19 de agosto de 2022

ITALIA 2022

Quitando España, Italia es el país del mundo que mejor conozco. Lo pisé por primera vez en agosto de 1992, cuando estaba en plena adolescencia, aunque entonces lo único que hice fue dormir una noche en Bellagio. Aquel verano estaba de vacaciones con mis padres en Suiza y cruzamos la frontera de manera casi simbólica. Tres años después, volví, de nuevo con mi padre, con mi madre y con mi hermana. En esa ocasión nos marcamos la típica ruta de clásicos del norte, que nos llevó a ciudades como Pisa, Florencia, Verona y Venecia. Posteriormente, en 2000 pasé cuatro meses en Génova, disfrutando de una Beca Erasmus. Ese cuatrimestre viajé bastante. La mayoría de los desplazamientos fueron excursiones de un día, pero también bajé a Roma cuando María vino a verme. Yendo con ella regresé a Pisa y a Florencia. Por último, en 2005 María y yo nos pegamos tres semanas dando vueltas por Italia, con la mochila y con una tienda de campaña a cuestas. Vimos un montón de sitios, incluidos algunos del sur. En Campania, exploramos Nápoles y Pompeya, entre otros lugares. 

No cabe duda de que, durante casi tres lustros, Italia y yo vivimos un idilio importante, pero en 2005 se frenó la cosa, y no había vuelto a ese país. Este verano teníamos ya maquinado el viaje a Francia y también una estancia de una semana en Punta Umbría, de la que hablaré dentro de un par de posts, pero en ambos periodos vacacionales íbamos a estar con la familia, en el sentido amplio de la palabra. Yo tenía ganas de pasar tres o cuatro días con María y con las niñas a solas, por lo que decidí aprovechar el puente de agosto para ir a algún sitio. En principio, había pensado en la Alpujarra... pero acabamos en Milán. El caso es que encontré unos billetes de avión muy baratos, que posibilitaban que pasáramos de viernes a lunes en la megalópolis de Lombardía. No me lo pensé. Los compré, pillé un apartamento a través de Airbnb y arreglé una escapada a Italia, que me transportó a mi pasado más entrañable.

Yo ya había estado dos veces en Milán. Realmente, el año de la Erasmus estuve en varias ocasiones en la ciudad, pero todas las cuento como una. En 2005 volví. Esa sería la segunda. De las veces que pisé Milán, durante mi estancia de cuatro meses en Génova, recuerdo con especial cariño el día que fui al Estadio Giuseppe Meazza, a ver un Inter de Milán-Fiorentina de la Serie A.


Aquel partido lo ganó la Fiore por 0-4, por lo que presencié un funeral, pero me lo pasé de miedo. Marcó Batistuta y vi como Roberto Baggio se iba del campo, hecho una furia, al ser sustituido por Marcello Lippi, que entonces entrenaba al Inter. Fue mítico. Por lo demás, en esa jornada estuvieron a punto de robarme en el Parco Sempione en dos ocasiones, en el plazo de diez minutos, y también tuve mi primer contacto con la Piazza del Duomo y con la Galleria Vittorio Emmanuelle.

En el año de la Erasmus volví a Milán otras veces, como he dicho. En mayo, fui a un concierto punk, en el Palacio de los Deportes, en el que los cabezas de cartel fueron NOFX. Además, un par de meses antes había vivido una pequeña aventura, cuando, tras haber volado al Aeropuerto de Milano-Linate y haber cogido el autobús a la Stazione Milano Centrale, llegué a esta para enlazar con el tren a Génova y me encontré conque ya no había servicio ferroviario hasta el día siguiente. Iba sin dinero y decidí dormir en un banco de la estación, pero a medianoche me echaron de allí y me vi, más solo que la una, en la Piazza Duca D'Aosta, que es un lugar muy sórdido de noche. La cosa hubiera acabado mal, era evidente, así que cogí el móvil y le pedí permiso a mi padre para quemar la tarjeta que llevaba, que iba contra su cuenta, y buscarme un hotel. 

