28 de noviembre de 2019

SAN SEBASTIÁN 2019

En un estudio que elaboró en 2017 la Federación Española de Hostelería y Restauración (FEHR), en colaboración con Coca-Cola, se incluye una curiosa estadística que indica que San Sebastián es la 7ª capital de provincia de España con más bares por habitante. Eso significa que tiene por detrás en el ranking a 43 importantes ciudades españolas, pero también es verdad que hay otras seis en las que, en proporción a su tamaño, hay más ofertas para comer y beber en la calle (son León, que está en lo más alto, Salamanca, Zamora, Ourense, Palencia y Logroño, es decir, que con la probable excepción de Salamanca son sitios que no se le vienen a uno a la cabeza cuando piensa en ciudades para salir a darse un homenaje). Sin embargo, según el anuario de 2018 de la Confederación Empresarial de Hostelería de España (CEHE), en 2016 y 2017 el País Vasco fue la comunidad autónoma española en la que más dinero gastaron cada uno de sus habitantes en restauración. En 2018 Navarra la superó en 49 euros por persona y ahora Euskadi ocupa el segundo lugar, pero no deja de ser curioso que, aún así, con sus 1.400 euros anuales de media gastados por cada vasco, incluso duplique los valores que arrojan otras comunidades.


Todo esto viene a cuento porque la verdad es que el pasado domingo por la tarde estuve paseando cerca de cuatro horas por San Sebastián, el tiempo estaba desangelado al máximo y me sorprendió la cantidad de gente que vi por los bares, no en una sola zona, sino en todas las que visité, que fueron varias. Tanto me llamó la atención el buen ambiente que he buscado las estadísticas para ver si coincidían con mi impresión y, en efecto, los números corroboran que Donostia tiene un ambientazo sensacional (en este post me voy a referir a ella de manera indistinta usando su nombre en español y su nombre en vasco, ya que ambas denominaciones son oficiales).

Dicho esto, hay que puntualizar que en San Sebastián hay algo más que juerga, de hecho su belleza la convierte es una de las ciudades más paseables que he visto en mi vida. No deja de ser curioso, por ello, que las dos veces que la he visitado iba con María y, en ambas ocasiones, ella iba coja: en verano de 2015 se cayó por las escaleras justo antes de irnos de vacaciones y llegó al norte de España con un esguince grado II en su tobillo derecho, y ahora, como si de una maldición se tratase, ha ido con un problema de rodilla que mucho me temo que sea una rotura de menisco. Lo del tobillo evidentemente nos limitó bastante, porque iba con muletas, aunque hicimos muchas cosas durante dos días.


Lo de la rodilla ha sido diferente, porque puede caminar con cuidado, siente molestias, pero tiene más movilidad. La semana que viene le hacen una resonancia, de manera que sabremos qué tiene y cual es el tratamiento, pero mientras tanto en San Sebastián, tirando de transporte público con la idea de no forzar inútilmente, pudimos movernos bastante. Además, el domingo por la tarde yo ya estaba solo y entonces, pese que había corrido el Maratón de San Sebastián por la mañana, sí que me dediqué a andar para ponerle el colofón a la visita de tres días que he hecho esta vez.


Dado que San Sebastián es una población en la que son más importantes las visitas outdoors que las indoors, yo iba con la intención de conocer un poco todos sus barrios. En total, a pesar de que en el mapa superior aparecen solo 18, el Ayuntamiento divide el casco urbano donostiarra en 20 demarcaciones, por lo que ese fue mi punto de partida para destripar los intríngulis de la Bella Easo. Como es lógico, no he podido hacer pleno, de hecho he estado solo en ocho barrios, pero considero que no es un mal número, sobre todo porque ese octeto es el que configura fundamentalmente el carácter de San Sebastián. Yo voy a hablar de cada sector con una cierta independencia. Antes, sin embargo, tengo que decir que en 2015, dado que María apenas podía moverse, inauguramos nuestra estancia en Donostia montándonos en el tren turístico Donostia/San Sebastián City Tour, que hizo un recorrido muy completo.

Esta vez no ha habido ruta en tren y todas las visitas las hice a pié o usando el autobús urbano. Mi primer contacto con la ciudad el viernes tuvo el barrio de Eguía como protagonista, ya que en él se encuentra la Estación de Autobuses de San Sebastián. Esa tarde mientras esperaba a María, que por circunstancias llegó una hora después que yo, me di un paseo por la Calle Eguía, pero esta se empina pronto y dado que yo iba con la maleta opté por no explorar mucho más. Pese a esto, volví a Eguía tanto el sábado como el domingo. Este segundo día empecé la larga caminata que me di recorriendo el precioso Paseo del Urumea, que bordea el Río Urumea y que ejerce, por tanto, de límite del barrio por el oeste.


