29 de marzo de 2018

SEVILLA 2018 (MARZO)

Las dos principales fiestas populares de Sevilla tienen lugar en primavera, separadas entre sí por tan solo un par de semanas. Ambas tienen un carácter muy diferente, aunque coinciden en el hecho de que favorecen que los sevillanos nos echemos a la calle en masa. La primera, cronológicamente hablando, es la Semana Santa, que condiciona la vida de toda la ciudad. La segunda es la Feria de Abril, que se circunscribe a un sitio concreto, pero que atrae a personas de todos los barrios. En la Feria, aunque existe una dinámica bastante fija y estructurada, el objetivo de la gente es tan simple como pasar un buen rato. La Semana Santa, por su parte, es bastante más compleja en su funcionamiento, ya que es una celebración religiosa católica que a simple vista no ofrece matices, pero que los tiene, aunque sea complicado percibirlos desde fuera. Precisamente es la dificultad para ver que la Semana Santa en Sevilla es una fiesta con varias caras lo que hace que reciba críticas, tanto de los que reprueban su carácter popular y festivo, como de los que protestan por tener que convivir siete días con multitudes enardecidas por imágenes de cristos y vírgenes, que son paseadas con gran boato por las calles.


Para entender lo que es la Semana Santa sevillana sin caer en una de esas dos posturas, lo primero que hay que saber es que es una fiesta que, tras la fachada religiosa, también tiene un anclaje cultural muy importante. Las hermandades que vertebran la festividad movilizan a un buen número de católicos, pero además están ligadas por lazos invisibles a los barrios, a los entornos y a las familias. Es muy habitual que los derroteros de la vida lleven a la gente a otros lugares y hagan evolucionar las mentalidades o las creencias de las personas, pero las raíces pocas veces se arrancan y en Sevilla son las responsables de que unos días al año un alto porcentaje de sevillanos se echen a la calle para rememorar momentos que han vivido desde la niñez. Ante la ausencia de raíces puras, otros nos acercamos, igualmente, a la celebración solo porque la sentimos cercana. Es algo un poco irracional y primitivo, pero creo que es muy humano el hecho de buscar el calor del entorno, sin que haya razones conscientes para ello. Aparte, no hay que olvidar que el lirismo de la fiesta es enorme. La imaginería es un arte y no se puede negar el atractivo de ver tallas pertenecientes a maestros como Martínez Montañés, Juan de Mesa o Pedro Roldán atravesar enclaves urbanos, ya de por sí pintorescos, al ritmo de una música (o de un silencio) que, en vivo y en su contexto, pone los vellos de punta, sin que la religión tenga ahí nada que ver. Es por eso que la Semana Santa es un festejo católico, que vive también de sentimientos que no son en exclusiva religiosos, y que es apta incluso para los no creyentes.

En definitiva, en Sevilla la gente es practicante en igual medida que en el resto de España, ni más ni menos, pero durante una semana las calles se petan gracias a un evento religioso, lo que es percibido como una hipocresía por los foráneos. La realidad es que Sevilla en Semana Santa se llena de cultura (popular y de base religiosa, evidentemente), más que de religión pura. No obstante, es innegable que el núcleo de la fiesta está conformado por un particular grupo de creyentes, que conforman su punta de lanza. Son los capillitas. Alrededor de ellos, durante una semana la ciudad se abarrota de una heterogénea masa humana en la que no faltan los católicos practicantes ajenos a las hermandades, pero en la que abundan también los creyentes más laxos, los católicos de tradición, más que de devoción, los agnósticos e incluso los ateos. Aparte, al conglomerado se le unen un buen número de turistas, como no. Todo ese gazpacho se reparte por la ciudad, en una época en la que la misma está en pleno apogeo, debido al buen clima que realza sus habituales encantos. Durante unos días, miles de personas salen a la calle con ánimo de ver pasos, y también con ganas de socializar, aprovechando el inicio del buen tiempo. Por ello, en Semana Santa no prima el desparrame, pero sí es cierto que se bebe, se tapea y se charla.

Yo soy una especie de sevillano forastero, he nacido en Sevilla, pero la procedencia de mi familia es de lo más variada. Se podría pensar, por ello, que no soy el más apropiado para analizar la Semana Santa sevillana y hablar de ella en un post, pero en realidad creo que estoy en la posición perfecta, ni demasiado dentro, ni fuera del todo. Esa posición es especialmente llamativa en mí, porque llevo 25 años saliendo de nazareno en una hermandad, por lo que parece que vivo desde siempre el mundillo, pero en realidad antes de salir por primera vez, en 1994, solo había visto pasos dos veces (yo vivía en Tomares, que está a tan solo 4 kilómetros, pero que es como otro mundo). En la primera de esas ocasiones, que tuvo lugar un Viernes Santo de mediados de los 80, vi a La O en la Plaza del Altozano, pero estaba tan lejos que realmente mi único contacto con la Semana Santa, antes de ponerme un capirote por primera vez, se dio en 1991, año en el que solo vi salir a La Candelaria el Martes Santo. Mi relación con la festividad, como se puede comprobar, no tiene que ver con la tradición familiar, ni con el sentimiento de pertenencia a un barrio, ni con nada parecido. Mi acercamiento a ella se produjo ya con 15 años cumplidos, y estuvo motivado más por una curiosidad de índole cultural que por otra cosa. Con esa edad empecé a estudiar en un instituto en Sevilla, tras haber cursado la mayor parte de la E. G. B. en Tomares, y fue entonces cuando fui testigo de la excitación que provocaba la Semana Santa en muchos de mis compañeros. A través de amigos míos de Tomares, que sí tenían raíces sevillanas, ya había tenido noticias de cuales son los rituales de la fiesta, pero ese frío contacto se convirtió en interés cuando empecé a estudiar en Sevilla capital y me di cuenta de que la Semana Santa era algo más complejo que una misa de domingo. Después de casi tres cursos en el instituto, quizás buscando de manera inconsciente desarrollar unos vínculos con mis paisanos que me hicieran sentir parte del entorno, decidí que quería salir de nazareno. Puestos a intentar desentrañar que era eso de la Semana Santa, pensé que lo mejor era ir de golpe al meollo. Por eso no empecé por ir a ver a La Macarena o a La Esperanza de Triana, sino que directamente me hice hermano de La Estrella, apenas dos semanas antes del Domingo de Ramos de esa primavera. La razón de elegir esa hermandad fue casi casual: mi amigo Ignacio, originario de Triana, pero vecino de Tomares desde los 8 o 9 años, salía en ella, así que no tuve dudas de que esa era mi mejor opción. En La Estrella, por otro lado, no me pusieron ninguna pega, fui con mi padre a la Casa Hermandad y en menos de un cuarto de hora ya estaba apuntado en un libro de registro. Para conseguir la túnica, mi madre compró el Cambalache, buscamos una de mi estatura y me la agencié de segunda mano. Menos de una semana después, casi sin comerlo ni beberlo, me vi procesionando por primera vez, junto a más de 2.000 personas, por las calles de Sevilla. Para los capillitas debo de ser una aberración de cofrade, pero la realidad es que me gustó mucho la experiencia, no estaba equivocado al pensar que ver la Semana Santa desde debajo de un capirote era una buena manera de acercarme a ella, porque yendo de nazareno eres increíblemente invisible, y tienes el privilegio de adentrarte hasta el corazón de la bulla y observarla sin reparo durante horas. Hace 25 años que salí por primera vez, y desde entonces he disfrutado muchas veces de ese rato, en el que el recogimiento, espiritual sin que tenga que ser religioso, se puede combinar sin problema con la observación curiosa de la cultura popular sevillana en estado puro. Saliendo de nazareno me meto de lleno en ella, y eso me produce una cierta sensación de confort que dura varios meses.

