9 de marzo de 2017

MONTORO 2017

En navidades de 2016 me regalaron un Cofre VIP que incluía una estancia de una noche para dos personas en alguno de los hoteles rurales del catálogo que venía en él. Durante todo el año 2016 he tenido en la recámara ese fin de semana de escapada rural, pero no he visto el momento de encajarlo en el calendario. Por un error, hace un par de meses creí que el 31 de marzo de este año expiraba el plazo para usar el bono y, por ello, busqué a marchas forzadas el fin de semana en el que nos pudiéramos ir María y yo una noche, dejando a las niñas a buen recaudo. Finalmente, resulta que miré mal la fecha límite para gastar la estancia hotelera, pero para cuando me enteré ya teníamos maquinado completamente el plan y habíamos elegido Montoro como nuestro destino, así que decidimos utilizar finalmente el bono sin dejarlo para más adelante.


La provincia de Córdoba es para mi una zona bastante desconocida, ya que, pese a estar colindante con la de Sevilla, apenas si conozco de ella un par de pueblos y la capital. El poder de atracción de la ciudad califal tiene un poco que ver con esa circunstancia, pero es raro que estando tan cerca haya mirado tan pocas veces al noreste de Sevilla a la hora de organizar una escapada. La razón de ir a Montoro a gastar el Cofre VIP ha tenido un poco que ver con las ganas de empezar a remediar esa carencia, aparte del atractivo del pueblo en sí, como no (hay que tener en cuenta también que con un bono solo para una noche muy lejos no se puede ir, y, por el error comentado, creí que ya no iba a tener la oportunidad de encajar la estancia en el contexto de un viaje más largo por España).

El caso es que el pasado sábado dejamos tempranito a las niñas con sus abuelos y pusimos rumbo a Montoro con ganas de conocer este bonito pueblo, cuyo nombre, hoy día, nos trae a la mente la cara de un ministro, antes que otra cosa.

A la hora de elegir el lugar donde gastar el bono no solo tuve en consideración que el pueblo elegido fuera cordobés, que no estuviera muy lejos y que fuera bonito, sino también que el propio hotel tuviera unas determinadas características. Realmente, se puede decir que hice un auténtico casting en el que tuve en cuenta que el alojamiento en cuestión estuviera céntrico en el pueblo (para olvidarme del coche) y que fuera atractivo. Estoy acostumbrado a ahorrar dinero al viajar buscando lugares donde dormir poco llamativos. En julio, en Ribadesella, por ejemplo, María y yo dormimos en una habitación alquilada en su piso por un casi-estudiante, la cual era de todo menos romántica. En aquel momento primó el hecho de que queríamos hacer dos días de senderismo por los Picos de Europa y buscábamos una simple cama cercana y barata para pasar la noche. En esta ocasión, sin embargo, era preceptivo buscar un hotel que fuera bonito y que invitara al relax. Del mencionado casting salió elegida Casa Maika, una casa rural ubicada en pleno centro de Montoro que tenía muy buena pinta.


Hay que decir que Casa Maika es un alojamiento muy vistoso, ubicado en una antigua casona montoreña. En el centro de esa casa hay un bonito patio de dos pisos que distribuye las estancias. La más grande de las del piso de abajo hace las veces de salón comedor y a ella da una espectacular terraza que se asoma desde lo alto al Río Guadalquivir.



Aparte, en mi opinión, el hotel destaca por lo cuidado que está todo, tanto en las zonas comunes, como en la habitación que nos dieron (estaba completamente reformada, parecía casi de estreno). Realmente, es un lugar perfecto para una escapada en pareja.

Pese a esto, en nuestro caso tuvimos un poco de mala suerte, porque, por una confusión un tanto inexplicable, nos quedamos con la peor habitación de la casa: resulta que creyeron que teníamos reservada la noche del jueves, en vez de la del sábado, y cuando me llamaron el jueves por la noche, algo mosqueados, para preguntarme dónde estaba, y pudimos aclarar la confusión, ya solo tenían libre para el fin de semana una habitación, la de minusválidos, que está junto a la puerta de entrada. Quizás debí anular el plan y dejar el viaje para otro momento, pero, como comenté antes, teníamos a las niñas ya ubicadas para el sábado y, además, todavía no me había percatado de que no era a finales de marzo de este año cuando caducaba el bono, sino en 2018. En consecuencia, dije que sí a la habitación de minusválidos junto a la entrada, y la misma resultó ser un poco oscura, fría y ruidosa. No digo que estuviera mal, pero si la comparo con las bonitas habitaciones que dan al otro lado de la casa, pues es evidente que salimos perdiendo. Aparte, el desayuno fue del montón (pan rústico, pero de los envasados, y café de máquina, estilo sala de juntas de una oficina). Además, casi nos lo tuvimos que preparar todo nosotros, porque la chica llegó un pelín tarde y, al final, para no esperar sentados, las dos parejas que allí estábamos optamos por ayudarla a meter el pan en la tostadora y a hacer los cafés. Pese a todo, yo repetiría, así que no quiero transmitir al rollo: la chica que nos atendió fue muy simpática en todo momento y, con respecto a las pegas que le he puesto a la habitación, hay que decir que el hecho de que la misma fuera algo oscura dejó de ser importante en cuanto se fue el sol. Por otro lado, resultó que no era tan ruidosa en horario nocturno como temimos, por lo que no llegamos a tener problemas. Lo de que fuera fría, por último, se podría haber solucionado poniendo la calefacción un par de horas antes de nuestra llegada. Eso hubiera evitado el primer rato helador, que nos sentó bastante mal. Realmente, por la tarde-noche, tras llevar la calefacción tres o cuatro horas dando caña, la habitación estaba bastante más acogedora. En consecuencia, se puede decir que la estancia en Casa Maika fue positiva.

