14 de agosto de 2018

SORIA 2018

La segunda parada de nuestra excursión castellana de este año nos llevó a Soria, un lugar que a diferencia del anterior que visitamos (Lerma), sí conocía. Soria, la capital de provincia más pequeña de España tras Teruel, es una ciudad en apariencia olvidada, pero que ha sido capaz de captar la atención de los más sensibles poetas en el último siglo y medio: Gustavo Adolfo Becquer y Antonio Machado, dos literatos sevillanos, grandes entre los grandes, la inmortalizaron en sus obras y le asociaron un aire de romántica melancolía que le va como anillo al dedo. Años después, Gerardo Diego, miembro de la Generación del 27, también fue vecino de la ciudad y le dedicó bonitos versos. Ya a finales del siglo XX el grupo de rock Gabinete Caligari, uno de los más señalados exponentes de la célebre movida madrileña, actualizó la relación de Soria con la nostalgia creando una canción, Camino Soria, que fue todo un éxito y que añade a una música muy pegadiza una poética y brillante letra dedicada a la ciudad. Aparte, en otro ámbito, Soria ha criado a los dos mejores atletas de la historia del deporte español, Fermín Cacho y Abel Antón. Es bastante bagaje para una población que no llega a los 39.000 habitantes.


En agosto de 1988, apenas unos meses después de que Gabinete Caligari publicara Camino Soria, fui con mis padres a pasar unos días a un camping cercano a la Laguna Negra, que está ubicada al norte de la provincia de Soria. Uno de esos días visitamos la capital provincial, y aunque de esa jornada tengo pocos recuerdos, sí se que era lunes, por lo que no pudimos entrar en Numancia ni en ninguna iglesia de la ciudad. También me acuerdo de que comimos en el Mesón Castellano, un restaurante que sigue existiendo hoy día.


Casi 25 años después de aquella primera visita volví a Soria en 2012, ya con María y con las niñas. En esa ocasión Julia no llegaba a los dos años y Ana acababa de cumplir los cuatro, por lo que nuestros movimientos no fueron muy fluidos. Pese a esto, nos dimos el gustazo de dormir en el Parador de Soria Antonio Machado, un lugar al que la primera vez solo había ido con brevedad. Este verano mis padres nos han invitado a pernoctar de nuevo en él y eso me ha dado la oportunidad de explorar la ciudad con algo más de consistencia.

Dormir en el Parador de Soria ha vuelto a ser una gozada, aunque en este caso veníamos de hacer lo propio en el de Lerma y las comparaciones han sido inevitables: el Parador de Soria no tiene apenas encanto por fuera y por dentro su cafetería está a años luz de la de Lerma y de los encantadores salones con los que cuentan otros establecimientos de la red de Paradores. Por contra, el alojamiento soriano tiene unas vistas que bien valen el dinero que cuesta dormir en él.


En efecto, el hotel está en lo más alto de una elevación, con la cosa de que al diseñar el edificio potenciaron a tope ese emplazamiento y por todos lados hay ventanales que permiten disfrutar de unas panorámicas impresionentes. La propia habitación donde dormimos, que era la amplia suite familiar, tenía una terraza en la que me podría haber pasado horas, así como una ventana en el cuarto de baño que ponía Soria y el Río Duero a los pies del que se estuviera duchando o bañando.


Otro de los atractivos del Parador es que no tiene construcciones a su alrededor, ya que en lo alto de la elevación en el que se emplaza solo comparte espacio con el Parque del Castillo, una amplia superficie arbolada que se encuentra perfectamente cuidada. En ese parque sobreviven algunos restos del Castillo de Soria y resulta muy curioso ver como han creado una piscina pública en medio de las ruinas de la antigua fortificación de origen medieval.


Bajando desde el Cerro del Castillo por alguna de las cuestas que rondan el 12% de desnivel se llega con relativa rapidez al centro de Soria. En una de esas rutas de bajada se merece una breve parada el Mirador del Sagrado Corazón. Tras el descenso también es especialmente bonito desembocar en la ciudad por el lugar donde se conserva el Olmo al que Machado le dedicó una preciosa poesía cuya primera estrofa dice:

"A un olmo viejo, hendido por el rayo 
y en su mitad podrido, 
con las lluvias de abril y el sol de mayo 
algunas hojas verdes le han salido".

Machado escribió el poema A un Olmo Seco evocando en él la situación de su mujer Leonor, que se encontraba gravemente enferma. Por desgracia las "hojas verdes" no agarraron y Leonor murió pocos meses después. Hoy día el árbol se conserva como fosilizado, convertido en un símbolo de la vida eterna que el poeta regaló con sus versos a su amada mujer.


Con respecto al resto de la ciudad de Soria, en 2012 las calles del centro fueron las que recorrimos paseando con las niñas. Este año esa zona me iba a ir sin verla y opté por madrugar el día en que nos marchábamos para poder bajar corriendo hasta ella. La mañana anterior había bajado también corriendo muy temprano, había bordeado un tramo del Duero y había vuelto a subir hasta el Parador, todo sin detenerme. El segundo día, por contra, quería pasear por el centro y paré al llegar a él. Era domingo y fue un auténtico placer caminar por las desiertas calles de Soria, ya de día, volviendo a contemplar todo lo que en 2012 había visto con María y con las niñas. En mi pateo pasé por la Plaza Mayor y por la Calle Collado, dos de los enclaves que conforman el corazón de Soria.



Aparte de refrescar mi memoria recorriendo lugares ya conocidos también era importante para mí conocer algo nuevo en Soria. La mañana del día 11 estuvimos en Numancia y el día anterior no habíamos llegado con tiempo de salir del Parador, pero la tarde del segundo día sí pude conocer algunos sitios nuevos de la ciudad: en primer lugar, aprovechando que ese día era mi cumpleaños y que comimos en un restaurante del que hablaré luego, pude recorrer una zona distinta a la que conocía, adyacente a esta. En ella entré en la Iglesia de Santo Domingo.


