16 de febrero de 2019

SEVILLA 2019 (FEBRERO)

Hacía mucho tiempo que no iba a Sevilla de una manera tan esporádica. Viví allí muchos años y desde que me mudé a Villanueva del Ariscal en 2008 siempre había trabajado en la capital, por lo que he tenido durante años una relación casi diaria con mi ciudad natal. Sin embargo, en los últimos dos meses ya no he tenido que ir allí a currar, dentro de poco la situación habrá vuelto a la normalidad, pero desde el pasado diciembre he ido poco a Sevilla y, sobre todo, se han contado con los dedos de una mano los días que he bajado para algo que no fuera meterme en casa de algún familiar.

Pese a esto, de repente en la última semana me he visto yendo a la gran ciudad tres días casi seguidos, y en todos los casos ha sido para disfrutar de planes que se salen un poco de la normalidad. Por ello, dado que estoy atravesando una etapa en la que paso más tiempo metido en el pueblo que visitando lugares interesantes o corriendo carreras, que son las actividades que reflejo en este blog, he decidido dedicar otro post a Sevilla, perseverando en mi objetivo de que esta vaya quedando descrita al detalle, capítulo a capítulo, en este personal cuaderno de bitácora que llevo ya cerca de tres años escribiendo.


Como decía, tres han sido las jornadas que he pasado sacándole el jugo a Sevilla. La primera fue el viernes de la semana pasada, al día siguiente volvimos a pasar la mañana y la tarde allí, y tras un paréntesis de seis días, ayer, que era nuevamente viernes, acabé disfrutando del que ha sido el plan más propiamente turístico de todos. Al final, el balance es tremendo, ya que en esos días he comido en un restaurante venezolano y en otro italiano, he tapeado en uno de los sitios señeros del centro, he cerveceado de dos maneras muy diferentes, pero ambas muy sevillanas, he desayunado como solo en los bares de Andalucía se hace, he ido al fútbol, he entrado en un museo y he hecho una visita guiada por uno de los edificios hispalenses más representativos. En definitiva, si hubiera sido guiri no me hubiera pateado la ciudad con mayor ahínco.

Como se puede comprobar en el breve resumen que acabo de hacer, quizás lo que más he hecho en los tres días de marras ha sido mover el bigote. Es bien sabido que me encanta comer fuera de casa, así como salir de cañas, por lo que esto no es en absoluto raro. Aún así, siempre es bueno innovar algo en las costumbres, y por ello disfruté mucho el viernes de la semana pasada de la novedad de comer un tipo de comida que no conocía, la de Venezuela. Para probar las especialidades típicas del país sudamericano fuimos a El Arepazo.


Dos fueron las circunstancias que me hicieron estar convencido desde el principio de que en ese restaurante me iba a recrear con el verdadero sabor de la comida de Venezuela: la primera fue que íbamos con una venezolana. Cierto es que Antuanett vive en Sevilla desde hace más de un lustro y que en su entorno familiar la mezcolanza cultural es radical, pero al oírla hablar resulta evidente que se ha criado en su país de nacimiento, por lo que pesa mucho su opinión acerca de las bondades de la comida de El Arepazo. Aparte, el hecho de que este restaurante esté en La Macarena también me hizo estar seguro de antemano de que no nos iban a dar gato por liebre, ya que en el sector extramuros de este barrio se ha asentado en las últimas décadas el grueso de la población inmigrante que ha llegado a la capital de Andalucía. Es allí, por tanto, donde hay que buscar comida internacional hecha por manos expertas.


El Arepazo no es un lugar para finolis, por su aspecto podría ser un bar andaluz de tapeo de los de batalla, pero realmente la carta ya te transporta al Caribe. Nosotros pedimos como si no hubiera mañana, porque Antuanett quiso que probáramos un buen número de especialidades de su tierra. Gracias a ello, además de tomarme un Arepazo Venezuela, que en la base de maíz llevaba ternera mechada, frijoles negros, aguacate y queso, probé la cachapa, los chicharrones (pero no los de Cádiz), los tequeños y, de postre, la Tarta de Tres Leches. El repaso gastronómico fue muy completo.

