30 de julio de 2022

LLANES 2022 (VISITA DE JULIO)

Este verano apenas si he estado tres días en Llanes. Además, María no ha podido ir. Por motivos laborales se ha tenido que saltar esta primera etapa de las vacaciones, aunque se nos unirá en la segunda. Por lo que a mí respecta, tampoco he tenido posibilidades de alargar mi estancia asturiana, porque tenemos muchos planes y solo cuento con un mes de asueto. Aun así, la verdad es que he aprovechado el tiempo a tope. En tres jornadas, he hecho un buen número de cosas y me he quedado con buen sabor de boca.


Algunas de las cosas que he hecho en esta visita han sido bastante novedosas. Otras no tanto. Entre estas últimas, estuvieron la merienda que degustamos en la Cafetería Bitácora y el capricho que nos pegamos en la Heladería Revuelta. También los almuerzos en el Restaurante El Sucón y en el Bar Restaurante La Playa San Antolín de Bedón. Con respecto al Sucón, en él me tomé una fabada que no tiene parangón, mientras que en La Playa saboreé un delicioso filete de atún y una cerveza, sentado en una mesa que estaba situada al borde mismo de la playa. Es difícil disfrutar más de lo que yo lo hice.


Por tanto, los homenajes clásicos que nos pegamos cada año no faltaron. También me di un paseo por La Galguera, la aldea llanisca donde mis padres tienen la casa.


Sin embargo, todos los años trato de hacer cosas diferentes, con la idea de seguir conociendo el concejo de Llanes. Este verano tenía solo tres días, pero las circunstancias han cambiado mucho, y eso ha aumentado mi capacidad para hacer excursiones. En efecto, las niñas, con sus 12 y sus 14 años, respectivamente, se pueden pasar durmiendo hasta mediodía si se las deja, cuando se levantan son autónomas, y después son capaces de entretenerse por su cuenta durante bastante rato. Ya no reclaman tanta atención, por lo cual es posible improvisar planes como los que hice, sin que le supongan un problema a nadie. Por ello, una mañana me fui a Naves, a presenciar parte de los actos programados para festejar uno de los días grandes en este pedanía llanisca, y otra me dirigí a Buelna, donde comencé una ruta circular que me permitió explorar nuevos rincones de la impresionante costa de Llanes.

Con respecto a lo de las fiestas de Naves, lo cierto es que esta pequeña localidad la conocía desde 2019. Hablé de ella cuando comimos en la Sidrería Cabañón. Este 2022 regresé, porque, en vista de que a estas alturas me he pateado cada rincón del casco urbano de Llanes, estoy profundizando en los demás pueblos en los que viven los llaniscos, y también quiero conocer a fondo sus tradiciones. En relación con esto, los dos últimos veranos todos los festejos se han suspendido, debido a la pandemia, por lo que no había podido aún hablar de ninguno de ellos. Sin embargo, este año se ha regresado a la normalidad. La pega era, no obstante, que iba a estar en Llanes muy poco tiempo. Tenía que coincidir ese periodo con algún acto festivo. Dependía de la suerte, pero esta vez la fortuna estuvo de mi lado, porque vi que, casualmente, iba a andar por Asturias el 26 de julio, el día de Santa Ana, que se conmemora con bastante intensidad, tanto en Naves, como en la propia capital del concejo. En una sola jornada tenía, por tanto, un 2x1 en festividades. Era un buen punto de partida. Por eso, el 26 por la mañana me dirigí a Naves, donde disfruté del comienzo de la celebración de su día grande, y por la tarde fui, ya con las niñas y con mis padres, al Puerto de Llanes, a presenciar una procesión en la que pasean por el mar a la imagen de Santa Ana.

Por la mañana llegué muy pronto a Naves. Me creí lo que decían los horarios de las Fiestas de Santa Ana que se habían hecho públicos, y me planté allí a las 10:00. A esa hora, el pueblo estaba todavía más dormido que un koala en vacaciones.



