24 de julio de 2023

AVILÉS 2023

Las tres localidades más pobladas del Principado de Asturias son Gijón (275.200 habitantes), Oviedo (225.300 habitantes) y Avilés (83.600 habitantes). La primera es la ciudad asturiana moderna y actual por antonomasia, gracias a sus servicios y a su oferta de ocio. La segunda es la histórica, ya que destaca por su patrimonio y por su relevante pasado. La tercera, por su parte, ha quedado relegada, tradicionalmente, al papel de urbe industrial. Las tres forman una especie de triángulo, en el eje del territorio asturiano, y huelga decir que el patito feo del trío es Avilés. Sin embargo, esta población no es lo que parece a simple vista, porque, debajo de su antiestético envoltorio, esconde un centro precioso.


Lo cierto es que, cuando uno circula por la A-8, que es la autopista que cruza el Principado de lado a lado, yendo paralela a la costa, lo que ve, al pasar cerca de Avilés, es una gigantesca y horrorosa franja industrial, llena de fábricas. No obstante, resulta que, mucho antes de convertirse en un enorme enclave siderúrgico, Avilés fue un próspero núcleo comercial y marinero. En efecto, durante la Baja Edad Media, su puerto fue el más importante de la costa norte atlántica de la Península Ibérica, con la cosa de que los vestigios que quedan de aquella época no han sido destruidos. Lo que sucede es que, a partir de 1950, la zona fabril se desmadró, y acabó opacando por completo la impronta medieval de la localidad. En veinte años, la población avilesina se cuadruplicó, gracias a la necesidad de mano de obra de la industria, y esa masiva emigración hizo crecer la urbe de una forma escasamente vistosa, de manera que el barrio histórico quedó convertido en algo parecido al corazón de una cebolla. Hoy día, en España, el sector secundario no es capaz de proporcionar un nivel de vida aceptable para demasiada gente, por lo que Avilés, lo mismo que todo el Principado de Asturias en general, ha tenido que reinventarse. En ese contexto, la ciudad trata de mostrar, desde hace años, lo bonito que tiene en su interior.

Yo estuve en Avilés, por primera y única vez, en 2006. Fue una visita breve, pero me permitió comprobar que su casco histórico merece la pena. Por aquel entonces, no existía el complejo cultural que fui a ver el otro día, y que me ha brindado la excusa perfecta para regresar a la ciudad, 17 años después. Se trata del Centro Niemeyer.



Oscar Niemeyer fue un brasileño, que, a lo largo de sus 104 años de vida, logró convertirse en uno de los más grandes exponentes de la arquitectura moderna mundial. Su obra es extensísima, pero a mí lo que más me impacta es que fue el responsable de las principales construcciones de la ciudad que, entre 1956 y 1960, se creó en Brasil, ex novo, para ejercer de capital de la nación. Tras ser una pieza clave en el desarrollo de la faraónica erección de Brasilia, Niemeyer siguió trabajando de manera muy prolífica, pese a que tuvo que exiliarse en Europa en 1966, por motivos políticos. En el viejo continente, el arquitecto carioca siguió proyectando edificios, aunque ninguno estaba en España. Su primer contacto con nuestro país llegó en 1989, cuando fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes. Años después, Niemeyer parece que quiso agradecer a los asturianos ese reconocimiento, y les donó el que, a la postre, sería su mayor proyecto en Europa. Se denominó Centro Niemeyer, y es un recinto dedicado a la cultura.


Se da la circunstancia de que, en un primer momento, estaba previsto que el Centro Niemeyer se erigiera en Oviedo, que es el referente histórico del Principado. Sin embargo, como el complejo ya venía diseñado, tenía unas características fijas, que hacían necesaria una superficie plana de más de 35.000 m², para levantarlo tal cual. En la capital de Asturias no había ninguna explanada con esas dimensiones, pero en Avilés sí.