Con respecto a la comida italiana, saborear este tipo de cucina en cambio no fue nada novedoso para mí, ya que es mi favorita y conozco la gran mayoría de los restaurantes italianos de Sevilla. El sábado mi idea era ir a cenar al Ristorante Il Vesubio, pensaba tirar la casa por la ventana y este es para mí, sin duda, el mejor italiano de la ciudad, pero finalmente nos decidimos por probar La Locanda di Andrea, otro establecimiento que nos habían recomendado y en el que nunca habíamos estado. El mismo está en plena Calle Feria, la vía que ejerce de frontera entre el entorno de la Alameda de Hércules, epicentro de la actual Sevilla hipster, y la parte intramuros de La Macarena, donde el ambiente castizo aún no ha dado paso del todo al mestizaje que comenté antes que dominaba la parte extramuros del barrio.


La Locanda di Andrea resultó tener una relación calidad-precio magnífica: cuesta la mitad que los restaurantes italianos clásicos, pero no han cometido el sacrilegio de despachar fast food a la italiana, sino que sirven recetas elaboradas, con la particularidad de que permiten pedir tapas de sus platos (este ejemplo de fusión cultural ibérico-itálica es muy original). Además, está agradablemente montado. Me gustó y volveré seguro.

Siguiendo con el repaso a los lugares donde comí en estos días, no puedo dejar de lado el tapeo sevillano más tradicional que nos marcamos el segundo viernes en la Taberna Coloniales.


Ubicada en la Plaza del Cristo de Burgos, la Taberna Coloniales es un establecimiento que ha conseguido lo que a veces parece imposible: convertirse en una referencia para turistas sin dejar de gustar a los autóctonos. Las personas que vienen a Sevilla (que son cada vez más) disfrutan en este bar, abierto en 1992, del tipiquismo auténtico, ya que en él se come comida sevillana y andaluza, el local está situado en un punto emblemático del centro, en las mesas que tiene en la acera se goza a tope del benévolo clima que tiene la ciudad desde octubre a mayo, y su interior tiene un sabor tremendo.


Los sevillanos, por otro lado, sabemos que aquello, además de bonito, es bueno y barato (se come genial, la verdad, y las tapas tienen un tamaño considerable). Tengo que destacar, igualmente, la calidad del servicio, los camareros no solo se manejan con eficacia, sino que también son muy amables. Ambas circunstancias tienen un mérito especial en el caso de la Taberna Coloniales, porque tanto los empleados de la barra como los que sirven las mesas trabajan a revientacalderas desde que el negocio abre hasta que cierra. A pesar de ese buen hacer, la masificación es precisamente la pega que tiene el sitio, cierto es que una vez que se ha pillado mesa se está muy a gusto y que en ningún momento hay presión para comer rápido, pero sentarse a partir de las 14 es una heroicidad, e incluso antes hay que esperar (al llegar te apuntan en una pizarra y se guarda el turno escrupulosamente, como si de una carnicería se tratase, es cómodo porque no hay que andar metiendo codos, pero el problema es que dentro apenas hay ocho o nueve mesas y fuera cinco o seis, por lo que incluso comiendo en horario guiri hay que cola, y como se haga un poco tarde la espera puede llegar a la hora, si no más). Yo siempre que he ido he hecho un esfuerzo por estar allí temprano. Ayer, de hecho, llegamos a eso de las 13'45 y, pese a eso, esperamos unos 20 minutos. Además tuvimos que comer dentro, ya que con el maravilloso día que hacía incluso a esa hora comer en la terraza era ya una quimera. Aún así, mereció la pena, tanto la Tabla de Salmorejo con Jamón como la Pechuga de Pollo a la Mostaza Antigua estaban para chuparse los dedos, y estuvimos muy tranquilos. Por otro lado, como gran novedad de esta visita, en vez de cerveza me pedí un par de copas de vino, dispuesto a no abandonar ni en esas circunstancias mi cruzada contra el gas, que empezó el domingo pasado y acabará mañana, cuando haya atravesado la línea de meta del Maratón de Sevilla y me tome un buen botellín para celebrarlo.


Hablando de cerveza, dije antes que no faltaron en mis tres días de tournée ni un cerveceo tradicional sevillano, ni tampoco una parada en un bar en el que sirven cerveza artesanal. Para un amante de la birra como yo ambos planes son las dos caras de una misma moneda. El primer plan tuvo lugar el primer viernes, antes de comer en El Arepazo, y el segundo el sábado, antes de ir a cenar a La Locanda di Andrea.

