18 de agosto de 2017

PAÍSES BAJOS 2017

Países Bajos es un país un tanto peculiar. Para empezar, se le suele denominar con mucha frecuencia Holanda, que es en realidad una región histórica cuyo territorio actualmente se haya dividido en dos provincias (el total del país está dividido en doce). Aparte, su capital es Amsterdam, pero la sede del gobierno está en La Haya. Además, es una nación famosa por su tolerancia social y es bastante llamativa la cantidad de personalidades top que ha dado a la historia en múltiples facetas, pese a su reducido tamaño. Tampoco deja de ser curioso que una buena parte del norte y del oeste del país están bajo el nivel del mar. 

Por otro lado, si de Amsterdam te venden que es la ciudad de los porros, las putas y las bicis, pese a que es mucho más, el país al completo te lo presentan como el paraíso de los tulipanes, los zuecos y los molinos de viento. Evidentemente, Países Bajos también destaca por muchas más cosas, pero esa imagen vende y se ve que los neerlandeses no tienen problemas en potenciar sus tópicos. Te lo ponen fácil, en cualquier caso, para que vayas más allá si quieres, de manera que ampliar horizontes no resulta difícil.


En nuestro caso, aparte de los días que pasamos en Amsterdam, las vacaciones que pasamos en Países Bajos se podrían dividir en dos partes: por un lado está la tarde que pasamos formando parte de una excursión organizada en autobús y por otro están los dos días que estuvimos en Delft, en los que también fuimos a La Haya.

Lo de la excursión fue arriesgado: se trataba de realizar un tour en autobús que constaba de una serie de paradas prefijadas y en el que no íbamos a tener demasiada libertad.


Ese tipo de planes no suele gustarme, no va conmigo lo de enlazar visitas una tras otra, encajadas de forma tan ajustada que cada una acaba siendo un chapucero sube y baja del autobús. Por ello, iba un poco con las mosca detrás de la oreja. Nos iban a enseñar un molino de aceite, una fábrica de queso y otra de zuecos, la cosa podía resultar interesante, pero también podía ser una trampa para turistas, así que me mentalicé para no esperar nada de la jornada y, de esa forma, contentarme con los detalles que pudiera sacar. Lo de la excursión no había sido idea mía, pero cuando uno viaja con más gente, incluso aunque sean seres muy allegados con los que hay mucha afinidad a la hora de hacer los planes, como era el caso (íbamos con mis padres, mi hermana y mi cuñado), hay ratos en los que hay que dejarse llevar antes las preferencias de los otros acompañantes. Eso hay que asumirlo y no pasa nada. La realidad es que siempre se saca algo de todos los planes, por lo que trae más cuenta disfrutar de lo positivo que te están poniendo por delante que amargarse por lo negativo.

Con respecto a la excursión en autobús, he de decir, para empezar, que la misma tuvo un inicio un poco surrealista y eso, lejos de ser malo, le puso un poco de pimienta y sal a los primeros momentos de la tarde. El caso es que nos entretuvimos más de la cuenta por la mañana, así que para evitar desastres decidimos no parar a comer, ir al lugar donde debíamos coger el bus, arreglarlo todo y, después, por allí, comprar unos bocadillos y unas bebidas en el tiempo que nos iba a sobrar, para comerlas ya en ruta. Parecía un buen plan, pero no salió bien, en primer lugar porque resultó que en el autobús no estaba permitido comer, en segundo lugar porque casi no nos sobró tiempo y en tercero porque en los alrededores del punto donde estábamos citados solo había un sitio donde comprar algo que no fueran patatas fritas, gominolas y chocolatinas: un McDonald's. Los McDonald's no son plato de gusto para mi, pero he de reconocer que en este caso el de la Calle Damrak de Amsterdam nos salvó la vida. Aún así, de milagro nos dio tiempo a encargar un puñado de hamburguesas, a meterlas en una bolsa y a salir pitando camino del lugar donde estaba aparcado el autobús, persiguiendo a la guía que nos iba a acompañar en la excursión. Andando a paso ligero, durante los cinco o seis minutos que tardamos en llegar al autocar y montarnos, nos tragamos las hamburguesas. Pocas veces he escenificado con tanta fidelidad el concepto quitarse el hambre. Aquello no fue comer, fue ingerir calorías para sobrevivir. No obstante, se podría pensar que la excursión empezó mal, pero realmente fue divertido (mis padres tienen 66 y 67 años, verlos andar a paso ligero por las calles de Amsterdam engullendo hamburguesas del McDonald's fue genial).

