La segunda parte de las vacaciones de este año la hemos pasado en los Países Bajos. De todos los días que estuvimos allí, tres los pasamos en Amsterdam, la Venecia del Norte.
Hasta hace poco Amsterdam era para mi, pobre inculto, la ciudad de los porros, las putas y las bicis. Ahora, tras unos días muy intensos, ya puedo decir que allí el olor a marihuana está presente por doquier y que las bicicletas pueden llegar, incluso, a ser agobiantes, pero también se que a las prostitutas si no las buscas no las ves y también soy consciente de que Amsterdam va mucho más allá de los tópicos.
Quizás el tema de las bicicletas es el que me crea más desasosiego, porque soy partidario de usar estos vehículos para la vida cotidiana, ya que es un medio de locomoción sano y sostenible. Sin embargo, en Amsterdam la cantidad de bicis circulando por todos lados me ha resultado incómoda, me he ido con la impresión de que no es una ciudad preparada para los peatones y de que el tráfico ciclista está mal regulado... o es que yo no estoy acostumbrado a él, es posible. En cualquier caso, no esperaba encontrar tanta dificultad para habituarme a las bicis, yo mismo las uso a veces para ir a trabajar y ha habido fases de mi vida, algunas de ellas largas, en las que he podido, incluso, convertir en hábito el hecho de desplazarme sobre dos ruedas por Sevilla. Sin embargo, en Amsterdam los coches, los tranvías, las bicicletas y las motos (algunas de las cuales circulan por el carril bici tomándose también demasiadas libertades) crean un caos en el que el peatón es el último mono. Ir con niños empeora la situación, realmente por el centro de la ciudad no se ven muchos menores y no creo que sea casual. Por otro lado, la presencia de ciclistas kamikazes, ciclistas que pedalean hablando por el móvil, mirándolo, charlando entre ellos o paseando al perro añade más leña al fuego. Los que circulan en bici nunca ceden el paso si creen tener preferencia, pero tampoco está claro que paren cuando no la tienen, si pueden colarse por un hueco. Allí son seres superiores y el exceso de superioridad no suele ser bueno en ningún ámbito.
Dicho esto, la verdad es que este asunto es la única pega que le pongo a la ciudad. Lo del olor a marihuana me da igual, la verdad, ese hábito solo lo sufre el que la fuma, y lo de la prostitución no es un problema, ya que la zona caliente está bien delimitada y es fácil de evitar, en esta visita iba con las niñas y no tenía ganas de que, con 7 y 9 años, vieran ciertas cosas, pero no hizo falta ni siquiera dar rodeos, el Barrio Rojo es un lugar muy concreto con el que no se topa uno por casualidad. De hecho, el ambiente que sí he visto me ha gustado mucho, Amsterdam es una ciudad llena de vida y muy cosmopolita, por la que se puede pasear con menores incluso a horas nocturnas sin que se observen cosas chungas. Se ven a veces grupos de jóvenes emporretados, pero la verdad es que ni molestan ni son tan abundantes. Sí son muy numerosos los turistas, pero se confunden mucho con la población (no da la sensación de que el centro sea de cartón piedra) y en la periferia del centro es fácil ver a los habitantes de la ciudad hacer su vida.
Por lo demás, en los tres días que hemos estado en Amsterdam hemos hecho un montón de visitas (no siempre puedo hacer tantas cuando voy a grandes ciudades). Lo que menos me gustó fue el Mercado de las Flores, que me pareció una estafa: no es más que una calle repleta de tiendas de souvenirs que forman como un pasillo y que, además de los típicos recuerdos, también tienen a la venta semillas (las tiendas, a un lado están en casetas, que son, parece, barcazas amarradas, aunque no se nota, y al otro, directamente están en locales). Apenas hay diferencias, todas venden los mismos productos para turistas, a los que han añadido las semillas, que para mí no justifican el nombre del mercado (solo vi una caseta con un verdadero aspecto de tienda de flores, es la de la foto de abajo).
También tuvo su lado menos agradable el ARTIS Amsterdam Royal Zoo. Lo teníamos cerca del hotel y las niñas lo vieron día tras día, querían ir y la última tarde decidimos darles el gustazo, pese a que lo de ver animales tan grandes encerrados no me gusta demasiado. Otra cosa es un acuario o incluso verlos en semilibertad, tampoco soy excesivamente radical, pero ver animales enormes en espacios reducidos me choca un poco. Para colmo, el zoológico de Amsterdam me pareció que tenía un planteamiento un tanto antiguo y estaba un poco dejado, pese a su notable tamaño.
El zoo en apariencia es muy completo, porque tiene muchos animales repartidos en un espacio bastante amplio y cuenta con un planetario, un mariposario y un acuario. Sin embargo, la instalación necesita un lavado de cara en muchos puntos, por todos lados hay rincones que rezuman antigüedad, pero lo más sorprendente que vi en cuanto a dejadez fue un animal fuera de su recinto... intentando volver a él con una cierta angustia.
