26 de julio de 2016

PARQUE NACIONAL PICOS DE EUROPA 2016

Llevo 20 años pasando unos días veraniegos en Asturias y dos de los planes preferidos por casi todos los que visitan el Principado no los había hecho aún: hasta hace unos días ni había subido a los Lagos de Covadonga ni conocía la Ruta del Cares.

Este verano, tras acabar con la cuenta pendiente del Castillo de los Templarios de Ponferrada, he decidido sacarme también esta otra espinita. Conocía ya el Parque Nacional Picos de Europa, de hecho en mi reto Tesoros de España ese lugar lo daba ya por visitado desde 1997 porque, en efecto, ese año visité la Santa Cueva de Covadonga Fuente Dé.



Después, además de volver a esos dos lugares, he atravesado los límites del Parque varias veces más. Sin embargo, no podía decir a boca llena que lo conocía, puesto que no había estado en sus dos lugares estrella. Por eso, este año he visto la oportunidad y nos hemos desquitado María y yo. Siempre me había asustado la posibilidad de que estos lugares estuvieran masificados, no me dan miedo las multitudes si decido ir un domingo de julio a Chipiona, pongamos por caso, pero ir a disfrutar de un enclave natural y encontrármelo atiborrado de personas me corta absolutamente el punto. Durante años no he querido subir a los Lagos ni recorrer el Cares porque temía encontrarme allí un circo. Además, no era fácil para nosotros ir de senderismo, porque las niñas, desde que nació Ana en 2008, han venido siendo pequeñas. Ahora ya estamos haciendo con ellas las primeras rutitas, pero la Ruta del Cares (PR-PNPE 3) está desaconsejada para menores de 12 años y en los Lagos pensaba que si uno se salía del recorrido montado para los turistas ir con niños demasiado chicos también podía ser complicado. Por esas razones hasta ahora había venido retrasando la visita a los dos enclaves más célebres de los Picos de Europa. Este año, no obstante, decidimos que ya íbamos a verlos fuera como fuera, masificados o no. Los abuelos se ofrecieron gustosos a quedarse con Ana y con Julia una noche y nosotros el día 22 de julio pusimos rumbo a los Picos de Europa.


Tras dudar bastante como organizarnos al final decidimos atacar primero la Ruta del Cares, yendo desde Poncebos a Caín de Valdeón por la mañana y volviendo por la tarde. En 2005 ya estuvimos un día en el entorno de Poncebos, en el que fue nuestro primer contacto con el Parque por esa parte norte. Aquel día desde Poncebos, núcleo que no es más que un par de hoteles, una central hidroeléctrica, las instalaciones para subir en funicular a Bulnes y poco más, subimos al cercano pueblo de Camarmeña (hicimos la ruta PR-PNPE 31 Poncebos-Camarmeña-Poncebos. Es una ruta de dificultad baja que sube al Mirador de Camarmeña).


En aquella ocasión llegamos a tocar el Cares, pero no hicimos ni un metro de la famosa ruta, que al principio discurre por las alturas, sino que fuimos bordeando el río a nivel de las aguas hasta que ya no se podía seguir más.


En esta ocasión solo nos valía hacer la ruta oficial, así que madrugamos bastante y, tras tomar un café y unas tostadas en el Restaurante Cafetería Santelmo de Las Arenas, fuimos hasta Poncebos, dejamos el coche en el aparcamiento del funicular que sube a Bulnes y echamos a andar. El primer kilómetro no forma parte de la ruta propiamente dicha, pero las piernas también lo notan. La ruta en si empieza junto a una caseta de información que está al pie de la primera gran cuesta de la senda. Los primeros 2 kilómetros son los más duros, ya que se sube desde Poncebos hasta Los Collaos.





Afortunadamente, esa parte nos pilló frescos, porque hacerla de vuelta hubiera sido peor. Me agradó ver desde el principio que la ruta no estaba demasiado masificada. En los primeros kilómetros coincidimos con más gente, pero nunca tuve la sensación de que aquello fuera un circo.

