12 de julio de 2019

CONIL DE LA FRONTERA 2019

Cádiz, con sus 252 kilómetros, es la séptima provincia española con más longitud de costa, según el Instituto Nacional de Estadística. Por su parte, la Diputación de Cádiz en su Catálogo de Playas de la Provincia de Cádiz cifra en 285 los kilómetros que mide el litoral gaditano. Parece que el criterio a la hora de hacer el recuento no ha sido el mismo en ambos casos, ya que se puede optar por contar islotes, estuarios de ríos y algunas zonas de marisma que están limítrofes con el Océano Atlántico, o bien no hacerlo. Sea como fuere, lo que es seguro es que en la provincia gaditana dan al mar 17 de sus 45 municipios y, de ellos, 16 se reparten las playas y calas que se han contado. En relación con esto, la controversia con el número de playas vuelve a ser grande, ya que la Diputación de Cádiz identifica 83, pero la Junta de Andalucía, en su Catálogo General de Playas de Andalucía, lista 98. Cotejando ambos listados, a mi me salen 101 playas. Para acabar de complicar la cosa, es un hecho que, a nivel popular, el número se amplia, cuando se subdividen algunas, atendiendo a las maneras en las que la gente denomina ciertas partes de la costa. Yo voy a dar por mezcla de las dos divisiones oficiales. De esa forma, puedo decir que he estado en 23 de las 101 playas que he fijado. Me falta, por tanto, bastante por explorar.

En otro orden de cosas, la primavera ha sido muy poco pródiga en viajes para mí, pero ya llegó el verano y aunque el grueso de mis vacaciones tendrá lugar en la primera quincena de agosto, la pasada semana aprovechando que tuve cuatro días libres decidí que ya era hora de cambiar la dinámica y de volver a salir un poco de casa. María aún trabajaba, pero las niñas ya acabaron el colegio, por lo que programé una escapada playera con ellas. Como he dicho, en la costa gaditana tengo bastantes cuentas pendientes, por lo que dirigí la mirada a uno de los sectores del litoral que no conocía, el que pertenece al municipio de Conil de la Frontera. Allí hemos pasado Ana, Julia y yo cuatro jornadas que han sido verdaderamente entrañables.


Con respecto a las playas de Conil, el municipio cuenta oficialmente con ocho. Nosotros estuvimos tres noches alojados en una apartamento en el centro de la población y uno de mis objetivos desde el primer momento fue conocer bien el mayor número de aquellas. Sin embargo, finalmente solo estuvimos en las más urbanas, la Playa de los Bateles y la Playa de la Fontanilla, visitar las otras implicaba más parafernalia y en esta ocasión me di por satisfecho visitando únicamente estas dos, entre otras cosas porque son magníficas.


La mayoría del litoral de Cádiz que da al Océano Atlántico está conformado por una amplia lengua de arena que ha sido respetada por el ser humano hasta unos niveles bastante sorprendentes hoy día. Hay puntos más edificados, sobre todo en la parte noroeste, pero desde la gaditana Playa de Cortadura hasta la Punta de Tarifa la sensación es que hay kilómetros y kilómetros de costa en los que se ha conseguido mantener el equilibrio entre las necesidades playeras de la población y la obligación moral de preservar la belleza natural del paisaje costero. La zona ribereña a la que da el casco urbano de Conil es un ejemplo de ello.


Ese sector lo tenía injustamente olvidado, la verdad es que en el tramo de que va desde el final de la playa chiclanera de La Barrosa hasta el principio de la Playa de El Palmar, que pertenece al término de Vejer de la Frontera, hay casi 11.500 metros de costa que estaban totalmente eclipsadas para mí por la belleza de los parajes contiguos. Esos once kilómetros y medio de litoral del municipio de Conil los había marginado involuntariamente hasta ahora, en parte porque todo el intervalo que va desde la citada Playa del Palmar hasta Tarifa es uno de los lugares más bonitos que han visto mis ojos y se ha llevado con frecuencia el protagonismo.

Como decía, la zona del litoral a la que da el casco urbano de Conil, que es la que he visitado la semana pasada para ir saldando mis cuentas pendientes, es un ejemplo claro de como se ha mantenido el equilibrio entre el instinto invasivo del ser humano y la necesidad de no dañar la frágil belleza que suele caracterizar a las costas. En efecto, Conil es un pueblo de 22.000 habitantes que incluso tiene paseo marítimo, pero el mismo está bastante lejos del mar, ya que no solo se ha conservado intacta una amplia franja de arena, sino que incluso hay una trozo de vegetación entre esta y el Paseo que hace que se pueda disfrutar de la playa sin que le atosigue a uno la civilización, que en realidad está a dos pasos.