Tuvimos suerte de que el animal extraviado fuera una gallina de guinea y no una pantera o un león, no tengo ni idea de como había llegado el pobre bicho al otro lado del cristal (en apariencia era hermético hasta el techo), pero intentaba atravesarlo con bastante desesperación sin que hubiera por ningún lado rastro del personal del zoo.
Aparte de esto, por desgracia muchos de los animales estaban más constreñidos de la cuenta y la gran mayoría no tenía la suerte de que se hubieran preocupado demasiado por la reproducción de sus hábitats (abajo, en las fotos, están el tapir amazónico y los elefantes asiáticos. Estos últimos eran de los animales más afortunados, ya que tenían algo más de espacio y una charca a su disposición).
Se que los animales de los zoos han nacido y se han criado en cautividad y, por tanto, viven de la única manera que conocen y no sufren tanto, pero creo que hoy día se tiende a dar a los animales cautivos algo más de vidilla y en el zoo de Amsterdam están expuestos como si fueran cosas. Este pensamiento fue el que trasladamos a las niñas, no les ocultamos nuestra opinión sobre lo que fuimos viendo, pero tampoco se trataba de chafarles la visita, que además cuesta un dineral (81 euros los cuatro), por lo que no les dimos la vara más de lo necesario. En consecuencia, ellas disfrutaron de los animales como locas y yo disfruté mucho viéndolas a ellas disfrutar. Para mí fue suficiente y ellas ya podrán sacar sus conclusiones en el futuro a partir de sus recuerdos y de lo que les dijimos.
Menos complicado de digerir sin problemas fue el tour que hicimos en barco por los canales. En el ranking de atracciones de Amsterdam a esta ya le doy un aprobado holgado (voy dando opiniones de peor a mejor para acabar con buen sabor de boca).
El paseo lo dimos en uno de los barcos de Lovers Canal Cruise, duró casi hora y, ante todo, fue agradable (el recorrido está marcado en verde en el mapa de arriba). No se contempla Amsterdam desde el agua mejor que paseando por ella, de hecho desde los canales muchos de los principales edificios no se llegan a ver, pero como complemento a las visitas pedestres siempre me gustan los tours que muestran las ciudades desde vehículos motorizados, y, en este caso, el circular por el agua nos permitió ver algunas cosas con más detalle, por ejemplo lo característico de las casas típicas de la ciudad, cuyas fachadas dan a todos los canales y se ven mejor con un poco de perspectiva, así como también lo peculiar de las casas flotantes (ver a un señor afeitándose en el cuarto de baño de una de las barcazas me convenció definitivamente de que en ellas vive gente normal. La ventana del baño daba al canal, por lo que proporcionaba más intimidad que si hubiera dado a la calle... salvo cuando pasan barcos). Además, condujo la barcaza un piloto que resultó ser todo un showman. Entre sus bromas, las historias de la audioguía y lo que pudimos ver, el trayecto se me pasó bastante rápido.
La ruta en barco la llevábamos reservada con antelación, al igual que la mayoría de las visitas, pero hubo una, la primera, que fue inesperada: la tarde de nuestra llegada a Amsterdam solo estaba previsto dar un paseo, pero en la ruta mi madre había localizado un lugar llamado Begijnhof que era digno de ver, y, por suerte, aún estaba abierto cuando pasamos junto a él. Begijnhof es un gran patio donde vivieron desde el siglo XIV las mujeres de una asociación católica, las beguinas, que querían estar retiradas, pero no tanto como siendo monjas (ayudaban a gente necesitada, pero no se regían por ninguna regla). Al patio se accede a través de la puerta de una casa aparentemente normal que da a Spuiplein (plein es plaza en neerlandés).
En ese patio está una de las pocas casas de madera que quedan en Amsterdam (es la más oscura en la foto inferior. Data de la segunda mitad del siglo XV, aunque se restauró en 1956-57). Además, también hay una iglesia en el centro (la primigenia de esa hermandad) y otra que hicieron clandestina en una casa cuando el catolicismo se prohibió y la iglesia originaria pasó a ser protestante (ambas siguen abiertas al culto, la católica la pudimos ver, pero la protestante estaba cerrada).
Begijnhof es un lugar muy tranquilo. Ya no viven beguinas allí (la última murió en 1971), pero las residentes siguen siendo en su totalidad mujeres. Dado que es una zona residencial hay partes del patio por las que no se puede pasar, pero las más interesantes sí están abiertas.
No obstante las visitas estrella en Amsterdam fueron las de las dos grandes pinacotecas de la ciudad (el Van Gogh Museum y el Rijksmuseum), la del NEMO (el museo de la ciencia) y, como no, la de la Casa de Ana Frank. De todas ellas llevábamos compradas las entradas con antelación, por lo que no tuvimos que esperar ninguna cola y aprovechamos el tiempo a tope.