Así, frente a la Ría de Avilés, entre la zona siderúrgica y las viviendas, se inauguró, en 2011, el Centro Niemeyer, que se convirtió en una especie de Museo Guggenheim a la asturiana. Como he dicho arriba, cuando yo fui a Avilés en 2006, el complejo cultural no existía. Años después, me enteré de su creación, y hace unos días, cuando buscaba un pretexto para organizar una excursión a la ciudad avilesina, que me permitiera escribir este post y cerrar un primer acercamiento de En Ole Väsynyt al triplete urbanita de Asturias, me acordé del Centro y busqué si se podía visitar. Por fortuna, es posible, así que el pasado jueves abandonamos el entorno de Llanes, por única vez en la semana que hemos estado allí, y nos plantamos en Avilés.

No me voy a enrollar mucho, hablando del Centro Niemeyer. No es el objeto de este post describirlo de manera pormenorizada. Solo voy a decir que consta de cinco espacios. Nuestra toma de contacto con el complejo tuvo lugar en el Edificio Polivalente, que es donde está la cafetería y el área de atención al usuario.


Hay que decir que nuestra llegada al Centro Niemeyer fue bastante accidentada, lo cual me hizo poca gracia. Resulta que salimos tarde de Llanes, lo que provocó que llegáramos con unos minutos de retraso a la visita guiada, a pesar de que fuimos cagando leches. Por suerte, aunque el recorrido con la guía ya había comenzado, nos dejaron unirnos al grupo, justo cuando iba a entrar en el Auditorio, que es el segundo espacio, de los cinco que decía que tiene el Centro.

Una vez bajadas mis pulsaciones, y rebajado el nivel de estrés, pude empezar a escuchar las explicaciones de la guía. El Auditorio tiene capacidad para unos mil espectadores, y es un prodigio, desde el punto de vista acústico y visual. Además, me gustó eso de que Niemeyer concibiera un recinto igualitario, sin palcos, ni zonas nobles para gente pudiente. En su patio de butacas, todas las personas son iguales y pagan lo mismo por ver los espectáculos.



En efecto, los casi 1.000 asientos del Auditorio tienen un estatus idéntico. Además, están colocados de forma asimétrica, para favorecer la visión. Durante unos diez minutos, la guía nos contó esas y otras cosas. 

El tercer espacio del Centro es el de la Plaza. Este es un recinto abierto a todos, destinado a actividades de carácter lúdico y cultural. Quizás, lo que más me llamó la atención fue que el escenario del Auditorio, que por dentro del edificio da al patio de butacas, por detrás puede abrirse a la Plaza, permitiendo los espectáculos al aire libre. 


Además, durante la pandemia, en la época en la que el distanciamiento social era preceptivo, se montó en la Plaza un autocine, de manera que las películas se proyectaban en la gran pared blanca del Auditorio


Esa iniciativa, por lo visto, tuvo mucho éxito, aunque en 2022 y 2023 no he encontrado noticias de que se hayan proyectado más películas.

Aparte, la Plaza está atravesada por una marquesina, que no tiene más función que la estética, y, si acaso, la de permitir que la gente pueda ir del Auditorio a la Cúpula sin mojarse, cuando llueve.


Precisamente, la Cúpula es el cuarto espacio del Centro Niemeyer, de los cinco a los que hacía referencia. Se trata de una semiesfera, dedicada a exposiciones y a actividades culturales.


A mí, la Cúpula me recordó un poco a la casa en la que vivía el joven Luke Skywalker en Tatooine, en La Guerra de las Galaxias. Frikadas al margen, cuando nosotros entramos, lo que había allí era una exposición temporal, dedicada a Eduardo Úrculo.


Por desgracia, a la muestra tan solo pudimos echarle una rápida ojeada, dado que costaba dinero, y la visita a los edificios no incluía una parada para ver los cuadros. Sí nos detuvimos a contemplar la curiosa lámpara del techo.


La lámpara fue un ejemplo del gusto de Niemeyer por los efectos visuales, ya que, desde abajo, parece que se encuentra pegada al techo, pero desde los laterales se ve que está completamente separada.