En segundo lugar, esa misma tarde después de descansar fuimos a recorrer el Camino de San Polo y el Paseo de San Saturio, famosos desde que Antonio Machado escribiera en su poema Campos de Soria estos bellos versos:

"He vuelto a ver los álamos dorados, 
álamos del camino de la Ribera 
del Duero, entre San Polo y San Saturio, 
tras las murallas viejas 
de Soria -barbacana hacia Aragón en castellana tierra-. 

Esos chopos del río, que acompañan 
con el sonido de sus hojas secas 
el son del agua, cuando el viento sopla, 
tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres 
de enamorados, cifras que son fechas".



En efecto, por el camino que discurre entre el Monasterio de San Polo y la Ermita de San Saturio paseaba Machado hace casi 100 años, en él aún hay álamos dorados con iniciales de enamorados (aunque ya son otros) y siguen allí el Duero, San Polo y San Saturio, pero seguramente ahora el trayecto está algo más concurrido y el río se muestra bastante más animado en ese tramo que entonces (en la otra orilla hay una concurrida zona de recreo estival).


Pese a esto, nada en Soria está masificado, así que merece la pena recorrer, emulando al poeta, el trecho entre los dos edificios.


En la actualidad lo que queda del Monasterio de San Polo es propiedad privada y no se puede visitar, pero San Saturio sí está abierta. Su visita fue una grata sorpresa que además solo nos costó la voluntad.


La Ermita de San Saturio está construida encima de una cueva natural (la Cueva de Peñalba), que sirvió de refugio a San Saturio, un noble visigodo del siglo VI que donó todos sus bienes a los necesitados y se retiró a vivir como un eremita. Parece ser que cuando llevaba allí unos años se fue a vivir con él un discípulo, San Prudencio, que lo enterró al morir en la cueva y abandonó el lugar, hasta el punto de que el mismo cayó por un tiempo en el olvido. Fueron los monjes templarios del Monasterio de San Polo los que erigieron sobre la cueva un oratorio primitivo en honor a San Miguel Arcángel y subieron al mismo los restos de San Saturio. En 1694 la ciudad acordó reedificar la iglesia, lo que propició que se levantara un nuevo edificio que mantuvo la estructura octogonal arquetípica de la Orden del Temple.


La iglesia, que parece estar colgada del roquedal, es muy sobria por fuera, pero tiene un interior muy barroco. A la misma se accede por la cueva sobre la que se sitúa. El edificio realmente está conformado por varias estancias, que se van visitando antes de llegar a la propia iglesia. En primer lugar se accede a una sala que se usaba para las reuniones de una especie de hermandad de labradores llamada Cabildo de los Heros. A continuación está la capilla rupestre donde San Saturio colocó un pequeño altar a San Miguel Arcangel. Ahí se encuentra también la tumba donde estaban en origen los restos del anacoreta.


Por una escalera excavada en la roca se sube a las dos salas capitulares (la Sala de los Canónigos y la Sala del Ayuntamiento), desde cuyas ventanas se ven unas preciosas vistas del Río Duero. Al lado está la habitación en la cual vivía el santero, una figura vinculada a la Ermita de San Saturio desde el Siglo XVI que estaba encargada de cuidar de la misma, y que perduró hasta finales del siglo XX. Desde los años 90 del pasado siglo el responsable de cuidar San Saturio ya no viste hábito ni parece un ermitaño, y ha dejado de vivir allí, por lo que la habitación en la cual habitaron en el pasado los sucesivos santeros se ha convertido en una especie de museo.


Lo último que se visita es la iglesia, que tiene la bóveda y los muros profusamente decorados con frescos del pintor soriano Antonio Zapata Ferrer. En su altar hay un busto que es en realidad el relicario con los restos del santo.


El recorrido se cierra descendiendo por la Escalera del Portugués, construida en piedra y que está pegada a los riscos del exterior.

Ver la Ermita de San Saturio fue un regalo sorpresa el día de mi cumpleaños, que acabó siendo entrañable para mí un año más. Como parte de la celebración comimos en Bandalay, un restaurante que por fuera tiene reminiscencias orientales, pero que por dentro es una mezcla de pub y restaurante italiano. Dicho así, podría parecer que el sitio es un pastiche, pero la verdad es que está montado de manera muy agradable y la comida estuvo muy rica.


En definitiva, recorrí las céntricas calles de Soria que ya conocía y a partir de ellas amplié el radio. Además, entré en dos de los edificios sorianos más importantes y pernocté un par de noches más en el Parador de Soria Antonio Machado, lo que siempre es un gustazo.

En pocas ciudades se le vienen a uno a la memoria un repertorio tan amplio de versos como en Soria, en mi opinión hay pocas poblaciones tan poéticas: Becquer la envolvió en un halo de misterio en sus leyendas, los poemas de Machado la asociaron a la melancolía y Gabinete Caligari le puso música, recogiendo esos referentes en la letra de una canción. En mi visita de 1988 vi a Rafael Alberti plácidamente sentado en los jardines que hay enfrente del Parador. Fue la confirmación de que Soria es una ciudad en la que la inspiración flota en el ambiente.



Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado SORIA.
En 1988 (primera visita incompleta), % de Poblaciones Esenciales visitadas en la Provincia de Soria: 16'6% (hoy día, confirmada ya esta visita desde 2012, 16'6%).
En 1988 (primera visita incompleta), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 4'1% (hoy día, confirmada ya esta visita desde 2012, 33'3%).


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