Por su parte, el sábado fuimos a Tabakalera, un centro de cultura contemporánea que está ubicado desde 2015 en una antigua fábrica de tabaco. La idea era que María no se pegara un pateo mortal, por lo que buscamos un sitio en el que pudiéramos echar un buen rato sin necesidad de caminar demasiado. Además, la mañana salió lluviosa. Yo me había informado y lo de Tabakalera tenía buena pinta, así que echamos allí sus buenas dos horas.


El edificio donde ahora está Tabakalera funcionó como fábrica de tabaco desde 1913 a 2003. Doce años después de su clausura como factoría se abrió como centro cultural, tras haber sido reformado internamente por completo.


En la actualidad consta de cinco plantas en las que hay un montón de cosas diferentes, todas relacionadas con las artes visuales. Está allí, por ejemplo, la Filmoteca Vasca y también una de las sedes del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, pero aparte hay diversas zonas para exposiciones y para encuentros, un espacio para apoyar a los creadores dándoles recursos o una biblioteca destinada a fomentar la capacidad creativa.


En cualquier caso, para el visitante ocasional lo que destaca de Tabakalera es el propio edificio, que se ha remodelado con un gusto exquisito. Es verdad que en ningún momento tiene uno la impresión de estar en una antigua fábrica de tabaco, en apariencia la misma la vaciaron entera, pero a la hora de reconstruir su interior han creado un espacio diáfano y luminoso que invita a echar un buen rato en plan relajado.


La quinta planta, además, es una moderna estructura cuadrada de metal que le han colocado encima al edificio original, a la que han llamado Prisma y desde la que hay bonitas vistas, aunque nosotros no pudimos salir a la terraza, ya que estaba cerrada por seguridad, dado el viento huracanado que estuvo azotando San Sebastián todo el día.



En la planta baja también hay varios negocios de restauración que comparten una zona denominada genéricamente Espacio Taba (son varias barras en un mismo recinto cerrado). Nosotros vimos aquello muy animado y no dejamos pasar la oportunidad de tomarnos una cerveza y unas banderillas en Madamar Garagardotegia.


El segundo barrio del que voy a hablar es el de Aiete-Miramon, que ocupa el límite sur de la ciudad y que es donde nos alojamos. Se trata de un amplio sector bastante abierto en el que hay un parque tecnológico, un hospital y un par de zonas residenciales. También están allí las instalaciones de la televisión vasca. No obstante, lo que define el barrio es la dispersión de la población, que hace que aunque haya muchas casas la sensación sea de amplitud y no sea difícil ver verde.



Nosotros en esta ocasión encontramos el alojamiento a través de Airbnb y tengo que decir que ha sido de las veces en las que más he disfrutado del sistema que ha puesto en marcha esta web, ya que en este caso el proceso se ajustó al paradigma por completo. En efecto, como he dicho, en Aiete-Miramon hay algunas zonas residenciales y nosotros nos hospedamos en una de ellas, en la que predominaban los casoplones. En uno de estos sus dueños han hecho bajo la casa una planta sótano que alquilan a la gente.


En un primer momento, al acceder al sótano por la puerta del garage yo tuve la impresión de que me estaba metiendo en el escenario de la película Tesis.


Luego, sin embargo, no solo no nos asesinaron, sino que comprobamos que el alojamiento estaba muy cuidado y era muy amplio, con la cosa de que tenía separadas las habitaciones de la zona de la cocina y del comedor. Esta última estaba montada como un txoko, en el que se ve que se ve que se reúnen de vez en cuando a comer y a ver el fútbol los dueños del lugar. Con ellos nos cruzamos un par de veces en el jardín, dado que viven arriba.


Podría parecer que ha sido molesto estar viendo a los anfitriones al entrar y al salir, pero la verdad es que salvo en esos momentos puntuales en el apartamento se gozaba de una independencia total, han conseguido que no parezca un zulo (en el txoko entraba incluso luz exterior) y, además, hospedarnos allí nos ha permitido entrar en una casa real de un barrio residencial de Donostia. Por otro lado, cerca del chalé comenzaba un camino que descendía, atravesando el Miramón Basoa, hasta Amara Nuevo, que ya forma parte del San Sebastián más estándar para un visitante. Me pareció una gozada tener la oportunidad de recorrer el Miramon Pasalekua y bajar atravesando el bosque a la zona de Anoeta por un lugar que no hubiera conocido ni por asomo si hubiera buscado un alojamiento más céntrico.


