1 de diciembre de 2019

MARATÓN DE SAN SEBASTIÁN 2019

El 16 de febrero de 2019, en la feria del corredor del Maratón de Sevilla, eché en una urna una papeleta con mis datos, para participar en el sorteo de una inscripción gratuita al Maratón de San Sebastián, que se iba a celebrar en noviembre. Siempre que puedo participo en ese tipo de sorteos, pero nunca me había tocado nada. Esta vez, sin embargo, tan solo nueve días más tarde recibí un correo electrónico con este mensaje: 


Ni que decir tiene que dije que sí, a pesar de los inconvenientes que había. El primero era que el 19 de febrero había empezado a trabajar en un negocio turístico y mi horario implicaba echar horas todos los fines de semana, tanto los sábados como los domingos. Aparte, me estaba preparando para un examen que iba a tener lugar un día de otoño aún por determinar. Ambas circunstancias ponían en serio peligro mi participación final en el evento, pero aún así decidí jugármela, ya vería después del verano como arreglaba los problemas.


Me animé a aceptar el premio porque sabía que no podía desaprovechar la oportunidad de participar en el Maratón de San Sebastián, pese a que me di cuenta de que, gracias a él me iba a ahorrar los 49'50 euros de la inscripción, pero me iba a dejar a cambio una buena pasta en ir un fin de semana de noviembre a Donostia. El regalo, por tanto, tenía trampa, pero en el fondo me chifla participar en carreras que se celebran en otros sitios y el gasto se asume, lo que cuenta es que surjan las oportunidades, y el premio en este caso era la excusa perfecta para ir a correr a un lugar que me queda tan a trasmano como el País Vasco. Si uno no se lía la manta a la cabeza en este tipo de circunstancias, los sueños, al final, se acaban diluyendo en el día a día como un azucarillo en un vaso de agua.

Y es que participar en el Maratón de San Sebastián era un sueño que tenía que llevar a cabo. Cierto es que tengo un montón de retos que quiero cumplir. Entre otras cosas, quiero acabar un maratón en cada comunidad autónoma de España, pero no se si podré lograrlo, probablemente no, por lo que tengo un especial interés en correr antes de nada los grandes maratones españoles, por si acaso. Mi idea es participar también en la mayoría de los pequeños maratones que en la actualidad salpican la geografía de nuestro país, pero, para empezar, es una prioridad para mí conocer nuestros majors particulares. El Maratón de San Sebastián es uno de ellos, por lo que el premio que me tocó era casi una señal que me decía que ahora era el momento.


Casi cualquier aficionado al mundo de las carreras populares sabe que en el mundo hay seis maratones que son considerados como los Majors. Son los más míticos y, en su caso, ese apelativo es oficial, hasta el punto de que esas seis citas se han unido y han hecho suyo el calificativo, al que no puede aspirar ninguna otra. En España, por contra, nadie ha creado un grupo de majors españoles, ni hay una serie de maratones que se hayan juntado y se consideren a sí mismos como los legendarios. Pese a esto, es tan descarado que hay cinco que están por encima de los demás, que yo los he etiquetado como los Spanish Big Five. Son nuestros majors. Los cinco maratones a los que me refiero son el de Madrid, el de Barcelona, el de Valencia, el de San Sebastián y el de Sevilla. La razón de que destaquen tanto es que están en lo alto de todos los rankings que se puedan hacer para comparar los maratones de España. Al acabar 2019 se habrán celebrado a lo largo del año, dentro de nuestras fronteras, 28 pruebas urbanas de 42.195 metros, pero hay una clara división entre las cinco top y el resto. En las siguientes clasificaciones se puede ver gráficamente como los cinco grandes copan los primeros puestos en todas:


Los datos de los maratones de Valencia y Málaga son de 2018, ya que este año aún no se han disputado.

En definitiva, hay advenedizos en algunos de los rankings que he hecho, pero lo que está claro es que solo cinco maratones están en arriba en todos, con registros de primer nivel mundial, y esos cinco son los ya comentados: Valencia, Madrid, Sevilla, Barcelona y San Sebastián. Yo he corrido diez veces el Maratón de Sevilla, porque se disputa en mi ciudad, y el de Madrid lo acabé en 2003, 2005, 2007 y 2010. A Valencia fui también en 2010, el último año que se celebró en febrero. Hasta la semana pasada, por tanto, de los cinco grandes españoles me quedaban dos, y ahora ya solo me queda organizar de una vez por todas una excursión atlética a Barcelona para completar ese simbólico pleno.

