27 de abril de 2022

MADRID 2022 (VISITA DE ABRIL)

Cuando puse mis pies en la Estación de Atocha el otro día, hacía casi tres años que no pisaba Madrid


Creo que nunca había estado tanto tiempo sin visitar esta ciudad, al menos desde que tengo uso de razón. La última vez que estuve allí, además, fue una estancia tan fugaz, que al final decidí no reflejarla en un post. Por tanto, hay que remontarse a la anterior, que fue en enero de 2019, para encontrar noticias de la capital de España en este blog.

Lo cierto es que tengo previsto volver a Madrid en julio. Ese plan está maquinado desde hace tiempo, por lo que sabía que 2022 no se me iba a ir sin echarle un ojo, una vez más, a la Fuente de Cibeles o a la Puerta de Alcalá. Sin embargo, he acabado yendo también en primavera, gracias a una escapada improvisada... más o menos. Realmente, la excusa para viajar al corazón del país este mes de abril ha tenido que ver con el Maratón de Madrid. Yo ya lo había acabado cuatro veces, la última en 2010, y no tenía previsto volver más a esa carrera, pero recuperé las ganas de meterme una paliza maratoniana en febrero, después de más de dos años sin hacerlo. Tras valorar otras posibilidades, vi que regresar a Madrid a correr su prueba reina era la mejor opción. Me apetecía mucho visitar la ciudad y, además, conservaba una sensación agridulce con respecto a mis dos últimas participaciones en los 42 kilómetros madrileños, por lo que, pese a que en enero ni por asomo pensaba en volver a disputarlos, la verdad es que en abril me he visto allí, reverdeciendo viejos laureles. 


En el próximo post hablaré de todo lo relativo a mi experiencia en el Maratón de Madrid. Ahora me voy a centrar en lo que dio de sí el resto del fin de semana que pasé en la capital. Me fui para allá el sábado por la mañana, pero no volví el domingo tras la carrera, sino que me quedé hasta el lunes, para liquidar de una vez una vieja cuenta pendiente que tenía, que era conocer la Biblioteca Nacional de España.

Voy a empezar el artículo hablando de la Biblioteca Nacional, es decir, voy a comenzar por el final, pero, dado que la visita al principal edificio de la institución bibliotecaria española por excelencia fue el otro eje de mi finde, junto con el maratón, creo que es buena cosa arrancar por ahí. El caso es que en octubre de 2018 yo estuve viendo el Museo de la Biblioteca Nacional de España, que tiene una entrada independiente y un horario más amplio que el resto de la biblioteca. Entonces, me quedé con las ganas de ver el inmueble en sí. Pasados unos meses, me enteré de que en la sede central de la Biblioteca Nacional se organizan tours guiados y pensé que iría a uno de ellos cuando pudiera. No obstante, los mismos hay que reservarlos con bastante antelación, y solo se hacen los días laborables. En consecuencia, durante mucho tiempo no he tenido muy claro en qué momento iba a poder estar en Madrid, entre semana, con posibilidad de hacer turismo, y, además, sabiéndolo con suficiente antelación como para reservar la actividad. Sin embargo, en febrero, cuando vi que la mejor opción para correr un maratón en primavera era disputar el madrileño, se me ocurrió que, en realidad, tenía días libres en el trabajo y podía pedirme el lunes, para ir a la Biblioteca Nacional por la mañana. Con ese plan también ganaba el no tener que viajar justo inmediatamente después de la paliza atlética. Dicho y hecho. Estuve pendiente, reservé mi plaza para el recorrido guiado, y me dispuse a explorar por dentro el edificio estrella de la biblioteca española por antonomasia (la institución tiene otro en Alcalá de Henares).