El caso es que la excursión, con independencia de la comida, fue de menos a más. A la primera parada le vi más sombras que luces, la segunda mejoró y alcanzó el aprobado, pero luego nos montamos en un barco que nos dio un paseo muy agradable por el Gouwzee (Mar de Gouw, si lo traducimos) y, para acabar, realizamos una tercera visita que me gustó mucho. Además, la parte final del trayecto, de nuevo en bus, me permitió ver los diques y gracias a la audioguía me enteré de cosas interesantes durante todos los desplazamientos. Nuestra guía, por otro lado, fue una italiana muy simpática que se comportó toda la tarde con mucha naturalidad (hablaba muy bien español, por cierto) y, por último, tuvimos una suerte tremenda y cogimos los mejores sitios del autobús (en el piso de arriba, en primera fila, frente al gran ventanal que hizo muy agradables los trayectos por carretera). Por todo ello, una excursión de la que no esperaba casi nada me acabó pareciendo más que satisfactoria. Realmente lo pasamos muy bien y vimos cosas interesantes.

Como he dicho, la primera parada fue la menos conseguida. El objetivo era ver el funcionamiento de un molino de aceite. Para ello, nos llevaron a Zaanse Schans, que resultó ser una especie de parque temático de molinos ubicado a las afueras de Zaandijk.


En Países Bajos hubo miles de molinos y ahora quedan solo unos pocos. Ver el funcionamiento real de un verdadero molino aceitero del siglo XVII fue atractivo, pero la parada tuvo algunas pegas: la primera fue que Zaanse Schans parece demasiado un montaje turístico, el lugar está conformado por un buen número de molinos que han sido trasladados allí desde su emplazamiento original, no hace tanto, los mismos están unidos por caminos muy arregladitos, y, previo pago de la correspondiente entrada, uno puede entrar en los que quiera ver por dentro.


Aparte, allí hay otros museos de lo más variopinto y no faltan las cafeterías ni las tiendas de souvenirs. El molino que vimos realmente era del siglo XVII (se llamaba De Zoeker), pero el entorno se parecía más a Disneyworld que a otra cosa, aunque hay que reconocer que las vistas desde el tejado del molino fueron muy bonitas.


Además, una vez que me metí en el ajo incluso estaba disfrutando, pero el segundo problema fue que la visita fue tan express que no me dio tiempo ni de hacer pis. Antes de bajarnos del bus nuestra guía nos recordó, con buen talante, eso sí, que aquello no era una excursión de colegio en la que se va contando a la gente después de cada parada y que el que no estuviera de vuelta a la hora fijada se quedaba en tierra. La cosa quedó clara. Luego, entre bajar del bus e ir al molino, ver la exhibición y volver al vehículo, ya se nos fue el rato. No sobraron ni dos minutos y no me gustó irme de allí sin acabar de explorar aquello. Una vez que estoy en un sitio me gusta conocerlo bien y el somero barniz en que muchas veces convierten las visitas este tipo de excursiones es lo que me hace huir de ellas.

Afortunadamente, la segunda parada fue algo diferente y ahí es donde mi impresión acerca de la excursión empezó a enderezarse. Para empezar, nos llevaron a una ciudad de verdad, Volendam. Cierto es que en esta población la zona cercana al Puerto es muy turística, todo está montado para el visitante, pero eso ocurre en ciertas partes de muchas ciudades, ahí entramos ya en el terreno de lo normal. Además, esa zona no deja de ser pintoresca, y, aunque estaba repleta de gente, mereció la pena verla (en la foto de abajo la Calle Haven, que va paralela al mar hasta que desemboca en el Puerto).


