Mont Saint-Michel es uno de esos lugares del mundo que son como un icono. Esos sitios, por la razón que sea, trascienden a su propia realidad, y se convierten en estándares definitorios de la humanidad. Las pirámides egipcias o la Torre Eiffel son algunos de ellos. Mont Saint-Michel es otro. No en vano, es el monumento más visitado de Francia que no está en el entorno de Paris, como ya comenté en el post anterior. En el país galo, solo le superan en número de visitantes los cinco principales highlights de la capital. Ese dato es una barbaridad, teniendo en cuenta que ninguna nación mundial recibe tantos turistas como Francia. En consecuencia, no creo que haya demasiadas personas que no identifiquen esta imagen.
Dicen que Víctor Hugo sintetizó a la perfección lo que es Mont Saint-Michel, al afirmar que es una doble obra maestra. Por un lado, lo es de la naturaleza, y por otro, lo es del hombre. Porque, en efecto, con anterioridad a que el ser humano pusiera sus pies en este mundo, el lugar hoy bautizado en honor al Arcángel Miguel ya era un montículo de granito, que había resistido a la erosión durante cientos de millones de años, antes de que el deshielo de la última glaciación elevara el nivel del agua del mar, eliminara la vegetación de la Bahía y convirtiera el peñasco en una isla, que queda comunicada con la tierra firme solo un par de ratos al día. Con la obra maestra natural creada, fue el hombre el que procedió a hacer la suya... porque, efectivamente, el monte ya era un sitio sagrado para los druidas galos, que se habían fijado desde tiempos remotos en la notoria singularidad de aquella roca semiaislada. Como resultado de eso, en ella había oratorios y santuarios paganos antes de la romanización de la zona. Llegado el 708, con todo el entorno cristianizado, parece que al obispo Auberto de Avranches se le apareció en sueños el mencionado Arcángel Miguel y le pidió que fundara un santuario en su honor, en lo alto de la peña. Auberto obedeció y envío a varios clérigos a la parte superior del cono, para construir allí una capilla devocional. 250 años después, en el 966, Ricardo I, duque de Normandía, expulsó a los religiosos herederos de los primigenios y se llevó al lugar a doce monjes benedictinos. Fue entonces cuando se empezó a erigir la Abadía. Como consecuencia de la construcción de un nuevo templo de tres pisos, la capilla original, que estaba en principio al aire libre, terminó convertida en una cripta, denominada Notre-Dame-Sous-Terre, bajo una plataforma, en el segundo nivel del nuevo edificio, ejerciendo de sostén de la planta superior. En 1080, las dependencias monásticas ya conformaban una especie de fortaleza eclesiástica, con guarnición militar incluida.
En el siglo XIII, al recinto se le habían añadido despensas, cocinas, comedores, celdas para los monjes y salas para acoger a peregrinos de todas las clases sociales. También el claustro, la iglesia abacial, las cuatro criptas y el recinto de bóvedas que hacía las veces de scriptorium. La disposición del edificio en tres niveles no era casual. En el superior, en el que estaban el refectorio, el templo y el claustro, los religiosos pasaban la mayor parte del tiempo. El abad recibía a sus invitados nobles en la planta intermedia, mientras que los soldados y los peregrinos de escala social más modesta tenían que conformarse con permanecer en el piso inferior.
Con respecto a los peregrinos, en la Edad Media Mont Sant-Michel se convirtió en el cuarto destino de peregrinación en importancia, tras Jerusalén, Roma y Santiago de Compostela. Una de las claves del éxito fue la vinculación del santuario al Arcángel Miguel, ya que, para los creyentes de la época, este ejercía de vínculo entre este mundo y el reino de Dios. Por ello, era menester ir a su casa, para poder asegurar la entrada en el paraíso. Gracias a eso, el número de peregrinos fue in crescendo, lo que provocó que en el peñasco se fuera generando una aldea, desarrollada a modo de colmena. Así pues, el poco espacio que proporcionaba la roca se aprovechó para fundar un próspero burgo medieval, que fue ascendiendo hasta el recinto religioso que la coronaba.
A partir de XIV, los conflictos bélicos europeos obligaron a reforzar y a desarrollar aún más los elementos defensivos de Mont Saint-Michel. Nació así su muralla, que estaba protegida por troneras, torreones y puentes levadizos. Gracias a las protecciones y a su posición natural, el monasterio fortificado resistió hasta tres asaltos de los ingleses, durante la Guerra de los Cien Años.
