3 de agosto de 2020

FRANCIA 2020

Acabar en Francia este mes de julio fue fruto de la casualidad, no lo tenía en absoluto planeado, de hecho ni por asomo pensaba que en medio de la pandemia de COVID-19 que nos está azotando fuera a tener la oportunidad de salir al extranjero. Sin embargo, cuando hace quince días me puse a planear una improvisadas vacaciones, en las que buscaba alejarme de las masificaciones y quería perderme en la montaña, me di cuenta de que alojarse en verano en alguna de las estaciones de esquí que salpican los Pirineos franceses es una ganga. Intenté en vano hallar algo similar en el lado español de esa cordillera, pero por alguna razón los alquileres en las estaciones de España se mantienen más altos en esta época. En el país vecino, en cambio, había multitud de sitios donde era posible encontrar acomodo durante una semana, para los cuatro, por poco más de 200 euros, de manera que vencimos las reticencias a cruzar la frontera y acabamos en Bonascre, la pequeña población que se ha creado a los pies de la estación de esquí de Ax-3-Domaines.



Bonascre se extiende por una pequeña meseta llamada Plateau de Bonascre y está muy cerca de Ax-Les-Thermes, una localidad de 1.200 habitantes que es famosa por sus aguas termales. Ax-3-Domaines se creó en 1955 y tiene 3 áreas de esquí y 36 pistas. El pueblo de Bonascre da cobertura a todas. En él lo que hay son bloques de apartamentos enfocados a alojar a los esquiadores de la estación. En los bajos de los mismos están los negocios en los que estos pueden alquilar material, comprar comida o tomar algo. 


En verano Bonascre está a un 10% o un 15% de su capacidad, por lo que allí encontramos la tranquilidad que íbamos buscando. Había algunos bares abiertos y el principal supermercado estaba asimismo operativo, pero la calma era la nota predominante. 


A pesar de la baja ocupación, en época estival en Bonascre ponen en marcha una serie de servicios de ocio entre los que se incluyen una piscina, un minigolf, dos canchas de tenis o una mesa de ping-pong. Además, permanece también activo el telecabina que une la población con Ax-Les-Thermes y el telesilla que conduce a lo alto de las montañas. Este es el que sirve en invierno para alcanzar la parte superior de las pistas de esquí y en verano puede usarse para llegar al mismo sitio e iniciar alguna de las rutas senderistas que hay por los alrededores. Todas ellas pasan por Bonascre y están marcadas con colores. 


Yo esquié en mis tiempos mozos, pero nunca lo hice fuera de Sierra Nevada, de manera que no conozco otras estaciones de esquí. Bonascre, sin embargo, sí sabía que existía, pero no por las actividades invernales, sino por el ciclismo. En efecto, ya he comentado otras veces que siempre he sido seguidor del deporte de la bici, aunque ahora he perdido en gran medida la afición, debido a los varapalos que ha sufrido por los problemas con el dopaje. Realmente yo, pasando por encima de los sinsabores que durante años me produjeron los incidentes con el doping de un buen número de corredores, aguanté bastante como fiel aficionado, incluso asumí las sanciones a Alberto Contador a pesar de que me parecieron injustas, pero fue un duro golpe la anulación de todos los triunfos de Lance Armstrong, y las acusaciones de dopaje contra Chris Froome en diciembre de 2018 me dieron la puntilla. Froome al final fue absuelto, pero yo ya no me creo nada de lo que pasa sobre las bicicletas y, mucho menos, de lo que se cocina en los despachos de los que mandan en el ciclismo. Aún así, hubo un tiempo en el que sentía auténtica pasión por ese deporte.

El caso es que en Bonascre han terminado cinco etapas del Tour de Francia y las tres primeras, las de 2002, 2003 y 2005, coincidieron con los años en los que yo devoraba ciclismo. Ya era aficionado desde antes de que Indurain viviera sus años dorados, pero los Tours que ganó Armstrong fueron los que me pillaron en la edad perfecta, estaba en la universidad y los relajados meses de julio que me pegaba propiciaron que viviera intensamente cada grande boucle, hasta el punto de que los días que se retransmitían enteras las etapas me las tragaba de principio a fin. Recuerdo que en la de 2001 que acabó en Bonascre ganó Felix Cárdenas y dos años después hizo lo propio Carlos Sastre. En ambas, la batalla entre Jan Ullrich y Lance Armstrong fue épica. 