No obstante, aproveché para darme un tranquilo paseo. Tras un buen rato, observé que en los alrededores de la Iglesia de San Antolín de Naves y Bedón se estaba juntando unos cuantos músicos, que resultaron ser de la Banda de Gaitas L'Alloru de Balmori. La fiesta estaba a punto de comenzar, aunque lo hizo con cierta timidez. El día estaba lluvioso, así que la banda se refugió debajo la carpa de la barra, que en ese momento otras personas estaban avituallando para cuando fuera la hora de empezar a brindar por la amistad. Allí empezaron a tocar. La veintena de curiosos que nos congregábamos en ese lugar a esa hora presenciamos un pequeño concierto, que sonó muy bien.



Pasado un rato, aprovechando que había escampado, la banda se fue, en plan pasacalles, a tocar por todo el pueblo. Yo llevaba allí un par de horas y en ese momento estuve a punto de irme, pero, por suerte, cuando me dirigía al coche me topé con el ramu.


El ramu es un elemento destacado en los festejos de los pueblos del oriente asturiano. Se trata de una ofrenda que se hace a la imagen agasajada. Tiene forma piramidal y va colocada sobre unas andas, que son portadas por cuatro personas. Estas llevan la estructura en procesión hasta el templo, al son de la música y de los cánticos. Cuando yo me iba de Naves, vi que el ramu de las Fiestas de Santa Ana estaba preparado en la puerta de una casa. Se avecinaba la segunda parte de la festividad, tras el pasacalles, que fue la de la mencionada procesión de ramu. En ella, la banda de gaitas volvió a jugar un papel importante. Ni que decir tiene que me quedé a ver el espectáculo.



Lo del pasacalles había quedado un poco frio, pero la procesión del ramu fue más multitudinaria. Acabó en la iglesia, donde estaba prevista la celebración de una misa. Cuando iba a empezar, yo me fui definitivamente. Tras los servicios religiosos, los actos que estaban programados para el resto del día ya estaban relacionados con la juerga. 

En otra ocasión me gustaría hablar sobre como se planta la hoguera. En Naves no lo hicieron, no se por qué. Yo esa parte de la festividad la he visto, en años pasados, en sitios como San Roque del AcebalVillahormes. Cuando pueda volver a presenciarla, reflejaré la experiencia en este blog. De momento, me quedo con la procesión del ramu y con el ambiente matutino que se vivió en Naves. La cosa tardó en arrancar, pero al final estuvo bien. Mola mucho ver la cantidad de hombres y de mujeres que se visten de llaniscos y de llaniscas con motivo de sus fiestas locales.

En todo caso, más multitudinario desde el principio fue la parte de la Fiesta de Santa Ana que vi, esa misma tarde, en Llanes. En la capital del concejo ese día siempre tiene lugar una original procesión, en la que la imagen de la santa que se conserva en la Capilla de Santa Ana es llevada al Puerto. Allí la montan en un barco y después le da una vuelta por el mar. 


Tras el breve tour marítimo, al que solo asisten los que van montados en el barco principal, y en otros tres o cuatro que lo acompañan, la imagen es devuelta a tierra y es llevada de nuevo a su iglesia. 




Yo ese evento ya lo había visto en una ocasión, hace años, pero lo recordaba vagamente. Esta vez presté más atención.

Después de la procesión fuimos a por un yogur helado y nos dimos una vuelta. Este verano solo he estado tres días en Asturias, como he dicho, así que ese paseo y el de la primera tarde, en la que fuimos a merendar a la Cafetería Bitácora, fueron los únicos que me di. Aun así, pude tomarle el pulso a la población, que ha recuperado, tras la pandemia, su nivel habitual de masificación estival. Las dos jornadas había mucha gente en el meollo del pueblo. Pese a esto, agradecí ver lugares como la Plaza de Parres Sobrino y recorrer la Calle Castillo, la Calle Mercaderes o la alameda arbolada de la Calle Egidio Gavito.


Gracias a que fuimos a ver la procesión del día de Santa Ana, también pasé, una vez más, por la Avenida del Sablón, por la Calle La Moría, y por la Calle Tomás Gutiérrez Herrero, que son las que dan a la vertiente marítima del pueblo y al Puerto por su lado norte.

