16 de febrero de 2023

CORIA DEL RÍO 2023

En julio del año 2006 se inauguró, entre Coria del Río y La Puebla de Río, el Museo de la Autonomía de Andalucía


A mí, su emplazamiento siempre me pareció muy raro. No acaba de entender por qué se habían llevado el Museo a un lugar como ese. De hecho, yo, que siempre he estado interesado en ir, he tardado más de tres lustros en hacerlo. Así, hasta el pasado viernes, 16 años y pico después de su apertura, no lo he pisado por primera vez. No obstante, la espera ha merecido la pena, porque me gustó mucho y me dio que pensar. Por ello, en este post me voy a ir algo por las ramas. No es que no vaya a hablar de Coria del Río, y de todo lo que hice allí el último fin de semana. Sin embargo, con la excusa de explicar qué ofrece el Museo de la Autonomía de Andalucía, me voy a enrollar un poco, refiriéndome a lo que he aprendido del andalucismo y de la figura de Blas Infante, a raíz de visitar su casa y el resto de la instalación museística anexa. El otro día me di cuenta de que no sabía casi nada acerca de las raíces de la comunidad autónoma andaluza, a pesar de ser de Sevilla. Viendo el Museo de la Autonomía de Andalucía me enteré de bastantes cosas, por lo que creo que su razón de existir quedó justificada.

Lo cierto es que, lo primero, al hablar del Museo de la Autonomía de Andalucía, es hacer referencia a su extraña ubicación. En realidad, es más lógica de lo que parece, pero de eso escribiré abajo. De momento, solo voy a mencionar otro dato curioso, que es que el recinto expositivo está a caballo entre dos municipios. Yo nunca había visto nada igual. 


Efectivamente, en la imagen que acabo de poner, extraída del Sistema de Información Multiterritorial de Andalucía (SIMA), que es un banco de datos mantenido por el Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía, se ve como la línea que separa el término municipal de Coria del Río y el de La Puebla del Río, corta la parcela en la que se asienta el Museo. De hecho, divide por la mitad el inmueble, hasta el punto de que la raya roja, que no la he trazado yo, sino que aparece en el mapa oficial, lo atraviesa justo por donde se abre su puerta principal. Ello implica que la Sala 28F del Museo está en La Puebla del Río, y que este término municipal llega hasta el hall de entrada. En consecuencia, el mostrador en el que se realiza el control de acceso, actúa como auténtica barrera física entre los dos municipios. A continuación, todo el resto de la edificación pertenece a Coria del Río. En el exterior, la gran mayoría de los jardines y la Casa de Blas Infante se encuentran también en Coria. No está claro, por tanto, qué pueblo tiene competencias en el emplazamiento del Museo de la Autonomía de Andalucía. Hay que decir que, en su página web, sus responsables son muy salomónicos, de manera que, al indicar su dirección, ponen "Avenida de Blas Infante, s/n. Coria del Río-La Puebla del Río". Que no se diga. Sin embargo, yo quería ir más allá, y me he metido en la parte de la web en la que se detalla la política de privacidad y se exponen los pertinentes avisos legales. Ahí no se pueden andar con medias tintas, por lo que explicitan que el domicilio social de la Fundación Pública Andaluza Centro de Estudios Andaluces, que es la que gestiona la institución museística, está en la "Avenida de Blas Infante, s/n, Coria del Río". Eso significa que la fundación tiene su sede en el edificio del Museo, y que el mismo está en Coria, desde el punto de vista fiscal. Ante la duda de si hablar de él en un post dedicado a Coria del Río, o hacerlo en otro dedicado a La Puebla del Río, pues ya tengo la respuesta.

Pero a lo que yo iba no era a dar la chapa, acerca de si la alfombra del vestíbulo del Museo de la Autonomía de Andalucía se extiende sobre el término municipal coriano o sobre el cigarrero. En realidad, yo quería hablar de por qué se eligió ese sitio para ubicar la institución.