Tan bien me lo pasé viendo los primeros Tours del siglo XXI que cuando, años después, todo eso quedó convertido en una mentira por temas de doping, yo perdí casi toda la ilusión por el ciclismo. Como he dicho, la acusación contra Froome me dejó definitivamente sin afición y cuando, en 2019, a Juanjo Cobo le han quitado la Vuelta Ciclista a España que ganó en 2011, tras revisar su sangre de nuevo, el asunto me ha dado exactamente igual. Es más de lo mismo. Pese a esto, subir en coche por las laderas de Plateau de Bonascre y recorrer a pie la explanada donde cada año estuvo instalada la meta, en aquellas etapas de 2001, 2003 y 2005 que tanto disfruté, me hizo una ilusión especial.


En definitiva, en Bonascre hemos pasado unos días estupendos en los que no han faltado el ratito de ping-pong, las sesiones de tirolina que se han pegado las niñas, ni la partida de minigolf. 


Por otro lado, de las rutas por los alrededores de la estación que estaban propuestas nosotros hemos hecho dos, la primera fue la verde, que nos permitió rodear Bonascre por una serie de caminos. Gracias a los senderos del principio, que bordeaban el pueblo por el este y recorrían una zona más abierta, vimos vistas espectaculares, y luego en la parte oeste de la población el trazado nos permitió atravesar un precioso bosquecillo llamado Bois des Planes



La segunda ruta fue más larga y para hacerla tuvimos que coger el Telesilla Lievre Blanc para subir a un punto intermedio de la estación de esquí, lo cual, ya de por sí, fue una experiencia muy divertida, dado que el cable del telesilla mide 2.900 metros, nada menos.




Luego, una vez arriba pudimos disfrutar de las vistas de aquellas montañas, que en invierno están llenas de nieve hasta el punto de que se usan para el esquí, pero que en verano se convierten en el escenario ideal para hacer rutas. 



En el punto donde deja el telesilla empezaban varias rutas que conducían de nuevo a Bonascre, nosotros elegimos la naranja pensando que ofrecía el nivel adecuado de dureza que podíamos asumir con las niñas. 


Luego resultó que no era tan buena opción, ya que se limitaba a descender por la ladera aprovechando una de las vías abiertas entre los árboles que en invierno se usan para deslizarse esquiando. Realmente, se trataba de bajar por una pista de esquí sin nieve. 



Por suerte, nos perdimos, eso es algo que casi siempre nos pasa cuando hacemos rutas, pero normalmente somos capaces de volver con rapidez al camino bueno. Esta vez, sin embargo, sin mala voluntad acabamos bajando por otro sendero que discurría por los trozos de bosque que separan las pistas de esquí. Dicha vía resultó que estaba habilitada para los valientes que practican una espeluznante modalidad de ciclismo llamada MTB Downhill, consistente en tirarse en bici a carajo sacado por las laderas de las montañas.


El hecho de que nos metiéramos por el sitio equivocado provocó instantes de nerviosismo con algunos bikers que bajaban, a pesar de que nunca los pusimos en peligro. De todas formas, gracias al error pudimos avanzar por un camino entre árboles mucho más agradable que el oficial, entre otras cosas porque el día salió soleado a tope y andar por medio de las pistas de esquí, además de ser bastante más coñazo, nos hubiera supuesto un buen calentón por el sol. El descenso atravesando el bosque, por contra, nos llevó por un sendero más sombreado.


Aparte de las rutas y de las otras actividades al aire libre que hicimos, en Bonascre no llegamos a comer ni a cenar fuera de nuestro alojamiento. El penúltimo día, no obstante, sí nos tomamos una cerveza en la terraza del Bar Restaurant La Troïka, que se asomaba a la Place de la Troite, adonde daba también nuestro bloque de apartamentos. Después de estar viendo durante una semana el buen ambiente de ese velador no quisimos irnos sin sentarnos nosotros en él a tomar una caña.


