28 de octubre de 2018

QUIXOTE MARATÓN 2018

El 24 de septiembre de 2017 viví la experiencia única de acabar el Maratón de Berlín. Aquel día, corrí rodeado de muchos miles de personas (pasamos por meta 39.234 maratonianos), y disfruté de la sensación de fundirme en esa impresionante muchedumbre humana, que estuvo animada por varios miles de espectadores, repartidos por todo el circuito. El Maratón de Berlín es un evento mastodóntico, en el que uno siente que está dentro de algo muy grande. Yo quería ser parte de eso, al menos una vez, y cumplí mi sueño.

Aún me quedaba, no obstante, un deseo pendiente, opuesto al de terminar un Major, y este año decidí cumplirlo, sin esperar más, por si acaso. Se trataba de correr un maratón minoritario. Yo, hasta ahora, había emulado al gran Filípides en Sevilla, en Madrid, en Valencia, en Helsinki, en Lisboa y en Berlín, pero nunca había disputado un maratón en el que tuviera que enfrentarme, en serio, a la soledad del corredor de fondo, y eso también quería vivirlo. Por otro lado, es un hecho que no me gustan las carreras mal medidas, ni tampoco tengo especial apego por los eventos montados en plan compadre. Por estas razones, para cumplir mi objetivo, necesitaba participar en un maratón que fuera modesto, pero que, a la vez, contara con una buena organización. Tenía entendido que el Quixote Maratón cumplía a la perfección ambas condiciones, y no me ha defraudado en absoluto, hasta el punto de que volvería a Ciudad Real a correrlo de nuevo, sin dudar.


Antes de escribir acerca de lo bueno que tiene el Quixote Maratón, y de hacer una breve crónica de como fue mi participación en él, quiero mencionar los dos puntos negros que tiene. Aparte, al margen de estos, me sorprendió que, en un momento dado, corriéramos por una calle que estaba en pleno proceso de reasfaltado (como el maratón da dos vueltas al mismo circuito, pasamos por ella un par de veces, como es lógico). Este otro pequeño lunar, considero que es un fallo de previsión de los responsables del Ayuntamiento. No es grave, porque cualquier corredor ha pisado, en múltiples ocasiones, terrenos bastante más irregulares que una calle sin pavimento, pero quedó cutre, y pienso que era algo evitable: en asfaltar un tramo de vía se tarda apenas un par de días, y no tiene sentido que, conociéndose el itinerario desde hace años (no ha cambiado desde 2014, y, además, está homologado), se levante una calle que pertenece al recorrido, justo el fin de semana en el que va a circular por allí la gran competición atlética de la ciudad. De todas formas, ese detalle no es ninguno de los dos puntos negros que tiene la cita, y que son difíciles de solucionar en mayor medida. El primero es responsabilidad de la organización, ya que es la que ha diseñado el trazado, y la que ha decidido que la carrera evite los lugares atractivos del centro de Ciudad Real. Cierto es, no obstante, que se bordea la Puerta de Toledo, que es uno de los emblemas de la población.


Sin embargo, la ciudad no es tan pródiga en sitios fascinantes, como para que se pueda desperdiciar el paso por los Jardines del Prado o por la Plaza Mayor. Ahora que ya conozco Ciudad Real, no entiendo, tampoco, que no se hayan aprovechado las pocas calles peatonales que tiene el centro, que son las más vistosas, para meter por ahí el circuito. Las mismas no son estrechas en exceso, pero, aunque lo fueran, la carrera no tiene tantos participantes, como para que pudiera ser un problema correr por esas vías.

Aparte, el otro gran lunar de la prueba, que no es achacable a la organización, por lo que pude ver, es el limitado público que moviliza el evento. La verdad es que había tramos del recorrido en los que era imposible que hubiera gente en las aceras, y, además, bien es sabido que la gran mayoría de los que jalean a los atletas son sus allegados, lo que implica que, si escasean aquellos, lo probable es que no haya demasiados familiares apoyando a pie de calle. Por otro lado, un circuito de 21 kilómetros tampoco es fácil de petar, y, por último, Ciudad Real no es Berlín. Realmente, es difícil que se note igual el aliento en una gran capital, que en una ciudad que cuenta con 75.000 habitantes, simplemente por el volumen de población que vive en torno al trazado de la carrera. Aun así, no esperaba tan poquísima afluencia de espectadores, sobre todo en las zonas más urbanizadas. Yo quería vivir una experiencia maratoniana solitaria, y lo conseguí por partida doble: no solo participaron pocos corredores en la cita, sino que casi pude contar con los dedos de una mano los aplausos que recibí durante los 42 kilómetros.


