30 de agosto de 2021

LLANES 2021 (VISITA DE AGOSTO)

En todos los post que he escrito en los últimos días, dedicados a nuestra estancia de este mes de agosto en el Principado de Asturias, he dicho que la misma ha sido diferente a las habituales. En esta ocasión hemos estado, como siempre, en la casa que mis padres tienen en Llanes, pero, por primera vez, ellos no estaban allí. Tampoco hemos coincidido con mi hermana y su marido. A cambio, durante una semana, además de con mi sobrina Lucía, hemos estado conviviendo con mi amigo Dani y con su familia. Las vacaciones las hemos pasado juntos, lo cual ha sido una novedad. Ellos no conocían Asturias, por lo que hemos hecho cosas que son típicas en las primeras visitas a esa región. Unas han sido en Llanes y otras no.

De algunas de esas cosas que hemos hecho fuera de los límites del concejo llanisco ya he hablado. En concreto, he escrito sobre lo que hicimos en Colunga, en Cangas de Onís y, también, en el Parque Nacional de los Picos de Europa. No he mencionado todavía, sin embargo, que visitamos el cántabro Parque de la Naturaleza de Cabárceno y que bajamos por el Río Sella en piragua.

Sobre esto último, no puedo dejar de comentar, aunque no es el objeto de este post, que la de este verano ha sido la tercera ocasión que he hecho completo el Descenso del Sella en canoa, comenzando en las inmediaciones de Arriondas y acabando en el postrero punto adonde se puede llegar, que se halla quince kilómetros río abajo. Hubo otro año me quedé a medio camino.


La primera vez que completé los quince kilómetros fue en 1998 y fui con mi hermana Inés. Repetí en 2009. Ese año remé con María, pero con nosotros vino, de nuevo, mi hermana, en esa ocasión con la pareja que tenía en aquellos tiempos. Luego, en 2016 llevé, literalmente, a mi madre, que tenía una ilusión enorme por vivir la experiencia. Ella no remó. Ese día, María fue en otra piragua con Ana y con Julia, que tampoco tenía edad de emular a Saúl Craviotto. Por eso, nos quedamos en el primera de las llegadas intermedias, que está a siete kilómetros de la salida. Este 2021, Dani y Ángela querían vivir ellos su propia experiencia piragüista y, por esa razón, me decidí a bajar remando por el Río Sella por cuarta y, seguramente, última vez en mi vida. Lo de la última vez lo digo porque este mes de agosto he visto un espectáculo bochornoso en las aguas de ese precioso río asturiano, y no tengo necesidad de volver a presenciarlo. En 2016 la cosa ya estaba chunga, pero de nuevo he vuelto a comprobar que, a veces, aunque parezca que algo no puede ir a peor, todavía puede llegar a empeorar más. Realmente, no es necesario que en la actualidad el Rio Sella esté como yo lo vi en 1998. La verdad es que entonces bajamos casi solos. En 2009 el tema había empezado a desmadrarse un poco, pero el ambiente era bueno y la cantidad de gente no era tan molesta. Siete años después me encontré conque la masificación estaba empezando a arruinar la diversión. Había canoas por doquier y en muchos puntos ya era difícil remar en condiciones. Pese a esto, no quise cargar las tintas sobre lo poco que me había gustado ver el Sella petado, porque mi madre se lo pasó de miedo y no quería ir de aguafiestas, pero yo recordaba como había sido nuestro descenso en 1998 y lo cierto es que me dio un poco de pena la evolución. No obstante, todos tienen derecho a hacer lo que les plazca, si no molestan al prójimo. Yo estaba en el río ese día, llevando a una señora de 66 años, e, igualmente, los demás también estaban allí a lo suyo. Sin más. Este 2021 iba preparado para algo similar, pero, como digo, hay veces que la decadencia de las cosas parece no tener fin, y, en este caso, el pasado miércoles vi que el Río Sella en verano se ha convertido en un circo... de los horrores. En efecto, la masificación ya es el menor de los inconvenientes. Lo peor, ahora, es la patulea de jóvenes que llenan las aguas. Muchos van borrachos y los hay que bajan, haciendo como que reman, claramente colocados. A menudo es imposible escuchar los sonidos de la naturaleza, porque el río está lleno de individuos que gritan tonterías o que, directamente, llevan en la barca reproductores de música a toda voz. El problema no es ya la calidad de la música que oyen, que evidentemente es paupérrima. Es que, aunque fuera de la que a mí me gusta, la actitud no me parecería lógica. A lo largo de la primera parte del recorrido hay que aguantar los botellones itinerantes del personal. Del mismo modo, toca soportar las pamplinas de los que van bebidos o drogados, y necesitan que todo el mundo lo sepa. También hay que sufrir el postureo más ridículo de la peña, que esa es otra. Por último, vi hasta una despedida de soltera, en la que las pavas iban disfrazadas de forma grotesca... En fin, que durante los primeros siete kilómetros me resultó harto difícil avanzar entre aquella turba de gente, que se mezclaba con las personas normales. Por suerte, esta vez no nos quedamos en la primera parada y eso cambió mi percepción final de la experiencia. Como era de esperar, la chusma no pasó del kilómetro siete. Quieras que no, el hecho de remar cansa, aunque vayas a dos por hora, y como ese tipo de personajes no están en el Sella para hacer deporte, ni para disfrutar de la naturaleza, sino para hacer el vaina, pues al final lo dejan a las primeras de cambio. En consecuencia, más allá la cosa varía radicalmente.