Más allá de los paseos urbanos, lo que igualmente hice, una de las mañanas, fue la ruta circular que mencioné antes. Llanes destaca por su bonito casco urbano, pero sus paisajes costeros son igual de llamativos. Es por ello que quiero explorar todas las playas del concejo, y también estoy recorriendo, poco a poco, toda la costa, aprovechando que se encuentra llena de senderos. En esta ocasión, desde Buelna lo primero que hice fue ir hasta la zona del Complejo de Cobijeru. Allí visité los enclaves de ese monumento natural que aún no conocía. Además, fui hasta el Complejo por un camino distinto al que había usado las otras dos veces. Esta vez llegué hasta el Salto del Caballo bordeando el acantilado, sin pasar por la Playa de Cobijeru, que quedó abajo


Luego, desandando mis pasos desde el Salto del Caballo, y desviándome un poco del camino, vi dos enclaves naturales de gran belleza. Primero admiré el Entrante de Canales, que es una impresionante entrada del mar en los acantilados, que queda paralela a la línea de costa.



Después, caminando hacia el interior, me fui a buscar la Playa de la Presa. Como he venido comentando en años precedentes, tengo hecho un exhaustivo listado de todas las playas que hay en el concejo de Llanes. Para hacerlo, he consultado diversas fuente y he llegado a la conclusión de que son 53. Muchas son playas normales, pero hay otras muy singulares. Una de estas últimas es la Playa de la Presa, que es interior, por lo que es parecida a la Playa de Cobijeru, la cual he visitado un par de veces en el pasado, y a la famosa Playa de Gulpiyuri. No obstante, la Playa de la Presa es más grande que esas dos.


Las tres playas comentadas están formadas a partir de agujeros en los acantilados, por los cuales penetra el agua de mar, que llega por debajo de la roca hasta la parte posterior de esos acantilados, formando arenales de interior. Por ello, esas playas se encuentran en medio del campo. Están sujetas a las mareas y tienen agua salada, pero no parecen playas estándar. De las tres citadas, la menos normal es la Playa de la Presa. Desde el camino, permanece oculta por una especie de parapeto de vegetación y por el desnivel del terreno. Sin embargo, es fácilmente accesible, si se busca un poco.


Realmente, la Playa de la Presa no es un sitio donde uno pueda bañarse. Con la marea baja se vacía, y sus márgenes se quedan convertidos en un lodazal, con el que yo tuve un ligero encontronazo. En la imagen inferior, se ven huellas de pies que avanzaron bastante en el barro, quizás porque iban protegidos por un tipo de calzado apropiado. Las huellas inferiores, que son las más profundas, son las mías. Yo metí los pies hasta los tobillos en el fango, que tenía una fina capa de vegetación encima que despistaba. Mis botines no salieron muy bien parados del intento de avanzar.


De todas formas, la sangre no llegó al río. Los botines se me sacaron pronto y solo tuve que lavarlos al llegar a casa. En todo caso, con la marea alta la Playa de la Presa es un poco distinta, por lo que he visto en fotos, pero aun así, parece más una charca grande que otra cosa.


Su mayor particularidad, además de que es una playa que no da directamente al mar, es que conserva los restos de un antiguo molino de mareas, que está situado junto a la abertura de la montaña por donde penetra el agua marina.



La Playa de la Presa es un lugar muy curioso, y estaba muy tranquilo. Tras verlo bien, ya conozco 18 de las 53 playas del concejo de Llanes. Seguimos avanzando. 

Después de detenerme un buen rato en los dos enclaves naturales comentados, la ruta me llevó, bordeando los acantilados, hasta Pendueles, que es otro de los bonitos pueblos llaniscos. 


Como nunca no había estado en este pueblo, lo recorrí con cuidado, buscando sus rincones destacados. Se trata de un pequeño núcleo rural de carácter residencial.




Gracias a eso, puedo decir que ya he estado en 23 de los 71 pueblos que se reparten por el término municipal llanisco. Tras detenerme en Pendueles, regresé por otro camino hasta Buelna, que es donde tenía el coche. Fue una excursión cojonuda, en la que pasé cerca de un par de playas que no conozco. No obstante, no me detuve, porque me gustaría volver a hacer este recorrido con María y quise dejar cosas por ver.