Para cervecear como está mandado un viernes a mediodía en Sevilla fui probablemente al mejor sitio posible, una minúscula cervecería llamada El Tremendo.


Dicen que en El Tremendo tiran la cerveza mejor que en ningún otro sitio, quizás sea porque aún mantienen tras la barra el antiguo tirador de manilla de cobre, yo realmente no soy capaz de hablar con tanta rotundidad, me falta quizás ese punto esagerao que tiene el sevillano de pura cepa, pero sí es cierto que la caña de El Tremendo no tiene nada que envidiarle a ninguna otra. A pesar de esto, lo que destaca de El Tremendo no es solo la frescura y la espumosidad perfecta de su cerveza, ni tampoco es lo que se come allí, que dado el reducido tamaño del establecimiento se limita a unos montaditos, algo de mojama y poco más. Lo que destaca de El Tremendo es que es el prototipo de lugar donde te paras, sin pensarlo dos veces, a saborear un par de cañas al sol (en invierno) o a la sombra (el resto del año), de pie en la acera, con los amigos, con los compañeros de trabajo, con tu pareja o con quien sea. Cualquier momento es bueno para arreglar el mundo en un cuarto de hora con una Cruzcampo bien fría en la mano. En El Tremendo las exquisiteces brillan por su ausencia, porque el bar lleva en el mismo rincón 70 años y en ese tiempo el grifo para tirar la cerveza no es lo único que no han cambiado, pero tiene tanta solera que eso lo compensa todo. Para conocer Sevilla de verdad hay que tomarse unas cañas un viernes a las tres de la tarde en la puerta de un bar como El Tremendo. Esto es tan importante como subir a La Giralda (en la foto de abajo eran las 13'15, unos 45 minutos después no se cabe en esa acera).


Más allá de lo comentado, para beber en Sevilla alguna marca de cerveza que no sea Cruzcampo hay que buscar algún sitio que sea un poco más selecto. A mí, por ejemplo, me encantan los pubs estilo irlandés, pero el sábado a última hora de la tarde, antes de cenar, María y yo optamos por ir a un bar de otro perfil en el que también se pueden pedir cervezas raras, en este caso no internacionales, sino artesanales (es decir, hechas en la zona). Dicho bar, llamado Bier Kraft, está, por supuesto, en la zona de la Alameda de Hércules. Las cañas en él valen un ojo de la cara y solo elegir qué tomar ya supone todo un reto.


Yo me dejé aconsejar por el camarero y pedí una Ruben's de tirador. En principio pensé que el nombre de la marca estaba puesto en honor a Peter Paul Rubens, pero luego comprobé que el apóstrofe en este caso es determinante. La Ruben's es una cerveza artesanal que se fabrica en La Redondela, una pedanía de Isla Cristina (Huelva), que es un pueblo que a mí me suena a playa. El origen, por tanto, le añadió más exotismo a la bebida.

Cambiando de tercio, la jornada del sábado, que acabó en el Bier Kraft y en La Locanda di Andrea, empezó de una manera muy diferente. El día fue muy intenso y a mediodía tuvimos una comida familiar por todo lo alto, pero antes ya habíamos madrugado un poco para ir al fútbol.


El caso es que esta temporada nos hemos aficionado a ir a ver al Betis Féminas. Yo siempre he sido aficionado al fútbol, de hecho durante siete temporadas fui socio del equipo masculino del Real Betis, pero desde hace años mantengo una relación de amor-odio con el deporte rey. En efecto, no puedo evitar que me guste y lo sigo, atrae mi atención y me divierte verlo, pero me desagrada cada vez más el mundillo que rodea al deporte en sí: no soporto el negocio en el que se ha convertido, ni el amarillismo de la prensa deportiva, ni la manera que se usa el juego por los medios para distraer la atención, ni la violencia que rodea al espectáculo, ni la politización de este, ni puedo aguantar a la mafia que dirige el cotarro, tanto a nivel de clubes como a nivel federativo. También me repele que los futbolistas se comporten como divos cada vez más. Este año, sin embargo, he descubierto el fútbol femenino, lo que ha supuesto para mí como una vuelta a los orígenes. El espectáculo es el mismo, ya que las mujeres suplen la fuerza masculina por el toque, la competitividad es plena porque lo dan todo sin contemplaciones y los partidos transmiten emoción a raudales. Por otro lado, en el balompié femenino el dinero aún no lo ha contaminado todo, las futbolistas, cuya normalidad enamora, juegan por amor al fútbol, y los aficionados van a animar, no a morir matando por su equipo. Es, en definitiva, deporte en estado puro.