La verdad es que el Museo está en esa parcela, porque los terrenos eran de Blas Infante, el "padre de la patria andaluza". Ahora ya sé por que se abrió en ese recóndito lugar. Cierto es que Coria del Río es una ciudad de 30.000 habitantes, que tiene una entidad considerable. Se encuentra tan solo a 12 kilómetros de Sevilla. Además, su casco urbano y el de La Puebla del Río se hallan pegados, por lo que ambos suman un conjunto unificado, que está poblado por 42.000 personas. Son muchas. Lo que sucede es que esa gran área metropolitana cuenta con unas comunicaciones penosas con la capital, y, para más inri, no está en un emplazamiento por el que haya que pasar para nada. De hecho, está en un fondo de saco. En efecto, más al sur del foco formado por Coria del Río y La Puebla del Río, solo hay marismas hasta el mar (obviando la existencia de Isla Mayor, que es un pequeño pueblo que está aislado entre los arrozales). Para ir ese núcleo hay que proponérselo, vamos, y, como digo, no está muy bien comunicado con Sevilla capital, ni con ningún sitio importante. En ese sentido, el Museo de la Autonomía de Andalucía queda muy a trasmano, y tampoco es fácil meter su visita en el contexto de un plan más amplio, dado que Coria no deja de ser una población normal y corriente. Para verlo, hay que ir ex profeso a hacerlo.

Sin embargo, el otro día comprobé que el Museo de la Autonomía de Andalucía está donde tiene que estar. Como dije antes, yo no sabía por qué se hallaba en esa ubicación tan rara, pero ya sí lo se. En primer lugar, como acabo de comentar, se debe a que la finca en la que se asienta perteneció a Blas Infante. Su hija mayor, Luisa Infante, residió en la casa hasta los 73 años. Por lo visto, la vivienda nunca dejó de ser propiedad de la familia del intelectual andaluz, hasta que, en 2001, fue adquirida por la Junta de Andalucía, junto al terreno circundante, y se empezó a rehabilitar. Luisa la había conservado igual, pero en sus habitaciones se notaba el desgaste del tiempo, porque no parece un sitio fácil de mantener.

Voy a ir en orden, tratando de no extenderme demasiado en los preliminares que quiero narrar, para llegar al final y poder hablar, brevemente, de la Casa de Blas Infante y del propio Museo de la Autonomía de Andalucía. Resulta que Blas Infante, que es la figura capital en esta historia, nació en Casares (Málaga) y se convirtió en notario a la edad de 24 años. Baste ese dato para poner de manifiesto, que era un superdotado, lo que explica que fuera capaz de mantener el ritmo de vida intelectual que llevó. Durante 13 años, ejerció en la notaría de Cantillana, y también como abogado en Sevilla capital. Durante esos casi tres lustros, perfiló sus ideales, que estaban basados en dos líneas. Por un lado, opinaba que había que darle herramientas al pueblo para que peleara por su progreso y se levantara ante las injusticias, que eran muchas en la Andalucía latifundista de principios del siglo XX. Sin embargo, para alcanzar el desarrollo, los instrumentos que creía necesarios no eran las armas, sino la educación y el trabajo, aunque para evolucionar era fundamental que los trabajadores tomaran las riendas de la economía, adquiriendo la propiedad de las tierras de cultivo. Por otro lado, Infante adoptó los rasgos que definen al pueblo andaluz, como el elemento aglutinador del movimiento desarrollista que planteaba. Para él, la prosperidad en Andalucía estaba ligada a la unión de los andaluces, en torno a unas señas de identidad compartidas, que tenían que servir para hermanarlos y para que sintieran que había una única raíz, que justificaba el hecho de luchar por un bien común de manera conjunta. Esas señas de identidad eran de todos y para todos. Por ello, Infante fue el primero que habló de una Andalucía libre y solidaria. No obstante, no hay que olvidar que Blas Infante, ni era comunista, ni era independentista. Era, realmente, regeneracionista y regionalista. Él imaginó una Andalucía fuerte, anclada en el marco irrenunciable de la unidad de los pueblos de España