Cierto es que lo de tirarse a la calle a animar no es una obligación para nadie (faltaría más, cada uno echa la mañana del domingo como le da la gana), pero me chocó el contraste, entre el interés por la carrera que percibí el sábado, y la poca repercusión que tuvo, finalmente, el domingo. Dado el ambiente que se respiraba el día antes, me pareció que el acontecimiento contaba con un mayor apoyo entre los ciudadanos, del que luego resultó tener.

Dicho todo esto, ahora toca hablar de lo bueno del Quixote Maratón, que es tanto, que el balance alcanza el notable.

Para empezar, el único maratón manchego es una cita humilde, que no oculta su estatus, pero cuya organización se esfuerza por transmitir seriedad y entusiasmo. Por esto, yo tenía claro, desde hace casi una década, que era el primer maratón pequeño en el que quería participar. Este año, dado que no me había pegado ninguna paliza en primavera, ni en verano, pero había mantenido un buen estado de forma, decidí que era el momento de cuadrar mi presencia en la prueba. Para ello, me fui con María a pasar el fin de semana a Ciudad Real, con la idea de disfrutar de la ciudad y de vivir la carrera.

Los dorsales y las bolsas de regalo se repartieron el sábado por la tarde en el Antiguo Gran Casino, que es uno de los lugares destacados del centro de la ciudad. Me encantó que le dieran lustre a la carrera desde el principio, utilizando un sitio emblemático para ese trámite. La cosa, sin embargo, no quedó ahí, ya que en la bolsa venía una invitación para asistir, a las 20'30, a una recepción oficial a todos los participantes y a sus acompañantes, en la que se nos iba a agasajar con un vino. El detalle me agradó, y, dado que nos alojábamos a escasos diez minutos del Casino, nos acercamos a la hora convenida. Gracias a esto, asistimos a un evento que superó mis expectativas. Para empezar, nos dieron paso al Salón de Baile del edificio, donde se celebró el acto institucional de bienvenida a los corredores. En él, comenzó hablando Mateo Gómez Aparicio, máximo responsable de la organización. Que su discurso fuera el primero era lo lógico, pero, más allá de eso, me gustó lo apasionada que resultó su intervención. Posteriormente, tomaron la palabra otras autoridades que estaban presentes, y, al final, le llegó el turno a Pilar Zamora, la alcaldesa de Ciudad Real.


Lo que me llamó más la atención, no fue el hecho de que la máxima autoridad municipal se acercara, la noche del sábado, a dar la bienvenida a los mindundis que íbamos a correr el Quixote Maratón, sino que lo hizo, al igual que todos, sin prisas, relajada, y sin dar la sensación de que aquello fuera para ella un paripé institucional. Quedó claro, gracias al acto, que el maratón es un evento importante para la ciudad, algo que no siempre pasa con las carreras. Por otro lado, se materializó, como nunca, lo que tantas veces se pregona de que una competición está centrada en los populares. En Ciudad Real, nos pusieron la alfombra roja a los corredores, sin distinción alguna, y eso me encantó. Por último, las sorpresas no pararon ahí, ya que, tras los discursos, nos condujeron a una sala contigua, y nos agasajaron con una comilona, que bien podría haber sido la de un bautizo.


Fue increíble. Incluso a esa parte del acto se acercó la alcaldesa, que se atrevió a lidiar, a pecho descubierto y sin filtro, con los dos centenares de personas que allí estábamos (vi, sin ir más lejos, como le daba la chapa un hombre, que, por sus hechuras, tenía pinta de buen corredor). Lo cierto es que en las mesas había comida y bebida para irse cenado, pero yo no olvidé que, en unas horas, me esperaba un maratón. Realmente, tenía mi cena casi preparada en el piso, y me controlé. No dejé de tomarme unos trozos de tortilla y un poco de jamón, acompañados de una cervecita, pero, después de un rato, enfilamos ya el camino del reposo, con la mente puesta en la carrera.


