22 de febrero de 2019

MARATÓN DE SEVILLA 2019

En 2002 participé por primera vez en el Maratón de Sevilla y desde entonces hasta 2012 fui viendo poco a poco como la prueba iba a menos. Gracias al boom del atletismo popular su número de inscritos creció por inercia, pero en 2012 la carrera estaba casi muerta, era un evento proscrito, cada vez más arrinconando, su repercusión mediática en la ciudad era escasa, a pesar de sus 4.000 participantes, y su triste recorrido estaba trazado mayoritariamente por calles impersonales del extrarradio sevillano (en las fotos inferiores, que corresponden respectivamente a 2012 y 2007, y que están elegidas de entre las muchas que tengo que podrían ejemplificar mis palabras, se puede apreciar como en aquellos años los corredores no nos dábamos ningún baño de masas ni corríamos precisamente por los sitios más bonitos de Sevilla).


El Ayuntamiento, que en aquella época se encargaba de la organización, intentaba esconder el abandono al que fue sometiendo a la prueba ofreciendo a los corredores el caramelo del final en el Estadio de la Cartuja, y también trayendo a pelear por la victoria a unos cuantos keniatas de segundo nivel (sin ánimo de menospreciar a nadie, eran máquinas de correr, pero en 2012 ni siquiera ganaron, ese año el vencedor masculino fue el marroquí Mohamed Bilal, que acabó en 2h13:42, y la campeona fue la irlandesa Jill Hodkins, que marcó 2h46:58).

Afortunadamente, tras la edición de 2012 el Ayuntamiento aceptó su incapacidad, lógica por otro lado, para poner en marcha en solitario un evento mejor que ese, y decidió externalizar el servicio. Hubo voces críticas que denunciaron la mercantilización y la privatización de la prueba, pero yo creo que el consistorio, en un acto de cierta humildad, lo que hizo fue reconocer que no podía asumir la inversión necesaria para montar un evento de mayor envergadura. En mi opinión, el tiempo ha confirmado que la decisión fue acertada, estoy seguro de que Motorpress-Ibérica, la empresa que ahora organiza el maratón, saca por su trabajo pingües beneficios, pero también es cierto que sin dislocar el precio de la inscripción ha sido capaz de hacer crecer la carrera hasta un punto tal, que ahora su impacto económico en Sevilla supera los diez millones de euros en tres días. Lo mejor de todo, sin embargo, es que para conseguir ese gran éxito económico se ha diseñado y plasmado una cita de primer nivel, y eso es justo lo que agradecemos los corredores. En 2012 el maratón era un muerto viviente, desde 2013 hasta 2018 la cita no paró de crecer y este 2019 su magnitud ya ha sido gigante: el fin de semana del maratón ha sido la gran la fiesta del atletismo en la ciudad, no se ha masificado la carrera (10.000 personas corriendo es el tope para el tamaño de Sevilla, pero no se ha superado esa cifra) y este año, además, se ha dado el paso definitivo, diseñando un nuevo circuito que ha venido a mejorar el que ya se venía usando desde 2013.


La conjunción de todos esos factores ha derivado en un evento mayúsculo en el que uno corre rodeado de una gran cantidad de público y pasa por todos los lugares más emblemáticos de la capital de Andalucía. El maratón tristón que se celebró en 2012 y los de los años anteriores parecen ahora un vago recuerdo de otro siglo.