El caso es que, durante los 13 años que fue notario en Cantillana, Blas Infante puso en orden sus ideas y se mostró como un activo militante del andalucismo, tanto a nivel político, como a nivel cultural. Sin embargo, en 1923 comenzó la dictadura de Miguel Primo de Rivera, que cercenó de raíz el sistema por el que él venía trabajando. No obstante, a diferencia de lo que sucedió en 1936, en esta ocasión Infante pudo retirarse de la vida pública, sin que nadie le molestase. Así, permutó su plaza de notario de Cantillana, por la de Isla Cristina, y se marchó a vivir a la costa de Huelva. Casi en el límite occidental de Andalucía residía, dedicado a sus escritos, cuando la dictadura colapsó y se instauró la Segunda República. Ante esa coyuntura, Blas Infante vio que era el momento de volver a la primera línea. De hecho, el nuevo régimen era la base perfecta para intentar hacer realidad sus planteamientos. Por ello, logró regresar a Sevilla, al conseguir la notaría de Coria del Río y un puesto en un bufete de abogados de la capital. A continuación, retomó su faceta política. Su actividad, entre 1931 y 1936, fue incesante, lo cual sirvió de excusa para que lo fusilaran. En efecto, el 18 de julio de 1936, Francisco Franco dio un golpe de estado. En Sevilla, el general Gonzalo Queipo de Llano apoyó el levantamiento y se hizo con el control absoluto de la ciudad, después de cuatro jornadas de combates. Coria del Río fue tomada el 24 de julio. Uno de los hombres de confianza de Queipo de Llano era Pedro Parias González, que fue nombrado gobernador civil de Sevilla, el mismo 18 de julio. En consecuencia, tras la toma del poder por los sublevados, Parias fue el encargado de dirigir la represión. En semejante contexto, Blas Infante tuvo mala suerte, porque, pocos meses antes, ejerciendo de abogado, había ganado un juicio, en el que defendió a un almacenista de harinas frente al propio Pedro Parias, debido a una deuda que este tenía con el empresario harinero. Parias, por otro lado, era tío carnal de Angustias García Parias, la mujer de Blas Infante. Resulta difícil separar todo eso de la detención de Infante, el 2 de agosto, en su casa de Coria del Río. El arresto fue un ajuste de cuentas, hasta el punto de que, el sargento que lo detuvo, dado el caos que triunfaba por doquier en los compases iniciales de la Guerra Civil, tenía orden de liquidar al notario y abogado en la carretera de Coria a Sevilla, aplicándole la Ley de Fugas. El sargento, apellidado Crespo, no solo no lo ejecutó, sino que dio tiempo a Angustias García para que llegara con antelación a Sevilla, e intentara convencer a su tío de que no se le hiciera nada a su marido. Pedro Parias no se retractó, por lo que Blas Infante fue llevado al Cine Jauregui, donde estaban presos un buen número de personas. En ese lugar lo tuvieron hasta la madrugada del 11 de agosto, cuando fue sacado con nocturnidad, y fue conducido a las afueras de Sevilla, junto con otros tres desgraciados. En un descampado los fusilaron a los cuatro, sin juicio ni defensa posible. Acabada ya la guerra, las autoridades franquistas apañaron una especie de juicio póstumo, en el que se le declaró culpable (que sorpresa...) de oposición y de desobediencia, por haber formado parte de una candidatura de tendencia revolucionaria en las elecciones de 1931 (en la que iba, por cierto, con Ramón Franco, hermano del dictador, que no es que no fuera juzgado, es que fue recibido con los brazos abiertos en el bando sublevado). A Infante también se le acusó de haberse significado como propagandista de un partido andalucista y regionalista. Total, que lo asesinaron por resentimiento, aprovechando que sus pensamientos no eran del agrado de los golpistas que se habían alzado con el mando en Sevilla.

El tema es que los bienes de Blas Infante fueron incautados tras su muerte, pero en mayo de 1943 se permitió que Angustias y sus cuatro hijos regresaran a su casa de Coria. Y en este punto, es donde voy a pasar a hablar de la vivienda, que hoy día se visita junto al Museo de la Autonomía de Andalucía.


Cuando Blas Infante se mudó a Coria del Río desde Isla Cristina, en 1931, no tenía ninguna propiedad, según me dijo la guía que me enseño la Casa (esta vez no recuerdo el nombre, lo siento). Sin embargo, en ese momento decidió invertir en algo de patrimonio, y además se propuso dar rienda suelta a sus ilusiones constructivas. Así, compró 6 hectáreas de terreno baldío, que estaban situadas en un alto, a las afueras de Coria, y allí dejó que volara su imaginación. En primer lugar, en la parte de la parcela que no edificó, que fue casi toda, montó una especie de jardín botánico, que pretendía rememorar la riqueza vegetal andaluza, y que llegó a tener 500 árboles. Hoy ya no está igual, pero 2 de las hectáreas originales sí se han mantenido a la usanza de como debió ser el conjunto, respetando el espíritu primigenio de la zona verde. 


