27 de febrero de 2022

SANTILLANA DEL MAR 2022

El de Santillana de Mar es el post principal del viaje que he hecho al norte de España este mes de febrero. No en vano, fue allí donde nos alojamos y donde estuve más tiempo. Tras pasar cinco días en este monumental pueblo cántabro, puedo decir que apenas quedan piedras de su centro que no haya pisado. Además, estuve en todos los edificios representativos que más me interesaban, e incluso conocí algunas de las localidades que, más allá del núcleo poblacional histórico, componen el municipio. En consecuencia, es verdad que me lo he tomado con calma para hablar de Santillana del Mar en este blog, pero no cabe duda de que la espera ha merecido la pena.


Lo cierto es que Santillana del Mar necesita poca presentación. National Geographic lo incluyó, hace unos meses, entre las 100 localidades más bonitas de España. Puede que eso no impresione, pero sí demuestra su popularidad el hecho de que, en 2018, con motivo del 20º aniversario de El Viajero, el suplemento de viajes de El País, sus lectores eligieran, entre 250 opciones, a Santillana del Mar como el tercer pueblo español más bello. Estos son dos ejemplos de lo valorado que está. Aparte, hay que decir que Santillana no es como La 2, el canal de televisión que todo el mundo dice que es su favorito, pero que realmente nadie ve. Muy al contrario, esta población no solo aparece en las listas de las más hermosas, sino que también es de las más visitadas. Doy fe, porque lo he visto muchas veces atestado de turistas.

En cualquier caso, por circunstancias familiares, para mí Santillana del Mar es algo más que un destino turístico. La realidad es que un tío de mi madre nació allí y su hija, que es mi tía segunda, además de mi madrina, conserva la casona en la que se crio su padre.



Como se puede ver, mi tío abuelo pertenecía a una familia bien, aunque yo se que la misma tenía más fachada que dinero real. Aún así, es innegable que, en Santillana, tenía cierto nombre. 

El caso es que ese tío, que era el marido de la hermana de mi abuela, no era un familiar más para mi madre. Era casi un segundo padre. De hecho, ella pasó todos los meses de agosto de su infancia y de su adolescencia en Santillana, con sus tíos y con su prima. Fueron muchos veranos y muy importantes. Por ello, pasear con mi madre por el pueblo es oír mil historias de su niñez y de su juventud. Ella recuerda quien vivía en cada casa y qué había en cada sitio hace 50 o 60 años: dónde estaba el teléfono, dónde se compraba el pan, dónde estaba el garito que ejercía de discoteca,... Ahora todo ha cambiado, pero, debido a la relación de mi madre con Santillana del Mar, este es un lugar adonde llevo yendo desde que tengo uso de razón. En la casa de mis tíos abuelos he dormido muchas veces, y desde niño también he visto como se iba transformando el entorno. Sin ir más lejos, cuando era pequeño podía salir al patio trasero de la casa, donde aún había gallinas, y, atravesando otra puerta, tenía acceso a los 75.000 metros cuadrados de un enorme jardín que pertenecía a la marquesa de Benamejís. Esta señora, además de tener un título nobiliario, era la vecina y era tía carnal de mi tío abuelo. Hoy día, esos terrenos son de Caja Cantabria, al igual que la propia casona de la susodicha marquesa, que falleció hace un tiempo. Yo allí ya no puedo entrar por la cara. Con respecto a la casa de mi familia, por fortuna, pese a que mi tío abuelo murió, la misma sigue perteneciendo a su mujer y a su hija, la prima de mi madre. No obstante, en su patio trasero tampoco hay ya gallinas, que le vamos a hacer. Me queda el consuelo de que, durante muchos años, en Santillana del Mar fui un poco un enchufadillo.

En definitiva, queda claro que conservo un montón de recuerdos familiares que han tenido lugar en Santillana del Mar. Yo en este post voy a contar lo que he hecho en los días que estado allí alojado, esta última vez, pero cuando venga al caso iré desgranando circunstancias pasadas que se me vengan a la cabeza.

Lo primero que tengo que decir es que, en esta ocasión, he pernoctado cinco noches en el Parador de Santillana Gil Blas. Ahí es nada. 


Con anterioridad, yo en Santillana solo había dormido en un hotel en una ocasión. El resto de las veces, como he comentado, estuve instalado en casa de mis tíos abuelos. La vez que fui a un establecimiento hotelero me alojé en el Hotel Siglo XVIII, que está situado en el extremo sur del pueblo, un poco fuera de la zona histórica.