Antes de nada, tengo que recordar que el Museo de la Biblioteca Nacional de España no me gustó. Ahora añado que la visita al edificio de la biblioteca más importante de España también me ha parecido decepcionante. Solo quiero salvar de la quema a la guía, que se llamaba María del Carmen, y que hizo un estupendo trabajo. Por lo visto, era una voluntaria que, por tanto, nos guio por amor al arte. Tenía pinta de jubilada, pero sabía de lo que hablaba, fue muy agradable y se explicó bien. Por ese lado, no tengo nada que objetar, la mujer nos enseñó lo que le dejaron... que no fue mucho. Lo cierto es que la visita en sí misma fue un poco estafa. Realmente, no esperaba que un tour que se realiza a discreción, dos veces al día, cinco días a la semana, nos fuera a permitir acceder a los depósitos, por ejemplo, aunque tampoco hubiera pasado nada. No obstante, sí creía que íbamos a poder ver el inmueble con un mínimo de profundidad. No esperaba menos que poder asomarme al Salón General de Lectura, o a la Sala de Información Bibliográfica. Yo que sé. Algo. Sin embargo, lo que me encontré fue con un recorrido tan capado, que cualquier curioso, sin necesidad de complicarse la vida reservando visitas guiadas, puede verlo, simplemente con asomar la cabeza en el edificio. De todas formas, el tema empezó bien, con una presentación general de la edificación, hecha al pie de las escalinatas de la Biblioteca, delante de su impresionante fachada.


Lo siguiente fue subir al vestíbulo. La cosa seguía su curso normal. Sin embargo, la gran mayoría de las explicaciones que quedaban tuvieron lugar en varios puntos de ese vestíbulo y en las escalinatas de subida a la primera planta. En los sitios de paso de todos, vamos.



El tiempo pasó, María del Carmen nos contó gran cantidad de cosas, pero apenas si nos movimos. Ahí ya me di cuenta de que no podía esperar demasiado de la visita. No obstante, al final sí vimos algo un poco interesante. Fue la Sala del Patronato, que es el lugar de reunión del Real Patronato de la Biblioteca Nacional de España


El Real Patronato de la Biblioteca Nacional de España es el órgano superior consultivo de la biblioteca, y la sala en cuestión se ve que es la más señorial. Lo que sucede es que la misma se encuentra al final de la gran escalinata, es decir, que no hay que perderse mucho en el edificio para verla, y, además, parece estar siempre abierta, por lo que, como he dicho, no tiene uno la sensación de estar viendo con la visita guiada nada del otro mundo. Después de asomarnos a la Sala del Patronato, bajamos de nuevo a la primera planta y entramos en el Salón Italiano. Tras ver alguna cosa curiosa en las vitrinas, en ese sitio acabó nuestro recorrido.


El problema fue que no entendí con antelación en que consistía la visita. Comprendo que hay ciertos inmuebles que no deben estar abiertos por las buenas, ya que no se pueden llenar de curiosos descontrolados. Los lugares que tienen interés, pero que están en uso, no permiten que los turistas nos dediquemos a husmear por allí a nuestro aire, como es lógico. Por eso, entiendo que se enseñan con un guía, de manera que se controlan el aforo y el recorrido. Yo pensé que el tour por la Biblioteca Nacional iba a ser así, pero me equivoqué. En realidad, en él apenas se muestra nada, salvo en jornadas muy concretas. El resto de los días, solamente se ve lo que todo el mundo podría ver por su cuenta, pero con la compañía de una persona que te da información en plan Wikipedia, sin ánimo de ofender a María del Carmen, que fue muy amena y sabía mucho. Lo que pasa es que me esperaba otra cosa. Conseguir que los astros se alinearan para poder realizar la visita guiada me costó lo suyo, y al acabarla supe que me la podría haber ahorrado. En cualquier momento me podría haber asomado al interior de la biblioteca por mi cuenta, habría visto lo mismo, y me habría quedado igual. Es más, con un poco de suerte podría haber visto incluso más, porque en la Antesala del Salón de Lectura había una exposición de incunables que estaba abierta al público en general, pero no pude entrar, porque la estaba viendo no se qué grupo, en el que iba no se quién, y la habían cerrado. En resumen, no solo no vi bien el edificio, sino que vi menos de lo normal. Un desastre, vamos.