Por otro lado, desde el cerro donde está la parcela se llega a ver el Río Guadalquivir. Hoy día, las vistas son bonitas, y eso que se ha construido en medio, pero, en aquella época, la visión, desde la puerta de la casa que da al este, debía ser una maravilla.


En lo alto de esa parcela, Blas Infante se hizo su Casa, empezando de cero. Él la diseñó y él dirigió las obras, ejerciendo de arquitecto, de decorador y de contratista, de manera que fue él el que se ocupó de seleccionar a los operarios y a los artesanos que curraron en la construcción del inmueble. Nos contó la guía, que la acumulación de tareas le produjo no pocos quebraderos de cabeza, ya que él tenía, además, sus ocupaciones profesionales, por lo que el acopio de cometidos demoró el avance de los quehaceres, hasta el punto de que, en un determinado momento, su mujer, Angustias, que esperaba con paciencia a que su nuevo hogar estuviera acabado, para trasladarse a él con sus churumbeles, perdió la paciencia y decidió que se mudaban con la obra sin concluir, porque, al dirigirla desde la distancia, y pagando a los obreros por día trabajado, no por trabajo finalizado, a Blas le estaban tomando el pelo. Hay que decir, llegados a este punto, que la guía que me acompañó, a mí y a la otra pareja que estaba haciendo también la visita, conoció a las hijas de Blas Infante. Evidentemente, era más joven que ellas, pero me dijo que había estado en la vivienda cuando aún la habitaba Luisa, y me dio la sensación de que había tenido tiempo de hablar con ella, largo y tendido, de Blas Infante y de sus circunstancias. Gracias a eso, me refirió cosas que no están en ningún sitio, que yo sepa. Una fue esa historia, relacionada con el trance en el que Angustias se arremangó y dijo que se hacía la mudanza, sí o sí. Por lo visto, Blas Infante quiso contratar para las labores a jornaleros en paro de Coria, con la intención de echarles una mano. Les pagaba por jornada trabajada, y él no podía estar encima, por lo que los currantes parece que dilataron la faena en exceso. A pesar de todo, la obra se finiquitó y la casa quedó terminada, con sus mil detalles y simbolismos. Blas Infante la bautizó como Villa Alegría.


No voy a describir la Casa en profundidad. Solo voy a decir que tenía dos partes. En una, que es la que, por fuera, tiene almenas de estilo hispanomusulmán, Blas Infante se dejó llevar por su pasión, y llenó las habitaciones de yeserías, azulejos, pinturas, recuerdos y símbolos, que evocan a la arquitectura andalusí, y que son herederas, también, de la corriente historicista del regionalismo sevillano del siglo XX. No dejó un milímetro libre, y todo representa algo. Por lo que respecta al lado bajo del edificio, que se asemeja a una casa típica andaluza, en él hizo más estancias. No obstante, este último sector tenía otro adjunto, en dónde estaban el corral, la pileta y el almacén. Estos se encontraban en estado de ruina en 2001, por lo que hubo que tirarlos abajo y reconstruirlos. El módulo blanco de la vivienda, que se ve en la foto de arriba, y que en la de abajo aparece sobresaliendo, a la izquierda, se corresponde con ese anexo reformado.


A continuación de la parte almenada de la casa, y anexa, por dentro, a las habitaciones que sobresalen, está el otro sector de la vivienda que diseñó Blas Infante. Sus estancias también son pródigas en elementos decorativos, pero tienen un carácter menos abigarrado.


Actualmente, el interior del inmueble se ha montado como un museo. No está vivido, lo que implica que hay que hacer un pequeño esfuerzo para rememorar como era aquello cuando estaba habitado por dos adultos y cuatro niños. Sin embargo, la decoración y la estructura están intactas, por lo que no acaba siendo difícil imaginar allí a Blas Infante y a los suyos, hasta el punto de que me resultó impactante lo que contó nuestra guía, acerca del día de su detención. Ver la puerta por donde lo sacaron de su propia casa, una mañana de julio, estando su familia con él, me hizo estremecerme. Nunca regresó.