La Estrella, además, estuvo especialmente bien elegida como hermandad, porque es una de las más emblemáticas de la Semana Santa (procesionan un total de 61). Para empezar, es una de las cinco hermandades que en la actualidad tienen su sede en Triana, un barrio que, ya de por sí, no deja indiferente al que lo vive. Además, pertenece al grupo de veteranas cofradías que se fundaron en el siglo XVI (son 21 en total. También hay tres que son del XV y las dos más antiguas, Los Negritos y El Silencio, son del XIV) y es la sexta que más nazarenos lleva (unos 2.200 este 2018). Por último, sale en procesión el Domingo de Ramos, que es el día más importante de la Semana Santa, junto con el Jueves Santo.


En Triana, La Estrella desata la locura, porque su capilla está enclavada en el eje del barrio y porque, además, es la primera que procesiona por él cada año. El recorrido por la Calle San Jacinto atestada de gente, al poco de salir, resulta alucinante, y es siempre para mí un honor formar parte de ese ambiente.

Como he dicho de pasada, este 2018 se cumplían 25 años desde la primera vez que salí de nazareno. A lo largo de ese tiempo, solo he procesionado realmente 15 veces. Hasta 2004 únicamente había faltado dos años, pero desde entonces alterno las salidas con los Domingos de Ramos más estándar, en los que casi siempre voy a ver alguna cofradía por las buenas. El año pasado salí, de manera que este no tocaba, pero hace unas semanas decidí que había que conmemorar en condiciones mis 25 primaveras como hermano y saqué la papeleta de sitio. Se da la circunstancia de que ya soy todo un veterano en la hermandad. Sin remitirme a ninguna fuente concreta, yo diría que el 70% o el 75% de los sevillanos han salido alguna vez en su vida de nazareno, pero lo normal es hacerlo tres o cuatro veces y no repetir más (incluso mi amigo Ignacio hace tiempo que colgó el capirote). Lo mío, por contra, es poco común. Solo suelen llegar al cuarto de siglo como hermanos los verdaderos capillitas, que son los que nutren los últimos tramos de las procesiones (los más veteranos son los que van más cerca de los pasos). Yo voy ya en el tramo 9, de los 11 que tiene en el paso de virgen, por lo que a veces me siento como un intruso infiltrado. Mi coartada es que soy muy respetuoso en todo momento, salgo para vivir con sentimiento la experiencia, como todo el mundo, pero es cierto que no hago en absoluto vida de hermandad, ni soy del barrio, por lo que no conozco a nadie. Pese a esto, continúo saliendo, y eso me ha llevado al antepenúltimo tramo, que este año fue el primero que tuvo el privilegio de comenzar la procesión en la Capilla de la Virgen de la Estrella (también lo hicieron los nazarenos que iban delante de la imagen del cristo, que eran menos). El grueso de los nazarenos de virgen formaron en el patio de un colegio cercano a la Capilla y se engancharon detrás del cristo, cuando este salió. Los tres últimos tramos de virgen, por contra, esperamos en la Calle Nuestro Padre Jesús de las Penas, que bordea la iglesia por uno de sus lados y no tiene salida, por lo que parece realmente el patio trasero de la misma.


Cuando los ocho primeros tramos de virgen ya se habían sumado a la procesión, los tres últimos salimos por la puerta de la Capilla y completamos el cortejo.

Es una realidad que salir de nazareno es algo que no aporta demasiadas novedades, el proceso es siempre igual y hay pocas diferencias entre un año y otro. Pese a esto, precisamente este Domingo de Ramos, en el que tenía en mente hablar en este post de mi experiencia, viví dos circunstancias que no me habían sucedido nunca. La primera me hizo sufrir momentos de bastante agobio, porque estuve a punto de perder el conocimiento... y aún ni me había puesto el capirote. El caso es que yo salí de casa de mis padres, donde había almorzado, a eso de las 16'30, y tras un paseo de una media hora me planté en mi destino sin novedades. Como es habitual, tras recoger mi cirio esperé unos 45 minutos, que es el tiempo que tarda la cofradía en empezar a salir y en poner en la calle a los nazarenos del cristo.


Poco antes de las 18'00 horas el paso de cristo ya había salido de la Capilla y nos dieron acceso a nosotros al interior, para que saliéramos por su puerta cuando pasara por delante el octavo tramo, que venía del colegio que he mencionado antes. Yo estaba perfectamente. Pensé, por otro lado, que no íbamos a estar allí dentro más de unos minutos.


