31 de julio de 2024

ESTADIO PANATHINAIKO 2024

El otro día le dediqué un post a la Acrópolis de Atenas, y comenté que esa mítica agrupación de edificios me había dejado un poco frío. En cambio, en este nuevo artículo me voy a centrar en el Estadio Panathinaiko, y voy a dejar claro que el mismo es uno de los lugares más flipantes que he visto.


No soy objetivo. Hay decenas de lugares en el mundo más destacados que el Estadio Panathinaiko, pero en él yo disfruté como en pocos sitios


La razón de tanta efusividad es que yo soy un poco friki de los Juegos Olímpicos, y muy friki del maratón. En el Estadio Panathinaiko culminaron los tres primeros maratones de la historia (el de las Olimpiadas de 1896, mas los dos que organizaron previamente los griegos para elegir a sus representantes en esa prueba). Por ello, es un lugar mítico. Ahí comenzó todo.


Desde 1972, en el Estadio Panathinaiko finaliza el Athens Classic Marathon. Esta prueba rememora el recorrido del primer maratón olímpico y de los dos ensayos previos, y está abierta a todos los corredores. Dicen que es dura, y que en la actualidad es muy fea, pero yo tengo entre ceja y ceja disputarla. Lo que pasa es que, hasta el día de hoy, ni me he podido plantear ir a Atenas en noviembre. Si me llegan las piernas al momento en el que pueda hacerlo, y logro entrar en el Estadio Panathinaiko corriendo, hablaré largo y tendido de los orígenes de la carrera de 42.195 metros. Ahora, solo voy a hacer una breve semblanza de la evolución histórica del recinto deportivo. 


Resulta que en el 330 antes de CristoLicurgo, un magistrado ateniense que se encargaba de las finanzas públicas, mandó construir en mármol el Estadio Panathinaiko, en el lugar donde ya había un hipódromo con asientos de madera. El remozado espacio estaba llamado a albergar los Juegos Panatenaicos, que no consiguieron tener la importancia de los Olímpicos o de los otros grandes juegos panhelénicos, pero que se celebraron durante ocho siglos, nada menos. Posteriormente, en el 144 de nuestra era, Herodes Ático, un político romano muy rico, nacido en lo que hoy es Grecia, le dio una nueva vuelta al recinto, que había perdido su esplendor. Después de ese segundo periodo de gloria, en el siglo IV fue abandonado, y a mediados del XIX no pasaba de ser un montón de ruinas, sepultadas en mitad del campo. Sin embargo, en ese momento, con el desarrollo del romanticismo como movimiento cultural, que implicaba un auge del nacionalismo, hubo una iniciativa en Grecia para revivir los Juegos Olímpicos, que eran considerados un símbolo de las tradiciones helenas. La idea tardó en prosperar, pero, tras 20 años, un empresario y filántropo griego, llamado Evangelos Zappas, recogió el guante y decidió sufragar el renacimiento del evento olímpico. Para albergarlo, pagó con su dinero los trabajos que permitieron desenterrar, acondicionar y nivelar el Estadio Panathinaiko. Al final, los llamados Juegos Olímpicos de Zappas se disputaron cuatro veces, entre 1859 y 1889. No obstante, Zappas solo alcanzó a ver la primera edición, y aunque había dejado dinero para que se organizaran más, aún no había llegado la hora de que la iniciativa arraigase, por lo que el certamen fue decayendo hasta desaparecer. 

Sin embargo, el proyecto de celebrar una gran competición, en la que participaran deportistas de todo el mundo, hermanados para competir sin ánimo de lucro, fue retomado poco después por el barón francés Pierre Fredy de Coubertin, que ha pasado a la historia como el padre del olimpismo, aunque la idea original no fuera suya. Aun así, suyo sí es el mérito de haber logrado montar y desarrollar un acontecimiento que ha acabado siendo inmortal.