Es un hecho que el fútbol femenino se está poniendo de moda y está creciendo por momentos, dentro de poco habrá asimilado muchos de los vicios del balompié masculino, pero yo espero que no se pierda el buen rollo que, a día de hoy, se respira viendo en directo un partido de chicas. Nosotros vamos a ver al Betis Féminas, que juega en la Liga Española de Fútbol Femenino, lo que presenciamos es fútbol femenino del más alto nivel, y aún así no le veo pegas. Lo disfrutaré mientras dure.


Como decía, el sábado María y yo bajamos con Julia y Ana, recogimos a mis sobrinas, que también son socias, y nos acercamos a la Ciudad Deportiva Luis del Sol a presenciar el partido entre el Betis Féminas y el Levante Unión Deportiva, correspondiente a la jornada 20 de liga. No hubo goles, pero lo pasamos genial.


Al final, las niñas pudieron incluso hacerse unas fotos con Paula Perea y con Priscila Borja, dos cracks dentro del campo que demostraron una humildad y una cercanía dignas de elogio.



Tras haber hablado ya de comida, de bebida, de costumbres y hasta de fútbol, en la última parte de este relato voy a hacer mención a los planes más puramente turísticos que disfruté en los tres días sevillanos. Lo de comer y beber es también una actividad indispensable para los que quieren conocer bien los sitios, ya he dicho que cervecear debería ser algo imprescindible para todos los que vienen al corazón de Andalucía, y tapear ya lo es. Pese a esto, hay algo que es turístico en mayor medida que ir a bares y restaurantes, y es hacer visitas culturales. Un post en este blog sobre Sevilla no estaría completo si no hablara de alguno de los muchos lugares destacados que tiene, por lo que programé una visita para ayer viernes. Lo que pasa es que el día no salió en absoluto como lo tenía pensado, aunque esta vez eso no acabó siendo negativo. Mi idea inicial era pegarme estudiando en la biblioteca de la Universidad de Sevilla hasta las 12 de la mañana, hora a la que tenía fijado un tour guiado por el edificio de la Antigua Real Fábrica de Tabacos, que en la actualidad alberga la sede central de dicha institución. Sin embargo, dos hechos trastocaron mis planes bien temprano: por un lado, al llegar me di cuenta de que se me habían olvidado en casa los apuntes, la jornada de estudio se me fue al carajo antes de empezar, pero además al poco me llamaron para avisarme de que el guía de la visita había sufrido un percance y que esta se pasaba a las 16. En consecuencia, me vi en pleno centro de Sevilla a las 9 de la mañana sin nada que hacer hasta mediodía, cuando había quedado con María para comer. Valoré la opción de irme a casa y suspender el plan, pero dentro de poco estaré trabajando de nuevo y también se acercan los exámenes que me estoy preparando, por lo que sabía que no volvería a verme un viernes laborable por la mañana en la capital con todo el tiempo del mundo por delante. Por ello, opté por relajarme y tomarme el día libre.

Dadas las circunstancias, lo primero que hice fue irme a desayunar con María antes de que ella entrara en el trabajo. Tenía entendido que en la Bodega Salvatierra son unos maestros a la hora de poner buenos desayunos de la tierra y, en efecto, allí disfruté de una rica tostada de pan de bollo con tomate, dando comienzo por todo lo alto a una peculiar jornada de viernes al sol, para nada estándar.


Luego me di un paseo por el Mercado de la Encarnación, en el que nunca había entrado. Ahora ya conozco tres de los cinco niveles en los que están divididas las Setas de Sevilla (no he estado en el bar de la cuarta planta, ni he visto los restos arqueológicos que se muestran en la planta sótano, que estaba aún cerrada a la hora a la que yo fui). El Mercado me gustó, está muy nuevo y todo estaba tan bien colocado que me dieron ganas de irme con la compra hecha.


