10 de abril de 2023

OVIEDO 2023

En Semana Santa hemos estado en Llanes. De esto hablaré en otro post, así como de la visita que hicimos a Santa María del Naranco y a San Miguel de Lillo, pero antes, voy a dedicarle unas palabras al día que pasamos en Oviedo. En esta ciudad, es indispensable conocer las dos joyas del prerrománico asturiano que he mencionado, y que se encuentran situadas a las afueras, en las laderas del Monte Naranco. No obstante, eso no significa que la capital de Asturias no ofrezca mucho más.


Yo, a pesar de ir anualmente a Asturias desde 1997, a veces en más de una ocasión, llevaba justo 20 años sin pisar Oviedo. Fui en 1998, por primera vez, y luego en 2000, 2002 y 2003, pero no me dejaba caer por allí desde hace dos décadas. De hecho, Ana y Julia no habían estado. No obstante, esta Semana Santa llegó el momento de regresar. En verano, es como si los encantos de Llanes nos impidieran alejarnos de sus alrededores, pero ahora la excursión nos pareció una opción perfecta. Por eso, el pasado martes nos movilizamos pronto y nos dirigimos hacia el centro de Asturias. Para empezar, fuimos a ver Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, pero, al acabar, nos bajamos a comer a Oviedo. Por la tarde, teníamos reservada una visita a la torre de la Catedral, por lo que parte del plan vespertino ya lo teníamos maquinado.



La Catedral de Oviedo es una de las más importantes de España, pero no brilla tanto por sus aspectos arquitectónicos, pese a que son destacados, como por las reliquias que alberga. En efecto, el edificio se empezó a construir en el siglo XIII, en el lugar en el que se alzaba una iglesia prerrománica anterior, y tardó tres siglos en estar acabado, aunque siguió recibiendo añadidos hasta el siglo XVII. Por eso, contiene partes prerrománicas, góticas (sobre todo), renacentistas y barrocas. Sin embargo, no es ningún pastiche. Realmente, su aspecto es muy armónico. No obstante, sí es cierto que, en España, la de Oviedo queda un poco eclipsada por otras catedrales De hecho, en una encuesta, realizada en 2021, por la editorial especializada en guías de viajes Lonely Planet, para elegir las seos españolas más bonitas, quedó en el puesto 13.


Como se puede observar en la foto, la Catedral de Oviedo es soberbia, por lo que su decimotercer puesto en la encuesta de Lonely Planet se debe más a los méritos de sus homólogas españolas, que a un demérito suyo. Además, a pesar de que parece que su aspecto no impacta tanto a la gente, lo cierto es que la Catedral ovetense sobresale de manera especial por las reliquias que guarda en su Cámara Santa, como he dicho. Gracias a ellas, gana puestos y se convierte en uno de los edificios religiosos punteros de España. Yo vi esos bienes históricos en 1998, pero ahora decidí prestarle atención a su torre, que no se podía visitar hasta el año pasado. Esta vez no había tiempo para todo, y pensé que subir a las alturas iba a resultar más entretenido para las niñas, que ver obras de arte sacro. Creo que no me equivoqué.


La torre de la Catedral de Oviedo mide 68 metros y tiene 187 escalones. Afortunadamente, está dividida en tres pisos, lo que hace más llevadera la subida. 

Dado que la visita a la torre es independiente a la del resto de la Catedral, a nosotros nos hicieron entrar en el recinto por la puerta más cercana a las escaleras, y, desde allí, iniciamos el ascenso enseguida. En total, subimos 43'5 metros por una infinita escalera de caracol.


En el primer tirón salvamos 56 escalones, y paramos en la planta en la que están las contrapesas del reloj. Este se encuentra situado en el nivel superior, pero hay una abertura en el techo que permite el paso de sus cuerdas metálicas.



Después de la primera parada, y, tras escuchar las explicaciones de la guía, continuamos subiendo. El segundo tramo de escaleras estuvo compuesto por otros 67 escalones, y nos llevó al piso en el que está la maquinaria del reloj y las campanas.



Lo que vimos en este segundo piso fue lo más interesante de la visita, a mi modo de ver. El reloj es del siglo XVIII y está por fuera de la torre. Su maquinaria, en cambio, se halla en un compartimento cerrado, ubicado dentro, que se encuentra separado del suelo 


Las campanas, por su parte, se pueden observar de cerca, desde una tarima de madera. Son siete. Como es lógico, ya no hay campanero. En la actualidad, las que se usan, que no son todas, están automatizadas.


Una de las que se utiliza es la llamada Wamba. Se fundió en 1219, lo que la convierte en la campana en activo más antigua de Europa.