Todos esos momentos se me vinieron a la cabeza el pasado fin de semana, cuando puse de nuevo mis pies en Milán. Esta vez no hubo fútbol, ni conciertos, ni me topé con indeseables que intentaron robarme, ni traté de dormir como un sin techo. En esta ocasión fui en familia, y tuve la oportunidad de explorar la ciudad mejor que nunca. Mi idea inicial era disfrutar, en la intimidad, de un fin de semana largo, con María, con Ana y con Julia, pero la verdad es que, finalmente, no estuvimos solos por completo. En efecto, para comer, el sábado y el domingo, y para la cena del sábado, quedamos con Ruth y con Gabriele. De ella he hablado en varios posts de este blog. Fue mi compañera de piso cuando estuve en Génova, vive en Madrid y nos vemos dos o tres veces al año, tanto en la capital, como en Sevilla. Gabri fue su pareja durante una década y es milanés de adopción. En realidad es suizo, porque nació en Novazzano, pero este pueblo linda con la frontera italiana y está a escasos 50 minutos de Milán. En la actualidad, pese a que ya no viven juntos en Madrid, Ruth y Gabri siguen siendo amigos, hasta el punto de que ella va a la casa suiza de Gabri de vez en cuando. Gabri, por otro lado, se desplaza a Milán con frecuencia. Por eso, cuando se enteraron de que María y yo íbamos a echar un fin de semana largo allí, me propusieron cuadrar un encuentro y yo acepté encantado. Ellos durmieron en un apartamento que les prestó una amiga de Gabri. Nosotros lo hicimos en uno que alquilé, en un barrio denominado Tibaldi. El mismo está un poco en terreno de nadie. Al noroeste, tiene cerca a Navigli, y al norte llega hasta Ticinese, dos vecindarios interesantes. Este último colinda con el centro histórico. Tibaldi limita al sur con Stadera y al este con Morivione. Estas últimas también son zonas más o menos bien definidas, pero Tibaldi no parece tener demasiada personalidad propia. En todo caso, allí nuestro apartamento estuvo ubicado en la Via Giulio Carcano.


La Via Giulio Carcano es perpendicular a la Via Giuseppe Meda. Esta forma parte de una larga artería, totalmente recta, que, con diferentes nombres, va desde el sur de Milán hasta su meollo. La ubicación del apartamento nos resultó, por tanto, muy cómoda. Tibaldi, por otra parte, no estuvo mal. Los problemas fueron que estaba desierto, por una razón que ahora comentaré, y también que el barrio con el que limita al sur es una de esas zonas humildes, en las que predomina la honradez, pero en donde no debes ir de pardillo, porque hay un porcentaje de gente con ciertas necesidades que, sin haberlo previsto con antelación, te puede dar el palo si se encuentra contigo y te ve despistado.

Por lo que respecta al viaje en sí, nosotros, tras volar el viernes por la tarde, logramos llegar al apartamento aproximadamente a las 21'30. A esa hora, era ya de noche, la Via Giulio Carcano estaba vacía y sus alrededores también. La incertidumbre para lograr acceder a nuestro alojamiento fue la mayor que he vivido en mis más de 40 experiencias con Airbnb, pero al final todo cuadró. Aun así, después de pegarnos casi dos semanas en Francia, a base de hotelazos, el hecho de regresar a los apartamentos turísticos supuso una dura vuelta a la realidad. No obstante, lo cierto es que no estuvimos mal. Eso sí, lo de que Tibaldi pareciera Marte no cambió al día siguiente. Resulta que en el puente de agosto se produce en Italia una desbandada generalizada, al menos en las grandes ciudades como Milán. Efectivamente, la fiesta del 15 de agosto es tan señalada en el país transalpino, que tiene hasta nombre propio: se denomina Ferragosto. Por lo visto, esa festividad suele ir acompañada de éxodos masivos a la playa o a la montaña. En las zonas menos turísticas de Milán que yo vi, desde luego parecía que había acaecido una hecatombe nuclear.


Ese vacío existencial que vi en barrios como Tibaldi, y que afectaba tanto a los negocios, como a las personas, contrastó con lo masificado que estaba el centro de Milán. Nosotros, como es lógico, nos paseamos mucho por el meollo milanés. De hecho, llevábamos dos visitas reservadas. La primera fue a la obra de arte por excelencia que hay en Milán, que está en una pared del Convento di Santa María delle Grazie. Me refiero a La Última Cena de Leonardo Da Vinci. En una de mis anteriores estancias en Milán ya había visto por fuera la iglesia que acompaña al convento.