El quinto espacio del Centro Niemeyer es la Torre. La misma se alza unos 20 metros, y cuenta con un escalera helicoidal exterior, que sube hasta la planta elevada, la cual tiene forma de disco. En ella, lo que hay es un restaurante.


Ana y yo subimos hasta la puerta del restaurante en cuestión, dado que la visita guiada acabó a los pies de la Torre. No pudimos entrar, pero pude ver como es el edificio por dentro. No niego que me gustaría comer ahí.


La visita al Centro Niemeyer duró unos 40 minutos. Estuvo muy bien, la verdad, porque fue ilustrativa, pero no resultó pesada. Ana y Julia siguieron las explicaciones con interés, dado que la guía hizo hincapié en los aspectos curiosos y llamativos de los edificios, sin perderse en explicaciones técnicas.

La realidad es que el Centro Niemeyer, tal y como está diseñado, solo tiene cabida en un sitio del estilo de Avilés. Oscar Niemeyer destacó, como arquitecto, por la explotación de las posibilidades constructivas del hormigón armado, y eso hace que el complejo cultural no tenga un solo árbol. La Plaza es una explanada infinita de cemento, que no tendría cabida en un lugar como Sevilla, por ejemplo. En Avilés, en cambio, si no se le tiene miedo a la lluvia, no supone ningún problema atravesar una planicie así de pelada. Sin ir más lejos, nosotros realizamos la visita a mediodía de una mañana del mes de julio, y, pese a ello, no sufrimos, en absoluto, por el sol, ni por el calor, aunque es cierto que se agradecieron las gafas de sol cuando el lorenzo salió, ya que el reflejo de la luz solar resultaba molesta.

Por otro lado, el Centro Niemeyer se encuentra unido al casco urbano de Avilés por el Puente de San Sebastián. El mismo está pintado de colores, y es una réplica de la antigua pasarela metálica que salvaba la Ría de Avilés.



Al otro lado de la Ría de Avilés, lo primero que nos encontramos fue la Antigua Pescadería Municipal, un edificio que ha sido intervenido de una manera bastante heterodoxa. En origen, fue erigido en 1918, para dar salida al pescado que llegaba, cada día, al puerto avilesino. Funcionó hasta finales de los años 80 del siglo XX, y luego quedó en desuso. Al construirse el Centro Niemeyer, el inmueble se integró en el proyecto, que incluía también la construcción del Puente de San Sebastián, así como de otra pasarela que salvara las vías del tren, las cuales corren paralelas a la Ría. Esta pasarela se denominó La Grapa. Hasta ahí, todo es normal. Por medio de los dos puentes, se unió el Centro Niemeyer con el meollo de Avilés, y listo. 


Lo que pasa es que La Grapa, no se por qué, se construyó de forma que corta por la mitad la Antigua Pescadería Municipal, como se ve en la foto superior. Esta, ahora, tras haber sido convertida en un anexo del Centro Niemeyer, se encuentra dividida en dos. Es raro, porque se podía haber evitado alterar de ese modo el edificio, pienso yo, pero, a la vez, queda original y curioso. En conclusión, es un ejemplo más de las contradicciones en las que nos hacen caer los arquitectos, con cierta frecuencia.

Viniendo desde el Centro Niemeyer, La Grapa desemboca en la Plaza de Santiago López, que ejerce de puerta de entrada al centro de Avilés. En esa plaza es, precisamente, donde está la Antigua Pescadería Municipal.


El casco antiguo de Avilés es uno de los mejor conservados del norte de España. Cuenta con dos kilómetros de soportales, y está formado por una sucesión de plazas, calles y jardines, flanqueados por iglesias y palacios, que impresionan y sorprenden.



No espera uno encontrarse algo tan pintoresco y cuidado, en una ciudad conocida por su pasado industrial y siderúrgico.