En fin, por ser comprensivo, quiero decir que si la biblioteca no se enseña, será porque no es pertinente. Más allá de eso, el problema real fue que yo esperaba hacer, al menos, un mini tour por el inmueble, no me informé bien y me quedé con dos palmos de narices. Lo cierto es que en la página web de la biblioteca detallan bien qué es lo que se ve en las visitas guiadas. El fallo, por tanto, fue mío, que no le eché cuenta a esa explicación. Por otro lado, no creo que tenga ocasión de estar en Madrid alguno de los pocos días en los que se muestran, de verdad, los intríngulis del edificio, pero nunca se sabe.

Afortunadamente, mi escapada no se quedó ahí, aunque el sábado también me llevé un cierto chasco, al intentar entrar en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Sin embargo, a diferencia de lo que me pasó en la Biblioteca Nacional, donde pequé de iluso, en el Reina Sofía me fui de pardillo, por lo que me dio, si cabe, más coraje. El caso es que ya tenía reservada la famosa visita guiada para el lunes a las 12'00, el domingo por la mañana era el maratón, y yo llegué a Madrid el sábado a las 11'00. Al desembarcar fui a por el dorsal, y luego al apartamento que tenía alquilado, donde hice el check-in a la hora de comer. Me quedaban libres, por tanto, las dos tardes del fin de semana, y quería aprovecharlas. El domingo, lo que hice fue quedar con mi amiga Ruth, lo cual siempre es una garantía de ir a sitios chulos. El sábado, no obstante, ella estaba ocupada y decidí buscarme la vida, cosa que hice regular. 

Es un hecho que Madrid es una ciudad alucinante, donde es difícil que un foráneo se quede sin nada que ver, por muchas veces que haya ido. Partiendo de esa base, barajé las opciones que tenía para la tarde del sábado, sin olvidar que a la mañana siguiente tenía que correr 42 kilómetros, es decir, que no era conveniente que me acostara reventado. Por esto, mi idea era comer en el apartamento, echarme una pequeña siesta y merendar tranquilo. Para después, pensé que un buen plan podía ser echar el rato en un museo. En Madrid hay unos cuantos que merecen la pena, pero la mayoría cierran a las 20'00 y, si quería descansar tras el almuerzo, no estaba en condiciones de llegar a ningún lado antes de las 19'00. Sin embargo, uno de las pinacotecas que tengo más ganas de visitar, aunque ya la conozca de otras veces, es el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, y resulta que cierra sus puertas a las 21'00. Era perfecto. Además, leí que los sábados es gratis entrar las dos últimas horas. Bombazo. Ya que estábamos, me iba a ahorrar unos euros. Muy convencido, me puse en funcionamiento con diligencia, y todo fue bien hasta que desemboqué en la Plaza de Juan Goytisolo. En ese momento, desde lo lejos, vi la hilera de gente que había en la puerta del museo, y ya me di cuenta de que no había sido el único panoli que había pensado en ir a ver el Guernica gratis. Tengo que decir que me coloqué en la fila, pero duré tres minutos. En ellos no avancé ni una baldosa. Yo no quería desperdiciar el poco tiempo que tenía quieto en una cola, por lo que abandoné mi sitio y eché a andar. Sobre la marcha, decidí darme un paseo por Lavapiés y por el Barrio de las Letras. En realidad, ese paseo ya había comenzado antes, ya que me había bajado del metro en la Calle Alcalá. Al hacerlo, contemplé esta bonita imagen.


Desde la Calle Alcalá, llegué hasta la plaza que está delante del Reina Sofía, callejeando por el Barrio de las Letras, pero yendo siempre cerca del Paseo de Recoletos y del Paseo del Prado. Tras el fallido intento por entrar en el museo, no volví sobre mis pasos, sino que me recorrí entera la Calle Santa Isabel, que me encanta. Esta vía pertenece a Lavapiés. Caminar tranquilamente hasta su desembocadura, en la Plazuela de Antón Martín, fue muy agradable. Esta plaza ejerce de frontera entre Lavapiés y el Barrio de las Letras. En este último me interné por la Calle León, y anduve por ella unos metros. Luego torcí por la Calle Huertas, que la cruza y que ejerce de espina dorsal del barrio de los literatos por excelencia.