Sin embargo, no había contemplado el magnífico mural de Leonardo y me he quitado esa espinita. Lo vimos el sábado por la mañana y me encantó.


La Chiesa di Santa María delle Grazie fue construida, en origen, en estilo gótico, por Guiniforte Solari, pero unos años después, el Duque de MilánLudovico Sforza, decidió que no le gustaba y le encargó a Bramante su reforma. Este proyectó un nuevo presbiterio con una cúpula, sostenida por un cubo renacentista, aunque parece que la obra la dirigió Giovanni Antonio Amadeo. Por lo visto, la idea de Sforza era sustituir también la nave y la fachada, pero no tuvo tiempo, porque Milán cayó en manos de los franceses en 1499, por lo que la iglesia acabó siendo una mezcla de estilos gótico y renacentista. 


Junto a la iglesia está el Convento, al que pertenece el refectorio donde está La Última Cena. Nosotros empezamos viendo la pintura, después entramos en el templo por la portada, y acabamos regresando al cenobio sin volver a salir a la calle. En concreto, vimos uno de sus claustros, el Chiostro dei Morti. Desde él, contemplamos bien el tambor de 16 lados de la cúpula proyectada por Bramante.


Con respecto a La Última Cena, la misma cubre una de las paredes del refectorio del Convento. El hecho de que esa maravillosa creación siga viva es casi un milagro, en primer lugar por la decisión de Leonardo de usar pintura al oleo, en vez de utilizar la técnica del fresco, habitual en las pinturas murales, que proporciona mayor durabilidad. Por otro lado, las guerras también han estado a punto de acabar con la obra por la vía rápida. Para empezar, en el siglo XIX algunos soldados del ejército napoleónico la usaron para sus prácticas de tiro, pero fue en la II Guerra Mundial cuando más riesgos sufrió, puesto que en 1943 una bomba destruyó el Convento. Milagrosamente, la pared de La Última Cena, quedó en pie.


La anécdota de la visita estuvo relacionada con la guía que nos acompañó. Resulta que, cuando yo busqué en Internet como se podía ver la obra de arte, ya estaba casi todo el aforo completo para la jornada en la que nosotros podíamos ir. Solamente quedaban libres dos horas, que eran un poco más caras, porque el recorrido se hacía con un guía. Yo, por supuesto, no tuve problema en reservar, pero el Día D, al recoger las entradas en la biglietteria de Santa Maria delle Grazie, nadie me advirtió de que la guía fuera a usar un micrófono y de que yo tuviera que ponerme unos auriculares para oír sus explicaciones. Por lo que vi, a la mayoría de la gente tampoco la informaron. Luego, cuando la señora comenzó a hablar me sorprendió que lo hiciera tan bajo, y que no se la oyera ni siquiera con el micrófono que llevaba. Era muy raro, pero no dije ni pío. No obstante, pasado un buen rato me di cuenta de que unas pocas personas de las que iban en nuestro grupo tenían puestos unos auriculares. En ese momento caí. Ellos sí estaban oyendo los cuchicheos de la guía en el micrófono, lógicamente. Por desgracia, ya era tarde para remediar el problema. No pasa nada. Me leí los carteles, me fijé bien en el cuadro y me di por satisfecho. Tras ver La Última Cena, salimos a la calle y accedimos a la iglesia y al claustro. No reclamé los auriculares, pero lo que sí hice, en ambos lugares, fue pegarme a la guía para escuchar lo que decía. Estando junto a ella se me escapó algo, pero también me enteré de cosas.

La otra visita que llevábamos prenotata la hicimos al día siguiente, el domingo. Fue al Duomo di Milano, pero no solo al interior, sino también a su tejado y a la zona arqueológica que tiene debajo. Fue un recorrido muy completo.


En realidad, nosotros lo que queríamos hacer, inicialmente, era subir al tejado de la catedral. Sin embargo, resultó que las entradas que teníamos daban derecho también a las otras cosas. De hecho, al final, lo del ascenso a las cubiertas fue la parte menos atractiva de la visita, porque lo hicimos en procesión. En efecto, a pesar de las reservas, había tal cantidad de gente subiendo, que apenas si se podía avanzar.