Amara Nuevo (o Amara Berri) surgió como tercer ensanche donostiarra en los años 60 del siglo XX y colinda por el norte con el segundo, llamado Amara Viejo (Amara Zaharra en vasco). En Amara Nuevo hay pisos y amplias avenidas, y allí se concentran también muchas de las instalaciones deportivas de la ciudad.


De ellas, yo solo entré en el Velódromo Antonio Elorza, ya que allí se entregaron los dorsales del Maratón de San Sebastián y se instaló también el guardarropa el domingo. Nunca había estado en un velódromo y aunque no lo vi funcionando como tal, ni tampoco siendo usado como instalación atlética indoor, la verdad es que me encantó.


En el Estadio Municipal de Anoeta por desgracia no pude entrar, pero aún así me gustó lo bonito que se ve desde el Paseo de Anoeta.


Ya he hablado de tres de los barrios de San Sebastián donde he estado, que son Eguía, Aiete-Miramon y Amara Nuevo, y ahora voy a fijarme en los otros cinco. De ellos, cuatro se asoman al Mar Cantábrico (hay aparte otros dos barrios que también dan al mar, pero que están en los extremos del casco urbano y no los vi).

En San Sebastián se da la curiosa particularidad de que los donostiarras no llaman Centro a la zona más antigua, ya que esta es denominada Parte Vieja. Así pues, el barrio del Centro (o Erdialdea) se corresponde en realidad con el primer ensanche, que data del siglo XIX. Es un sector muy cuadriculado, hoy día alberga el eje comercial y colinda por el norte con la citada Parte Vieja, la que fue la antigua población amurallada, surgida en el siglo XII en el itsmo que une el Monte Urgull con el continente. La frontera entre Erdialdea y la Parte Vieja la conforma claramente el Boulevard.


Por el sur, el Centro colinda con Amara Viejo, la segunda continuación del ensanche, que llega hasta Amara Nuevo. Esa secuencia de barrios que va de norte a sur conforma el corazón de San Sebastián. Por su parte, la Playa de la Concha también forma parte del Centro, según el Ayuntamiento, junto con la hilera de casas que dan a ella, pero San Sebastián se empina enseguida y la zona residencial que está inmediatamente detrás de ese frontal ya pertenece a Aiete-Miramon.

Como es lógico, en mis dos visitas a San Sebastián es en el Centro y en la Parte Vieja donde más he estado. En 2015, pese a las muletas de María nos dimos un paseo por el lado oeste de la Parte Vieja y por toda la zona del Centro que va desde la Playa de la Concha hasta la Plaza del Buen Pastor, donde está la Catedral. Nuestro radio de acción fue muy limitado, porque María no podía andar casi nada. De aquella visita lo mejor, aparte de la agradable ruta en tren, fue que nos bañamos en la Playa de la Concha y que vimos los famosos fuegos artificiales que iluminan el cielo de San Sebastián durante su Semana Grande.

Estos fuegos son distintos cada jornada, de hecho tienen lugar en el marco del Concurso Internacional de Fuegos Artificiales de Donostia-San Sebastián, en el que todas las noches participa una pirotecnia diferente. Nosotros vimos el espectáculo del 10 de agosto de 2015, que corrió a cargo de una empresa de Castellón llamada Pirotecnia Tomás. A la postre, la 52 edición del concurso, que fue la que se celebraba, se la llevó la pirotecnia valenciana Europlá, que fue la última que participó, el día 14. En total, fueron siete espectáculos pirotécnicos, yo he visto unos cuantos de gran calidad, porque en Sevilla el que clausura todos los años la Feria de Abril suele ser una pasada, y he de decir que el que presencié en San Sebastián, que en esa Semana Grande no finalizó ni entre los tres primeros, fue alucinante, lo que demuestra que el nivel es altísimo.

En cualquier caso, como ha quedado patente, mi visita a San Sebastián en 2015 se centró en experiencias estáticas (un baño en la playa y un espectáculo de fuegos artificiales) o motorizadas (el paseo en tren). Por ello, pese a que la zona que he comentado la vimos bien, yo me quedé con las ganas de vivir una verdadera experiencia donostiarra. Esta por fortuna no se ha hecho esperar mucho, porque solo han pasado cuatro años y esta vez he podido venirme con una idea mucho más certera de lo que es la ciudad, no solo porque me he pateado otros barrios, sino también porque los que ya conocía los he vivido mucho más.