Luego comprobé que hay diversas maneras de acercarse a la Ruta del Cares, incluida una manera más turística, pero, en cualquier caso, no me pareció que la subida a Los Collaos fuera un paseo. Lo que sí me pareció es que la ruta es preciosa desde el principio. Se va en todo momento por un camino de un metro o metro y medio de anchura que discurre junto a un auténtico cortado.


En algunos momentos el camino permite ver lo que se va dejando atrás y se comprueba la espeluznante caída que hay. El Cares se va viendo siempre, pero muy abajo.


Tras bajar de Los Collaos vinieron los kilómetros más llanos. En todo momento seguimos caminando junto al precipicio, pero ya ni subimos ni bajamos tanto.


Conforme avanzábamos, fuimos viendo los lugares más atractivos de la ruta. Quizás los puntos de inflexión del recorrido son los elementos introducidos por el hombre en él. Lo que se va a ver, al hacer la ruta, es sin duda el paisaje: el espectacular desfiladero, las cristalinas aguas del Cares que discurren abajo y el Murallón de Amuesa, que, al otro lado del río, nos recuerda a cada paso lo insignificantes que somos.


Sin embargo, la ruta también llama la atención porque permite ver la fabulosa obra de ingeniería que se realizó para abrir el canal de agua que discurre paralelo al sendero y, como no, permite hacerse una idea del desafío que supuso, también, adecuar el camino al paso de las personas normales.


En efecto, el origen de la senda del Cares no es precisamente turístico. Hay senderos documentados en la zona desde el siglo XV, usados, en principio, como pasos para ganado y pastores y, más tarde, como vías de comercio. Cuando hacemos la ruta parece que estamos encajonados en un camino del que no hay escapatoria y, para la mayoría de los mortales, realmente no la hay, pero sí es cierto que a lo largo del trayecto se observan caminitos que van por las escarpadas laderas, hacia abajo o hacia arriba, serpenteando por lugares inverosímiles. Esas vías solo son aptas para montañeros expertos y para pastores avezados. Los demás nos partiríamos la crisma al rodar montaña abajo. La senda del Cares es mucho más segura, pero tampoco estuvo así siempre y su origen, tal y como lo conocemos hoy, está ligado al mencionado Canal del Cares, que se construyó entre 1915 y 1921 para captar las aguas del Río Cares y conducirlas desde Caín de Valdeón hasta la Central Hidroeléctrica de Poncebos.


La canalización sale a la superficie varias veces, pero también se oculta en 71 túneles, barrenados a mano, en su día, por más de 500 trabajadores (murieron once en diversos accidentes).

El Canal se hizo, pero mantenerlo sirviéndose de senderos de pastores no debía resultar fácil, así que en 1945 se emprendieron las tareas de adecuación de la antigua senda, que se prolongaron hasta 1950: se picó la roca para fijar cargas de dinamita que ensancharan el camino, se levantaron muros de piedra para construir la senda a nivel y se construyeron puentes de hasta de 60 metros de alto.


En esta ocasión fueron 45 obreros los artífices (murieron dos). Años después a este camino se le ha dado uso turístico.

El trazado es sencillo y poco técnico, aunque la ruta es larga y no tiene salida nada más que por el principio o por el final (su dificultad oficial es media). Es una de las rutas de senderismo más frecuentadas de España, pero hay que tener en cuenta que tiene piedras sueltas y que, como he dicho, no tiene escapatorias ni lugares para avituallarse o descansar fácilmente. Mucha gente lo que hace, como pude ver, es empezar la ruta en uno de los dos extremos, normalmente en Caín (esa parte es más fácil), andar lo que consideran oportuno y luego volverse por donde han venido. Está bien para hacerse una idea, pero se pierde uno partes interesantes de la ruta. La otra opción es pagar a alguna de las empresas de aventura que ofrecen servicios de recogida: te recogen al final del recorrido, una vez que se ha hecho en uno de los sentidos, y te llevan por carretera de vuelta al lugar donde se aparcó el vehículo propio. Esta opción me parece muy buena, aunque exige cierta planificación y cuesta dinero. Nosotros, que somos bastante dados a improvisar, optamos por ir de Poncebos a Caín y volver. En cada tramo se echan unas tres horas y media, en principio. La ruta es apta para cualquier persona que sea joven y/o activa, aunque ir y volver ya no es tan fácil (para eso, hay que tener un mínimo de forma física o ser una persona dura y resistente en el momento de la verdad, como lo es María, por ejemplo). Para los menores no es recomendable la experiencia, porque se circula durante horas junto a un cortado de medio centenar de metros.


