30 de julio de 2024

ACRÓPOLIS DE ATENAS 2024

En septiembre del año pasado, el gobierno griego decidió limitar el acceso a la Acrópolis de Atenas. Por lo visto, en temporada alta el monumento recibía unos 23.000 visitantes al día de media, y se consideró que la masificación había alcanzado niveles inasumibles. Sin embargo, el tope se dejó en 20.000 personas, por lo que siguen entrando en el recinto más de 1.500 almas cada hora, en época estival. 




Teniendo en cuenta que una hora tiene 3.600 segundos, el hecho de que pasen 1.500 personas en ese tiempo, por el torno que da acceso al recinto vallado de la Acrópolis, significa que, en verano, el pobre artilugio de control gira sin parar cada 2'5 segundos, desde las 8'00 hasta las 19'00. Es de locos.

Con tales datos, está claro que a la Acrópolis, hoy día, no sube uno para sentir el espíritu de Pericles, ni es el sitio en el que se va a padecer el síndrome de Stendhal. Con ver el monumento sin morir en el intento ya va uno sobrado. No obstante, yo visité la mítica colina en el momento de mayor afluencia. Es evidente que el que pueda ir un martes lluvioso de febrero, a las 8 '00 de la mañana, tendrá una experiencia distinta. Por eso, no me voy a centrar demasiado en el discurso de la masificación. El pasado 17 de julio, alrededor de las 16'30, yo también estaba en la Acrópolis como un turista cualquiera. No soy mejor que toda la peña que me encontré allí arriba. La ciudad alta hay que pisarla, al menos una vez en la vida, y yo no he podido ir en otra época del año, igual que tantas personas. No hay más. 


Con todo, hay que decir que la superficie de la Acrópolis es de 3 hectáreas, por lo que, una vez que uno ha dejado atrás los Propileos, se puede mover con relativa soltura por el espacio que circunda los diferentes edificios. 


Por otro lado, yo iba en grupo, y eso es algo que agradecí mucho de cara al acceso, porque me despreocupé de las entradas y no hice colas. En ese sentido, fue bueno ir en una excusión organizada.

Antes de describir lo que vi de la Acrópolis de Atenas, y antes, también, de reflejar mis impresiones con respecto a la misma, voy a introducir el monumento, pero en esta ocasión no me voy a enrollar demasiado. Para entrar en detalles, se puede consultar la Wikipedia, por ejemplo. No obstante, sí tengo que empezar diciendo, que la palabra acrópolis proviene de la unión de dos vocablos griegos, que son ακρος (cima) y πολις (ciudad), por lo que el término hace referencia a la parte más elevada de las ciudades de la Antigua Grecia. En ella, normalmente estaban sus edificios y espacios de mayor importancia. En el caso de Atenas, la excepcional presencia de una prominente meseta en su meollo, convirtió su Acrópolis en el paradigma de la zona alta de las polis griegas.


Hoy día, lo que vemos en la Acrópolis de Atenas se lo debemos al citado Pericles, ya que lo que había antes fue destruido por los persas en el 480 a. C. En ese año, Pericles no era más que un adolescente, pero en el 463 apareció en escena, y de ahí hasta su muerte dominó la política ateniense, y condujo a la ciudad a su apogeo. En relación con la Acrópolis, en sus lustros de gobierno ordenó el inicio de su reconstrucción, encargándole la dirección de las obras a Fidias. Así, a lo largo de su mandato se estructuró el espacio, y se erigieron el Partenón y los Propileos, que son dos de los monumentos que aún definen el complejo. A sus pies, también hizo levantar un Odeón, junto al Teatro de Dioniso

No obstante, tras el fallecimiento de Pericles, en el 429 antes de Cristo, el ritmo constructivo no bajó en la Acrópolis. Después, la ciudad alta ha sufrido un sinfín de vicisitudes, que la han convertido en un formidable yacimiento arqueológico, en el que se pueden ver restos superpuestos de muchas etapas.