Lo peor, no obstante, llegó en la parte superior de las cubiertas. Aquello estaba abarrotado. Además, había andamios por todos lados. Fue muy poco pintoresco.


Cierto es que en el ascenso vimos de cerca los pináculos, los arbotantes y otros elementos constructivos de la catedral. Además, como tuvimos que subir a dos por hora, tuve tiempo de recrearme en los detalles. En ese sentido, la cosa no estuvo mal.



Tampoco se puede negar que se ven bonitas vistas desde arriba, aunque entre la gente y los andamios me costó trabajito asomarme para mirar a los lados.




A pesar de la numerosa compañía, fue una bonita experiencia. Realmente, la subida fue muy relajada y lo que vimos me gustó.


Sin embargo, me gustó más el hecho de poder ver el interior del Duomo con calma. La realidad es que la gran mayoría de la gente que subió al tejado se largó después, por lo que la iglesia estaba menos atascada por dentro.


En cualquier caso, lo que más me llamó la atención fue la tercera parte de la visita, que nos llevó a las excavaciones arqueológicas que hay debajo de la Piazza del Duomo y de la misma catedral. Se accede a ellas desde el interior de esta, como si se bajara a una cripta. Por lo visto, el Duomo se empezó a construir a finales del siglo XIV, en un lugar donde existían, desde época romana, otras iglesias, dado que el sitio ya era el centro de Milán desde la antigüedad. Así, en la Edad Media en ese emplazamiento se alzaban dos templos (coloreados en rosa y en morado en el plano inmediatamente inferior), con sus respectivos baptisterios (en el plano solo está marcado uno, en azul). Todos esos edificios fueron demolidos.



Al bajar a las excavaciones pudimos comprobar todo lo que ha subido el suelo de Milán desde la antigüedad. De hecho, vimos que, incluso antes de la construcción de las dos iglesias que se demolieron para construir el Duomo, ya hubo otros edificios en ese emplazamiento, como se puede apreciar en el segundo plano que he puesto arriba, donde se ven las plantas de Santa Tecla, Santa Maria Maggiore, sus campaniles, así como las de un par de templos anteriores. También es muy curiosa la foto que pongo a continuación, hecha en la época en la que se excavó a cielo abierto en la Piazza del Duomo, entre 1961 y 1962.


El caso es que las excavaciones me gustaron mucho. Además, las hordas humanas que habíamos visto en el tejado ignoraron el Área Arqueológica, de manera que la vimos casi solos.


El Duomo es el Duomo. No cabe duda. Se trata de la catedral más gigantesca de Italia (teniendo en cuenta, eso sí, que la Basílica de San Pedro está en Ciudad del Vaticano) y una de las más grandes del mundo (aquí el ranking es controvertido). Por su parte, gracias a La Última Cena, Santa Maria delle Grazie también es una iglesia top. Sin embargo, en este viaje a mí me impactó en mayor medida otra que vimos, llamada San Bernardino alle Ossa. El templo, propiamente dicho, no es muy llamativo, pero su osario es estremecedor.


En efecto, como se puede apreciar en las imágenes, en el osario de San Bernardino alle Ossa se han tomado la molestia de hacer bonitas figuras con huesos y calaveras humanas. El montaje valdría, perfectamente, para ilustrar la portada de un disco de Slayer. Luego son los heavys los que son siniestros... 


Los huesos del osario son de pobres que murieron en el Ospedale del Brolo, un hospital cercano hoy desaparecido, el cual funcionó desde 1158 hasta el siglo XVII. Por lo visto, hasta 1210 en el sitio donde se alza el Santuario di San Bernardino alle Ossa estaba el cementerio del hospital, pero ese año, dado que ya no había espacio para enterrar a la gente, se construyó una cripta, para poder exhumar los huesos antiguos de las tumbas del cementerio, ganar espacio para nuevas sepulturas, y tener un lugar donde guardar esos huesos extraídos. Más de medio siglo después, en 1268, cerca del camposanto se construyó una pequeña capilla, y durante toda la parte final de la Edad Media y el principio de la Edad Moderna no hubo novedades en la zona. Sin embargo, en 1642 el campanario de la vecina Basilica di Santo Stefano se vino abajo y destrozó la iglesia y el osario. Ambos fueron reconstruidos, pero esta vez este último dejó de ser una cripta y pasó a ser un edificio, anexo al templo principal. Así sigue hoy día. Por lo que respecta a la iglesia en sí, en 1750 se construyó, junto al osario, una mayor, de planta octogonal, usando la vieja como atrio (la nueva iglesia es como un octógono, que tiene delante un rectángulo, ejerciendo de atrio. Ese rectángulo es lo que queda de la antigua iglesia). A su lado se sigue alzando la Basilica di Santo Stefano Maggiore, en la que también entramos.