Con respecto al circuito, no era este el año en el que estaba pensado darle el giro de tuerca definitivo, hasta 2020 no estaba previsto empezar y terminar la prueba en el Paseo de las Delicias, pero el pasado enero se anunció que el Estadio de la Cartuja había dejado de cumplir las medidas mínimas de seguridad necesarias para albergar el evento y que no podía ser sede de la meta. Afortunadamente, la organización tenía ya medido y homologado el nuevo trazado y decidió que a rey muerto, rey puesto, la relación del Estadio de la Cartuja con el Maratón de Sevilla pasó a la historia después de 18 años. Para mí fue una buena noticia, reconozco que siempre me gustó la sensación de desembocar en la pista de atletismo del estadio y de recorrer por él los últimos 300 metros, pero han sido muchas las competiciones que he acabado ahí y desde hace tiempo era consciente de que por disfrutar de ese final nos estábamos perdiendo otro quizás más espectacular aún, en el que pudiéramos atravesar un pasillo humano como colofón a la carrera (el Estadio de la Cartuja era muy frío, las gradas cercanas a la línea de llegada sí estaban siempre llenas de gente, pero en la vacía inmensidad del resto del estadio esa multitud se empequeñecía y no era capaz de calentar el ambiente). Este año he confirmado que, en efecto, era posible un final mejor: yo he completado ya 19 maratones y la recta de meta de este último ha sido la mejor y la más emocionante que he vivido, la misma estaba encerrada entre vallas, pero a ambos lados se agolpaban cientos de personas que convirtieron los metros finales en un premio difícil de olvidar.

El circuito, por otro lado, parece que es un diseño mío, ya que pasamos corriendo muy cerca de casa de mis padres, de mi hermana y de mis cuñadas, y por delante de la puerta de la urbanización donde vive mi suegra. El apoyo, por tanto, lo tenía asegurado.


Como he dicho, el inicio y el final de la carrera estuvieron en el Paseo de las Delicias, una avenida perfecta para que 10.000 personas echen a correr a la vez y para absorber sin estrecheces a todos esos corredores cuando van llegando a meta.


El principio del Paseo, además, tiene la ventaja de que está bastante cerca del meollo de Sevilla, tanto si se va en dirección al centro como si se bordea el Río Guadalquivir. Por ello, está asegurado que el circuito rondará todo el rato los enclaves más emblemáticos de la ciudad.

Pese a todo, he de ponerle una pega al Maratón, y es que no es fácil acceder a la salida en transporte público, lo cual es un gran atraso. Yo seguramente me confié, entono el mea culpa, pero la verdad es que no comprendo por qué estaba ya suspendido el servicio de autobuses de la línea 6 a las 7'45 de la mañana. Entiendo que dicha línea a esa hora ya no podía realizar su recorrido completo, pero durante media hora más aún podría haber acercado a gente a la salida en plan lanzadera (se impone organizar algo así). Para colmo, el autobús que me traía de Villanueva ya se encontró conque no podía avanzar hasta la estación de autobuses y me dejó poco menos que abandonado en la rotonda de entrada a Sevilla, viniendo por la A-49, a las 7'35. De todas formas, esto aún no fue grave, ya que desde allí pude alcanzar en menos de diez minutos la parada de autobús de línea, de hecho al llegar a ella coincidí con otra chica que iba a la carrera, lo cual me tranquilizó, pero tras quince minutos de espera me di cuenta de que los autobuses ya no iban a pasar más por ese lugar. Como he dicho, está muy mal montado el tema de los traslados a la salida. Evidentemente, todo el mundo puede buscarse la vida, incluso si se viene desde el Aljarafe, pero lo ponen bastante complicado y eso no es bueno.