Sin embargo, el tiempo dentro de la Capilla se alargó, yo estaba tan tranquilo, pero de buenas a primeras me empecé a marear y me tuve que ir a un rincón a ponerme en cuclillas. Con la vista totalmente nublada esperé allí unos minutos, sin saber qué hacer, hasta que percibí entre brumas que mi tramo se disponía a ponerse en marcha. En ese momento intenté levantarme, pero estuve a punto de caerme redondo y eso hizo que tuviera que volver a acurrucarme en mi rincón. Estaba fatal. Afortunadamente, de pronto, tras comenzar a sudar como si acabara de correr 3 kilómetros a 40 grados, noté como el calor volvía a mis mejillas, la vista se me aclaró y pude incorporarme de nuevo. Justo en ese instante, mi tramo empezó a desfilar y eso hizo que el diputado se percatara de que yo acababa de salir del fondo de una esquina. Por fortuna, ya me vi bien, le dije que me había mareado sin más consecuencias, me coloqué el capirote, me uní a la fila y salí a la Calle San Jacinto sin pensarlo dos veces. Durante bastante rato fui literalmente acojonado, no tenía ni la más mínima gana de pasar a la pequeña historia de la Semana Santa como el nazareno de La Estrella que se desmayó en plena procesión (alguno habrá habido ya, pero aún así...). Por suerte, estaba definitivamente restablecido y no tuve más problemas. No deja de ser contradictorio que haya tenido un sofoco justo el año en el que la temperatura ha dado menos la lata. Ha habido veces en las que me he asado a primera hora de la tarde debajo del capirote, pero este año ha sido de los más frescos que recuerdo. No estaba pasando demasiado calor, pero el caso es que me vino el amarillo y casi monté un número de primera.

La otra novedad de este Domingo de Ramos fue el retraso. Cumplir con el horario al pasar por Carrera Oficial es una de las obsesiones de las hermandades, por allí procesionan en un orden preestablecido y suele haber bastante rigidez en los plazos.


En el caso de La Estrella, siempre encienden los cirios aproximadamente en la Calle Rioja, poco antes de hacerse de noche, a punto de entrar en la Carrera Oficial, pero este año hubo un parón de una hora que a mí me pilló en la Calle San Pablo.


Por una serie de razones, en la Carrera Oficial se acumulaba una hora de retraso cuando llegamos nosotros, de manera que la cofradía estuvo todo ese tiempo parada, hasta poder entrar en ella. Debido a eso, a mí se me hizo de noche estando delante de la Iglesia de la Magdalena, el enclave es bonito y con todo el ambiente me resultó muy pintoresco. Luego, una vez que pudimos acceder a la Carrera Oficial corrimos de lo lindo, pero eso no evitó que yo entrara en la Capilla de la Virgen de la Estrella a las 3 de la mañana, con tres cuartos de hora de retraso. Nunca se me había hecho tan tarde.

Por lo demás, la estación de penitencia fue más o menos normal, hizo bastante viento al principio, pero luego se calmó, la noche fue fresca, pero con la túnica y la capa no tuve ningún problema. El ambiente en la calle fue sensacional. El año pasado la masificación que amenaza la Semana Santa desde hace un tiempo llegó a su cenit, hasta el punto de que los nazarenos la sufrimos casi tanto como los espectadores. La popularidad creciente de la celebración, unida a los beneficios que el sector turístico obtiene de ella, hacen que la Semana Santa cada vez esté más cerca de provocar un colapso en la ciudad. En 2017, en determinados momentos el tema se desmadró, y el Jueves Santo se produjo un incidente que estuvo a punto de suponer un serio disgusto. A raíz de aquello, las autoridades han tomado medidas (han aligerado, por ejemplo, la cantidad de sillas en algunos lugares de la Carrera Oficial, porque lo del pasado año fue de locos, literalmente los nazarenos no cabíamos) y la gente, de modo natural, ha vuelto a repartirse un poco, supongo, porque este año la cantidad de personas que yo he visto ha sido similar a la que era habitual.


Durante la procesión volvió a parecerme especialmente espectacular el trayecto por el interior de la Catedral de Sevilla, que realmente es el destino la cofradía, ya que el objetivo es, en teoría, llevar a las imágenes allí y volver con ellas a la Capilla de la Virgen de la Estrella.


En la Catedral, en el Patio de los Naranjos tuvimos ocasión, como de costumbre, de parar a orinar. El breve interludio nunca da para mucho, apenas sí se puede estar allí unos pocos minutos. En ese tiempo, algunos aprovechan la intimidad para sacar un pequeño bocata o para fumar un cigarro, pero yo, además de hacer pipí, me limito a beber un poco de agua. Este año hice igual.



La vuelta a la Capilla desde la Catedral dejó momentos espectaculares, como el del paso por debajo del Arco del Postigo del Aceite, pero como de costumbre, el final se hizo largo. Las últimas dos horas iba ya muy cansado y, hasta que llegamos de nuevo a Triana, tuvimos que pasar un tramo en el que la ausencia de gente y de estímulos visuales me hicieron recordar que el acto de procesionar, despojado de todos sus envoltorios, no deja de ser una penitencia.


La parte final por el Puente de Isabel II y por la Calle San Jacinto tuvo, como de costumbre, el atractivo de la oscuridad y la quietud. A esa hora ya son menos los que aguantan al pie del cañón para ver pasar la procesión, y eso hace que el último rato por el barrio contraste con el vivido a media tarde. A mí, a esa hora, el jaleo inicial me quedaba ya muy lejano.


El momento de entrar en la Capilla fue una alegría, como siempre, primero porque después de nueve horas quitarse el capirote es todo un alivio, pero también por la sensación de haber realizado, un año más, el recorrido. Cuando llegué, la iglesia estaba repleta.


La Capilla de la Virgen de la Estrella solo tiene una nave y es sorprendentemente pequeña para la entidad que tiene la hermandad. En 2019 empiezan las obras para agrandarla y, aunque ganará en muchos aspectos, estoy seguro de que perderá encanto. Pese a esto, La Estrella no lleva tanto tiempo en su actual capilla. Durante varios siglos, su sede estuvo en un convento trianero que hoy ya no existe, en 1835 se trasladó a la vecina Iglesia de San Jacinto y en 1976 fue cuando comenzó a salir de su propia capilla, construida por Antonio Delgado Roig entre 1973 y 1976 en un inmueble adquirido en 1963. La tradición de entrar y salir de ese lugar tan pequeño no es, por tanto, demasiado antigua, y es lógico que se intente ganar algo de espacio. En el futuro habrá más sitio para que los nazarenos que van entrando se coloquen y puedan ver desde dentro la entrada de la virgen. En la actualidad, muchos ya hacen lo imposible por encontrar acomodo por todos los rincones, esperando a que entre el segundo paso.


Yo eso es algo que nunca he hecho, al principio salía de la Capilla y veía con Ignacio la entrada de la virgen desde lejos, pero lo recomendable es cubrirse de nuevo al abandonar la zona acotada para los nazarenos y no quitarse el capirote hasta llegar a casa (o al coche, el que no vaya andando), por lo que hace mucho que dejé de ver el final de la procesión. En la actualidad, además, al contrario que en aquellos tiempos de adolescencia, me toca levantarme para estar en el trabajo como mucho a las 9'00, por lo que, con más razón, me marcho una vez que ya he acabado. El pasado domingo, además, dada la hora a la que entré en la Capilla, no me pensé dos veces lo de coger el camino a casa lo antes posible.