Más allá de las visitas puntuales, lo más destacado del fin de semana fueron los paseos. Para empezar, caminamos mucho por los alrededores de la Piazza del Duomo, como no podía ser de otra manera. 


No muy lejos de esta, en dirección oeste, se encuentra la Piazza Mercanti, que era el centro de la vida ciudadana en época medieval. Como tal, está rodeada de bonitos edificios. De entre ellos, destaca sobremanera el Palazzo della Ragione, que fue inaugurado en 1233 para albergar los tribunales de justicia milaneses y también las reuniones del consejo de la ciudad (era el epicentro del poder). Sus pisos superiores no pude verlos, pero sí paseamos por sus soportales, que en el pasado daban cobijo a los mercaderes. 


Precisamente, los soportales permiten hacer un curioso juego, que consiste en ponerse de cara a una esquina y susurrar algo. Al hacerlo, otra persona que se haya colocado en la misma posición, en la esquina opuesta, oirá lo cuchicheado con total claridad.


Nosotros hicimos la prueba y comprobamos que el efecto es casi diabólico. No se a qué se debe, ni cómo está diseñado el edificio para que eso ocurra, pero es espectacular.

Más al este de la zona de la Piazza Mercanti está la Chiesa di Santa Maria delle Grazie. Para verla, fuimos y regresamos andando, por lo que anduvimos por avenidas como Via Dante, Via Meravigli y Corso Magenta. Son amplias calles comerciales, flanqueadas por edificios de cuatro o cinco plantas, muchos de ellos de bella factura.

Al sur de la Piazza del Duomo es donde se encuentra el Santuario di San Bernardino alle Ossa. En esa zona también vimos la fachada principal de Ca'Granda, que da a la Via Festa del Perdono. Antaño, ese edificio albergó el Ospedale Maggiore di Milano, y hoy es la sede principal de la Università Degli Studi di Milano

En el lado norte de la Piazza del Duomo se halla la Galleria Vittorio Emmanuele, que es uno de los principales referentes de Milán. Se trata de una galería abovedada cruciforme, que data de 1865, y que cuenta con un impresionante techo de cristal.




Esta galería es una de las esquinas del triángulo, más o menos irregular (le faltaría la esquina inferior derecha), en el que se concentra la zona comercial de Milán dedicada a la moda.


Las cuatro principales epicentros mundiales de la moda son Nueva York, Londres, París y Milán. Por ello, es normal que el barrio fashion de la ciudad italiana sea uno de los más selectos del mundo. Yo me compré una camiseta en la tienda oficial del AC Milan, pero esa fue nuestra única concesión al consumismo en ese lugar.


Por lo demás, el núcleo de la moda en Milán está compuesto por una amplia serie de calles llenas de tiendas de ropa, que parecen estar siempre abiertas (dio igual que fuera domingo y Ferragosto). En general, había negocios para todos los bolsillos, pero dentro de esa zona destaca el denominado Cuadrilatero de la Moda, que es un conjunto de vías que forman un cuadrado casi perfecto, en el que se concentra la crème de la crème de las tiendas de prêt-a-porter


En ese pequeño submundo nos divertimos viendo vestidos, bolsos y zapatos con precios desorbitados, en los escaparates de tiendas como Gucci, Versace, Dior o Louis Vuitton. Todo lo que dicen es cierto. A través de los cristales no fue difícil ver a grupos de mujeres de Arabia Saudí, o de Qatar o de los Emiratos Árabes Unidos, o de donde fueran, tapadas de arriba a abajo, con montones de bolsas, comprando no se sabe qué. También había orientales y, por supuesto, vi a ricachos europeos. 