Más allá de los largos ratos que echamos en Bonascre, también en Ax-Les-Thermes pasamos buenos momentos. En concreto, el primer día nos dedicamos a conocer el pueblo, el segundo bajamos en telecabina y nos montamos en el tren turístico, y, como colofón, la última noche fuimos a cenar, en la que ha sido la única experiencia culinaria que nos hemos pegado en nuestra semana francesa. No nos hemos prodigado mucho en negocios de restauración esta vez, porque con el tema de la COVID lo preceptivo era evitar los roces y los espacios cerrados. Aún así, el último día sí decidimos correr un cierto riesgo, yo no quería irme de Francia sin probar algo de comida autóctona, ya que la cocina francesa es una de las más afamadas del mundo. Por eso, buscamos un buen sitio y lo encontramos, queríamos un lugar al aire libre en el que pudiéramos degustar unos cuantos platos franceses y acabamos en un restaurante llamado La Petite Fringale.



Comimos carnes (incluida la de pato), quesos, bacon y french fries, aunque no se si las patatas fritas son típicas de Francia o solo llevan al país en el nombre, pero da igual.


El caso es que el lugar que elegimos fue un acierto, ya que comimos de lujo. Lo cierto, aparte de todo, es que el primero de los tres días que estuvimos en Ax-Les-Thermes también picamos algo, en concreto nos pedimos unos trozos de pizza para llevar en La Pizzatière. Resulta que la pizza en Francia es muy popular y en ese establecimiento probamos unos trozos deliciosos.


Con respecto a los otros dos días que fuimos a Ax-Les-Thermes, como he dicho el primero lo destinamos a pasear por sus calles. Gracias a eso vimos que es una bonita población sin apenas cuestas, lo cual es sorprendente dado que es una localidad pirenaica. Su principal seña de identidad son las aguas termales naturales, que brotan por doquier a temperaturas que dicen que llegan a los 77º. Por el pueblo también pasa el Río Ariège, que en el casco urbano axéens recibe a dos de sus afluentes, el Río Oriège y el Rio Lauze. La foto inferior corresponde al tramo del Río Ariège que ya se ha unido al Oriège, pero que todavía no ha confluido con el Lauze.


Volviendo al agua caliente, por lo visto en Ax-Les-Thermes hay 63 surgencias de líquido elemento. Su originalidad no radica tan solo en el hecho de que sale del subsuelo escaldando, sino que también destaca porque su composición es muy sulfurosa, lo que hace que sea célebre por sus propiedades medicinales. Por ello, para tres de las fuentes han construido sendas piletas de uso público en las que está permitido meter los pies. La llamada Bassin de l'Axéene es la más moderna, ya que no tiene ni seis años.



Por su parte, la Bassin de la Basse tiene mucha más recorrido, dado que se construyó en 1672, pero fue en 2008 cuando se restauró y se le dio el aspecto actual. En sus aguas yo no tuve narices de meter los pies, porque achicharraba.



El tercer lavapiés en cuestión es la Bassin des Ladres, que es el más famoso y el que tiene más historia, debido a que data del siglo XIII y se declaró Monumento Histórico en 1979. Se encuentra en la Place du Breilh, junto al edificio del Antiguo Hospital de San Luis, que es de la misma época. El hospital se construyó para tratar la lepra, así como otras enfermedades de la piel, y usar la pileta formaba parte de los tratamientos (ladres significa leprosos). El agua en ese estanque estaba a una temperatura más aceptable.



En definitiva, en Ax-Les-Thermes surge el agua caliente por todos lados, aunque en la mayoría de las ocasiones se recoge en simples fuentes. Me pareció llamativo, no obstante, el chorro que cae directamente al Río Oriège provocando un contraste de temperatura que levanta una pequeña nube de vapor.


Con independencia de disfrutar de las aguas termales, en Ax-Les-Thermes se puede pasear por bonitas calles, algunas tienen comercios y restaurantes, como la Rue Rigal (primera foto), y otras conservan un aire más antiguo, como la Rue des Escaliers (segunda foto), que parece que subía hasta un castillo del que hoy no se conserva nada. A ella se asoma una casa de madera de origen medieval que se ha salvado milagrosamente de los sucesivos incendios que a lo largo de la historia han asolado el pueblo.