A mí, el tema del transporte casi me costó un disgusto y yo creo que la chica que estaba conmigo en la parada llegó tarde (en su caso era de Triana, ella se durmió más que yo, si cabe). El caso es que, estando ya seguros de que allí estábamos olvidados, ambos nos echamos a andar hacia la salida un poco nerviosos, teníamos media hora por delante y, en apariencia, nos daba tiempo, pero cuando llevábamos caminando cinco minutos me di cuenta de que no llegábamos ni de coña. Por suerte, vi un aparcamiento de bicicletas de Sevici y se me encendió la bombilla de manera inmediata: María tiene el bono anual de este servicio de bicis públicas, por lo que la llamé para que me dijera su clave, en ese instante mi participación pendía de un hilo, ella debía estar recién levantada, pero no es nada raro que no oiga las llamadas... Por fortuna, esta vez escuchó el móvil, me dijo la clave, todos los mecanismos funcionaron correctamente y la estación liberó una bicicleta que estaba en buen estado. Ahí respiré, me quedaban solo 22 minutos, pero calculé que dando pedales era capaz de cubrir la distancia sin pegarme un calentón (carajo, iba a correr un maratón, no estaba la cosa como para quemar mis cuadriceps en el mamotreto de Sevici). Comencé a avanzar a ritmo vivo, pero tratando de no fundirme, vi que así sí llegaba y me calmé, pero según me fui acercando me puse a pensar en el siguiente problema que se me iba a plantear: necesitaba otra terminal cercana al Paseo de las Delicias donde dejar la bici, el sistema solo permite usar los vehículos durante media hora y si antes del límite no se vuelven a enganchar en otro lugar comienzan las penalizaciones. Por desgracia, se de buena tinta que no siempre hay puntos de anclaje libres en las estaciones, y era evidente que en la que estaba más cerca de la salida no iba a encontrar hueco ni en broma. Para colmo, estando aún lejos se me heló la sangre cuando me fijé en que un aparcamiento junto al que pasé estaba petado. En ese momento decidí aparcar en el siguiente si tenía hueco, aunque eso me obligara a andar de nuevo. Increíblemente, al llegar al susodicho aparcamiento vi que quedaba un enganche libre, el último. "Dios aprieta pero no ahoga", pensé, solté la bicicleta y salí escopetado a pie. Quedaban menos de quince minutos para el pistoletazo inicial. Ni que decir tiene que al pasar andando junto a la estación de Sevici que hubiera estado más cerca de mi destino ya no había ni un solo sitio, menos mal que no apuré. Andando (o marchando, más bien), logré hallar al guardarropa a las 8'25, me arranqué el chándal, dejé las cosas y a falta de un par de minutos eché a trotar en dirección a mi cajón. Entré en él justo a las 8'30, echando el corazón por la boca por culpa de los nervios.

Pese a todo lo comentado, mentiría si dijera que me pasaron factura todas las vicisitudes para llegar a la salida. El nerviosismo y la aventura ciclista quizás tuvieron consecuencias que yo no percibí conscientemente, pero el Highway to Hell que empezó a sonar a toda voz tras el pistoletazo me puso las pilas a tope y al echar a correr me sentí bien de piernas, por lo que pronto olvidé el incidente.

Los primeros kilómetros fueron muy buenos. Enseguida se vio que este año no nos iba a faltar el aliento del público, hasta ahora el primer tramo lo corríamos más solos que la una, pero en esta ocasión atravesamos un pasillo de gente interminable desde el primer momento. Al pasar por primera vez bajo la Torre del Oro y junto a la Plaza de Toros de la Maestranza iba tranquilo, pronto vi que me sentía fresco y eso auguró un largo disfrute. De hecho, hasta más allá de la media maratón rodé como un reloj: quitando el segundo parcial, en el que aceleré por inercia, todos los demás kilómetros hasta el 22 los hice a un ritmo que estuvo siempre entre 4:50 y 4:58. Aún así, es curioso que durante todo ese rato pasé por rachas muy diferentes, durante 9 kilómetros fui sereno y estable, disfrutando del ambiente, luego tuve 3.000 metros de bajón anímico, experimenté un subidón en el kilómetro 12 y luego volví a estabilizar mis ánimos hasta que llegué a la media. El peor momento de toda la carrera me sobrevino, curiosamente, en el citado kilómetro 9. Había corrido a gusto por la Isla de la Cartuja y por Ronda de Triana, los tramos con menos apoyo en las aceras. Sin embargo, por la experiencia que tengo, supongo, en López de Gomara me di cuenta de que, pese al ritmo que llevaba y a que iba bien, no iba a lograr rondar las 3h30 en meta. Me asaltaron mil dudas, lamenté no haber salido más lento y valoré aflojar la marcha, pero realmente iba muy cómodo, por lo que me rayé un poco. Fueron unos kilómetros difíciles hasta que enfilé Virgen de Luján. Ahí, sin más remedio me distraje, mis padres viven en la paralela derecha de esa calle y mi hermana en la paralela izquierda. Con respecto a mis padres, sabía que a esa hora tan temprana no iban a estar abajo, iban a ir a animarme ya al final, pero sí vi a alguno de sus vecinos y la familiaridad de la zona me reconfortó. Un poco más adelante pasé a la altura del piso de mi hermana, mi cuñado hubiera estado al pie del cañón como otras veces de no haber tenido una emergencia en el trabajo, no lo vi pero lo busqué, y sabía que mi hermana a esa hora no estaba ni levantada de la cama, pero fijé la vista en su terraza, que se ve desde Virgen de Luján. Luego pasé por delante de un kiosco donde María trabajó más de un lustro, y entre unas cosas y otras me planté en el Puente de los Remedios bastante más despejado. Al atravesarlo me acabé de venir arriba y olvidé las dudas, porque desde el comienzo del puente la algarabía de la gente fue atronadora y eso me subió la moral definitivamente.