El dueño original del Hotel Siglo XVIII, además de ir al colegio con mi tío abuelo, era el suegro del constructor que le hizo la casa de Llanes a mis padres. Con este siguen manteniendo una cordial relación. Aun así, nosotros esta vez nos fuimos al Parador. Yo no había dormido nunca en él y he gozado a tope de la estancia allí. En Santillana del Mar hay dos paradores de turismo, es la única localidad que cuenta con ese privilegio. El más antiguo se quedó pequeño, pero como no había posibilidad de ampliarlo, inauguraron otro en 1987. El establecimiento viejo y el nuevo están muy cerca. Comparten director, por lo que hay un poco de confusión y en muchos sitios consideran que los dos hoteles son uno solo, cuando no es así. De todas formas, el parador moderno ahora no se encontraba operativo. Parece que en temporada baja lo cierran. Nosotros nos alojamos en el antiguo, que se ubica en el Palacio de los Barreda-Bracho. A principios del siglo XX tenía este aspecto


El Palacio de los Barreda-Bracho data de finales del siglo XVII y pertenecía a una de las familias más importantes de Santillana. Fue convertido en hotel en 1928 y en 1946 fue incorporado a la red de Paradores. Ni que decir tiene que en él estuvimos en la gloria. Da gusto alojarse en lugares con tanta historia.

Aparte, he comentado en el post dedicado a Llanes, que desde hace años tenía en la cabeza ir a este pueblo fuera de temporada, para verlo libre de turistas. Con Santillana del Mar ese deseo era similar. Yo ya había estado allí, pero salvo una visita fugaz que hice en 2007, precisamente la vez que dormí en el Hotel Siglo XVIII, nunca había ido fuera de julio y agosto. En 2007 fui en abril, pero era Semana Santa. Este mes de febrero, por tanto, ha sido la primera ocasión que he visto Santillana al natural. Si hay una población de España donde se ha montado un teatro alrededor de sus atractivos, esa es Santillana del Mar. Mis primeros recuerdos son de una localidad turística, pero no tan preparada para recibir visitantes de manera masiva como ahora. En los últimos veranos, Santillana me ha dado la sensación de que se ha convertido en un escenario de cartón piedra, por el que miles de personas se dan un rápido paseo, echan unas fotos y se van. Hay veces que uno no tiene más remedio que ver los sitios así. Yo mismo, a menudo me tengo que conformar con ir a los lugares cuando están petados de foráneos, que a decir verdad, se diferencian poco de mí. Sin embargo, en este caso he conseguido romper el círculo y he podido ir a Santillana del Mar en invierno, a ver la villa casi sin gente. De ese modo, he visto de verdad que es espectacular y he apreciado su auténtico encanto. 

Y es que Santillana del Mar es un espectáculo en si mismo. No es un pueblo al que uno vaya a ver museos, aunque los haya. Va a contemplar sus casonas blasonadas, sus calles empedradas y sus imponentes palacios nobiliarios de piedra. Todo eso, además, está enmarcado por la belleza del verde campo cántabro. 

En líneas generales, se puede decir que Santillana del Mar está partido en dos por la CA-131, que al convertirse en travesía recibe el nombre de Avenida Le Dorat. En este caso, esta carretera no ejerce de espina dorsal de la población, sino que la corta en horizontal y actúa como puerta de acceso al casco histórico, que se extiende a uno de sus lados. Al otro hay dos monasterios y algunas otras construcciones. Los dos primeros, que se asoman a la CA-131, son más antiguos, pero el resto de las edificaciones que tienen cerca, pese a que no rompen la estética del pueblo, son más modernas.


Precisamente, en el extremo de ese lado es donde se encuentra el Hotel Siglo XVIII. Más cerca de la carretera y del centro histórico se halla el Campo del Revolgo. Se trata de una amplia explanada de hierba, que se usa desde antiguo para las celebraciones del pueblo. También se la conoce como Parque de la Robleda.


En el Campo del Revolgo destaca un Roble centenario, que en la foto anterior está en primer plano, así como la Bolera La Robleda, que he leído que es de las más antiguas de Cantabria.


En definitiva, al sur de la CA-131 hay mucho pueblo. En esa zona hay un montón de alojamientos hoteleros, también se ven algunas casas particulares, está allí el Centro de Salud, el aparcamiento de visitantes e incluso la Casa Cuartel de la Guardia Civil.