En lo relativo al Maratón de San Sebastián, que realmente es el protagonista de este post, el día que me inscribí me enteré de que iba a participar en la edición 42, justo en el año en el que he cumplido 42 tacos. Está claro que viajar en noviembre de 2019 a San Sebastián para correr era mi destino. Por ello, hace meses busqué alojamiento y también la manera más económica de llegar allí. En principio iba a ir solo, pero al barajar las opciones de transporte vi que volar en avión hasta el Aeropuerto de Bilbao y coger después un autobús a Donostia no solo era la opción más cómoda, sino que era muy barata. Tanto, que María y yo decidimos que vendría conmigo. En consecuencia, he estado con ella el fin de semana y, como es lógico, me acompañó al Velódromo Antonio Elorza a recoger el dorsal el sábado.


El marco en el que montaron la feria del corredor del Maratón de San Sebastián me pareció precioso y me dio la oportunidad de entrar en el velódromo, donde todo estuvo muy bien organizado. Con respecto a la organización, al maratón hay que darle un diez. De hecho, en el guardarropa, la voluntaria que me entregó la bolsa con mi ropa tras la carrera fue la más eficaz que he visto, porque vio desde lo lejos que me estaba acercando al mostrador y cuando llegué a él ya tenía mi mochila en la mano. Chapeau.


Por lo demás, todo en el maratón salió rodado y, además, vi bastante gente animando en la calle, lo que es señal de que la cita está bien publicitada y de que ha arraigado en la ciudad. Por último, sin que tenga ya nada que ver con los organizadores, me resultó curioso la cantidad de franceses que había corriendo (en torno al 21% del total de participantes, según he leído). San Sebastián está a 20 kilómetros de la frontera francesa, lo que hace que no sea raro el dato.

La organización me dio buenas vibraciones desde el principio, pero, para que no me relajara más de la cuenta, el sábado salió un día muy ventoso. Correr con ese viento hubiera sido un problema, lo que hizo que me estuviera comiendo el tarro el día entero. También había visto que, muy probablemente, durante la carrera iba a llover, por lo que ya estaba mentalizado para mojarme, pero lo de viento fue una sorpresa que me tuvo en vilo hasta el último momento.

Por fortuna, el sábado me fui a dormir con lluvia y viento, pero, como por arte de magia, el domingo amaneció con un leve chispeo, pero sin aire. La mañana no era muy fría y, además, tenía noticias de que el día no iba a estar metido en agua, lo que me hizo coger confianza desde que asomé la nariz por la puerta. Afortunadamente, esa previsión se cumplió, apenas si cayeron cuatro gotas poco después de las 9'00 y las condiciones para correr fueron espectaculares: entre 9° y 13° de temperatura, escasa humedad, sin sol y sin viento.


Para dormir habíamos alquilado un apartamento que estaba más o menos cerca de Anoeta, el estadio de fútbol junto al que comenzaba la competición. A la hora de elegir ese lugar para alojarnos había pesado mucho el hecho de que el día de la carrera pudiera ir desde allí caminando a la salida. Además, para no dejar cabos sueltos, el sábado habíamos realizado una prueba y habíamos visto que era factible. Aún así, recorrer el trayecto implicaba un pateillo de una media hora, por lo que el domingo intenté coger el autobús de linea en una parada que había cerca de nuestro apartamento, para ahorrarme el paseo. Sin embargo, dada mi penosa experiencia el día del último Maratón de Sevilla, me puse en la parada, pero no dejé de tener presente cuanto se tardaba andando hasta la salida, no me confié, y antes de traspasar el punto de no retorno me puse en marcha caminando sin esperar más. Había estado más de un cuarto de hora esperando y no tenía muy claro que fuera a funcionar el servicio de autobuses en condiciones, de manera que, cuando aún estaba a tiempo, decidí ir a pie. Así fui sobre seguro y no tuve que estresarme, pero tampoco pude relajarme, de hecho caminé a paso firme y, tras pasar por el guardarropa, llegué a la salida apenas un par de minutos antes del pistoletazo inicial.

El Maratón de San Sebastián tiene a gala que es muy plano y que es perfecto para batir marcas personales (llegué a leer un anuncio oficial en el que decían que el porcentaje de gente que hacía allí su personal best llegaba casi al 70%). Pese a esto, yo no puedo remediar comparar siempre el desnivel de los maratones con el del Maratón de Sevilla, y esa es una batalla perdida para la mayoría. El de Berlín, por ejemplo, pasó la prueba del algodón, pero el maratón donostiarra no es, ni de lejos, tan llano como el sevillano. Aún así, en él las cuestas no son una excusa y, siendo objetivo, tengo que decir que no es una carrera dura, ni muchísimo menos.