Realmente, la Acrópolis está repleta de vestigios de diferentes épocas, por lo que habría muchísimo que explorar allí. Sin embargo, yo, como la inmensa mayoría de los turistas, me tuve que conformar con ver algunos de sus highlights. De ellos voy a hablar, dejando para el futuro, si tengo la suerte de poder regresar, la descripción de otros restos.

El caso es que el actual perímetro vallado de la Acrópolis abarca la ciudad alta, propiamente dicha, así como las laderas de la colina, en las cuales también hay multitud de monumentos. De las dos entradas que tiene ese recinto, nosotros accedimos por la lateral. 


El hecho de entrar por ahí nos permitió pasar por delante de esos monumentos que se desparraman por la ladera de la colina. Sin embargo, no nos paramos. Quizás, el Teatro de Dioniso fue el edificio más notable que tuvimos que ignorar. 


El Teatro de Dioniso dicen que fue el teatro más grande e importante de la Antigua Grecia. Sin embargo, nosotros teníamos el tiempo justo para ver bien los edificios principales de la Acrópolis, así que no perdimos de vista cual era el objetivo.


A la Acrópolis de Atenas solo se puede acceder por un sitio, salvo que se sea Spiderman. Ese lugar de entrada se denomina Puerta Beulé.


La Puerta Beulé fue construida en el siglo III de nuestra era por los romanos, y marcó el inicio de una nueva etapa en la vida de la Acrópolis, en la que pasó a ser considerada como un bastión defensivo en el corazón de Atenas. Cuando se construyó el estrecho pórtico, la escalinata que hay detrás ya existía, aunque la misma también es romana (en este caso, del siglo I). Hasta ese momento, parece que lo que había era una gran rampa. 


En cambio, desde entonces hay que pegarse un buen lote de subir escalones para llegar a los Propileos. Estos sí se erigieron en época de Pericles, y son la tarjeta de presentación del complejo. Hoy día han perdido gran parte de la cubierta, pero siguen ejerciendo de monumental pórtico de entrada a la Acrópolis


Al cruzar los Propileos, es conveniente salirse de la ingente marea humana que los atraviesa constantemente, y detenerse a contemplarlos, porque son una atracción en sí mismos. No obstante, hay que reconocer que cuesta hacer oídos sordos a los cantos de sirena que emite el Partenón, una vez que se accede a la meseta de la Acrópolis.


El Partenón es tan mítico, que atrae como un imán en cuanto se divisa. Rodearlo, mirando con detenimiento sus detalles, es algo indispensable. Sin embargo, tengo que decir que a mí me decepcionó un poco el templo, que está dedicado a Atenea, por varias razones. Para empezar, no se puede entrar en él. No digo que no sea lógico, en aras a su conservación, pero la visita se queda un tanto descafeinada, contemplándolo tan solo desde fuera. Aparte, su fachada este, que es la primera que uno divisa, estaba llena de andamios. 


Por último, está muy desmontado. Esto se sabe de sobra, pero a mí me pareció que es un monumento que gana más cuando se contempla de lejos, ya que desde la distancia es desde donde se aprecia bien la armonía de su estructura, sus tremendas dimensiones y la majestuosidad con la que domina el entorno. De cerca, no me impactó tanto.



Además, hacía mucho calor, y la cantidad de personas que deambulaban por allí, entre las que me incluyo, difuminaban su aura por completo. Algo parecido me pasó con el Erecteón, que es el otro edificio clave de la Acrópolis.



Las famosas Cariátides del Erecteón se me quedaron grabadas en la memoria cuando estudié historia del arte en COU, allá por el Pleistoceno. Por eso, tras rodear el Partenón, me fui directamente a por ese otro templo, y de nuevo la visita me dejó un poco desencantado. Para empezar, las Cariátides son réplicas. Ya era consciente de ello, porque acababa de ver cinco de las seis originales en el Museo de la Acrópolis.