A esa hora ya llovía, y hacía un viento considerable. Yo no llevaba paraguas, pero no estaba dispuesto a amilanarme. Paseando, llegué a mi primer destino improvisado, que no era otro que la Plaza de Santa Ana. En ella me senté un buen rato, en un banco que estaba debajo de un árbol y que se encontraba seco.


Tras dejar que mis pies se tomaran un respiro, continué andando, salí de nuevo a la Calle Huertas y seguí por ella. Esa larga artería acaba en la Plaza Mayor, aunque antes cambia de nombre varias veces, sin desviarse apenas. Desde que escribo este blog, no había pisado la plaza más importante de Madrid, por lo que aún no la había mencionado. Ya tocaba.


Como se puede comprobar, me pegué un buen pateo... y todavía tenía que volver al apartamento. Aún así, fui con cuidado. El resto del día lo había pasado tranquilo y no me notaba las piernas cansadas, pero ya era menester ir a ponerlas en alto. En consecuencia, atravesé la Plaza Mayor y salí por el extremo opuesto al que había usado para entrar. Mi idea era encontrar pronto una boca de metro, pero tuve escaso éxito. Tan poco, que acabé saliendo a la Calle Bailén. Me había recorrido el centro de Madrid de un extremo a otro. Lo cierto es que, hasta ese momento, había esperado encontrar la bajada al metro casi por casualidad, pero al llegar a la Plaza de Oriente ya me puse serio y tiré de móvil. Era evidente que lo necesitaba. Tras informarme, vi que la boca más cercana era la de la Plaza de Isabel II, que está delante del Teatro Real. Mi hermana tuvo su piso muy cerca durante varios meses. Ella vivió en tres sitios diferentes, en los tres años que fue vecina de la capital, y ese fue el segundo de ellos. No se si tiene un buen recuerdo de todos esos lugares, pero yo sí. Por esa razón, antes hundirme en el subsuelo, me acerqué a la Cuesta de Santo Domingo


Tras ver la calle y el portal donde vivió, volví sobre mis pasos a la Plaza de Isabel II y, ya sí, di por terminada mi tarde de paseo. 

Al día siguiente, la primera mitad de la mañana me la pasé a la carrera, literalmente. No obstante, la jornada dio para más. Después de los maratones estoy muy cansado, pero me siento activo. No suelo pegarme la tarde en el sofá. Por eso, aproveché la coyuntura para quedar con Ruth. Llegó el momento de conocer bares y restaurantes interesantes, como siempre hago con ella, que tiene una prodigiosa gama de recursos al respecto. Vive en Lavapiés, por lo que, tras comer y descansar un poco, me dirigí de vuelta al centro, a ritmo de persona que se ha pegado 3 horas y 39 minutos corriendo sin parar por la mañana.

Con Ruth, estuve en dos sitios de Lavapiés que no conocía. El primero está la calle donde ella vive. Se trata del Rebel Rebel Bar. Para empezar, un bar que tiene el nombre de una canción de David Bowie ya me atrae, de por sí. Aparte, es bien sabido que, a la hora de divertirme, uno de mis planes estrella es cervecear a la vez que charlo, o charlar mientras cerveceo, como se prefiera. En el Rebel Rebel pude hacer eso, en un ambiente de lo más auténtico. No sé. Yo allí vi a punkis y a góticos de manual. Sin embargo, el bar, en sí mismo, no tiene nada de extremo. Es de lo más normal. Esa dualidad me encantó.