El caso es que, gracias a la insistencia de Pierre Fredy de Coubertin, los primeros Juegos Olímpicos de la segunda intentona se organizaron en Atenas, y el Estadio Panathinaiko se siguió considerando el eje del evento. Para que estuviera a la altura, al recinto se le dio un impulso definitivo, sufragado esta vez por George Averof, que costeó su remodelación total. El mecenazgo de Averof hizo posible que se volviese a levantar el edificio todo de mármol, de forma que el Estadio se quedó como lo conocemos hoy. En él, se celebró la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Atenas 1896, el 6 de abril de ese año, así como las competiciones de gimnasia, de halterofilia, de lucha y, por supuesto, de atletismo. Eso implica que en su pista se proclamó el primer campeón olímpico de la historia, el mismo día 6. Este honor recayó en James Connolly, un estadounidense que ganó la competición de triple salto. Allí, también entró vencedor en la prueba de maratón el griego Spyridon Louis. Por tanto, el Estadio Panathinaiko es, en mi opinión, el santuario del deporte por excelencia. Por ello, su visita era una obligación para mí.


Hay que decir, en todo caso, que después de aquellos gloriosos inicios, aparte de otros eventos deportivos, e incluso musicales, el Estadio ha albergado también los Juegos Intercalados de Atenas 1906, que no están considerados como oficiales, así como el final del maratón y la prueba de tiro con arco de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004.


Con respecto a mi visita, ya he comentado en los artículos precedentes, que yo he estado en Grecia en un viaje en grupo. El Estadio Panathinaiko no estaba en el programa, pero también teníamos una jornada libre en Atenas, así que esperé, y el día de marras me fui pronto a ver el recinto. Ir temprano fue un acierto, porque hizo una soleada y calurosa mañana, y en el Estadio no hay ni una sombra, a partir de una determinada hora. Cuando yo fui, la temperatura aún no se había disparado del todo, y el sol no estaba arriba por completo, por lo que mi tour fue una gozada.


En el Estadio Panathinaiko caben en la actualidad unos 60.000 espectadores. Estando allí, no parece tan grande, pero la cifra estaba escrita en un cartel oficial, de manera que la doy por buena. Las gradas están divididas en una cávea baja, formada por 24 filas, que se dividen en 30 sectores, y por una cávea alta, que cuenta con 23 filas de 36 sectores cada una. El recinto también es conocido como Kallimarmaro, que significa "hermoso mármol", ya que está todo hecho de este tipo de piedra.


El edificio es una belleza, pero está claro es que se trata de un estadio que es un monumento, o de un monumento que es un estadio, es decir, que la comodidad del espectador no es la prioridad, ni su estructura se ajusta a los cánones de lo que hoy día se estila en los recintos puramente deportivos.


En efecto, como se puede comprobar, las gradas están totalmente descubiertas, por lo que nadie puede resguardarse del sol ni de la lluvia. Además, los asientos son de dura piedra y no tienen respaldo. Esos detalles, evidencian que no es un estadio adonde la gente vaya con regularidad a ver espectáculos deportivos. Digamos que se usa de manera puntual, pero prima el hecho de mantener el recinto tal y como era hace 2.000 años, no la comodidad del espectador actual.

Por otro lado, resulta curioso que el Estadio está rodeado por una zona boscosa, a la que se puede acceder libremente, y desde la que sería muy sencillo saltar a las gradas. Eso también constata, que no es un recinto habilitado para que se celebren competiciones deportivas en él de modo corriente.


Otro detalle que evidencia la particular idiosincrasia del Estadio Panathinaiko, es que su interior no tiene barreras que delimiten las diferentes partes del graderío. A simple vista, se observa que todos los espectadores entran por el mismo sitio y gozan de un estatus similar. Hay unos cuantos asientos que rompen esa igualdad absoluta, pero no son muchos. Esos asientos nobles están situados en primera fila. Algunos están en el gol sur, utilizando la terminología que hoy impera en los estadios de fútbol, y otros se ubican en lo que sería preferencia.