Otra campana importante es la Santa Cruz, que es la más grande. Pesa 1.684 kilos. Aparte, en el piso segundo también me gustaron los grafitis. Estos son una muestra de que el tiempo puede convertir en historia incluso las gamberradas. En efecto, en las paredes de la torre de la Catedral de Oviedo hay grabados varios nombres, que han quedado marcados como fotografías de momentos históricos determinados. Uno llamativo es el de un tal Rafael Díaz, que dejó su sello durante la Guerra Civil. Por lo visto, tras el golpe de estado de Francisco Franco, Oviedo fue la única población del norte de España que quedó en manos de los sublevados. Durante tres meses, la ciudad se mantuvo sitiada por los tropas leales a la República. Luego, tras la ruptura del aislamiento por una división del ejército franquista que provenía de Galicia, la capital asturiana siguió siendo un punto caliente hasta el final de la guerra en el norte, que tuvo lugar a finales de octubre de 1937, cuando las tropas de Franco se hicieron con el control de toda la cornisa cantábrica. Durante ese año y medio, y, principalmente, durante los tres primeros meses de la contienda, Oviedo fue objeto de bombardeos y de luchas por sus calles. Algunos barrios quedaron arrasados, y gran parte del patrimonio cultural fue dañado o destruido. La Catedral, en concreto, que ya había sido muy castigada durante la Revolución de Asturias de 1934, terminó hecha papilla. En su torre, durante esos meses iniciales de la Guerra Civil, se instaló una ametralladora, que estuvo a cargo del citado Rafael Díaz. Este, el 24 de abril de 1937, parece que se aburría allí arriba, y se dedicó a rascar en la piedra su nombre y la fecha. La huella ha quedado como ejemplo de las microhistorias, tan puntuales, como significativas, que conforman la historia en sentido amplio.


El de Rafael Díaz no es el único grafiti de la torre de la Catedral de Oviedo. Hay muchos. Otro que llama la atención es el de Luis Vermell, que es más antiguo. Este hombre se quedó, igualmente, a gusto, dejando su huella en la pared. Hoy día, lo que hizo sería considerado un acto vandálico, pero, lo curioso, es que Vermell no era ningún cani del siglo XIX. De hecho, era un retratista y escultor de cierta fama, que, eso sí, se dedicó a ir dejando su nombre grabado por los lugares que visitaba. Por ejemplo, su rastro también está en el Monasterio de Santes Creus, con la cosa de que, en su caso, tallaba las letras de una forma tan currada, que es evidente que, al menos en Oviedo, tuvo que sobornar a alguien para que le dejaran trabajarse la inscripción.

Por lo que a nosotros respecta, tras echar un buen rato en el segundo piso, subimos al tercero. En él, ya se ve la aguja calada de la Catedral, desde abajo.


También destaca, en esa tercera planta, la gárgola del niño cagando. Es de muy mal gusto, y, encima, el culo de la escultura se ha llenado de hongos oscuros, lo que no ayuda, precisamente, a que de menos asco, pero, pese a todo, no cabe duda de que es un detalle original.


En todo caso, lo mejor del tercer piso son las vistas, como es lógico. Abajo, pongo, en primer lugar, la panorámica que se observa desde el lado oeste de la torre, y, en segundo, la que se ve cuando se mira al norte.



En resumen, la subida a la torre de la Catedral de Oviedo es muy recomendable. A lo largo de la misma, nos acompañaron dos guías tela de apañados, que nos contaron mil historias. Yo no puedo reproducirlas todas aquí, pero mereció la pena escucharlas.

Nosotros realizamos la visita a las 16'30 horas. Antes, por tanto, ya habíamos hecho unas cuantas cosas por Oviedo. Así, tras aterrizar en el centro de la ciudad, lo primero que hicimos fue ir a comer. Almorzamos en un sitio un poco raro, para mí gusto. Yo hubiera preferido ir a un bar de pinchos, o a algún lugar más propio de la capital de Asturias, pero lo cierto es que acabamos, por decisión popular, en un restaurante tailandés llamado Wok Thai Fusion, que estaba ubicado en la Calle Cavada.


Comimos bien, la verdad, aunque hubo una confusión que fue un pelín irritante, y que empañó un poco el principio del almuerzo. Resulta que queríamos comer de menú, dado que habíamos visto en una pizarra, que había en la puerta, que costaba 13 euros y que era apetecible. Al entrar en el establecimiento, nos sentamos cerca de la barra, pero, antes de instalarnos del todo, nos dimos cuenta de que estábamos cerca de unos altavoces y en un lugar de paso. En vista de eso, preguntamos si podíamos cambiarnos a alguna de las mesas del fondo. En el local apenas había gente. Se veían sitios libre por doquier, y no nos pusieron pegas, pero, cuando, tras habernos acomodado en el nuevo lugar, decidimos pedir, nos dijeron que allí no servían menús. Estos solo se podían degustar junto a la barra. Las mesas eran exactamente iguales, el restaurante estaba casi vacío, como he dicho, y por ningún lado ponía que el menú de la pizarra se tuviera que consumir en un emplazamiento determinado. A María, el tema le dio tanto coraje, que hizo el amago de irse. Yo preferí decirle a la camarera que nuestra idea era la de tomar menús, y que íbamos a volver a nuestra ubicación primigenia. No puso problemas, por lo que terminamos comiendo en la mesa que se encontraba junto a la barra. No pasa nada. Como digo, la comida estuvo buena, pero la situación ridícula y el vaivén se podrían haber evitado. Dado que no estaba clara la diferencia entre las mesas del fondo y las otras, si se quieren servir cosas distintas en ellas, hay que indicarlo cuando entran los clientes. A la camarera, que era muy joven, le faltaron tablas, pero, en cualquier caso, me tomé un delicioso rollo de sushi y un rico plato de ternera con verduras, por lo que la experiencia acabó siendo positiva.