A partir de ahí los kilómetros fueron pasando sin percances, iba corriendo suelto y disfruté del trayecto por el Paseo Colón, la Calle Arjona y la Calle Torneo, escuchando voces de ánimo en todo momento. También me vino genial, como siempre, el detalle de la animación musical. Siempre viene bien la música, pero este año fui consciente de su importancia más que nunca, por ejemplo en el punto situado cerca de la Torre del Oro, donde se reunió mucha gente. En él, un grupo llamado Maraña estaba tocando rock del bueno. Yo venía ya animadillo del Puente de los Remedios y ahí me dio otro gran subidón, en primer lugar por la música, pero también porque Maraña estaba animando a saco al nutrido grupo de espectadores que allí se congregaba. Había montada una buena (esta vez vi, no obstante, menos actuaciones y más música enlatada, en muchos de los puntos había DJ, no les resto mérito y todos los estilos musicales tienen que tener su sitio, pero a mí me gustan menos y, en mi modesta opinión, donde esté la música en vivo para levantar el ánimo, sea del género que sea, que se quiten todos los pinchadiscos del mundo. No obstante, hay que decir que había muchos puntos de animación y que, a falta de pan, buenas son tortas).

Volviendo a la carrera en sí, tras pasar junto al Puente del Alamillo giramos por la Ronda Urbana Norte y nos alejamos del río durante bastante rato, los inmediatos fueron probablemente los kilómetros más feos de todos, pero me estaba acercando a la media y esto para mí, con el nuevo recorrido, era una doble fuente de motivación: en un maratón siempre lo es pasar el ecuador de la competición, pero en esta ocasión además se dio la circunstancia de que el punto exacto de la media estaba bajo la ventana del piso de mi suegra.


Durante varios meses veré a menudo, por tanto, la pintura en el asfalto marcando ese lugar, cada vez que vaya a su casa, pero, más allá de eso, lo importante en la carrera es que allí se iba a congregar parte de mi club de fans para animarme como ellos saben. Apenas un kilómetro antes había pasado cerca de casa de mi cuñada, pero ella y su familia, junto a María, AnaJulia y, como no, junto a mi suegra, se habían juntado para animarme un poco después de pasar la media. Fue un momento precioso.