En aquella época, el acceso principal a la ciudadela estaba situado en la Puerta del Rey, que más parecía la de un castillo.
Detrás de los muros, quedaron para la posteridad una serie de escalinatas y sinuosos callejones adoquinados, que, desde entonces, van subiendo hasta la Abadía.
No obstante, tras la época de esplendor, Mont Sant-Michel también pasó por momentos duros. En efecto, con la llegada de la Edad Moderna, la comunidad de religiosos que habitaba la Abadía entró en franca decadencia, y, con ella, todo lo que tenía asociada. Después, en 1789, tras la Revolución Francesa y la nacionalización de los bienes de la iglesia, los monjes fueron expulsados. La transformación en prisión del cenobio evitó su abandono total, pero en 1863, cuando dejó de ejercer de cárcel, el mismo estaba hecho polvo. Tras ser declarado Monumento Histórico de Francia, comenzó su restauración, y eso propició su renacimiento, que culminó en 1979, año en el que Mont Sant-Michel y su bahía circundante se convirtieron en Patrimonio de la Humanidad. El hecho de alcanzar ese estatus confirmó el segundo periodo de brillo del enclave, que es el presente. Por otro lado, a finales de la década de los setenta del siglo XX los benedictinos habían vuelto a habitar la Abadía, pero en 2001 los últimos tres monjes de esta orden abandonaron el lugar, dado que cada vez les resultaba más complicado mantener el voto de silencio, con tanto turista deambulando por su casa. Fue entonces cuando una pequeña representación de la Fraternidad Monástica de Jerusalén, una familia religiosa surgida en París en 1975, se trasladó a Mont Sant-Michel. Actualmente, la comunidad está compuesta por cinco frailes y siete monjas, que parece que logran convivir con naturalidad con la muchedumbre. Hoy día, el monasterio recibe 1'5 millones de visitantes anuales, y por las calles del burgo caminan el triple de personas, ya que 2/3 de los que van hasta ese rincón de Francia no paga la entrada para acceder el edificio religioso. A mí, como siempre, me sorprende que la gente se desplace tanto para quedarse a medias. Sin embargo, gracias a ello, la Abadía la vimos sin bullas alrededor. En cambio, la Grande Rue estaba masificada.
El caso es que nosotros hicimos una visita bastante completa. Nada más llegar, accedimos a la fortificación atravesando las tres puertas que la protegen. La primera es la Porte de L'Avancee, que pertenece a la muralla. Por el lado de fuera mira, directamente, a la explanada exterior que se inunda, y por el de dentro da paso a un primer espacio defensivo cerrado, en el que hay otro portón, que es este de aquí abajo.
Tengo que decir que, a pesar de la multitud que se agolpaba en los 300 metros que mide la Grande Rue, la calle me pareció espectacular. Eso sí, está repleta de tiendas de recuerdos y de restaurantes, atestados de personas. Yo también estaba allí, de manera que no puedo negar que era tan turista como el resto. Sin embargo, cuanto mayor es el número de gente que se reúne, más fácil es toparse con algún vaina. Yo vi, por poner dos ejemplos, a uno que, por lo que se ve, quería ir desde la primera puerta, hasta lo alto de la Abadía, en plan canguro, dando grandes saltos con los pies juntos. Por supuesto, llevaba detrás a dos amigos grabando su absurdo reto. Igualmente, me crucé con otras dos, que habían decidido que, en un sitio famoso por su masificación, por sus estrechas vías y por sus 500 escalones, era una buena idea subir hasta arriba un remolque de los que se usan para transportar niños grandes, y que, a veces, se acoplan a las bicicletas (es de suponer que las bicis sí las habían dejado abajo, pero dentro del remolque llevaban a dos niños de cinco o seis años). El caso es que, tras sudar la gota gorda para subir un primer tramo de escaleras, cortando el flujo de circulación de la marea humana que trataba de avanzar, dejé a la pareja dudando, entre inmolarse e ir a por los 480 escalones que les quedaban por subir (y que luego tenían que bajar), o asumir, tarde, que hay lugares en los que incluso los niños un poco mimados tienen que ir a patita.
Pese a ejemplos como estos, lo cierto es que yo estaba un tanto deslumbrado por el aura mítica de Mont Sant-Michel, por lo que no me fue difícil imaginar que toda esa gente vestía ropas medievales, en vez de pantalones vaqueros. Por ello, disfruté de la estrecha calle, que está flanqueada por casas de piedra de granito con tejados de pizarra y entramados de madera.