En Volendam también estaba programada una visita, en este caso a una fábrica de queso, pero el tiempo libre que nos dejaron después ya fue aceptable. La primera parada había sido un poco timo, pero la segunda nos dejó más margen de maniobra, por lo que tuve ocasión de ver que Volendam, más allá de la zona portuaria, que está organizada para el disfrute del turismo más estándar, es una población normal.



Por la parte alejada del Puerto pude andar poco tiempo, pero eso no es achacable a los organizadores del tour, sino que fue responsabilidad nuestra, porque nos dieron una hora libre y la gastamos casi entera en tomarnos una cerveza y en... hacernos una foto familiar disfrazados con el traje típico local. Lo primero es normal para mí, de hecho me tomé una Heineken, la cerveza propia de Países Bajos, así que por ese lado no hice nada que no hubiera hecho yo por mi cuenta (he de decir, llegados a este punto, que la Heineken no se encuentra entre mis cervezas favoritas. Sin embargo, la que he tomado en Países Bajos me ha encantado, quizás porque era de barril y yo en España siempre la he tomado de botellín. En cualquier caso, se demostró una vez más lo recomendable que es probar los productos en el lugar de donde proceden, incluso aunque ese producto se haya internacionalizado tanto como la cerveza Heineken).



Por el otro lado, lo de la foto vestidos de locals vino a sumarle otra dosis de surrealismo a la tarde. En abstracto, lo de entrar en una tienda a hacerse una foto disfrazado es una turistada en toda regla, pero una de las cosas buenas que tienen los viajes es que uno deja en casa parte de sus manías, en la comida y en otros hábitos. Por ello, a menudo te ves haciendo cosas que no harías en tu ciudad y eso forma parte de lo saludable que, para el coco, resulta el hecho de viajar. Bajo esa perspectiva, lo de la foto fue toda una experiencia, odio disfrazarme y lo de la foto fue una horterada de primer nivel... pero lo pasamos genial... y de eso es de lo que se trata.



Tras hacernos la foto, la parada en Volendam no dio para más. Antes, nada más llegar, habíamos visitado la Cheese Factory Volendam, que iba incluida en el tour.


Realmente, la fábrica es una tienda un poco camuflada donde el objetivo es que los visitantes compren quesos. Para meterte el producto por los ojos te pasean por una pequeña exposición, te muestran con brevedad como se fabrican los quesos y te dan a probar todas la variedades que producen.



Desde el punto de vista museístico la visita no tuvo apenas interés, pero nos pusimos pinflos de queso y pudimos probar muchas variedades con total libertad, el queso no es mi fuerte, pero me gustó saborear los diferentes tipos de gouda y de edam que tenían a la venta, nada más que por eso ya mereció la pena la visita. Por supuesto, nos fuimos de allí habiendo comprado una buena cantidad de queso para llevar a España.

Como he dicho, esta segunda parada en el tour ya sí mereció la pena, en Volendam lo pasamos muy bien y considero que tuve tiempo de ver aquello mínimamente. En cualquier caso, fue la tercera parte de la jornada la que más me gustó. Para empezar, a Volendam llegamos en nuestro autobús, pero allí cogimos un barco que nos llevó hasta Marken atravesando el Gouwzee, una de las partes de un lago artificial que han creado en esa zona (mediante la construcción de diques lo que en su día fue una bahía pasó a convertirse en un lago y también se pudo secar una zona. Ese lago es ahora lo que baña Volendam).


Marken es una pequeña aldea que está ubicada en una isla en ese lago (aunque la han unido a tierra firme por una carretera). Ese viaje estuvo agradable y la visita a Marken fue la mejor. Allí el ambiente turístico era menos exagerado y el pueblo se merece un paseo, que pudimos darnos con tranquilidad, porque nos dejaron en el Puerto y nos llevaron sin prisa, atravesando la población, hasta el otro extremo de la misma.