No obstante, lo verdaderamente interesante de Santillana del Mar se encuentra al norte de la carretera. Desde esta, el casco histórico tiene dos entradas principales. La de la izquierda da acceso a la población por la Calle Juan Infante.


Esta calle pronto se bifurca en un ensanchamiento que tiene. La ramificación de la izquierda se continua llamando Calle Juan Infante y la de la derecha se denomina, en su primer tramo, Calle de la Carrera.


Desde la CA-131, la segunda entrada al pueblo, que está a la derecha de la otra, se corresponde con la Calle Jesús Otero

Realmente, Santillana se halla dividido en tres calles que corren paralelas en dirección noroeste. La Calle Juan Infante es la de la izquierda, como se ha dicho, y va a dar a la Plaza Mayor.


La Plaza Mayor es el primero de los centros neurálgicos del pueblo. A ella da el Parador de Santillana Gil Blas y el Ayuntamiento, entre otros emblemáticos edificios.


De las otras dos vías principales, la central, que es la que se empieza llamando Calle de la Carrera, acaba siendo la más larga, por lo que se constituye en auténtica espina dorsal del pueblo. Más adelante, pasa a llamarse Calle Cantón y después Calle Río.


Finaliza en la Plaza Abad Francisco Navarro, que puede ser considerada como el segundo epicentro de Santillana. A esa plaza da la Colegiata de Santa Juliana y el Museo y Fundación Jesús Otero.


La tercera arteria que recorre Santillana es la Calle Jesús Otero y está a la derecha de las otras dos que vertebran el pueblo. A diferencia de ellas, esta no termina en una plaza, sino que va a dar a la Calle Río.


He dicho antes que Santillana del Mar destaca sobre todo por sus atractivos outdoors, pero lo cierto es que también tiene lugares que merecen ser vistos por dentro. De todos ellos, la Colegiata de Santa Juliana es, sin duda, el más destacado.


En la Colegiata, cuenta la leyenda que se hallan los restos del cuerpo de Santa Juliana de Nicomedia, una mártir que fue torturada y asesinada a principios del siglo IV. Y digo que es una leyenda lo de que los restos de la santa estén en Santillana, porque en la Colegiata hay una tumba, pero dentro no se conservan sus huesos, y no hay ninguna indicación de que estos estén en el edificio. En Internet tampoco he encontrado ninguna referencia que indique donde reposan las reliquias. Solo se repite, una y otra vez, una historia similar. En ella, se hace referencia a que, en el siglo IX, unos monjes que tenían en su poder los restos de Santa Juliana, fundaron una ermita para guardarlos, junto a una pequeña aldea de origen romano que se erigía en el lugar en el que hoy día se encuentra Santillana. Con los años, la ermita se convirtió en monasterio, y en el sigo XII este adquirió el grado de colegiata. Fue entonces cuando se empezó a construir la primera versión de lo que hoy se observa. En ese tiempo, supuestamente, los restos de Santa Juliana no se movieron. Todo eso estaría muy bien, si no fuera porque relatos parecidos, relacionados con la misma santa, se cuentan en otros sitios de Europa, sin que yo haya sido capaz de enterarme de cual es más veraz. Sin embargo, sí parece ser un hecho que en la Colegiata da Santa Juliana no hay ni rastro real de la mártir, a pesar de que allí tiene un sepulcro.


De todas formas, sí es seguro que del nombre latino Sancta Iuliana se pasó a Sancta Illana, y esa denominación acabó dando nombre a la villa donde supuestamente estaba la iglesia con los restos de la santa (de Sancta Illana a Santillana, el topónimo actual del pueblo, solo hay un paso). En cualquier caso, la Colegiata se merece una visita. Su claustro románico a mí me encanta.



Resulta que yo visité la Colegiata conscientemente por primera vez en 2002, pero de niño fui bastantes veces. En una de ellas, a principios de los 80, asistí a la boda de mi tía, que se celebró en la iglesia. Personalmente, no lo recuerdo, porque debía tener cuatro o cinco años, pero cuentan que me lo pasé muy bien durante la ceremonia, jugando con mis coches por encima del sepulcro de Santa Juliana.