Haciendo de frontera entre la zona de las tiendas y el barrio de Brera, que queda al norte de la Piazza del Duomo y de la Galleria Vittorio Emmanuelle, está la Via Alessandro Manzoni, que acaba en la Piazza della Scala. Nosotros paseamos por Brera el lunes por la mañana, y fue entonces cuando estuvimos en la plaza de la opera, donde también hay una Estatua de Leonardo Da Vinci.


La Piazza della Scala, adonde se asoma el célebre Teatro alla Scala, está contigua a la Galleria, pero en los dos días anteriores no habíamos llegado a atravesar esta y a salir por el otro lado. El lunes, cuando vi la plaza y la fachada del famoso teatro, ambos me resultaron muy familiares, porque había estado allí en mi visita del año 2000.


En cambio, en aquella ocasión no tuvimos la oportunidad de internarnos en Brera, un barrio que creció entre la antigua muralla romana y la posterior medieval. Al principio fue un espacio libre, dentro del recinto amurallado, pero en 1201 el terreno se cedió a la orden de los Humiliati y luego a los Jesuitas. Cuando esta última desapareció, a finales del siglo XVIII, Brera ya estaba plenamente conformado.


En el siglo XVIII, Brera se convirtió en la zona de los literatos y de los artistas, y hoy día parece que mezcla ese ambiente bohemio, con otro más chic, importado del vecino quartiere de las tiendas de lujo. Digamos que es una mezcla de barrio hippy y pijo, dado que hay negocios de diseño local, galerías de arte y restaurantes cool, todo con pretensiones desenfadadas e independientes, y con motivaciones underground, pero todo también montado a base de echarle muchos billetes a los emprendimientos.



Por Brera nos dimos un agradable paseo. Milán el lunes por la mañana era un desierto, salvo la zona del Duomo, que parecía una feria. Brera estuvo a medio camino. Vi gente, pero no demasiada. Fue un buen momento para recorrer lugares como la Piazza di Brera.



El otro barrio que nos pateamos con mayor intensidad fue el de Navigli, que está entre el centro histórico y Tibaldi, donde nos alojábamos nosotros. Navigli es una zona milanesa muy famosa, donde no había estado nunca. Su particularidad más destacada es que está cruzada por un par de canales. Gracias a ellos, Milán fue un puerto interior muy floreciente desde el siglo XV al XX. Los dos canales acaban en la Darsena, que es como un laguito artificial. 




Por el este, la Darsena llega hasta Porta Ticinese, que es el equivalente milanés a la Puerta de Alcalá de Madrid, ya que formó parte de la muralla, pero hoy día es más un monumento que otra cosa. La Porta Ticinese, además, está muy reformada desde el siglo XIX. 

Con respecto a la Darsena, en ella terminan el Naviglio Pavese, que une Milán con Pavía, y el Naviglio Grande, que va a dar a las aguas del Lago Maggiore. Ambos forman parte de una red de ríos y canales que cubren toda la llanura septentrional de Italia. Realmente, los dos navigli son tremendos, porque son muy rectilíneos y parecen no tener fin.


Con independencia de los canales, las calles que los rodean han adquirido, con los años, un carácter muy peculiar, porque conforman un lugar muy vital, que se ha convertido en el verdadero barrio bohemio de Milán. Antes dije que Brera está lleno de artistas, pero la auténtica cuna de la cultura alternativa milanesa está en Navigli.



Nosotros, en el paseo matutino que nos dimos el domingo, ya vimos que los márgenes de los dos canales están llenos de bares y restaurantes.


Sin embargo, fue a última hora de la tarde cuando comprobamos hasta que punto se anima la zona. Como ya he repetido varias veces, Milán en Ferragosto resultó ser un despoblado, pero en horario vespertino, en víspera de festivo, yo vi la orilla del Naviglio Grande hasta la bola. No quiero ni pensar como se pondrá el lugar a esa hora, un viernes o un sábado normal.


Para acabar, voy a hacer referencia a otra zona de Milán que recorrimos, que está más alejada del centro histórico. En concreto, queda al norte, y es conocida, porque en ella se ubica la Stazione Milano Centrale. Como conté antes, esa parte de la ciudad ya me era familiar. Es más, el trayecto que hicimos, el lunes por la mañana, camino de Brera, partiendo de la estación de trenes, es similar al que hicimos en el año 2000 María y yo. Los dos nos permitieron acceder al centro histórico desde el norte, atravesando la Porta Nuova.