Como dije antes, los puntos de inflexión del recorrido son elementos introducidos por el hombre. Destacan el Caserio de Culiembro (kilómetro 7, está abandonado, pero es la vivienda más entera que se puede ver en toda la ruta), la Pasarela de los Martínez y los puentes (Puente Bolín a los 9.800 metros y Puente de los Rebecos a los 10.500 metros), que cambian el sendero de lado del desfiladero.


Ir viendo todos esos elementos introducidos en el fabuloso paisaje es impresionante. La Pasarela de los Martínez, por ejemplo, se construyó en 2012 a raíz del hundimiento de un gran volumen de roca conocido como La Madama de la Huertona. Ese desprendimiento imposibilitó el paso, porque provocó la desaparición de un trozo de sendero, pero se actuó con prontitud y se construyó la pasarela, que se ha convertido en una nueva atracción gracias a la vista al vacío que ofrece.



También hay en el recorrido alguna otra pequeña construcción abandonada y se puede ir viendo a ratos el propio canal de conducción de agua, pero los elementos de factura humana más vistosos están llegando a Caín, donde hay una serie de túneles que están abiertos en la roca viva.


Durante kilómetros no se ve a demasiada gente (aunque nunca se va solo), pero llegando a Caín uno sí empieza a cruzarse con más personas, sobre todo si se llega sobre las doce del mediodía, como fue nuestro caso, ya que la gente, como he dicho, va a Caín, recorre ese principio del camino, llevadero y espectacular, antes de volverse. El río allí va más encajonado y se aprecia bien como el mismo ha cortado la roca durante el transcurso de miles de años.

Por mi parte, cuando vi la Presa de Caín deduje que habíamos llegado al final de nuestro trayecto de ida y, en efecto, el pueblo estaba ya unos centenares de metros más allá. En Caín, en el Hostal La Ruta, nos metimos entre pecho y espalda unos bocatas (de jamón yo y María de queso) y uno botellines de cerveza que supieron a gloria. María se echó a descansar en un pradillo un rato y yo atravesé el pueblo y fui a ver por donde seguía la ruta PR-PNPE 3, que en realidad termina en Posada de Valdeón. Esa continuación son 9 kilómetros más, parece que muy duros, así que estaban fuera de nuestras posibilidades teniendo que volver a Poncebos.

Lo que sí pude ver es que Caín de Valdeón es un bonito pueblo donde se nota que la Ruta del Cares deja bastante dinero. Tiene varios restaurantes y hoteles, y está muy cuidado. Dada su ubicación y sus 69 habitantes oficiales por desgracia no estaría tan lustroso si no fuera porque es el principio o el final de una de las rutas senderistas más célebres de España.


En el Cementerio vi la tumba de Gregorio Pérez Demaría, El Cainejo, nacido en Caín, que fue junto con Pedro Pidal el primero en alcanzar la cima del célebre Naranjo de Bulnes, el 5 de agosto de 1904. Varias placas y monolitos honran su memoria en su pueblo natal.

Cuando podamos volveremos a Caín para ir desde allí hasta Posada de Valdeón. Mientras tanto, lo que hicimos fue emprender el camino de vuelta, sobre las dos de la tarde, sin apoltronarnos mucho más. De vuelta nos cruzamos de nuevo con gente a la que habíamos visto una hora y media antes saliendo de Caín. El regreso tuvo dos cosas positivas y una negativa. La primera positiva fue que pasada la primera hora se redujo considerablemente el número de personas a nuestro alrededor. Por la tarde vimos a muchas menos gente, nunca tuvimos la sensación de ir completamente solos, pero la separación entre los pocos caminantes que circulábamos era considerable. La segunda cosa positiva fue la perspectiva: por mucho que mires de vez en cuando hacia atrás cuando avanzas, si vas en una dirección lo que ves principalmente es la perspectiva de lo que llevas delante. Haciendo el camino de ida y vuelta vimos la perspectiva del camino en ambos sentidos. Por el contrario, lo negativo fueron los 2 últimos kilómetros. En efecto, en la vuelta subimos a Los Collaos por la vertiente que habíamos bajado por la mañana y eso no fue mal, pero la última bajada fue el peor momento de toda la travesía: para subir por esa pendiente, llena de rocas sueltas en muchos casos, el calzado que llevábamos no nos había dado problemas (eran simples botines de correr), pero para bajar la falta de agarre estuvo a punto de costarnos un disgusto. Con paciencia y mucho cuidado bajamos, de manera que la cosa no llegó a más, pero yo pegué dos resbalones que casi me hacen caer de espaldas y María dio también alguno que otro, uno de ellos en un lugar donde había sangre fresca en el suelo...