Me estremecí, porque en las guerras la línea entre la vida y la muerte es muy fina. En ese contexto, en el que la existencia de un ser humano vale tan poco, los paseillos, como el que sufrió Blas Infante, son la expresión máxima de la arbitrariedad, la impunidad y la barbarie. En España hubo muchos, entre julio y diciembre de 1936, tanto en un bando como en otro. Fueron ajustes de cuentas, ejercidos por criminales. La casa de Blas Infante está casi igual, y no me resultó difícil hacerme una idea de como debió ser aquel dramático episodio, aunque hoy, a los de mi generación, por fortuna esos trances nos parezcan ciencia ficción.

En resumen, no esperaba que la visita a la casa de Blas Infante fuera a gustarme de esa manera. La verdad es que salí de allí con el andalucismo a flor de piel. No soy nacionalista en absoluto, pero sí reivindico con orgullo mis raíces, y al recorrer el Museo de la Autonomía de Andalucía me invadió un cierto sentimiento de gratitud con respecto a Blas Infante. En ese momento, valoré, en su justa medida, que hiciera tanto por rescatar nuestra identidad del olvido. Evidentemente, no soy el primero que se siente agradecido por eso. Es más, durante la Transición, su obra fue la base sobre la que se asentó el desarrollo de Andalucía como autonomía. Me alegro, porque al final su trabajo, idealista y sentimental, pero muy coherente a la vez, no cayó en saco roto. De hecho, él fue el que cogió la melodía de un himno popular, compuso una letra sobre esa base, y le dio carta de naturaleza al Himno de AndalucíaInfante también diseñó la bandera y el escudo, con tal grado de acierto, a la hora de plasmar los ideales en la simbología, que ambos se convirtieron en oficiales, junto con el himno, en 1981, cuando se aprobó el Estatuto de Autonomía andaluz, pese a que el escudo, teniendo en cuenta lo precisa que es la heráldica como disciplina, parece ser algo heterodoxo.

El caso es que la Casa de Blas Infante es el vivo reflejo de la ideología del malagueño. Después, en el inmueble del Museo se muestra como esa identidad, armada por él, se materializó políticamente durante la Transición. El edificio es estilizado y moderno, y se construyó en uno de los lados de la parcela. 


Como dije antes, el terreno que adquirió Blas Infante tenía, en origen, 6 hectáreas, pero un extremo ya fue expropiado en el pasado, para construir la carretera que circunvala Coria del Río y La Puebla del Río. Las 4 hectáreas restantes son las que compró la Junta de Andalucía en 2001, y en ellas edificó el inmueble museístico, que se inauguró en 2006. Su interior está dividido en varias partes. La más importante es la Sala 28F. En ella no hay ánforas romanas, ni nada similar. En un museo dedicado al proceso de adquisición de la autonomía en Andalucía, lo que hay no puede ser muy antiguo, pero sí puede tener un gran valor simbólico... siempre que se muestren cosas verdaderas.

Me habría parecido un timo si lo expuesto en las vitrinas del Museo de la Autonomía de Andalucía hubieran sido copias o réplicas, pero no lo son. En la Sala 28F vi objetos de Blas Infante, así como elementos relacionados con el proceso de consecución de la autonomía andaluza, a finales de los años 70 y principios de los 80 del siglo XX. Todo era original.


Me gustó ver, por ejemplo, la bandera blanca y verde que cosió Angustias García, usando tela que Blas Infante había comprado en su viaje a Marruecos. Se puede decir que esa Bandera de Andalucía es la primera que se confeccionó. 


Igualmente, me llamó la atención la Pizarra que se usó para el seguimiento de los datos oficiales del referéndum para la aprobación de la vía de acceso de la comunidad andaluza a la autonomía. Se celebró el 28 de diciembre de 1980. El panel estaba instalado en el centro de recepción de datos, que se montó en el Casino de la Exposición de Sevilla, con la idea de que los medios de comunicación y los invitados estuvieran al tanto de como iba avanzando la consulta.