En 2000, sin embargo, al llegar a la Piazza della Scala nos metimos en la Galleria Vittorio Emmanuelle, no en Brera, pero la primera parte del recorrido sí fue la misma. Lo que pasa es que, de nuevo, ahora vi una imagen de Milán que me da que solamente es propia de Ferragosto



El que haya visto el principio de la película de Alejandro Amenabar, Abre los Ojos, sabrá como nos sentimos caminando por la Via Vittor Pisani y por la Via Filippo Turati.

En otro orden de cosas, hay que decir que, dado que la comida italiana es una de mis favoritas, no pegaba nada ir a Italia y no hacer un esfuerzo económico para pegarnos unos cuantos homenajes en algunos restaurantes. Es por ello que, a lo largo del fin de semana, comimos en varios lugares que se merecen una mención. Tan solo el viernes por la noche, debido a que llegamos tarde, nos quitamos el hambre en el apartamento.

De todas formas, lo primero que hicimos en Milán, en un negocio de restauración, no fue almorzar, sino desayunar. El caso es que la cena del viernes la llevé desde España, pero cargar con el desayuno ya hubiera sido demasiado, por lo que el sábado, al despertarnos, no teníamos nada y nos tiramos a la calle en ayunas. En los alrededores de nuestro alojamiento todo estaba cerrado y, además, quería asegurarme de que íbamos a llegar a ver La Última Cena a la hora reservada, por lo que nos dirigimos al centro directamente. Lo bueno fue que allí sí encontramos donde quitarnos el hambre matutina. Lo menos bueno, en cambio, fue que nos sajaron por un par de cafés, unas brioche y dos zumos. Es normal, porque nos sentamos en los veladores de un restaurante y cafetería llamado Granaio Cordusio, que estaba en la Via Dante, a dos pasos de la Piazza del Duomo.


Cuando, como primera toma de contacto con un negocio de restauración milanés, pagas cinco euros por un cappuccino, te insensibilizas y dejas de tenerle miedo a quemar la tarjeta de crédito. De todas formas, llevaba más de tres lustros sin tomarme un vero capuccio italiano. El que me pusieron estaba muy rico, así que, después de todo, di por bien gastado el dinero.


Nuestro primer contacto con la comida italiana se produjo en el almuerzo, y todavía no nos quitamos el antojo de pasta y de pizza, ya que nos tomamos unos panini en La Bottega di Via Laghetto. Los panini también son muy italianos, por lo que no me quejo, aunque en España existe algo parecido y lo llamamos bocadillo, a secas. No obstante, los panini siempre tienen su historia y su elaboración. No son simples bocatas de salchichón. Por eso, a mí me encantan.

Ya por la noche, por fin sí le pude meter mano a una verdadera pizza. Fue en el Ristorante Pizzeria Aurora, que estaba en Guastalla, otro barrio milanés colindante con el centro histórico, esta vez por el este. Esta zona, que era donde se alojaban Ruth y Gabri, presentaba un aspecto muy similar a la nuestra, es decir, estaba desierta. Sin embargo, en ese lugar ellos sí sabían que en un restaurante resistían unos valientes, que no habían cerrado en Ferragosto.




La pizza de fruti di mare y el tiramisú, sentado en una terracita que daba a una calle de Milán que estaba como en stand by, fue una gozada. Al día siguiente volvimos a quedar con Ruth y con Gabri, esta vez para almorzar. Por la mañana habíamos estado en Navigli y por la tarde teníamos reservada la visita al Duomo, por lo que buscamos un sitio que estuviera céntrico, pero que no fuera una trampa para turistas. Lo encontramos en la Piazza di Sant'Eustorgio, no muy lejos de la Porta Ticinese. De nuevo, el lugar, denominado Osteria Sant'Eustorgio, fue un acierto, ya que era un restaurante italiano de los buenos. Para empezar pedimos Burrata con Pomodori Pacchino.


Después, una vez que ya había comido pizza, me quedaba por tomar un buen plato de pasta, de manera que pedí Linguini di Gragnano con Vongole Veraci, Pescate e Bottarga.