Parte de la visita al Van Gogh Museum la hicimos, además, con una guía que estuvo con nosotros en exclusiva (era una simpática chica de Barcelona llamada Vanesa). Gracias a ella hicimos un recorrido muy certero por el museo y nos enteramos de bastantes cosas. Los cuadros que más me llamaron la atención fueron Los Comedores de Patatas, Autorretrato con Sombrero de Paja, La Casa Amarilla, Almendro en Flor y, por supuesto, Los Girasoles (una de las cosas que aprendí es que Van Gogh pintó hasta siete cuadros de girasoles, el del Van Gogh Museum es uno de los que pintó en 1889). La visita guiada duró una hora, no fue suficiente tiempo como para que Ana y Julia se aburrieran, pero al acabar nos tendríamos que haber ido si no fuera porque el museo ofrece una actividad para niños que realmente fue un éxito: te entregan un cuadernillo con un bolígrafo y te proponen una especie de yincana por las salas, desentrañando acertijos con los cuadros como telón de fondo. La actividad resultó muy divertida y como las niñas ya tenían una panorámica de la colección resultó sencillo moverse por el museo intentando rellenar el cuadernillo.
Al final no tuvimos tiempo de acabar el recorrido (no todos los acertijos eran obvios), pero aún así Ana y Julia consiguieron su premio: una pegatina y una postal cada una.
Más estándar fue la visita al gran museo de Amsterdam, el Rijksmuseum. El mismo está también en la Museumplein y ya solo el edificio impone.
En este museo no hubo juegos infantiles ni visita guiada, por lo que fuimos directamente a ver los highlights de la exposición: La Ronda de Noche de Rembrandt, impresionante por su tamaño, y La Lechera de Vermeer, cuadro archiconocido que me encantó ver en vivo.
Tras contemplar con calma esos dos cuadros, como las niñas parecían estar entretenidas, seguimos viendo otras obras maestras y echamos allí un buen rato. Este museo, al igual que el de Van Gogh, estaba un poco más lleno de gente de la cuenta, pero con paciencia vi sin problema un buen número de cuadros importantes (por ejemplo Los Síndicos de los Pañeros y La Novia Judía de Rembrandt, La Callejuela y La Carta de Vermeer o Paisaje Invernal con Patinadores sobre Hielo de Hendrick Avercamp).
En cualquier caso, las dos mejores visitas de Amsterdam para mí fueron la del NEMO y la de la Casa de Ana Frank.
El NEMO dicen que es un museo de la ciencia, pero realmente no es un museo, es un edificio de cuatro plantas repleto de juegos infantiles relacionados con la ciencia. A los niños allí el tiempo se les pasa volado, ya que pueden realizar cientos de experimentos de todo tipo. El lugar me pareció tremendamente original.
Quizás la pega es que hay demasiada gente y los niños acaban realizando los experimentos sin detenerse a comprender el por qué de las cosas (hay demasiado lío alrededor y cuesta darle un poco de pausa a lo que se hace), pero, en cualquier caso, la causa y el efecto de muchas cosas sí las ven y, sin duda, les entretiene mucho. A mí me resultó especialmente interesante un espectáculo estilo efecto dominó que pudimos ver.
También es espectacular el edificio en sí y la terraza que tiene arriba.
De todas formas, la visita que más me gustó en Amsterdam fue la de la Casa de Ana Frank. No esperaba gran cosa de ella y quizás esa fue la clave. Desde fuera no logré tener una visión muy clara del edificio donde estaba la casa, pero al entrar y ver un croquis de la planta me quedó muy claro como estaban distribuidas las habitaciones en el edificio donde Ana Frank y su familia pasaron dos años. A diferencia de lo que yo creía, Ana Frank no estuvo escondida en su casa, sino en unas dependencias que se ocultaron con habilidad en las oficinas donde trabajaba su padre. En ese lugar estuvo escondida con su familia (su padre Otto, su madre Edith y su hermana Margot) y con otras cuatro personas. Para la supervivencia de todos fue esencial la ayuda de los empleados de la empresa del padre, que eran cómplices. Ellos fueron los que les suministraron la comida.
