En 1556 Felipe II heredó un imperio en el que no se ponía el sol y durante su reinado España no dejó de acrecentar sus dominios. Sin embargo, poco antes de morir tuvo que reconocer que dejaba un vasto reino, pero no un rey para gobernarlo, ya que su hijo no parecía muy dispuesto a dedicarle a la política demasiado tiempo.
En efecto, Felipe III subió al trono en 1598 sabiendo que lo suyo no era gobernar y con la idea clara de que prefería dedicar las horas a sus propias aficiones: la caza, las fiestas y las misas. Alguien, sin embargo, tenía que hacer el trabajo sucio, y por supuesto no faltaron candidatos para llevar a cabo esa misión, ya que ser el valido del rey de España por aquel entonces era equivalente a ser el hombre más poderoso del mundo occidental. Finalmente fue Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, futuro Duque de Lerma, el que se ganó el favor y la plena confianza del monarca, que dejó en sus manos sin pudor todo el poder político.
Siempre se ha hablado del XVII como el siglo de la decadencia de España y, en efecto, en esos cien años los tres reyes que tuvo el país delegaron en validos que ejercieron el mando con más sombras que luces. Pese a esto, me contaron en Lerma que Francisco Gómez de Sandoval y Rojas no lo hizo tan mal durante los 20 años en los que ejerció como privado. Allí cargaron las tintas contra Gaspar de Guzmán y Pimentel, Conde-Duque de Olivares, que ejerció como favorito del rey Felipe IV entre 1621 y 1643, y que, por el poder que llegó a alcanzar, ha pasado a la historia junto al Duque de Lerma como el otro gran valido de la edad moderna española. Yo vivo en Villanueva del Ariscal, una localidad que está a escasos 3 kilómetros de Olivares, el lugar donde la Casa de Olivares tenía su epicentro administrativo, y dudo que a los olivarenses les guste que en Lerma le cuelguen el muerto de la decadencia española de una manera tan explícita al personaje al que ellos ensalzan.
En cualquier caso, es cierto que el Conde-Duque, que durante su vida apenas pisó Olivares, siguió una política belicista que fue una sangría. Francisco Gómez de Sandoval, por contra, optó por desarrollar una estrategia opuesta, para la cual empezó por buscar un sitio que pudiera servir a sus fines y que no estuviera muy lejos de Madrid ni de Valladolid, las sedes de la Corte en esos años. El lugar que encontró fue Lerma, un minúsculo pueblo que estaba asentado sobre un altozano en medio de la meseta burgalesa. Él no era natural de allí, sino que era de Tordesillas, pero en 1599 transformó su título de Conde de Lerma en Duque de Lerma e hizo convertir la aldea en un enclave en donde se tenían que cumplir dos objetivos: entretener al rey y deslumbrar a los embajadores de las naciones rivales de España. Para ello levantó un impresionante palacio y a sus pies delimitó una de las plazas mayores porticadas más grandes del país. Luego llenó la población de edificios religiosos y, una vez que ya tenía el escenario montado, comenzó a organizar allí las cacerías más espectaculares y las fiestas más ostentosas. Con todo esto logró conservar durante dos décadas el favor del rey (toda una proeza) y mantener a raya a sus enemigos europeos casi sin luchar (por lo visto, se iban de España apabullados por esas fastuosas demostraciones cortesanas, lo que ayudó a mantener durante su mandato la denominada Pax Hipanica).
Nos contaron en Lerma que la estrategia juerguista funcionó, ya que el valido de Felipe III gastó mucho menos dinero montando fiestas que sus sucesores sufragando tercios en Flandes y flotas de barcos. Sea como fuere, el caso es que en Lerma ha quedado un impresionante vestigio de lo que fue el barroco español. Yo nunca había estado allí, pero este año en medio de nuestras tradicionales vacaciones asturianas montamos una escapada de tres noches cuya primera parada fue la villa ducal.
De todos los lugares que hay que ver en Lerma el más importante es el Palacio Ducal, que en la actualidad alberga el Parador de Lerma. Nosotros dormimos en él, por lo que es imposible conocerlo mejor. Además, he estado en unos cuantos establecimientos de Paradores y he de decir que este es de los que más me han impresionado, ya que sus habitaciones son enormes, el hotel está adaptado manteniendo la majestuosidad del palacio original y todo, en general, evoca al pasado esplendoroso del edificio.