Ese final sirvió como colofón para hacernos recordar que la Ruta del Cares es apta para mucha gente, sobre todo si no se hace entera o no se pretende ir y volver en la misma jornada, pero nunca debe menospreciarse. De hecho, desde 2001 han muerto haciendo la ruta cinco personas, el porcentaje es bajísimo, teniendo en cuenta que recorren el sendero del orden de 250.000 personas al año, pero cada muerte es una tragedia de tal calibre que nunca hay que olvidar que a la naturaleza siempre hay que respetarla y que, aún así, nunca se está del todo seguro (por desgracia, la mayoría de las muertes, así como gran parte de los accidentes que hay, son consecuencia del desprendimiento de rocas, poco se puede hacer ante eso). Afortunadamente, para nosotros todo fue positivo.


Como anécdota final de la Ruta del Cares no está de más dedicarles unas palabras a las cabras que se ven en diversos puntos del trayecto, que tienen más tiros dados que La Potito, mucho ojo porque no tienen el más mínimo problema en quitarte el bocadillo si te ven despistado...


Tras los 28 kilómetros de senderismo picoeuropeista del primer día, nuestra idea era hacer otra ruta al día siguiente por el entorno de los Lagos de Covadonga, mi otra espinita clavada en Asturias. Por la noche, tras la jornada del Cares, María y yo estábamos fundidos, pero decidimos no cambiar los planes e intentar subir con nuestro coche a los Lagos (en verano dejan subir con vehículo privado solo hasta las 8'30 horas). En consecuencia, al día siguiente nos pegamos un buen madrugón, pero fuimos más lentos de la cuenta, nos entretuvo el desayuno (elegimos mal el lugar donde desayunar en Ribadesella) y cuando llegamos a Cangas de Onís vimos que, por poco, íbamos tarde y que no nos iban a dejar subir ya. En vista de eso, aparcamos cerca de la Estación de Autobuses de Cangas de Onís y allí cogimos el primer bus de subida. Nuestra obsesión era evitar las multitudes, no queríamos por nada del mundo ver los Lagos como una especie de Parque Temático de los Picos de Europa. Afortunadamente, si el día antes la Ruta del Cares había sido una positiva sorpresa en ese sentido, los Lagos tampoco fueron menos. El autobús iba con gente y arriba vimos que ya había unos cuantos coches, pero la sensación fue de que por aquella inmensidad de espacio estábamos cuatro gatos a aquella hora.

En la zona de los Lagos no solo están estos, sino que hay otros elementos de interés. Estos elementos y los propios Lagos los han unido en una rutilla a la que llaman Itinerario Corto. Es, sin ánimo de ofender, el itinerario para turistas. No nos encontramos masificaciones y eso nos gustó, pero María y yo tampoco quisimos quedarnos con el somero barniz que la gente se lleva de los Lagos. Aún así, nuestro primer impulso fue seguir ese Itinerario Corto, que es el que recomiendan a todo el mundo nada más llegar. El Centro de Visitantes, su punto de partida, aún estaba cerrado a las nueve, pero cruzamos el Arboreto (un recinto vallado con especies vegetales autóctonas), que tampoco ofrece otra posibilidad que la de echar un vistazo, y después vimos con interés la zona de las Minas de Buferrera, una antigua mina de hierro y manganeso habilitada para una breve visita.



Luego llegamos ya al extremo del Lago La Ercina.