En la población hay algunos edificios que aún hoy albergan balnearios. Destaca el del Etablissement Thermal Le Teich, que se fundó de 1801 y que da directamente al Río Oriège. En él no entramos. 


Sí lo hicimos, en cambio, aunque el tipo de construcción no tiene que ver, en la Église Saint-Vincent. En el pueblo destaca también la Place Roussel, a la que da el edificio del ayuntamiento y que siempre estaba muy animada.


Como he comentado antes, hubo un día que bajamos a Ax-Les-Thermes en el Tèlècabine Ax-Bonascre. Se trata de un teleférico de 2.800 metros de longitud que salva 750 de desnivel. Se instaló en 2002 y sus cabinas tienen capacidad para 14 o 16 personas, aunque nosotros fuimos solos, no tanto porque no hubiera nadie, que realmente cola no había, sino más bien por el hecho de mantener la distancia de seguridad. Esto nos permitió ir muy cómodos.



Esa mañana aprovechamos para coger en Ax-Les-Thermes el Tren Turístico Savign'Ax, que nos enseñó los confines del pueblo y nos llevó incluso más allá, dado que llegó, circulando por la carretera por las buenas, hasta Savignac-Les-Ormeaux, una población vecina en la que dio la vuelta. En nuestro vagón volvimos a ir solos, lo que de nuevo fue muy apropiado, puesto que nos alejó de las sospechosas toses de dos jóvenes mochileras que se montaron a medio camino y que iban a la estación de trenes.



Al margen del tiempo que pasamos en Bonascre y en Ax-Les-Thermes, también hubo un día que hicimos una pequeña excursión. María y yo queríamos hacer algún recorrido senderista algo más lejano, para explorar asimismo otra zona, y en un libro que encontramos en el apartamento vimos que estaba detallada una ruta bastante factible, la cual empezaba y acababa en una localidad que no estaba demasiado lejos, llamada Larcat.



El itinerario medía unos 5 kilómetros y conducía hasta la Chapelle de Saint-Berthélémy, salvando 405 metros de desnivel, antes de volver al punto de partida por otro lado. 


Ciertamente el trayecto parecía asequible y no salimos demasiado tarde, pero aún así debimos madrugar más, porque la primera parte del camino resultó que ascendía por la ladera de un monte pelado en el que estuvo a punto de darnos un chungo por el calor. 


Afortunadamente, en un momento dado cambiamos de la ladera sur a la noroeste y, siguiendo un viacrucis, continuamos subiendo por una zona más arbolada. 


Finalmente, a 1.236 metros llegamos a la diminuta capilla, que se encontraba abierta, pero que estaba a oscuras. A su espalda había un mirador desde donde se contemplaban unas vistas alucinantes.




Para regresar, el camino volvió a discurrir por un bosque casi hasta el final. El último tramo fue de nuevo muy abierto, pero al ir bajando se nos hizo bastante más llevadero que el pedazo inicial de subida.


Para almorzar llevábamos bocadillos, pero no nos quedamos en Larcat, porque es una pequeña aldea y no había allí posibilidades de comprar bebidas frescas. Necesitábamos beber y por eso cogimos el coche, bajamos otra vez al valle del Río Ariège, paramos en Les Cabannes y en su Place des Platanes compramos los refrescos. En un banco de esa agradable plaza, a la sombra de los árboles, devoramos nuestros bocatas.


Para la tarde de ese día teníamos reservado otro plan que prometía: es bien sabido que en los Pirineos abunda la piedra caliza, que favorece la creación de cuevas. Gracias a eso, durante la prehistoria la cordillera pirenaica fue un lugar habitualmente poblado por humanos y han aparecido pinturas rupestres en muchas de las cavernas que usaron para protegerse. Entre ellas, destaca la Cave of Niaux, que es probablemente la segunda más importante de Francia tras la de Lascaux. Por esta razón, en un paraje cercano a Niaux, a las afueras de Tarascon-Sur-Ariege, se ha creado el Parc de la Préhistoire. Se trata de un museo dedicado a mostrar la vida y el arte de la cultura magdaleniense, que dominó gran parte de Europa a finales del paleolítico y que dejó notables pinturas en numerosas cuevas, por ejemplo en la de Altamira, en la de Lascaux y también en la de Niaux