Durante los ocho kilómetros restantes aún vi bastante gente, pero su talante era diferente. Los había que hacían tonterías, los había más o menos flipadillos, los había que bromeaban, porque aquello no era un funeral, pero el ambiente cambió. Las personas normales viven y dejan vivir, y no se dedican a incordiar a los que van al lado.

En definitiva, como decía, en la semana que hemos estado en Asturias hemos hecho muchas cosas y no todas han sido en Llanes. Sin embargo, en total, en este concejo es donde hemos pasado más tiempo. Dado que Dani y Ángela no habían estado nunca por allí, no faltó el paseo por La Galguera, la aldea en la que mis padres tienen la casa.

También nos dimos una vuelta por Llanes el primer día, como es preceptivo. En este sentido, Dani y Ángela no son de los que quieren conocer cada rincón de los sitios a los que van, por lo que solo fuimos a Llanes capital un día, y despachamos la visita con un paseo largo, pero estándar. Como es lógico, les enseñamos el Paseo de San Pedro. Luego, tras bajar de él, fuimos bordeando la línea de costa hasta el Fuerte de La Moría. Después de asomarnos al mar desde ese punto, nos internamos en el Puerto, por la Calle Tomás Gutiérrez Herrero, y cruzamos la ría por la pasarela que construyeron en 2015. Ya en el otro lado, fuimos por la Calle Marqués de Canillejas hasta el Puente de las Barqueras, por donde volvimos a cruzar al margen opuesto de la ría. Tras una breve parada en la Plaza de Parres Sobrino, bordeamos el meollo llanisco sin penetrar en él y nos dirigimos de nuevo hacia el entorno del Paseo de San Pedro, concluyendo allí nuestra ruta circular. Fue un recorrido más amplio que el que hicimos cuando mi cuñada estuvo en Llanes, hace unos años, pero aún así yo no me hubiera dado por satisfecho, si el que hubiera estado conociendo la población por primera vez hubiera sido yo. No obstante, este pueblo lo conozco al dedillo y cuando hago de cicerone me adapto a los deseos de las personas a las que voy guiando. En este caso, Dani y Ángela se quedaron contentos con el tour, por lo que no tengo nada más que decir.