En cualquier caso, salir de nazareno o nazarena es algo que solo hacen unas 53.000 personas al año, pero en total las hermandades suman unos 215.000 hermanos y hermanas. Es bastante gente. Como ya he dicho, todo un mundo se mueve alrededor de la celebración y esta tiene, tanto una vertiente artística, como otra histórica. Yo nunca seré un entendido en los aspectos artísticos de la Semana Santa, que no se limitan a lo relativo a la imaginería, sino que también tocan artes como la orfebrería y el bordado, e igualmente soy bastante ignorante en lo que respecta a la historia local ligada a las hermandades. Sin embargo, esto último sí me resulta interesante y me llama más la atención.

El pasado junio, cuando escribí el primer post sobre Sevilla hablé de una empresa local, llamada Ispavilia, que organiza recorridos temáticos guiados, los cuales tienen como trasfondo, precisamente, la historia y el arte de la ciudad. En aquella ocasión hicimos una ruta que me gustó mucho, y dado que tenía desde entonces un bono regalo, siete días antes del inicio de la Semana Santa decidí gastarlo para intentar profundizar un poco en la historia sevillana ligada a la ella, aprovechando que ofrecían una ruta llamada Leyendas y Secretos de la Semana Santa.


Por desgracia, casi sobre la marcha me enteré de que mi bono regalo estaba caducado, pero no era plan de que nos quedáramos María y yo con las ganas, tras haber hecho los planes, así que acabamos yendo a la ruta en cualquier caso, tras haber pagado la tarifa normal.

El tour tuvo lugar el sábado por la mañana y empezó en la Plaza del Salvador, uno de los puntos clave de la Semana Santa. Allí, delante del Monumento a Martínez Montañés, el Dios de la Madera, comenzaron las explicaciones, que, como la otra vez, corrieron a cargo de Jesús Pozuelo, el alma mater de Ispavilia.



La ruta fue de nuevo muy interesante y aprendí muchas cosas. El paseo duró tres horas, que se pasaron volando, gracias al estilo como guía de Jesús, cuyas explicaciones son muy dinámicas, aunque es cierto que en ocasiones se va un poco por las ramas, porque se ve que es una enciclopedia andante relativa a la historia de Sevilla e incide continuamente en aspectos que se le vienen a la memoria, relacionadas con cosas que va contando. Tal avalancha de información hace que sea imposible retenerla toda, pero, a la vez, su manera de contar las cosas es lo que hace que sus rutas guiadas sean amenas y divertidas. He visto como ejercen su trabajo otros guías que son más académicos, y aunque algunos lo han hecho muy bien, no son como Jesús, porque este te cuenta las cosas como si fuera un colega con el que te estás tomando unas cañas, es un poco desordenado, pero muy apasionado con lo que narra y muy entretenido.

Aparte de esto, la mañana tuvo dos particularidades con las que no contaba. La primera fue la molesta lluvia, que entorpece bastante este tipo de actividades. Debido a ella, hubo que ir buscando refugios para escuchar, de vez en cuando, las explicaciones a cubierto.


La otra particularidad fue que, dado que estoy en la inopia, nos metimos en el centro sin que me diera cuenta de que íbamos compartir hora y espacio con una multitudinaria manifestación en la que los pensionistas marchaban en defensa del sistema público de pensiones y de unas prestaciones dignas. Ello provocó que, en determinados momentos, tuviéramos que ir a contramano en medio de una ingente multitud, con la cosa de que me hubiera unido de buena gana a la marcha, pero por contra me vi abriéndome paso entre la muchedumbre como si me importara un bledo todo aquello. Lo cierto es que fue un despiste que en ese momento ya no tenía solución.

A pesar de esos dos detalles, la ruta fue una gozada, me encantó enterarme de un buen número de datos históricos y artísticos relacionados con la Semana Santa, así como aprender cosas relativas a Juan Martínez Montañés, a la hermandad de Pasión, a la de Los Estudiantes o a los orígenes de la Carrera Oficial y de los capirotes, por ejemplo. Con respecto a las visitas, me gustó especialmente entrar en la Iglesia de San Andrés, que da a la Plaza de San Andrés, uno de mis lugares favoritos del centro de Sevilla. De esa iglesia sale la hermandad de Santa Marta, el Lunes Santo, y ya estaba allí preparado el único paso que saca.


El recorrido acabó en la Plaza de San Lorenzo, otro de los puntos neurálgicos de la Semana Santa sevillana. En la Calle Sierpes o en la Calle Laraña el aguacero no amedrentó a los pensionistas, pero una vez que nos alejamos un poco de aquella zona la lluvia tuvo el efecto positivo de que sí alejó a la gente de la calle y nos permitió ver otros lugares del centro muy tranquilos. Sin ir más lejos, la Plaza de San Lorenzo, que se atesta de público en días como el Jueves Santo, estaba tranquila y fue como disfrutar, en ella, de la calma que precede a la tormenta.


La ruta merece la pena y me acercó un poco a esa fascinante vertiente de la Semana Santa que está centrada en el impacto que, desde principios de la Edad Moderna, ha tenido en la ciudad. Así pues, la mañana nos dejó apalizados, pero contentos. No cabe duda de que repetiremos con Ispavilia.


Para la tarde tenía preparado un segundo tiempo que debía servirnos para compensar el lote de andar que nos habíamos dado por la mañana. El día de la anterior ruta con Ispavilia estuvimos antes en Aire de Sevilla, el hammam sevillano por excelencia, y aprovechando que teníamos otro bono regalo pendiente para ir a dicho spa, en esta ocasión también hicimos el mismo doblete, solo que cambiando el orden: primero nos cansamos y dejamos para el final el plan relajado.