Pasado ese punto aún mantuve la velocidad un poco más, pero sabía seguro que ahí me iba a dar el primer bajón y lo encaré con entereza mental. En efecto, a partir del kilómetro 22 mi ritmo bajó unos diez segundos por kilómetro, mi temor era sufrir ya una hecatombe, pero respiré al comprobar que el hundimiento no llegaba, entre el kilómetro 23 y el 31 marqué entre 5:01 y 5:10 por parcial y no tuve que lamentar ninguna debacle. Durante ese tramo no dejó de haber público en muchos lugares, atravesamos Nervión y llegué más o menos entero a la Avenida de Manuel Siurot. Esta larga calle se hace en un sentido y, tras llegar al final, se vuelve en sentido opuesto por su paralela, la Avenida de La Palmera, a la que se desemboca a la altura del Estadio Benito Villamarín. Esto ha sido así en todos y cada uno de los diez maratones que he corrido en Sevilla. Lo que ha cambiado en estos años es el kilómetro en el que se encuentra el estadio, la primera vez ahí estaba el 27, en 2008 ya estaba aproximadamente el 29, en 2013 pasó a estar el 32 y ahora ese punto ronda el 31. El Tío del Mazo, por tanto, estuvo durante años un poco más adelante, pero ahora se ha instalado junto al coliseo verdiblanco y de ahí no hay quien lo mueva. Para intentar desviar un poco la atención sobre ese hecho el Real Betis se había volcado (también lo hizo el Sevilla F. C. más adelante) y había colocado un arco, junto al que estaba Palmerín dándolo todo, como suele hacer. A mí aún me quedaban fuerzas para intentar chocarle la mano, lo que es buena señal, pero el muñeco me hizo un quiebro involuntario (estaba enloquecido) y me dejó con la palma extendida al infinito. Nunca había encarado la Avenida de La Palmera en un maratón con un ataque de risa floja...

En cualquier caso, a partir del 31 como siempre nos quedaba lo mejor, pero también lo más duro. Yo iba escasíto de gasolina, tras el incidente con Palmerín aún aguanté tres kilómetros rondando los 5:30, pero fue salir de la Plaza de España (precioso paso por la misma y por el Parque de María Luisa, petado de gente, dicho sea de paso) y tener que empezar ya a trotar bastante por encima de 6:00 minutos el kilómetro. Yo había quedado con María en intentar verla de nuevo en el kilómetro 35 aproximadamente, por lo que me centré en llegar allí. Finalmente no la vi, por lo que mi siguiente objetivo pasó a ser alcanzar el 38, en el que sabía que comenzaba la parte más espectacular de la carrera. Confiaba en que esos cuatro kilómetros restantes, atravesando el centro de Sevilla de norte a sur, me llevaran en volandas, lo necesitaba porque iba frito. Por fortuna, ni el recorrido ni el público me defraudaron, atravesar el centro con el trazado anterior ya era chulo, pero hasta el año pasado, tras salir de la Alameda de Hércules, que se corría en sentido opuesto, aún quedaban casi tres kilómetros atravesando la desértica Isla de la Cartuja. Ahora el trecho desde el 38 es una auténtica pasada, el pasillo humano es casi continuo y a mí me dio alas para volver a correr el último kilómetro incluso a 5:39. Tras pasar por el arco del kilómetro 40 me dio un flato tremendo, tanto que tuve que parar a caminar unos segundos, pero en cuanto me vi andando en medio de esa algarabía pensé que no podía permitirme dar esa imagen. La gente me llevó a hombros como nunca.


Poco antes del kilómetro 41 tenía, además, mi último cartucho guardado, allí estaba apostada mi madre, por delante de la cual tenía que pasar sí o sí con buena cara (más me vale). A pesar del bullicio logré verla bien, a ella y a las niñas, que tras no llegar con María por un pelo a mi paso por el kilómetro 35 habían logrado acercarse al 41 a tiempo. Fue otro momento de plena emoción por mi parte.


A partir de ahí el último kilómetro fue una gozada, tras dejar atrás a la familia volví a caer en la cuenta de que el flato me estaba torturando, pero decidí aguantar el dolor y disfruté del pasillo final como nunca. En otros maratones he recorrido los 195 metros que rematan la faena bastante más entero, pero nunca en mi vida había disfrutado de esa forma de un final.


