11 de agosto de 2016

DUBLÍN 2016

En 1971 mi madre estuvo trabajando en Dublín durante los meses de julio y agosto como au pair. Allí cumplió 20 años. La experiencia fue magnífica para ella, pero no había vuelto a Irlanda desde entonces. Este 5 de agosto se cumplían 45 años de aquel vigésimo cumpleaños, y pensamos que sería un gran regalo prepararle un viaje a Dublín que coincidiera con ese día. Ella sabía que iba a viajar, pero no supo adonde hasta 20 minutos antes de montarse en el avión. Creo que la sorpresa le encantó.

A mí, ir a Dublín y a Irlanda también me ha encantado. No conocía esos lugares y ambos estaban aún pendientes de una visita, de cara a mis retos, por lo que la sorpresa no ha podido venirme mejor. Tras haber estado ya en el Bierzo y en Asturias, este viaje ha sido el colofón a un verano perfecto.


Volamos a Dublín desde Madrid, el pasado 2 de agosto. Nuestro vuelo fue a una hora relativamente tardía, por lo que llegamos al hotel pasadas ya las 9 de la noche, hora local. En consecuencia, la primera cena la tuvimos que apañar con unas pizzas que pedimos al servicio de habitaciones, porque el bar del hotel no servía comida más allá de las 21'30, y fuera había empezado a llover. Lluvia en agosto y la cena a la hora de Los Lunnis: el recibimiento noreuropeo no me defraudó en absoluto...

Al día siguiente, más adaptados ya a las costumbre locales, comenzamos desde temprano con la verdadera experiencia dublinesa. 

Durante todo el viaje hemos aprovechado los días a tope y hemos visto un montón de cosas. Hace tiempo me dijeron que Dublín se ve en un día, y ahora ya puedo decir que no estoy en absoluto de acuerdo. Cierto es que su centro, que se extiende a lo largo de las márgenes del Río Liffey, sin llegar al mar, no es muy grande, pero nosotros estuvimos dos días a saco, y aun así nos hemos dejado muchas cosas para la próxima vez. Entre ellas no están el Trinity College, el Castillo de Dublín, la Christ Church Cathedral, ni la Guinness Storehouse, los cuatro principales highlights que hemos disfrutado. Aparte, tampoco han faltado los paseos y las visitas menores, de las que hablaré un poco más adelante.

Nos alojamos en el Ashling Hotel, un lujazo de hotel al que hay que darle la máxima puntuación, por su gran ubicación, por la comodidad de sus habitaciones, por sus detalles, por la amabilidad de sus empleados y, como no, por su magnífico bufé de desayuno. En el mismo no había aceite de oliva, pero todas las demás cosas imaginables estaban a nuestra disposición. Por su calidad, cantidad y variedad, los tres desayunos de Dublín han sido soberbios.

Tras nuestro opíparo desayuno inaugural, el primer día empezamos la jornada yendo al Trinity College. Ir en el segundo piso de un autobús fue para las niñas un atractivo contacto inicial con la ciudad. La visita al Trinity, por contra, aparte de las luces, tuvo también alguna pequeña sombra.


El Trinity College es la Universidad de Dublín, la más antigua de Irlanda, y se concentra en una compacta área de 190.000 m² que se puede recorrer con libertad. Sin embargo, nosotros siempre queremos más, y para intentar no perdernos nada, al llegar allí decidimos unirnos a un tour guiado, que prometía bastante, pero que fue un poco chasco.


Los problemas fueron, básicamente, dos. En primer lugar, la guía fue muy simpática, pero mi nivel B2 de inglés no estuvo a la altura de su vivaracha lengua: hablaba a toda leche y, pese a hacer un buen esfuerzo, no me enteré ni de la mitad de las cosas. Sin embargo, más allá de ese contratiempo (que no es responsabilidad de la chica, ni del Trinity, dicho sea de paso), en realidad lo que menos me gustó fue que esperaba que el tour guiado penetrara en parte de los edificios de la institución, y, en realidad, se limitó a movernos por dos de sus patios, parando delante de los principales edificios: la capilla, el comedor, el teatro,... Fueron largas explicaciones al aire libre, que se me escaparon en muchos momentos. No obstante, de algunas cosas sí logré enterarme, y me gustó poder entrar a curiosear un poco, ya por mi cuenta, en el Arts Building. Allí había ambiente universitario de verdad.


No obstante, la parte estrella de la visita (ya sin guía también) fue la entrada a la Old Library, la parte más antigua de todas las que, en la actualidad, componen la biblioteca del Trinity College. La joya de la corona de este centro es el Book of Kells, un manuscrito bellamente iluminado, realizado hacia el año 820 (es uno de los libros más antiguos del mundo). Antes de echarle un ojo al mismo, pudimos ver una pequeña exposición que mostraba otras joyas bibliófilas, y que daba interesante información sobre el propio Libro de Kells. Luego, tras contemplarlo, accedimos a la Long Room de la Old Library, que te deja con la boca abierta.