Por no repetir lo que ya conté en aquella ocasión sobre Aire de Sevilla, ahora solo voy a centrarme en las importantes novedades de esta visita. En efecto, en junio del pasado año disfrutamos de una relajante sesión de aguas en la que aprovechamos a tope el circuito de piscinas de diferentes temperaturas, el Baño de Mil Chorros, el Flotarium y la sauna, pero ahora la experiencia fue mucho más completa, ya que no íbamos con el paquete de servicios estándar, sino que en esta ocasión teníamos el pack de lujo, que incluye tres notorias mejoras: un masaje de 45 minutos, la posibilidad de subir al jacuzzi de la azotea, así como un aperitivo de bombones y cava. Los bombones fueron una delicia (eran trufas de chocolate), y con respecto al masaje, sobran las palabras. Pese a esto, lo mejor, sin duda, fue lo del jacuzzi, porque resulta que en la azotea del palacio del siglo XV donde está el hamman han instalado una impresionante bañera, que da directamente, por encima de todas las casas que tiene delante, a la Giralda. De hecho, el jacuzzi está hecho de forma que, cuando te tumbas, no ves nada más que su borde rebosando agua y, justo detrás, la mitad superior del maravilloso alminar almohade. Evidentemente, la estampa es maravillosa. Nosotros, sin embargo, más que un momento mágico vivimos unos minutos un tanto surrealistas, porque, si la mañana había sido lluviosa, la tarde no le fue a la zaga y nos encontramos conque la piscinita de burbujas estaba totalmente a la intemperie. En la azotea de Aire de Sevilla, además, la bañera está colocada en uno de los extremos, de manera que, cuando nos condujeron arriba y nos invitaron a salir, tuvimos que atravesar, en albornoz bajo la lluvia, un espacio, que si bien objetivamente tampoco se puede decir que fuera excesivo, en aquellas circunstancias nos pareció largo y helador. Por fortuna, tras quitarnos el albornoz y conseguir subir por los mojados escalones del jacuzzi sin desnucarnos, nos sumergimos en él y disfrutamos de la impresionante sensación de ver la Giralda desde lo alto, solos y en medio de un gran silencio, metidos hasta el cuello en agua calentita y con la lluvia dándonos en el rostro. Fue algo único a lo que, afortunadamente, no renunciamos, pese a las dudas iniciales. Por otro lado, tengo entendido que no es raro coincidir en ese jacuzzi con más gente, dado que Aire de Sevilla está siempre al límite de su capacidad, pero en este caso la tarde de perros jugó a nuestro favor y estuvimos allí solos unos diez minutos, saboreando el momento. Salir del agua caliente y hacer mojados el recorrido hasta la puerta de la azotea daba miedo, pero llegados a ese punto ya no teníamos más remedio que apretar los dientes y echarle valor, así que, sin perder la dignidad en exceso, logré ponerme a cubierto y bajar a la sauna, donde evidentemente disfruté del soporífero calor mucho más que cuando estuvimos allí en junio.

La lluvia nos fastidió un poco por la mañana, pero nos permitió vivir una experiencia curiosa en el jacuzzi y tuvo, igualmente, el efecto positivo de darle un toque más atractivo, si cabe, a algunas calles del centro de Sevilla.


Por otro lado, volviendo a la Semana Santa, antes de pasar casi tres horas en Aire de Sevilla había tenido la idea de aprovechar que la actividad de Ispavilia acababa en la Plaza de San Lorenzo a eso de las 14'30, para comer en un bar cofrade. Por desgracia, el más afamado de todos, Casa Ricardo-Antigua Casa Ovidio, estaba a esa hora hasta los topes, por lo que cambiamos de destino y acabamos en La Banqueta. Este café bar está más cerca aún de la Plaza de San Lorenzo que Casa Ricardo, pero su estilo es muy diferente, ya que es más familiar, no tiene nada de cofrade y se llena menos. Pese a esto último, nos tuvimos que sentar en la barra, pero allí nos tomamos con calma una deliciosa tapa casera de garbanzos que entró de maravilla, después de estar toda la mañana debajo de un paraguas.


En cualquier caso, el pasado viernes, seis días después de nuestra ruta y apenas un par de días antes del Domingo de Ramos, nos vimos María y yo, por otra razón que no viene al caso, en plena Alameda de Hércules a última hora de la tarde, sin prisa porque las niñas dormían con mi cuñada, y con ganas de hacer un nuevo intento en Casa Ricardo-Antigua Casa Ovidio.


Hay que decir que los bares cofrades son una tipología bastante autóctona de establecimientos, donde lo que se come es similar a lo que te ofrecen en otros bares de tapas sevillanos, pero que están totalmente ambientados en la Semana Santa. Varias son las señas de identidad de un bar cofrade: en las paredes abundan los carteles y las fotografías de cristos y vírgenes, huele a incienso, suenan marchas procesionales y no falta un televisor en el que se retransmiten, de manera perpetua, en diferido 358 días al año, procesiones de Semana Santa. No todos los bares cofrades cumplen los cuatro preceptos, pero son muchos los que cuentan con algunos de ellos, combinados con el quinto elemento indispensable, que es que entre las tapas no falten las especialidades locales (y que tiren la cerveza como hay que hacerlo). Estos bares tienen de bueno que suelen poner rica comida casera, y es por esta última razón por la que acaban siendo una opción muy recomendable, con independencia de su decoración y de su ambiente. En Casa Ricardo, las cinco características que he comentado están presentes y cuenta, además, con la ventaja de que está a la espalda de uno de los epicentros de la Semana Santa, lo que hace que sea un lugar de referencia, tanto para los sevillanos, como para los turistas.


Pese a esto, no esperaba encontrarme el viernes a las 19'55 a una multitud junto a la cancela, esperando a que abrieran el establecimiento. Yo estaba decidido a tomarme algo allí y está claro que no era el único. A las 20'00 horas abrieron las puertas del bar, y para cuando conseguimos entrar los camareros ya estaban poniendo cervezas y pidiendo tapas a cocina como si el negocio llevara dos horas funcionando. La especialidad en Casa Ricardo son las croquetas, y sobre la marcha descubrimos que el Viernes de Dolores era totalmente preceptivo tomarlas de bacalao, porque el camarero las pedía a voces a la cocina sin nombrarlas y era evidente que el cocinero entendía lo que le estaban solicitando. María preguntó y el camarero nos explicó que esa noche era la última del año en la que cocinaban esa receta, resulta que solo hacen croquetas de bacalao el Miércoles de Ceniza (40 días antes del Domingo de Resurrección, sin contar los demás domingos) y los viernes de Cuaresma (son seis, sin contar el Viernes Santo), dado que dice la tradición católica que no se puede comer carne esos días. Lo de no comer carne los viernes de Cuaresma es una reliquia que hoy día yo creo que cumple una ínfima cantidad de gente, pero en Casa Ricardo han utilizado con bastante habilidad esa tradición para crear otra: como los viernes de Cuaresma no se puede comer carne, lo que se come es pescado, y es el momento de hacer unas deliciosas croquetas de bacalao que parece que solo despachan siete días al año. A mí el bacalao me encanta, de manera que no nos faltaron razones para pedir la ración de croquetas. Ni que decir tiene que en Casa Ricardo el flamenquín, las croquetas con jamón y el solomillo al whisky no salen de la carta los viernes de Cuaresma por llevar carne, pero en nuestro caso no dudamos de que era el día perfecto para dejarnos llevar por la tradición.