En cambio, lo que no me esperaba era que no pudiéramos acercarnos. En este caso, ni siquiera era posible rodear el templo, para ver bien, al menos, su original estructura. Me tuve que conformar con hacer cola, para poder situarme unos segundos en el punto más próximo posible, y echar una simple foto.


Aparte, como he dicho antes, por la superficie de la Acrópolis se reparten un buen número de restos arqueológicos de diversas épocas, que obligan a que la visita sea un poco ordenada y pausada, si uno quiere enterarse de algo. Yo no pude hacerlo así. No obstante, sí me detuve a ver qué eran un montón de piedras que había junto al Partenón, y me enteré de que pertenecían al Templo de Roma y Augusto, que se levantó durante los primeros años del Imperio Romano, entre el 17 y el 10 a. C. 



Como se puede apreciar en las fotos, se trata de un edificio que está muy derruido. Por eso, hay que verlo con calma, para interpretar lo que son ese montón de columnas y sillares de mármol. Esto, se puede hacer con muchos de los restos de la Acrópolis, porque allí el follón grande se concentra en unos pocos puntos concretos. Sin embargo, hay que ir con tiempo.

Yo hice un amago por regresar a la Acrópolis el día que tuvimos libre en Atenas. De hecho, me planté en las taquillas a las 8'05. Llevaban solo cinco minutos abiertas, pero ya había una cola tremenda, y para acceder al recinto, tras sacar el ticket, también había otra larga fila. Yo, por entrar de nuevo en la Acrópolis no quería sacrificar las demás visitas que quería hacer en la capital helena, así que me marché. Si puedo, volveré.

De todas formas, antes de pasar a hablar del Museo de la Acrópolis, que ya no está dentro de la Acrópolis, pero sí muy cerca, quiero mencionar que en el extremo de esta hay un Mirador, con una imponente bandera encima, en el que merece la pena hacer un alto, para ver desde allí las espectaculares vistas de Atenas.


Con respecto al Museo de la Acrópolis, este estuvo durante décadas en la misma Acrópolis, pero su emplazamiento se había quedado pequeño, por lo que se decidió hacer uno nuevo, fuera del recinto. Finalmente, se hizo tan cerca, que desde su tercera planta las vistas son sensacionales.


En efecto, para el nuevo Museo de la Acrópolis se construyó un moderno edificio, en el barrio de Makryianni, tan solo 300 metros al sur del recinto de la Acrópolis. Se inauguró en el año 2009. Ya sí se considera que los restos del magno yacimiento se conservan en un sitio digno.


El edificio del antiguo museo aún se conserva en la Acrópolis, aunque ahora se utiliza para tareas administrativas. La estructura interior del nuevo, por su parte, pretende recordar a la del Partenón. Quizás haya que echarle un poco de imaginación, pero a mí me gustó mucho.



Dentro del Museo, hay cientos de vestigios encontrados en la Acrópolis. Dada la categoría de ese recinto y su larga historia, el nivel de las piezas expuestas es tremendo. Sin embargo, todo queda eclipsado por los elementos estrella de la colección, que son las Cariátides, de las que hablé arriba, así como los Frontones, el Friso y las Metopas del Partenón. Las primeras se pueden contemplar de cerca, por detrás, por delante y sin límite de tiempo. Antes critiqué que las réplicas del Erecteón se ven de mala manera, pero es de justicia reconocer que, en cambio, las originales están muy bien expuestas.



En la cartela que hay junto a las Cariátides, se atribuye su factura al escultor Alcámenes. De las seis originales, una se la llevó al Reino Unido el diplomático británico Lord Elgin, a comienzos del siglo XIX, y está en el Museo Británico. Las otras cinco se conservan en el de la Acrópolis, aunque una se encuentra mucho mas destrozada que las demás, por culpa de un cañonazo otomano que sufrió el Erecteón, durante la Guerra de la Independencia de Grecia.

