15 de mayo de 2019

SEVILLA 2019 (MAYO)

Se acaban de cumplir tres años desde que empecé a escribir en este blog. 146 posts han caído ya, y aquí sigo. En estos 36 meses, mis circunstancias han cambiado bastante más de lo esperado, sobre todo porque en diciembre, me quedé sin trabajo, después de más de doce años en los cuales había hecho muchas cosas, pero en los que nunca había estado parado. Por fortuna, mis días de desempleado no han durado demasiado, y en febrero abandoné, espero que para siempre, las listas del INEM. Lo que sucede es que, por primera vez en mi vida, me he visto trabajando en un sector diferente al que considero mío, por formación y por trayectoria profesional. En efecto, yo soy documentalista, y eso significa que puedo ejercer como tal, o que puedo trabajar en bibliotecas o en archivos. También se lo que es dar clase, pero como profe siempre he enseñado contenidos relacionados con el sector de la documentación. Este es mi mundo y a él voy a volver, porque estoy estudiando oposiciones y aspiro a trabajar en las bibliotecas de la Universidad de Sevilla a medio plazo. Mientras, sin embargo, hay que comer, a principios de año vi pocas salidas, pero he tenido suerte y antes de que la cosa se pusiera fea ha aparecido una solución que, sin ser la ideal, no está nada mal: desde febrero trabajo en un negocio de alquiler de bicicletas a turistas. El empleo me gusta, estoy en contacto directo con el mundo del turismo, que me apasiona, hablo idiomas y me mantengo activo, además de ganar un dinero que es casi indispensable. La única pega es que no solo trabajo los miércoles y los jueves, sino también los sábados y los domingos. Eso implica que lo de correr carreras y lo de aprovechar los fines de semana para hacer escapadas se ha complicado, por lo que el objeto de este blog ha peligrado un poco. Pese a esto, cualquiera que tenga un poco de curiosidad podrá ver que en los últimos meses no he dejado de escribir, ya que me las he ingeniado para que no me falte material. En el futuro estoy seguro de que seguirá siendo así.

Todo lo anterior lo he contado para dejar constancia de que en el tiempo que llevo escribiendo en este blog la situación han cambiado, pero poder echar la vista atrás en los post y ver ese hecho reflejado en ellos es, precisamente, lo que me gusta y lo que busco. Más que una pega, para mí es una alegría el hecho de haber podido plasmar en mis crónicas los cambios que ha habido en lo que me rodea en los tres últimos años, con el hilo conductor de los viajes y de las carreras.

Hablando, precisamente, del pasado y de su reflejo en los post, hace justo un año escribí uno relativo a Sevilla, en el que me centré en la Semana Santa. Para este 2019 tenía pensado completar el trabajo hablando de la otra gran fiesta popular que tiene lugar durante la primavera sevillana, la Feria de Abril. Dudé si hacerlo finalmente, pero luego vi que la semana se presentaba movidita para mí, curiosamente mucho más que nunca, por lo que al final esta ha resultado ser la ocasión perfecta para dedicar otro artículo a mi ciudad natal (llevo seis) y, en concreto, para tratar de diseccionar la Feria como hice con la Semana Santa hace poco más de 365 días.


La Feria de Abril es una festividad popular que se celebra en Sevilla desde 1847. En un principio el evento estaba pensado para que se hicieran en él transacciones agrícolas y ganaderas, pero ya desde el primer año movilizó a mucha gente con ganas de pasarlo bien. De hecho, ese año inaugural se montaron en el antiguo Prado de San Sebastián, su primera ubicación, solo 19 casetas, pero tres años después ya se estaban expidiendo por parte del Ayuntamiento decenas de licencias para montar puestos que sirvieran bebidas y aperitivos a los visitantes, y en 1858, con sus 119 casetas, la Feria ya destinaba más espacio al divertimento que al mercado. Poco a poco la misma fue adoptando los rasgos que hoy la definen: en 1890 se realizó su primer cartel, en 1919 el pintor Gustavo Bacarisas diseñó el modelo de caseta que se acabó generalizando (aunque fue en 1983 cuando se impuso la uniformidad total por norma), en 1949 se colocó la primera portada de gran envergadura y un año después las transacciones ganaderas desaparecieron para siempre de la Feria y esta se centró en la diversión.