Cambiando de tercio por última vez, el final de un post, tan centrado en la Semana Santa como el presente, ha de estar dedicado a la actividad de ver pasos. Grosso modo, un espectador puede encontrarse procesionando por Sevilla en Semana Santa a cofradías serias y a cofradías populares (buen eufemismo este último, porque sobre el papel todas son serias). Las primeras son aquellas cuyos nazarenos muestran una actitud de total recogimiento, de manera que no se vuelven ni se salen de la fila, no dan estampitas, ni cera, ni caramelos, y, por supuesto, no hablan. En las populares, en cambio, los nazarenos tienen permiso para hablar y beber agua, el diputado de tramo no es muy estricto con el hecho de no romper la simetría de la fila, y está permitido dar cera, estampas y caramelos a los niños. Más allá de esto, las serias suelen ir de negro (no siempre es así), van en silencio o llevan poca música, y generalmente residen en el casco antiguo. Por este motivo, tienen un recorrido más corto y, por ello, normalmente no llevan capa como las que van lejos, sino cinturones de esparto. Por su parte, las populares son acompañadas por bandas de música, que marchan detrás de cada imagen e incluso delante de la cruz de guía, lo que hace que los pasos anden de otro modo. En ellas abundan las flores, la emotividad desbordada y el color, y suelen tener su sede en la periferia del centro, por lo que sus trayectos son mucho más largos, circunstancia que, a priori, es la que exige un poco de manga ancha con las normas. En realidad, la vinculación de estas cofradías con los barrios acaba provocando que sus vecinos acaben casi formando parte de la procesión.

Yo, como ya ha quedado patente, salgo en La Estrella, que es de las populares. Por no meterme en charcos, dado que, más allá de las generalidades, soy un ignorante en temas de capillismo, iré a lo seguro y nombraré como cofradías serias a Santa Marta, La Vera Cruz, La Quinta Angustia, PasiónSanta CruzEl Calvario, El Silencio o El Gran Poder. Por su parte, populares, además de la mía, son por ejemplo San Gonzalo, El Cerro, La Sed, La O, Santa Genoveva, La Esperanza de Triana o La Macarena.

Yo todos los años suelo ir un solo día a ver procesiones, mis ganas de ver cofradías están a siglos luz de las que demuestran los verdaderos capillitas, que organizan, un día tras otro, auténticas gymkanas para contemplar la mayor cantidad posible de pasos en los lugares más pintorescos. Personalmente, me conformo con vivir el ambiente una tarde (normalmente intento ver siempre algo nuevo, por aquello de ir profundizando un poco en mis conocimientos).


Teniendo en cuenta ese ritmo tan poco exigente, y dado que empecé muy tarde a dejarme caer por Sevilla en Semana Santa, aún me queda mucho por ver.

Este año lo organicé todo para bajar el Martes Santo, que resultó ser un día bastante histórico, ya que por primera vez se invirtió el sentido de la Carrera Oficial, que es una de las medidas propuestas para atajar el problema que está provocando el aumento de nazarenos en el centro de Sevilla, el cual implica retrasos, atasco de cofradías y también de público. Hacer esto es algo que se llevaba hablando un cierto tiempo, pero hasta este Martes Santo no se había probado por primera vez, porque la solución tiene muchos detractores, dado el carácter inmovilista que, casi como seña de identidad, tiene el mundo cofrade. La prueba salió bien, al final de la jornada se habían cumplido a rajatabla los horarios, pero todo parece indicar que el año que viene no se va a extender la experiencia al resto de los días, sino que, por el contrario, el Martes Santo el sentido de la Carrera Oficial va a volver a ser el de siempre. La consecuencia, a nivel organizativo, no se cual será, pero desde el punto de vista de los espectadores lo que va a provocar la vuelta a la tradición será que las estampas que se vieron este Martes Santo no se repetirán. Una de las más llamativas fue ver a La Candelaria de día por el Paseo Catalina de Ribera.


Tradicionalmente, esta hermandad pasa por ahí a la una de la madrugada, de vuelta a su templo, pero este año al cambiar el sentido lo hizo sobre las 7 de la tarde, y eso congregó a un buen número de personas en ese parque, entre ellos nosotros. La procesión iba a ser pintoresca por allí, eso es algo que no se me ocurrió solo a mí, por lo que coincidimos con una multitud. En cualquier caso, estuvo muy bien elegido el sitio, ya que, por lo visto, La Candelaria no pasaba con luz natural por ese lugar desde 1927 y todo apunta a que tardará en hacerlo de nuevo.


Nosotros, además de esa cofradía vimos otra antes, la de Los Estudiantes, una de las más solemnes que hay. Lo hicimos bien, porque vimos una cofradía seria y otra popular en el lapso de tres horas, y pudimos contemplar bien el contraste, ya que La Candelaria, pese a estar radicada en el centro, destaca por ser bastante alegreLos Estudiantes provocó una callada emotividad y La Candelaria disparó las emociones de una manera mucho más viva. Tuvimos la suerte de ver, en una tarde, dos claras muestras de esos estilos tan diferentes.


Por motivos logísticos, primero fuimos a ver Los Estudiantes. Mi objetivo era colocarme bien, evitando tener que atravesar con las niñas bullas peligrosas. Por eso, me fui hasta la Puerta de Jerez y llegamos lo suficientemente pronto como para ubicarnos junto a una farola que nos hacía de parapeto por detrás, y que además estaba a la sombra (eran las 17'00 y al sol no se podía estar). Esperamos una media hora hasta que apareció la cruz de guía, y vimos pasar la procesión entera en primera fila.


Los Estudiantes es una buena muestra de la Semana Santa más severa, por la formalidad y la sobriedad que demuestra. Su paso de cristo no lleva música, y dado que vimos pasar a sus 1.600 nazarenos por delante, las niñas la consideraron, más que una de las cofradías serias, una de las aburridas. Ciertamente, el atractivo de este tipo de cofradías no es el jolgorio, precisamente.