La única diferencia es que los asientos especiales sí tienen respaldar. Entre ellos, hay dos por zona, que, además, cuentan con brazos, como se puede ver en la foto. Esos estaban reservados para la realeza.

Aparte, las escaleras, que tienen 107 peldaños de arriba a bajo, no están preparadas, no digo ya para personas con movilidad reducida, sino tampoco para hombres o mujeres que no tengan un cierto nivel de agilidad. Los escalones más complicados de salvar son los de abajo.



Doy fe de que en los primeros peldaños de las escaleras hay que ir con cuidado, para no irse de boca y acabar muy malparado.

Con respecto a la arena, la misma mide 191 metros de largo y 34 de ancho. La cuerda de la pista de atletismo es de 400 metros, por lo que, en teoría, el Estadio estaría preparado para acoger pruebas atléticas oficiales, pero su peculiar forma hace que las curvas sean más cerradas de lo normal.


La forma de la pista de atletismo también demuestra que no es una instalación en la que sea una prioridad organizar pruebas homologadas. No obstante, el tartán está en perfecto estado.


Me gustó mucho que se puede circular por el Estadio con total libertad, no solo por las gradas, sino también por la pista. Vi a muchas personas que, incluso, daban una vuelta corriendo y se grababan. Yo deambulé por allí durante un rato, pero no llegué a tanto. Lo que sí hice, por supuesto, fue acceder al pequeño museo que tiene anexo. Al mismo se entra por un túnel, que da directamente a la pista.


El túnel mide 70 metros de largo, 3'9 de alto y 3'5 de ancho. Pasa por debajo de las gradas, y va a dar a un edificio que está detrás del Estadio. Yendo por el pasadizo, no da la impresión de que se esté saliendo de él, porque se accede directamente al museo por unas escaleras interiores, que están al final del pasillo.


El museo realmente no se publicita como tal, sino que se considera que es una exposición permanente, integrada dentro de la visita al Estadio Panathinaiko. Se titula Recuerdos de los Juegos Olímpicos: Carteles y Antorchas desde 1896 hasta hoy. Como no da la sensación de que se esté fuera del recinto deportivo, no resulta raro que la muestra no se anuncie aparte. Para mí, fue una sorpresa, porque en ella se exhiben las auténticas antorchas de todos los Juegos Olímpicos celebrados hasta ahora. 


Se da la circunstancia de que los Juegos Olímpicos de Paris 2024 se han inaugurado el 26 de julio, es decir, hace tan solo cinco días (aunque hubo deportes que comenzaron a disputarse el 24). Ahora mismo, por tanto, estamos inmersos en ellos. En unas semanas, supongo que habrá un nuevo cartel y una nueva antorcha en la exposición, pero la que yo vi llegaba hasta los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. No obstante, la foto que voy a poner es la de la Antorcha y el Cartel de los Juegos Olímpicos que más me han marcado, que son, como no, los de Barcelona 1992


También había por allí otros objetos relacionados con la historia olímpica. Yo me fijé, por ejemplo, en un Pétalo, de los 204 que conformaron el pebetero de los Juegos Olímpicos de Londres 2012, cada uno de los cuales representaba a una de las naciones que compitieron.


En resumen, la visita al Estadio Panathinaiko me apetecía muchísimo, y no solo no me quedé con las ganas, sino que la disfruté de manera especial. Ojalá algún día pueda entrar en ese estadio corriendo, no se si alcanzaré a lograrlo, pero, de momento, estoy muy satisfecho de haberlo explorado como un turista.


Reto Viajero TESOROS DEL MUNDO
Visitado ESTADIO PANATHINAIKO.
% de Tesoros ya visitados de Atenas: 100%.
% de Tesoros del Mundo ya visitados: 4'7%.