Por mi parte, el hecho de haber estado en dos playas que, siendo urbanas, se han respetado al máximo, ha hecho que finalmente no haya sentido la necesidad de buscar arenales más agrestes. Debido a ello tendré que volver por la zona para explorar tramos de la costa que realmente alcanzan un nivel de virginidad real.

Con respecto a la Playa de los Bateles, la tarde del martes estuvimos en su lado este, pero tanto la mañana de ese día como la del miércoles nos fuimos al otro extremo. Allí, en su límite oeste, la playa acaba de manera abrupta en el punto donde desemboca el Río Salado, que no se llama así por casualidad (en su desembocadura el agua salada se funde con la dulce y la mezcla se introduce un trecho hacia el interior, dando la sensación de que el agua que fluye por el río tiene sal).



Realmente este río limita por el este el casco urbano de Conil. Más allá la playa es casi virgen hasta el Cabo de Trafalgar y la ausencia de construcciones en la costa durante varios kilómetros convierten ese extremo este de la Playa de los Bateles en una maravilla de lugar.

La Playa de la Fontanilla, por su parte, está contigua a la de los Bateles por el oeste. Empieza donde finaliza el Paseo Marítimo de Conil y da servicio a una amplia zona de urbanizaciones y hoteles que no están tan cerca del mar como para que resulten molestos. De todas formas, la verdad es que el jueves por la mañana, que es cuando nosotros fuimos, estaba un poco abarrotada.


Además de por sus playas, Conil es un pueblo que me ha sorprendido gratamente desde el punto de vista urbano. Por alguna razón me imaginaba que era llano, pero pronto vi que está en la ladera de un promontorio que cae con suavidad al mar.


Nosotros nos alojamos en la Calle Jesús Nazareno, que está casi en el límite norte de la población, y desde allí hasta el extremo sur, donde está el mar, todo es bajada. Eso hizo que normalmente fuéramos andando a la playa, pero a la vuelta no dejamos de usar el servicio de minibuses urbanos que hay en Conil, que funciona de maravilla.

Conil de la Frontera fue fundada en época fenicia y pese a su posición elevada cercana al mar parece que su historia está más ligada al sector pesquero que a la guerra. En efecto, el pueblo estuvo amurallado, como medida de protección, y quedan algunos vestigios que evidencian ese hecho, pero desde siempre su principal actividad estuvo ligada a la captura de los atunes rojos gigantes que pasan anualmente por delante de sus costas dos veces en su migración estacional (pasan el invierno alimentándose en el Atlántico Norte, van a desovar al Mar Mediterráneo en marzo y luego vuelven). Es por esto que en Conil todo evoca a la pesca. En la actualidad su almadraba es una de las cuatro que aún se calan en el litoral de Cádiz, aunque el atún rojo es una especie en peligro de extinción y por tanto hay una cuota de capturas, lo que hace que estas, hechas aún al modo tradicional, no sean las que sustentan económicamente al municipio, que vive fundamentalmente del turismo. Precisamente por el turismo, no obstante, la relación de Conil con el atún se pone en valor por doquier.

Como he dicho al principio, mi idea al planear unos días en Conil era sacarle el jugo a sus playas, pero aún así me las ingenié para sacar tiempo para irme con una idea más o menos clara de lo que puede ofrecer la población desde el punto de vista patrimonial. Viendo un dibujo de la parte de Conil que estuvo amurallada se comprende con facilidad qué es lo más antiguo y qué es la más moderno en el pueblo (aunque esto último no aparezca en su mayoría en la imagen inferior, está al norte de la muralla).


En cualquier caso, sobre el terreno toda la zona que nunca estuvo intramuros no se distingue demasiado de la más céntrica, realmente me sorprendió el carácter amable de las calles modernas del pueblo, que están bastante integradas en el conjunto. Desde lejos Conil es un núcleo blanco muy homogéneo y desde dentro las casas no desentonan, todo está limpio, se ha tenido en consideración en general el color y no se han construido bloques de pisos. Nosotros, por ejemplo, recorrimos varias veces la Calle Canarias, que comienza en el extremo norte de la población y lo atraviesa hasta que se inserta en el casco histórico, convertida ya en Calle Laguna, y gracias a eso pudimos comprobar hasta que punto esto es así. En efecto, esta arteria en principio no tendría por qué ofrecer nada en especial, ya que no es más que una larga vía que atraviesa la parte nueva de un pueblo, pero la verdad es que me llamó la atención por lo agradable que estaba.


