otro lado, la cafetería en la que desayuné al llegar se llama Taberna Gastromargia, y no pasa de ser una simple tasca con un nombre bastante difícil de pronunciar, pero allí me pusieron mi desayuno perfecto: pan de calidad con tomate triturado a discreción.


No hace tanto degustar en un bar cualquiera de Madrid un desayuno así era imposible, en la Capital una tostada era sinónimo de pan de molde hundido en mantequilla. Luego se empezó a generalizar lo del desayuno andaluz, pero al pedirlo no era raro acabar tomando una baguette con salmorejo (o al menos esa es mi experiencia...). Sin embargo, en la Taberna Gastromargia pedí una tostada con tomate y me sirvieron un desayuno a la altura de los buenos de Sevilla, así que también tenía que reseñar ese hecho.

Esta visita a Madrid dio para mucho, como ha quedado patente, no todas son así, pero esta volvió a ser de las que depararon un montón de buenos momentos. La próxima, en pocos meses...


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado MADRID.
En 1988 (primera visita consciente), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en la Comunidad de Madrid: 7'7% (hoy día 23'1%).
En 1988 (primera visita consciente), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 4'4% (hoy día 33'6%).

Reto Viajero PRINCIPALES CIUDADES DEL MUNDO
Visitado MADRID.
En 1988 (primera visita consciente), % de Principales Ciudades del Mundo que están en Europa que ya estaban visitadas: 2'7% (hoy día 45'9%).
En 1988 (primera visita consciente), % de Principales Ciudades del Mundo que ya estaban visitadas: 1% (hoy día 19'%).


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