Al día siguiente, llegó para mí el momento de la verdad. En Ciudad Real, habían conseguido motivarme a tope, y tenía claro que el Quixote Maratón era una prueba con todas las homologaciones pertinentes, respaldada y bien montada. En ese sentido, cumplía a la perfección con lo máximo que se le puede pedir a una carrera. Ya solo quedaba correr.

Hay que decir que el Quixote Maratón se había disputado, hasta este 2018, en 22 ocasiones, y que, desde 2011, se celebra junto a una media. Además, en 2015 se empezó a organizar, también, de manera conjunta, una competición de 10.000 metros, por lo que el evento es la gran fiesta atlética del año en Ciudad Real. Todas las pruebas comienzan a la vez, y transcurren por el mismo recorrido (la carrera de 10 kilómetros se separa, en un momento dado, y toma un atajo, para alcanzar la meta, la media da una vuelta al circuito, y el maratón da dos. Las tres acaban en la pista de atletismo del Polideportivo Rey Juan Carlos).

Por lo que a mí respecta, en la salida disfruté de la sensación de juntar un ambiente de carrera popular, con el gusanillo de ir a enfrentarme a más de 42 kilómetros. En efecto, tras el arco inicial nos mezclábamos los corredores de las tres distancias, pero, entre todos, sumábamos solo unas 900 personas. La masificación a la que estoy acostumbrado, cuando me enfrento a un maratón, allí era inexistente, y fui consciente, desde esos primeros compases, de estar saboreando una experiencia nueva.

Dado que estábamos mezclados los corredores del diezmil, de la media y del maratón, me mentalicé para no dejarme arrastrar, al principio, por el ritmo más vivo que iban a llevar muchos. Por ello, al darse la salida, me ajusté a lo que tenía previsto, e intenté no comenzar demasiado rápido.


En los primeros metros, las sensaciones fueron las normales de cualquier maratón. La carrera tardó un poco en abrirse, y, al principio, me vi corriendo rodeado de gente. Faltaba un buen rato para que los que atacaban distancias más cortas empezaran a dejarnos solos a los maratonianos.


Cuando llevaba apenas 2.000 metros, se dirigió a mí un corredor al que no conocía, llamado Javier Lorente, que debió ver, por el dorsal rojo, que yo también iba a por los 42 kilómetros, y me dio un poco de charleta. A mí no me mola disputar las carreras acompañado. Siempre voy siguiendo mis propias sensaciones, y me muestro reticente a ir en pareja con otros participantes, incluso aunque sean amigos míos. Distinto es que se formen, transitoriamente, uniones circunstanciales, o que recorra algunos tramos en compañía de alguien que va a mi velocidad, pero no me gusta esperar, ni que me esperen, ni tampoco forzar, para ajustar mi paso al de un compañero. Por esta razón, al principio no me hizo tilín lo de ir corriendo con el chico que me había hablado, pero pronto vi que iba al ritmo al que yo me había propuesto ir, y, dado que lo llevaba al lado, decidí dejarme de pamplinas y avanzar junto a él, sin rayarme, disfrutando de la distracción que me brindaba.