Como se puede ver en la foto, la Pizarra está aún llena de números. Estos, sin embargo, son de una votación posterior, que formó parte de otro referéndum, en el que se decidió si se aprobaba el Estatuto de Autonomía. Fue el 20 de octubre de 1981, y el encerado se colocó en la puerta del Hotel Macarena, también en Sevilla. Puede parecer una tontería, pero creo que tiene su valor que se muestren elementos originales, que fueron relevantes en un momento histórico clave, aunque yo tenga más años que ellos. Además, la Sala 28F me resultó muy instructiva, ya que en ella cuentan, de una manera sucinta y bien hilada, como fue el proceso de adquisición de la autonomía en la comunidad andaluza. El mismo no fue sencillo, tampoco me voy a seguir enrollando, pero es muy interesante el modo en el que se dieron los acontecimientos, y me entretuvo refrescar mi memoria al respecto.

Aparte de la Sala 28F, el Museo de la Autonomía de Andalucía tiene también otros espacios habilitados, todos muy cuidados. Uno de ellos es la Sala de Exposiciones Temporales.


Otro es el dedicado a albergar el Centro de Interpretación de Emigrantes y Retornados de Andalucía. En el primero había una exposición de fotografías históricas, y el segundo era un lugar dedicado a recordar a los andaluces que tuvieron que emigrar a diversos países europeos, en los años 50 y 60 del pasado siglo.

En definitiva, tras muchos años me quedó claro lo que es el Museo de la Autonomía de Andalucía. No es una lugar para turistas. Es un espacio destinado a enseñar a los andaluces como fue el proceso por medio del cual se unificaron los elementos dispersos de su propia identidad, y se les dio naturaleza política. Por ello, pienso que es un sitio que tendrían que ver todos los niños de Andalucía. A mis hijas nunca han tenido la intención de llevarlas en el colegio, quizás por desconocimiento. Sin embargo, me consta que el Museo vive de las visitas grupales. De hecho, al día siguiente de ir yo, estaba concertada la de unos scouts. Aparte, ni que decir tiene que los foráneos que estén interesados en profundizar en el carácter y en las raíces de los habitantes de las regiones que componen España, encontrarán muy atractivo el contenido de la Sala 28F, así como el de la Casa de Blas Infante.

En fin, que me encantó el Museo de la Autonomía de Andalucía. En cualquier caso, después de casi 17 años, que es el tiempo que lleva abierto, a mí no se me ocurrió ir el otro día por una revelación. Al contrario, se me vino a la cabeza esa posibilidad, porque el sábado iba a Coria del Río a comer, a una celebración de cumpleaños, y eso dio pie a que lo de realizar previamente la visita me pareciera una idea fantástica. Luego me enteré de que los sábados por la mañana el Museo no abre a los visitantes independientes, pero ya se me había metido en la mollera que era el momento de verlo, por lo que me empeciné y reservé el viernes por la tarde para hacerlo. En consecuencia, acabé yendo a Coria dos veces, en dos jornadas consecutivas. Esto tuvo de positivo, que el viernes, cuando terminé en el Museo, no tenía prisa y me pude dar una vuelta. Mi primera intención fue caminar hasta el centro urbano, pero, tras echarme a andar por la Avenida de Blas Infante, me di cuenta de que el meollo de Coria quedaba lejos, así como el paseo que bordea el Río Guadalquivir. Además, no solo tenía que pegarme un buen pateo, sino que también tenía que atravesar una zona que, a ratos se asemejaba a un polígono industrial, y a ratos bordeaba un descampado, sin más. Ante esa perspectiva, volví sobre mis pasos, cogí el coche y lo acerqué. Finalmente, lo dejé aparcado en un lugar que llamó mi atención. Resulta que el Arroyo Riopudio, junto al cual he corrido en tantas ocasiones, y que tengo que cruzar siempre que voy de Villanueva a Sevilla, desemboca en el Guadalquivir, a la altura de Coria del Río


En esa última parte va canalizado, y en esta época del año no es más que un hilillo de agua, por lo que pude ver. No obstante, me resultó curioso encontrarme allí con mi viejo conocido, cuando ya se dispone a morir.