A partir de ahí el tamaño del Real de la Feria, que es el nombre que recibe el espacio destinado a las casetas, no paró de crecer y el Prado de San Sebastián se acabó quedando pequeño. Por ello, en 1973 la Feria se trasladó a su recinto actual, en donde se habilitaron 63.000 metros cuadrados. En ese primer año en su nuevo emplazamiento se pasó del medio millar de casetas que había en el Prado a 630. 46 años después el Real ocupa 275.000 metros cuadrados y tiene 1.052 casetas, con la cosa de que no crece más porque no hay sitio para ello. Hace un tiempo se planteó la posibilidad de trasladar otra vez la Feria de lugar, pero parece que por fortuna ese proyecto se ha desestimado por el momento. Es cierto que en la actualidad hay 1.120 solicitudes de nuevas casetas, por lo que se podría duplicar el tamaño del recinto ferial, algunos solicitantes llevan además casi tres décadas en lista de espera, lo cual es una pasada, pero ampliar la superficie del Real sería totalmente contraproducente, ya que se corre el riesgo de que la Feria muera de gigantismo, entre otras cosas porque al espacio destinado a las casetas hay que sumarle el de los cacharritos, que está anexo. En esos 125.000 metros cuadrados extra se monta cada año el mayor parque de atracciones provisional de España.


La zona de los cacharritos recibe el nombre de Calle del Infierno y está indisolublemente unida a la de las casetas, sobre todo para los niños, lo que hace que los trayectos que uno recorre cada día sean kilométricos. Salir y entrar de la Feria, además, no es tarea fácil, el acceso en vehículo propio a los alrededores está restringido, los coches se dejan en un parking que se habilita junto al Río Guadalquivir, en el Parque Vega de Triana, y hay que ir allí en un masificado autobús lanzadera. Por otro lado, las colas en las paradas de autobuses de línea o de taxis dan miedo y no es mucho más fácil coger el metro. La organización en todos los sentidos es modélica, las colas avanzan rápido y los medios de transporte público no pueden ser más abundantes y eficientes, pero creo que el tamaño de la Feria ha tocado techo y es una buena noticia que se haya abandonado la idea de llevar la celebración a un lugar donde podría crecer aún más.


El caso es que la Feria es un evento aparentemente estable en el que, no obstante, con frecuencia hay innovaciones, logísticas y de organización. En 2017, sin ir más lejos, se introdujo la novedad de empezarla un sábado y acabarla al sábado siguiente (durante décadas el Alumbrao era un lunes y la Feria acababa el domingo siguiente a medianoche). Con ese cambio la fiesta dura una jornada más y además coge dos sábados. Aparte, este año ha sido el tercero de la historia en el que la Feria de Abril se ha celebrado entera en mayo. Sus fechas concretas siempre han variado, porque dependen de la Semana Santa y esta se fija a partir de los ciclos lunares, pero es una tradición intentar que al menos un día de Feria caiga en abril. Lo normal, cuando la Semana Santa es pronto, es que haya dos semanas entre ambos festejos, pero en el pasado los años en los que el Domingo de Resurrección ha sido a finales de abril se ha llegado a acortar el lapso de tiempo entre la festividad religiosa y la juerguista a una semana, para lograr el propósito de que la Feria de Abril haga honor a su nombre y caiga en este mes, al menos de manera simbólica. Este 2019 era esa la circunstancia, pero como el Alumbrao era el sábado a los responsables les ha parecido demasiado heavy dejar solo seis días entre fiesta y fiesta, por lo que han mantenido las dos semanas de paréntesis y, en consecuencia, la Feria ha empezado el 4 de mayo.