En definitiva, acabé en 3h42:43, a diez minutos de mi objetivo, pero bastante contento por la experiencia vivida. El clima acompañó, el ambiente de toda la carrera fue fantástico, los últimos kilómetros atravesando el centro fueron míticos y yo acabé con ganas de más (no con cuerpo, por ahora, pero sí con ganas). El Maratón de Sevilla se ha convertido en un evento al que cuesta encontrarle pegas y eso hay que agradecérselo a la organización (y a los voluntarios, que son de diez). Yo tengo otros muchos maratones en mente, en España y en el extranjero, pero es seguro que volveré a participar dentro de no mucho en la prueba reina del atletismo hispalense.

Antes de acabar tengo que decir que esta edición del Maratón de Sevilla homenajeaba a Abel Antón, que el 28 de agosto de 1999 se proclamó campeón del mundo de maratón por segunda vez en Sevilla. Para conmemorar ese vigésimo aniversario Antón ha aparecido en el cartel de la prueba de este 2019.


Yo, aquella calurosa tarde de verano en la que Abel Antón apareció por el túnel sur del Estadio de la Cartuja, corriendo solo y sabiéndose ya, a falta de 300 metros, campeón del mundo de nuevo, estaba allí, en la grada. El momento fue de los que ponen la carne de gallina, el estadio ese día estaba hasta los topes y la vuelta que dio el soriano fue inolvidable, por supuesto para él, pero también para los que lo vimos en vivo. Hubiera sido bonito que Antón hubiera podido volver a irrumpir en el Estadio por el mismo túnel, que es el que se ha usado siempre en el Maratón de Sevilla, ya que ha tenido el detalle de correr entera esta edición en poco más de cuatro horas. Finalmente no pudo ser y la meta no estuvo en el mismo lugar que en 1999, pero aún así Abel se dio un baño de multitudes y recibió su merecido homenaje. Aparte de esto, este año se batieron tanto el récord masculino de la prueba como el femenino (el etíope Tsedat Abegue acabó en 2h06:36 y su compatriota Guteni Shone en 2h24:25). Son marcas de primer nivel, creo que este maratón se ha instalado entre los mejores del mundo y me da la sensación de que no tiene intención de dar ni un paso atrás.


Reto Atlético 1.002 CARRERAS
Carreras completadas: 218.
% del Total de Carreras a completar: 21'7%.

Reto Atlético 51 MARATONES
Maratones completados: 19.
% del Total de Maratones a completar: 37'2%.

Reto Atlético PROVINCIA DE SEVILLA 105 CARRERAS
Completada Carrera en SEVILLA.
En 2000 (año de la primera carrera corrida en Sevilla), % de Municipios de la Provincia de Sevilla en los que había corrido una Carrera: 0'9% (hoy día 35'2%).

Reto MARATONES DE ESPAÑA Y PORTUGAL
Completado Maratón en ANDALUCÍA.
En 2002 (año del primer Maratón corrido en Andalucía), % de Comunidades en las que había corrido un Maratón: 5% (hoy día 27'7%).

Reto PRINCIPALES CARRERAS DE ESPAÑA
Completado MARATÓN DE SEVILLA.
En 2002 (año del primer Maratón de Sevilla), % de Principales Carreras de España que había corrido: 4'6% (hoy día 25'5%).

Reto 7 MARATONES 7 CONTINENTES
Completado Maratón en EUROPA.
En 2002 (año del primer Maratón corrido en Europa), % de Continentes en los que había corrido un Maratón: 14'2% (hoy día 14'2%).

Reto MARATONES DE LA UE
Completado Maratón en ESPAÑA.
En 2002 (año del primer Maratón corrido en España), % de Países de la UE en los que había corrido un Maratón: 3'5% (hoy día 14'2%).


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