30 de julio de 2024

ACRÓPOLIS DE ATENAS 2024

En septiembre del año pasado, el gobierno griego decidió limitar el acceso a la Acrópolis de Atenas. Por lo visto, en temporada alta el monumento recibía unos 23.000 visitantes al día de media, y se consideró que la masificación había alcanzado niveles inasumibles. Sin embargo, el tope se dejó en 20.000 personas, por lo que siguen entrando en el recinto más de 1.500 almas cada hora, en época estival. 




Teniendo en cuenta que una hora tiene 3.600 segundos, el hecho de que pasen 1.500 personas en ese tiempo, por el torno que da acceso al recinto vallado de la Acrópolis, significa que, en verano, el pobre artilugio de control gira sin parar cada 2'5 segundos, desde las 8'00 hasta las 19'00. Es de locos.

Con tales datos, está claro que a la Acrópolis, hoy día, no sube uno para sentir el espíritu de Pericles, ni es el sitio en el que se va a padecer el síndrome de Stendhal. Con ver el monumento sin morir en el intento ya va uno sobrado. No obstante, yo visité la mítica colina en el momento de mayor afluencia. Es evidente que el que pueda ir un martes lluvioso de febrero, a las 8 '00 de la mañana, tendrá una experiencia distinta. Por eso, no me voy a centrar demasiado en el discurso de la masificación. El pasado 17 de julio, alrededor de las 16'30, yo también estaba en la Acrópolis como un turista cualquiera. No soy mejor que toda la peña que me encontré allí arriba. La ciudad alta hay que pisarla, al menos una vez en la vida, y yo no he podido ir en otra época del año, igual que tantas personas. No hay más. 


Con todo, hay que decir que la superficie de la Acrópolis es de 3 hectáreas, por lo que, una vez que uno ha dejado atrás los Propileos, se puede mover con relativa soltura por el espacio que circunda los diferentes edificios. 


Por otro lado, yo iba en grupo, y eso es algo que agradecí mucho de cara al acceso, porque me despreocupé de las entradas y no hice colas. En ese sentido, fue bueno ir en una excusión organizada.

Antes de describir lo que vi de la Acrópolis de Atenas, y antes, también, de reflejar mis impresiones con respecto a la misma, voy a introducir el monumento, pero en esta ocasión no me voy a enrollar demasiado. Para entrar en detalles, se puede consultar la Wikipedia, por ejemplo. No obstante, sí tengo que empezar diciendo, que la palabra acrópolis proviene de la unión de dos vocablos griegos, que son ακρος (cima) y πολις (ciudad), por lo que el término hace referencia a la parte más elevada de las ciudades de la Antigua Grecia. En ella, normalmente estaban sus edificios y espacios de mayor importancia. En el caso de Atenas, la excepcional presencia de una prominente meseta en su meollo, convirtió su Acrópolis en el paradigma de la zona alta de las polis griegas.


Hoy día, lo que vemos en la Acrópolis de Atenas se lo debemos al citado Pericles, ya que lo que había antes fue destruido por los persas en el 480 a. C. En ese año, Pericles no era más que un adolescente, pero en el 463 apareció en escena, y de ahí hasta su muerte dominó la política ateniense, y condujo a la ciudad a su apogeo. En relación con la Acrópolis, en sus lustros de gobierno ordenó el inicio de su reconstrucción, encargándole la dirección de las obras a Fidias. Así, a lo largo de su mandato se estructuró el espacio, y se erigieron el Partenón y los Propileos, que son dos de los monumentos que aún definen el complejo. A sus pies, también hizo levantar un Odeón, junto al Teatro de Dioniso

No obstante, tras el fallecimiento de Pericles, en el 429 antes de Cristo, el ritmo constructivo no bajó en la Acrópolis. Después, la ciudad alta ha sufrido un sinfín de vicisitudes, que la han convertido en un formidable yacimiento arqueológico, en el que se pueden ver restos superpuestos de muchas etapas.