Al terminar de comer nos dio la bajona, y decidimos dejar el paseo para después de la visita a la Catedral. Se imponía descansar, así que nos encaminamos al Campo de San Francisco. El mismo es un arbolado parque, que está pegado al centro de Oviedo, pero que no se encuentra vallado. Es, por tanto, un espacio grande y diáfano, que está perfectamente integrado en la ciudad. No es una placita con vegetación. Es un verdadero parque, que además tiene praderas de césped muy cuidadas.


En una de esas praderitas verdes nos tumbamos. Mi idea tan solo era la de descansar un poco la espalda, pero la verdad es que me quedé frito. En realidad, los cuatro nos echamos una corta siesta, al más puro estilo homeless. La desconexión cerebral de unos minutos tuvo para mí un efecto revitalizante difícil de explicar. Me desperté como nuevo.

Tras el breve descanso, llegó la hora de ir a la Catedral. Gracias a los minutos de reposo, la visita fue bastante más agradable. Tras bajar de la torre, ya sí llegó el momento de dar un paseo por el centro de Oviedo. En este destacan, entre otras cosas, las muchas estatuas que hay, que son cercanas y que están repartidas por sus calles. Una de ellas es de Woody Allen. A su lado, hay una placa, con una frase atribuida al director de cine americano, que dice textualmente: "Oviedo es una ciudad deliciosa, exótica, bella, limpia, agradable, tranquila y peatonalizada. Es como si no perteneciera a este mundo, como si no existiera... Oviedo es como un cuento de hadas". Salvo lo de "exótico", que es muy subjetivo y no lo comparto, lo demás lo clavó. Para describir el casco urbano ovetense no hay que añadir nada, salvo, quizás, que tiene mucha vida. Tranquilo no siempre es sinónimo de aburrido, como se puede comprobar allí.


Con respecto a lo de las estatuas, como decía las mismas no están en pedestales, ni en alto, ni representan a vetustos personajes del pasado. Muy al contrario, su escala es humana y están integradas en las calles. A mí me gustaron especialmente tres. Una es la mencionada Estatua de Woody Allen, que es obra de Vicente Santarúa. Vale que el genio neoyorquino es un tipo bastante oscuro, con una considerable leyenda negra a sus espaldas. Sin embargo, no puedo negar que algunas de sus películas me marcaron en mi adolescencia (por ejemplo, Hanna y sus Hermanas, Maridos y Mujeres o Misterioso Asesinato en Manhattan, por citar tres). Qué le vamos a hacer...


También llamó mi atención la Estatua de Tino Casal, que no se puede decir que sea un músico que me guste, pero que grabó a fuego la canción Eloise en mi mente, cuando yo apenas tenía 10 años. De nuevo, qué le vamos a hacer...


El autor de la Estatua de Tino Casal es Anselmo Iglesias Poli. No sabía quién era hasta ahora, lo mismo que Vicente Santarúa, pero es de justicia nombrarlos. Por último, mi preferida, sin reservas, fue la Estatua de Mafalda que había en el Campo de San Francisco. Es sublime.


La obra pertenece al escultor argentino Pablo Irrgang, y es un homenaje a Quino, el creador de Mafalda y de su universo, que recibió uno de los Premios Príncipe de Asturias en 2014. Esto es lo que le une a Oviedo. Woody Allen ganó otro en 2002, y eso es, también, lo que le ha acercado tanto a la ciudad.

En definitiva, después de bajar de la torre de la Catedral nos dimos un buen paseo, que me encantó. No obstante, no me voy a alargar mucho más. De hecho, no voy a hablar de una cosa que tenía pensada, y es que, en 2003, María y yo empezamos el Camino de Santiago en Oviedo.


Aquella fue una de las experiencias más bonitas de mi vida, pero, me detendré a contar como fue su comienzo en el futuro, cuando tenga la oportunidad de regresar a Oviedo. Seguro que no faltan otros 20 años...


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado OVIEDO.
En 1998 (primera visita), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en Asturias: 33'3% (hoy día 60%).
En 1998 (primera visita), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 14% (hoy día 36%).


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