Ya de vuelta a 2022, otra visita interesante que hemos hecho ha sido la de las Casas del Águila y la Parra. Yo quería ver por dentro alguna de las casonas o palacios de Santillana. La del Parador Gil Blas la recorrí bien, pero quería más. En 2002, gracias a la hermana de mi tío abuelo, entré a ver la Torre de Don Borja y la Torre del Merino. Esta última también recibe el nombre de La Torrona. Las dos dan a la Plaza Mayor. La primera pertenece a la Fundación Santillana y ha pasado por numerosas etapas. En la actualidad es un espacio cultural, pero permanece cerrado cuando no hay nada organizado dentro, es decir, entre noviembre y mayo. En 2002 tampoco había nada montado allí, pero entonces, como digo, pude entrar con un pequeño enchufe. Más llamativo, si cabe, fue lo de acceder a la Torre del Merino, ya que era de propiedad privada. 


En ella vivía una señora a la que yo no recuerdo, pero que era prima hermana de mi tío abuelo. La hermana de este tenía tanta confianza con ella (eran primas), que aquella tarde de verano de 2002 nos enseñó La Torrona sin que la dueña estuviera presente. Nos abrió la puerta la chica del servicio. En definitiva, ya tenía en mi currículo algunas visitas a edificios emblemáticos de Santillana, pero esta vez no podía actualizar ninguna de ellas, por lo que me centré en intentar entrar en alguna casona que estuviera ahora abierta al público normal. Las Casas del Águila y la Parra, que realmente están unidas por dentro, fueron una opción magnífica para lograr mi propósito, dado que son dos magníficos exponentes de la arquitectura civil de los siglos XVII y XVI, respectivamente. 



Las Casas del Águila y la Parra se mantienen abiertas y cuidadas gracias a que se usan como espacios expositivos. Dentro vimos, entre otras cosas, una muestra de fotografías antiguas de Santillana, titulada Memoria, Piedra y Madera, que me gustó mucho.


El otro enclave museográfico que vimos fue el dedicado a Jesús Otero. Este escultor es el santillano más ilustre que ha dado la historia, con permiso de Carlos Alonso Santillana, del que hablaré más adelante. Yo nunca había oído hablar de Jesús Otero, pero en su Museo y Fundación pude ver las obras que el artista donó a su pueblo natal poco antes de morir. Algunas están expuestas en el jardín y otras muchas se hallan repartidas por el interior del edificio.


En la misma casona donde está el Museo y Fundación Jesús Otero se encuentra la Biblioteca Pública de Santillana. Dado que fuimos a ver el museo un jueves por la tarde, esta se encontraba abierta. Yo soy bibliotecario, de manera que no pude resistir la tentación de entrar a curiosear en la parte del edificio dedicada a albergar la colección bibliográfica del pueblo. 


Curioseando, di con el bibliotecario, con el que me sentí bastante identificado. La biblioteca es pequeña, pero está muy cuidada y me resultó muy acogedora. Al verla, recordé por qué me gusta tanto mi trabajo. 

Cambiando de tercio, tengo que decir que en Santillana no hicimos demasiado gasto en negocios de restauración. Todas las noches cenamos en el Parador y casi todos los almuerzos los hicimos en otros lugares de Cantabria o de Asturias. Sin embargo, hubo un día que sí comimos en Santillana. Lo hicimos en el Restaurante Plaza Mayor.


El Restaurante Plaza Mayor debe ponerse imposible en verano, dada su ubicación. Está situado en plena Plaza Mayor, por lo que hará su agosto, precisamente en julio y agosto. En esas fechas, supongo que coger sitio en su agradable terraza será una odisea, desde ella no se contemplará una tranquila panorámica de la plaza, sino una procesión de turistas, y además no se si serán capaces de mantener la buena relación calidad-precio que nosotros disfrutamos. No obstante, el día que almorzamos allí todo fue positivo. El menú no fue barato, pero tampoco fue caro, y yo me tomé un rico plato de arroz caldoso y una deliciosa lubina a la plancha, en medio de un soleado remanso de paz. Mereció la pena.

Aparte, voy a hablar de mi otra experiencia culinaria en Santillana del Mar, porque también fue muy buena. En efecto, en 2002 cenamos una noche en el Restaurante Gran Duque. En aquella época no existía Tripadvisor, pero fuimos allí con la hermana de mi tío abuelo, que fue la que nos invitó. Ahora, que ya sí existe esa web, he visto que el restaurante mantiene el nivel, porque está situado en el segundo puesto de todos los negocios de restauración santillanos.


Esta vez no pude volver a comer en el Restaurante Gran Duque, pero lo identifiqué y lo tengo fichado para el futuro.