Aparte de esto, María y yo dividimos el fin de semana en dos días totalmente distintos, no por nada en concreto, sino porque nos relajamos y nos salió así: el sábado nos dedicamos a dormir, correr, comer y beber. Todo lo hicimos en Montoro, pero creo que si hubiéramos estado solos en casa, el plan hubiera sido el mismo. El domingo, por contra, nos levantamos temprano y con las pilas bien puestas, con ganas de conocer a fondo el pueblo y también el Meandro de Montoro.


En el plan del sábado influyó que llegamos muy cansados y, tras comer, nos echamos una buena siesta. Después, nos levantamos con el muermo y para espabilarnos salimos a correr un rato. Por último, por la noche nos topamos con una de las fiestas grandes de Montoro: resulta que allí lo dan todo por el Carnaval, yo no me lo esperaba, pero desde media tarde ya vimos que se iba a formar una buena y, en efecto, cuando salimos a cenar el pueblo se había echado a la calle... disfrazado.


Si lo hubiéramos hecho a posta no nos habría salido mejor: fuimos a Montoro en uno de sus días más señalados. Seguramente, si el ambiente nocturno hubiera sido más triste María y yo habríamos acabado viendo la tele en la habitación después de la cena, pero en ese clima de locura no fue difícil venirse un poco arriba: antes de cenar vimos entero el pasacalles en la Plaza del Charco y, al acabar este, la citada plaza se quedó muy animada (había buen ambiente de tipo familiar).


En esas circunstancias, nos dejamos llevar por el buen rollo y, tras la cena, acabamos en el Bar Moroco  (que está en la misma Plaza del Charco) echando algo más que un rato (cayeron tres Desperados...). Me agradó mucho el ambiente de este pub, donde tuvieron el buen gusto de poner rock como fondo musical.

Como he dicho, el primer día nos mezclamos con los autóctonos y lo pasamos de miedo, pero no fue una jornada precisamente turística. El domingo, por contra, sí nos levantamos con ganas de ver Montoro con más cuidado. Realmente, los eventos carnavalescos no habían acabado, ya que en la Plaza de España estaba prevista una gran fiesta para niños que, por lo visto, se suele petar. Por desgracia, llovía y el evento se suspendió. Nosotros, en cualquier caso, ya a lo que íbamos era a por un plan turístico más ortodoxo: en la Oficina de Turismo nos informaron de maravilla de las opciones y vimos la Iglesia de San Juán de Letrán y el Museo Arqueológico Municipal, ubicado en la Iglesia de Santa María de la Mota, la más antigua de la localidad (el edificio es del siglo XIII y se levantó sobre una mezquita anterior).




El Museo lo vimos con calma y me gustó por el contenido, pero también por el hecho de estar situado en un edificio tan bonito. Aparte, partiendo de la Plaza de España, donde está la Iglesia de San Bartolomé, también recorrimos el entramado de callejuelas que conforman el precioso casco histórico de Montoro.


Los edificios de piedra roja molinaza (los más importantes) están combinados con las casas con fachadas encaladas, dándole a todo el centro de Montoro un aspecto uniforme y atractivo.



Durante un par de horas nos pateamos bien el pueblo, pero sobre las doce abandonamos el casco histórico y bajamos al entorno del Guadalquivir, un río que es espectacular en muchos lugares y que en Montoro ha generado un enclave que ha sido declarado Monumento Natural, del cual escribiré en el siguiente post.

Para acabar, no me puedo despedir sin hablar de los lugares donde comimos, ya que, como no podía ser de otra forma, este fin de semana tocaba disfrutar también de algún que otro homenaje culinario. De los tres establecimientos que visitamos, sin duda el mejor fue el primero y el menos céntrico. Su nombre es La Tapería del Pintor y de él me gustó su ambiente distendido, la amabilidad de la dueña (era alemana, yo creo), así como la calidad y la originalidad de las tapas, que parece que se deben al otro dueño, que es el que está entre los fogones (es un gastro bar).



Las tapas de las fotos de arriba son de diseño, pero como tapa de regalo con la primera bebida (que buena costumbre es esa, en Sevilla no se practica) nos pusieron un arroz normal y corriente, que estaba para chuparse los dedos.

Los otros dos establecimientos donde comimos son más tradicionales y están en la céntrica Plaza del Charco, pero nos los recomendaron y, realmente, estuvieron bien: el sábado cenamos en el Restaurante Belsay, que tiene un aspecto poco sofisticado, por decirlo así, pero que ofrece comida sin florituras aceptable, y el domingo comimos en Casa Bar Yépez, que tiene un aspecto más rústico, pero que también ofreció una buena relación calidad-precio (aquí pedí un flamenquín, que es algo típico de Córdoba, hacía bastante tiempo que no me comía uno). Ambos sitios estaban hasta los topes, así que es verdad que son dos lugares bastante apreciados por los montoreños.


En definitiva, me quedé con una muy grata impresión de Montoro, el Toledo andaluz, como lo llaman. A mí, al menos, ya se me vienen a la cabeza imágenes más entrañables, cuando pienso en su nombre, que la cara del ministro.



Reto Viajero MUNICIPIOS DE ANDALUCÍA
Visitado MONTORO.
% de Municipios ya visitados en la Provincia de Córdoba: 5'3%.
% de Municipios de Andalucía ya visitados: 19%.

Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado MONTORO.
% de Poblaciones Esenciales ya visitadas en la Provincia de Córdoba: 50%.
% de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 32%.


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