24 de agosto de 2021

SALAMANCA 2021

A finales del agosto de 2020 estuve en Salamanca. Hacía cinco años que no pisaba esta ciudad y, por ello, me gustó ir de nuevo y echar allí un día. Sin embargo, el pasado verano fue muy complicado, dado que la pandemia estaba aún en su punto álgido, por lo que la visita fue un poco tensa. Me di un buen paseo por las calles salmantinas más llamativas y tuve la oportunidad de dormir en el Parador, pero el sabor de boca que se me quedó fue agridulce.

Por otro lado, este 2021 hemos vuelto a Llanes. Lo hemos hecho, incluso, en un par de ocasiones, aunque las dos estancias han sido un tanto diferentes. De la de julio hablé en su día y la de agosto será objeto de uno de los próximos posts, pero en ambos casos la ruta de subida ha sido la misma, aunque la primera vez fuimos del tirón y la otra no. Normalmente, cuando vamos de Andalucía a Asturias ya no hacemos noche en el camino. Ha dejado de ser necesario, porque las niñas han crecido. Pese a esto, en este segundo viaje a Llanes de este verano decidimos tomarnos las cosas con calma y pensamos en pernoctar en algún punto intermedio del trayecto. Salamanca es un lugar que queda casi equidistante en la ruta y yo tenía el regusto amargo de la estancia extraña del año pasado, por lo que pensé que esta era una buena oportunidad para borrar de un plumazo esa sensación. Por eso, busque un apartamento para alojarnos y, si bien no encontré nada bueno, bonito y barato en la propia ciudad salmantina, lo que necesitaba apareció en Santa Marta de Tormes. Este pueblo es bastante moderno y está muy a mano del casco histórico de la capital. Dormir allí fue un acierto rotundo. 

Con respecto a la estancia de 2020 en Salamanca, la misma se basó en dar el típico paseo por las calles del centro de la ciudad, por lo que tenía claro que ahora no quería limitarme a repetir aquello. Siempre que uno vuelve a algún sitio tiene que intentar profundizar un poco más en él y esta vez no iba a ser menos. Yo barajé varias opciones y, finalmente, fijé mi mirada en las catedrales, dado que nunca había entrado en ninguna de las dos que tiene Salamanca. Sin embargo, viajaba con las niñas y con mi sobrina, es decir, con tres niñas de entre once y trece años, por lo que sabía que iba a ser un error meterlas en una iglesia con el simple objetivo de mirar al techo. No obstante, cuando vi que había una visita a las torres y cubiertas de las catedrales, que permitía, más que mirar desde el suelo hacia arriba, hacerlo desde lo alto hacia abajo, tanto por dentro de los templos como por fuera, pensé que en ese plan podían confluir los intereses de todos. Por un lado, incluso los preadolescentes disfrutan viendo vistas espectaculares y andando por los tejados, y, por otro, para María y para mí ver las magníficas catedrales salmantinas desde una perspectiva tan atractiva era, sin duda, un buen plan. En consecuencia, calculé que a mediodía estaríamos ya en Salamanca y reservé entradas para subir a las torres catedralicias a las 19'00 horas. Finalmente, tras viajar por la mañana, llegamos a nuestro destino a la hora de comer e incluso pudimos dormir la siesta, por lo que no hubo nadie que estuviera a disgusto con el plan vespertino.

Realmente, la visita a las torres está enmarcada en una exposición permanente más amplia, que recibe el nombre de Ieronimus. La subida es el aliciente principal de la exposición, pero al ascenso se le da coba, de manera que mientras se va para arriba se van viendo las diferentes salas en las que se dividen las torres. En ellas se encuentran expuestos diversos objetos, y también está explicado que funciones tenían las estancias en el pasado. 

Antes de continuar, es conveniente explicar lo de que Salamanca tenga un par de catedrales contiguas. Resulta que en la ciudad charra se erigió un primer templo catedralicio entre los siglos XII y XIII. Ya en el siglo XVI, este se había quedado pequeño y se proyectó al lado uno más grande, pero las obras se debieron prever largas, porque decidieron no derruir la antigua seo hasta que no acabaran la nueva, para poder así seguir manteniendo un lugar abierto al culto. En el siglo XVIII, cuando, por fin, la nueva catedral estuvo terminada, reconsideraron la idea de tirar la otra. Después de todo, las dos juntas no quedaban mal. De hecho, desde fuera son difíciles de distinguir, puesto que están pegadas. Además, la torre de la Catedral Nueva está erigida sobre el campanario de la primigenia, que también perdió uno de sus brazos y vio como se tapaba su fachada.


Desde el aire se aprecia bien como hay dos edificios adyacentes, uno mucho más grande que el otro, pero que comparten la torre (rodeada en la foto con un círculo azul).


