28 de febrero de 2017

ANTEQUERA 2017

Lo primero que pensé el sábado pasado al salir del Dolmen de Menga fue: "¿como es posible que no haya venido aquí antes?". Conocía este dolmen y el Tholos de El Romeral desde el colegio (aunque con unos nombres más inexactos: Cueva de Menga y Cueva de El Romeral), pero no los tenía como algo que hubiera que ver de manera inexcusable. Por ello, pese a que están bastante a mano, nunca había tenido la tentación de ir a visitarlos.


El caso es que en julio de 2016 estos monumentos megalíticos, junto con el Dolmen de Viera, han sido declarados Patrimonio de la Humanidad, y a mi madre se le ocurrió ir a verlos antes de que salga de la inopia todo el mundo, como me ha pasado a mí, y se conviertan en un fenómeno de masas. Por ello, nos propuso que fuéramos todos a conocerlos, dándonos además, por gentileza suya, el capricho de dormir una noche en el Parador de Antequera.


Gracias a esto, el pasado fin de semana he puesto por primera vez los pies en Antequera sin que el trabajo haya estado de por medio. Desplazamientos por motivos laborales he hecho muy pocos en mi vida, pero a Antequera hice tres hace unos años (en 2003, 2004 y 2007). Gracias a ellos pude ver cosas de esta ciudad, pero ninguna de las veces pude pararme a hacer verdadero turismo y tenía grandes lagunas.

Como digo, turismo no había hecho en Antequera, pero viajar por trabajo a veces te hace conocer lugares que no verías de otro modo. Entre 2003 y 2009 una parte de mis funciones laborales consistieron en hacer de intermediario con un grupo de monjas de clausura que escanean libros para la Universidad de Sevilla (aunque parezca mentira). Esas monjas son de Antequera y gracias a eso estuve tres veces en el Convento de San José. Yo entré siempre en él por la puerta de atrás, por una cancela que da a la Calle Fresca, y pude acceder a zonas del edificio que no están a la vista normalmente. Fue muy curioso. En una de las visitas vi la Iglesia de San José, que pertenece al Convento, pero que sí está abierta al público. También me enseñaron el Museo Conventual de Las Descalzas, el cual abrieron en 1999 para mostrar su patrimonio. El mismo está centrado en exclusiva en arte religioso, y aunque el valor de muchas de sus obras es indudable, es de la clase de museos al que solo le sacarán el jugo los entendidos en arte sacro. Aparte, en 2003 también tuve ocasión de entrar en el Pósito Municipal, que en la actualidad alberga el Archivo Histórico Municipal (es un edificio del siglo XVII que estaba destinado a almacenar cereales para poder vendérselos, a precio módico, a la población en épocas de carestía).

Esta ha sido, por tanto, mi primera visita relajada a Antequera, aunque el viernes llegamos a las 19'20 horas y solo tuvimos oportunidad de darnos un paseo por la Calle Cantareros y la Calle Diego Ponce. Por lo que pude comprobar, son dos calles repletas de comercios y como el viernes a esa hora estos estaban aún abiertos, las mismas eran un hervidero. Tenían una vida tremenda.

La principal atracción del primer día, sin embargo, fue el propio Parador. He tenido la suerte de pernoctar ya en unos cuantos Paradores de Turismo, pero en el de Antequera solo había estado tomando café en 2002, una tarde de julio en la que el calor hizo que paráramos allí un rato, yendo de Granada a Sevilla. Aquel día fuimos a tiro hecho a la cafetería, donde estuvimos un rato al fresco. Esta vez la estancia ha sido más larga.

Una de las cosas que más me gustan de los Paradores es que están en edificios de un gran valor histórico, pero el de Antequera rompe con ese principio y está ubicado en un edificio moderno, que data de 1940. En este caso, por tanto, el establecimiento no se diferencia tanto de un buen hotel de cuatro estrellas.


Lo mejor que tiene es que, pese a estar situado a cinco minutos a pie del centro, al encontrarse rodeado de espacios abiertos (un parque, sus propios jardines, un colegio, un campo de fútbol, un desmonte y el recinto ferial), da una gran sensación de tranquilidad. Su parte delantera se abre, desde el extremo de la elevación en la que está la ciudad, a la Vega de Antequera, mostrando bonitas vistas. Para aprovechar del todo la estancia en el Parador, el viernes cenamos en su cafetería, que es un espacio muy agradable, cuidado y tranquilo. Su carta no es muy amplia, pero para cenar fue suficiente (me pedí una ensalada que no estuvo mal). Quizás faltaron algunos detalles, que son de esperar en un sitio así (el camarero no puso ni un mantel sobre la mesa, y las segundas bebidas las trajo sin vaso, por lo que hubo que reutilizar el primero, por ejemplo), pero fueron cosas nimias y la tranquilidad del lugar las compensó. A la mañana siguiente desayunamos de bufé, para regocijo de Ana y de Julia, que en los hoteles, con desayunos así, disfrutan comiendo cosas fuera de lo normal a esa hora (bacon y salchichas, por ejemplo). A mí también me gustó, no es de los mejores que he probado, pero se mereció un notable.


