9 de diciembre de 2016

EL BOSQUE 2016

Todos los años, a principios de diciembre surge en España el debate sobre la conveniencia de que haya en el calendario dos días de fiesta tan seguidos como el 6 y el 8 de diciembre. En ocasiones, esos festivos caen de manera que se forma un gran finde de cuatro jornadas, pero otras veces la semana queda como una cosa rara, en la que se alternan los días laborables (lunes, miércoles y viernes), con los festivos (martes y jueves). En estos años, los que pueden hacen algún puente, y los que no, van al trabajo cuando les toca, pero, en general, la ciudad parece que está funcionando a medio gas durante días. Como ya sabréis, 2016 ha sido así. 

Yo normalmente no suelo hacer nada especial en esos días, cuando la semana es rara porque no tengo vacaciones los días laborables, y cuando se forma un puente largo porque el mismo es perfecto para quedarse en casa, ya que todo el mundo está en danza e ir a cualquier sitio es complicado y más caro. Este mes de diciembre, sin embargo, María y yo hemos tenido la oportunidad de cogernos un día libre, y dado que tocaba año extraño, nos pareció buena idea pillarnos de permiso la jornada menos apetecible para la mayoría (el miércoles), e irnos tres días a algún sitio chulo. En principio barajamos posibilidades más osadas, pero al final hemos optado por no irnos muy lejos y disfrutar de una zona bonita y, a la vez, accesible: la Sierra de Grazalema, que en otoño está realmente preciosa.


En otros artículos de este blog ya ha quedado claro que desde hace unos años María y yo somos asiduos usuarios de Airbnb, un servicio que ofrece una manera barata de encontrar un lugar donde dormir en casi cualquier sitio. Sin embargo, esta vez nos apetecía cambiar un poco y decidimos volver a nuestras raíces: los albergues juveniles.

Antes de que nacieran las niñas, María y yo frecuentábamos bastante este tipo de albergues. En concreto, en Andalucía, hasta 2007 usamos mucho los que gestiona la Junta, aprovechando que estos alojamientos están bastante cuidados, y que ofrecen garantías de limpieza y comodidad, dentro de su relativa modestia, a un buen precio. Lo mejor de los albergues andaluces es que en ellos, a pesar de que no se reservan habitaciones, sino camas, es relativamente fácil que te ubiquen en una estancia en la que quepan justas las personas que van juntas. En Andalucía nunca he tenido que compartir habitaciones con desconocidos, y las mismas suelen tener el baño dentro, de manera que lo que acabas disfrutando es como un pequeño hostal con una buena relación calidad/precio. Cuando planeamos pasar estos días de diciembre en un ambiente campestre, se nos ocurrió recurrir de nuevo a los albergues y acabamos recalando en el Albergue Inturjoven El Bosque, uno de los que no conocía.


Como he dicho antes, cogimos de vacaciones el día más raro de la semana, el miércoles, con la idea de encontrarnos la zona lo más tranquila posible. Lo que no me podía imaginar es que íbamos a llegar al punto de tranquilidad de vernos completamente solos en el albergue (el primer día había un solitario señor en una habitación de nuestro pasillo, al que apenas vimos un momento, pero el segundo día ni eso). Al estar sin compañía en un establecimiento hotelero, uno corre el riesgo de acabar acojonado ante la posibilidad de ir a dormir en una especie de Overlook Hotel. El solícito recepcionista del albergue también nos podría haber recordado a Norman Bates, pero la verdad es que las instalaciones del albergue de El Bosque no son nada tétricas, y en ningún momento se rememoran, al ir por los pasillos del mismo, escenas de El Resplandor o de Psicosis, por muy solitarios que estén. Por el contrario, lo que nos trajo la soledad fue la posibilidad de acabar disfrutando en exclusividad, en el salón comunal, de la chimenea y del mando de la tele. Igualmente, las dos noches hicimos uso, para cenar, de las mesas de la zona de esparcimiento común, como si aquello fuera nuestro. En ese sentido, la jugada de elegir la noche del martes y la del miércoles para pernoctar en el albergue fue un acierto. Por otro lado, el desayuno estaba incluido y estuvo compuesto de pan y de cereales a discreción, lo cual estuvo muy bien. El café de máquina era venenoso, pero también se podía uno servir todo el que quisiese, por lo que nos pegamos un par de copiosos homenajes matutinos.

Hablando de comer, a lo largo del fin de semana me hubiera gustado hacerlo en el Hotel Restaurante Las Truchas. En él estuve con mis padres de pequeño y de no tan pequeño, y en él comí con María en 2008, la última vez que estuve en El Bosque (o la vez que estuve, mejor dicho, porque siempre que fui con mis padres simplemente comí en el restaurante, que está a la entrada del pueblo, y no vi nada más).