Había por allí unos cuantos haciéndose fotos con las vacas y con ese cachillo de lago, y volviéndose, y María y yo decidimos sobre la marcha que no habíamos subido hasta allí sólo para eso. En el mapa que nos habían dado en la caseta de información estaba marcado el Itinerario Corto, pero también el PR-PNPE 2, llamado Ruta de los Lagos, un sendero que hace lo que veníamos haciendo nosotros, pero que en vez de volverse al llegar al Lago La Ercina continúa y une este lago con el Lago Enol siguiendo un caminito que bordea por detrás el Pico El Mosquital y el Pico Bricial, que están bastante juntos.

Estábamos cansadillos, pero ya más activos, de modo que al ver que esa ruta no ofrecía dificultad y que no teníamos prisa, decidimos seguirla.


La sorpresa fue mayúscula. El sendero es apto para todos (incluso para niños, nosotros volveremos, seguro, con Ana y con Julia) y es espectacular. Fueron apenas unos 5'5 kilómetros que hicimos con mucha calma en 1h45.


En el recorrido vimos zonas donde uno puede sacar una manta, un bocata y hacer un respetuoso pícnic con los niños. Sin dificultad, se recorren de extremo a extremo ambos lagos por sus orillas, se ve de manera mucho más clara que son charcos (no van a ellos corrientes de agua ni son el origen de ningún río, son acumulaciones de agua de origen glaciar) y se sumerge uno en el paisaje de los Picos de Europa con un mínimo de profundidad.

Incomprensiblemente nos cruzamos en toda la ruta solo con dos parejas, durante más de una hora solamente vimos vacas. Al final, ya sí vimos más gente (dos familias con dos niños cada una y otros dos chicos). En total, catorce personas en casi dos horas. Me sorprendió que la gente suba hasta los Lagos y no se de ese paseito, que no ofrece dificultad alguna, para irse con una visión algo más real de lo que es aquello.

Especialmente bonito es el paso por el Bosque Palomberu, un hayedo en el que, por lo visto, se refugian corzos, jabalíes, zorros y una gran cantidad de aves (nosotros, afortunadamente, no vimos más que pájaros). Antes de eso se pasa por el lago fantasma, el Lago Bricial. Este es considerado el tercer lago y es fantasma porque en verano no está, lo que se observa en su lugar es la Vega del Bricial. En origen, los Lagos eran siempre tres, pero el desarrollo geológico de la zona hizo que varios sumideros y fallas acabasen por vaciar el Lago Bricial, por lo que ahora este sólo se forma durante unas pocas semanas, en épocas de muchas lluvias o de deshielo. Este fenómenos ni siquiera se produce todos los años, por lo visto ocurre cada cinco años de media, aproximadamente. Nosotros bordeamos la Vega, evidentemente no había ni rastro del Lago, pero hubiera sido una pena dejar de lado el lugar donde se forma.

Al volver a la zona turística los autobuses que iban y venían, ya sin descanso, habían llevado allí a mucha más gente, pero ni aún así aquello parecía masificado. María y yo completamos el recorrido estándar con lo que nos faltaba: la visita al Centro de Visitantes Pedro Pidal, algo decepcionante, porque el mismo se centra en todos los Picos de Europa, pero de una manera muy superficial, y la subida al Mirador del Príncipe, este sí muy recomendable por las vistas que ofrece de los Llanos de Comeya (que son una cubeta glacial, se aprecia genial, desde arriba, como esa vega también fue un lago que se ha vaciado como si fuera un lavabo). No subimos al Mirador de Entrelagos, porque la niebla había caído a tope y porque siempre hay que dejarse algo para una próxima visita.

Los Lagos de Covadonga fueron un broche de oro a nuestros dos días de paseos por el Parque Nacional Picos de Europa.


Reto Viajero MONUMENTOS DESTACADOS DE ESPAÑA
Visitado PARQUE NACIONAL PICOS DE EUROPA.
En 1997 (primera visita), % de Monumentos Destacados de España visitados en el Principado de Asturias: 100% (hoy día 100%).
En 1997 (primera visita), % de Monumentos Destacados de España visitados: 20% (hoy día 39%).


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