14 de agosto de 2019

SANTANDER 2019

Siempre me ha parecido que Santander es como dos ciudades en una. Ello se debe a que es una población abierta al mar, pero por su particular disposición parece tener dos puntos neurálgicos: por un lado el casco urbano mira hacia el sur, donde se ubican el puerto y tres de sus playas, y por el otro se vuelca también hacia el este, donde tiene otros cuatro sensacionales arenales.


Cuando uno se adentra en Santander por el norte, lo cual es muy normal, y ve la zona de El Sardinero, ya tiene la sensación de estar en el meollo de la ciudad. Luego continúa y parece que al llegar al itsmo de la Península de la Magdalena ha alcanzado el final de ese meollo, pero después de un brusco giro a la derecha empieza a bajar, sigue paralelo a la costa y acaba en otra parte de la población que es igualmente céntrica (de hecho, es el centro propiamente dicho). Realmente Santander es una ciudad dispuesta en ángulo recto, cuyo vértice es la mencionada Península de la Magdalena. Su gran atractivo se basa en que los dos lados de ese ángulo se han desarrollado en paralelo, ambos suman y conforman una urbe con dos caras encantadoras.

Por otra parte, a pesar de lo que pudiera parecer por encontrarse rodeada de mar, Santander tiene bastantes cuestas, ya que tanto por un lado como por el otro en cuanto la ciudad se aleja un poco del agua empieza a empinarse, lo que hace que la estampa general que ofrece sea más llamativa, si cabe.


En definitiva, en Santander los monumentos y los museos están totalmente eclipsados, allí los paseos al borde del Cantábrico, las playas y las fachadas de los palacetes roban el protagonismo a todos los atractivos indoor que pueda haber.

Mi madre veraneó durante su infancia y su juventud en Santillana del Mar, por lo que siempre ha tenido a Cantabria y a su capital como referentes. Curiosamente, pese a esto mis padres se construyeron la casa en el año 2006 en Asturias, pero el lugar concreto del Principado donde lo hicieron fue Llanes, que está equidistante entre SantanderGijón. Ellos, por inercia, cuando tienen necesidades urbanitas, a pesar de estar en Asturias siempre miran a Santander, adonde van todos los veranos unas cuantas veces. Esto ha provocado que yo también haya ido con cierta frecuencia, aunque mi primera visita consciente fue con 19 años.


Además, el marido de mi hermana es santanderino, él se ha criado y vive en Sevilla, pero gran parte de su familia vive en Santander. Gracias a eso estuve en 2012 en la espectacular casa de sus abuelos, que está en El Sardinero, uno de los barrios por excelencia de la ciudad.


En cualquier caso, aún no había ido a Santander desde que escribo en este blog y el presente año me pareció perfecto para programar una excursión, que al final fueron dos, ya que el primer día que fuimos, siguiendo la recomendación de un vecino, comimos en El Barco, un restaurante que resultó estar en el extremo norte de la ciudad, cerca de la Playa de Mataleñas.


Allí nos lo tomamos con mucha calma, nos pegamos una buena comilona y acabamos bajando a la playa para darnos un baño. Como era de esperar, debido a eso se nos hizo tarde y no pudimos llevar a cabo el plan previsto inicialmente, que incluía coger en el Puerto un barquito de los que recorren la Bahía. Nos quedamos con las ganas y eso hizo que unos días después, antes de regresar al sur, decidiéramos volver a Santander.

Lo del barco fue muy divertido, yo ya me había montado en él en 1998 y en 2002, y tenía un recuerdo tan grato, que me empeñé en repetir el viaje para que Ana y Julia lo disfrutaran (en las dos fotos de abajo se puede comprobar que los 21 años que hay entre ambas imágenes no han pasado en balde...).



El Barco de Los Reginas (la empresa que fleta las lanchas desde 1967) nos llevó, bordeando toda la ciudad, hasta Cabo Mayor. Para recorrer el último tramo salió durante un rato a mar abierto antes de dar la vuelta. Esa fue la parte más divertida de la travesía, por como se movía la embarcación.


Santander está volcada al mar y verla desde él es indispensable. Gracias al paseo se pueden poner en conexión todas las partes que componen la ciudad, partiendo de su Puerto, que es muy grande y se encuentra dividido en varios tramos. Nosotros cogimos el barco en el Muelle de Calderón, el trozo de 270 metros que va desde el Palacete del Embarcadero hasta el edificio del Real Club Marítimo de Santander.




Muy al principio se pasa junto al Puerto Deportivo y se dejan a la izquierda todos los edificios de Santander que miran hacia la Bahía.


Yendo a pie bordeando la costa, en un momento dado la calle se eleva, en el tramo en el que esta se llama Avenida de la Reina Victoria, y pese a que varios edificios quedan al nivel del agua, la mayor parte de Santander pasa a estar en alto mientras busca el principio de la Península de la Magdalena. Desde el mar esa configuración urbana se aprecia a la perfección.


Desde el barco la visión de la Península de la Magdalena y de su palacio también es espectacular. Nosotros los visitamos ambos y de ello hablaré en el próximo post, pero, si bien recorrer a pie la Península es básico para conocerla, hay que decir que verla desde el mar es un complemento perfecto que nadie debería perderse.