De todos modos, este año no volvimos más a Llanes capital, pero sí nos movimos un poco por el concejo. Ahí tengo que reconocer que manejé un poco la situación, de acuerdo con mis intereses. Quería ver alguna entidad poblacional nueva, como siempre, y también alguna playa en la que nunca hubiera estado. Asimismo, tenía una cuenta pendiente en el Complejo de Cobijeru y pensé que podía ser el momento de saldarla. En definitiva, rebusqué qué planes podíamos hacer, que fueran atractivos para Dani y para Ángela, y que me sirvieran a mí para profundizar en el conocimiento que ya tengo del concejo llanisco. Aparte de la tarde que estuvimos en el casco urbano de Llanes, tenía que organizar otra jornada por los alrededores, tal y como habíamos hablado. Todos se habían puesto en mis manos para hacer algo interesante ese día y yo tenía libertad de elección, por lo que maquiné un plan que fuera del gusto general. Tenía a mi favor que el Complejo de Cobijeru es suficientemente llamativo como para ir a verlo con alguien que no conoce nada del entorno. Era, por tanto, un lugar al que quería volver, pero además ir con Dani y con Ángela estaba totalmente justificado. He dicho que tenía un par de cuentas pendientes con ese sitio desde 2018, y estas eran entrar en la Cueva de Cobijeru y pasar por encima del Salto del Caballo. Sin embargo, antes de meterme en faena con ellos decidí darme un chapuzón en la gélida Playa de Cobijeru, para asomarme a la cueva que tiene al fondo.


La Playa de Cobijeru es una playa interior que yo creo que es tan espectacular como la de Gulpiyuri, pero que no tiene la misma fama. Se trata de un agujero lleno de agua de mar, la cual pasa a través del acantilado



Esta playa constituye el eje del Complejo de Cobijeru, pero la Cueva de Cobijeru, subiendo por los acantilados, realmente se lleva la palma en cuanto a espectacularidad. Tiene 120 metros de profundidad y desciende hasta el mar por debajo de los acantilados. 



En 2018 no me atreví a meterme por la boca de la cueva, pero esta vez dos circunstancias jugaron a mi favor. En primer lugar, estaba con Dani, que no sufre de claustrofobia, como le pasa a María. Tenía, por tanto, un acompañante que estaba dispuesto a entrar conmigo. Además, tuve suerte, y al llegar a la entrada de la cueva una chica me dijo que sus acompañantes habían entrado. Ella estaba algo intranquila, porque llevaban un buen rato dentro, pero yo pensé que, si otros habían accedido por las buenas, no podía ser tan difícil asomarse. No me equivoqué. No obstante, la cueva acojona al principio, porque no se ve un pimiento y es muy baja en su primera parte. 



Luego el techo se hace más alto y, además, se empieza a ver luz al final. Da un poco de yuyu, porque sin la linterna uno no se vería ni la mano, y tampoco está claro que no haya posibilidades de perderse ahí dentro. Sin embargo, nos ayudó el hecho de cruzarnos con la otra familia, que salía cuando nosotros entrabamos. Al final de la cueva, la misma se abre al mar y se llega a la parte más espectacular.




En nuestro caso, la marea estaba baja y eso nos dio la posibilidad acercarnos bastante a la boca de la cueva por el lado del mar.



No obstante, tampoco era plan de echar raíces en ese lugar, no fuera a subir la marea más de la cuenta. Todos conocemos historias recientes de gente que se ha quedado atrapada en cuevas. Por ello, echamos allí cinco minutos y luego nos volvimos.


El otro sitio que quería ver bien en el Complejo de Cobijeru era el Salto del Caballo. En realidad, lo que me apetecía era pasar por encima del mismo, porque verlo desde la perspectiva de la foto inferior ya lo había hecho.


Sin embargo, no había subido al lugar donde está el que sale en la imagen. Esta vez, sí trisqué las rocas hasta arriba. Desde allí se ve a la perfección como el agua pasa por el gran boquete, denominado Salto del Caballo, y ha horadado más aún la piedra, hasta el punto de que ha hecho otro agujero que ha creado la Playa de Cobijeru.



Desde el Salto del Caballo se ve un panorama alucinante de la costa llanisca. En estos años ya he hecho fotos de muchos puntos en los que los acantilados son espectaculares. Este es otro más.


Hay que decir que para llegar a la Playa de Cobijeru hay que darse un paseito. Yo creo que eso ha protegido hasta ahora ese enclave, que, sin estar vacío, no se encuentra masificado. El camino que hay que recorrer empieza en Buelna y no es muy largo, pero hay que hacerlo.



En el trayecto se encuentra uno con otra cueva, la tercera y última de la que voy a hablar en este post. Se trata de la Cueva de las Raíces.