Por otro lado, era consciente de que llegaba al Maratón de San Sebastián muy cortito de kilómetros. Como he dicho al principio, me he enfrentado a varios inconvenientes en estos meses, que han provocado que finales de noviembre no fuera para mí la mejor época para participar en un maratón. Es más, he estado a punto de no poder correr, porque el examen que sabía que tendría que hacer en otoño al final me lo pusieron justo quince días antes de la carrera. Durante un tiempo temí incluso que acabaran coincidiendo. Ese examen era de capital importancia y me he vaciado para que saliera bien, intentando compaginar lo mejor posible el estudio con el trabajo y con las responsabilidades familiares. En esas condiciones, el entrenamiento estaba, como es lógico, en cuarto plano. Aún así, yo salgo a correr como parte de mi rutina, lo hago muy temprano y eso es fundamental para mi equilibrio diario, sobre todo cuando se me acumulan las situaciones de estrés. Es por ello que, ni siquiera en la semana previa al día del examen han faltado mis 10 kilómetros casi diarios de running. Pese a esto, no he hecho ni una tirada medio larga, ni una serie, ni he controlado ritmos, ni nada de nada. He salido a rodar para despejar la mente, sin más, y no he tenido capacidad para dedicar ni un segundo a pensar en entrenamientos ni en preparaciones específicas. Nunca en mi vida le había echado menos cuenta a un maratón. A pesar de esto, ni por asomo pensé en renunciar, por fortuna tengo callo en esto del atletismo popular y sabía que estaba en condiciones de bajar de las cuatro horas.

En cualquier caso, iba mentalizado para amoldar la velocidad a las sensaciones, no quería morir en el intento y decidí hacer un esfuerzo por no ir flechado al comienzo. No obstante, pese a las buenas intenciones salí embalado, como no, e hice los cuatro primeros kilómetros a 4:53 de media. En parte, la culpa la tuvo que esos primeros 4.000 metros fueron bastante rectos, pero los maratonianos íbamos corriendo junto a los que participaban en la media maratón que se organizó de manera simultánea, lo que provocó que la calzada se quedara un pelín estrecha. Esa circunstancia hizo que no pudiera centrarme en exclusiva en mi ritmo.


Al principio, con tanta gente no pude evitar avanzar adelantando corredores a base de ir buscando huecos, no quería correr demasiado rápido, pero tampoco me apetecía quedarme atascado detrás de nadie, y la carrera tardó un kilómetro en abrirse. A partir de ahí ya iba lanzado, y cuando quise darme cuenta había hecho los primeros 4.000 metros en 19:33. De todas formas, iba genial de piernas y eso me reconfortó.

Una de mis tácticas para aflojar el ritmo en este tipo de situaciones es distraerme y fijarme en el entorno. Esta vez lo tuve fácil, porque todo era novedoso. De los primeros kilómetros por el barrio de Amara Nuevo apenas había retenido nada, pero en el kilómetro 5 nos internamos en el Centro y allí tomé conciencia de que me encontraba en San Sebastián, gracias a la bonita visión de la Calle Urbieta, toda recta y flanqueada por enormes arces plateados. A esa hora ya no llovía, el ambiente estaba fresco y todo brillaba. Luego torcimos a la derecha, corriendo por la Calle San Martín pasamos por delante de la Plaza del Buen Pastor, donde está la Catedral, y poco después volvimos a hacer un giro de 90° a la izquierda. La parte del Centro de San Sebastián es muy cuadriculada, por lo que fueron inevitables las esquinas, pero aún así la carrera ya iba lo suficientemente abierta como para que no fueran molestos los cambios de dirección. En esta parte me gustó también el paso por la Plaza Gipuzkoa, donde había estado de paseo el día anterior.

Al salir al Boulevard, ya en el kilómetro 7, mi ritmo se había ajustado bastante a lo pretendido, unos segundos por encima de 5:00 minutos el kilómetro, pero ahí fui consciente de que se acercaba el lugar donde había quedado en ver a María, y aunque no fue queriendo, el reloj no engaña y dice volví a apretar y que hice ese kilómetro de nuevo en 4:53. Efectivamente, vi a María en el sitio donde habíamos quedado, junto al Kursaal, ya en el barrio de Gros. Por ese mismo punto iba a volver a pasar en el kilómetro 9, pero el recorrido por Gros lo hice cómodo. Iban pasando los kilómetros y yo seguía yendo suelto de piernas.