Después, llegó la hora de cenar. Para hacerlo, fuimos a un restaurante vegano llamado Taberna Viva Chapata. Una de las cosas que más me gusta de Madrid es la variedad de negocios de restauración que tiene. Es una gran ciudad, y se nota. Cuando voy, me encanta comer en sitios que tengan un puntillo novedoso y, para mí, una bocadillería vegana es algo original. Además, Viva Chapata es una bar realmente veterano. Abrió en 1998, y siempre ha apostado por la cocina sostenible, aunque creo que ha ido modificando su perfil: en sus primeros años era un bar donde se comían buenos bocatas de todo tipo, en 2012 empezó a meter recetas veganas, y tras el confinamiento, en 2020, dio el salto al veganismo total. A mí, el ambiente me pareció muy agradable. Ruth y yo estuvimos muy a gusto. Sin embargo, la comida no me gustó tanto. Le daré otra oportunidad, pero me tomé medio bocadillo de no calamares (literal) y medio de heura, y ninguno de los dos me dijo nada. Con respecto a los no calamares, que están hechos de la raíz de una planta llamada konjac, lo cierto es que su textura era la misma que la de los calamares de toda la vida. Estaban rebozados y a mí me hubieran dado gato por liebre, si me hubieran dicho que eran unas rabas corrientes. Los veganos siempre están intentando replicar alimentos de origen animal, usando solo vegetales, y suelen tener bastante éxito. Los no calamares son un ejemplo de esa capacidad para copiar comidas de lo más variopinto, haciéndolas al modo vegano. Lo que pasa es que los calamares no son especialmente sabrosos de por sí. Lo de los bocatas de calamares, que es algo tan madrileño, nunca lo he acabado de entender. No es culpa de los veganos. Por otro lado, me paso la vida pidiendo en los bares que a los sándwiches, a las baguetes y a los bocadillos no les pongan mayonesa, que no me gusta el pan pringoso, pero en Viva Chapata me dio palo, como si allí hubiera que respetar la receta a toda costa. También eso fue culpa mía, que me pedí el chapata de no calamares, con veganesa, por curiosidad, sin pensarlo más. En consecuencia, me lo acabé, porque yo no me dejo nada de lo que me ponen por delante, por principio, pero no me gustó demasiado. El bocata estaba increíblemente bien replicado, pero es que su equivalente animaliano tampoco lo hubiera disfrutado. En ese sentido, no tengo nada que objetar al bar. Distinto es lo de la heura, que es un alimento inventado por una empresa en 2021, aunque parezca mentira. Dicho así, parece que estamos hablando de la comida de Matrix, pero la verdad es que la heura es totalmente natural. Está compuesta de soja, agua, aceite de oliva, especias y vitamina B12. Todos esos ingredientes, juntados y sometidos a una especie de proceso de alquimia, en el que se somete a la mezcla a diversos cambios de temperatura, humedad y presión, dan lugar a una masa que, una vez cocinada, se asemeja al pollo. Yo volví a tener el problema de la maldita veganesa, porque la llevaba, pero, por añadidura, por mucho que en los foros veganos digan que la heura está sabrosísima, a mí no me supo a nada. Pudo ser un problema del cocinado, es innegable que un filete de pollo mal hecho también es como una suela de zapato, pero, en cualquier caso, lo que yo me comí fue un cacho de pan pringoso, con algo gomoso dentro. Siento ser tan brusco, pero estoy reflejando sinceramente mi impresión. Por otro lado, los alimentos que ingerí me produjeron una sensación rara, y a Ruth, que es vegetariana, también. Ninguno de los dos fuimos capaces de finiquitar nuestros chapatas con normalidad, y no eran grandes. Además, yo había corrido pocas horas antes un maratón. Juro que al sentarme a la mesa tenía un jodido agujero negro en el estómago, pero me costó Dios y ayuda dejar el plato vacío. Creo, sinceramente, que la heura y la pasta de konjac se expanden el estómago. Parece que unos pocos bocados ya proporcionan energía para varias horas. A lo mejor, para cruzar Siberia son los alimentos perfectos, o podrían haber sustituido al pan de lembas, con el que Frodo y Sam se alimentaron para llegar a Mordor. Bromas aparte, lo cierto es que salí de Viva Chapata empachado, sin haber comido en exceso, lo cual no me gustó.