Fuimos a la par hasta el kilómetro 10. Por este punto pasamos en 49:15. Había ido cómodo, pero ahí me di cuenta de que, por correr con Javier, iba más rápido de la cuenta. Él me iba sirviendo para mantener el ritmo por debajo de 5:00 minutos el kilómetro, pero me iba dejando llevar y no iba guardando las fuerzas necesarias. En ese momento, sentí que ya sí era lógico separarme de él. Poco antes me había contado, además, que venía de Menorca, y que estaba embarcado en un reto personal: completar, en un mismo año natural, todas las maratones de España. "¡Por Tutatis!", pensé, "este tío va rodando sobrado, como vaya con él mucho tiempo me revienta". Él finalizó en 3h25, y yo, efectivamente, acabé reventado, así que, quizás, fue un error hacer esos kilómetros iniciales en 49 minutos. En otras ocasiones me ha salido bien la estrategia, pero esta vez no. El caso es que, a la altura del kilómetro 10, le vi las orejas al lobo y le dije a Javier que iba a levantar el pie, me despedí de él, y lo vi alejarse para siempre. El chaval me cayó muy bien, y en Ciudad Real cumplió su objetivo. Luego, me he enterado de que, aparte de ser un máquina (también es triatleta de larga distancia, su capacidad física es impresionante), es el marido de María Vasco, la primera española que ganó una medalla olímpica en atletismo (ganó el bronce en Sidney 2000 en 20 kilómetros marcha, y su palmarés, con independencia de tamaño éxito, es tremendo). Para mí, es un honor haber rodado con Javier tres cuartos de hora, en el Quixote Maratón.

Aparte de esto, en el kilómetro 8 había visto a María por primera vez (un par de horas antes la había dejado aún en la cama), y, poco después, habían tomado su camino los corredores que estaban disputando el diezmil. Realmente, en la prueba corta apenas si entraron en meta, en menos de 50 minutos, unas 70 personas, por lo que las bajas no alteraron en demasía el volumen de la fila que yo llevaba delante.

Tras dejar la compañía de Javier Lorente, mi carrera continuó estable. De hecho, no llegué a bajar significativamente el ritmo, a pesar de que ya iba en soledad, y pasé el ecuador de la competición en 1h44:18. Sin embargo, llegado ese momento, hice balance de daños, y me di cuenta de que tenía, en el kilómetro 21, el cuerpo que otras veces he llevado en el 32. Aparte, había completado la primera de las dos vueltas al circuito, y ya sabía que los 21 kilómetros que me restaban eran muy solitarios y duros de pelar. En efecto, Ciudad Real no es una población montañosa, no hay allí rampas demoledoras, pero no es Sevilla, ni Valencia, ni Berlín. En Ciudad Real hay cuestecitas por doquier. La mayoría son tendidas, pero las hay largas, y tampoco faltan algunas pendientes curiosas. Con semejante panorama, dadas mis sensaciones, sabía que me quedaban apenas unos 10 kilómetros dignos (hubiera sido lo ideal ir por el kilómetro 32...). Luego, estaba avocado a un sálvese quien pueda. Por otro lado, había llegado la hora de cubrir media maratón, rodeado tan solo por 200 personas, y sin nadie en las aceras. Tenía, también, que avanzar por calles residenciales desiertas, atravesar polígonos industriales, y bordear descampados, y sabía que había un tramo en el que, sin dejar de pisar asfalto, iba a recorrer los confines de la ciudad con el aire pegándome de costado. En cualquier caso, eso es lo que había ido a buscar, no cabía ningún lamento, pero el esfuerzo había que hacerlo.

El kilómetro 21 aún lo hice en 4:49, contagiado por el hecho de pasar por lo que había sido la línea de salida, la cual se había colocado a las puertas del Polideportivo Rey Juan Carlos, donde estaba la meta. Era el único sitio donde se congregaba tanta gente, como para formar un pequeño pasillo humano. Ahí vi a María de nuevo. Tras disfrutar del subidón, me enfrenté a mi dura realidad. Los siguientes 3.000 metros todavía mantuve el tipo, notando ya la ausencia de los corredores de la media maratón, pero, de repente, el kilómetro 25 se me fue a 5:17, y los siguientes siete se convirtieron en una pelea por lograr rondar el 5:20 de ritmo medio. A diferencia de lo que había sucedido en la primera vuelta, ya sí iba notando los desniveles (en el kilómetro 26, por ejemplo, corrimos por una larga calle recta, que picaba arriba sin descanso. Anteriormente, la habíamos ascendido en el 5, pero entonces casi no me había percatado).