El museo está ubicado en un sitio espectacular, los exteriores abarcan un área de 13 hectáreas en las que se distribuyen una serie de espacios dedicados a realizar toda clase de talleres. Nosotros nos metimos en el de arqueología sin pensarlo mucho y nos dimos cuenta, demasiado tarde, de que el mismo no era tan práctico como habíamos pensado, sino que se basaba en la explicación de una simpática chica... hecha en francés. Yo, que no se nada de este idioma, hice un esfuerzo tremendo para entender, al menos, por donde iban los tiros de la explicación. Ana y Julia sí han estudiado algo de francés en el colegio, pero me da que entendieron incluso menos que yo. Aún así, aguantaron de una manera admirable la hora de exposición.

Por lo que respecta al museo en sí, al entrar te dan una audioguía en tu lengua, que te habla acerca de lo que vas viendo. Esta iniciativa me pareció positiva. También me resultaron atractivas algunas reproducciones concretas de las principales cuevas y de algunos animales típicos de la época. Aún así, en general el museo no me gustó demasiado, ya que lo vi poco claro. La audioguía era automática, de manera que supuestamente se ajustaba sola y te hablaba sobre lo que estabas viendo sin tú hacer nada. El problema es que yo no conseguí que aquello funcionara de manera precisa y no paré de escuchar descripciones e historias relativas a cosas que no tenía delante. Por otro lado, con independencia de la audioguía el recorrido por las salas tampoco me resultó intuitivo, ni creo que hubieran dado con la tecla a nivel pedagógico. Se puede decir, por tanto, que echamos un buen rato, pero no aprendí demasiado (he aprendido más cosas rebuscando ahora en Internet para escribir este post que en el museo).

Para acabar, voy a dedicarle unas palabras a Biarritz, la ciudad en la que paramos a tomar café el día de nuestra vuelta. Dado que las vacaciones no habían acabado y que nos dirigíamos a Llanes en vez de a Sevilla, al marcharnos atravesamos el sur de Francia prácticamente de este a oeste bordeando por el norte los Pirineos. Nuestra idea inicial era no realizar ninguna parada larga, porque era un viaje de bastantes kilómetros, pero al acercarnos al mar, dado que íbamos bien de tiempo, decidimos parar a tomar café y cometimos la osadía de abandonar la autopista para adentrarnos en Biarritz. Aquello fue una locura, porque el meollo urbanizado que conforman, en la esquina sureste de Francia, las ciudades de Bayona, Anglet y Biarritz, resultó estar casi colapsado por el tráfico a primera hora de la tarde. Al final, logramos llegar a la zona donde esta última ciudad da al mar y conseguimos soltar el coche a duras penas, pero una vez allí acabamos pidiendo en una cafetería las bebidas para llevar, compramos un par de helados para las niñas y optamos por no demorarnos más de la cuenta, ya que después de pasar una semana perdidos en las montañas, ajenos a los problemas que está provocando la COVID-19, la breve parada en Biarritz fue como una dura vuelta a la realidad. La masificación en sus calles era la nota predominante, resultaba difícil no chocarse con nadie y, además, en Francia he comprobado que se respetan las normas de prevención contra el virus solo en parte, no importó demasiado en Bonascre y en sus alrededores, dado el ritmo pausado de la gente y las pocas aglomeraciones humanas que vimos, pero en el caos costero de Biarritz sí resultaba más alarmante la despreocupación de muchos de nuestros vecinos franceses con respecto a la pandemia. Por ello, el paseo fue breve. Mientras tomábamos el café nos asomamos desde la Place Bellevue a la Grand Plage, pero tras ver desde arriba que no era el día de echar raíces en Biarritz, decidimos volver al coche y continuar camino. 


Volveré a Biarritz, pero ahora lo que tocaba era abandonar Francia y pasar a la segunda fase de nuestras vacaciones. Nos esperaba Llanes


Reto Viajero TODOS LOS PAÍSES DEL MUNDO
Visitado FRANCIA.
En 1990 (primera visita), de los 44 Países del Mundo que están en Europa, % de visitados: 9'1% (hoy día 40'9%).
En 1990 (primera visita), de los 196 Países del Mundo, % de visitados: 2% (hoy día 9'7%).


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