El epicentro del meollo avilesino es la Plaza de España. En una ciudad que destaca por sus soportales, no extraña que el espacio que ejerce de plaza mayor esté porticado, pero, en este caso, su planta es irregular.



A la espalda de la Plaza de España, tras una fila de casas, está el Parque de Ferrera, que antaño perteneció al Palacio de Ferrera. Este, en la actualidad se ha transformado en un hotel. Por su parte, el parque mide 81.000 m², y se merece una buena visita. Para mí, no era el día de enredarme, por lo que solo me adentré un poco en él, accediendo por la entrada que da a la Calle Rivero. Además, tiene otros cuatro accesos. 

En realidad, apenas si tuve tiempo de curiosear por el casco urbano de Avilés. En el futuro me desquitaré, pero en esta ocasión iba con las niñas y con mi madre, y quemé los barcos en la visita al Centro Niemeyer. Después, nos internamos en el centro avilesino para comer, y eso me permitió ver sus calles principales, pero, como digo, no pude ponerme a explorar con detalle. Sí intenté ir a ver la Fuente de Los Caños de San Francisco, que es uno de los principales emblemas de la población. Yo la recuerdo de cuando estuve en Avilés en 2006, pero esta vez me lie y acabé junto a otra fuente, denominada Fuente de los Caños de Rivero.


Con respecto al almuerzo, como llevábamos varios días en Asturias y ya nos habíamos pegado varios homenajes de comida autóctona, decidimos darnos el gustazo de buscar un restaurante italiano. Acabamos en uno que estaba en la Calle La Ferrería, que es de las más señeras de Avilés.


En concreto, comimos en el Ristorante Pizzeria Don Pasquale. Estuvimos muy a gusto, y el camarero que nos atendió no pudo ser más simpático y eficiente. El único lunar fue la carta, que me confundió. A mí, me encanta la pizza, pero no me gusta con demasiado queso, y lo normal es que, en todos lados, la pongan con un dedo de mozzarrella. Por ello, yo me hago mis pizzas en casa, pero no suelo pedirlas en los restaurantes. Además, como me chifla la pasta, en los italianos me suelo decantar por ella, sin problema. Esta vez, sin embargo, me encontré con una amplia carta de pizzas, en la cual se detallaban los ingredientes de cada una. En la mayoría, ponía mozzarella entre ellos, pero en algunas no, lo que me hizo pensar que las mismas eran herederas directas de la Pizza Marinara, que es uno de los dos tipos pizzeros que se inventaron en Nápoles. En efecto, en origen, solo había un par de clases de pizza. Una era la Margherita, que sí llevaba mozzarella, y otra era la Marinara, que solo estaba compuesta de tomate, ajo, orégano y aceite de oliva. Esta última no la hay en casi ningún sitio, supongo que porque le parece sosa a la gente. No obstante, a mí me encanta. Por eso, al ver que había pizzas que parecían tomarla como base, me vine arriba y pedí una Frutti di Mare, que ponía que llevaba, tan solo, tomate, orégano, gambas, mejillones y almejas. Craso error, porque, finalmente, también tenía un montón de mozzarrella. Me la tomé, claro. Faltaría más, pero me decepcionó por el exceso de queso. Fue un chasco lo poco clara que estuvo la carta. Pese a esto, el almuerzo en el Ristorante Pizzeria Don Pasquale fue muy agradable.

En definitiva, tras ir a Oviedo en abril, quería hablar de Avilés, para que las tres grandes ciudades de Asturias ya estuvieran presentadas en este blog. A ese trío tengo que volver, porque apenas si he hablado de unos pocos de sus encantos. En Avilés, sin ir más lejos, el antiguo barrio de pescadores, que queda al norte del casco histórico, no lo conozco. Por eso, regresaré más pronto que tarde.


Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado AVILÉS.
En 2006 (primera visita), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en Asturias: 55'3% (hoy día 60%).
En 2006 (primera visita), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 27'5% (hoy día 36%).


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