En definitiva, este verano mi estancia en Llanes ha sido muy fugaz. El 28 empezamos nuestro viaje por la Bretaña francesa, por lo que mis aventuras de 2022 por el norte de España prácticamente se quedaron ahí. Sin embargo, los tres días los aproveché a tope. Conocí sitios nuevos, empecé a profundizar en las celebraciones populares del concejo y, como no, regresé a unos cuantos lugares que son de visita obligada, cada vez que voy a la casa asturiana de mis padres. El año que viene, más...


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado LLANES.
En 1997 (primera visita), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en Asturias: 13'3% (hoy día 60%).
En 1997 (primera visita), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 11'8% (hoy día 35'7%).


12 de julio de 2022

MADRID 2022 (VISITA DE JULIO)

Esta vez, la experiencia en Madrid fue de las que dejan huella. Me fui hasta la capital de España para ir a un concierto, y la verdad es que cumplí el sueño de ver a una banda que, sin duda, está en el podio de mis favoritas.


En efecto, este año tocó Metallica en la jornada inaugural del Mad Cool. Este festival se organizó por primera vez en 2016, y en 2022 ha celebrado su quinta edición. A lo largo de cinco días, han pasado un montón de grupos por el Recinto IFEMA-Valdebebas, que es donde tiene lugar desde 2018.


María me regaló las entradas del concierto de Metallica por mi cumpleaños, el agosto pasado, y once meses después he podido, por fin, verlos en directo. Ha sido apoteósico.


Hasta esta gira, Metallica habían dado 30 conciertos en España. El primero fue en enero de 1987. En esa época, yo aún escuchaba a Enrique y Ana, y no sabía ni que existían. Después, se han prodigado bastante por nuestro país, pero nunca han bajado al sur. En 2012 estuvieron en Madrid y podría haber ido, pero estaba en plena etapa hardcore de crianza y no me arranqué. Desde entonces, tenía clavada la espinita, porque Metallica, para mí, son lo más. Regresaron a Madrid y a Barcelona en febrero de 2018, y en mayo de 2019, pero esas fueron dos nuevas ocasiones perdidas. No me ha vuelto a ocurrir. El año pasado me enteré de que venían al Mad Cool, le lancé la indirecta a María, pocos días antes de mi cumple, ella la cogió al vuelo, me regaló dos entradas (una era para ella, en un principio), y este mes de julio he podido ver en vivo, por fin, a James Hetfield, a Lars Ulrich, a Kirk Hammet y a Robert Trujillo.


No puedo ser objetivo con Metallica. Desde el primer momento sabía que el concierto me iba a gustar. No obstante, partiendo de esa base, el show podía impactarme algo, bastante, mucho o, incluso, muchísimo. Finalmente, me dejó con la boca abierta, es decir, me encandiló en el más alto grado posible. En efecto, se dieron una serie de circunstancias que hicieron que la experiencia fuera redonda.



Hay que decir, antes de nada, que finalmente no fui al Mad Cool con María. Ella lleva un año estudiando para un examen de oposición, que, en principio, iba a ser en otoño. Sin embargo, hace unos meses se empezó a rumorear que se iba a celebrar en verano, y, tras un buen número de incertidumbres, lo han puesto justo una semana después de la fecha del concierto. El esfuerzo que está haciendo María para llevar adelante el trabajo, el estudio y el resto de la vida misma, está siendo titánico. Además, con el adelanto de la prueba, su planificación, que ya era ajustada, se ha visto desbordada por completo. En consecuencia, era imposible que, siete días antes del gran día, ella pudiera irse a Madrid en plan festivo. Por ello, tuve que pasar al plan B y le dije a mi amigo Andrei que se viniera conmigo. A él le encanta Metallica y le regalé la entrada. Evidentemente, no dijo que no.