Para la visita, la audioguía que te dan es fundamental. La misma está muy bien hecha, porque atrapa tanto a niños como a adultos con las explicaciones de como era la vida de las ocho personas que estaban ocultas. Lo que cuenta la audioguía es básico, porque realmente la casa está vacía, no de gente, pero sí de mobiliario. Está conservado igual el aspecto de las paredes y, por supuesto, la distribución interna del edificio, pero no se ha amueblado (se amuebló hace años y se hicieron fotos que están expuestas, con eso basta, si la casa estuviera con muebles por allí no se podría andar dada la cantidad de gente que hay). Sin embargo, el relato de la audioguía, que alterna una voz adulta que explica cosas con una voz de niña que reproduce trozos del diario de Ana Frank, hace que te sumerjas en la situación que se vivió en la casa, simplemente mirando las paredes de las habitaciones y las fotos que se exponen (hay fotos de los protagonistas de la historia y paneles explicativos que aclaran aspectos de la situación que vivieron los judíos durante la ocupación nazi de Amsterdam). Durante la visita se ven las dependencias de la empresa donde los empleados de Otto Frank siguieron trabajando mientras les ocultaban, y luego, tras atravesar un hueco oculto detrás de una librería, se visitan las habitaciones donde estuvieron recluidas las ocho personas. Es increíble como aguantaron allí más de dos años, casi sin luz natural y sin poder hacer excesivo ruido. Impresiona ver en la pared las marcas de lápiz con las que la madre de Ana fue señalando el crecimiento de la niña y de su hermana durante los dos años, mi madre hacía lo mismo conmigo y con mi hermana. También sorprende, dada la situación, la entereza y la madurez con la que Ana, que al principio tenía solo 13 años, relató su estancia en la casa. La visita me resultó muy emotiva, es muy triste que les pillaran apenas unos meses antes de que acabara la II Guerra Mundial, porque murieron en campos de concentración todos los que estuvieron escondidos, salvo Otto Frank, que vivió hasta 1980. Ana falleció de tifus tan solo tres semanas antes de que los británicos liberaran el campo de concentración en el que estaba. Al final de la visita hay un estremecedor vídeo de finales de los 70 en el que Otto Frank, ya mayor, rememora como fue posible que el diario de Ana sobreviviera una vez que los nazis entraron en el escondite. En ese vídeo habla de Ana de una manera tan emotiva que es difícil no salir de allí con un nudo en la garganta. La visita a la casa me emocionó y esa es la mejor prueba de que la misma merece la pena. Además, las niñas estuvieron embebidas más de una hora y media con las audioguías, así que también para ellas la visita fue un acierto.
Pese a todo lo narrado hasta ahora, nuestros tres días en Amsterdam dieron para mucho más que para hacer visitas concretas, ya que nos pateamos la ciudad sin descanso y no faltaron los paseos por la Plaza Dam (el punto neurálgico del centro, como se puede ver en la primera foto de abajo), Kalverstraat (calle peatonal repleta de tiendas que se ve en la segunda foto), Spuiplein y toda la parte del oeste del centro (la que va de la Calle Rokin y la Calle Damrak hasta el barrio de Jordaan).
Por Jordaan también dimos un paseo y pudimos comprobar que ese barrio está menos concurrido que el centro y que la zona de canales contigua al mismo por el oeste.
La zona de Museumplein y sus alrededores, que queda al sur del centro, también la recorrimos bastante bien.
Por otro lado, también merecen una mención especial todos los homenajes culinarios que nos dimos durante los tres días. Comenté antes que me gustó mucho el ambiente multicultural y cosmopolita de Amsterdam. Ese ambiente se refleja muy bien en la cantidad de restaurantes internacionales que hay por toda la ciudad y especialmente en Leidsedwarsstraat, la calle donde cenamos el último día.
Era sábado por la noche y toda esa zona cercana a Leidseplein, que está entre el centro y Museumplein, era un hervidero. En Leidsedwarsstraat vi restaurantes de un montón de nacionalidades y nosotros cenamos en un argentino llamado Villa María, que estuvo muy bien (fue un poco lento el servicio, pero la brocheta de pollo con verduras y patata asada que pedí estaba deliciosa). El camarero argentino que nos sirvió fue muy simpático y pudimos comer los ocho en la misma mesa sin problema, por lo que echamos un rato muy entrañable. Aparte, ante tanta oferta de comida internacional no faltó tampoco una cena en un italiano, claro está (la comida italiana es, probablemente, mi favorita, y en mi familia no soy el único que la disfruta a tope). En concreto, la primera noche cenamos en el Restaurante Assaggi, en Jordaan. En él volvimos a encontrar unas camareras autóctonas muy simpáticas (en este caso nos tomamos unas pizzas que tenían un tamaño considerable).
Sin embargo, la cena que más me gustó fue la de la segunda noche. La saboreamos en Caffe Milo, que era un restaurante que estaba muy cerca del hotel, apto para consumir comida italo-americana a cualquier hora o para beber algo por la noche. Acabamos allí un poco por casualidad y fue algo caro, la verdad, pero nos pudimos sentar todos juntos en una coqueta terraza exterior que daba a Ooesterpark, y, salvo lo del precio, todo lo demás fue muy positivo: la hamburguesa de pollo que me tomé estaba de diez y el ambiente, totalmente local, me encantó.
Los almuerzos también fueron casi todos extraordinarios, quitando el del día de la ruta en bus a Volendam, Zaanse Schans y Merken. Ese día tuvimos que recurrir a la desesperada a un McDonald's (al de la Calle Damrak, en concreto), y, por tanto, la comida tuvo poco de sensacional, aunque sí fue, sin duda, el almuerzo más surrealista de todo el viaje (hablaré de él en el post dedicado a los Países Bajos, cuando relate esa excursión que nos llevó por una tarde lejos de Amsterdam). Los otros almuerzos, en cambio, sí fueron geniales. El más liviano lo disfrutamos en un lugar llamado Bagels & Beans.