Antes de acabar, voy a hablar, con brevedad ya, de otras localidades de Santillana que he conocido, así como del referente internacional que tiene el pueblo en su término municipal. Sobre las primeras, he de decir que todos los días he salido a correr temprano. Siempre que duermo en hoteles lo hago, y esta vez, dado que mi madre prefiere desayunar tarde, he tenido más tiempo que nunca. Por eso, además de pelearme a la carrera con las tremendas cuestas que se reparten por los cuatro puntos cardinales de Santillana, también he tenido ocasión de aprovechar las salidas para conocer dos pequeñas aldeas residenciales del municipio, que no llegan a los 300 habitantes. En total, Santillana del Mar, aparte de la capital, cuenta con otras diez entidades de población de diferente tamaño. Yo a diario atravesé corriendo Herrán, que es una de ellas, y un par de veces me detuve allí a la vuelta y la recorrí paseando. Está bastante cerca del casco histórico de Santillana, por lo que se puede considerar que es el núcleo residencial más cercano al meollo turístico hecho en piedra.



La otra población que vi fue Camplengo, que es la segunda más cercana al casco histórico de Santillana. Al igual que Herrán, es un núcleo eminentemente residencial. Su particularidad reside en que en ella está el campo de fútbol de Santillana.


En efecto, el Campo Municipal Carlos Alonso Santillana está a las afueras de Camplengo, pero muy bien comunicado con la zona habitada, que queda a pocos metros. Yo dormí cinco noches en Santillana y los cuatro primeros días que salí a correr tiré hacia Herrán, como he mencionado, pero el quinto me dirigí en dirección contraria y subí hasta Camplengo, buscando el pueblo y el campo de fútbol. Lo había visto a lo lejos y decidí acercarme. Por fortuna, lo vi abierto, de manera que acabé la tirada en su puerta y pude entrar.


Yo soy del Betis, pero, en mi más tierna infancia, Carlos Alonso Santillana y Juan Gómez Juanito eran mis ídolos. Seguramente, tuvo que ver en ello el hecho de que en la primera mitad de los años 80 del siglo pasado en los dos canales de televisión que había solo ponían partidos del Real Madrid y de la selección española. En consecuencia, era difícil no sentir admiración por la dupla de atacantes que, en aquella época, era fija tanto en el uno como en la otra, pero, más allá de eso, lo cierto es que Juanito y Santillana forman parte de mi niñez más inocente. Fue muy simbólico asomarme al campo que lleva el nombre del segundo.

Después del ratillo que eché curioseando en las instalaciones deportivas me volví andando, dándome un agradable paseo.

He dicho antes que no iba a despedirme sin hablar del gran referente internacional que tiene el pueblo en su término municipal. No es el Zoológico de Santillana, que es un lugar que recuerdo de niño y que volví a visitar en 2014, cuando tuve la oportunidad de conocer, incluso, a la dueña. Aquella fue una curiosa experiencia de la que hablaré la próxima vez, pero ahora realmente quería hacer mención a los principales highlights de Santillana del Mar, que son el Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, y, sobre todo, la propia Cueva de Altamira. Yo he tenido el privilegio de entrar en la mismísima cueva, cuyo exterior parece cualquier cosa, menos el acceso a la Capilla Sixtina del arte prehistórico.


También he visto dos veces la Neocueva de Altamira y el museo en el que se encuentra, pero de esto hablaré en el futuro, cuando pueda volver a este interesante espacio expositivo, creado en 2001. Para él tengo idea de escribir, más adelante, un post aparte.

Por lo que respecta al presente, los cinco días en Santillana dieron para mucho. Todo lo que considero que es más interesante en el pueblo ya lo he visto, pero se que, si surge la oportunidad, volveré, y entonces seguro que encontraré nuevos reclamos en los que profundizar.


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado SANTILLANA DEL MAR.
En 1989 (primera visita consciente), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en Cantabria: 11'1% (hoy día 100%).
En 1989 (primera visita consciente), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 5'2% (hoy día 35'7%).

Reto Viajero MONUMENTOS DESTACADOS DE ESPAÑA
Visitado SANTILLANA DEL MAR.
En 1989 (primera visita consciente), % de Monumentos Destacados de España visitados en Cantabria: 33'3% (hoy día 100%).
En 1989 (primera visita consciente), % de Monumentos Destacados de España visitados: 10% (hoy día 42%).


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