Luego, desde el punto donde Coria del Río es atravesada por el Arroyo Riopudio, avancé hacia el centro, recorriendo el final de la mencionada Avenida de Blas Infante (es una calle larguísima), y continuando, cuando la misma, con su suelo ya adoquinado, pasa a denominarse Calle Cervantes


Con ese nombre cruza el centro de Coria del Río y llega hasta el edificio del Ayuntamiento.


Una vez que ya había alcanzado el epicentro coriano, desanduve mis pasos y busqué la principal iglesia de la ciudad, no para verla por dentro, sino más bien para recorrer sus alrededores, que son, realmente, el corazón de Coria del Río. Así, tomé la Calle Pinta y llegué hasta la Plaza de Nuestra Señora de la Estrella


Después, callejeé un poco, mientras retornaba adonde tenía el coche. Se puede decir que le eché un vistazo al sector sureste del centro de Coria. Desde allí, me hubiera gustado llegar hasta el río, que no andaba muy lejos, pero se me estaba haciendo tarde, y al día siguiente iba a volver, precisamente, a la zona que se asoma al Guadalquivir, por lo que decidí regresar. Al hacerlo, pasé por la Plaza de Nuestra Señora del Rocío.


El caso es que, como he dicho, el plan del sábado, que había desencadenado toda la aventura del viernes, consistía en ir a Coria del Río, a comer al Restaurante El Esturión, para celebrar el cumpleaños de mi cuñada Rocío.



Se trataba de un almuerzo sorpresa, que había organizado mi otra cuñada y los amigos de Rocío. Ella sabía que iba a Coria a comer, lógicamente, pero se creía que le esperaba un tapeo informal con sus dos mejores amigas. Fue al llegar, cuando se dio cuenta de que le habían montado un convite propio de un bautizo.


Lo pasamos muy bien. Además de todos los amigos, estábamos invitados los familiares más allegados, por lo que se montó una buena. De hecho, lo que nos comimos fue un menú de grupo, que nos costó tanto como el de una boda. No obstante, la ocasión lo merecía. 

Como he comentado, el almuerzo tuvo lugar en El Esturión, que resultó ser un restaurante enorme, en el que había otras dos celebraciones numerosas, y, también, más gente en un plan menos multitudinario. A nosotros, la comida se nos alargó bastante, por lo que acabamos en los jardines del restaurante, que dan al Río Guadalquivir, tomando los cafés y las copas, hasta que se nos hizo de noche. Realmente, el restaurante deja la parte del bar abierta, para que se explayen los que quieran, en la deliciosa explanada de césped que tiene.


Fue en ese rato cuando yo aproveché para salir del restaurante y recorrer el principio del Paseo Fluvial, que llega desde allí hasta la desembocadura del Arroyo Riopudio, precisamente.




Evidentemente, no era el momento de recorrer entero el paseo. Eso lo dejo para la próxima. Esta vez, lo que pegaba era pasar la tarde en el jardín del bar. Allí estuvimos hasta que lo cerraron. Yo no bebí, pero era el día de echar un largo y relajado rato, en buena compañía. Cuando nos fuimos, a las 20'00 horas, ya era noche cerrada. Rocío y sus amigos se trasladaron a Sevilla, para continuar la fiesta, pero María, yo, y las niñas, habíamos cumplido y nos fuimos para casa. Fue una jornada entrañable.

Coria del Rio es una ciudad que se asoma al Río Guadalquivir. Este, tras dejar atrás Sevilla, corre ya desbocado hacia su desembocadura. El Esturión se encuentra pegado al cauce de agua, en el límite norte coriano. El Museo de la Autonomía, en cambio, está en el sur, y en la esquina interior del núcleo urbano, por decirlo así. En dos días consecutivos estuve, por tanto, en los extremos más alejados de la localidad. En medio, me quedan cosas por ver. Algunas las conozco, pero de eso hablaré en otra ocasión. Por este post ya está bien.


Reto Viajero MUNICIPIOS DE ANDALUCÍA
Visitado CORIA DEL RÍO.
En 2005 (primera visita), % de Municipios ya visitados en la Provincia de Sevilla: 24'8% (hoy día 65'7%).
En 2005 (primera visita), % de Municipios de Andalucía ya visitados: 9'5% (hoy día 21'3%).


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