Bagels & Beans es una cadena en la que ofrecen bagels hechos con productos naturales y obtenidos de manera responsable. La misma tiene negocios en varios lugares, nosotros estuvimos en el que está en Waterlooplein, cerca de la zona de los museos.
Sin embargo, el mejor sitio en el que comimos en todas la vacaciones fue el del día de mi cumpleaños. Ese mediodía me regalaron el privilegio de elegir el lugar donde comer y me decanté por intentar probar la comida local de calidad. Realmente, la comida holandesa no es demasiado célebre ni hay un plato típico que tenga fama, pero me apetecía comer en un restaurante que no fuera internacional, sino que ofreciera comida de los Países Bajos, fuera cual fuera. El lugar finalmente elegido fue el Restaurante Haesje Claes, que no me defraudó ni por su ambientación ni por su cocina.
De comida, quizás lo más típico es lo que pidió María (hotchpotch stampoot, es decir, puré de patata, zanahoria y cebolla acompañado de albóndigas, bacon y salchichas). Yo lo probé, pero para mí pedí algo que era menos contundente (dorada a la plancha con salsa de vino blanco), pero que estaba igualmente delicioso. Al final, quedé más que satisfecho con la experiencia culinaria holandesa. Cumplí 40 tacos y fue para mí un privilegio el poder celebrarlo comiendo en Amsterdam, en un sitio así, con mi familia al completo.
Antes de acabar no puedo dejar de hablar del Amsterdam Manor Hotel, el magnífico lugar en el que nos alojamos. El mismo no solo estuvo bien por su ubicación (algo a las afueras del centro, pero muy a mano), por su espléndido desayuno bufé y por la calidad de las habitaciones, sino que me encantó por la originalidad de su exterior, que parecía sacado de Disneyworld, así como por su innovadora decoración interior.
En definitiva, los tres días en Amsterdam los aprovechamos hasta el extremo, no pisamos en Barrio Rojo, pero fuimos capaces de que casi ni se notara.
Reto Viajero PRINCIPALES CIUDADES DEL MUNDO
Por lo demás, en los tres días que hemos estado en Amsterdam hemos hecho un montón de visitas (no siempre puedo hacer tantas cuando voy a grandes ciudades). Lo que menos me gustó fue el Mercado de las Flores, que me pareció una estafa: no es más que una calle repleta de tiendas de souvenirs que forman como un pasillo y que, además de los típicos recuerdos, también tienen a la venta semillas (las tiendas, a un lado están en casetas, que son, parece, barcazas amarradas, aunque no se nota, y al otro, directamente están en locales). Apenas hay diferencias, todas venden los mismos productos para turistas, a los que han añadido las semillas, que para mí no justifican el nombre del mercado (solo vi una caseta con un verdadero aspecto de tienda de flores, es la de la foto de abajo).
También tuvo su lado menos agradable el ARTIS Amsterdam Royal Zoo. Lo teníamos cerca del hotel y las niñas lo vieron día tras día, querían ir y la última tarde decidimos darles el gustazo, pese a que lo de ver animales tan grandes encerrados no me gusta demasiado. Otra cosa es un acuario o incluso verlos en semilibertad, tampoco soy excesivamente radical, pero ver animales enormes en espacios reducidos me choca un poco. Para colmo, el zoológico de Amsterdam me pareció que tenía un planteamiento un tanto antiguo y estaba un poco dejado, pese a su notable tamaño.
El zoo en apariencia es muy completo, porque tiene muchos animales repartidos en un espacio bastante amplio y cuenta con un planetario, un mariposario y un acuario. Sin embargo, la instalación necesita un lavado de cara en muchos puntos, por todos lados hay rincones que rezuman antigüedad, pero lo más sorprendente que vi en cuanto a dejadez fue un animal fuera de su recinto... intentando volver a él con una cierta angustia.
Tuvimos suerte de que el animal extraviado fuera una gallina de guinea y no una pantera o un león, no tengo ni idea de como había llegado el pobre bicho al otro lado del cristal (en apariencia era hermético hasta el techo), pero intentaba atravesarlo con bastante desesperación sin que hubiera por ningún lado rastro del personal del zoo.
Aparte de esto, por desgracia muchos de los animales estaban más constreñidos de la cuenta y la gran mayoría no tenía la suerte de que se hubieran preocupado demasiado por la reproducción de sus hábitats (abajo, en las fotos, están el tapir amazónico y los elefantes asiáticos. Estos últimos eran de los animales más afortunados, ya que tenían algo más de espacio y una charca a su disposición).
Se que los animales de los zoos han nacido y se han criado en cautividad y, por tanto, viven de la única manera que conocen y no sufren tanto, pero creo que hoy día se tiende a dar a los animales cautivos algo más de vidilla y en el zoo de Amsterdam están expuestos como si fueran cosas. Este pensamiento fue el que trasladamos a las niñas, no les ocultamos nuestra opinión sobre lo que fuimos viendo, pero tampoco se trataba de chafarles la visita, que además cuesta un dineral (81 euros los cuatro), por lo que no les dimos la vara más de lo necesario. En consecuencia, ellas disfrutaron de los animales como locas y yo disfruté mucho viéndolas a ellas disfrutar. Para mí fue suficiente y ellas ya podrán sacar sus conclusiones en el futuro a partir de sus recuerdos y de lo que les dijimos.