Hablando de cambios, en la Feria de Abril también algunas costumbres han ido variando poco a poco. El baile típico está totalmente establecido, pero, por el contrario, el vestido tradicional de mujer, el traje de flamenca, aunque en apariencia es siempre igual, presenta modelos muy variados, de hecho hay tendencias anuales, diseñadores especializados y estilos diversos. Su éxito se basa en su sencillez (para ser una indumentaria festiva de corte tradicional) y en lo bien que le sienta al 100% de las mujeres.


A esos dos factores se une el hecho de que los trajes se pueden arreglar con facilidad una y cien veces, por lo que es muy normal que se presten o se compren de segunda mano, y si se quiere usar uno nuevo, aunque hay vestidos de diseño de 1.500 pavos, es muy factible encontrar modelos preciosos a estrenar por 150 euros. El traje masculino, por contra, no se usa salvo que se vaya a caballo. Estos animales son habituales en la Feria durante el día, aunque hay que tener permiso para montarlos. Es bonito verlos, pero con ellos y con las miles de personas que hay deambulando, las calles del Real son un tanto caóticas hasta las 8 de la tarde. A partir de esa hora los jinetes tienen que llevarse a los animales.


Como ya he explicado otras veces, yo soy sevillano de nacimiento y casi siempre he vivido en la ciudad o en su área metropolitana, pero mi familia es de fuera y eso ha marcado mi acercamiento a las fiestas populares de Sevilla. Con respecto a la Feria, además hay otro hecho fundamental que ha definido mi relación con ella y es que nunca he tenido caseta. La gran mayoría de las 1.052 casetas que hay en el Real son privadas y eso hace que, en muchos casos, los sevillanos que no somos socios de ninguna estemos al nivel de los forasteros... o casi. La verdad es que para sacarle jugo a la Feria hace falta ir de caseta en caseta y para un foráneo eso es difícil, ya que solo hay 17 públicas. La manera de divertirse, por otro lado, está muy relacionada con liarla parda con los viejos amigos que uno se va encontrando en las casetas, de hecho para que la noche salga redonda es necesario que haya diversidad y movimiento. A mí una de las cosas que más me gusta de la Feria es que es posible acabar en un grupo en el que pueden haberse juntado, como si fueran íntimos, un par de compañeros del trabajo, tus amigos de toda la vida, algún vecino, un amigo de un amigo, la prima madrileña de alguno, el hermano de otro con su mujer e incluso algún extranjero que está en casa de alguien. Acabar con todo ese maremagnum de gente comiendo churros al amanecer solo pasa en la Feria. El problema es que no siempre se llega a ese punto, porque como digo las casetas son privadas y aunque todo el mundo tiene amigos o conocidos que son socios de alguna, la realidad es que uno solo puede entrar en ellas si en el momento de ir a hacerlo el susodicho está allí y habla con el segurata de la puerta. Eso a veces ocurre... y otras muchas veces no. Yo puedo decir sin exagerar que tres de las cinco noches en las que mejor me lo he pasado en mi vida en plan juerguista han sido en la Feria de Abril. Sin embargo, son mucho más numerosos los días en los que no he logrado coger ambiente en ningún sitio y me he ido a mi casa un tanto harto, después de haberme pegado no se cuanto tiempo dando vueltas por el Real, rebotado de todos lados. La razón es que en la Feria se improvisa mucho y es bastante habitual que algún viejo amigo te haya dicho que el martes por la tarde va a estar en su caseta, pero que cuando llegues no esté y te quedes con dos palmos de narices. Cierto es que el Whatsapp y la comunicación instantánea han evitado muchos paseos en balde, el móvil ya ayudó en ese sentido, pero cuando yo tenía 20 años o cuando era niño e iba con mis padres el sistema era una lotería, ya que como mucho habías hablado con la persona en cuestión un día antes y en la Feria fijar planes con 24 horas de antelación es una quimera.