Nuestra guía nos advirtió que, pese a que las casas de Marken parecen de juguete, allí vive gente de verdad. Por lo visto, hay visitantes que creen que aquello es una especie de decorado, llaman a las puertas y se meten en los jardines, lo cual no gusta mucho a los lugareños. Normal.


Nuestro destino en Marken era una fábrica de zuecos llamada Klompenmakerij Marken. Esa visita volvió a ser similar a la del queso: una chica nos contó con gracia como se hace un zueco y poco más. Allí el objetivo era también que después compráramos algo. Yo eché un rápido vistazo a la tienda y me salí a dar otra vuelta por Marken, que era lo que de verdad me interesaba.


Lo de los zuecos volvió a ser un poco interesado y encima allí no había nada que degustar como en la tienda de quesos, pero la explicación no duró más de un cuarto de hora y los paseos por Marken me gustaron mucho. Allí vi que el Puerto está a más altura que el pueblo, que se encuentra como hundido tras un dique. Volviendo en bus desde Marken hasta Amsterdam en el segundo piso del autobús, recorriendo la N-518 que bordea el Gouwzee, pude ver muy bien que toda esa región es realmente inundable, 1/4 del país está bajo el nivel del mar y en esa zona pude comprobar como toda la carretera va por debajo del nivel del agua, protegida por un simple terraplén que si se desbordara sumergiría por completo, bajo varios metros de agua, casas y campos hasta donde se pierde la vista. Resultó muy interesante.

Tras la visita a Marken acabó nuestra excursión turística por Países Bajos. Realmente me lo pasé muy bien y estuve muy relajado dejándome llevar, de manera que el balance final fue positivo.

Bastante más acorde con la manera que tenemos de viajar, sin embargo, fue la segunda fase de nuestra visita a Países Bajos, que fue la que llevamos a cabo tras dejar Amsterdam el día 13 de agosto y que nos permitió visitar Delft y La Haya.

Delft es la ciudad donde nació y vivió Vermeer, y hoy día está pegada a Rotterdam, aunque conserva muy bien un casco histórico que tiene un buen tamaño, lo que ha hecho que no haya perdido su idiosincrasia.


Allí pasamos tres noches en el Best Western Museumhotels Delft, un hotel que estaba situado en todo el meollo de la ciudad, por lo que fue muy cómodo. El desayuno, aún siendo tipo bufé, fue algo más modesto que el de Amsterdam, pero para mí fue perfecto.

Delft conserva muy cuidado el centro, da gusto pasear por allí, porque además, pese a que hay bastante gente, el follón es menor que en Amsterdam, por lo que los paseos son más relajados. Me encantó Markt, su plaza principal, estuvimos en ella el domingo cuando estaba en plena efervescencia (era día de mercadillo, estuvo todo el día llena de gente, me gustó que montan un escenario en el que está sonando gratis buena música en vivo todo el día) y también la vimos el lunes, mucho más vacía y pintoresca.



 

Esa plaza es el epicentro de la ciudad y desde allí se extiende bastante su parte más bonita, que nosotros nos pateamos bien. En Delft también hay canales que, a pesar de su curioso aspecto, están limpios (tienen encima una capa uniforme de verdina que les da un aspecto muy peculiar, pero cuando pasan barcas o se mueven los patos se puede ver que debajo hay agua limpia).


Como he dicho, por Delft paseamos mucho, pero eso no impidió que hiciéramos varias visitas. La que menos me llamó la atención fue la del Vermeer Centrum Delft, quizás porque esperaba otra cosa. Realmente, ese centro no está en la casa de Vermeer, que no se conserva (nació y vivió muy cerca, eso sí, era vecino del barrio). Además, el centro no está planteado para que te imagines como fue su vida ni reproduce con fidelidad el ambiente en el que pintó sus cuadros, sino que es una especie de muestra teórica de su genial estilo pictórico (no en vano está considerado como el maestro de la luz). Sus influencias, sus técnicas y las plasmación de las mismas que hizo en los cuadros están desgranadas en los tres pisos del centro. Me enteré de cosas, pero lo vi todo demasiado técnico, un tono más divulgativo quizás hubiera hecho la muestra más atractiva para los neófitos.