Al final de Gros hicimos uno de los cinco giros de 180° de la carrera. En ese primer momento lo del brusco giro lo llevé bien, pero no pude evitar pensar que esa revuelta me iba a sentar como una patada en la segunda media maratón (la prueba estaba compuesta de dos vueltas casi idénticas por el mismo trazado).

Hasta el kilómetro 13 no hubo más novedades en mi ritmo, la segunda vez que vi a María fui más estable y luego transcurrió el tramo en el que gocé con mayúsculas de la experiencia, ya que recorrimos entero el Boulevard, luego supe sobre la marcha que la Calle Zubieta iba a dar paso al Mirakontxa Pasalekua, y una vez allí corrí bordeando la Playa de la Concha, disfrutando a tope.


Tras pasar el Túnel del Antiguo miré a lo lejos y vi con total nitidez El Peine del Viento, en el extremo de la Bahía de La Concha.

Tras esa visión, me interné por primera vez en la parte más complicada de la prueba, que fue la que transcurrió por el barrio de El Antiguo. Llevaba un rato rodando cómodo unos segundos por encima de los 5:00 minutos el mil, pero en esos kilómetros, entre el 11 y el 17, está acumulado la mayor parte del desnivel de la carrera, en ellos hay unos cuantos toboganes que son tendidos, pero que desgastan y que a mí me pegaron el primer leñazo. Como ya he dicho, en mi entrenamiento las tiradas largas y las medio largas han brillado por su ausencia, me he hartado en los últimos meses de hacer rodajes de 10-12 kilómetros, y he subido puntualmente hasta 14, pero llevaba un año sin pegarme un buen entrenamiento paliza. No es raro, por tanto, que en el kilómetro 14 mi organismo se extrañara mucho de que yo me empeñara en seguir corriendo. Su reacción ante esa inusitada novedad fue protestar. Me quedaba un mundo y las piernas pasaron, en cuestión de unos cientos de metros, de ir genial a pesarme el doble. Fue un momento complicado, ya he contado también que no le he echado ni cuenta a este maratón durante meses, psicológicamente no me había preparado apenas y de repente me dio una pereza mortal tener que dejarme los higadillos. Faltaban mucho y la sensación no fue de agobio, sino de desgana. Durante meses he corrido sin hacer esfuerzo mental, ya que cuando he empezado a estar desgastado de coco he parado, todas mis energías mentales estaban enfocadas al examen y no quería gastar nada en tonterías. No han sido meses fáciles, la verdad, correr ha sido una terapia y, como tal, no he usado el running para darme caña, sino más bien para soltar lastre. Lo malo de eso es que, en la carrera, al empezar a estar un poco apretado, mi primera reacción inconsciente, como en los meses anteriores, fue la de dejar hablar a mi Smeagol interior ("nada de sufrir, hasta aquí ha sido divertido, pero no tenemos ganas de exprimirnos" le oí decir). Afortunadamente, junto al Smeagol que llevaba dentro también estaba oculto mi Gollum, que después de un rato afloró con rabia... ("Lo queremos, es nuestro, mi tesssoroooo" replicó). No hago spoiler si digo que finamente fue Gollum el que se salió con la suya. En el fondo quería estar allí y quería acabar el Maratón de San Sebastián lo mejor posible, así que encaré los toboganes de la zona de El Antiguo y me preparé mentalmente para sufrir una debacle... que no llegó.


En efecto, no hubo desastre, pese a que hice un esfuerzo tal, que al acabar tardé cerca de media hora en ser capaz de arrancarme del escalón donde me había sentado. Por motivos logísticos, María cogió el avión de vuelta esa tarde y abandonó San Sebastián sobre las 12 de la mañana. Yo, por contra, aún iba a estar en la ciudad hasta el día siguiente, ya solo. El caso es que, tras cruzar la meta me tuve que pegar sentado 30 minutos, no me sentí mal ni por un momento, pero sí estaba tan profundamente agotado, que llegué a preguntarme como cojones iba a volver yo solo al apartamento. Ni que decir tiene que volví, claro, es más, después de comer me fui a hacer turismo y me pegué un pateo de cuatro horas, pero la verdad es que la hora inmediatamente posterior a dejar de correr la pasé devastado. Aún así, como digo la debacle no llegó, eso fue lo que me ha dejado con mejor sabor de boca. Tras mi primer bajón, en el kilómetro 14, mi ritmo hasta el 25 solo descendió unos 15 segundos por kilómetro, y rondó los 5:20 todo ese tiempo, aunque la mayor diferencia estribó en que pasé de ir a 5:05 silbando marina, a ir a 5:20 haciendo un señor esfuerzo, físico y mental.