Para echar el resto de la mañana, dado que había decidido convertirme en turista, me pareció que era el momento de eliminar el pequeño cargo de conciencia que llevaba a la espalda desde el mes pasado. Dicho así parece algo grave y no es para tanto, pero sí es cierto que en enero, cuando fui en Madrid al Museo Arqueológico Nacional, puse a parir al Museo Arqueológico de Sevilla. De pasada en el correspondiente post comparé ambas instituciones y me despaché a gusto con el museo hispalense, aunque no lo había pisado desde hacía casi diez años. Esto era precisamente lo que me pesaba un poco, me quedó el resquemor de haber plasmado una imagen suya que ya no se correspondiera con la realidad. Por eso, ayer decidí ir a visitarlo de nuevo para actualizar mis impresiones.

Lo primero que hay que decir del Arqueológico sevillano es que está en un edificio precioso, eso es innegable. El mismo fue realizado por el arquitecto Aníbal González, artífice entre otras muchas obras de la Plaza de España, y se construyó para ejercer de Pabellón de Bellas Artes en la Exposición Iberoaméricana de 1929. También el entorno del inmueble, el Parque de María Luisa, es excepcional. De inicio, por tanto, el Museo atrae por su envoltorio.


La institución se creó en 1880 y en 1942 se trasladaron sus fondos al Pabellón, siendo reinagurada la muestra en su nueva ubicación en 1946. En principio la misma constó de ocho salas, pero tras varias ampliaciones actualmente tiene 28. Estos son los datos objetivos.

Ahora vayamos con la visión subjetiva que sigo teniendo después de mi nueva visita, que se podría resumir en un consejo claro y conciso que le doy a los que vienen a conocer Sevilla: "señores y señoras, en esta magnífica ciudad no pierdan ni cinco minutos entrando en el Museo Arqueológico". Puede parecer duro, pero la verdad es que entré con la idea de ser benevolente y de no ser crítico en exceso, y ni bajando el listón evité salir de allí decepcionado.

Realmente, yo sabía que nada ha cambiado en el Museo en los últimos diez años (ni en los últimos 20, yo lo visité por primera vez en 1999 y creo que lo más que han hecho desde entonces ha sido tapar goteras y humedades). Por ello, esperaba ver lo de siempre: un montón de restos romanos extraídos de Itálica, en su mayoría, y repartidos por las salas, puestos encima de simples pedestales que están colocados delante de desnudas paredes.




Nula información, escasa contextualización y presentación que echa para atrás, el Museo es una sucesión de frías salas llenas de epígrafes, lápidas, torsos de mármol sin cabeza, bustos y algunos mosaicos. Estos últimos, precisamente, son los restos más atractivos, pero todo parece que está repartido sin ton ni son. No es raro que los visitantes recorran la exposición en cinco minutos, vista una sala vistas todas. Es evidente que aquello necesita una buena inversión para que deje de parecer una mezcla entre un museo de los años 50 y una exhibición de pueblo.

Pese a esto, yo tenía la esperanza de que hubiera algo que compensara lo dicho, pensaba que en el Museo se exponía el Tesoro del Carambolo, uno de las piezas top de la Protohistoria en la Península Ibérica, y que con esa joya habría otras piezas de otras épocas. Yo, de mis visitas anteriores no recordaba más que restos romanos, creía que era por mi falta de atención, pero no era esa la razón: en realidad el Arqueológico tiene 28 salas y justo la mitad están dedicadas a la civilización romana, por lo que el sesgo ya queda patente de inicio. Además de estas salas, yo solo pude ver otras dos dedicadas a la Edad Media que son de chiste: una de ellas está llena casi por completo de más lápidas y cosas similares, eso sí, ya de la Alta Edad Media, no de época romana, y en la otra apenas si hay un par de vitrinas con una veintena de piezas almorávides y almohades cada una, amén de otros cuantos restos de esos dos imperios (no me puedo explicar como, estando en uno de los epicentros de la antigua Al-Andalus, no hay algo más lustroso de los cinco siglos que estuvieron por aquí los musulmanes).