Aparte de todo, a la Feria se va a comer, a beber y a bailar. Los que no bailamos demasiado llegamos a disfrutar de las buenas conversaciones y eso compensa lo de no dominar las sevillanas, pero como la mayoría de las fiestas populares, la Feria de Abril no es un lugar para milindris: la comida es de batalla y hay que poder tolerar bien el alcohol, que está por doquier. Los que no beben nunca (yo lo hago poquísimo, pero puedo estar a la altura de una buena parranda) o no les gusta comer tienen una dificultad extra para pasarlo bien en la Feria.


La realidad, por tanto, es que una jornada de Feria empieza normalmente quedando con alguien fuera y entrando juntos en el Real o quedando formalmente dentro, pero sin dejar todavía nada al azar. Si alguno tiene caseta ese será el punto de partida, si no siempre se puede empezar en una pública, pero pasadas un par de horas siempre habrá que moverse. Es entonces cuando todos los presentes tirarán de contactos y empezará el peregrinaje, que puede ser un éxito si uno encuentra acomodo en alguna otra caseta o puede ser un desastre si no hay manera, en un plazo razonable de tiempo, de engancharse en ningún sitio. Los que tienen caseta siempre la utilizan como cuartel general, por lo que nunca se quedan compuestos y sin novia (o novio). Los que no tenemos podemos acabar comiendo churros antes de la cuenta.

Luego está la variable del plan con niños (diurno) o sin ellos (nocturno). Lo que he contado hasta ahora es válido tanto para uno como para otro, la única diferencia estriba en que la capacidad de movimiento es menor con los peques (por lo que hay que ser más certero a la hora de cambiar de caseta) y que hay que estar pendiente de que los niños estén controlados, lo que no evita que uno pueda divertirse a tope (al menos por lo que a mí respecta), pero sí exige mantener los sentidos alerta.

Todo esto es lo que yo vivo y he vivido. De niño fui a la Feria con mis padres de manera puntual (y casi siempre a comer), de joven fui mucho, pero siempre de noche, y desde que el padre soy yo he vuelto a ir sobre todo de día.


Este año, sin embargo, he recuperado el hábito de quemar la Feria en horario nocturno. La noche elegida fue la del martes.


El caso es que el domingo ya pisé el Real, porque aunque estuve trabajando hasta las 6, María se fue para allá con las niñas, yo me uní en cuanto pude y aguantamos hasta las 10. Sin embargo, fue el martes el día que fuimos a la Feria a darlo todo como cuando éramos jovencitos. Teníamos ganas de rememorar viejos tiempos y quedamos con nuestros amigos Fran y Belén para ello. Como está mandado, al grupo se unió un compañero de trabajo de María y una amiga suya que le dio el toque exótico a la comitiva, ya que es de Alabama. Juntos empezamos la noche en una de las casetas públicas, La Marimorena.


Hay que decir, llegados a este punto, que de las 17 casetas públicas de la Feria, ocho están vinculadas al Ayuntamiento de Sevilla, tres a partidos políticos (PP, PSOE y PC, esta última es la célebre Pecera), otra pertenecía al Partido Andalucista y tras la desaparición de este en 2015 sobrevive con el nombre de Andalucistas, y otras cuatro son de sindicatos (UGT, CCOO, USO y El Garbanzo Negro de la CGT). Solo hay una que se maneja al margen de lo público, se trata precisamente de La Marimorena, que está gestionada por accionenred, una ONG que la heredó de un partido que surgió en la Transición llamado Movimiento Comunista de España (MCE) y que desapareció en 1991. Las otras 1.035 casetas no son de libre acceso (511 son de entidades privadas, incluida la institucional del Ayuntamiento, y 513 son familiares. Aparte hay 11 que no son para montar fiestas, sino que son de servicios municipales: bomberos, niños perdidos, policía, control eléctrico,...). En total, el Real está dividido en quince calles que tienen nombres de toreros nacidos en la provincia de Sevilla (de ellos, solo Curro Romero sigue vivo). Durante seis meses el recinto es un autentico erial sin vida alguna, pero el montaje de la infraestructura comienza en diciembre y no está acabado de desmontar hasta junio, lo se porque durante dos años viví en un pequeño ático que daba directamente al descampado y pude comprobar, por ejemplo, como la monumental portada iba creciendo día a día, y como no desapareció del todo hasta ya entrado el verano.