La otra visita fue a una fábrica de cerámica y la aproveché más. El nombre real de la fábrica es De Koninklijke Porceleyne Fles, pero la misma es más conocida por su nombre común, Royal Delft (en Delft hubo más de una treintena de fábricas de cerámica en el siglo XVII, pero ya solo queda esta). En el tour en autobús que ya he narrado vimos un molino de aceite, como se hace el queso y como se fabrican zuecos. En Delft seguimos en esa línea, digna del programa de DMax ¿Como lo hacen?, y vimos cual es el proceso de fabricación de una de las cerámicas más afamadas que hay, la Cerámica de Delft. La diferencia, sin embargo, fue notable, porque las tres visitas del tour fueron como una exhibición en plan museístico hechas por personas que, evidentemente, no se dedican a hacer aceite, queso o zuecos (eran guías turísticos), mientras que lo que vimos en Delft fue una fábrica real.


En Royal Delft vimos primero como se hace la cerámica a mano, la tradicional Original Blue, desde el principio hasta el momento en el que se pinta cada pieza, fue increíble ver como la señora que pintaba aguantaba la presión de no poder equivocarse, manteniendo el pulso firme sin dar muestras de nerviosismo.


Luego también vimos como se hace la cerámica hecha a mano pero pintada mediante serigrafía, que es menos cara (es la Blueware Collection). Este tipo de productos son los que se venden, principalmente, en las tiendas, ya que están pensados para que la Cerámica de Delft sea más accesible a todos los bolsillos. Sin embargo, la reproducción de La Ronda de Noche de Rembrandt que se encontraba expuesta sí estaba pintada a mano y, por ello, tiene un valor difícil de calcular, teniendo en cuenta el alto precio que tenían otras pequeñas piezas.


Por otro lado, el propio edificio donde está la fábrica es digno de ser visitado, por fuera tiene el aspecto de un edificio industrial de épocas pasadas y por dentro han creado unas zonas muy bonitas que se pueden apreciar muy bien, dado que no hay demasiada gente por allí.



Por último, en Delft la última mañana entramos en las dos grandes iglesias que tiene la ciudad. Las dos son muy monumentales, las dos son de culto protestante y las dos tuvieron un punto interesante. En la primera, que estaba casi enfrente de nuestro hotel, la Oude Kerk (que significa Iglesia Vieja), está enterrado Vermeer, de manera que al ver la iglesia un rato antes de irnos de Países Bajos cerramos el recorrido temático dedicado al pintor que parece que hemos hecho estos días. Realmente, en la iglesia está enterrada parte de la familia de Vermeer, que ha resultado ser un personaje muy curioso: solo hay que mirar alguna de sus obras para apreciar que era un auténtico genio y un maestro en la plasmación de la luz en los lienzos, pero pintó poco más de una treintena de cuadros en toda su vida y, en cambio, tuvo once hijos (además de otros cuatro que murieron antes de ser bautizados). El hombre era un pintor muy respetado en su ciudad, pero los problemas económicos le persiguieron toda su vida, hasta el punto de que vivía en casa de su suegra con toda su prole. Se dice que no pintó más, entre otras cosas porque no daba a basto para mantener a su familia, pese a que ya en vida vendió cuadros por altas sumas de dinero. Al morir, dejó a su viuda una buena cantidad de deudas, pero ha alcanzado la inmortalidad gracias a su arte, por lo que supongo que daría por bien empleada su vida.