Una de las claves de que el concierto me pareciera una pasada es que nos situamos muy cerca del escenario. Resulta que, cuando se publicó el cartel completo del Mad Cool, vi que el día que tocaba Metallica también estaba previsto que lo hiciera Placebo. El grupo de Brian Molko hace una música diferente a la del cuarteto angelino, pero igualmente me gusta mucho. Aparte de estas dos bandas, no conocía, ni por el nombre, a ninguna otra, pero ver a Metallica y a Placebo, en una misma tarde, era para mí un triunfo apabullante. A pesar de esto, cuando se hicieron públicos los horarios concretos de las actuaciones, vi que Placebo tocaba en el segundo escenario hasta las 21'25, y que Metallica comenzaba en el escenario principal a las 21'30. Dada esa circunstancia, era evidente que era imposible ver bien a ambos. Por eso, ya sobre el terreno, decidí jugar en exclusiva la carta de Metallica. Me jode, porque Placebo me encanta, y los oí, a lo lejos, empezar su concierto. Sin embargo, centrarme en exclusiva en Metallica hizo que los viera a una veintena de metros, el rato que estuvieron tocando en un trozo de escenario que se adentraba en el público.


Después, Lars Ulrich trasladó su batería al fondo, pero los otros tres se dejaron ver bastante por la pasarela. El sitio donde pudimos ponernos, casi sin esfuerzo, fue magnífico. Nosotros habíamos llegado una hora antes del inicio del espectáculo, cuando aún estaba tocando en el escenario principal el anterior artista. Era un tal Yungblud


Yo a Yungblud no lo conocía de nada, pero las seis o siete canciones que le oí cantar en vivo me gustaron. El tío lo dio todo, junto a su banda. Eso sí, se fue sin despedirse... o al menos yo no me enteré de que se marchó. El caso es que vimos el final de su actuación, desde una distancia prudencial, pero cuando se fue, la bulla se abrió y aprovechamos para acercarnos al escenario. Cuando me di cuenta, estábamos muy cerca de este, sin haber dado un solo empujón. Me perdí a Placebo, pero a cambio logré ver a Metallica desde un lugar privilegiado.


Más allá de esto, otros detalles hicieron que el concierto fuera especial. Uno de ellos fue que los cuatro músicos fueron pródigos en gesticulaciones, se movieron mucho y Hetfield interactuó bastante con el público. En este tipo de eventos, es importante que los artistas no parezcan robots. Además, el espectáculo estuvo plagado de elementos visuales que complementaron a la música. En efecto, en las pantallas laterales no dejamos de ver a los four horsemen, pero en las centrales proyectaron mogollón de imágenes interesantes, la mayoría de las veces relacionadas con las canciones. También pusieron fotos antiguas de la banda, referencias a actuaciones pasadas de Metallica en Madrid, y, como no, montajes con la bandera de España.



En general, dio la sensación de que el espectáculo estaba bastante personalizado, y muy centrado en impresionar al espectador. Esto debería ser siempre así, pero lo cierto es que he visto actuaciones que han acabado siendo mucho más sosas. En definitiva, todo lo que rodeó a la música fue la bomba. No obstante, no hay que olvidar que en un concierto las canciones tienen que ser el centro. En este sentido, Metallica también se salió, ya que el sonido fue impecable y el set list elegido lo bordó. Abrieron con Whiplash, lo que fue una declaración de intenciones. Después, desgranaron quince temas más, a lo largo de dos intensas horas. Fue una gozada, y el final con fuegos artificiales fue grandioso. 


Tenía la cuenta pendiente de ver a Metallica en directo, y en el escenario principal del Mad Cool me quité esa espinita para siempre.


Con respecto al Mad Cool en general, la verdad es que el festival me sorprendió positivamente. Realmente, dados los grupos que tocaban, en él Metallica estuvo un poco fuera de contexto. El festi es más de Rock Alternativo que de Metal. Sin embargo, como la entrada me costó 70 euros, ir solo a ver a Metallica no fue descabellado. No fui el único que lo hizo. En todo caso, se congregaron en el Recinto IFEMA-Valdebebas, que tiene el tamaño de once campos de fútbol, un total de 75.000 personas.


Las entradas para la jornada se agotaron. Dada la muchedumbre, hay que reconocer que el evento estuvo muy bien organizado. Desde IFEMA-Valdebebas hasta la boca de metro más cercana había un buen pateo, pero, a cambio, no hubo aglomeraciones ni atascos. Dentro del recinto, además, había muchas barras para conseguir bebida y comida. Una caña de cerveza valía 5'5 euros y una maceta 11, pero al menos eran fáciles de pedir.