La Calle Laguna acaba en la Plaza de la Constitución, que tiene en sus inmediaciones la Iglesia de Santa Catalina y el edificio del Ayuntamiento, pero en este caso ese enclave no parece ser un lugar tan relevante en el pueblo como lo es en otros, ya que el protagonismo en Conil está más cerca del mar, en la Plaza Puerta de la Villa, en la Plaza de España, en la Plaza de Santa Catalina y en las calles que quedan entre todas ellas, que conforman el corazón de lo que fue en su día la zona amurallada conileña.


Es en esa zona donde están los highlights de Conil, que son la Puerta de la Villa, la Torre de Guzmán y La Chanca. También está cerca el Museo de Raíces Conileñas. Es allí donde más vida hay, las calles en ese área son peatonales, su trazado tiene evocaciones históricas y son un hervidero de personas, ya que hay infinidad de bares, restaurantes y heladerías.




No es de extrañar, por tanto, que en julio a algunas horas esa zona esté hasta los topes. Aún así, en ningún momento me resultó molesta la multitud, no se si es que estaba muy relajado o es que la cosa no se salio de madre, pero no me agobié por la cantidad de gente. Además, el tipo de turismo resultó ser del agradable, había muchos extranjeros, pero en general abundaban las familias y los jóvenes iban de buen rollo.

Nosotros atravesamos ese sector varias veces, en algunas ocasiones pasamos de largo en nuestro camino a la playa, pero hubo dos momentos en los que convencí a las niñas para que me dejaran curiosear un poco. Realmente hubo tiempo de explotar el plan playero a tope, pero la mañana del martes durante un rato y la tarde de miércoles al completo Ana y Julia me acompañaron de buena gana para que pudiera ver cómo es el patrimonio de Conil.

El primer día subimos a la Torre de Guzmán, que ofrece vistas espectaculares por todos sus lados.



El torreón es el principal superviviente de lo que fue el Castillo de Conil, que se erigió en el siglo XIV, en el periodo en el que Conil fue realmente parte de una frontera (en este caso la que separaba a los musulmanes de los cristianos). En el siglo XVI no perdió su función vigía y se usó para proteger las almadrabas de Conil y de Zahara, las más rentables del litoral.


Luego nos dimos una vuelta por el Museo de Raíces Conileñas, un pequeño y completo museo etnológico sobre Conil que se inauguró en 1979 y que se ubica desde 1982 en una de las dependencias restauradas que pertenecieron al Castillo.


A las niñas las cientos de cosas expuestas les llamaron la atención durante un buen rato, aunque lo que más les gustó sin duda fue la Máquina de Hacer Caramelos.


Por otro lado, el miércoles por la tarde visitamos La Chanca, un conjunto de edificios que se construyó a mediados del siglo XVI sobre una superficie de 7.500 metros cuadrados para dar soporte a los trabajos derivados de la pesca en almadraba. Su estructura se asemeja a la de una fortaleza, porque en su interior había una gran actividad económica que precisaba de protección.


Con los años La Chanca perdió su función primigenia y se usó para multitud de cosas, antes de ser abandonada. En 2014 tras un largo proceso de rehabilitación abrió de nuevo sus puertas para acoger una biblioteca pública y el Centro de Interpretación y Documentación del Mar, el Atún y las Almadrabas, el cual nosotros visitamos con bastante detenimiento.


En su gran patio central se desarrollan actividades culturales y a su espalda la Antigua Iglesia de Santa Catalina también se ha convertido en un recinto cultural que se usa para exposiciones, conferencias y conciertos.


Tras la visita nos dirigimos al extremo oeste del centro, que es donde está el tradicional Barrio de los Pescadores. Para llegar allí atravesamos la Calle Cádiz, la vía donde la aglomeración de tiendas de ropa y restaurantes alcanza el nivel máximo.


Al final está el citado barrio, en el que se suceden un buen número de estrechas calles con casas bajas encaladas con flores. Allí la tranquilidad es mucho más patente y la cantidad de personas mayores sentadas a las puertas de sus viviendas da fe de que el lugar ha conservado su carácter tradicional a pesar del turismo.


