Apenas un par de días antes de ir a Chipiona me di cuenta de que su Faro, ubicado en la Punta del Perro, era uno de los monumentos que tenía pendientes en el reto Monumentos de Andalucía. Verlo por fuera no es suficiente, así que, sobre la marcha, me metí en Internet y me enteré de que, afortunadamente, está abierto al público, y de que se puede concertar una visita, escribiendo a la Oficina Municipal de Turismo. Yo mandé un correo, sin mucha fe en que me fuera a responder alguien, pero, para mi sorpresa, en un par de horas me llamaron, dándome malas y buenas noticias: las malas noticias fueron que sólo está permitido subir al Faro los jueves y los viernes por la mañana, en alguno de los tres turnos que hay programados, y que estos estaban ya completos para esa semana. Por contra, las buenas noticias fueron que había lista de espera, y que, con 24 horas de antelación, desde la Oficina telefonean a los que han reservado plaza, para asegurarse de que finalmente acudirán a la cita, de manera que tiran de la lista de espera si hay bajas. Me pareció que la cosa estaba muy bien organizada, y me quedé expectante, ante la posibilidad de que surgiera un hueco. Por suerte, todo salió a pedir de boca, y al día siguiente contactaron conmigo de nuevo, para decirme que el jueves se habían producido vacantes en el primer turno, y que teníamos la oportunidad de cubrirlas, si queríamos. Por supuesto, accedí sobre la marcha, de manera que el jueves, sin habernos asomado aún a las playas de Chipiona, nos dirigimos a su famoso Faro, con la intención de verlo por dentro, lo cual cuesta 5 euros por persona, si se tienen siete años o más (si no, es gratis).
La pasada primavera tuve la suerte de subir a otro mítico faro andaluz, el de Cabo Trafalgar. Este se encuentra aún en uso, como el de Chipiona, pero además es uno de los últimos de España que tiene farero. El mismo es primo segundo de mi madre, y dado que está a punto de jubilarse, y que el Faro de Trafalgar pasará en breve a ser automático, pues en abril aceptamos su invitación y estuvimos viéndolo en petit comité.
Esta visita ha sido diferente, aunque no por ello ha dejado de ser muy ilustrativa. La estructura de ambos faros es similar, dado que su torre cilíndrica está posada sobre un edificio de forma cúbica, concebido para ser la vivienda del farero. En el de Trafalgar, en ese anexo siguen residiendo mi tío y su mujer, de manera que esa casa sí pudimos verla. En el de Chipiona, por contra, el recorrido comenzó en el hall, que es un patio con un aljibe, y desde ahí subimos arriba directamente, sin pasar a las estancias. No obstante, me hago una idea de cómo es lo que no se ve.
En el Faro de Trafalgar la visita la encabezó el propio farero, como es lógico. En el de Chipiona, fue un guía el que nos acompañó, mientras nos contaba cosas muy interesantes.
Lo que más me impresionó del Faro de Chipiona es que es el más alto de España (69 metros) y uno de los que alcanza más altura en Europa. Tardó cuatro años en construirse, bajo las órdenes del ingeniero Jaime Font, y empezó a funcionar el 28 de noviembre de 1867. Es, por tanto, historia viva. En 1946 el sistema se electrificó, y desde 1963 es un faro aeromarítimo, ya que su haz de luz ilumina horizontal y verticalmente, por lo que es útil para barcos y también para aviones. Su señal se ve a 45 kilómetros. Desde su inauguración, solo ha dejado de funcionar, de manera temporal, en 1898, debido a la Guerra de Cuba, así como durante los tres años de la Guerra Civil.
Lo que más me impresionó del Faro de Chipiona es que es el más alto de España (69 metros) y uno de los que alcanza más altura en Europa. Tardó cuatro años en construirse, bajo las órdenes del ingeniero Jaime Font, y empezó a funcionar el 28 de noviembre de 1867. Es, por tanto, historia viva. En 1946 el sistema se electrificó, y desde 1963 es un faro aeromarítimo, ya que su haz de luz ilumina horizontal y verticalmente, por lo que es útil para barcos y también para aviones. Su señal se ve a 45 kilómetros. Desde su inauguración, solo ha dejado de funcionar, de manera temporal, en 1898, debido a la Guerra de Cuba, así como durante los tres años de la Guerra Civil.
Subirlo cuesta trabajito, ya que, por su fuste, se eleva una auténtica escalera de caracol. Mientras se ascienden los 322 escalones (344, según otras fuentes, yo no los conté), puede uno fijarse en que el material empleado para la edificación es piedra ostionera local. Esta también fue la que se usó para construir los corrales de pesca.
Pese al esfuerzo, las niñas subieron sin problema, y hubo un par de padres, en nuestro grupo de visita, que ascendieron con sus hijos a hombros, lo cual fue una proeza. El premio era llegar arriba, donde las vistas merecieron la pena. El pueblo, la costa con sus corrales, así como el propio fondo rocoso de las playas, lucen preciosos desde las alturas. Tuvimos tiempo de sobra para mirar, con total tranquilidad, en todas las direcciones.
Me gustó lo de buscar, desde las alturas, el lugar donde se encuentra el barco chipriota que, desde 1994, yace varado en la entrada del Río Guadalquivir. Iba cargado de arroz, encalló en la arena, se partió, costaba más sacarlo que dejarlo donde está, y ahí sigue, formando ya parte del paisaje. No sabía de su existencia, pero, en efecto, se divisa a lo lejos.
Me gustó lo de buscar, desde las alturas, el lugar donde se encuentra el barco chipriota que, desde 1994, yace varado en la entrada del Río Guadalquivir. Iba cargado de arroz, encalló en la arena, se partió, costaba más sacarlo que dejarlo donde está, y ahí sigue, formando ya parte del paisaje. No sabía de su existencia, pero, en efecto, se divisa a lo lejos.
Arriba, también se puede observar con calma la maquinaria del Faro.
Me encantó ver el Faro de Chipiona, otro monumento andaluz indispensable que puedo dar por visitado, con todas las de la ley.
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