Más allá de esas dos salas medievales, además de las dedicadas a los romanos ya no pude ver nada: todas las salas de la Prehistoria y la Protohistoria estaban cerradas. En relación con esto, no critico que se hagan reformas, pero no es lo mismo comunicar al visitante qué es lo que se está mejorando en el Museo, demostrando así un poco de interés divulgativo (las reformas pueden venderse incluso como algo bueno), que limitarse a colocar junto a una puerta cerrada este cartel:


Ni que decir tiene que mi decepción, llegado a ese punto, fue supina. Ya había visto todo lo que el Museo Arqueológico de Sevilla podía ofrecer. ¿Todo? "Pero, ¿y el Tesoro del Carambolo?" No había visto ni una sola indicación, pero pude leer en el folleto que me habían dado al entrar, que en la primera planta del edificio estaba montada una muestra permanente dedicada al Tesoro. La información del papel, no obstante, era tan escasa, que acabé subiendo por las escaleras equivocadas. Al llegar a una sala de conferencias vacía deduje que por allí no era y, poco después, un vigilante que me había visto subir me dio caza y fue el que me explicó que para ver la exposición hay que coger un pequeño ascensor que lleva arriba por otro lado. La realidad es que no hay ni una puñetera indicación que informe sobre como llegar a la muestra del Tesoro, ni siquiera en el propio ascensor. Yo la encontré porque me empeñé, pero es evidente que no tienen demasiado interés en que nadie suba a esa escondida parte del Museo.


Y ¿Por qué tanto desinterés? Pues supongo que porque allí no está el verdadero Tesoro del Carambolo, lo que hay es una réplica, hecho que acabó por confirmar que el Museo Arqueológico de Sevilla es un desastre, su vestigio más valioso ni siquiera está expuesto, está en un banco, me imagino que porque no cuentan en el edificio con suficientes medidas de seguridad. El caso es que yo, que soy sevillano, solo estaba pasando el rato, pero como he dicho, no recomiendo que nadie que venga de fuera con las horas contadas pierda su precioso tiempo en este museo.

Pese a todo, para no terminar con tan mal sabor de boca voy a intentar destacar las cosas buenas que tiene el Arqueológico, que alguna hay: para empezar, no se puede negar que los bustos, mosaicos, lápidas y estatuas romanas que se ven son valiosas. Se sacaron la mayoría de Itálica y, dado que no están donde deberían estar, que es en el inexistente museo de ese complejo arqueológico, pues es normal que se expongan allí. También hay vestigios romanos de otros lugares, a todas esas piezas no hay que restarles valor en sí mismas, a pesar de que no están bien expuestas y de que no son capaces de ocultar que más allá de ellas no hay museo. Aparte, es muy buena la sala dedicada a la epigrafía jurídica romana, que es la única que se sale un poco de la tediosa norma.


Y poco más. Como digo, es mucho mejor echar el rato al sol en el bonito parque que rodea el Museo, que dentro de este. Al salir del edificio ese fue mi primer pensamiento.


Para acabar este largo post, voy a hablar con brevedad de la visita que me llevó, en origen, a Sevilla ayer viernes, la de la Antigua Real Fábrica de Tabacos. En efecto, tras echar la mañana en el Museo Arqueológico y de paseo, comí con María y después fuimos a por el que era mi objetivo del día. Sabía desde hacía tiempo de la existencia de los tours guiados gratuitos que organiza la Universidad de Sevilla por su sede más emblemática, tenía en mente aprovecharlos para profundizar un poco en un edificio que conozco bien (estudié en él durante cinco años) y, finalmente, decidí apuntarme a la visita este viernes, aprovechando la coyuntura en la que me encuentro.


El tour lo guió un joven estudiante de turismo llamado Luis y gracias a él me enteré de cosas que no sabía, vi algún lugar en el que aún no había estado y refresqué un poco mi memoria.

Como he dicho, la mayoría de lo que vimos lo conocía. La visita la comenzamos en el Paraninfo, el salón donde se celebran los actos más solemnes de la Universidad, y continuó en la Galería de Rectores, una amplia estancia a la que dan varios despachos y en la que hay cuadros de la mayoría de los rectores que ha tenido la institución desde el siglo XIX. Mis padres fueron profesores de la Universidad y gracias a eso tuve ocasión un par de veces de acudir a actos que se celebraron en esos dos lugares.