Como decía, el pasado martes empezamos nuestra jornada ferial en La Marimorena, que me sorprendió gratamente. Es evidente que es un sitio en el que predomina el ambiente alternativo, pero quizás por eso se disfrutaba en la caseta, pese a estar en horario nocturno, de un ambiente de Feria de verdad, aunque resulte paradójico (el problema de la mayoría de las casetas públicas es que se convierten cuando anochece en un imán para canis y para adolescentes, donde todo lo que abunda no es bueno, empezando por el chunda chunda musical). De día la cosa es diferente, doy fe, pero por las noches las casetas públicas del Ayuntamiento son lugares a evitar. Por suerte, la semana pasada vi que La Marimorena no es así. Nosotros allí estuvimos muy a gusto, hubo baile y hubo charla, tanto dentro como en la puerta, tuvimos que echarle paciencia para pedir, pero finalmente comimos, bebimos y bailamos sevillanas como está mandado.


Pese al buen rato, llegó un momento en el que hubo que moverse de allí. En la Feria ese es el momento en el que empieza a desaparecer el suelo bajo los pies, ya que cambiar de ubicación puede hacer que la fiesta vaya in crescendo o puede, por contra, ser el principio del fin de la diversión. Afortunadamente, mi amiga Belén tiró de agenda y acabamos en una caseta de las buenas: familiar, con ambiente, pero no muy llena. Allí echamos el resto hasta que, a las 3, llegó el momento de empezar a marcharse (yo curraba a las 10 el miércoles, entre otras cosas).


Cuando uno se recoge ya bien entrada la noche es casi obligatorio acabar con unos buenos churros, o bien con unos buñuelos que se despachan a discreción por varias familias gitanas en una zona de casetas de la Calle Manolo Vázquez (si es temprano te atracan a mano armada, si ya son las 7 el precio es más normal, yo he vivido ambas situaciones en el pasado). El martes, sin embargo, optamos por los tradicionales churritos, que estuvieron bien buenos.


Para tomarnos los calentitos, nombre que reciben los churros en Sevilla, paramos en uno de las churrerías ambulantes que se montan junto a la Feria. Allí pedimos cuatro raciones y nos pusieron unos churros que nos fuimos a comer obedientemente, pero antes de que ninguno de nosotros hubiera sido capaz de pegar el primer mordisco uno de los camareros cogió el papelón con todos los churros, le quitó literalmente de la mano el calentito a María y lo tiró todo a la basura delante de nuestras narices. Acto seguido nos puso otras cuatro raciones de churros recién hechas. No se cuanto tiempo llevaban hechos los otros, y en esas circunstancias se come uno lo que sea, pero el hombre consideró que aquello no era digno ni siquiera en ese contexto. Se agradeció el arranque de profesionalidad.

Tras esa última parada nos fuimos todos a dormir, entre otras cosas porque a esa hora algunas casetas empiezan a cerrar (las públicas chapan a las 3, precisamente) y donde se está bien es en las familiares donde hay buen ambiente. La calle, por contra, se llena de jóvenes veinteañeros, incluidos los que se han quedado sin casetas públicas al cierre de estas. No es que los cuarentones allí estemos de más, pero sí es verdad que uno tiende a pensar que ya no está para dar tumbos pelando la pava, que es lo que hacen con mucha frecuencia los miles de chavales que deambulan ya de madrugada por el Real (a veces algunos tienen caseta, pero pocos son los que tienen permiso para meter a su patulea de amigos en ella, por lo que es normal que se junten los grupos en las puertas de las mismas).