Tras el desayuno llegó el momento de ir a por la visita estrella del fin de semana, la de los megalitos, dos de los cuales están en un recinto anexo al casco urbano. Lo primero que hay que decir de los mismos es que verlos es gratis. En abstracto, me parece muy positivo que se considere que la difusión de la cultura es un servicio que no tiene por qué costar dinero a la gente. Sin embargo, los dólmenes necesitan que se les de lustre, los mismos están conservados a la perfección, pero para que se valore convenientemente la joya que tenemos en Antequera es necesario darle brillo a los detalles. No hace ni un año que el Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad, estoy seguro de que dentro de un tiempo el mismo será un punto de referencia en Andalucía, pero para que ello acabe siendo una realidad hay que empezar a darle esplendor al complejo. Si para ello todo el mundo tiene que aportar unos euros, yo creo que se deben cobrar (poco, algo que esté al alcance de todos, pero que se pueda invertir en infraestructuras y en difusión). En mi opinión, el Centro de Recepción de Visitantes es impropio de un lugar declarado Patrimonio de la Humanidad, ya que es pequeño y caótico: en un espacio reducido se amontonan los que están viendo el vídeo introductorio, la gente que saca las entradas, los que compran recuerdos y los que esperan para las visitas guiadas. A unos metros de este edificio hay otro mucho más grande que está vacío (de hecho, muestra síntomas de abandono) y que creo que está previsto que ejerza de museo. Seguro que en unos años todo el conjunto presentará un aspecto más grandioso, pero la cosa parece que va lenta y, en esas circunstancias, creo que no estaría de más que los visitantes fueran generando beneficios que se pudieran reinvertir.



Aparte, el Tholos de El Romeral, que está a unos 3 o 4 kilómetros de los otros dólmenes, presenta deficiencias aún mayores en su entorno: se llega a él atravesando un polígono industrial, el camino de acceso está hecho polvo y el coche hay que dejarlo en un descampado rodeado de matojos. Allí, además, no hay centro de interpretación alguno.

Dicho todo esto, hay que aclarar que todo lo negativo que acabo de comentar no empaña realmente la visita en sí misma, pero es evidente, después de verlos, que los monumentos megalíticos de Antequera están a la altura de los más importantes de Europa. Hay que darles bombo como se hace con otros enclaves similares fuera de España, simplemente. Sin embargo, como digo, la visita merece la pena y, por supuesto, es pertinente escribir sobre lo bueno del complejo, que es mucho: en primer lugar, el hecho de que ofrezcan tours guiados me parece genial, no es obligatorio apuntarse a ellos (de hecho El Romeral lo ve cada uno por su cuenta, en cualquier caso), pero considero que la ayuda divulgativa de un experto es importante para poner en contexto las construcciones. No se si será sencillo contar con un guía en el futuro, pero yo llamé unos días antes y pudimos unirnos a un grupo en el momento que nos venía mejor. No obstante, me dijeron que hay mucha demanda y luego vi que el grupo que conformamos era muy nutrido (más de 50 personas). En cualquier caso, siempre se puede recorrer aquello por libre.


Lo cierto es que una visita guiada es más útil cuanto mejor es el guía. En este caso, el nuestro, llamado Ángel, hizo un trabajo magnífico: se expresaba muy bien, fue ameno y se veía que, más allá de lo que contaba (que bien podría haber sido un rollo aprendido de memoria), sabía mucho del tema. Mi padre ya nos había explicado unas cuantas cosas, entre ellas que la disposición de las construcciones no es casual, pero lo que nos dijo el guía complementó perfectamente esa explicación (los megalitos de Antequera son casi los únicos del arco mediterráneo, que en vez de estar orientados de acuerdo a fenómenos de tipo celeste, ajustan su posición a la presencia de elementos naturales terrestres del entorno).

Por último, lo más importante es, como no, que lo que te enseñen merezca la pena, y realmente los tres monumentos megalíticos son impresionantes: con la visita guiada primero se visita el Dolmen de Viera (2.500 a. C.), el más pequeñito. Cuando entras, ya te lo han contado todo de él y quizás decepciona (injustamente) un poco.