Por la noche, estando ya solos, nuestros pasos nos volvieron a llevar a los alrededores de la Porta Ticinese. No en vano, desde allí el tranvía a nuestro alojamiento era muy directo. Por el sur de esa zona intentamos cenar en Navigli, pero aquello, como comenté antes, a la caída de la tarde, en víspera de festivo, estaba atestado de gente. Por ello, nos movimos un poco y acabamos cenando en una pizzería que estaba en la misma manzana que el restaurante donde habíamos comido, pero por el otro lado. Se denominaba Papilla Milano y su especialidad era la pizza al estilo napolitano, por lo que no dudé lo que pedir.



Por último, el almuerzo del lunes en Brera fue improvisado. Allí optamos por olvidarnos de los precios, una vez más, y nos sentamos en la terraza de un restaurante que vimos, en la Piazza del Carmine, frente a la Chiesa del Carmine.


El restaurante en cuestión se llamaba God Save the Food y era una franquicia. Teniendo en cuanta eso, y viendo donde estaba, lo cierto es que un sitio barato ya vimos que no iba a ser, pero le dimos preferencia a lo agradable que era el lugar y luego, encima, comimos muy bien.


No quiero acabar con las experiencias culinarias sin hacer mención a la cerveza. Bien es sabido que me encanta probar las cervezas autóctonas de los sitios adonde viajo, y, en este caso, dado que soy fan de tres marcas italianas de birra, la Peroni, la Nastro Azurro y la Moretti, pues tenía muchas ganas de tomarlas de nuevo. No fue posible. Se ve que en Milán no se consumen esas marcas, debido a que son de otras regiones de Italia. Efectivamente, la Peroni originalmente fue una cerveza lombarda, pero pronto se transfirió su sede a Roma y no parece tener vínculos ya con el norte de Italia. La Nastro Azzurro, por su parte, pertenece a Peroni, por lo que está en la misma situación. La Birra Moretti, por último, es de Udine. Dadas esas circunstancias, uno se pregunta qué cerveza se consume en Milán, y la verdad es que siempre me ofrecieron marcas extranjeras como Heineken. Sin embargo, preguntando, también logré probar dos cervezas italiana que no conocía. Una, la Birra Menabrea, es de Piamonte. La otra, llamada Birra Ichnusa, es de Cerdeña. Las dos me gustaron.


Nuestro maravilloso fin de semana terminó, como no podía ser de otra forma, en la Stazione Milano Centrale. Antes dije que su entorno es bastante sórdido, y lo cierto es que, no se por qué, parece ser un foco de gente un tanto marginal, pero la verdad es que esta vez también vi que sus alrededores estaban literalmente tomados por la policía y por el ejército italiano, por lo que no era, en absoluto, un lugar peligroso. Aparte, el edificio en sí se merece una visita, ya que es un perfecto ejemplo de arquitectura fascista. La fachada que da a la Piazza Duca D'Aosta es impresionante.


En efecto, la estación se inauguró en 1931, y sus enormes dimensiones no son casuales, sino que buscaban impresionar al visitante desde su llegada a Milán, y también demostrar el poder de la Italia fascista de Benito Mussolini. Realmente, logra lo que pretendía, porque siempre me deja flipado por sus dimensiones. Aparte de esto, habían transcurrido 17 años desde la última vez que yo había visto la estación y, por dentro, estaba muy diferente. Por lo que sé, entre 2006 y 2010 se realizó en su interior una gran remodelación, en la que se generó una auténtico centro comercial. Ahora mismo, al atravesar sus puertas, uno lo que se encuentra, en la antesala de los andenes, es un montón de tiendas, las cuales ayudan a terminar de esquilmar lo que quede en la tarjeta, mientras se espera el tren.

La Stazione Milano Centrale es la principal vía de acceso y de salida a Milán. En ella nos despedimos de Italia una vez más. En esta ocasión, la visita al país transalpino fue breve y se centró en una sola ciudad. Este verano tuvo que ser así, pero no me cabe duda de que, pasado un tiempo, regresaré a Italia para seguir desgranando sus encantos, a una escala mayor.


Reto Viajero TODOS LOS PAÍSES DEL MUNDO
Visitado ITALIA.
En 1992 (primera visita), de los 44 Países del Mundo que están en Europa, % de visitados: 20'4% (hoy día 40'9%).
En 1992 (primera visita), de los 196 Países del Mundo, % de visitados: 4'6% (hoy día 9'7%).


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