Realmente, la Acrópolis está repleta de vestigios de diferentes épocas, por lo que habría muchísimo que explorar allí. Sin embargo, yo, como la inmensa mayoría de los turistas, me tuve que conformar con ver algunos de sus highlights. De ellos voy a hablar, dejando para el futuro, si tengo la suerte de poder regresar, la descripción de otros restos.

El caso es que el actual perímetro vallado de la Acrópolis abarca la ciudad alta, propiamente dicha, así como las laderas de la colina, en las cuales también hay multitud de monumentos. De las dos entradas que tiene ese recinto, nosotros accedimos por la lateral. 


El hecho de entrar por ahí nos permitió pasar por delante de esos monumentos que se desparraman por la ladera de la colina. Sin embargo, no nos paramos. Quizás, el Teatro de Dioniso fue el edificio más notable que tuvimos que ignorar. 


El Teatro de Dioniso dicen que fue el teatro más grande e importante de la Antigua Grecia. Sin embargo, nosotros teníamos el tiempo justo para ver bien los edificios principales de la Acrópolis, así que no perdimos de vista cual era el objetivo.


A la Acrópolis de Atenas solo se puede acceder por un sitio, salvo que se sea Spiderman. Ese lugar de entrada se denomina Puerta Beulé.


La Puerta Beulé fue construida en el siglo III de nuestra era por los romanos, y marcó el inicio de una nueva etapa en la vida de la Acrópolis, en la que pasó a ser considerada como un bastión defensivo en el corazón de Atenas. Cuando se construyó el estrecho pórtico, la escalinata que hay detrás ya existía, aunque la misma también es romana (en este caso, del siglo I). Hasta ese momento, parece que lo que había era una gran rampa. 


En cambio, desde entonces hay que pegarse un buen lote de subir escalones para llegar a los Propileos. Estos sí se erigieron en época de Pericles, y son la tarjeta de presentación del complejo. Hoy día han perdido gran parte de la cubierta, pero siguen ejerciendo de monumental pórtico de entrada a la Acrópolis


Al cruzar los Propileos, es conveniente salirse de la ingente marea humana que los atraviesa constantemente, y detenerse a contemplarlos, porque son una atracción en sí mismos. No obstante, hay que reconocer que cuesta hacer oídos sordos a los cantos de sirena que emite el Partenón, una vez que se accede a la meseta de la Acrópolis.


El Partenón es tan mítico, que atrae como un imán en cuanto se divisa. Rodearlo, mirando con detenimiento sus detalles, es algo indispensable. Sin embargo, tengo que decir que a mí me decepcionó un poco el templo, que está dedicado a Atenea, por varias razones. Para empezar, no se puede entrar en él. No digo que no sea lógico, en aras a su conservación, pero la visita se queda un tanto descafeinada, contemplándolo tan solo desde fuera. Aparte, su fachada este, que es la primera que uno divisa, estaba llena de andamios. 


Por último, está muy desmontado. Esto se sabe de sobra, pero a mí me pareció que es un monumento que gana más cuando se contempla de lejos, ya que desde la distancia es desde donde se aprecia bien la armonía de su estructura, sus tremendas dimensiones y la majestuosidad con la que domina el entorno. De cerca, no me impactó tanto.



Además, hacía mucho calor, y la cantidad de personas que deambulaban por allí, entre las que me incluyo, difuminaban su aura por completo. Algo parecido me pasó con el Erecteón, que es el otro edificio clave de la Acrópolis.



Las famosas Cariátides del Erecteón se me quedaron grabadas en la memoria cuando estudié historia del arte en COU, allá por el Pleistoceno. Por eso, tras rodear el Partenón, me fui directamente a por ese otro templo, y de nuevo la visita me dejó un poco desencantado. Para empezar, las Cariátides son réplicas. Ya era consciente de ello, porque acababa de ver cinco de las seis originales en el Museo de la Acrópolis.