En la foto de arriba se observa bien la marca del agujero por el que fue saqueado antes de ser descubierto oficialmente (en este caso por los hermanos Viera, de ahí su nombre).

Sin embargo, a continuación se entra en el Dolmen de Menga (3.500 a C.) y allí todo es espectacular: el tamaño de las losas con las que está construido (se pusieron ahí sin grúa), la profundidad de la edificación, compuesta por una galería de acceso y por una gran sala rectangular (entiendo por qué le llamaban cueva) y la maestría conque están ensamblados los gigantescos monolitos de piedra caliza. Por desgracia, salió un día con mucha niebla y no pudimos disfrutar in situ del efecto de ver a lo lejos la Peña de los Enamorados, con su forma de cara acostada, desde el interior del Dolmen.



Al fondo de la sala rectangular hay otro impresionante elemento que también se enseña y se explica: se trata de un pozo que se hunde casi veinte metros en el suelo. El mismo es otra singularidad en este tipo de construcciones, sin referentes en Europa.


Por otro lado, está muy bien el vídeo que ponen en el Centro de Recepción de Visitantes: en él se explica de una manera muy gráfica como se construyeron los monumentos, lo que ayuda a la comprensión posterior del complejo, incluso aunque no se siga a un guía.

Luego, para la última visita de la mañana hubo que coger el coche. En efecto, como he dicho antes el Tholos de El Romeral (1.800 a. C.) está a unos cuantos kilómetros y su acceso deja un poco que desear, pero la construcción en sí es otra maravilla. En este caso no está levantada a base de grandes moles, sino que su galería y sus dos cámaras circulares se hicieron encajando una a una cientos de piedras de menor tamaño (por eso es un tholos y no un dolmen). Es otro monumento impresionante, pero parece que la gente se conforma con visitas parciales, me resulta curioso que tantas personas se decidan a desplazarse hasta Antequera para conocer los megalitos, vean los dos que están más juntos, y no se molesten en desplazarse 3 o 4 kilómetros para ver el tercero, que estaba prácticamente vacío (como he dicho, en los otros había decenas de personas).



En nuestro caso, cuando acabamos de ver el Tholos de El Romeral ya apretaba el hambre y decidimos parar en el Restaurante Los Dólmenes, que está cerca y pertenece al hotel del mismo nombre, aunque tiene un acceso independiente. La elección fue buena, ya que comimos muy bien: estaba muy rica la dorada a la plancha que me pedí, y la porra antequerana que compartimos entre todos tampoco defraudó.


Tras la comida, no me quería ir de Antequera sin profundizar un poco en lo que ofrece su casco urbano: pese a su importancia, en mis tres primeras visitas no había podido subir a la elevación que domina la población, y no me podía marchar otra vez sin explorar esa zona de la ciudad. En esa colina, donde, como no, estuvo el asentamiento original de Antequera, está la Real Colegiata de Santa María la Mayor, el monumento más significativo de la ciudad, del cual hablaré en otro post, así como la Alcazaba, que corona la villa desde época romana, aunque ya no se conserve apenas nada de esa época. El castillo musulmán, en cambio, sí ha conservado algunas partes de la muralla, pero lo que se ve son, en su mayoría, reformas del siglo XV.


Durante casi una hora recorrimos todo el recinto y subimos a la Torre del Homenaje y a la Torre Blanca. Esa parte está muy bien reconstruida y las vistas desde las torres son espectaculares.




Aparte, se puede recorrer con libertad el resto del recinto, por donde ese esparcen restos de construcciones de múltiples épocas.

Junto a la entrada de la Alcazaba está el Arco de los Gigantes, erigido a finales del XVI, en un lugar ocupado antes por una puerta nazarí. Frente a él está el Mirador de las Almenillas, que también tiene vistas impresionantes


Viendo Antequera a vista de pájaro terminó nuestra estancia a la ciudad malagueña. Ahora ya puedo decir que la conozco sin lagunas.


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado ANTEQUERA.
En 2003 (primera visita), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en la Provincia de Málaga: 21'4% (hoy día 50%).
En 2003 (primera visita), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 22% (hoy día 31'7%).


Reto Viajero MUNICIPIOS DE ANDALUCÍA
Visitado ANTEQUERA.
En 2003 (primera visita), % de Municipios ya visitados en la Provincia de Málaga: 3'8% (hoy día 13'6%).
En 2003 (primera visita), % de Municipios de Andalucía ya visitados: 6'9% (hoy día 18'9%).


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