En otro orden de cosas, la excusa de esta vez para echar un par de días en Madrid fue el concierto, pero yo los quería aprovechar al máximo, haciendo más cosas. El miércoles, apenas pude hacer nada, aparte de ir al Mad Cool, pero el jueves sí tuve tiempo libre, hasta las 16 horas. Andrei y yo nos quedamos a dormir en Malasaña, y eso me dio la posibilidad de pasear bastante, de hacer una interesante visita, y de comer en Lavapiés antes de tener que tirar para la Estación de Atocha.

Por lo que se refiere al hospedaje, hasta abril nunca había reservado un apartamento en Madrid a través de Airbnb. Creo que lo de criticar a los pisos turísticos, por las buenas, es hipócrita e interesado, pero es cierto que no hay que favorecer la especulación, y en las grandes ciudades resulta más difícil atinar, a la hora de evitar reservarle el alojamiento a alguien que lo que pretende es sacar toda la pasta posible, a cualquier precio. Quieras que no, las noticias que buscan, de manera un tanto mezquina, demonizar los alquileres vacacionales, ponen el foco por sistema en los casos aberrantes, que los hay, y estos suelen estar focalizados en ciudades como Madrid o Barcelona. Por ello, en la capital siempre había pernoctado en hoteles, o en casas de conocidos, amigos o familiares... hasta hace tres meses. En efecto, en abril me alojé en el garaje reformado de un adosado, y le perdí el miedo a buscar dónde dormir en Madrid, a través de Airbnb. En esta ocasión, volví a confiar en la plataforma digital que ofrece esa compañía. Necesitaba un apartamento céntrico, por motivos logísticos, por lo que me puse a buscar y encontré uno en Malasaña, la célebre zona que forma parte del Barrio Universidad.


Malasaña es un lugar rodeado de un aura un tanto mítica. En ese conglomerado de calles tuvo su origen La Movida, por lo que está asociado a los movimientos alternativos y contraculturales. Yo he ido mucho a Madrid, pero la verdad es que me había pateado muy poco esa zona. El apartamento que encontré estaba localizado en la Calle Amaniel


Gracias a la ubicación del apartamento, vi el barrio de día y de noche. De noche, en realidad no hice más que atravesar la zona. El concierto de Metallica acabó a las 11'45, pero tardamos 45 minutos en poder pillar el metro. El mismo, pasada la medianoche, ya solo ejercía de lanzadera, llevando gente sin parar, desde las inmediaciones de IFEMA, hasta la Estación de Metro de Nuevos Ministerios. Una vez que nos bajamos del metro podríamos haber cogido un taxi, pero decidimos caminar. Lo cierto es que íbamos tiesos. Por eso, tiramos de Google Maps y, tras recorrer un pequeño tramo del Paseo de la Castellana, nos metimos en Chamberí y lo atravesamos en diagonal, de lado a lado. Malasaña limita con este distrito. Eran casi las 2 de la madrugada cuando llegamos al piso. A esas horas, en Malasaña aún vi locales abiertos, pese a que era laborable, y algunos tenían gente fuera, en actitud tranquila.

Por la mañana del jueves tenía programada una actividad de la que hablaré más abajo. Por ello, dejé a Andrei sobando y me eché a la calle al despertarme. A esa hora, atravesé de nuevo el barrio, yendo menos cansado, y con otra actitud. Quería verlo bien, y por eso callejeé un poco. Realmente, me lo tendría que patear en un contexto diferente, pero un día de trabajo, en horario matutino, me pareció una zona con mucho sabor.


Llegué a ver algunos de los bares míticos de Malasaña, pero a esa hora estaban cerrados. Caminando, me dirigí a la Plaza del Dos de Mayo, que había leído que es el corazón del barrio.


En la Plaza del Dos de Mayo me encontré una curiosa mezcla de ambientes. En efecto, allí había padres con niños, jugando en una zona infantil, gente con perros, currantes dando buena cuenta de sus bocatas, y un par de nutridos grupos de jóvenes, que estaban fumando porros y bebiendo. Con respecto a estos últimos, no eran ni las once de la mañana, evidentemente daban un poco de mal rollo esos grupitos de hábitos tan poco saludables, pero la verdad es que no estaban armando follón. No había ni rastro de hostilidad en ellos.