En esa línea, el viernes por la noche María y yo nos fuimos a la Parte Vieja a sacarle su verdadero jugo, para lo cual es indispensable hacer una buena ruta de cañas y pintxos. La otra vez vinimos con las niñas y nos tomamos un simbólico piscolabis en la Taberna Ttun Ttun, pero aquello fue solo una faena de aliño. La del pasado viernes no. Realmente solo estuvimos en dos bares de pintxos y en otro donde solo se bebía, pero entre los tres comimos y bebimos lo suficiente como para dar la experiencia por vivida. Todos estaban en la Calle Femín Calbetón, una de las que tienen más bares en la Parte Vieja. De los dos sitios en los que comimos el primero fue el mejor. Se llamaba Restaurante Zumeltzegi y los pintxos estuvieron muy buenos, tenían buen tamaño y no fuero caros.


Por contra, el segundo, llamado Beti Jai Berria, salió perdedor en esas tres categorías, aunque tampoco estuvo mal. Ambos tenían una zona de restaurante, pero lo animado de verdad eran sus barras, donde estaban los pintxos, así como las mesas que aquellas tenían alrededor.


Para terminar, nos tomamos dos cañas más en el Bar Itxaso. Allí no había pintxos, solo se podía beber, pero no era el típico pub, ni un bar de copas. Tenía menos gente que los otros, pero en ningún momento estuvimos solos y, además del agradable ambiente general, me gustó que estaban poniendo buena música.



También en Zumeltzegi estaba puesta de fondo la radio con Rock FM. Estoy tan poco acostumbrado a que en el sur pongan buena música en los bares que el simple hecho de tomarme unos pintxos escuchando de fondo a The Police o unas cañas con el sonido lejano de unas cuantas canciones pop rock españolas ya hace que me venga arriba. También hay que decir que el tamaño de las cañas en San Sebastián no ayuda a mantener la serenidad. Cierto es que son bastante más caras que en Sevilla, pero no se puede negar que están bien servidas.

En resumen, la velada de pintxeo (que sería el equivalente euskaldún a nuestro tapeo sureño) no me defraudó en absoluto. El sábado tocaba cuidarse, porque no en vano estaba en San Sebastián para correr su maratón el domingo, pero el viernes por la noche no me privé de vivir la experiencia donostiarra autóctona por excelencia.

El domingo por la tarde durante mi largo paseo volví a la Parte Vieja, ya que no la había explorado lo suficiente, ni en 2015 ni el viernes. Empecé recorriendo el Salamanca Pasalekua, el precioso y salvaje paseo que la bordea por el exterior y que se abre al mar. Las vistas de la ciudad en la primera parte son espectaculares y, más adelante, lo que me sorprendió fue la fuerza con la que las olas golpeaban las rocas que hay a los pies del malecón. Me encantó.


Después ya me interné en el barrio por la Calle San Juan, vi la Plaza de Zuloaga y luego me dediqué a callejear, que es lo que no había hecho en el pasado.


Acabé, finalmente, en la Calle Mayor, que estaba rebosante de vida. Allí, antes de continuar mi paseo me tomé una caña en Nagusia Lau, la cual estaba igual de bien despachada que las del viernes.

Con respecto a lo que vi en esta ocasión en el Centro, la bonita cuadrícula urbanizada edificada en el siglo XIX para que se expandiera la ciudad, con María ya estuve el sábado en la arbolada Plaza Gipuzkoa antes de coger el autobús que nos llevó al Peine del Viento. En esa plaza vimos, por ejemplo, el precioso Templete Meteorológico y Astronómico que está ubicado en su centro.


El domingo, ya sin María, justo después de recorrer parte de Amara Viejo acabé mi paseo, precisamente, en el Centro, donde tenía ganas de ver de nuevo la Plaza del Buen Pastor, rememorando la visita de 2015. Esta vez, además, tuve la suerte de poder entrar en la Catedral, ya que cuando pasé por delante acababa de terminar una misa y estaba abierta.

La Catedral del Buen Pastor es sorprendente, porque se consagró en 1897 y no adquirió el rango catedralicio hasta 1953, pero cuando se erigió, en la última década del siglo XIX, en vez de hacer un edificio moderno levantaron una catedral de estilo neogótico.