Me he despachado a gusto con la Taberna Viva Chapata, quizás demasiado. Por eso, voy a recalcar, para acabar con ella, que estuvimos muy a gusto.

El día no dio para más. Yo estaba fundido, y Ruth trabajaba a la mañana siguiente, así que me acompañó a la Plaza de la Cebada y allí cogí el metro de vuelta a mi apartamento. 

El lunes a las 12'00 era mi visita a la Biblioteca Nacional, pero tenía que abandonar el alojamiento una hora antes, por lo que no apuré y aproveché para darme otro paseo por Madrid. En esta ocasión, decidí recorrer un buen trecho de la gran arteria que atraviesa la ciudad de norte a sur, viendo todas las fuentes y monumentos que me encontré por el camino. Tenía unas agujetas tremendas en las piernas, debido al esfuerzo del día anterior, por lo que necesitaba moverlas un poco. Además, hacía muy buena mañana y tenía tiempo. Por ello, cogí el metro, salí a la superficie en la Plaza Gregorio Marañón, y tiré en dirección sur por el Paseo de la Castellana. El Monumento a Emilio Castelar fue el primero que vi.


A continuación, vi el Monumento a Cristóbal Colón, justo antes de pasar a recorrer parte del Paseo de Recoletos.


En el Paseo de Recoletos es donde está la Biblioteca Nacional. Tras la visita, seguí hacia el sur, en dirección al Paseo del Prado. Eso me permitió ver la Fuente de Cibeles y la Fuente de Neptuno. La primera, yo la vi aún muy tranquila.


Dentro de tres días, el Real Madrid va a intentar ganar su trigésimo quinta liga de fútbol. Si lo logra, los hinchas blancos tomarán al asalto la Plaza de Cibeles y la propia la fuente de la diosa, a la que ya, por suerte, suelen proteger. 

Por lo que a mí respecta, gran parte del recorrido que hice el lunes por la mañana lo había hecho apenas 24 horas antes, con la diferencia de que el domingo había podido caminar por mitad de la calzada como si tal cosa. Lo de que corten Madrid con motivo de una prueba atlética seguro que fastidió a alguno, pero para mí tuvo el efecto positivo añadido de que pude ver desiertos el Paseo del Prado, el Paseo de Recoletos y el Paseo de la Castellana.


Mi plan, tras salir de la Biblioteca Nacional, era ir a comer con Ruth. Lo hice, y el colofón al fin de semana fue inmejorable, porque pude entrar en una de las sedes secundarias del Congreso de los Diputados. Actualmente, el Congreso de los Diputados, como institución, se emplaza en un complejo parlamentario distribuido en torno a la Plaza de las Cortes y a la Carrera de San Jerónimo. En total, ese complejo está formado por siete inmuebles. El principal es el Palacio de las Cortes. Comunicados por una pasarela, en esa misma manzana están el Edificio Ampliación I y el Edificio Ampliación II. Estas tres sedes las vi en 2014 y en 2018, gracias a Ruth. Esta última visita la conté en este blog. Ruth trabaja en el Edificio Ampliación III, que está enfrente, en la otra acera de la Carrera de San Jerónimo. Data de 1946 y en origen albergaba el Banco Exterior de España. Yo quedé con Ruth en acercarme andando y avisarla cuando estuviera en la puerta. En ella había un policía nacional con una metralleta, lo cual, ya de por sí, me hizo darme cuenta de que ese no era un sitio normal, por mucho que mi amiga vaya allí a diario con naturalidad. Luego, tuve que pasar por un arco de seguridad, metí los bártulos por un escáner y, por último, en un tercer control, tuve que enseñar mi documentación. Dos señores tomaron buena nota de quien era y me pusieron una pegatina... y eso a pesar de que iba con Ruth, que lleva currando allí más de quince años y conoce a todo quisqui. Desde su despacho, se ve el extremo del Edificio Ampliación I (es el cuadradito más bajo que está en primer plano, en la foto inferior), así como el del Edificio Ampliación II (es el que está justo detrás, pegado. Tiene unas ventanas con lamas). 