En cambio, lo que no me esperaba era que no pudiéramos acercarnos. En este caso, ni siquiera era posible rodear el templo, para ver bien, al menos, su original estructura. Me tuve que conformar con hacer cola, para poder situarme unos segundos en el punto más próximo posible, y echar una simple foto.


Aparte, como he dicho antes, por la superficie de la Acrópolis se reparten un buen número de restos arqueológicos de diversas épocas, que obligan a que la visita sea un poco ordenada y pausada, si uno quiere enterarse de algo. Yo no pude hacerlo así. No obstante, sí me detuve a ver qué eran un montón de piedras que había junto al Partenón, y me enteré de que pertenecían al Templo de Roma y Augusto, que se levantó durante los primeros años del Imperio Romano, entre el 17 y el 10 a. C. 



Como se puede apreciar en las fotos, se trata de un edificio que está muy derruido. Por eso, hay que verlo con calma, para interpretar lo que son ese montón de columnas y sillares de mármol. Esto, se puede hacer con muchos de los restos de la Acrópolis, porque allí el follón grande se concentra en unos pocos puntos concretos. Sin embargo, hay que ir con tiempo.

Yo hice un amago por regresar a la Acrópolis el día que tuvimos libre en Atenas. De hecho, me planté en las taquillas a las 8'05. Llevaban solo cinco minutos abiertas, pero ya había una cola tremenda, y para acceder al recinto, tras sacar el ticket, también había otra larga fila. Yo, por entrar de nuevo en la Acrópolis no quería sacrificar las demás visitas que quería hacer en la capital helena, así que me marché. Si puedo, volveré.

De todas formas, antes de pasar a hablar del Museo de la Acrópolis, que ya no está dentro de la Acrópolis, pero sí muy cerca, quiero mencionar que en el extremo de esta hay un Mirador, con una imponente bandera encima, en el que merece la pena hacer un alto, para ver desde allí las espectaculares vistas de Atenas.


Con respecto al Museo de la Acrópolis, este estuvo durante décadas en la misma Acrópolis, pero su emplazamiento se había quedado pequeño, por lo que se decidió hacer uno nuevo, fuera del recinto. Finalmente, se hizo tan cerca, que desde su tercera planta las vistas son sensacionales.


En efecto, para el nuevo Museo de la Acrópolis se construyó un moderno edificio, en el barrio de Makryianni, tan solo 300 metros al sur del recinto de la Acrópolis. Se inauguró en el año 2009. Ya sí se considera que los restos del magno yacimiento se conservan en un sitio digno.


El edificio del antiguo museo aún se conserva en la Acrópolis, aunque ahora se utiliza para tareas administrativas. La estructura interior del nuevo, por su parte, pretende recordar a la del Partenón. Quizás haya que echarle un poco de imaginación, pero a mí me gustó mucho.



Dentro del Museo, hay cientos de vestigios encontrados en la Acrópolis. Dada la categoría de ese recinto y su larga historia, el nivel de las piezas expuestas es tremendo. Sin embargo, todo queda eclipsado por los elementos estrella de la colección, que son las Cariátides, de las que hablé arriba, así como los Frontones, el Friso y las Metopas del Partenón. Las primeras se pueden contemplar de cerca, por detrás, por delante y sin límite de tiempo. Antes critiqué que las réplicas del Erecteón se ven de mala manera, pero es de justicia reconocer que, en cambio, las originales están muy bien expuestas.



En la cartela que hay junto a las Cariátides, se atribuye su factura al escultor Alcámenes. De las seis originales, una se la llevó al Reino Unido el diplomático británico Lord Elgin, a comienzos del siglo XIX, y está en el Museo Británico. Las otras cinco se conservan en el de la Acrópolis, aunque una se encuentra mucho mas destrozada que las demás, por culpa de un cañonazo otomano que sufrió el Erecteón, durante la Guerra de la Independencia de Grecia.