En ese tramo, el peor kilómetro fue el 20, en el que los maratonianos aún íbamos mezclados con los de la media maratón, que iban ya echando el resto. Debido a eso, por todos lados me empezó a adelantar gente que estaba apurando su carrera, se que es una tontería, otras veces no me ha pasado, pero esta vez llegó un momento en el que me dio por culo que me adelantaran sin parar corredores que iban a acabar su media maratón por encima de 1h45. Cuando las pruebas, por fin, se separaron, justo delante del Estadio de Anoeta, y los participantes de la media se desviaron buscando su meta, me sentí aliviado y los siguientes kilómetros no fueron malos.

Lo de los maratones a dos vueltas a mucha gente no le gusta, yo he descubierto que no me molesta, aunque, eso sí, el contraste entre las dos vueltas es abrumador. Yo, en este caso, durante la primera vuelta había disfrutado bastante del entorno, incluso en la parte de El Antiguo. En la segunda vuelta, por contra, me metí para adentro y apenas si fui consciente de por donde iba. Lo bueno de las maratones a dos vueltas es que no te pierdes nada, ya que la primera vez que pasas por los sitios, que es cuando vas bien, ya te da lugar a verlo todo.

Dado que había empezado a penar en el kilómetro 14, esperaba sufrir una auténtica debacle al final, y, ciertamente, el bajonazo a partir del kilómetro 25 fue tremendo, pero para mi sorpresa fue el último. Yendo a 5:45 desde tan pronto, lo lógico hubiera sido acabar andando y haciendo kilómetros a 9:00, algo que para mí empaña una carrera, hasta el punto de que prefiero retirarme. Sin embargo, no me vi en semejante tesitura y esa es la gran alegría que me deja este maratón. Será que ya soy un diesel, o será lo que sea, pero empecé a tragarme kilómetros a ese ritmo, hice alguno incluso por encima de 6:00, en el segundo paso por El Antiguo, pero sin andar, y aún me quedó cuerpo para apretar al final: en 5:53 corrí el kilómetro 40, en 5:41 el 41 y en 5:36 el último mil. Tiempo final: 3h49:27, a 5:26 de media.


Para no haber preparado la cita en condiciones, no está mal.


Mi experiencia en el Maratón de San Sebastián fue muy bonita y se encuadra dentro de un fin de semana que resultó entrañable. Mi siguiente objetivo será correr el Maratón de Sevilla en febrero, habiendo entrenado de una manera algo más ortodoxa. Me voy a encontrar con el hándicap, que quizás he sufrido ya en Donostia, de que desde hace un año trabajo de pie, lo cual se nota en las piernas. En mis trabajos siempre me había pasado las horas sentado, pero en esta etapa eso se acabó. No se hasta que punto ese hecho ha tenido consecuencias ahora y tampoco sé como me afectará en el futuro, en febrero lo veremos, pero lo que se seguro es que me lo volveré a pasar de miedo.


Reto Atlético 1.002 CARRERAS
Carreras completadas: 226.
% del Total de Carreras a completar: 22'5%.

Reto Atlético 51 MARATONES
Maratones completados: 20.
% del Total de Maratones a completar: 39'2%.

Reto MARATONES DE ESPAÑA Y PORTUGAL
Completado Maratón en PAÍS VASCO.
% de Comunidades en las que he corrido un Maratón: 33'3%.

Reto PRINCIPALES CARRERAS DE ESPAÑA
Completado MARATÓN DE SAN SEBASTIÁN.
% de Principales Carreras de España que he corrido: 27'9%.

Reto 7 MARATONES 7 CONTINENTES
Completado Maratón en EUROPA.
En 2002 (año del primer Maratón corrido en Europa), % de Continentes en los que había corrido un Maratón: 14'2% (hoy día 14'2%).

Reto MARATONES DE LA UE
Completado Maratón en ESPAÑA.
En 2002 (año del primer Maratón corrido en España), % de Países de la UE en los que había corrido un Maratón: 3'5% (hoy día 14'2%).


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