Realmente, no estuvimos demasiado rato en el edificio del Congreso. Yo tenía que coger el tren a las 16'00 y nos fuimos pronto a comer. En esta ocasión, almorzamos en un restaurante japonés llamado Donzoko. Comimos en una parte de tatami que tiene. He ido a bastantes restaurantes japoneses en los últimos años, pero nunca había comido en el suelo. Tenía las piernas agujetosas a muerte, pero aún así estuve muy cómodo y me divertí mucho. Además, comimos de lujo, a muy buen precio.


Después, fuimos a una de esas cafeterías selectas que hay en la capital, en las que te clavan, pero donde se degusta un verdadero y delicioso café. Su nombre era Gosto Café.

Antes de acabar, quiero hacer mención a la zona de Madrid donde me alojé. Hasta ahora no la conocía. Se trata del Barrio Concepción, que está más allá de la M-30. Acabé allí por una circunstancia que un poco más abajo contaré con brevedad, pero lo importante es que, gracias a eso, me llevé dos sorpresas. La primera fue que comprobé que en esa parte de la ciudad hay calles que están llenas de adosados. 


Nunca me hubiera esperado ver algo así en Madrid. Creo que no todo el Barrio Concepción es de casitas unifamiliares, pero, al menos los alrededores de la Calle Forment, que es donde estuvo mi apartamento, parecían la zona residencial de una ciudad dormitorio.


La otra sorpresa fue que tomé conciencia de la brutal longitud de la Calle Alcalá. A la misma yo la asociaba con el centro de Madrid. De hecho, nace en la Puerta del Sol. Pues bien, resulta que la Calle Alcalá, tras dejar atrás la el kilómetro 0 de España, cruza la Plaza de Cibeles, rodea a la Puerta de Alcalá, bordea el Parque del Retiro, atraviesa en diagonal el Distrito de Salamanca, pasa a los pies de la Plaza de Toros de Las Ventas, sobrevuela, literalmente, la M-30, y llega hasta el Barrio Quintana. Este colinda con el Barrio Concepción, y yo me interné en su parte norte varias veces, ya que usé casi siempre una boca de metro que está, precisamente, en la Calle Alcalá.


En el Barrio Quintana predominan los pisos construidos en los años 50. Es una zona residencial de clase media y media-baja. Sin embargo, a su paso por él, la Calle Alcalá sigue siendo una arteria comercial y se ve que conserva cierto estatus.

Lo fuerte es que la Calle Alcalá atraviesa el Barrio Quintana y continúa. No sabía que existían calles tan largas. Esta tiene más de 700 números, dado que llega hasta Canillejas, sigue, y pasa por debajo de la M-40. Finalmente, muere, después de 11 kilómetros, en una rotonda situada en un grupo de viviendas llamado Ciudad Pegaso, que no está muy lejos ya del Aeropuerto Adolfo Suarez Madrid-Barajas. Una pasada.