El paseo lo dimos en uno de los barcos de Lovers Canal Cruise, duró casi hora y, ante todo, fue agradable (el recorrido está marcado en verde en el mapa de arriba). No se contempla Amsterdam desde el agua mejor que paseando por ella, de hecho desde los canales muchos de los principales edificios no se llegan a ver, pero como complemento a las visitas pedestres siempre me gustan los tours que muestran las ciudades desde vehículos motorizados, y, en este caso, el circular por el agua nos permitió ver algunas cosas con más detalle, por ejemplo lo característico de las casas típicas de la ciudad, cuyas fachadas dan a todos los canales y se ven mejor con un poco de perspectiva, así como también lo peculiar de las casas flotantes (ver a un señor afeitándose en el cuarto de baño de una de las barcazas me convenció definitivamente de que en ellas vive gente normal. La ventana del baño daba al canal, por lo que proporcionaba más intimidad que si hubiera dado a la calle... salvo cuando pasan barcos). Además, condujo la barcaza un piloto que resultó ser todo un showman. Entre sus bromas, las historias de la audioguía y lo que pudimos ver, el trayecto se me pasó bastante rápido.
La ruta en barco la llevábamos reservada con antelación, al igual que la mayoría de las visitas, pero hubo una, la primera, que fue inesperada: la tarde de nuestra llegada a Amsterdam solo estaba previsto dar un paseo, pero en la ruta mi madre había localizado un lugar llamado Begijnhof que era digno de ver, y, por suerte, aún estaba abierto cuando pasamos junto a él. Begijnhof es un gran patio donde vivieron desde el siglo XIV las mujeres de una asociación católica, las beguinas, que querían estar retiradas, pero no tanto como siendo monjas (ayudaban a gente necesitada, pero no se regían por ninguna regla). Al patio se accede a través de la puerta de una casa aparentemente normal que da a Spuiplein (plein es plaza en neerlandés).
Begijnhof es un lugar muy tranquilo. Ya no viven beguinas allí (la última murió en 1971), pero las residentes siguen siendo en su totalidad mujeres. Dado que es una zona residencial hay partes del patio por las que no se puede pasar, pero las más interesantes sí están abiertas.
No obstante las visitas estrella en Amsterdam fueron las de las dos grandes pinacotecas de la ciudad (el Van Gogh Museum y el Rijksmuseum), la del NEMO (el museo de la ciencia) y, como no, la de la Casa de Ana Frank. De todas ellas llevábamos compradas las entradas con antelación, por lo que no tuvimos que esperar ninguna cola y aprovechamos el tiempo a tope.
Parte de la visita al Van Gogh Museum la hicimos, además, con una guía que estuvo con nosotros en exclusiva (era una simpática chica de Barcelona llamada Vanesa). Gracias a ella hicimos un recorrido muy certero por el museo y nos enteramos de bastantes cosas. Los cuadros que más me llamaron la atención fueron Los Comedores de Patatas, Autorretrato con Sombrero de Paja, La Casa Amarilla, Almendro en Flor y, por supuesto, Los Girasoles (una de las cosas que aprendí es que Van Gogh pintó hasta siete cuadros de girasoles, el del Van Gogh Museum es uno de los que pintó en 1889). La visita guiada duró una hora, no fue suficiente tiempo como para que Ana y Julia se aburrieran, pero al acabar nos tendríamos que haber ido si no fuera porque el museo ofrece una actividad para niños que realmente fue un éxito: te entregan un cuadernillo con un bolígrafo y te proponen una especie de yincana por las salas, desentrañando acertijos con los cuadros como telón de fondo. La actividad resultó muy divertida y como las niñas ya tenían una panorámica de la colección resultó sencillo moverse por el museo intentando rellenar el cuadernillo.
Al final no tuvimos tiempo de acabar el recorrido (no todos los acertijos eran obvios), pero aún así Ana y Julia consiguieron su premio: una pegatina y una postal cada una.
Más estándar fue la visita al gran museo de Amsterdam, el Rijksmuseum. El mismo está también en la Museumplein y ya solo el edificio impone.
En este museo no hubo juegos infantiles ni visita guiada, por lo que fuimos directamente a ver los highlights de la exposición: La Ronda de Noche de Rembrandt, impresionante por su tamaño, y La Lechera de Vermeer, cuadro archiconocido que me encantó ver en vivo.
Tras contemplar con calma esos dos cuadros, como las niñas parecían estar entretenidas, seguimos viendo otras obras maestras y echamos allí un buen rato. Este museo, al igual que el de Van Gogh, estaba un poco más lleno de gente de la cuenta, pero con paciencia vi sin problema un buen número de cuadros importantes (por ejemplo Los Síndicos de los Pañeros y La Novia Judía de Rembrandt, La Callejuela y La Carta de Vermeer o Paisaje Invernal con Patinadores sobre Hielo de Hendrick Avercamp).