El Parador fue abierto en 2003, antes el palacio estaba cerrado y mantenía el aspecto un tanto devastado con el que lo habían dejado los franceses durante la Guerra de la Independencia. Para abrirlo como hotel el edificio se rehabilitó y se le devolvió el aspecto que tenía en origen, levantando de nuevo sus torreones característicos.
Frente al Parador se encuentra la Plaza Mayor, que es otra de las maravillas de Lerma. Está porticada aún por dos de sus lados y resulta realmente majestuosa.
En ella se celebraban unos espectáculos, llamados Fiestas del Toro Enmodorrado, que por lo visto encantaban a Felipe III y que consistían en machacar a un toro de múltiples maneras, mareándolo y toreándolo un poco a lo bestia, para, por último, atraerlo a una portezuela que daba directamente al precipicio que está a la espalda de la Plaza Mayor y despeñarlo por ahí. Hoy día en la Plaza Mayor, en ese espacio que estaba abierto al barranco del otro lado, hay una tienda llamada El Portalón, cuyo nombre evoca a lo que había antiguamente en ese sitio.
Como dije antes, el Duque de Lerma no solo dotó al pueblo de espacios para la diversión más desaforada, sino que también se ganó a la poderosa Iglesia construyendo en Lerma un buen número de monasterios e iglesias. Para conocer algunos de esos edificios nosotros hicimos una interesante ruta guiada que partiendo del Monasterio de Santa Teresa (sede del actual Ayuntamiento), nos condujo hasta la Iglesia Colegial de San Pedro por un tramo del pasadizo volado, bautizado como Pasadizo del Duque, por el que el rey y los nobles iban del Palacio Ducal al Monasterio y, de allí, a la Iglesia, sin pisar la calle y sin entrar en contacto con el populacho (en las fotos inferiores se ve como el pasadizo unía edificios, elevado por encima de una serie de arquerías que casi no tienen ni ventanas).
En la ruta guiada, llamada Paseo Barroco, también vimos la coqueta Plaza de Santa Clara, que se muestra en la foto superior, así como el Mirador de los Arcos (los arcos dejan a su espalda un mirador desde donde se contemplan bonitas vistas). Delante de los arcos está la tumba del célebre guerrillero Jerónimo Merino Cob, conocido como Cura Merino, que luchó contra los franceses durante la Guerra de la Independencia.
Por otro lado, antes de recorrer el pasadizo la visita guiada nos permitió ver el Centro de Interpretación de Lerma, que está ubicado en el propio Monasterio de Santa Teresa, junto a las dependencias municipales. Las explicaciones de los guías fueron muy ilustrativas y amenas (no tanto para las niñas, que pese a todo se portaron de lujo).
La entrada a la Iglesia Colegial de San Pedro también estaba incluida en el Paseo Barroco. En origen, el pasadizo seguía desde allí hasta el Monasterio de la Ascensión, pero esa parte no se conserva.
Para rematar nuestro día lermeño, además de pasear por el pueblo, ya por nuestra cuenta, y de ver lugares como el Arco de la Cárcel o la Plaza del Mercado, entramos en la Iglesia del mencionado Monasterio de la Ascensión, donde vimos una virgen yacente que es, a la par, original y tétrica.
En efecto, no es nada normal representar el sueño eterno de la Virgen de esa forma, pero a la vez la imagen es tan realista que tiene puestas hasta unas zapatillas como de andar por casa. La iglesia es bastante austera, pero la virgen y su entorno resultaron ser puro barroco.
Por último, María y yo, justo antes de cenar, nos tomamos un par de placenteras cervezas (Alhambra, para más señas) en el Bar Galoria, ubicado en la antigua casa de Ramón Santillán.
Este hombre, bastante más moderno que el Duque de Lerma, fue un abogado, lermeño de nacimiento, que acabó siendo Ministro de Hacienda y primer gobernador del Banco de España. En el siglo XIX fue uno de los potentados del pueblo y su casa se ha convertido en la actualidad en un suntuoso restaurante que tiene en la planta baja un establecimiento de lo más chulo: en él ponen muy buena música, su decoración parece la de un bar de marcha de una gran ciudad y, sobre todo, tiene una terraza, en lo que era el patio de la vivienda, que es una gozada. Para ver la planta de arriba hice una incursión un tanto pirata aprovechando una visita al baño, me llamaron la atención por curioso y no pude hacer fotos, pero, por lo que pude observar, la decoración del restaurante es más lujosa que la del bar y se acerca más a lo que debió ser la original de la casa. Afortunadamente, el merodeo por el Parador de Lerma fue menos arriesgado. Allí no solo dormimos, sino que también cenamos en La Bodeguita de Palacio y desayunamos al día siguiente. El desayuno fue de los inolvidables, ya que disfrutamos de uno de los mejores bufés que he probado. Por su parte, la cena fue más normal, pero supo especialmente bien gracias al entorno. Realmente, el patio del Parador invita a pararse un rato en él cada vez que se pasa cerca.