Para ver la Abadía, nosotros habíamos comprado las entradas en el hotel, pero íbamos con el tiempo justo para recorrerla bien, de manera que al entrar en Mont Sant-Michel tiramos directamente hacia arriba, subiendo escalones sin parar.
Como he dicho antes, nada más atravesar la reja de la Abadía y pasar el control de acceso, la cantidad de gente disminuyó de una manera brutal.
Tras cruzar la verja de entrada al monasterio, lo primero que hicimos fue asomarnos a la barandilla del recinto que da al sur. Las vistas me dejaron con la boca abierta. Mirando hacia abajo, vimos la explanada que da a la Porte de L'Avancee.
Echando la vista al frente adivinamos, a lo lejos, la presencia de La Caserne. En este núcleo de población es donde están ubicados todos los hoteles asociados a Mont Saint-Michel. También vimos la carretera que lleva allí, así como la desembocadura del Rio Couesnon, y la Presa del Couesnon, que acumula agua en la pleamar y la libera en la bajamar, para que se lleve los sedimentos acumulados en la Bahía, impidiendo que estos la colmaten y Mont Saint-Michel deje de ser una isla.
La Abadía es la atracción estrella de Mont Saint-Michel, aunque no todos lleguen a traspasar sus puertas. Está construida en la punta del cono de la montaña, y es responsable, en gran parte, del inimitable perfil de la roca. Levantar ahí un monasterio de esas características fue un reto para sus artífices, porque no había casi espacio. Como adelanté antes, el complejo monacal está construido en tres niveles, por lo que también hay bastantes escaleras en su interior. Nosotros entramos por el piso superior, accediendo directamente a la iglesia abacial. Hasta la fecha, creo que no había cogido imágenes de la Wikipedia para este blog más de dos veces, pero hoy voy a poner tres planos del cenobio, sacados de la gran enciclopedia digital, porque son magníficos y aclaran mucho las explicaciones. El primero que pongo es de la planta superior. El acceso lo hicimos por el lado sur de la nave principal del templo.
En el caso de la iglesia, el crucero descansa sobre roca firme, mientras que la nave principal, el coro y los brazos se sustentan sobre las salas inferiores. Es importante recordar eso cuando ponga los planos de los niveles más bajos.
Con respecto al interior del templo, en él se observan una mezcla de estilos. Efectivamente, la nave y el crucero son románicos de los siglos XI y XII, pero el coro es de finales del siglo XV y su estilo arquitectónico es gótico flamígero.
A mí, lo que más me impactó de la iglesia fueron sus tremendos pilares.
Los edificios de la cara norte de Mont Saint-Michel, es decir, los que se asoman a la Bahía de Mont Saint-Michel, se conocen como La Maravilla. Para ver ese frontal hay que rodear la roca, cuando está la marea baja, y alejarse un poco. Hay gente que lo hace, en compañía de un guía. Yo me quedé con las ganas, pero no descarto hacerlo en el futuro. Esta vez, La Maravilla la vi por dentro. En este piso más alto está compuesta por el claustro y el refectorio. En el primero, el jardín central está rodeado por una doble hilera de arcos, soportados por pilares de granito.
El refectorio, por su parte, es una sala abovedada y grande, que está iluminada por dos ventanas, las cuales están ubicadas en uno de los muros. Data de principios del siglo XIII.
Después de ver el refectorio, bajamos al segundo nivel. En él, el centro ya está conformado por la piedra de la montaña, por lo que las dependencias están construidas alrededor de esta. Tanto la roca, como esas dependencias, sustentan el piso superior.
En este segundo nivel vimos el Promenoir des Moines. Se trata de un deambulatorio, que tiene un conjunto de bóvedas nervadas que están entre las más antiguas de Europa.
Formando parte de La Maravilla están la Salle dite des Chevaliers y la Salle des Hôtes, es decir, la sala de los caballeros y la de los invitados. La primera está justo debajo del claustro y la segunda sostiene el refectorio. De las dos, me llamó especialmente la atención la Salle des Hôtes, que data de 1213 y cuenta con dos enormes chimeneas. No me resultó muy difícil imaginarme allí a los huéspedes, peleándose por dormir, tirados por los suelos, lo más cerca posible del fuego.
Adosada a la Salle des Hôtes vimos la Chapelle Sainte-Madeleine y, a continuación, la Crypte des Gros Piliers y la Crypte Saint-Martin. Ambas están rodeando la roca, sobre la que está plantada la iglesia abacial. La primera es la que está justo debajo del coro y toma su nombre de los enormes pilares que tiene, que aun así, no son tan grandes como los del templo. La de la segunda foto que pongo abajo es la Crypte Saint-Martin.