Bajando desde esa zona hasta el Paseo Marítimo vimos la Fuente Vieja, que antaño abastecía de agua al núcleo urbano, aunque lo que se ve hoy día es fruto de una obra de embellecimiento que data de 2009.


Hay que reconocer que para poder dar todas estas vueltas con las niñas tuve que poner sobre la mesa todo mi arsenal negociador. Ellas me acompañaron de buena gana, disfrutando de lo que fuimos viendo (me agradó el interés que demostraron en el Centro de Interpretación, por ejemplo), pero yo, a cambio, las invité a un helado.

Igualmente, el día anterior para poder recorrer la zona de la Plaza de España en un horario aún no masificado y poder subir luego a la Torre de Guzmán y ver el Museo de Raíces Conileñas me saqué de la manga una invitación a churros. Lo bueno es que tanto los churros como los helados yo también los disfruté.

Para recorrer el Paseo Marítimo no hizo alta, en cambio, ningún trato. En el mismo destacan los tenderetes y puestecillo de artesanía que hay, yo no soy muy aficionado a los mercadillos, pero he de reconocer que este tenía buena pinta.



Para acabar, voy a hacer mención con brevedad a los homenajes culinarios que nos dimos en nuestras vacaciones. Cierto es que esta vez no nos prodigamos tanto como otras veces en ese particular, estábamos en un apartamento y mi plan se basaba en hacer la mayoría de la comidas en él. Pese a esto, almorzamos en dos restaurantes, nos dimos un buen lote de churros, ya mencionado, y no faltó, como también he comentado, el momento helado. Con respecto a este último, es llamativa la cantidad de heladerías que hay en el meollo de Conil. Dada la abundancia de sitios dejé que Ana y Julia eligieran, por lo que fueron ellas las que decidieron que nos paráramos en la Heladería Marsalao. No son los suyos los mejores helados que he probado en mi vida, pero hay que decir que estuvieron ricos, que parece que el lugar es de los veteranos del pueblo (el establecimiento se inauguró en 1957, cuando el turismo ni existía) y que echamos un rato muy agradable en las mesas que dan a la Calle Castillo (la de la foto es la Avenida de la Playa, la Calle Castillo es la que está a la vuelta de la esquina).


Por lo que respecta a los churros, ahí fui yo el que tenía localizado el sitio y el que encabecé la expedición. La misma nos llevó a la Churrería La Chana. Yo había leído que los calentitos allí eran de primera y realmente estuvieron muy buenos. La Chana en realidad no es más que un puesto de churros que da a la Calle Pascual Junquera y que no tiene mesas. Para consumirlos in situ hay varios lugares en los alrededores que no ponen pegas a que te sientes con ellos en sus mesas. Nosotros nos fuimos a uno que está en la contigua Plaza Puerta de la Villa y que se llama La Delizia. Se trata de otra heladería de buen aspecto en el que también sirven desayunos y en la que abundan los detalles cuquis. Nosotros en ella solo nos pedimos las bebidas y nos zampamos, con el permiso del camarero, parte del montón de churros que llevábamos.


Justo a nuestro lado otra familia hizo lo mismo, pese a que en la cafetería se ofrecían tostadas, pastelería y bollería para desayunar. Esa amplia oferta me llevó a preguntarme como es que en La Delizia no ponen pegas a que se consuman productos de fuera, pero cuando pedí la cuenta y vi que me habían cobrado 5'20 por un café solo y dos Cola Caos comprendí como hacen allí el negocio. Por su parte, en La Chana también tiraron para arriba y nos pusieron una cantidad de churros claramente excesiva para los que éramos (un canijo y dos niñas). Yo le pedí un par de raciones, la mujer echó calentitos al tuntún sobre el papel, lo pesó y sin dar muchas más opciones nos cobró 4 euros. El desayuno de los tres me salió por 9'20 (solo nos pudimos comer la mitad de los churros), un precio que evidentemente solo es tolerable en circunstancias especiales como esa.

Las otras dos experiencias culinarias también tuvieron sus luces y sombras. La primera, el martes, la vivimos en el Mama Restaurante.