En definitiva, Lerma es una población de tan solo 2.500 habitantes, pero su monumentalidad es tal que parece mucho mayor. Gracias al Duque de Lerma todo el pueblo está integrado en una unidad arquitectónica y estilística que hace que sea muy pintoresco.
Durante el siglo XVII esta pequeña localidad burgalesa fue uno de los epicentros de la política de occidente y eso hace que su visita sea imprescindible.
Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado LERMA.
% de Poblaciones Esenciales ya visitadas en la Provincia de Burgos: 33'3%.
% de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 33'3%.
En efecto, Felipe III subió al trono en 1598 sabiendo que lo suyo no era gobernar y con la idea clara de que prefería dedicar las horas a sus propias aficiones: la caza, las fiestas y las misas. Alguien, sin embargo, tenía que hacer el trabajo sucio, y por supuesto no faltaron candidatos para llevar a cabo esa misión, ya que ser el valido del rey de España por aquel entonces era equivalente a ser el hombre más poderoso del mundo occidental. Finalmente fue Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, futuro Duque de Lerma, el que se ganó el favor y la plena confianza del monarca, que dejó en sus manos sin pudor todo el poder político.
En cualquier caso, es cierto que el Conde-Duque, que durante su vida apenas pisó Olivares, siguió una política belicista que fue una sangría. Francisco Gómez de Sandoval, por contra, optó por desarrollar una estrategia opuesta, para la cual empezó por buscar un sitio que pudiera servir a sus fines y que no estuviera muy lejos de Madrid ni de Valladolid, las sedes de la Corte en esos años. El lugar que encontró fue Lerma, un minúsculo pueblo que estaba asentado sobre un altozano en medio de la meseta burgalesa. Él no era natural de allí, sino que era de Tordesillas, pero en 1599 transformó su título de Conde de Lerma en Duque de Lerma e hizo convertir la aldea en un enclave en donde se tenían que cumplir dos objetivos: entretener al rey y deslumbrar a los embajadores de las naciones rivales de España. Para ello levantó un impresionante palacio y a sus pies delimitó una de las plazas mayores porticadas más grandes del país. Luego llenó la población de edificios religiosos y, una vez que ya tenía el escenario montado, comenzó a organizar allí las cacerías más espectaculares y las fiestas más ostentosas. Con todo esto logró conservar durante dos décadas el favor del rey (toda una proeza) y mantener a raya a sus enemigos europeos casi sin luchar (por lo visto, se iban de España apabullados por esas fastuosas demostraciones cortesanas, lo que ayudó a mantener durante su mandato la denominada Pax Hipanica).
Nos contaron en Lerma que la estrategia juerguista funcionó, ya que el valido de Felipe III gastó mucho menos dinero montando fiestas que sus sucesores sufragando tercios en Flandes y flotas de barcos. Sea como fuere, el caso es que en Lerma ha quedado un impresionante vestigio de lo que fue el barroco español. Yo nunca había estado allí, pero este año en medio de nuestras tradicionales vacaciones asturianas montamos una escapada de tres noches cuya primera parada fue la villa ducal.
De todos los lugares que hay que ver en Lerma el más importante es el Palacio Ducal, que en la actualidad alberga el Parador de Lerma. Nosotros dormimos en él, por lo que es imposible conocerlo mejor. Además, he estado en unos cuantos establecimientos de Paradores y he de decir que este es de los que más me han impresionado, ya que sus habitaciones son enormes, el hotel está adaptado manteniendo la majestuosidad del palacio original y todo, en general, evoca al pasado esplendoroso del edificio.
Frente al Parador se encuentra la Plaza Mayor, que es otra de las maravillas de Lerma. Está porticada aún por dos de sus lados y resulta realmente majestuosa.
En ella se celebraban unos espectáculos, llamados Fiestas del Toro Enmodorrado, que por lo visto encantaban a Felipe III y que consistían en machacar a un toro de múltiples maneras, mareándolo y toreándolo un poco a lo bestia, para, por último, atraerlo a una portezuela que daba directamente al precipicio que está a la espalda de la Plaza Mayor y despeñarlo por ahí. Hoy día en la Plaza Mayor, en ese espacio que estaba abierto al barranco del otro lado, hay una tienda llamada El Portalón, cuyo nombre evoca a lo que había antiguamente en ese sitio.