Gracias a nuestro rato del martes en La Marimorena ya he hablado de las casetas públicas, a ellas yo he ido de día y de noche en alguna ocasión, pero también conozco bastante bien lo que son las familiares, y aprovechando que el primer día echamos un buen rato en una de ellas voy a hablar ahora de cómo son.

Como he dicho antes, yo el domingo salí de trabajar y tiré para la Feria directamente, ya que María estaba allí con las niñas. Para ello me tuve que pasar por el forro todas las normas del protocolo feriante, en lo que se refiere al atuendo. No es que importe, porque aquello es un gazpacho de tal calibre que hay de todo en cantidades industriales, pero sí es verdad que lo que mandan los cánones no escritos es que a la Feria los hombres deben ir de sport, pero con chaqueta. Yo nunca hice caso a esa norma de joven, ya de mayor sí intento ir guapete, pero al trabajo fui con unos vaqueros gastados y con una camiseta del montón, y no me cambié. Dio igual, lo cierto es que por el Real hay de todo. María, además, no iba de flamenca, eso lo dejó para el martes. Tampoco las niñas iban con el atuendo tradicional. Entre las mujeres es muy común usar el vestido (incluso entre las más punkis y hippies, para mí esa es una de las mayores grandezas de la Feria), pero normalmente todas eligen uno o dos días para ponérselo, no más (las hay que tienen varios trajes, pero eso es para las de nivel top). María se lo reservó para el martes y para el sábado, y las niñas para este último día. Lo del domingo realmente fue improvisado, y lo mismo que yo fui con las pintas, ellas fueron guapas, pero de civil.

Nuestro cuartel general ese primer día feriante fue, por tanto, una caseta familiar de las que se ajustan con más fidelidad a ese perfil. Las casetas familiares no pertenecen a una sola familia, pero sí tienen un número limitado de socios que están unidos por vínculos personales y que corren con todos los gastos que genera su montaje y su mantenimiento. La otra modalidad de caseta privada es la que está mantenida por alguna entidad, que la sufraga y cobra una cuota a sus socios. Las casetas de entidades pueden ser de empresas, peñas, colegios profesionales, asociaciones,... y son algo más impersonales, pero ser abonado es más asequible. Las familiares, por el contrario, son mucho más costosas para sus socios, pero a cambio son como un pequeño trozo de sus casas en la Feria.


Nosotros el domingo fuimos a una caseta que representa fielmente ese modelo familiar. Yo la conozco hasta el punto de que estuve trabajando como portero allí toda la Feria en 2012. Ese año me venía bien el dinero y estuve en la puerta todos los días de 13'00 a 2'00 controlando el paso. Fue cansado, pero aquello me permitió ver la festividad desde dentro. Para empezar, en esa caseta solo hay una veintena de parejas de socios, todos más o menos amigos. En ella solo entran con libertad ellos y su círculo más cerrado de familiares. Luego, a  lo largo de la semana van pasando por allí las amistades y las familias en un sentido más amplio, pero estos han de estar en compañía del socio o de la socia para permanecer allí.


Gracias a mi trabajo viví desde el otro lado toda la dinámica de la Feria: solo podía dejar pasar a los que buscaban a un socio si el mismo estaba en la caseta (salvo que él me hubiera dado alguna consigna concreta antes). Si no, aunque fueran familia o los mejores amigos, tenían que esperar en el albero o irse. Yo afortunadamente conozco a una de las parejas de socios de la caseta. Ellos son los suegros de mi cuñada y fueron los artífices de que me llamaran para currar de pseudo segurata aquel 2012. Además, nos invitan a ir allí todos los años en algún momento.