Incluso a Ana y a Julia, que venían de no enterarse ni de burbuja con las explicaciones de la guía, les motivó la biblioteca.

Al día siguiente teníamos planeada otra visita intensa, la del Castillo de Dublín, pero en esta ocasión no cometimos el error de unirnos a ninguna visita guiada... en inglés. Llegar al Castillo nos costó un buen pateo, nos perdimos y acabamos entrando en el mismo por la parte de detrás. Sin embargo, pese al retraso, como no hay mal que por bien no venga, al llegar a la entrada principal vimos que la siguiente visita guiada prevista era en italiano. Estuve en Italia de Erasmus, así que el italiano lo entiendo a la perfección sin esfuerzo, y María también lo ha estudiado, pero el resto de la familia no, y, pese a esto, ellos tampoco tuvieron problemas para seguir la explicación de la guía, una simpática italiana llamada Antonella.


Lo absurdo de la situación es que con la visita libre solo se puede ver la parte moderna del Castillo, pero con la visita guiada también te enseñan los restos medievales y la Capilla Real. Afortunadamente nosotros lo vimos todo, porque, sin ver lo poco que queda de la fortaleza medieval, el conjunto no se comprende bien.


Por otra parte, la Capilla Real está aún en uso y es preciosa.


Para acabar, el mayor interés de la parte moderna del Castillo es, precisamente, que se usa hoy día para toda clase de actos institucionales de la República de Irlanda. El edificio, por lo visto, da un poco de mal rollo a los irlandeses, porque es el símbolo de la dominación a la que se vieron sometidos, durante siglos, por los ingleses, pero no por ello ha dejado de ser usado para representar a la nación irlandesa, ahora que es independiente. Indudablemente, hay mucha historia en la visita (me resultó llamativo el enorme trono de Jorge VIII, que no cabía en uno más pequeño), pero, para mí, lo más interesante fue ver que todas las estancias, pese a los lujos, tenían vida.


Ese mismo día visitamos, de manera un tanto improvisada, la Christ Church Cathedral: camino de la Guinness Storehouse pasamos por delante y decidimos entrar a verla, lo cual nos costó luego un buen calentón para llegar a tiempo a la visita del museo cervecero. Aun así, mereció la pena, a pesar de que la parte de fuera parecía una feria.



La Christ Church Cathedral fue la primera catedral de Dublín, de hecho es la que estaba dentro de las murallas, en origen, pero, tras una serie de disputas, tuvo que conformarse con compartir los honores catedralicios con la Catedral de San Patricio. Lo mejor de la Christ Church Cathedral es su precioso suelo (se conserva un tramo original, lo demás es igual, pero más moderno) y su cripta, que formaba ya parte del primitivo templo vikingo que había allí, y que está llena de instrumentos de tortura, entre otras cosas (curioso el detalle de la rata y el gato momificados. Por lo visto, quedaron atrapados, a mitad del siglo XIX, en un tubo del órgano, y los muestran en una vitrina).



La ultima gran visita dublinesa que pudimos realizar fue la de la Guinness Storehouse, un museo dedicado a la marca irlandesa de cerveza, que está ubicado en la antigua planta donde se fermentaba la misma, en una zona que, pese a no estar muy lejos del centro, tiene unas marcadas reminiscencias industriales. Resultó interesante conocer los orígenes de la fábrica, y algunos detalles de la fabricación de la cerveza. Realmente, el museo es un impresionante edificio de siete plantas, al que no le falta de nada.

En cualquier caso, la parte más atractiva de la visita es la que te da la oportunidad de probar la cerveza. Menudo lote de Guinness que se mete uno entre pecho y espalda. En primer lugar, hay una parte dedicada a sentir todas las texturas de la bebida: primero crean un ambiente de frescor y claridad propicio, luego te dan un vasito con cerveza muy fría, y, por último, te guían para saborearla con calma, explorando sus matices (yo esta última parte me la salté por error, no entendí, en principio, de que iba la historia y me bebí la cerveza de dos tragos. Estaba riquísima... me quedo con ese matiz).


La parte en la que te enseñan a tirar bien la Guinness también mola, pero la pinta que te echas, después de un largo protocolo práctico, te la tienes que beber allí, y al llegar a ese punto ya estábamos deseando subir hasta la séptima planta, la de The Gravity Bar, donde uno puede degustar con calma otra pinta de Guinness que te dan, viendo las maravillosas vistas que hay desde los cristales.



La única pega ahí es que la cantidad de gente que hay puede estropear un poco el ambiente. Hay incluso sillas y sillones con mesas, pero, cuando nosotros subimos, acercarse a las cristaleras ya era difícil y sentarse era una utopía. Afortunadamente, a las siete dejaban de tirar cerveza y nosotros subimos a las siete menos diez. Al principio, allí no se cabía, pero antes de acabar con nuestras pintas el bar prácticamente se había vaciado, por lo que pudimos estar un buen rato disfrutando de Dublín a vista de pájaro, así como de lo que nos quedaba de cerveza.