La otra iglesia que vimos fue la Nieuwe Kerk (o Iglesia Nueva), que está en Markt. Este templo es más moderno (aunque se acabó de construir en el siglo XV), pero juega un papel más relevante, ya que los miembros de la casa real neerlandesa tienen allí una cripta privada con sus tumbas. Los últimos en ser enterrados ahí fueron la reina Juliana y su marido en 2004 (los abuelos del actual rey). Además, la torre de esta iglesia es la segunda más alta de Países Bajos con 108 metros de altitud. La pena es que su interior estaba en obras, pero resultó curioso ver que, en vez del altar, lo más importante en el templo es el mausoleo de Guillermo de Orange, que fue la principal cabeza visible de la rebelión que a la postre, tras una larga guerra, culminó con el reconocimiento de la independencia de las Provincias Unidas, el estado precursor de Países BajosGuillermo de Orange fue asesinado en Delft unos años después de que Felipe II lo declarara rebelde, y fue el primero en ser enterrado en la Nieuwe Kerk en 1584. Ese es el motivo por el que los reyes de Países Bajos tienen allí sus tumbas (él no fue aún rey, pero años después sus descendientes, que seguían haciéndose enterrar allí, ya sí alcanzaron ese estatus).


En un curioso cartel que hay junto al mausoleo te recomiendan de manera explícita que te hagas un selfie con él, ya que, por lo visto, el monumento se convirtió en una atracción turística desde el mismo momento en el que se colocó ahí (hoy día recibe 250.000 visitantes al año). Yo soy muy obediente y me hice la correspondiente autofoto.


En otro orden de cosas, en Delft volvimos a constatar que en Países Bajos es relativamente fácil comer buena comida extranjera, porque la primera noche cenamos en un italiano (Pizzeria Ristorante Wijnbar Stromboli) donde me tomé unos spaghetti alle vongole muy buenos, y la segunda noche cenamos en un argentino llamado Toros Santiago (hicimos el mismo recorrido gastronómico que en Amsterdam), donde fueron muy lentos, pero donde la comida y el ambiente fueron excepcionales. Ambos lugares daban a Markt, por lo que estaban muy céntricos, pero los dos estuvieron muy bien.


Delft me gustó mucho, como no, pero ya iba sobre aviso acerca de sus virtudes, porque varias personas me habían dicho en los últimos meses que es una ciudad muy bonita. Por eso, quizás fue La Haya la ciudad que más me sorprendió. La Haya no es uno de los puntos neurálgicos del turismo en Países Bajos, no es tan pintoresca como Delft o Marken, ni tiene la vida de Amsterdam, ni cuenta con una zona montada para deleite de los turistas como Volendam, pero me pareció una ciudad con personalidad, discreta, pero a la vez importante y atractiva.


En La Haya se ven holandeses trajeados que van al trabajo, el ritmo es más pausado y las calles tienen un aspecto funcional, aunque el centro estaba bastante animado a mediodía. De hecho, en la parte más céntrica de la ciudad estuvimos en Plein, una amplia plaza rodeada de magníficos edificios que estaba llena de restaurantes y cafés en los que se apreciaba bastante movimiento. También anduvimos por Korte Poten, uno de los ejes comerciales de la población.


Toda esa zona está adyacente al Binnenhof, el complejo que conforma el centro neurálgico de la política en Países Bajos. Por allí también anduvimos, aunque no entramos en los edificios.


A la espalda del Binnenhof está el Hofvijber, un lago al que dan, por ejemplo, las ventanas del despacho del primer ministro de Países Bajos (en realidad no es un lago, ya que tiene una entrada de agua y una salida que llega al mar, pero parece un gran estanque, porque no se ven).


Como he dicho, en los edificios del Binnenhof no entramos, pero sí lo hicimos en el Mauritshuis, un museo de primer nivel que es, como la ciudad, un tapado en Países Bajos (es una referencia para un cierto tipo de turismo, pero me consta que es un lugar desconocido para las masas, de hecho figura en el puesto catorce en la lista de los museos neerlandeses más visitados en 2016, ya que recibió 410.000 visitantes, que es una cifra más que digna, pero que no es comparable con los números del Rijksmuseum y el Van Gogh Museum, que fueron visitados por más de dos millones de personas). El Mauritshuis está en un bonito edificio del siglo XVII de corte muy clásico y contiene varios cuadros de importancia mundial (destacan La Joven de la Perla de Vermeer y Lección de Anatomía del Dr. Nicolaes Tulp de Rembrandt), pero allí no están rodeados de hordas de turistas, sino que a ratos parece que los han colgado para ti.