En San Sebastián ya había dos iglesias de una cierta monumentalidad en la Parte Vieja, pero al proyectarse el ensanche se decidió levantar allí otra y se ve que se vinieron arriba, porque construyeron el edificio religioso más grande de Guipúzcoa, circunstancia que al final pesó a la hora de nombrarlo catedral.

Volviendo al sábado, como dije antes ese día nos moderamos bastante, por la mañana estuvimos recogiendo el dorsal del maratón y en Tabakalera, y por la tarde nos desplazamos al penúltimo barrio del que voy a hablar, el segundo de los que he comentado que dan al Cantábrico. Se trata de El Antiguo y lo que en él destaca es el Peine del Viento, el gran icono de San Sebastián. En 2015 no lo había visto, pese a que estuvimos en El Antiguo, pero como ya he dicho, en aquella ocasión nuestro radio de acción fue mínimo, estuvimos en esa parte de la ciudad la segunda jornada que visitamos San Sebastián, porque aparcamos allí el coche al principio y nos comimos un bocadillo en el Zubimusu Parkea, pero María no podía apenas andar y para asomarnos al mar optamos por llevar el coche hasta el aparcamiento subterráneo que está más cercano a la Playa de la Concha. Eso fue, precisamente, lo que marco el área que luego abarcamos. El Peine del Viento, por su parte, nos lo dejamos atrás y ya no regresamos.

Esta vez para mí era un objetivo prioritario saldar esa cuenta pendiente, pero ni por esas me he ido satisfecho del todo. Ver Donostia en noviembre me gustó, uno siempre viaja en verano y tiene su atractivo ir a los sitios en otras épocas, pero eso tiene el inconveniente de que a finales del otoño se hace de noche mucho más temprano y sin luz no hay quien vea nada. Nosotros el sábado después de comer nos movilizamos relativamente pronto para ir hasta el Peine, pero la combinación de autobuses fue lenta y los trayectos en ellos nos fueron retrasando, hasta el punto de que ya había anochecido cuando llegamos al lugar desde donde se ven las célebres esculturas de Eduardo Chillida. No puedo decir que no tuviera su gracia avanzar entre tinieblas hasta el extremo del Paseo de Eduardo Chillida para tratar de contemplar el Peine del Viento, de hecho no fuimos los únicos que andábamos por allí a esa hora. Por otro lado, también es cierto que algo vi entre las brumas, y sin duda resultó espectacular presenciar como las olas que salían de la oscuridad golpeaban las cercanas rocas, pero es evidente que habrá que volver para ver en plenitud la maravilla donostiarra por excelencia y para poder echarle al menos alguna foto.

Por último, voy a hablar del octavo barrio que visité, llamado Gros. En él no había plantado un pie en 2015 ni tampoco en este 2019 hasta el domingo, pese a su relevancia actual dentro de la ciudad y a pesar de que está muy cerca del Centro y de la Parte Vieja (se encuentra al otro lado del Urumea). Por eso, en mi larga caminata dominical no escatimé pasos a la hora de recorrer esa zona, también bastante cuadriculada, hasta el punto de que empecé en la Plaza Euskadi, que está en la esquina suroeste del barrio, fui por el Paseo Colón hasta la Plaza Cataluña, luego continué por la Calle Zabaleta hasta el final y cuando vi que ya casi me salía del vecindario por la esquina noreste, regresé bordeando la Playa de Zurriola, donde un centenar de surfistas cogían olas sin descanso.


Por el Paseo de la Zurriola llegué hasta los pies del famoso Kursaal antes de cruzar el Puente del Kursaal e internarme en la Parte Vieja.


En definitiva, San Sebastián aún tiene muchas cosas que enseñarme, pero después de esta visita ya puedo decir que la conozco mínimamente. Ahora ya se que hace honor a su fama, a mí me sorprendió su animado ambiente, así como el buen gusto con el que se encuentran dispuestas sus calles y también lo cuidadas que están. Además, en todos los barrios donostiarras hay altos edificios, pero la mayoría de ellos están erigidos de forma que desde abajo no resultan atosigantes. Me encantó la ciudad y también su maratón, que es sobre lo que voy a hablar en el siguiente post.


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado SAN SEBASTIÁN.
En 2015 (primera visita), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en Guipúzcoa: 22'2% (hoy día 22'2%).
En 2015 (primera visita), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 30'3% (hoy día 34'7%).


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