En el kilómetro 32 pegué un nuevo bajón, y, de ahí al final, me tuve que conformar con avanzar haciendo footing. El peor parcial fue el del 36. Ya no faltaba mucho, pero, en un momento dado, tuve que parar a caminar unos segundos, y me temí lo peor. Yo no voy a ninguna carrera para completarla andando, vale que, en algunas maratones he tenido que aprovechar los últimos avituallamientos para caminar mientras bebía, para bajar las pulsaciones y para tomar aliento, pero nunca he terminado andando. Prefiero retirarme, yo soy así. Sin embargo, también es verdad que no estoy en condiciones de ir a competir a lugares como Ciudad Real, para luego ponerme tiquismiquis y borrarme cuando algo se tuerce. Una cosa es hacerlo en una media en Sevilla, y otra muy diferente es liar la de Dios para ir a una prueba a 300 kilómetros de casa, y acabar abandonándola por la puerta de atrás. En consecuencia, cuando, en el kilómetro 36, me vi desfallecido, se planteó en mí una dura disyuntiva: podía arrastrarme, para llegar en más de 4 horas, o podía echarme a un lado y claudicar, moralmente hundido, pese a estar en Ciudad Real. No obstante, había una tercera salida, que era lograr aguantar al trote hasta la meta, pero, para poder optar por esta opción, necesitaba un poco de suerte. En aquel instante, no hubiera apostado un céntimo por mí, pero la fortuna estuvo de mi parte, y vi que el que había sido el punto de avituallamiento del kilómetro 15 aún seguía montado, despachando agua y Aquarius (restaban unos 50 metros para el cartel del kilómetro 36). Ese puesto de abastecimiento extra, en el que, además, estaban poniendo buena música a toda voz, fue una de las ventajas de cubrir dos veces el mismo trazado. Allí, no solo me bebí dos vasos de Aquarius, sino que le pedí a un chico que se encontraba detrás de la mesa, una ampolla de glucosa que vi que tenía. Yo no se si era para dársela a cualquiera, o si la tenía para alguien en especial, pero yo le rogué que me la diera y lo hizo. Tampoco se si fue tan milagrosa como a mí me pareció, porque era la segunda vez en mi vida que me tragaba un mejunje de esos, y apenas si tengo experimentados los efectos que produce, pero el caso es que fui capaz de aguantar lo que me quedaba, trotando suavemente. Fui fundido, y, como no, volví a parar en los avituallamientos para beber, pero pude correr lo demás. Acabé en 3h49:22 (posición 152, de 249 finishers).


Queda en mi memoria la experiencia. Como he dicho, el maratón no es muy salvaje, pero tiene continuos desniveles y alguna cuesta empinada (hubo una, por ejemplo, en un tramo del kilómetro 12 y 13, que luego fue el 33 y 34. Fue duro, también, el kilómetro 17, y, como no, el 38. Ahí había una larga pendiente, en la que pegaba bastante el viento). Sin embargo, lo que hizo más despiadado el recorrido, sobre todo la segunda vuelta, fue la poquísima gente que había en las calles, incluso en la parte céntrica de Ciudad Real. Fue, no obstante, algo auténtico. Viví, de manera radical, la soledad de corredor de fondo, y, por tanto, encontré lo que iba buscando. Me encantaría volver.



Reto Atlético 1.002 CARRERAS
Carreras completadas: 217.
% del Total de Carreras a completar: 21'6%.

Reto Atlético 51 MARATONES
Maratones completados: 18.
% del Total de Maratones a completar: 35'2%.

Reto MARATONES DE ESPAÑA Y PORTUGAL
Completado Maratón en CASTILLA-LA MANCHA.
% de Comunidades en las que he corrido un Maratón: 27'7%.

Reto PRINCIPALES CARRERAS DE ESPAÑA
Completado QUIXOTE MARATÓN.
% de Principales Carreras de España que he corrido: 25'5%.

Reto 7 MARATONES 7 CONTINENTES
Completado Maratón en EUROPA.
En 2002 (año del primer Maratón corrido en Europa), % de Continentes en los que había corrido un Maratón: 14'2% (hoy día 14'2%).

Reto MARATONES DE LA UE
Completado Maratón en ESPAÑA.
En 2002 (año del primer Maratón corrido en España), % de Países de la UE en los que había corrido un Maratón: 3'5% (hoy día 14'2%).


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