En la sala que antaño hacía las veces de osario se conserva una noria de madera, instalada a principios del XIX, que servía como montacargas, para ayudar a subir materiales para las obras y otras cosas.
No obstante, en este segundo nivel destaca, por encima de todo, la Crypte du Notre-Dame-Sous-Terre, que mencioné antes. Pese a su importancia, nosotros no pudimos verla. En origen, fue una capilla normal, que estaba al aire libre. Con la construcción de la Abadía, pasó a estar encajonada entre el segundo y el primer piso de esta, sustentando el tercero. Se convirtió, así, en una sala del complejo monástico. Lo curioso es que parece que estuvo oculta durante muchos siglos, hasta que se redescubrió en 1903.
Por último, al construir la Abadía se creó también un nivel inferior. En este, la parte rocosa, que se corresponde con el cono de la montaña, es más grande que en el superior, lógicamente.
A pesar de su aspecto monolítico, la Abadía de Mont Saint-Michel nunca ha sido un ente inalterado. Durante toda la Edad Media estuvo en expansión, y después no paró de sufrir vicisitudes. De hecho, en 1776, tras un incendio, se demolieron los tramos occidentales de la nave de la iglesia abacial y se construyó la fachada actual (la que he dicho que no es muy bonita). Luego, ha habido partes que han sido restauradas, hasta incluso el siglo XXI. En cualquier caso, a mí me pareció un edificio muy armónico. Fue un honor pasear por sus estancias y ver la mayoría de ellas con calma.
Tras acabar la visita a la Abadía emprendimos el descenso a la base de Mont Saint-Michel, buscando otra vez la Porte de L'Avancee.
A esa hora ya había menos gente, sobre todo en la parte alta del burgo. Fue ese el momento en el que nosotros aprovechamos para recorrer algunas de las callejuelas que quedan entre la Grande Rue y la Abadía.
Desde esa zona alta de Mont Saint-Michel también se ven bonitas vistas.
Las escaleras y los pasadizos que serpentean por esa parte de Mont Saint-Michel conducen a una iglesia, que tiene a su lado un pequeño cementerio.
Tras recorrer ese sector, volvimos a enlazar con la Grande Rue y continuamos el descenso por ella.
Fue entonces cuando reparamos en que la capilla que tenía el cementerio, y que por delante parecía cerrada, realmente estaba abierta a todo el mundo por uno de sus laterales. Se trata de la Église Saint-Pierre.
Tras ver la capilla, continuamos descendiendo hasta llegar a la Porte de L'Avancee. Después de atravesarla nos alejamos un poco, aprovechando que estaba la marea baja, y estuvimos haciendo fotos panorámicas, durante un rato.
No obstante, mi visita a Mont Saint-Michel no había concluido. Aún me quedaba el tiempo de descuento. En efecto, al día siguiente, como hago casi siempre que viajo con Ana, Julia y María, me desperté más temprano que ellas y me fui a correr. Normalmente, eso es algo que me encanta, pero esta vez, además de divertido y saludable, fue emocionante. Nos alojábamos en La Caserne, de manera que estaba a unos dos kilómetros de Mont Saint-Michel. En consecuencia, al salir del hotel me dirigí a la carretera que separa La Caserne del monte, la recorrí a buen ritmo y llegué hasta su base. Marcarme un buen rodaje por ese trayecto, a primera hora de la mañana, fue flipante, por las vistas y por el ambiente. Era temprano y solo me crucé con unas cuantas personas que estaban caminando. También me adelantó alguna furgoneta de reparto, que se dirigía a los restaurantes y negocios del pueblo, pero la tranquilidad era absoluta, por lo que fue una experiencia muy gozosa. Luego, al alcanzar el pie de las murallas vi que la marea estaba baja, al igual que la tarde anterior. Dada esa circunstancia, sobre la marcha se me ocurrió la posibilidad de bordear corriendo Mont Saint-Michel por fuera. Su circunferencia es de 960 metros, así que era totalmente factible. Por ello, al llegar a la Porte de L'Avancee tiré a la derecha y empecé a bordear la muralla al trote. No logré completar entero el perímetro, porque en el último tramo había muchas piedras grandes y la arena estaba muy blanda, pero esa fue la excusa perfecta para que me echara a andar y pudiera disfrutar con calma del final de la aventura. En un momento dado, cuando estaba a punto de cerrar la circunferencia, opté por subir una pequeña rampa que había y traspasar la muralla por una minúscula puerta que tiene en ese lado oeste. Desemboqué a una calle llamada Les Fanils, que va a dar a otro acceso, no muy lejano a la Porte de L'Avancee, que también comunica con la explanada exterior, y donde había un puesto de policía. No tuve tiempo de curiosear, pero me gustó ver ese apartado rincón de Mont Saint-Michel. No se si habrá más puertas para entrar en el complejo, pero yo diría que las vi todas.