Tras abandonar la Plaza del Dos de Mayo me dirigí a Chueca, que es el barrio que está ubicado entre Malasaña y el Paseo de Recoletos, el cual era mi destino final. Chueca es la zona gay de Madrid, como es bien sabido. Su epicentro es la Plaza de Chueca. Se da la circunstancia de que los primeros diez días del mes de julio se ha celebrado MADO, un gran festival lleno de actividades, dedicadas a aplaudir y a mostrar la diversidad sexual. Ha sido la gran fiesta del orgullo LGTBIQ+. Yo ya me pierdo con esta sigla, que me perdonen, pero, más allá de eso, lo cierto es que Chueca ha sido el epicentro de los festejos del MADO. El miércoles dio comienzo la parte más importante de la festividad, y yo me paseé por el barrio el jueves por la mañana, por lo que lo vi todo engalanado, pero tranquilo. Supongo que por la noche aquello fue un hervidero.


Aunque había desayunado antes de salir del apartamento, como iba con tiempo decidí parar a tomar un segundo tentempié. Tras dudar un poco, acabé en el Restaurante Cafetería Pastelería Rocafría. El sitio me gustó mucho y resultó ser justo lo que iba buscando, dado que me pude sentar tranquilo, junto a un ventanal, y me tomé un desayuno de los que ya, por suerte, son normales también en Madrid.


Paseando por Chueca también tuve ocasión de entrar en el Mercado San Antón. Nunca había visto un mercado tan arregladito. Realmente, la mayoría del espacio estaba ocupado por negocios de restauración, pero sí había aún algunos puestos de alimentos frescos, que evocaban al pasado de esa zona comercial.


Antes de abandonar Chueca hice una paradita en la Plaza del Rey, que ya está fronteriza con el Madrid de los museos y de los edificios institucionales. Eso es algo que se nota en su aspecto y en el ambiente general. 


Aparte de todo, el paseo del jueves por la mañana tenía su razón de ser, que no era otra que regresar a la Biblioteca Nacional. Con la presente, he estado allí en tres de mis últimas cuatro visitas a Madrid. Va a parecer que tengo una especie de obsesión con la institución bibliotecaria y con su edificio.


En realidad, en 2018 lo que vi fue el Museo de la Biblioteca Nacional de España, pero no entré en la parte fundamental del edificio. El pasado mes de abril me quise desquitar de ese hecho y asistí a una visita guiada a esta, que acabó siendo un poco decepcionante. No obstante, durante el transcurso de esa visita vi que acababan de inaugurar una exposición de incunables, llamada Incunabula, que me llamó la atención, aunque no pude verla. Dicha exposición se clausurará el próximo 23 de julio, por lo que esta semana aún se encontraba abierta al público. Por ello, decidí que no iba a perder la oportunidad de disfrutarla. 


Los incunables son todos los libros impresos antes de el 1 de enero de 1501. La imprenta fue inventada en 1453, por lo que no son tantos los libros que se imprimieron entre ese año y el último día de 1500. De hecho, se ha estimado que en esos 47 años surgieron unas 1.200 imprentas, en unas 260 ciudades, las cuales crearon unas 35.000 obras. En total, en el mundo hay unos 525.000 incunables. Es un número reducido. Por tener una referencia, solo en 2020 vieron la luz en España más de 181 millones de ejemplares, con la cosa de que, en 2008 el número fue el doble. La cifra ha ido bajando desde entonces, por el auge del libro digital, pero si nos diese por averiguar el número de volúmenes impresos en Europa en los últimos 47 años, el resultado sería mareante. Al lado de esas decenas de miles de millones de ejemplares, los 525.000 incunables alumbrados en el siglo XV son tan pocos, que se consideran, como es lógico, piezas de museo. La colección de la Biblioteca Nacional está compuesta por 3.200 de ellos. En Incunabula se expusieron los más valiosos. En la foto de arriba se ve, a la izquierda, el Catholicon de Johannes Balbus, que fue impreso en Maguncia por Johannes Gutenberg, o por alguien de su taller, en 1460. Se trata del libro impreso más antiguo conservado en la Biblioteca Nacional. En la misma foto, a la derecha, está la Biblia Pauperum, que no es realmente un libro impreso, sino uno xilográfico, es decir, un libro realizado con planchas de madera, en vez de con tipos móviles. Vio la luz entre 1440 y 1450, en algún lugar de los Países Bajos