Esa torre, precisamente, es una de las que nosotros fuimos a ver. No resultó complicado estar a la hora convenida en la base de la otra, llamada Torre Mocha. Por una puerta lateral de esta, que da a la Plaza de Juan XXIII,  accedimos a la visita. 


La Catedral Vieja fue proyectada, en origen, con dos torres sobre su frente principal. La de la izquierda quedó, a la postre, debajo del campanario de la Catedral Nueva, pero la de la derecha ni siquiera llegó a acabarse. Por ello, se le dio el nombre de Torre Mocha. En la visita esta es la primera que exploramos, ya que subimos por ella hasta su terraza. El ascenso no fue directo, dado que la torre está dividida en diferentes estancias en las que nos fuimos deteniendo. Estas tienen nombre propio (Sala del Alcaide, Estancia del Carcelero,...). En algunas de ellas había vitrinas, con documentos, objetos y libros antiguos. Como siempre, yo me dedique a buscar originales, y comprobé que había uno muy interesante.


En efecto, en una de las vitrinas estaba el Inventario de los Libros de la Biblioteca de la Catedral de Salamanca. Me gano la vida como bibliotecario, así que ese manuscrito, que era un original de 1533, no podía dejar de gustarme.

Tras ir dejando atrás las diversas salas acabamos esa primera parte de la visita en la terraza de la Torre Mocha. Desde allí, ya vimos más cerca el trozo superior de la torre de la Catedral Nueva.


Tras la correspondiente sesión de fotos en la terraza de la Torre Mocha accedimos al tejado de la Catedral Vieja


Gracias a eso pudimos acercarnos a la Torre del Gallo, que se eleva sobre el crucero de la catedral. Esa torre es un cimborrio con escamas, que se ha bautizado con ese nombre por su veleta, que es un gallo de chapa.


El gallo que se ve es una copia de 1927. El original se conserva en el interior de la catedral.

Después de ver bien la Torre del Gallo pasamos a la Catedral Nueva por una puerta que da al tejado de la Catedral Vieja. Como ya estábamos a una buena altura, adonde accedimos fue a una especie de balcón corrido que tiene aquella.


Ni que decir tiene que la balconada nos encantó a todos. Desde ella se puede mirar abajo y arriba, y en ambas direcciones las vistas son espectaculares.



Me pareció también curioso estar tan cerca de los desperfectos que el Terremoto de Lisboa de 1755 ocasionó en la catedral. Las grietas dan un poco de yuyu, pero lo cierto es que llevan ahí más de 250 años y el edificio no se ha caído.


Tras recorrer entera la balconada pasamos al tejado de la Catedral Nueva, subiendo por una escalera de caracol. Aunque después íbamos a ascender más, desde allí las vistas ya fueron chulas y fue interesante caminar por lo alto de la fachada principal del templo catedralicio.

 

Desde la cubierta de la Catedral Nueva volvimos a observar otra bonita panorámica de la Torre del Gallo.


Caminando por el tejado de la Catedral Nueva nos acercamos a su torre, que recibe el nombre de Torre de las Campanas. Junto a ella tuvimos que esperar para seguir ascendiendo, ya que los que suben y los que bajan no caben a la vez por la escalera. Para evitar atascos han instalado una especie de semáforo. 


Cuando llegó el momento en el que pudimos subir, comenzamos el ascenso al nivel más alto. La Torre de las Campanas tiene un piso intermedio, la Sala del Reloj, pero nosotros apenas si pudimos detenernos en él, por una razón de la que ahora hablaré.

Antes, voy a hacer referencia a la planta más alta, que es donde están las campanas. Desde que accedimos por la puerta inferior de la Torre Mocha todo había estado encaminada a llegar a ese nivel superior y, por eso, para rematar el tour intentamos tomarnos allí las cosas sin prisa... y digo intentamos, porque en realidad no nos lo pusieron fácil. Hicimos lo posible por ver aquello, incluida la Sala del Reloj, con cierta calma, pero resulta que la visita de las 19'00 había que despacharla en menos de 45 minutos, porque los cuidadores de las salas se marchaban a las 19'45 horas. En consecuencia, desde que estábamos en la balconada de la Catedral Nueva una señora bastante siesa se nos pegó a la espalda y comenzó a meternos presión para que fuéramos abreviando. Nadie nos había avisado de que el recorrido tuviera que realizarse en un tiempo determinado y, tanto nosotros, como la veintena de personas que estaban en nuestro turno, nos estábamos tomando las ascensión con cierta pachorra. Por ello, cuando la mujer nos dio el toque, a pesar de que, como digo, no nos habían advertido de que hubiera un límite de tiempo, aceleramos un poco. Lo malo es que parece que no fue suficiente, por lo que la presión de la señora, que ya había metido sus pertenencias en una bolsa que llevaba consigo y no era capaz de disimular su impaciencia, fue en aumento. Esa circunstancia empañó un poco la parte final de la subida.