Sin embargo, esta vez no tuvimos ocasión de almorzar en el Hotel Restaurante Las Truchas, porque llegamos al pueblo el martes, justo a la hora de comer, nos instalamos en nuestro alojamiento y, como no era conveniente dar muchas más vueltas con dos niñas hambrientas y hartas de coche, comimos en el Bar Majaceite, un restaurante que está al lado del albergue y que resultó estar muy bien: tiene una terraza que da al Río Majaceite y al campo, los camareros fueron atentos y la comida estuvo rica. Yo me pedí trucha, la especialidad del lugar, pero también probé la ensaladilla y la misma resultó estar, aunque parezca mentira, a la altura de las mejores. Con respecto a las truchas, el Río Majaceite es famoso por ellas. Las mismas supongo que se podrán pescar en los momentos oportunos, pero las que se consumen de manera habitual se crían en piscifactorías construidas con las aguas del propio río. Justo enfrente del Bar Majaceite hay una, así que es obvio que el pescado era bien fresco. Más allá de la comida, lo mejor que tiene el sitio es la espaciosa terraza con vistas a una explanada de hierba que da al río. El martes hacía sol y fue un auténtico placer comer con toda la calma del mundo en ese lugar.


En El Bosque no comimos más (el miércoles hicimos una ruta senderista y comimos bocadillos, y el jueves ya almorzamos en Grazalema. Por las noches nos apañamos cenando en el propio albergue). Sin embargo, el martes por la tarde nos tomamos un Cola Cao en el Bar España, que da a la Plaza de la Constitución, y el miércoles hicimos otra paradita en la terraza del Mesón La Tapita, que también da a esa plaza. La diferencia, con respecto al martes, fue que era más tarde y cambiamos el Cola Cao por una cerveza.


En la Plaza de la Constitución estuvimos, por tanto, los dos días. La misma ya la conocía de mi visita de 2008. De aquella vez recordaba los árboles que hay en ella, que no son limoneros ni naranjos, son limanjos. Tras ocho años siguen ahí, con sus naranjas por un lado y sus limones por el otro.


Ambos días paseamos por el pueblo y vimos que el enclave más vistoso del mismo es, precisamente, la Plaza de la Constitución, así como la Calle Huelva que sale de ella y que hace un precioso recodo.




El Bosque es un pueblo atractivo. Tiene 2.000 habitantes y marca la entrada del Parque Natural Sierra de Grazalema por el oeste. Sin embargo, tiene muy cerca algunas de las poblaciones más bonitas de Andalucía, por lo que su belleza queda un tanto eclipsada por la de sus vecinos. Realmente, El Bosque no es un núcleo tan pintoresco, en conjunto, como Grazalema, Benamahoma o Zahara de la Sierra. Lo que sí tiene es el nombre más evocador. Me dan ganas de ir al pueblo nada más que por como se llama.


Más allá de pasear por algunas de sus calles y de apreciar como se enclava el núcleo poblacional en el entorno natural que lo circunda, la atracción más destacable de El Bosque es el Jardín Botánico El Castillejo, que está situado en el extremo más alto del casco urbano. El martes, tras la comida, subimos hasta allí y nos lo encontramos cerrado. Gracias al paseo nos recorrimos el pueblo entero, pero la subida es de las que castigan bien las piernas. El jueves, antes de irnos, volvimos a primera hora (en coche) y ya sí pudimos entrar. La mañana fría y soleada fue perfecta para recorrer el amplio espacio que ocupa el jardín botánico, que me sorprendió por lo perfectamente cuidados que están, tanto los caminos, como las plantas, que tienen todas sus cartelitos. El árbol-estrella del Jardín Botánico El Castillejo es, por supuesto, el pinsapo. Se trata de una especie de abeto, endémica de la Sierra de Grazalema y que es una reliquia viviente de los bosques de abetos del Periodo Terciario, que se desarrolló hace más de dos millones y medio de años.






La variedad de plantas presentes en el jardín botánico hizo que muchas no me sonaran ni de oídas. Descubrí, por ejemplo, que hay una especie vegetal llamada Sanguino, que es uno de los apellidos de mi familia (realmente, la especie se denomina científicamente Rhamnus Alaternus y es más conocida como Aladierna. Es un árbol propio de los entornos mediterráneos de sierra, y sus frutos tienen propiedades laxantes...).


Con la pausada visita al Jardín Botánico El Castillejo nos despedimos de El Bosque, tras haber disfrutado mucho los dos días que pasamos allí.



Reto Viajero MUNICIPIOS DE ANDALUCÍA
Visitado EL BOSQUE.
En 2008 (primera visita real), % de Municipios ya visitados en la Provincia de Cádiz: 38'6% (hoy día 50%).
En 2008 (primera visita real), % de Municipios de Andalucía ya visitados: 14% (hoy día 18'9%).


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