No obstante, la joya de la corona de la exposición era una obra que no se conserva en la Biblioteca Nacional, sino en la Catedral de Segovia. Se trata del Sinodal de Aguilafuente, que es el primer libro salido de una imprenta en España. El impresor fue el alemán Johannes Parix, que se instaló en Segovia en 1472 e instaló allí su taller. De la tirada primigenia solo ha sobrevivido un ejemplar, que es el que se expuso en Incunabula.


Tras Segovia, la imprenta llegó a otras 30 localidades españolas, que imprimieron un 4% de los incunables de Europa. En Barcelona, el primer libro impreso data de 1473, en Valencia de 1473 o 1474, y en Zaragoza de 1475. En la exposición, vi el primer libro impreso en Zaragoza, el primero de Barcelona, el primero de Burgos (1485), el primero de Zamora (1483), uno de los primeros impresos sevillanos, uno de los primeros valencianos, el primer libro español con grabados (Sevilla, 1480) y la primera gramática conservada, dedicada a nuestro idioma (es la Gramática Castellana de Antonio de Nebrija, impresa en 1492 en Salamanca, en el taller de Juan de Porras). En definitiva, vi 24 incunables, a cada cual más valioso. Me encantó, la verdad.

Además de ver la exposición, yo estaba muy interesado en conocer la estancia donde la habían montado, que era la Antesala del Salón de Lectura. El día de la visita guiada no había podido entrar y me había dado mucho coraje. Ahora pude verla, y también contemplé a través del cristal la propia Sala de Investigadores.


Fue mi tercera visita a la Biblioteca Nacional desde 2018. Sigo sin haber visto bien sus instalaciones al completo, que solo se abren a los curiosos un día al año. Sería mucha casualidad que, en alguna ocasión, yo pudiera estar en Madrid esa fecha, pero nunca se sabe. Mientras, con lo que vi me doy por satisfecho.

Tras ver la exposición llegó el momento de comer, antes de coger el tren de vuelta. Para hacerlo, me reuní de nuevo con Andrei, que ya había amanecido, y nos fuimos los dos a almorzar con mi amiga Ruth. No quería irme de Madrid sin echar con ella un ratillo. Ruth salió del trabajo a las 14'00 y nos reunimos en el Bar Benteveo.

Del Benteveo ya hablé en otra ocasión. Está en la Calle Santa Isabel, en Lavapiés. Es un bar con un sabor único y, además, se come muy bien en él, por poco dinero. Después de echar allí un rato muy agradable con Ruth, tuvimos que partir. Desde el Benteveo a Atocha no hay ni diez minutos andando. 

Esta estancia en Madrid fue de lo más peculiar. Fue diferente a todas las precedentes, y por eso me lo pasé tan bien. No se si volveré a la capital en otoño, o si tendré que esperar ya hasta 2023, pero, de momento, lo que se nos viene encima son las vacaciones de verano, las cuales las voy a exprimir hasta el último día. Lo que vayamos haciendo lo seguiré narrando, como de costumbre, en En Ole Väsynyt.


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado MADRID.
En 1988 (primera visita consciente), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en la Comunidad de Madrid: 7'7% (hoy día 23'1%).
En 1988 (primera visita consciente), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 4'4% (hoy día 35'7%).

Reto Viajero PRINCIPALES CIUDADES DEL MUNDO
Visitado MADRID.
En 1988 (primera visita consciente), % de Principales Ciudades del Mundo que están en Europa que ya estaban visitadas: 2'7% (hoy día 45'9%).
En 1988 (primera visita consciente), % de Principales Ciudades del Mundo que ya estaban visitadas: 1% (hoy día 19%).