La caseta se llama Las Cancelas y el domingo acabamos cenando en ella, con la cosa de que en esas casetas tan familiares si vas con un socio lo normal es que no pagues la primera ronda. Otra cosa es ir a algunas más grandes de entidades donde son socios, por ejemplo, todos los trabajadores que pagan una cuota. En ese caso estos no podrán invitar a saco a todos los amigos y conocidos que se dejen caer por allí, pero en las casetas familiares lo normal es que el anfitrión se estire con algo para picar. Luego, si la cosa se alarga ya cada uno se pide lo suyo, pero es importante manejar bien los protocolos y saber con quien estás, para tener claro si puedes pedir en la barra pagando tú o si tienes que esperar a que te inviten a algo, antes de pagar alguna otra ronda.


En nuestro caso, en la caseta de Paco y Nati antes de que pudiéramos pensar en acercarnos a la barra ellos ya habían pedido un completo de tortilla de patatas, montaditos de lomo y croquetas, los tres grandes clásicos culinarios en el Real. Tampoco faltó el rebujito, la bebida estrella en las ferias del siglo XXI. Antes se bebía manzanilla o fino a palo seco, pero esa bebida, la verdad, no le gusta a casi nadie, yo hace años optaba por el lado gañán de la vida y bebía cerveza, y los hay que se pasaban al cubata en cuanto podían, pero el tema de la bebida no estuvo de verdad resuelto en la Feria hasta que a alguien se le ocurrió mezclar el fino o la manzanilla con 7Up o con Sprite, y servir la mezcla con mucho hielo. En ese momento el dilema de qué beber en la Feria desapareció, y apareció en cambio el problema de que a base de vasitos de rebujito fresquito te pimplas sin darte cuenta una botella de fino en dos horas (y esa bebida ronda los 15º de alcohol). El rebujito entra solo y, por tanto, hay que controlar mucho.


Me queda por hablar, para acabar, del otro día que he ido a la Feria este año, el sábado. En efecto, dejé para el final el tradicional rato con las niñas en la Calle del Infierno, una zona de contrastes a la que todo padre que se precie lleva a sus retoños.


Nosotros, antes de ir a los cacharritos, sin embargo, renunciamos a meternos en el follón de las casetas otra vez y paramos para cenar en la Cervecería Los Gordales, un bar de tapas sin demasiada alma de los que por Sevilla hay tantos, pero que tiene una terraza muy agradable. Nosotros vimos una mesa libre al pasar por delante y no nos lo pensamos dos veces, pese a que eramos conscientes de que durante la Feria los bares del barrio de Los Remedios equiparan su oferta, su calidad y su precio al de las casetas, es decir, que cambian la carta, reducen su abanico de platos a los clásicos y suben los precios. La Cervecería Los Gordales está en primera línea de batalla, por lo que esto se da en grado extremo.


En general, la vida en todo el barrio de Los Remedios se transforma durante la Feria. Yo lo se de buena tinta porque mi casa estuvo durante nueve años a tres calles del Real y otros dos justo enfrente. Mis abuelos, por otro lado, vivieron durante cinco lustros en un piso que daba a la portada. Se lo que es, por tanto, tener que seguir con el día a día, sin poder escapar a ninguna hora de una festividad que engulle el barrio durante una semana.


El lado positivo de ser vecino de Los Remedios, por contra, es que cuando finalmente decides ir a la Feria resulta muy cómodo vivir cerca y se soluciona lo que, a mi juicio, es lo peor que tiene esta fiesta, que es lo complicado que acaba siendo llegar a ella y, sobre todo, lo pesado que es volver a casa después.

Como decía, el sábado aliviamos el hambre en la Cervecería Los Gordales sin pararnos a mirar los precios más de lo recomendable, y después tiramos para la Calle del Infierno, el parque de atracciones efímero de la Feria de Abril.