Pese a todo lo que he contado, Dublín no es solo visitas. También hay que patearla y es una ciudad que hay que vivirla a pie de pub. Nosotros hemos ido con niñas, no había lugar para pasar más tiempo de lo normal en pubs, pero el ambiente lo hemos visto bien, y, por supuesto, nos tomamos otra buena cerveza en The Temple Bar Pub (ubicado, como se puede deducir, en Temple Bar). Este pub me sorprendió gratamente, estaba muy animado, pero no molestamente petado. El ambiente por la tarde era simpático, incluso para ir con niños, y pasamos allí, en definitiva, un rato muy agradable.


La primera tarde es la que aprovechamos para pasear: caminamos por Grafton Street (la calle de las tiendas), por Temple Bar (la de los pubs) y por St. Stephen's Green (un parque con caminitos asfaltados, setos y flores, de los que no están pensados para jugar en ellos al fútbol, precisamente). También atravesamos con calma la zona residencial victoriana que está al sur de Trinity College, en donde se pueden seguir las huellas de algunos de los míticos escritores que dio Dublín en el siglo XIX (Stoker, Joyce, Shaw, Yeats o Wilde).

Puestos a seguir la huella de los mitos, en Grafton Street es donde estaba la estatua del tío Phil, que sale en la foto que he puesto al principio (es la Estatua de Phil Lynottalma mater del grupo de Hard Rock de los setenta Thin Lizzy, para el que no sea aficionado al rock).

También estuvimos en el Phoenix Park, adonde yo fui a correr dos días antes de desayunar (menudo movimiento que tiene la ciudad ya a las siete de la mañana, por cierto). Corriendo comprobé que, como dicen, es un parque infinito (el más grande de Europa). En sus praderas está la residencia del presidente de Irlanda, la embajada de EEUU y el Zoo de Dublín, pero, sin necesidad de alejarnos tanto, estuvimos un rato, la tarde del segundo día, sacándole partido a una bonita zona infantil que había en la zona denominada como People's Garden, que queda cerca del Monumento al Duque de Wellington.


Aparte, el día que fuimos a la Guinness Storehouse también pudimos conocer el barrio de Liberties, una parte del centro más feucha, pero muy interesante, porque es la zona tradicionalmente popular y obrera. Sorprende en ese barrio el tamaño del área que está relacionada con la fábrica de cerveza, que incluye la zona de la fábrica moderna (se veía desde nuestro hotel), y, a su espalda, la zona industrial histórica, que es donde está el edificio en el que se ha hecho el museo.

Además de The Temple Bar, para comer hemos tenido oportunidad de visitar también otros pubs (en Irlanda es una buena opción alimenticia). El mejor que probamos estaba al lado del hotel (se llamaba Nancy Hands Bar & Restaurant). El propio bar del hotel, The Iveagh Bar, donde cenamos el segundo día (antes de las 21'30...), también estuvo muy bien, pero el sitio adonde fuimos expresamente, y donde no nos importó esperar más de media hora para pillar mesa, fue Queen of Tarts, un lugar que, por aparecer en las guías de turismo desde hace más de veinte años (tengo una guía en casa de principios de los noventa y sale), podría parecer una trampa para turistas, pero que, lejos de eso, es un negocio adonde hay que ir: el trato es exquisito, el local es muy acogedor y las tartas son suculentas (hay dos Queen of Tarts muy cercanos, nosotros estuvimos en el de Cow's Lane) .


Para acabar nuestro tour dublinés, el último día, cuando volvíamos del norte, antes de dirigirnos al hotel cercano al aeropuerto donde pernoctamos esa noche, buscamos el lugar donde estaba la casa en la que mi madre vivió durante los dos meses que estuvo en Dublín, en 1971. Increíblemente, ella recordaba el nombre de la calle (Carrickbrack Heath), así que, con un navegador, no fue difícil encontrarla. Estaba en una zona residencial, lejos del centro, pero dentro de los límites de la ciudad.


Aquello ha cambiado un poco, pero reconoció la casa, pese a que no le resultó fácil. De hecho, estuvimos merodeando la calle un rato, porque dudaba entre dos casas vecinas. Al final, de tanto rondar por allí salió la señora de la casa, que ya no tiene nada que ver con la familia con la que vivió mi madre. No nos invitó a entrar (hubiera sido la monda), pero fue muy amable y nos contó que los anteriores propietarios habían vendido la casa, hacía ya bastante tiempo. Pese a esto, ese rato en aquella desierta calle residencial de Dublín fue de los más entrañables del viaje.

En definitiva, en los dos días que estuvimos en Dublín lo dimos todo y la ciudad no nos defraudó...




Reto Viajero PRINCIPALES CIUDADES DEL MUNDO
Visitado DUBLÍN.
% de las Principales Ciudades del Mundo que están en Europa que ya están visitadas: 37'8%.
% de las Principales Ciudades del Mundo que ya están visitadas: 16%.


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