Con respecto a por qué acabé durmiendo en el Barrio Concepción, la verdad es que el motivo estuvo influido por una situación que se dio y con una idea que me surgió, relacionada con aquella. Resulta que yo decidí participar en el Maratón de Madrid allá por el mes de enero, y empecé a prepararme. En febrero me inscribí y pillé el AVE, para no tener problemas. Ya solo me quedaba buscar dónde dormir. A mí me gusta mucho fútbol, y soy del Real Betis. No soy socio del equipo masculino, sino del femenino, pero la trayectoria del primero la sigo, como es lógico, y esta temporada está siendo muy buena. Tanto, que en febrero el Betis disputó la ida de las semifinales de la Copa del Rey, y el 3 de marzo jugó la vuelta... y se clasificó para el encuentro decisivo. Bingo, íbamos a pelear por un título, después de 17 años y dos segundazos. Pensé que iba a gozar del partido a tope, con las niñas y con mis sobrinas... hasta que me di cuenta de que estaba programado para el 23 de abril, la noche antes del Maratón de Madrid. La coincidencia me jodió de lo lindo. A punto estuve, incluso, de renunciar a la carrera. No obstante, pronto dictaminé que el maratón era sagrado, pero correrlo implicaba vivir la final en Madrid, sin compañía ninguna. Era una putada. Sin embargo, se me ocurrió que allí tenía que haber alguna peña bética, seguro, en la que, al menos, podría ver el choque rodeado de un poco de ambiente. En efecto, en la capital de España hay una peña del Betis. Está en el Barrio Simancas. Yo intenté encontrar un alojamiento lo más cerca posible de ella. Finalmente, lo que encontré no estaba muy cerca, pero en una ciudad de más de tres millones de habitantes, tampoco se puede decir que estuviera lejos. Además, podía conectar el bar y el apartamento en metro, con muy pocas paradas y sin tener que transbordar. Por eso, durante semanas estuve convencido de que el partido lo iba a disfrutar en esa peña, y que luego ya me iba a ir a descansar, de cara al día siguiente. Pese a esto, llegado el momento no cumplí con ese plan.


Lo que pasó fue que la final la programaron para que empezara a las 22'00. Ahí ya me dieron el primer golpe, porque me iba a dar la medianoche metido en faena, en un bar, y eso con suerte. Además, una vez que llegué a Madrid, dejé de ver tan claro lo de montarme a semejantes horas en el metro, en un barrio que pertenece a uno de los distritos más peligrosos de la ciudad. Vale que Simancas, en concreto, no parece ser una zona demasiado chunga, pero no quería irme de ingenuo Por otro lado, a lo largo de la jornada me di cuenta de que, para correr un maratón decente, tenía que estar en mi alojamiento más o menos temprano. El tema de que me fueran a dar un palo, por andar con nocturnidad por donde no debía, también pesó, pero fue más importante el hecho de que, a media tarde, sentí que me tenía que ir a descansar, si no quería arrepentirme. No estaba dispuesto a perderme la final, pero no es igual cenar tranquilo y verla en el sofá, que hacerlo en un bar, en medio de un huracán. Luego, para colmo, la misma tuvo prórroga y penaltis, por lo que acabó a las 0'45 horas de la noche. Irme a la peña hubiera sido un suicidio. En el apartamento, acabé disfrutando a saco, y hablé a menudo con María y con las niñas, que estaban viendo el partido con mi cuñada y mis sobrinas. Yo no pude evitar ponerme como una pila eléctrica, pero estuve muy cómodo. Al día siguiente agradecí haberme quedado a buen recaudo.

En definitiva, esta vez fui a Madrid a correr y quise aprovechar el fin se semana. Al final, la parte turística se me quedó un poco corta, pero los dos días estuvieron repletos de momentos entrañables. Además, dentro de apenas dos meses volveré a la capital, para ir al Mad Cool a ver a Metallica y a Placebo. El cartel junto al que me senté en el Rebel Rebel fue premonitorio.


El caso es que el plan de julio será diametralmente opuesto al de la semana pasada. Este lo disfruté a tope, pero lo que me espera en mi próxima visita a Madrid va a ser épico.


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado MADRID.
En 1988 (primera visita consciente), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en la Comunidad de Madrid: 7'7% (hoy día 23'1%).
En 1988 (primera visita consciente), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 4'4% (hoy día 35'7%).

Reto Viajero PRINCIPALES CIUDADES DEL MUNDO
Visitado MADRID.
En 1988 (primera visita consciente), % de Principales Ciudades del Mundo que están en Europa que ya estaban visitadas: 2'7% (hoy día 45'9%).
En 1988 (primera visita consciente), % de Principales Ciudades del Mundo que ya estaban visitadas: 1% (hoy día 19%).


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