El NEMO dicen que es un museo de la ciencia, pero realmente no es un museo, es un edificio de cuatro plantas repleto de juegos infantiles relacionados con la ciencia. A los niños allí el tiempo se les pasa volado, ya que pueden realizar cientos de experimentos de todo tipo. El lugar me pareció tremendamente original.
Quizás la pega es que hay demasiada gente y los niños acaban realizando los experimentos sin detenerse a comprender el por qué de las cosas (hay demasiado lío alrededor y cuesta darle un poco de pausa a lo que se hace), pero, en cualquier caso, la causa y el efecto de muchas cosas sí las ven y, sin duda, les entretiene mucho. A mí me resultó especialmente interesante un espectáculo estilo efecto dominó que pudimos ver.
También es espectacular el edificio en sí y la terraza que tiene arriba.
De todas formas, la visita que más me gustó en Amsterdam fue la de la Casa de Ana Frank. No esperaba gran cosa de ella y quizás esa fue la clave. Desde fuera no logré tener una visión muy clara del edificio donde estaba la casa, pero al entrar y ver un croquis de la planta me quedó muy claro como estaban distribuidas las habitaciones en el edificio donde Ana Frank y su familia pasaron dos años. A diferencia de lo que yo creía, Ana Frank no estuvo escondida en su casa, sino en unas dependencias que se ocultaron con habilidad en las oficinas donde trabajaba su padre. En ese lugar estuvo escondida con su familia (su padre Otto, su madre Edith y su hermana Margot) y con otras cuatro personas. Para la supervivencia de todos fue esencial la ayuda de los empleados de la empresa del padre, que eran cómplices. Ellos fueron los que les suministraron la comida.
Para la visita, la audioguía que te dan es fundamental. La misma está muy bien hecha, porque atrapa tanto a niños como a adultos con las explicaciones de como era la vida de las ocho personas que estaban ocultas. Lo que cuenta la audioguía es básico, porque realmente la casa está vacía, no de gente, pero sí de mobiliario. Está conservado igual el aspecto de las paredes y, por supuesto, la distribución interna del edificio, pero no se ha amueblado (se amuebló hace años y se hicieron fotos que están expuestas, con eso basta, si la casa estuviera con muebles por allí no se podría andar dada la cantidad de gente que hay). Sin embargo, el relato de la audioguía, que alterna una voz adulta que explica cosas con una voz de niña que reproduce trozos del diario de Ana Frank, hace que te sumerjas en la situación que se vivió en la casa, simplemente mirando las paredes de las habitaciones y las fotos que se exponen (hay fotos de los protagonistas de la historia y paneles explicativos que aclaran aspectos de la situación que vivieron los judíos durante la ocupación nazi de Amsterdam). Durante la visita se ven las dependencias de la empresa donde los empleados de Otto Frank siguieron trabajando mientras les ocultaban, y luego, tras atravesar un hueco oculto detrás de una librería, se visitan las habitaciones donde estuvieron recluidas las ocho personas. Es increíble como aguantaron allí más de dos años, casi sin luz natural y sin poder hacer excesivo ruido. Impresiona ver en la pared las marcas de lápiz con las que la madre de Ana fue señalando el crecimiento de la niña y de su hermana durante los dos años, mi madre hacía lo mismo conmigo y con mi hermana. También sorprende, dada la situación, la entereza y la madurez con la que Ana, que al principio tenía solo 13 años, relató su estancia en la casa. La visita me resultó muy emotiva, es muy triste que les pillaran apenas unos meses antes de que acabara la II Guerra Mundial, porque murieron en campos de concentración todos los que estuvieron escondidos, salvo Otto Frank, que vivió hasta 1980. Ana falleció de tifus tan solo tres semanas antes de que los británicos liberaran el campo de concentración en el que estaba. Al final de la visita hay un estremecedor vídeo de finales de los 70 en el que Otto Frank, ya mayor, rememora como fue posible que el diario de Ana sobreviviera una vez que los nazis entraron en el escondite. En ese vídeo habla de Ana de una manera tan emotiva que es difícil no salir de allí con un nudo en la garganta. La visita a la casa me emocionó y esa es la mejor prueba de que la misma merece la pena. Además, las niñas estuvieron embebidas más de una hora y media con las audioguías, así que también para ellas la visita fue un acierto.
Pese a todo lo narrado hasta ahora, nuestros tres días en Amsterdam dieron para mucho más que para hacer visitas concretas, ya que nos pateamos la ciudad sin descanso y no faltaron los paseos por la Plaza Dam (el punto neurálgico del centro, como se puede ver en la primera foto de abajo), Kalverstraat (calle peatonal repleta de tiendas que se ve en la segunda foto), Spuiplein y toda la parte del oeste del centro (la que va de la Calle Rokin y la Calle Damrak hasta el barrio de Jordaan).
Por Jordaan también dimos un paseo y pudimos comprobar que ese barrio está menos concurrido que el centro y que la zona de canales contigua al mismo por el oeste.