Con respecto a las Metopas, al Friso y a los Frontones del Partenón, para hablar de esos elementos es preciso nombrar de nuevo al inglés Lord Elgin, que se llamaba en realidad Thomas Bruce. Este noble escocés, amante de las artes, fue embajador del Reino Unido en el Imperio Otomano, entre 1799 y 1803, lo que le permitió entrar en contacto a fondo con la Acrópolis, y quedarse maravillado por la calidad de sus esculturas. Aunque Lord Elgin ha pasado a la historia como un expoliador de primera, parece que su intención no era mala, a la hora de quedarse con los mármoles del monumento ateniense. Por lo visto, la idea inicial del diplomático fue traer del Reino Unido a una serie de artistas, para que documentaran con detalle el conjunto escultórico de la Acrópolis. Sin embargo, conforme fueron avanzando los meses, Bruce se fue enterando de la cantidad de barrabasadas que se habían cometido con los templos de la ciudad alta, por lo que decidió cortar por lo sano y llevarse lo que pudiera a su civilizado país, en aras de su preservación futura. Para ello, incluso falsificó documentos. Finalmente, además de piezas del Erecteón, de los Propileos y del Templo de Atenea Niké, Lord Elgin se llevó más de la mitad de las decoración del Partenón que había resistido al devenir del tiempo, empezando por 56 de los 115 bloques que tenía el Friso (solo quedaban 97), siguiendo por 15 de las 92 Metopas (sobrevivían 64) y acabando por 19 de las 28 figuras de los Frontones que no se habían echado a perder. Huelga decir, que se llevó lo que estaba en mejor estado. Con los años, Lord Elgin sacó pingües beneficios de lo que se había agenciado, lo que dificulta en mayor medida lo de no considerarlo un saqueador, pero gracias a que vendió su botín al Museo Británico, ahora al menos lo podemos ver en Londres. Por suerte, como no pudo arramplar con todo, en el Museo de la Acrópolis también hay partes de la ornamentación del Partenón. En concreto, de los 160 metros que medía el Friso, se conservan unos 131, de los cuales, redondeando un poco, el 0'8% se encuentran en el Museo del Louvre, el 61'1% están en el Museo Británico y el 38'1% se pueden contemplar en el Museo de la Acrópolis.



Por su parte, las Metopas eran 92, pero solo sobreviven las 64 comentadas. Las 15 de Lord Elgin están el Museo Británico, y el Louvre guarda una. Las 48 restantes están en el Museo de la Acrópolis.


Por último, de las 28 figuras de los Frontones, aparte de las 19 del Museo Británico, las otras 9 están en el museo ateniense.


La polémica con las figuras del Partenón está servida entre Grecia y el Reino Unido. Los británicos no suelen estar por la labor de desprenderse de las cosas de las que se apropian un poco por la cara, como bien sabemos en España, gracias a una colonia de cuyo nombre no quiero acordarme. Por eso, no parece que la diatriba por los mármoles de la Acrópolis vaya a tener fin. Así, nosotros nos tenemos que conformar conque nos hablen en llanito en ese pedazo de la costa de Cádiz, y los griegos no tienen más remedio que hacer lo propio con sus esculturas, y se tienen que resignar a ver en su Museo de la Acrópolis la parte menos lustrosa de ellas. 


Por lo que a mí respecta, me encantaría regresar a la Acrópolis, la verdad. No es para mí una cuenta pendiente, porque considero que vi lo indispensable de ella, pero no puedo negar que me he quedé un poco frío, por la manera de verla, y creo que, realmente, el lugar no lo merece. Por tanto, si tengo la oportunidad de repetir la siguiente foto, será una gran noticia.



Reto Viajero TESOROS DEL MUNDO
Visitada ACRÓPOLIS DE ATENAS.
% de Tesoros ya visitados de Atenas: 50%.
% de Tesoros del Mundo ya visitados: 4'3%.