31 de agosto de 2021

ZAMORA 2021

La primera vez que estuve en Zamora tenía nueve años. De aquella breve visita solo recuerdo la Plaza de Viriato. En ella, una señora abordó a mis padres, no recuerdo con qué pretexto, y se pegó un buen rato dándoles la chapa, con una historia relacionada con Viriato. La mujer se encendió, hablando del caudillo lusitano, y la anécdota quedó para la historia. No regresé a la ciudad hasta catorce años más tarde. En esta ocasión me alojé en el Parador de Zamora, que se encuentra ubicado en el Palacio de los Condes de Alba y Aliste, y se asoma, precisamente, a la Plaza de Viriato


En la segunda visita mis padres también estuvieron presentes y con ellos fui a ver Las Edades del Hombre. Esta exposición estuvo (y está) organizada por la fundación homónima, que se dedica a difundir y promocionar el arte sacro de Castilla y León. Realmente, Las Edades del Hombre no es una muestra concreta, sino un conjunto de ellas, que se han venido organizando anualmente desde 1988. Lo que sucede es que las mismas no tienen sede fija, sino que se han montado, hasta un total de 25, en diversos lugares, la gran mayoría de Castilla y León. La novena edición de Las Edades del Hombre se celebró en Zamora, en la Catedral del Salvador, y fue la que yo vi. Por desgracia, tengo que decir que me resultó decepcionante, aunque la responsabilidad del chasco fue casi toda mía, que no tenía ni idea de lo que iba a ver y no me había preocupado por averiguarlo. A mí, lo de las edades del hombre me sonaba a exposición sobre la evolución humana, por lo que esperaba ver desde útiles líticos de la prehistoria a incunables del siglo XV, pasando por sarcófagos egipcios y estatuas romanas. Dado que estudiaba historia, aquello me apetecía. Sin embargo, me encontré viendo un sucesión de salas llenas de arte sacro, que no me llama nada. Aquello me pareció un tostón. En cualquier caso, estaba pernoctando en el Parador y, evidentemente, tardé tres minutos en superar la decepción.

Una década después, en 2011, volví a Zamora y al Parador. Esta vez ya iba con María y con las niñas. Ana tenía tres años recién cumplidos, y Julia no llegaba a los doce meses de vida. La visita estuvo, por tanto, mediatizada por ese hecho. Nos la tomamos con mucha calma y, en realidad, nos limitamos a dar un paseo por la sucesión de calles que ejercen de auténtica espina dorsal del centro de Zamora. A través de ellas fuimos de un extremo al otro del casco histórico, porque, por un lado llegamos al entorno de la Plaza del Maestro, y por el otro a la Plaza de la Catedral.


Una de las cosas que mejor recuerdo de la visita de 2011 fue la cena. A Ana y a Julia ya les habíamos dado de comer antes y se las veía cansadas. Estaban más o menos tranquilas. Además, era pronto y teníamos margen, así que a María y a mí se nos ocurrió meternos a cenar con las dos pitufas en un restaurante italiano que vimos, llamado La Bravata. Tenía muy buena pinta y, a aquella hora, estaba vacío. Todo pintaba bien, pero las niñas, en cuanto se vieron en aquel sitio, se vinieron arriba, cada una a su modo, puesto que una era un bebé y la otra estaba en edad de hablar como el Pato Donald. En principio dio igual, pero al rato el local empezó a llenarse de parejas y de jóvenes en grupo, hasta que acabó petado, cuando nosotros aún no habíamos acabado. En ese momento, me di cuenta de que aquel no era un lugar para ir con niños un sábado por la noche. Realmente, cuando se llenó vi que no había mucha separación entre los comensales y que nosotros la estábamos liando un poco. En un contexto de cita romántica, en un restaurante italiano arregladito, no mola tener en la mesa de al lado a una niña de once meses que se dedica a aporrear los platos con los cubiertos y a dar grititos, y a otra de tres años que no para de parlotear a voces y que se empeña en bajarse de la trona, sí o sí, para irse de excursión por entre la gente. No obstante, no fue grave, de hecho lo recuerdo como una anécdota simpática, pero me dije que cuando volviera a Zamora intentaría regresar a ese restaurante de una manera más pausada.

Han transcurrido diez años desde aquel día, y este verano el destino nos ha llevado justo al mismo local...
 