La zona de Museumplein y sus alrededores, que queda al sur del centro, también la recorrimos bastante bien.
Por otro lado, también merecen una mención especial todos los homenajes culinarios que nos dimos durante los tres días. Comenté antes que me gustó mucho el ambiente multicultural y cosmopolita de Amsterdam. Ese ambiente se refleja muy bien en la cantidad de restaurantes internacionales que hay por toda la ciudad y especialmente en Leidsedwarsstraat, la calle donde cenamos el último día.
Era sábado por la noche y toda esa zona cercana a Leidseplein, que está entre el centro y Museumplein, era un hervidero. En Leidsedwarsstraat vi restaurantes de un montón de nacionalidades y nosotros cenamos en un argentino llamado Villa María, que estuvo muy bien (fue un poco lento el servicio, pero la brocheta de pollo con verduras y patata asada que pedí estaba deliciosa). El camarero argentino que nos sirvió fue muy simpático y pudimos comer los ocho en la misma mesa sin problema, por lo que echamos un rato muy entrañable. Aparte, ante tanta oferta de comida internacional no faltó tampoco una cena en un italiano, claro está (la comida italiana es, probablemente, mi favorita, y en mi familia no soy el único que la disfruta a tope). En concreto, la primera noche cenamos en el Restaurante Assaggi, en Jordaan. En él volvimos a encontrar unas camareras autóctonas muy simpáticas (en este caso nos tomamos unas pizzas que tenían un tamaño considerable).
Sin embargo, la cena que más me gustó fue la de la segunda noche. La saboreamos en Caffe Milo, que era un restaurante que estaba muy cerca del hotel, apto para consumir comida italo-americana a cualquier hora o para beber algo por la noche. Acabamos allí un poco por casualidad y fue algo caro, la verdad, pero nos pudimos sentar todos juntos en una coqueta terraza exterior que daba a Ooesterpark, y, salvo lo del precio, todo lo demás fue muy positivo: la hamburguesa de pollo que me tomé estaba de diez y el ambiente, totalmente local, me encantó.
Los almuerzos también fueron casi todos extraordinarios, quitando el del día de la ruta en bus a Volendam, Zaanse Schans y Merken. Ese día tuvimos que recurrir a la desesperada a un McDonald's (al de la Calle Damrak, en concreto), y, por tanto, la comida tuvo poco de sensacional, aunque sí fue, sin duda, el almuerzo más surrealista de todo el viaje (hablaré de él en el post dedicado a los Países Bajos, cuando relate esa excursión que nos llevó por una tarde lejos de Amsterdam). Los otros almuerzos, en cambio, sí fueron geniales. El más liviano lo disfrutamos en un lugar llamado Bagels & Beans.
Bagels & Beans es una cadena en la que ofrecen bagels hechos con productos naturales y obtenidos de manera responsable. La misma tiene negocios en varios lugares, nosotros estuvimos en el que está en Waterlooplein, cerca de la zona de los museos.
Sin embargo, el mejor sitio en el que comimos en todas la vacaciones fue el del día de mi cumpleaños. Ese mediodía me regalaron el privilegio de elegir el lugar donde comer y me decanté por intentar probar la comida local de calidad. Realmente, la comida holandesa no es demasiado célebre ni hay un plato típico que tenga fama, pero me apetecía comer en un restaurante que no fuera internacional, sino que ofreciera comida de los Países Bajos, fuera cual fuera. El lugar finalmente elegido fue el Restaurante Haesje Claes, que no me defraudó ni por su ambientación ni por su cocina.
De comida, quizás lo más típico es lo que pidió María (hotchpotch stampoot, es decir, puré de patata, zanahoria y cebolla acompañado de albóndigas, bacon y salchichas). Yo lo probé, pero para mí pedí algo que era menos contundente (dorada a la plancha con salsa de vino blanco), pero que estaba igualmente delicioso. Al final, quedé más que satisfecho con la experiencia culinaria holandesa. Cumplí 40 tacos y fue para mí un privilegio el poder celebrarlo comiendo en Amsterdam, en un sitio así, con mi familia al completo.
Antes de acabar no puedo dejar de hablar del Amsterdam Manor Hotel, el magnífico lugar en el que nos alojamos. El mismo no solo estuvo bien por su ubicación (algo a las afueras del centro, pero muy a mano), por su espléndido desayuno bufé y por la calidad de las habitaciones, sino que me encantó por la originalidad de su exterior, que parecía sacado de Disneyworld, así como por su innovadora decoración interior.
En definitiva, los tres días en Amsterdam los aprovechamos hasta el extremo, no pisamos en Barrio Rojo, pero fuimos capaces de que casi ni se notara.
Reto Viajero PRINCIPALES CIUDADES DEL MUNDO
Visitado AMSTERDAM.
% de las Principales Ciudades del Mundo que están en Europa que ya están visitadas: 40'5%.
% de las Principales Ciudades del Mundo que ya están visitadas: 17%.
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