Con respecto a las Metopas, al Friso y a los Frontones del Partenón, para hablar de esos elementos es preciso nombrar de nuevo al inglés Lord Elgin, que se llamaba en realidad Thomas Bruce. Este noble escocés, amante de las artes, fue embajador del Reino Unido en el Imperio Otomano, entre 1799 y 1803, lo que le permitió entrar en contacto a fondo con la Acrópolis, y quedarse maravillado por la calidad de sus esculturas. Aunque Lord Elgin ha pasado a la historia como un expoliador de primera, parece que su intención no era mala, a la hora de quedarse con los mármoles del monumento ateniense. Por lo visto, la idea inicial del diplomático fue traer del Reino Unido a una serie de artistas, para que documentaran con detalle el conjunto escultórico de la Acrópolis. Sin embargo, conforme fueron avanzando los meses, Bruce se fue enterando de la cantidad de barrabasadas que se habían cometido con los templos de la ciudad alta, por lo que decidió cortar por lo sano y llevarse lo que pudiera a su civilizado país, en aras de su preservación futura. Para ello, incluso falsificó documentos. Finalmente, además de piezas del Erecteón, de los Propileos y del Templo de Atenea Niké, Lord Elgin se llevó más de la mitad de las decoración del Partenón que había resistido al devenir del tiempo, empezando por 56 de los 115 bloques que tenía el Friso (solo quedaban 97), siguiendo por 15 de las 92 Metopas (sobrevivían 64) y acabando por 19 de las 28 figuras de los Frontones que no se habían echado a perder. Huelga decir, que se llevó lo que estaba en mejor estado. Con los años, Lord Elgin sacó pingües beneficios de lo que se había agenciado, lo que dificulta en mayor medida lo de no considerarlo un saqueador, pero gracias a que vendió su botín al Museo Británico, ahora al menos lo podemos ver en Londres. Por suerte, como no pudo arramplar con todo, en el Museo de la Acrópolis también hay partes de la ornamentación del Partenón. En concreto, de los 160 metros que medía el Friso, se conservan unos 131, de los cuales, redondeando un poco, el 0'8% se encuentran en el Museo del Louvre, el 61'1% están en el Museo Británico y el 38'1% se pueden contemplar en el Museo de la Acrópolis.



Por su parte, las Metopas eran 92, pero solo sobreviven las 64 comentadas. Las 15 de Lord Elgin están el Museo Británico, y el Louvre guarda una. Las 48 restantes están en el Museo de la Acrópolis.


Por último, de las 28 figuras de los Frontones, aparte de las 19 del Museo Británico, las otras 9 están en el museo ateniense.


La polémica con las figuras del Partenón está servida entre Grecia y el Reino Unido. Los británicos no suelen estar por la labor de desprenderse de las cosas de las que se apropian un poco por la cara, como bien sabemos en España, gracias a una colonia de cuyo nombre no quiero acordarme. Por eso, no parece que la diatriba por los mármoles de la Acrópolis vaya a tener fin. Así, nosotros nos tenemos que conformar conque nos hablen en llanito en ese pedazo de la costa de Cádiz, y los griegos no tienen más remedio que hacer lo propio con sus esculturas, y se tienen que resignar a ver en su Museo de la Acrópolis la parte menos lustrosa de ellas. 


Por lo que a mí respecta, me encantaría regresar a la Acrópolis, la verdad. No es para mí una cuenta pendiente, porque considero que vi lo indispensable de ella, pero no puedo negar que me he quedé un poco frío, por la manera de verla, y creo que, realmente, el lugar no lo merece. Por tanto, si tengo la oportunidad de repetir la siguiente foto, será una gran noticia.



Reto Viajero TESOROS DEL MUNDO
Visitada ACRÓPOLIS DE ATENAS.
% de Tesoros ya visitados de Atenas: 50%.
% de Tesoros del Mundo ya visitados: 4'3%.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si quieres comentar algo, estaré encantado de leerlo