Y digo que ha sido el destino el responsable de que hayamos vuelto al mismo sitio, porque al llegar a Zamora intenté recordar la ubicación de La Bravata y no pude ponerla en pie. Por ello desistí. Sin embargo, acabamos exactamente allí. Por casualidad, pasamos por delante y entramos. Ahora, Ana tiene 13 años, Julia casi 11, y el negocio se llama La Bocca di Baco. De todas formas, yo no he sabido que cenamos en el mismo emplazamiento hasta unos días después. Como hago siempre, me quedé con la dirección y al ir a apuntarlo en mi cuaderno-chuleta de recuerdos viajeros me di cuenta de que La Bravata y La Bocca di Baco estaban los dos en la Calle Aire, número 5. El local es el mismo, aunque el negocio haya cambiado de nombre. En ambos casos eran restaurantes italianos, pero La Bravata en su día me pareció un lugar más selecto que La Bocca di Baco, aunque puede que mi memoria me juegue una mala pasada en ese sentido. Aparte, ya no la vamos liando por ahí en igual medida. En la actualidad, el problema de ir con Ana y con Julia a los bares es que se comen a su padre por los pies, como está mandado, dada la edad que tienen. Cosas de la vida.

Con todo, en la presente visita de 2021 lo del restaurante sucedió a última hora. Antes, nos habíamos pegado un largo paseo, que superó con mucho al de 2001 y al de 2011. Esta vez no dormimos en el Parador. De hecho, nos alojamos en un apartamento, por lo que nos fuimos al otro extremo. El piso se encontraba en la Calle Divina Pastora, que está muy céntrica, pero que parece sacada de un barrio del extrarradio.


Lo que pasa es que, a la vuelta de la esquina ya está la Calle San Torcuato, que es una de las denominaciones que tiene la espina dorsal del centro a la que antes hacía referencia. 


Al igual que en 2011, nosotros volvimos a recorrerla entera, pero esta vez por el lado de la Catedral no nos quedamos en la Plaza de la Catedral, sino que accedimos a los Jardines de Baltasar Lobo



Los Jardines de Baltasar Lobo rodean el Castillo de Zamora. Nosotros no entramos en él, pero en el parque que lo circunda estuvimos un buen rato y nos asomamos a la Muralla en varios puntos.


Después, en lugar de desandar nuestros pasos, salimos del casco histórico por la Puerta del Obispo, que es la que da al sur, al Río Duero. Data del siglo X y es de las más antiguas de la ciudad.


Tras salir por la Puerta del Obispo cogimos la Avenida de Vigo. Esta calle bordea la Muralla por el exterior, ejerciendo de ronda de circunvalación del centro. A un costado lleva al Río Duero y por el lado amurallado permite contemplar las Peñas de Santa Marta.



Peñas de Santa Marta es la denominación que se le da a la roca sobre la que se asienta la zona sur del centro de Zamora. Dada la morfología de la gran afloración rocosa en ese punto, la misma se usó como base de la muralla.

Nosotros recorrimos la Avenida de Vigo hasta alcanzar la Calle del Puente. Por ella accedimos otra vez al centro. Apoyándonos en nuestro sentido de la orientación fuimos callejeando hasta llegar a la calle principal que ya conocíamos. Durante el callejeo pasamos por la Calle de los Herreros, que me dejó sin habla. Se trata de una vía bastante angosta, que está llena de bares a ambos lados. Los mismos no son negocios solo para comer, sino que son auténticos baretos, de los de beber calimocho y cerveza, y escuchar buena música rock. No era el día para un plan así, pero la existencia de semejante enclave queda anotado en mi memoria. Curiosamente, ese Hell's Corridor va a dar directamente a la Plaza Mayor zamorana.


En la Plaza Mayor enlazamos con el recorrido estándar que atraviesa el casco histórico, y desde allí nos dirigimos a la zona en la que cenamos. 

Aparte, al día siguiente por la mañana salí a correr, antes de que todo el mundo se despertara y reanudáramos el camino de vuelta a Sevilla, que habíamos empezado en Llanes 24 horas antes. Tras la tiradilla de 50 minutos, me detuve en la Plaza de la Marina Española.


Nunca había salido del centro de Zamora, por lo que esa fue mi primera toma de contacto con la zona moderna de la ciudad. Realmente, me queda pendiente una visita más exhaustiva a la misma, en la que pueda explorar a fondo sus principales monumentos, en la que me pierda por las calles del casco histórico, y en la que salga de sus límites con un margen mayor de movimientos. Otro aliciente extra será, sin duda, echar un rato en la Calle de los Herreros...


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado ZAMORA.
En 1987 (primera visita incompleta), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en la provincia de Zamora: 66'7% (hoy día 66'7%).
En 1987 (primera visita incompleta), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 2'7% (hoy día 35'7%).


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