Aparte, en La Haya por la mañana visitamos Madurodam, un parque de miniaturas cuyo nombre nos recuerda al polémico presidente de cierto país sudamericano, pero que no hace referencia a él, sino a George Maduro, un estudiante que luchó contra los nazis y que murió en el campo de concentración de Dachau en 1945. Fueron sus padres los que sufragaron Madurodam, en el que están a escala los más importantes edificios y monumentos neerlandeses.



El parque es enorme y sorprende por la cantidad y la calidad de las maquetas. Las que más me gustaron fueron las de Amsterdam, porque ya conocía los sitios que estaban representados (en las fotos de abajo la Plaza Dam y el Rijksmuseum).



Por desgracia, no pudimos detenernos en el parque tanto como me hubiera gustado, porque la jornada tenía un plan apretado, pero sí pude ver bien muchas de las maquetas. Lo menos atractivo de Madurodam son los supuestos juegos interactivos, que no están demasiado currados (en mi opinión sobran, el parque sería igual de bueno sin ellos).


Tan solo me hizo gracia la mesa de mezclas, era muy simple, pero parecía vagamente que uno controlaba los sonidos con ella y provocaba el movimiento de los muñecos del concierto de Armin Van Buuren (un DJ neerlandés tan famoso que incluso yo, que no se casi nada de música electrónica, porque no me gusta, lo conozco).


Ese detalle interactivo fue el único que mereció un poco la pena de todos los que vi en Madurodam. No obstante, solo por las maquetas ya merece la pena ir este parque, es recomendable tanto para niños como para adultos.

En definitiva, La Haya se merece una visita, incluso un simple paseo. Allí está también está el Palacio de la Paz, donde se ubica la Corte Internacional de Justicia, el principal órgano judicial de las Naciones Unidas. Nosotros fuimos desde Maurithuis hasta el exterior de ese edificio y el paseo estuvo muy bien. En el Palacio de la Paz no entramos, pero nos encontramos en la puerta con el Monumento a la Llama por la Paz Mundial (World Peace Flame Monument), que es muy original.


El monumento se inauguró en 2002 y está formado por un monolito en cuyo interior hay una simbólica llama que siempre está ardiendo (el de La Haya fue el primigenio y luego se han erigido otros parecidos en diversos lugares del mundo). Dos años después se construyó a su alrededor el llamado World Peace Flame Pathway, que es lo que más me gustó, ya que en él está colocada una piedra por cada uno de los países del mundo, con la particularidad de que todas las piedras provienen de los estados a los que representan. En total son 197 piedras, además de la donada por la World Peace Flame Foundation, que fue la promotora del monumento.

Lo cierto es que para representar a España podrían haber buscado una piedra algo más lustrosa, sin ánimo de desmerecer la piedra arenisca de Villamayor (Salamanca), que es la que está puesta y que es cierto que, por ser la que se ha utilizado desde siempre en la ciudad castellana, es muy significativa (la piedra española es la que es oscura, tiene forma rectangular y está colocada en posición horizontal en el centro de la imagen que pongo abajo). Yo hubiera puesto una piedra de mármol blanco de Macael, pero como soy andaluz quizás estoy barriendo demasiado para casa...


En cualquier caso, resultó muy entretenido buscar en el listado que está junto al monolito de qué países eran las piedras más bonitas y llamativas. El mensaje escrito a los pies del Monumento es también muy emotivo y fue el colofón perfecto a nuestro día en La Haya.

Quedan muchas cosas por ver en Países Bajos, así que en el futuro haré lo posible por ir, de nuevo, un poco más allá de sus tópicos.


Reto Viajero TODOS LOS PAÍSES DEL MUNDO
Visitado PAÍSES BAJOS.
De los 44 Países del Mundo que están en Europa, % de visitados: 36'3%.
De los 196 Países del Mundo, % de visitados: 8'6%.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si quieres comentar algo, estaré encantado de leerlo