En esta ciudad de la diversión, que se asemeja un poco a la Isla de los Juegos de Pinocho, se reparten en un amplio espacio más de 115 atracciones de todo tipo. Por la noche hay que reconocer que es un lugar espectacular, lleno de luces y de música, en el que la sensación de irrealidad alcanza cotas inigualables.


La ilusión que todos los niños y niñas experimentan allí, además, convierte el rato de los cacharritos en una gozada para cualquier padre.


Luego es verdad que es un sitio para ir de niño o para centrarse en exclusiva en la mencionada ilusión infantil, sin mirar en exceso alrededor. Yo de pequeño viví allí momentos entrañables, pero yendo de mayor ya me he dado cuenta de que deambulando por esa zona es más abundante de lo normal el número de personas que parecen sacadas de un concierto de Bad Bunny. Tampoco es raro ver a grupos de jóvenes que no desentonarían en una reunión de Latin Kings. Por último, es el lugar donde más habitantes del sector más profundo de Las 3.000 Viviendas va uno a ver en su vida, salvo que se sea habitual de ese barrio, que no es mi caso. En definitiva, el gazpacho allí es supino y no tiene nada que ver con la Feria. Pese a esto, esta no se entendería sin sus atracciones anexas, por lo que ir a la Calle del Infierno es una cita anual obligada. Yo prefiero ir de noche, ya que es mucho más espectacular. Este año volvimos a ir toda la familia, no faltaron mis sobrinas y mi sobrino, todos disfrutaron a lo loco y eso es lo que cuenta. Además, como novedad, María, mi cuñada Rocío y yo decidimos rememorar tiempos de juventud (más suyos que míos, que nunca fui muy intrépido) y subir a un cacharrito de los heavies. La Cárcel fue el elegido.


No eché la pota porque me subí con hambre a la atracción y no llevaba casi nada en el estómago. A pesar de eso fue divertido.


Este año la Feria ya no dio para mucho más. Nuestro objetivo para darle carpetazo era ver los tradicionales fuegos artificiales con los que se despide la fiesta cada edición. Antes el espectáculo de luz era el domingo a las 12 de la noche, por lo que no era fácil verlo con niños desde los alrededores del Real. Ahora como todo termina el sábado es más fácil estar por allí como nosotros hicimos. Esta vez, sin embargo, los vimos regular, ya que nos pilló el inicio de los fuegos en un mal sitio.


Hace dos años, cuando los fuegos fueron en sábado por primera vez, sí bajamos expresamente a verlos con las niñas y nos colocamos casi en la Plaza de Cuba, bastante lejos de la Feria, pero cerca del punto desde donde se lanzan. Fue espectacular. El sábado, por contra, lo vimos como pudimos, pero gracias a que aún estábamos a las 12 junto a la portada vi como se apaga esta justo antes de comenzar el espectáculo de pirotecnia.


Ese momento marca el principio del fin de los festejos y nunca lo había visto en directo. Unos minutos después la traca final de los fuegos y el aplauso de la gente ya sí que es el colofón definitivo de la Feria, que en este 2019 a mí me dejó un buen sabor de boca. El año que viene más...


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado SEVILLA.
En 1977, % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en la Provincia de Sevilla: 14'2% (hoy día 100%).
En 1977, % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 0'2% (hoy día 34'2%).

Reto Viajero TESOROS DEL MUNDO
Visitado SEVILLA.
En 1977 (aún incompleta esta visita), % de Tesoros ya visitados de la España Musulmana: 10% (hoy día, completada ya esta visita, 50%).
En 1977 (aún incompleta esta visita), % de Tesoros del Mundo ya visitados: 0'1% (hoy día, completada ya esta visita, 4%).

Reto Viajero MUNICIPIOS DE ANDALUCÍA
Visitado SEVILLA.
En 1977, % de Municipios ya visitados en la Provincia de Sevilla: 0'9% (hoy día 62'9%).
En 1977, % de Municipios de Andalucía ya visitados: 0'1% (hoy día 20'1%).


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