Como dije antes, el Duque de Lerma no solo dotó al pueblo de espacios para la diversión más desaforada, sino que también se ganó a la poderosa Iglesia construyendo en Lerma un buen número de monasterios e iglesias. Para conocer algunos de esos edificios nosotros hicimos una interesante ruta guiada que partiendo del Monasterio de Santa Teresa (sede del actual Ayuntamiento), nos condujo hasta la Iglesia Colegial de San Pedro por un tramo del pasadizo volado, bautizado como Pasadizo del Duque, por el que el rey y los nobles iban del Palacio Ducal al Monasterio y, de allí, a la Iglesia, sin pisar la calle y sin entrar en contacto con el populacho (en las fotos inferiores se ve como el pasadizo unía edificios, elevado por encima de una serie de arquerías que casi no tienen ni ventanas).
En la ruta guiada, llamada Paseo Barroco, también vimos la coqueta Plaza de Santa Clara, que se muestra en la foto superior, así como el Mirador de los Arcos (los arcos dejan a su espalda un mirador desde donde se contemplan bonitas vistas). Delante de los arcos está la tumba del célebre guerrillero Jerónimo Merino Cob, conocido como Cura Merino, que luchó contra los franceses durante la Guerra de la Independencia.
Por otro lado, antes de recorrer el pasadizo la visita guiada nos permitió ver el Centro de Interpretación de Lerma, que está ubicado en el propio Monasterio de Santa Teresa, junto a las dependencias municipales. Las explicaciones de los guías fueron muy ilustrativas y amenas (no tanto para las niñas, que pese a todo se portaron de lujo).
La entrada a la Iglesia Colegial de San Pedro también estaba incluida en el Paseo Barroco. En origen, el pasadizo seguía desde allí hasta el Monasterio de la Ascensión, pero esa parte no se conserva.
Para rematar nuestro día lermeño, además de pasear por el pueblo, ya por nuestra cuenta, y de ver lugares como el Arco de la Cárcel o la Plaza del Mercado, entramos en la Iglesia del mencionado Monasterio de la Ascensión, donde vimos una virgen yacente que es, a la par, original y tétrica.
En efecto, no es nada normal representar el sueño eterno de la Virgen de esa forma, pero a la vez la imagen es tan realista que tiene puestas hasta unas zapatillas como de andar por casa. La iglesia es bastante austera, pero la virgen y su entorno resultaron ser puro barroco.
Por último, María y yo, justo antes de cenar, nos tomamos un par de placenteras cervezas (Alhambra, para más señas) en el Bar Galoria, ubicado en la antigua casa de Ramón Santillán.
Este hombre, bastante más moderno que el Duque de Lerma, fue un abogado, lermeño de nacimiento, que acabó siendo Ministro de Hacienda y primer gobernador del Banco de España. En el siglo XIX fue uno de los potentados del pueblo y su casa se ha convertido en la actualidad en un suntuoso restaurante que tiene en la planta baja un establecimiento de lo más chulo: en él ponen muy buena música, su decoración parece la de un bar de marcha de una gran ciudad y, sobre todo, tiene una terraza, en lo que era el patio de la vivienda, que es una gozada. Para ver la planta de arriba hice una incursión un tanto pirata aprovechando una visita al baño, me llamaron la atención por curioso y no pude hacer fotos, pero, por lo que pude observar, la decoración del restaurante es más lujosa que la del bar y se acerca más a lo que debió ser la original de la casa. Afortunadamente, el merodeo por el Parador de Lerma fue menos arriesgado. Allí no solo dormimos, sino que también cenamos en La Bodeguita de Palacio y desayunamos al día siguiente. El desayuno fue de los inolvidables, ya que disfrutamos de uno de los mejores bufés que he probado. Por su parte, la cena fue más normal, pero supo especialmente bien gracias al entorno. Realmente, el patio del Parador invita a pararse un rato en él cada vez que se pasa cerca.
En definitiva, Lerma es una población de tan solo 2.500 habitantes, pero su monumentalidad es tal que parece mucho mayor. Gracias al Duque de Lerma todo el pueblo está integrado en una unidad arquitectónica y estilística que hace que sea muy pintoresco.
Durante el siglo XVII esta pequeña localidad burgalesa fue uno de los epicentros de la política de occidente y eso hace que su visita sea imprescindible.
Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado LERMA.
% de Poblaciones Esenciales ya visitadas en la Provincia de Burgos: 33'3%.
% de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 33'3%.
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