Después de ver el Paraninfo y la Galería de Rectores el objeto de la ruta guiada dio un giro sin necesidad de cambiar de edificio, ya que el foco de la atención viró de la Universidad de Sevilla a la Antigua Real Fábrica de Tabacos en sí. En efecto, la institución universitaria se trasladó al inmueble entre 1954 y 1957, pero este se construyó para servir de sede a la primera factoría de tabaco establecida en Europa, función para la que empezó a funcionar en 1758. Por esta razón, tras abandonar la parte del edificio dedicada a albergar la zona noble de la Universidad, esta pasó a un segundo plano y las explicaciones se centraron en como era la edificación cuando funcionaba como fábrica. Ahí es donde la visita se hizo más interesante para mí, porque había recorrido los mil recovecos del edificio como estudiante, pero la verdad es que nunca me había parado a pensar en su vertiente histórica.

El Patio del Reloj, por ejemplo, ni sabía que se llamaba así. Para mí era un lugar de paso y ahora se que, en su día, fue donde estaban las cuadras de la fábrica.


Igualmente, por el segundo patio, llamado Patio de la Fuente, he pasado en mi vida miles de veces, ya que es el punto de confluencia de los pasillos que desembocan en las cuatro puertas principales del edificio. En él se pesaba el tabaco.


Yo empecé a estudiar en la Antigua Real Fábrica de Tabacos en 1996, han pasado 23 años y la estructura interna del edificio ha cambiado un poco, pero sigue igual el amplio pasillo donde estaba mi clase en los dos primeros años de carrera y donde las cigarreras hacían su trabajo hace unos 200 años.


También sigue conservando su estructura otro sector del edificio por el que igualmente pasé cientos de veces. Está en una de sus esquinas y lo forman dos patios simétricos, al que dan una serie de ventanas. Por lo visto, entorno a un patio vivía el director y alrededor del otro el subdirector de la fábrica. Al mirarlo con otros ojos vi que, en efecto, cada patio tiene pinta de haber sido una vivienda.


El edificio tiene una interesante historia, se construyó extramuros de la ciudad de Sevilla, pero pegado a la muralla, y era una auténtica fortaleza, dado que el Estado tenía el monopolio del comercio del tabaco y quería tener controlada su producción hasta el punto de convertir la fábrica en un bastión inexpugnable en el que fuera imposible el estraperlo. Por esta razón, la finca estaba protegida por soldados y rodeada por un imponente foso.


La fábrica tenía, incluso, su propia cárcel para poder encerrar a los empleados díscolos sin que tuvieran, por ello, que dejar de acudir a su puesto de trabajo, así como una capilla. En la prisión no entramos, pero yo sí he estado en su interior, ya que ahora ahí lo que hay, hoy día, son despachos de profesores del Departamento de Historia Moderna.


Con respecto a la Capilla Universitaria, en ella acabó la visita (es el edificio de color albero y grana que se ve en la foto de abajo).


En ella se conserva el Cristo de la Buena Muerte de Juan de Mesa del que hablé en el post de marzo del año pasado, que dediqué a la Semana Santa sevillana (en aquella ocasión vimos la imagen en procesión).


Yo dentro de la Capilla nunca había estado, por lo que verla fue un colofón perfecto. Ahí acabó la visita y para mí terminaron, también, las actividades que son objeto de este post. Sobre Sevilla habrá más, pero será dentro de unos meses.


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado SEVILLA.
En 1977, % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en la Provincia de Sevilla: 14'2% (hoy día 100%).
En 1977, % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 0'2% (hoy día 34'2%).

Reto Viajero TESOROS DEL MUNDO
Visitado SEVILLA.
En 1977 (aún incompleta esta visita), % de Tesoros ya visitados de la España Musulmana: 10% (hoy día, completada ya esta visita, 50%).
En 1977 (aún incompleta esta visita), % de Tesoros del Mundo ya visitados: 0'1% (hoy día, completada ya esta visita, 4%).

Reto Viajero MUNICIPIOS DE ANDALUCÍA
Visitado SEVILLA.
En 1977, % de Municipios ya visitados en la Provincia de Sevilla: 0'9% (hoy día 62'9%).
En 1977, % de Municipios de Andalucía ya visitados: 0'1% (hoy día 19'9%).


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