El sitio prometía, porque está muy bien montado, en plan moderno, y porque en Conil está el tercero de 218 restaurantes en la lista de Tripadvisor. Pese a esto, es evidente que esa web no es infalible, porque en mi opinión la posición es excesiva. Para empezar, lo primero que a mí me mata de un restaurante, y ya lo he dicho otras veces, es que pongan a un camarero en la calle a captar clientes. Esa actitud cazaguiris me parece de una cutrez supina y a mí me basta para no entrar en ese lugar. En el Mama Restaurante, no se si para equipararse al negocio que tiene enfrente, que estaba haciendo lo propio, nos lanzaron a un camarero a acecharnos en cuanto nos acercamos mínimamente a su radio de influencia, suerte tuvieron de que habíamos reservado con antelación, porque de otro modo hubiera pasado de largo. Aparte, la comida fue un poco decepcionante, aunque hay que reconocer que, para mi sorpresa, tenían un amplio menú para almorzar al que nos ceñimos. Quizás eso hizo que bajara el nivel de los platos, pero dado que cada menú valía solo 12 euros no se puede negar que la relación calidad-cantidad-precio fue aceptable. Yo pedí de primero paella (alcanzó el aprobado, sin más) y de segundo atún a la plancha. Este era de almadraba 100% certificado, es decir, que era de primera calidad, y ahí sí tengo que reconocer que no fallaron, el filete de atún era notable. Lo que no entiendo es por qué iba acompañado de unas patatas fritas de las precongeladas que no estaban al nivel de las del McDonald's, pero casi. En esa línea, Julia pidió huevos fritos con papas y jamón, y en seguida se percató de que este último era del que yo le pongo para los bocadillos del recreo (1 euro el paquete de 50 gramos, lo que viene siendo un jamón de batalla). Vale que lo de ofertar huevos con jamón es de bar de carretera, pero en el ambiente de teórica selecta modernidad con el que anuncian el restaurante chocó la dejadez con los detalles más fáciles de camuflar.

Otra historia fue lo del segundo almuerzo que hicimos en la calle, el del jueves a mediodía. Para el mismo quería comer cerca de la playa para evitar que se me hiciera tarde, ya que teníamos que dejar el apartamento pronto (quería llegar allí ya comido, descansar un poco y salir). Además, ese fue el día que fuimos a la Playa de la Fontanilla, que es la que está más alejada del centro. Sin embargo, junto a ella también hay varios chiringuitos en los que comer, por lo que había donde elegir. Nosotros nos decantamos por el Chiringuito Oasis, haciendo caso de una petición expresa de Ana, que tenía ganas de comer en un verdadero chiringuito y dijo que este en apariencia era el que se ajustaba más al prototipo.


Pese a esto, pienso que en un restaurante donde un plato de atún encebollado u otro de chocos fritos valen 12 euros cada uno, no estaría de más que obligaran a la gente a tapear en la barra (que está a un metro de las mesas y dentro del local) con la camiseta puesta. También me chocó que en otra mesa contigua, con el restaurante ya empezando a llenarse, un camarero uniformado se estuviera zampando a dos carrillos un bocadillo recién sacado de un envoltorio de papel de plata, a la vez que miraba el móvil medio echado sobre la mesa, poniendo el pan, entre bocado y bocado, sobre el mismo mantel (en la mesa no había ni un plato ni una servilleta, la imagen era propia de la cocina de un piso de estudiantes un sábado de madrugada, después de una buena juerga). A pesar de esto, la comida estuvo aceptablemente buena, el solomillo de cerdo de Ana no era de mala calidad y yo me pedí un plato de atún encebollado estilo conileño que me gustó (lo pedí porque había leído en el Centro de Interpretación que es el plato local típico, al probarlo me pareció que sabía a chorizo, pero lo que realmente llevaba era pimentón).


En definitiva, allí habíamos ido a comer y la comida no estuvo mala, por lo que me fui razonablemente satisfecho.

En resumen, las cuatro jornadas de playa con Ana y Julia fueron una gozada, el relax mental que me produjo pasar esos días de descanso con mis hijas fue máximo, ellas estuvieron muy a gusto y juntos comprobamos que Conil de la Frontera es un pueblo más que recomendable, gracias a su ambiente amable, a sus preciosas playas y a su homogénea fisonomía.



Reto Viajero MUNICIPIOS DE ANDALUCÍA
Visitado CONIL DE LA FRONTERA.
% de Municipios ya visitados en la Provincia de Cádiz: 54'6%.
% de Municipios de Andalucía ya visitados: 20'2%.


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