Al otro lado de La Magdalena se extiende la otra parte de la ciudad, la que da al este. Allí no hay puerto, sino que son las playas las protagonistas (dando al sur también las hay, no obstante). Desde la lejanía se ve El Sardinero en alto y como se desliza la población suavemente hasta el mar.


Tras llegar a Cabo Mayor el barco gira sobre sí mismo y de regreso se separa algo más de la costa para bordear por fuera la Isla de Mouro y acercarse al otro lado de la Bahía, de manera que se pueda ver de cerca el Puntal de Somo, una barra de arena que se adentra en el mar y que conforma una playa virgen a la que quiero ir sin falta.



Tras pasar junto al extremo del Puntal el barquito atraviesa la Bahía y enfila el embarcadero, donde atraca después de una agradable hora de travesía.

Ese día, dado que estábamos en la zona del Puerto, dimos una vuelta por la parte considerada como el centro de la ciudad. Se trata de un sector bastante cuadriculado, que va desde la Plaza del Ayuntamiento hasta la Calle Casimiro Sainz. Nosotros anduvimos por una de sus grande arterias, el Paseo de Pereda, que durante un buen tramo da directamente al Muelle de Calderón.


Luego nos adentramos hasta la Plaza Pombo y, un poco más allá, comimos en el Mesón Rampalay, todo un clásico del picoteo en la ciudad al que vamos casi siempre.


En la propia Plaza Pombo hicimos después un alto en el Café de Pombo, un local al que se va a disfrutar de su ambiente decimonónico, más que a otra cosa, aunque en este caso cubrió nuestras necesidades, que no eran otras que tomar unos cafés y un par de helados (creo que es un sitio que decepciona a muchos, aunque a mí me gusta su ambiente viejuno, pero cuidado y pulcro. No obstante, es verdad que las niñas iban con la idea de pedirse unos helados y a duras penas pudieron elegir entre un par de sabores).


La jornada la acabamos acercándonos de nuevo al mar para echar un rato en los Jardines de Pereda, que dan a la Grúa de Piedra (es una antigua grúa que ahora se ha convertido en un monumento). Allí encontramos un parque infantil muy animado con cacharritos bastante originales que hicieron las delicias de Ana y de Julia durante un buen rato. En vista de eso, María y yo nos sentamos en la Cafetería Jardines de Pereda, dispuestos a que nos sajaran por un descafeinado y por una Coca Cola. Así lo hicieron, pero como estaba asumido disfrutamos del agradable emplazamiento que tiene su terraza sin mayores problemas.


En toda esa parte de la ciudad que cae a la Bahía de Santander se concentran muchos de sus atractivos, yo algunos los he visto en el pasado y otros no. En visitas futuras los iré desgranando para no hacer este post demasiado largo.

El primer día, por otro lado, no habíamos llegado hasta el Puerto, ya que echamos la mañana en el Palacio de la Magdalena, que está, como he dicho, en el vértice de la ciudad, y después de verlo, en vez de tirar hacia el centro tiramos hacia el entorno de la Playa de Mataleñas.

Yo ese extremo norte de Santander no lo conocía en absoluto, el mismo ocupa el terreno de dos cabos que sobresalen del, ya de por sí, gran saliente terrestre sobre el que se asienta la capital cántabra, que está ubicada en una amplia lengua de tierra que deja a un lado el Mar Cantábrico y al otro la Bahía de Santander. Sobre esos dos cabos (Cabo Mayor y Cabo Menor) ya no hay apenas edificaciones, allí lo que hay, por ejemplo, son un par de grandes parques, un campo de golf, dos playas y una zona boscosa. En Cabo Mayor también hay un restaurante, que ya he mencionado, llamado El Barco. En él nos habían recomendado pedir caldereta de pescado y nosotros, que somos muy obedientes, hicimos caso.


Aparte, la carta es muy variada y la terraza cubierta es muy agradable, por lo que no nos arrepentimos de habernos ido a comer a los confines de Santander.

Gracias a eso, además, pudimos aprovechar las amplias explanadas verdes que tiene la zona para echar una cabezada, que se antojaba indispensable después de semejante homenaje. Las niñas estuvieron un rato leyendo, y María y yo pudimos cerrar los ojos unos minutos. Tras el breve paréntesis, cogimos la Avenida del Faro y bajamos a la Playa de Mataleñas, que estaba llena, pero que se encuentra situada en un lugar impresionante, entre el saliente del Cabo Mayor y el del Cabo Menor. Allí nos pegamos un baño que nos hizo revivir.



Muchas cosas me quedan por ver en Santander. De ellas y de otras que sí conozco tendré que hablar en próximos artículos. En este me voy a cortar un poco para no recargar en exceso la narración, cuando vuelva y venga al caso seguiré haciendo un repaso de los atractivos que ofrece la bonita ciudad cántabra.


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado SANTANDER.
En 1997 (primera visita consciente), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en Cantabria: 33'3% (hoy día 100%).
En 1997 (primera visita consciente), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 12'7% (hoy día 34'2%).


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