Yo, en la Torre de las Campanas no quise dejar de asomarme por sus cuatro lados. Pude, gracias a eso, disfrutar las bonitas vistas que se contemplan desde el punto más elevado de la catedral. También logré, incluso, sacarme una foto, pero en ella lo más destacado que ha quedado para la posteridad ha sido la postrera bronca que nuestra cancerbera nos dedicó, cuando dejó atrás su actitud hosca y pasó, directamente, a la hostil. Por lo visto, su jornada acababa a las 19'45 y se quería ir.


Yo no quise dejar que aquello me inflara las pelotas y me lo tomé con filosofía. No en vano, estaba en mi primer día de vacaciones. Tampoco es que fuera solo culpa de la señora, la verdad. Su actitud debería haber sido menos huraña, pero realmente los responsables son los promotores de la exposición, que encajan con calzador el último turno de visitas. No tiene sentido ninguno que te vendan una entrada para las 19'00 horas sin avisarte de que a las 19'45 tienes que estar fuera. Si lo hubieran hecho, a lo mejor hubiera comprado la entrada antes, que se podía, o bien me hubiera entretenido menos en las salas inferiores de las torres. No fue así y nos tuvimos que fastidiar. Hubo gente que protestó en taquilla y la chica que allí estaba, que era bastante más profesional y que demostró tener mejor carácter que la otra, les ofreció la posibilidad de volver al día siguiente sin pagar más. Nosotros no teníamos esa opción, porque por la mañana teníamos que salir temprano para Llanes, así que no le di más vueltas. En cualquier caso, logré verlo casi todo bastante bien, aunque a la última parte tuviera que echarle sangre fría.

Tras bajar, me gustó pasar por delante de la fachada de la Catedral Nueva, viendo desde el suelo la altura del lugar desde el que habíamos asomado la cabeza. Por la noche también disfruté de la visión de la torre desde su base, sabiendo que había estado junto a las campanas.



Por lo demás, al final también nos dimos por Salamanca el paseo típico, que nunca está de más. Mientras nos dirigíamos a las catedrales ya cruzamos el precioso Puente Romano y pasamos por delante de la Cruz de los Ajusticiados, que estaba ubicada junto a la que era la puerta más antigua de acceso a la ciudad. Hoy día, el puente ha dejado de conducir a esa puerta, que ha desaparecido, pero se conserva la cruz, sita en el lugar donde dice la tradición que se colgaban, a modo de advertencia pública, las cabezas de los ejecutados por algún delito.



Después de la visita a las torres de las catedrales nos dirigimos al norte por la Rua Mayor, siguiendo las huellas de las miles de personas que recorren esa famosa calle cada año. Nuestro caminar fue distraído, no teníamos intención de ir a ningún sitio concreto. Más bien, íbamos buscando ya un bar donde cenar, pero nuestros pasos nos llevaron, como no podía ser de otro modo, a la Plaza Mayor. Accedimos a la misma por el arco que da a la Plaza del Corrillo y, como novedad, salimos por la esquina opuesta, atravesando el que da a la Plaza del Mercado. Para no acabar de nuevo en la Rua Mayor anduvimos buscando un bar por la parte oriental de la plaza y acabamos sentados en Llamas Casa de Comidas, que pone sus mesas en un ensanchamiento de la Calle Clavel.


Por lo visto, Llamas Casa de Comidas es el negocio heredero de otro, denominado Bar Llamas, que se pegó en ese sitio desde 1960 hasta bien entrada la pasada década. Cuentan que el antiguo bar, castizo y cutre a partes iguales, era un lugar lleno de sabor, frecuentado por autóctonos. En un momento determinado cerró, en el mismo local hubo un negocio distinto, y ahora alguien ha reabierto allí el Bar Llamas, lavándole la cara y modificando un poco su nombre. Lo que comimos me gustó y la camarera fue muy simpática.

En definitiva, el paseo fue un tanto estándar, pero aportó alguna novedad. Lo principal, sin embargo, fue la visita que hicimos a las catedrales. En cualquier caso, Salamanca es una ciudad maravillosa que volverá a ser objeto de nuestra atención, por supuesto. Ocasiones habrá muchas para seguir desentrañando sus encantos.


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado SALAMANCA.
En 1989 (primera visita), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en la provincia de Salamanca: 20% (hoy día 40%).
En 1989 (primera visita), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 4'7% (hoy día 35'7%).


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