En esta cueva también penetramos un poco, pero no tanto como en la de Cobijeru. En cualquier caso, el camino que hay que hacer hasta la zona de los acantilados para mí es un aliciente, más que un problema. Como he dicho, a diferencia de lo que pasó en 2018, que pudimos aparcar junto a la valla que he fotografiado arriba, esta vez el coche tuvimos que dejarlo en Buelna, y eso me sirvió para recorrer entera esta aldea y poder tachar una nueva población de la lista de localidades de Llanes que ya conozco. Con Buelna, ya son 22, de las 71 que tiene el concejo. En En Ole Väsynyt he mencionado 14.


Buelna es un pueblo pequeño, pero tiene mucho encanto. Está al borde de la N-634, que hasta hace poco era la carretera que unía San Sebastián con Santiago de Compostela, recorriendo, paralela al mar, toda la costa del Mar Cantábrico. En la actualidad, se ha construido una autovía, quedando destinados, algunos trozos de la N-634 que se han conservado, a dar servicio al tráfico local. Esto es, precisamente, lo que ha pasado en Buelna. La N-634 sigue pasando junto a la población y da acceso a ella, pero la autovía no está muy lejos.


Como dije antes, en estas vacaciones quería ver alguna entidad poblacional nueva, y eso lo logré al ir a Buelna, pero también quería conocer una playa en la que nunca hubiera estado. Por suerte, la tarde del día que visitamos la de Cobijeru teníamos previsto ir a otra más. Era mi oportunidad de estrenar alguna y no la desaproveché. En la cercana Playa de Vidiago nunca había estado, y era lógico ir a ella, porque estaba cerca del Complejo de Cobijeru, así que encaminé a la comitiva hacia allí. Corrí un cierto riesgo, porque no tenía ni idea de lo que me iba a encontrar. Cuando llegamos, descubrí que la Playa de Vidiago es un roquedal.



En efecto, cuando nosotros arribamos lo que nos encontramos fue una playa de roca. El lugar es precioso, pero no había ni un centímetro cuadrado en el que no hubiera cantos rodados. No era lo esperado, pero, por fortuna, el problema no fue grave. Nos colocamos en la base de los acantilados, en una zona de piedras más grandes, en las que pudimos sentarnos, merendamos cómodamente, los niños jugaron un rato por allí, disfrutamos de la tranquilidad y la belleza de ese paraje, y cuando nos quedamos a la sombra y empezó a hacer un poco de frío, nos fuimos.

Luego me he enterado de que la Playa de Vidiago es mucho más grande cuando la marea está baja, y sí tiene arena. Por lo visto, el mar desciende lo suficiente como para que se una a la Playa de Bretones, de la que está separada por un promontorio (en la foto que he puesto arriba, es el saliente que tiene la casa encima). Cuando la marea sube las dos playas se separan por completo, y toda la zona arenosa desaparece. 


En la Playa de Vidiago desemboca el Río Novales. Me gustaría volver, para verla con la marea baja, pero ya considero que la conozco lo suficiente. En consecuencia, puedo decir que, de las 53 playas que tiene el concejo de Llanes, a día de hoy he visitado 17 y he mencionado 14 en este blog. 

Lo que sí vi, en esta ocasión, es que la Playa de Vidiago es muy buena para la práctica del surf. Me pareció que no había principiantes entre los surferos, o al menos no había gente aprendiendo con monitores. En cualquier caso, una veintena de valientes se pegaron media tarde en el agua, a pesar de que estaba fría para reventar, y de que hacía bastante fresquete.


En definitiva, un verano más nos dejamos caer por Llanes unos días y, como siempre, fue muy positiva la experiencia. Realmente, no ha habido dos años iguales, y María, Ana, Julia y yo mismo, nunca hemos dejado de pasarlo bien. No obstante, la segunda estancia de este 2021 fue más novedosa que ninguna otra, y perdurará en mi memoria, sin duda.


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado LLANES.
En 1997 (primera visita), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en Asturias: 13'3% (hoy día 60%).
En 1997 (primera visita), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 11'8% (hoy día 35'7%).


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