Me resta mucho por ver en Mont Saint-Michel. En un lugar así, hay que callejear y explorar cada recodo. Sin embargo, yo me quedé muy satisfecho con la visita que realizamos.
Antes de acabar, quiero hablar de un par de cosas que no forman parte de Mont Saint-Michel, estrictamente hablando, pero que son fundamentales para que aquello no se haya desvirtuado en exceso. Una de las cosas es la calzada elevada, de 2 kilómetros, que va de La Caserne a los pies de la muralla del monte. Desde el emplazamiento donde están los hoteles, solo se puede llegar a la roca a pie, o cogiendo un autobús lanzadera gratuito, que está activo desde primera hora (yo ya lo vi funcionando, cuando volvía corriendo, y no eran ni las 8'30 de la mañana), hasta la 1 de la madrugada. El vehículo circula continuamente y deja a 400 metros de las murallas, para que el tramo final se haga andando y no se acumulen los buses en medio de la vista de nadie. El sistema está muy bien montado.
Aparte, también es muy agradable ir andando. Para atravesar la Bahía se va por el mismo puente por el que circulan los autobuses, que está bien integrado en el entorno. En el tramo del trayecto más cercano a La Caserne, en cambio, se puede optar por continuar por la acera, junto al asfalto, o bien se puede coger alguno de los caminos que, de manera paralela, van por el campo. En todo caso, se tardan apenas 30 minutos en realizar todo el trayecto.
Por lo visto, en 1879 se construyó una carretera que permitía acceder siempre a Mont Saint-Michel, con independencia de como estuviera la marea. La misma, con el paso de los años, provocó una gran acumulación de sedimentos, que amenazó con convertir el monte en una península. De hecho, los ratos en los que el peñasco se quedaba aislado ya se habían reducido drásticamente. Lejos quedaban los tiempos en los que la Abadía cada jornada solo era accesible en los dos momentos puntuales de la bajamar. Para intentar recuperar ese efecto, en 2014 el camino asfaltado fue sustituido por el puente de 2 kilómetros, diseñado para permitir que fluyeran las mareas por debajo y que el Rio Couesnon, que desagua en la Bahía, no encontrara trabas. Poco después, el plan humano para que Mont Saint-Michel volviera a asemejarse a una isla se completó, con la inauguración oficial de la Presa del Couesnon (realmente, llevaba funcionando desde 2009). Eso significa que, en la actualidad, todo ha vuelto a estar en su sitio y bajo control en Mont Saint-Michel, hasta el punto de que el espectáculo de ver la roca rodeada de agua se garantiza, de nuevo, dos veces al día. En la siguiente foto, se ve la presa a la derecha, unos metros antes de la desembocadura del río.
La presa tiene una función concreta, pero, aparte, también ejerce de mirador y ofrece la posibilidad ver unas preciosas vistas de Mont Saint-Michel, sobre todo de noche.
En definitiva, a pesar de las hordas de turistas que visitamos Mont Saint-Michel, tanto la Abadía como los estrechos callejones de su pueblo anexo aún se las apañan para transportar al viajero a la Edad Media.
A mí me faltó presenciar como sube la marea. Por lo visto, en la Bahía de Mont Saint-Michel se registran las mayores variaciones mareales de Europa. Eso implica que el agua sube y baja mucho, pero también que lo hace muy rápido. Por la razón que sea, yo me acerqué a la roca, las dos veces, cuando la marea estaba bajísima. Por otro lado, como he dicho, aún quedan callejones por recorrer en los alrededores de la Abadía. Pese a estos asuntos pendientes, no le puedo poner peros a la visita que hicimos a Mont Saint-Michel. Al conocerlo, cumplí todo un sueño.
Reto Viajero TESOROS DEL MUNDO
Visitado MONT SAINT-MICHEL.
% de Tesoros ya visitados de Mont Saint-Michel: 100%.
% de Tesoros del Mundo ya visitados: 4'1%.
% de Tesoros ya visitados de Mont Saint-Michel: 100%.
% de Tesoros del Mundo ya visitados: 4'1%.
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