La cofradía de Los Estudiantes, aparte de todo, presenta un par de particularidades curiosas. Está ligada, como es fácil deducir por su nombre, a la Universidad de Sevilla, y dice la leyenda que lleva muchos penitentes, porque los estudiantes tienden a ser un poco pecadores y hay muchos que expían sus culpas en Semana Santa. Esto me lo contaron hace mucho y no me consta que sea cierto, entre otras cosas porque no tengo claro que haya realmente más estudiantes en esta hermandad que en otras, pero sí que es verdad que la cofradía lleva bastantes más penitentes que las demás que yo he visto (los penitentes portan una gran cruz de madera en vez de un cirio, la cual no pueden apoyar en el suelo, y llevan el capirote sin cartón, por lo que en vez de quedarles puntiagudo les cae por la espalda. Todas las hermandades llevan su tramo de penitentes, que va normalmente detrás del primer paso).


La otra particularidad de Los Estudiantes es que saca en procesión una de las obras de arte más destacadas de la Semana Santa, el Cristo de la Buena Muerte.


Esta talla es obra de Juan de Mesa y data de 1620. Precisamente, el día de la ruta de Ispavilia nos contaron una interesante historia que ahora viene mucho a cuento: resulta que el 27 de febrero de 1983, durante un traslado procesional ajeno a la Semana Santa, a la imagen se le separó la cabeza del resto del cuerpo tras un accidente ocurrido en la Calle Placentines. Gracias a eso, apareció en el ensamblaje de la cabeza con el tronco un papel manuscrito en el que ponía "Ego Feci Joannes de Mesa, anno 1620". Aquello fue la confirmación de que la talla era de Juan de Mesa, un escultor magistral que estuvo casi tres siglos en el ostracismo, ya que sus obras se atribuían a Juan Martínez Montañés, que fue su maestro y que le eclipsó durante bastante tiempo (Juan de Mesa es también autor de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, llamado El Señor de Sevilla, probablemente la imagen más popular y venerada de la ciudad).

La Candelaria, por su parte, no pasea tallas tan renombradas, pese a que su cristo data del siglo XVII. Sin embargo, su salida es de las más bonitas que yo he visto, aunque es cierto que me falta bagaje para hacer amplios juicios de valor. Aparte, La Candelaria fue una de las hermandades pioneras en permitir que las mujeres salieran de nazarenas, y eso también se merece una mención. Como ya he dicho, el mundo de las cofradías es bastante dado a mantener las tradiciones al máximo y, por desgracia, era una tradición desde el final de la Guerra Civil que las mujeres, aún siendo hermanas, no pudiesen hacer la estación de penitencia. La primera en romper esa absurda limitación fue la hermandad de Los Javieres en 1986, aún de manera extraoficial, y en 1987 la secundaron La Vera Cruz y San Esteban, que ya modificaron sus reglas y permitieron de manera oficial que las mujeres procesionaran con los pasos, puerta que se había abierto en 1984 al promulgarse una nueva legislación canónica que acababa con la prohibición. En 1988 lo permitieron San Roque, Santa Marta, La Candelaria, Los Panaderos y La Mortaja. La mayoría de estas hermandades son consideradas serias, por lo que, pese a lo que pueda parecer, no está ligada la severidad con la iniciativa de eliminar una discriminación anacrónica. Pese a la nula lógica que tenía la tradición de no permitir a las mujeres ser nazarenas, la igualdad no se extendió con rapidez a las demás hermandades, ni mucho menos, ni siquiera cuando, en 1997, el arzobispo de Sevilla equiparó formalmente los derechos entre los hermanos y hermanas. Antes de esa fecha, había 20 hermandades que permitían salir a las mujeres y quizás se pensó que la iniciativa del arzobispo, máxima autoridad eclesiástica en la ciudad, iba a bastar para que todas las demás hicieran lo propio, pero la realidad fue otra y en los albores del siglo XXI solo 34 de las 57 cofradías, que por aquel entonces procesionaban a la Catedral, tenían nazarenas. Ante esa realidad, el mismo arzobispo en 2001 instó en una pastoral (que no es una norma, sino que son unos consejos, pero ya concretos y explícitos) a acabar con la discriminación. Esto fue definitivo para la mayoría de las hermandades, que con mayor o menor diligencia fueron cambiando sus reglas para cumplir con el exhorto. En La Estrella, el veto finalizó en 2003. Pese a esto, tres hermandades, La Quinta Angustia, El Silencio y El Santo Entierro, se resistieron y no modificaron las reglas hasta que, en 2011, se les obligó por decreto. Ahora, las mujeres ya están plenamente integradas en los actos, al menos sobre el papel, pero en estas cosas las formas cuentan, y por ello es de destacar que hubo ciertas hermandades a las que ni siquiera hubo que perdirles que hicieran las cosas bien. Lo hicieron por su cuenta. La Candelaria fue una de ellas.


En definitiva, a modo de colofón, después de este larguísimo post solo me queda remarcar que la Semana Santa de Sevilla presenta tantas caras y tan variadas, que realmente cada uno puede diseñar a la carta la suya propia. Quizás desde fuera pueda dar la sensación de que estamos hablando de una fiesta religiosa de carácter monolítico, pero yo he tratado de explicar que, si bien la celebración no tiene por que ser del agrado de todos, en ningún caso en la ciudad se la ve como un asunto limitado al blanco o al negro. La casuística es enorme y eso para mí es su principal virtud.


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado SEVILLA.
En 1977, % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en la Provincia de Sevilla: 14'2% (hoy día 100%).
En 1977, % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 0'2% (hoy día 32'5%).

Reto Viajero TESOROS DEL MUNDO
Visitado SEVILLA.
En 1977 (aún incompleta esta visita), % de Tesoros ya visitados de la España Musulmana: 10% (hoy día, estando aún esta visita incompleta, 50%).
En 1977 (aún incompleta esta visita), % de Tesoros del Mundo ya visitados: 0'1% (hoy día, estando aún esta visita incompleta, 4%).

Reto Viajero MUNICIPIOS DE ANDALUCÍA
Visitado SEVILLA.
En 1977, % de Municipios ya visitados en la Provincia de Sevilla: 0'9% (hoy día 61%).
En 1977, % de Municipios de Andalucía ya visitados: 0'1% (hoy día 19'5%).


19 de marzo de 2018

CARRERA POPULAR NERVIÓN SAN PABLO 5K 2018

Comenzó un año más el circuito de carreras populares de Instituto Municipal de Deportes de Sevilla, y de nuevo he sucumbido a la tentación de vivirlo como participante.


Este 2018, sin embargo, la cosa va a ser diferente que en años precedentes, porque María está ilusionada con correr el circuito completo y ella va a tener preferencia a la hora de disputar las pruebas, la realidad es que lleva entrenando desde octubre para completar las cinco carreras y ha llegado a marzo en condiciones, al menos, de acabarlas corriendo, lo que tiene mucho mérito, porque después del verano había tocado fondo físicamente. 

El caso es que correr carreras los dos a la vez, aunque a veces lo hacemos, requiere una logística que no recomienda que ambos nos pongamos como objetivo completar un mismo circuito. Las niñas no pueden aún quedarse solas mientras corremos, lo que implica que para que podamos hacerlo María y yo a la misma hora dependemos de que alguien nos eche un cable, y no siempre se puede conseguir (al menos con un mínimo de comodidad). Ante esa circunstancia, y dado que yo ya he alcanzado mi techo en estas citas, ahora le toca a María disfrutar del hecho de superarse en ellas. Lo que sucede es que desde 2013 las pruebas de 10 kilómetros del IMD están acompañadas por otras más cortas que yo nunca había corrido, pero que están ahí. Estas empiezan una vez que ha llegado a meta el último corredor de la carrera principal, lo que hace que ambas competiciones sean compatibles. Por ello, como novedad y de manera puntual, decidí apuntarme a esa versión reducida de la Carrera Popular Nervión San Pablo.


En 2013, 2014 y 2015 las pruebas cortas fueron de 3.000 metros y desde 2016 miden 5.000 metros. Pretenden fomentar la práctica deportiva en personas menos preparadas, por lo que su carácter competitivo se reduce al mínimo. Nunca he entendido esto, dicho sea de paso, comprendo que sea corta una carrera cuyo objetivo es animar a las personas más sedentarias a ponerse calzado deportivo y a salir a correr, pero no se por qué eso ha de implicar que no se den premios a los primeros o que se mida sin demasiado cuidado el recorrido. Yo di por hecho que dada la seriedad con la que se organizan las pruebas de 10 kilómetros las de 5 estarían también bien medidas y señalizadas, pero no es así. En cualquier caso, probablemente me volveré a apuntar a alguna otra antes de que llegue el verano.

Aparte de esto, la presente prueba degeneró para mí en algo un tanto surrealista, y ahí ya sí que no hay nada que achacarle a la organización, ya que en la normativa pone claro que las carreras de 5 kilómetros empiezan nada más llegar a meta el último corredor del evento largo. Yo durante el mismo estuve tan centrado en ejercer de padre y de fan que se me fue el santo al cielo y cuando me di cuenta María acababa de llegar en 1h08 minutos y apenas quedaba un cuarto de hora para que comenzara mi carrera. La circunstancia no hubiera tenido más importancia si no fuera porque por la mañana, ante la amenaza de lluvia, tuve la absurda idea de ponerme las botas de agua. Las zapatillas también me las llevé, claro, pero me las olvidé en el coche y caí en la cuenta de que iba con un calzado bastante poco apropiado para correr justo al atravesar María la meta. En ese momento ella ya se quedó con las niñas y yo me fui al trote hasta el coche a quitarme las botas de agua, pero el mismo estaba aparcado en el quinto infierno. Fueron, por tanto, unos 800 metros de precalentamiento bastante arduos, dado el calzado. En el coche me cambié rápido de zapatos y pasé del precalentamiento al calentamiento propiamente dicho, ya que me recorrí de nuevo los 800 metros de marras, esta vez en sentido inverso y apretando. Creí que no llegaba.

Afortunadamente casi alcancé a tiempo el arco de salida, pero la carrera dio comienzo justo cuando yo estaba a unos metros del mismo, de manera que no llegué a estar parado junto a la línea de salida, oí el pistoletazo y lo que hice fue seguir corriendo adelantando gente. El calentón fue brutal y acabé disputando la prueba con el dorsal en la mano, porque no me dio tiempo a ponerle los imperdibles...


Llegó un momento, cuando llevaba más o menos un kilómetro, en el que dejé de adelantar gente y la carrera se estabilizó para mí. Fue ahí cuando vi que los kilómetros no estaban marcados, así que me centré en ir a tope, un poco a ciegas. Llevaba delante una fila de corredores que se perdía de mi vista, la misma no era muy nutrida, pero todos íbamos muy dispersos. Por detrás pronto me empezó a parecer que no llevaba tampoco a nadie. Así corrí los 4 kilómetros que quedaban.


La única novedad fue que en el kilómetro 3 o así un chico que tenía por delante empezó a ceder y le fui ganando terreno poco a poco. Un kilómetro y medio después le adelanté y me percaté de que, de manera increíble, iba corriendo a un ritmo de casi 4:00 minutos el kilómetro con un cordón desatado. Aparte de eso, la carrera no se movió más hasta la meta.



Cuando atravesé la línea de meta en 21:37 me di cuenta de que la carrera, además de no tener marcados los puntos kilométricos, no medía 5 kilómetros. Luego me he enterado de que corrimos unos 5.400 metros, por lo que fui a 4:02 minutos el kilómetro de ritmo medio. Eso supuso quedar en el puesto 12, nada menos. Llegaron a meta 301 personas, así que es evidente que el nivel de la prueba es muy bajo, pero gracias a eso me vi corriendo, si no en cabeza (el primero me sacó 4 minutos), sí muy solo y con pocas personas delante, lo que hizo que me animara la poca gente que había en las aceras y arcenes con bastante más efusividad de lo que estoy acostumbrado.

Para acabar, en 2017 con motivo de esta carrera comenté que, tras la misma, estuvimos desayunando en el Bar Rubén, que estaba cerca de la meta. Como es lógico, el bar sigue ahí, y en esta ocasión estuvimos igualmente desayunando Ana, Julia y yo, pero esta vez mientras María corría.


Es difícil encontrar un bar más cutre que el Bar Rubén, el mismo es la quintaesencia del bar de barrio dejado de la mano de Dios. Es por eso, precisamente, por lo que volví, buscando vivir de nuevo una experiencia etnológica tan nuestra como las que son habituales en bares así. No se si me atrevería a pedir en ese lugar unas croquetas o un aliño de huevas, pero corriendo menos riesgos disfrutamos del momento de localismo extremo gracias a unas buenas tostadas de aceite con jamón.


Reto Atlético 1.002 CARRERAS
Carreras completadas: 212.
% del Total de Carreras a completar: 21'1%.

Reto Atlético PROVINCIA DE SEVILLA 105 CARRERAS
Completada Carrera en SEVILLA.
En 2000 (año de la primera carrera corrida en Sevilla), % de Municipios de la Provincia de Sevilla en los que había corrido una Carrera: 0'9% (hoy día 34'2%).